Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Los “aparecidos” y “espantos” de la Caracas de antaño

Por Omar Vera López

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

La “mula maniá”, Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico.

     “La luna es un farol vagabundo que recorre el cielo libre de sus amarras. Montada muy alto, tan alto que a veces siente vértigos, mira hacia la tierra que se arropa en su propia oscuridad, sin que su mirada curiosa alcance a producir más que penumbra y juegos de luces. La tierra, allá abajo, siente frío. A veces hasta se molesta de la incesante curiosidad de ese ojo solitario siempre abierto, siempre vigilante. Ese farol navega por el cielo sin importarle que la tierra, allá abajo, tiene cientos y cientos de lunas amarradas al pavimento. Lunas cómodas que se encienden y apagan pro la voluntad del hombre. Lunas menos románticas pero mil veces más prácticas.

     La luna ha visto muchas cosas. Tantas que ya ni recuerda. Pero, aunque la memoria le falle como una vieja achacosa cualquiera, a veces sonríe pensando en las cosas que ha visto. No las recuerda en absoluto, pero sabe que sonreiría igualmente si se acordara, Cosas tristes, alegres, trágicas, misteriosas. . . Esta noche la luna se siente poseída por los espíritus del Más Allá. . . y su sonrisa se ha hecho más oscura, más callada. Como esa sonrisa retorcida de los gatos negros cuando se les pasa la mano por el lomo arqueado. . .

     Noche cualquiera. Santiago de León de Caracas dormita su somnolencia colonial, ahogando bostezos de techos rojos y calles empedradas. La Catedral yergue su juventud coronada por la faz redonda de su reloj que canta las horas con voz abaritonada. Las calles solitarias con las aceras medrosamente recostadas de las paredes recuerdan que se acerca la media noche. Y a las nueve y media el toque de queda barrió con los trasnochadores y silenció las serenatas. Todos se cobijan detrás de las fuertes puertas de madera donde las palmas benditas puestas en cruz y clavadas en lo alto, forman la barrera invisible que coloca la Fe.

     Todos duermen o rezan en la ciudad. . . Es decir, ¡todos no! Prendido a los barrotes de una ventana, tejiendo sueños y hablando silencios, el amor no sabe de toque de queda. . . no usa relojes ni calendarios. Mide las horas en lágrimas y los minutos en suspiros.

     De pronto el amante descuidado se ha puesto pálido. Sus manos ancladas a los barrotes los aferran con más fuerza. La dueña de sus desvelos es una mancha blanca en la oscuridad de la ventana. Y al volver la cabeza, distingue en el fondo de la calle, sacando chispas del empedrado pavimento, una mula, enorme y oscura, que avanza alocadamente. Una pata trabada por las riendas que arrastran por el suelo dificulta sus movimientos. Va sembrando coces y corcovos, extrañamente luminosos los ojos muy grandes, como si llevara un candil encendido muy adentro.

     Toda la oscuridad se va borrando a su paso dejando en su lugar una luz lechosa que hace daño a los ojos. . . Es la “mula maniá”. Es la mujer cuya curiosidad le llevó a ser transformada en mula y que acecha a los trasnochadores caraqueños de la ciudad de mil y pico. Con un suspiro la damisela se ha desmayado y el valeroso galán, sin la interesada espectadora, no ha vacilado en seguir sus pasos. . .

 

Superstición. Tiempo de monsergas y cuentos de camino.

     De espantos y de aparecidos que consideraban su deber principal amargarle la vida al prójimo temeroso que se pusiera en su camino. Cadenas y gemidos, sábanas y azufre, botijuelas donde cantaba su canción dorada la morocota rubia y codiciada. Golpes en las paredes y voces temblorosas de los buscadores de tesoros que cubrían el miedo con la ambición. “Siga tres pasos hacia el norte donde la vieja ceiba dobla la espalda contra el muro” . . . Espantos, muertos y apariciones.

     Cuando los gallos comienzan a mirar al reloj previniendo la aurora, la oscuridad se hace más impenetrable que nunca. Es quizá el momento crucial, sagrado, cuando la mañana, al fin mujer, se da los toques sabios de su “toilette” para aparecer fresca y rozagante a los ojos del sol que se levanta. En ese momento con una velocidad de espanto, traqueteando, chirriando y dando tumbos por las estrechas callejas, aparecía un carretón viejo y polvoriento. Desde el sitio donde hoy está el Panteón Nacional hasta dos o tres cuadras al sur del Puente Trinidad o desde Dos Pilitas hasta la Plaza de la Pastora, el siniestro carretón va llenando de ruidos y de temores los corazones caraqueños.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

El Carretón de la Trinidad, ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero.

