En la minúscula y desaparecida Plaza de San Lázaro, hermanados en el sacrificio supremo, los neogranadinos Girardot y Ricaurte coronaban un pedestal de mármol blanco. La transformación de la ciudad llevó al grupo a un lugar más adecuado, al centro de la Avenida Nueva Granada. Pero fueron tantos los topetazos de los vehículos trasnochadores, que los héroes de Bárbula y San Mateo se apartaron discretamente a un lado.
La mujer desnuda, erguida en lo alto de un macizo de chaguaramos, ha sido, es y será “la india de El Paraíso”. La figura, de perfil clásico, antorcha de la libertad en una mano, olivo de paz en la otra y en la cabeza el gorro frigio, resulta cosa extraña al mundo de los indios. Parece simbolizar, más bien, a la República triunfante. Todo esto, con bajos relieves, cóndores y las tres matronas que representan a la Gran Colombia, en estos mismos días retrocedió cerca de dos kilómetros, hasta un extremo de la Avenida La Paz.
Jorge Washington, el brazo extendido, la mirada hacia la cumbre del Ávila, fue testigo imposible de la mudanza. El ya se había mudado de la vecindad del Teatro Nacional hasta casi el confín de El Paraíso.
A ambos lados de la “india” montaban guardia el patricio colombiano Camilo Torres y el haitiano, amigo de Bolívar, Petión. Camilo Torres pasó a hacer compañía a Girardot y Ricaurte. Petión fue colocado en el parque El Pinar.
Hasta el ángel que remataba la Avenida de El Paraíso dio un corto vuelo para posarse en un extremo de la Plaza 19 de Abril. Allí, con las alas extendidas y con su trompeta, parece dispuesto a lanzarse de nuevo al espacio para recordarnos que el “para siempre” de las estatuas es cosa movediza en Caracas.
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