     Era el Carretón de la Trinidad, el ruidoso carretón que iba guiado por un rojo cochero, haciendo cabriolas en el pescante, con dos espantosos cuernos señalando al cielo en la frente arrugada. El conductor agitaba el látigo y golpeaba el aire, porque el carretón llevaba las varas vacías, aumentaba la velocidad cada vez más sin que se vieran los caballos que piafaban y galopaban acuciados por el látigo. . . Y no faltaba quien sintiera nacer entremetido con sus medrosos pensamientos la seguridad de que la “mula maniá” se había escapado de las varas del misterioso carretón.

     Época oscura de cuentos narrados a la luz temblona de la vela. Sombras que trepaban las paredes y se deslizaban por el techo de cañas como esperando el momento para abalanzarse sobre el desprevenido mortal que sentía el corazón arrugado y chiquito como una naranja vieja. Caracas, la vieja Caracas, era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes apenas el sol escondía la nariz enrojecida detrás de los cerros. La “dientona” mostrando a todos el tamaño descomunal de su dentadura, largos sables afilados y amarillos, apenas se atrevían a escuchar las once campanadas en la calle. El “enano de la Torre de Catedral”, un minúsculo hombrecillo que se podía encontrar por las noches parado bajo la Torre y que se estiraba, se estiraba, hasta mirar la esfera del reloj cuando algún desprevenido le preguntaba la hora.

   El “rosario de las ánimas” con su blanca fila de figuras, envueltas en los amplios pliegues de las sábanas, portando el hachón encendido y rezando en voz alta un escalofriante rosario. Tradición y superstición de la Caracas que se fue encaramada en sus edificios de veinte pisos y enarbolando la sonrisa blanca de la luz del neón.

     Pero también había los que sabían aprovechar la superstición para sus propios fines. En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “la sayona” . . .  Con un larguísimo sayal, más negro que la misma noche, mostrando en el cráneo pelado el resplandor rojizo de las cuencas vacías y con un ominoso entre chocar de huesos al caminar iba apretando con la mano fría del miedo el corazón de todos los caraqueños. En las casas, reunidos en una habitación cualquiera, todos los habitantes oían ansiosos la voz del jefe de la familia que rezaba con voz temblorosa pidiendo al cielo la merced de alejar la siniestra dama de los alrededores. . . Al poco rato, al conjuro de rezos y peticiones, se dejaba de oír el lamento de la enlutada aparición y regresaba la calma al seno del hogar. Una persona, sin embargo, entre ruborosa y asustada, podía aclarar el misterio de la aparición de la temida “sayona”, esa sayona que ocultaba tras la negrura de la sábana apresuradamente teñida al galán audaz que desafiaba la fuerza poderosa de la superstición para robar un beso de los labios de la amada, Una medida forzada por el inabordable cerco que en esa época de rigidez conventual separaba a los galantes caballeros flechados por Cupido de la dulce compañía de las Julietas de entonces.

     A veces ya no era la sayona sino el “Hermano Penitente” . . . Vestido de blanco, con un rosario de cuentas de madera al pecho, una cruz en la mano izquierda y un látigo en la derecha, iba pregonando a grandes gritos sus horribles pecados mientras se propinaba sonoros latigazos en las espaldas curvadas. Excusado es decir que los avisados mozos de entonces utilizaban largas tiras de cartón para los temibles látigos, que producían un ruido seco e impresionante sin lastimar sus pecadoras espaldas.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

La vieja Caracas era un aquelarre poblado de brujas, aparecidos y duendes.

     Este “Hermano Penitente” como si fuera poco el acompañamiento lúgubre de los latigazos y los gritos, también tenía su cohorte de adeptos. Sus devotos que apoyados en la tremenda influencia del “Hermano”, hacen y deshacen a su sabor, sin miedo ni temor para los peligros terrenales.

     La ceremonia durante la cual el “devoto” hace su pacto con el terrorífico “Hermano” puede ponerle los pelos de punta al más valiente. Con una gallina negra, descabezada, en la mano, el iniciado se dirige al Cementerio, dejando a su paso un sendero punteado de sangre. Allí, cuando la tempestad, que es requisito indispensable para la aparición del “Hermano” éste en su apogeo, invoca su aparición. Aparecido éste, si nuestro audaz “devoto” conserva suficientes redaños para ello, se realiza el pacto que le conferirá poderes especiales al aspirante.

     El “devoto” despide a su tenebroso asociado rezándole la oración de “San Juan Retornado”, y debe retirarse después sin osar tornar los ojos ya que el espectáculo del “Hermano Penitente” envuelto en llamaradas, descabezado, con los írganos abdominales colgando y profiriendo espantosos lamentos, son para desequilibrar a cualquiera. Menos mal que como contraparte, los “devotos” del “Hermano Penitente” adquieren poderes sobrenaturales para prevenirse de peligros y para salir con bien de las más enrevesadas aventuras. Tal diríase de estos devotos del espectral hermano que solo son protagonistas de los “films” de aventuras, en los cuales siempre salen incólumes las primeras figuras cuando ya parecía que tenían listo el pasaje a otro mundo.

     El culto a lo desconocido no siempre tiene esas fases terroríficas en sus invocaciones. Casi podríamos encontrarle un significado poético a la invocación al “Anima Sola”, por ejemplo. Ya no se trata del osado que desea arrostrar peligros precisamente sin peligro, sino del romántico galán un poco maltratado por la suerte y que desea reponer su prestigio amoroso con las doncellas del lugar. Entonces no tiene más que dirigirse a un bosque en horas de la noche y allí invoca a la “Solitaria Dama” que se especializa en asuntos sentimentales. Una vez conseguidos los favores del “Ánima Sola”, el “devoto” podrá emprender la conquista amorosa más difícil con la seguridad de que pronto la victoria será suya diciendo tan solo. . . “Ven. . . ven… Te llama el Anima Sola y yo también”.

     El Ánima Sola no se presenta en forma desagradable sino más bien en forma de mujer cubierta con blancas y vaporosas vestiduras. Dicen otros sin embargo que en las ocasiones en que los curiosos han pretendido presenciar la ceremonia de la iniciación, la Solitaria Dama se les ha aparecido en forma de mujer que arrastra un cuerpo de yegua.

     El Ánima Sola, sin embargo, como todo lo relacionado con el amor, pide fidelidad absoluta. El iniciado no puede nunca abandonar su culto so pena de terminar loco el resto de sus días ante la persecución implacable de su antigua aliada.

     Caminos de tradición sembrados en el corazón del pueblo. Retorcidos caminos que nacieron en la encrucijada de una noche cualquiera al amor de un buen fuego, en los labios del viejo abuelo que recordaba las cosas que había visto, las cosas que había oído y aún, las cosas que había imaginado montado en el potro de una imaginación afiebrada acuciada por el temor a lo desconocido.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

En noches tenebrosas, cuando el viento se retorcía por las callejuelas como si alguien le apretara la garganta, aparecía “La Sayona”.

Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.
Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.

     Oscuras creencias mitad religiosas mitad paganas. A lo largo y ancho de Venezuela las ánimas han puesto su nota de superstición y de ambición. Tesoros enterrados, relucientes morocotas que guarda un “ánima” en espera del audaz mortal que se decida a tomarlas. El ánima Palo Negro, el ánima de La Yaguara, la del Tirano Aguirre, la de la Vuelta del Fraile, el ánima en pena que fueron tema de medrosas conversaciones en la Caracas de calles empedradas y faroles de gas. Ánimas que ahora debe ser muy difícil hallar, ahuyentadas por las luces de mercurio y por la picota incansable que derriba viejos edificios con la misma rapidez con que vuelven a levantarse convertidos en modernos rascacielos o amplias avenidas.

     Hoy, bajo las luces brillantes de la ciudad que vive muy de prisa, no hay tiempo para supersticiones. El “carretón de la Trinidad” se perdería en medio de tantas canalizaciones, el “ánima sola” ha perdido su influjo amatorio y aún el “Hermano Penitente”, nos parece, a la claridad de nuestra concepción moderna, más que un espectral aparecido de tiempos idos, el remoquete de luchador de moda. Ya los grandes no creen en cuentos de brujas y los chicos, si llegaran a oír en labios del viejo abuelo las cosas que vio, que escuchó o que imaginó, solo atinarán a sonreír escépticamente, preguntándose: ¿Qué culebrón habrá estado oyendo el abuelo en la radio. . .? Ya como que le está pegando el calendario. . .”

Grandes etapas de la vida de Caracas

Grandes etapas de la vida de Caracas

     El ritmo del crecimiento de Caracas ha ido borrando de manera implacable todos los recuerdos de la vieja ciudad. Calles, edificios, costumbres, todo ha sufrido una modificación total y hasta el área metropolitana tradicional se ha ampliado en forma fantástica al tender la ciudad hacia el mar su brazo de la Autopista. Por eso resulta interesante brindar al lector en apretada síntesis periodística algunas de las más importantes relaciones que sobre la vida de Caracas en los siglos pasados escribieron cronistas de crédito.

     Estas son cinco estampas que informaron los hechos principales contenidos en las relaciones de Pimentel, Oviedo y Baños, Humboldt, el consejero Lisboa y un viajero norteamericano y dan una noticia bastante veraz y acabada de cuanto fue sucediendo en esta Caracas desde los días de su fundación en 1567, vísperas de la Guerra Federal.

 

Caracas de 1572

La relación de Don Juan de Pimentel

     Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas y sobre el hermoso valle en el cual se levanta se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, el Caballero del Hábito de Santiago, Don Juan de Pimentel. La escribió en el año 1572 por mandato de su Majestad el rey de España.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Mal clima

     La ciudad había sido fundada por Diego de Losada en el año de 1567. Cuando llega Pimentel y emprende su tarea de cronista todavía el nuevo pueblo se reduce a un mísero conjunto de cabañas pajizas, los vecinos son pobres y los días corren iguales. Por estos años, empieza diciendo Pimentel, la provincia de Caracas cuenta con dos pueblos de españoles: el de Nuestra Señora de Caraballeda que está en la costa del mar y el de Santiago de León de Caracas que dista seis leguas de Caraballeda por ser el camino muy torcido. Cuenta que Caracas está fundada en un valle campiña de tres buenas leguas de largo y media de ancho y que todo el valle que se llama de San Francisco declina y corre hacia el sur. Encuentra que el clima del valle es fresco, húmedo y de muchas lluvias, las cuales comienzan generalmente en mayo y acaban en diciembre. Corren en el valle dos vientos contrarios casi todo el año: uno de oriente, otro de occidente. El de oriente sopla desde las nueve o diez horas del día hasta las tres de la tarde, es un viento claro y templado, salvo en el invierno que trae mucha agua. El de occidente sopla de tarde y dura toda la noche. 

     Viene con niebla emparamada, es áspero y desabrido porque procede de unas altas sierras que están a la banda poniente del pueblo. Apunta asimismo Pimentel que este viento lo sienten mucho “los que están tocados de dolor de bubas” por venir frío y desabrido. El cielo del valle, dice, todo lo más del tiempo del año es nebuloso de día y de noche y hay muchas mudanzas y diferencias en su tiempo. Afirma que el sitio y el valle de la ciudad de Santiago de León de Caracas se tiene por más enfermo que sano por los vientos contrarios que en él se corren. Las enfermedades más corrientes son el romadizo y el catarro que suelen dar dos veces en el año, a la entrada y a la salida del invierno. Los catarros, comenta, son más graves a la entrada del invierno que a la salida porque con las lluvias nuevas se revuelven las quebradas y los ríos que descienden de la sierra. A los naturales, agrega Pimentel, se les agrava la enfermedad porque tienen la costumbre de bañarse y entonces sufren dolor de costado. Otras causas de la mayor virulencia de la enfermedad de los nativos las encuentra el Gobernador en dos hechos: lo mucho que beben en las borracheras y el maíz jojoto que comen.

 

Pobres viviendas 

     Informa el Gobernador al Rey que sus súbditos de la ciudad de Santiago de León de Caracas viven en casas de madera, de palos hincados en la tierra y con techos de paja. La mayoría de las casas, afirma, son de tapia, sin alto alguno y cubiertas de cogollos de caña. De 1570 en adelante se han comenzado a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja. Concluye su información oficial diciendo que en Caracas hay una iglesia parroquial de dos curas en ella y que también existe un monasterio, el de San Francisco, de tapias no durables comenzado a fundar por Fray Alonso Vidal el cual vino de Santo Domingo con tal fin.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Caracas de 1700

Un hermoso valle tan fértil como alegre

     Desde los días de la descripción de Juan de Pimentel han pasado ciento cincuenta años. Siglo y medio durante los cuales la mísera lechería se han transformado. Sus calles son anchas y derechas, la mayoría de sus casas son de tapia y de ladrillo. Parques y jardines, plazas y conventos hacen hermoso y reconfortan te el lugar. Un vecino de la ciudad, el muy ilustre José Oviedo y Baños, en el año de 1723, describe con emocionado canto lírico, la ciudad asentada según él “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud en diez y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el punto que forman cuatro ríos que porque le faltase circunstancia para acreditarla  paso , la cercan por todas partes, sin padecer los que la aneguen.

Hermosas con recato y bizarros caballeros

     Para Oviedo en el valle de Caracas debió existir el Paraíso Terrenal, a la ciudad la encuentra sin tacha y a sus gentes sin defectos. “Sus calles son anchas, largas y derechas, dice, con salida y correspondencia” en buena proporción a todas partes, y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica; las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admiran su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas y la principal bien grande y en proporción cuadrada. Fuera de la innumerable multitud de negros y mulatos que la asisten, la habitan mil vecinos españoles, y entre ellos dos títulos de Castilla que la ilustran, y otros muchos caballeros de conocidas prosapias, que la ennoblecen; sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los más puertos de las Indias, y por lo benévolo del clima son de hermosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle ninguno contrahecho  ni con fealdad disforme, siendo en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que es política, que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñan de no saber leer y escribir; y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella; las mujeres son hermosas con recato y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y con tan gran recogimiento, que de milagro, entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso, y esa suele ser venida de otras partes recibiendo por castigo de su defecto el ultraje y desprecio con que la tratan las otras…

     Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concepción, vergel de perfecciones y cigarral de virtudes: no hay cosa en él que no sea santidad y todo exhala fragancia de cielo…

 

Caracas en 1800

Una casa grande, casi aislada

     Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800. Habitan “una casa grande, casi aislada, situada en la parte más elevada de la ciudad”: Desde lo alto de una galería podía contemplar al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrastaba con el sombrío cerco de las montañas que lo rodea. Era la época de la sequía y las faldas de la serranía eran incendiadas por los campesinos que quemando la paja creían mejorar los pastos. Para ese año de 1800 la población de Caracas llegaba a 40.000 personas, de los cuales doce mil eran blancos y veintisiete mil libres de color. 

 

“Caracas ha debido ser colocada más al Este”

     Lamenta Humboldt que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, más debajo de la desembocadura del Anauco en el Guaire, en donde el valle dirigiéndose hacia Chacao, se ensancha en una llanada ancha y como nivelada por la acción de las aguas. Quiere explicar el gran viajero alemán, la fundación de Caracas en la parte más angosta del valle diciendo que en esa época los españoles atraídos por la fama de las minas de oro de Los Teques, no eran aun dueños de todo el valle y prefirieron quedarse cerca del camino que conduce a la costa.

 

Aspecto triste y severo

    Dice Humboldt en su relación que la escasa anchura del valle y la proximidad de las altas montañas del Ávila y de la Silla, dan a la situación de Caracas un aspecto triste y severo sobre todo en aquella estación del año en que reina la temperatura fresca, de los meses de noviembre y diciembre.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

     Las mañanas son entonces de gran belleza: a través de un cielo puro y sereno se divisan claramente los dos domos o pirámides redondeadas de la Silla y la cresta dentada del cerro del Ávila. Pero hacia la tarde, la atmósfera se espesa, las montañas se encapotan: masas de vapores se cuelgan a los flancos de aquéllas, y las dividen como en zonas superpuestas. Lentamente estas zonas se confunden, el aire frío que desciende de la Silla se cuela entre las nieblas y condensa los vapores ligeros en gruesas nubes. Estas bajan a menudo y se las ve avanzar, a ras de tierra, hacia La Pastora de Caracas y hacia el vecino barrio de La Trinidad. “” Ante el aspecto de este cielo brumoso, yo me creía, escribe Humboldt, no en un valle templado de la zona tórrida, sino en el fondo de Alemania, sobre las montañas de Harz, cubiertas de pinos y abetos, pero este aspecto melancólico y el contraste que se observa durante este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierte en medio del estío, las noches de Junio y Julio en Caracas son claras y deliciosas y “la atmósfera conserva, casi sin interrupción, aquella transparencia y pureza propias en tiempo quieto de las alturas y de los valles elevados”

Actores y estrellas

     Encontró Humboldt en Caracas ocho iglesias, cinco conventos y un teatro que podía contener de mil quinientas a mil ochocientas personas. La sala del espectáculo estaba dispuesta de tal modo que el patio, en el cual se sentaban los hombres separados de las mujeres, estaba descubierto, y “se veían al mismo tiempo los actores y las estrellas”. Como el tiempo nebuloso le hacía perder al sabio muchas observaciones de los satélites, desde un palco del teatro podía asegurarse si Júpiter estaría visible durante la noche. Encuentra las calles de la ciudad anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como las de todas las ciudades fundadas por los españoles en América. Observa que las casas son más elevadas de lo que debieran en un país sujeto a terremotos. Y encuentra que las plazas de San Francisco y Altagracia presentan un espectáculo agradable al viajero.

 

Las risueñas siembras del Valle

     Los viajeros encuentran todos los alrededores de la ciudad cultivados. El clima fresco y delicioso favorece el cultivo de las producciones equinocciales. El principal cultivo es el del café. “Cuando este arbolito se halla en flor, dice H., toda la llanura que se extiende más allá de Chacao, ofrece el aspecto más risueño y alegre”. Y al lado del árbol del café y del banano ven los sabios europeos con sorpresa grandes huertos de hortalizas y legumbres de sus países, las fresas, las viñas y casi todos los árboles frutales de la zona templada. Reseñan el hecho de que a medida que en las inmediaciones de Caracas se han establecido los cultivos de café, ha aumentado el número de negros cultivadores y de que en el valle se están reemplazando el cultivo de los manzanos y membrillos por el del maíz y las legumbres. El arroz regado por canales se cultivaba en la llanura de Chacao. Olivos grandes y frondosos eran orgullo en el patio del convento de San Felipe Neri.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

La sociedad de Caracas

     Encuentra Humboldt que mientras en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima, más gusto por las letras; en La Habana y Caracas de 1800 hay mayor reconocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miran más sobre el estado de las colonias y de la metrópoli. Y Observa que en Caracas se han conservado las costumbres nacionales mejor que en otras ciudades del continente y aun cuando su sociedad no ofrece placeres muy vivos y variados, se experimenta sin embargo en el seno de las familias, aquel sentimiento de bienestar que inspiran la franca alegría y la cordialidad, unidos a los modales de la buena educación. Dice el sabio alemán que para 1800 existían en Caracas “como en todas partes en donde se prepara un gran cambio de ideas, dos especies de hombres, podría decirse, dos generaciones muy diferentes. La una, que es poco numerosa, conserva una viva adhesión a las antiguas costumbres, a la sencillez de los hábitos, a la moderación de los deseos. No viven sino de las imágenes del pasado. La América les parece la propiedad de sus antepasados que la conquistaron. Repugnando lo que se llama las luces del siglo, conservan con cuidado sus prejuicios hereditarios. . .” 

     La otra, menos preocupada del presente que del porvenir, tienen una inclinación a menudo irreflexiva por los hábitos e ideas nuevas. He conocido en Caracas, agrega, en esta segunda generación, varias personas distinguidas tanto por su gusto como por su estudio, la suavidad de sus maneras y la elevación de sus sentimientos; los he conocido también que desdeñosas por todo lo que presentan de estimable y de bello el carácter, la literatura y las artes españolas, han perdido su individualidad nacional, sin haber asegurado, en su trato con los extranjeros, nociones precisas sobre las verdaderas bases de la felicidad y del orden social”. En muchas familias de Caracas halló gusto por la instrucción, conocimiento de las literaturas italiana y francesa y una predilección decidida por la música. Asimismo, halló que o existía ningún establecimiento en donde se enseñaran las ciencias exactas, el dibujo y la pintura y que en medio de naturaleza tan prodigiosa y tan roca en producciones, nadie se ocupaba del estudio de las plantas y de los minerales. En la ciudad solo hay un anciano, en el convento de San Francisco, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela y que tenía conocimientos de la astronomía moderna. Y un día vio con sorpresa su casa invadida por todos los frailes de San Francisco quienes deseaban ver una brújula de inclinación.

 

Caracas en 1806

La ciudad vista por un francés

     En 1806, llega a Venezuela Francisco Depons, viene como agente del gobierno francés en Caracas. El diplomático se entusiasma con el nuevo país y considera que es necesario incluir una relación fiel de su vida en los anales de la geografía y de la historia. En estas tierras, dice Depons, la naturaleza vierte sus dones con mano larga y despliega toda su magnificencia sin que el resto del globo se haya dado cuenta de ello. Escribe entonces su “Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme” y alega para su trabajo los méritos de la verdad como base y de la exactitud como ornamento.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Calles y plazas

     Depons es ordenadamente minucioso en sus relaciones. A su vista nada escapa. Su reseña lo abarca todo. A la vida de Caracas en el año de 1806 dedica largas notas. Las primeras están consagradas a reseñar el aspecto general que presentan las plazas, las iglesias y las casas de la ciudad que fundara Diego de Lozada. Encuentra que la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar) la afean unas barracas construidas en los ángulos sur y oeste, las cuales se alquilan a mercaderes en provecho del Ayuntamiento. Allí se efectúa el mercado de todas las provisiones: legumbres, frutas, carnes, salazones, pescado, aves, caza, pan, loros, monos, perezosas, pájaros. Y observa que la Catedral, situada en el ángulo oriental, no guarda con ella ninguna simetría. 

     Dice de las otras plazas que la de Candelaria no está embaldosada, pero que en su conjunto presenta un aspecto bien agradable y que está rodeada por una verja de hierro; la de San Pablo es de forma cuadrada y tiene por todo adorno una fuente colocada en el centro; la de La Trinidad, “que ni forma de plaza tiene, servirá solo para recordar a la posteridad la incuria de los caraqueños; la de La Pastora, al igual que las casuchas que la rodean, “muestran solo el triste aspecto de monumentos abandonados a la voracidad del tiempo”; la de San Juan, espaciosa, irregular y sin embaldosado es utilizada por las milicias para sus ejercicios a caballo. Las casas particulares las encuentra bellas y bien construidas, muchas de hermosa apariencia. Algunas de ladrillos, la mayoría de tapias. Los tejados son puntiagudos o de dos aguas. El maderamen bien trabado y la techumbre de tejas curvas. Lo impresiona la riqueza del mobiliario en las casas de la g ente notable de Caracas y se detiene en los detalles de aquel lujo. En esas ricas casas de caraqueños se ven, dice Depons, “hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofás de madera de estilo gótico sobrecargados de dorado y con asientos de cuero, de damasco o de cerda, altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes; sin embargo, no hay más que un lecho de semejante magnificencia en cada casa principal; ordinariamente es el lecho nupcial el cual por otra parte no es más que un mueble de lujo. La mirada se detiene también sobre las mesas de patas doradas, cómodas en las que el dorador agotó todos los recursos del arte, bellas arañas colgadas en el apartamento principal, cornisas que parecen haber sido empapadas en oro, soberbias alfombras que cubren por lo menos toda la parte de la sala donde están los puestos de honor, pues los muebles se hallan dispuestos en la sala de modo que el sofá, parte esencial del mobiliario, quede colocado en una extremidad, con sillas a derecha e izquierda, y en la otra extremidad la cama principal de la casa, en un cuarto cuya puerta permanece abierta, a menos que no esté en una alcoba igualmente abierta y al lado de los puestos de honor. Estas especies de apartamentos siempre limpísimos y muy bien adornados, parecen como vedados a los habitantes de la casa. Solo se abren, con muy pocas excepciones, cuando alguien viene a llenar los dulces deberes de la amistad o el pesado ceremonial de la etiqueta”.

 

Fiestas

     Encontró el francés que en Caracas las fiestas religiosas eran tantas que, en realidad, en muy pocos días del año no se celebraban las de algún santo o virgen. Se multiplicaban hasta lo infinito porque cada fiesta estaba precedida por una novena consagrada únicamente a las preces; y la seguía una octava, durante la cual los fieles del barrio y aún los del resto de la ciudad, mezclaban las plegarias con diversiones públicas, como fuegos artificiales, música y bailes. Para el viajero francés el acto más brillante de tales celebraciones lo constituían las procesiones que por lo regular tenían lugar en horas de la tarde. Muchos pendones y la cruz abrían la marcha. Los hombres iban en dos filas detrás del santo y los principales de la ciudad llevan, cada uno, un cirio encendido; luego venía la música, los clérigos y, por último, las mujeres contenidas por una barrera de bayonetas.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

El teatro, el juego de la pelota y otros juegos

     Para el año de 1806, el teatro era la única diversión pública de Caracas. Solo había funciones los días de fiesta. El precio de entrada un real. A las representaciones asistían todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, mendigos y paisanos, gobernantes y gobernados. Los actores eran malos y las obras peores. La declamación era monótona, semejante al tono con que un niño de diez años pudiera leer una lección. Ni gracia, ni acción, ni poses naturales, ni inflexiones de la voz, en una palabra, nada de lo que constituye un actor, extrañaba a los viajeros cómo era posible que demostrando los caraqueños gran gusto por la instrucción, miraran con tanta indiferencia algo tan importante en la vida de toda ciudad y que carecieran de un teatro cuya fábrica embelleciera a la ciudad y de actores que  no fueran unos autómatas. Para el año de llegada de Depons a Caracas existían en la ciudad tres frontones en donde se jugaba a la pelota a mano limpia o con pala. Uno estaba ubicado al sur de la ciudad, cerca del Guaire, el segundo hacia el oriente, no lejos del Catuche, y el tercero  en el este, a cosa de media legua de la ciudad. Los vascos habían introducido este juego pero luego lo habían abandonado a los del país, quienes observaban exactamente las reglas y lo practicaban bastante bien. Algunos billares a los cuales asistía casi nadie, formaban el resto de las diversiones de Caracas. El juego por interés se practicaba con mucha frecuencia entre gente de recursos.

Ni liceos, ni paseos, ni cafés

     Se lamenta Depons de la vida que se lleva en Caracas y dice: “Si Caracas poseyera paseos públicos, liceos, salones de lectura, cafés tendría ahora la oportunidad de hablar de ellos. Pero para vergüenza de esta gran ciudad debo decir que ahora se ignoran las características de los progresos de la civilización. Cada español vive en su casa como en una prisión.  No sale sino a la iglesia o a cumplir sus obligaciones. Ni siquiera trata de endulzar su soledad con juegos cultos; gusta solo de aquellos que lo arruinan, no de los que pueden distraerlo”.

 

Blancos, esclavos y manumisos

     Para 1806, año de la relación de Depons, la población de Caracas estaba dividida en: blancos, esclavos, manumisos y escasísimos indios. Los blancos constituían la cuarta parte del total de los cuarenta mil habitantes. Entre la población blanca se contaban seis títulos de Castilla, tres marqueses y tres condes, pero todos los blancos presumían de hidalgos y todos eran hacendados o negociantes, militares, clérigos o monjes, empleados judiciales o de hacienda. Ninguno se dedicaba a oficios o artes mecánicos. Los europeos que residían en Caracas formaban dos clases bien diferenciadas con bastante claridad. La primera la formaban los empleados venidos de España, estos vivían con gran lujo y abusaban de su poder, ofendiendo de esta manera a los criollos quienes se sentían injustamente postergados. La otra clase de europeos residentes en Caracas estaba formada por los vascos y los catalanes, los cuales no intervenían en los negocios públicos, sino que habían venido a trabajar con el deseo de hacer fortuna. Unos y otros eran igualmente industriosos, pero los vascos se distinguían de los catalanes en que, sin fatigarse tanto, administraban mejor sus negocios. Vizcaínos y catalanes se distinguían entre sus connacionales por su buena fe en los negocios y su exactitud en los pagos. Los canarios formaban otro importante número de gentes trabajadoras.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

Las caraqueñas

     Son encantadoras, suaves, sencillas, seductoras, dice galante el francés. Y añade, la mayoría tiene el cabello negro como el jade y la tez de alabastro. Sus ojos grandes y rasgados y sus labios encarnados matizan agradablemente la blancura de su piel. Es lástima, agrega, que la estatura de las mujeres de Caracas no corresponda a la armonía de sus facciones. Muy pocas sobrepasan la estatura media. “Como pasan la mayor parte de la vida en la ventana, podría decirse que la naturaleza ha querido embellecerles la parte del cuerpo que dejan ver con gran frecuencia. Se adornan con elegancia y en cierto modo les halaga la vanidad que se las tome por francesas”.

     Lamenta que en Caracas no haya escuelas para señoritas. Su educación se limita a rezar mucho, leer mal y escribir peor. Ta solo un joven inflamado de amor puede descifrar semejantes garabatos. No les enseñan mucho ni baile, ni dibujo. Cuando aprenden se reduce a tocar por rutina un poco de guitarra o de piano. Sin embargo, su inteligencia, su honestidad, su natural coquetería, su gracia en el vestir, logra borrar la impresión que produce esa defectuosa educación. 

     Esto por lo que corresponde a las clases pudientes de la ciudad, a las blancas cuyos padres o maridos poseen bienes de fortuna o empleos lucrativos, porque la suerte que otras, dice el viajero lleno de pesar, “no tienen a su alcance más medio para ganarse la vida que provocar las pasiones para satisfacerlas después”. Más de doscientas mujeres vivían así para 1806, saliendo de noche para ganar el sustento del día siguiente. Su traje solía consistir en una falda y manta blancas, con un sombrero de cartón cubierto de tela y adornado con flores pintadas o lentejuelas. Cuando la edad o la enfermedad las obligaba a abandonar esta vida, se dedicaban a pedir limosna.

     Los esclavos domésticos eran numerosísimos y la riqueza de las casas principales se medía por el número de ellos. Siempre tenía que haber más de los necesarios, lo contrario se juzgaba como tacañería. Cualquiera blanca, aunque sin gran fortuna, va a la iglesia seguida de dos esclavas negras o mulatas. Las verdaderas ricas llevan cinco o seis. Y había casas en Caracas en donde existían doce o catorce esclavas sin contar con los sirvientes de los hombres. Caracas era la ciudad de las Indias Occidentales con mayor número de manumisos o descendientes de manumisos. Estos ejercían todos los oficios desdeñados de los blancos. Todos los carpinteros, ebanistas, albañiles, herreros, tallistas, cerrajeros, orfebres eran para la hora del viaje de Depons, manumisos o descendientes de manumisos. En ningún oficio descollaban, pues como los aprendían por rutina carecían de los principios del arte. Su trabajo era mucho más barato que el del obrero europeo. Se sustentaban gracias a su gran sobriedad en medio de toda clase de privaciones. Por lo general, sobrecargados de familia, vivían en casas muy malas, dormían sobre cueros y se alimentaban con víveres del país. Su pobreza era tal que siempre que se les encargaba un trabajo siempre había que darles adelantos en dinero. Dice Depons que no hacen del trabajo una disciplina diaria, sino que se acuerdan de él solo cuando les aprieta el hambre. Los dominaba el gusto de pasar la vida en funciones religiosas y formaban la totalidad de las cofradías. Todas las iglesias contaban con cofradías constituidas por pardos libres. Cada una tenía su uniforme cuya diferencia era el color, son como sayales de monjes y los había azules, rojos, negros, etc.

     Las cofradías asistían a las procesiones y a los entierros. Iban a todas las iglesias, pero especialmente a la de Altagracia. Todos los rosarios que discurrían por la ciudad hasta las nueve de la noche se componían exclusivamente de manumisos. Depons apunta como hecho curioso el de que a lo largo de los años ninguno de éstos haya pensado en cultivar la tierra. La nube de mendigos de ambos sexos que pululaban por las calles de la Caracas de 1806 impresionó a Depons. A toda hora entraban a las casas y lo mismo el inválido que el robusto, el joven y el viejo, el ciego y el que goza de buena vista gozaban de la caridad pública y de noche la mayoría se tendía a dormir sin ninguna protección, a lo largo de las paredes de las iglesias y del palacio arzobispal. El arzobispo repartía limosna general todos los sábados y cada mendigo recibía medio esquelino, o sea la dieciseisava parte de un peso fuerte, y en esto se invertían setenta y seis pesos fuertes, lo que corresponde a un mínimum de mil doscientos mendigos, fuera de los pobres vergonzantes cuyo número era mucho mayor y entre los que repartía secretamente sus rentas Don Francisco Ibarra, Prelado de Caracas.

 

Caracas de 1852

El libro del consejero Lisboa

     En el año de 1866 fue editado en Bruselas el libro “Relacao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Equador”, escrito por el brasileño consejero M.M. Lisboa. El autor había vivido en Inglaterra y en 1853 decidió regresar a su patria. En Southamptom se embarcó en el vapor “Orinoco” y semanas más tarde arribaba a La Guaira. Sus notas sobre la vida y costumbre de la Caracas de 1853 son curiosas e imparciales.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

El nombre de las esquinas, confusión de extranjeros

     Uno de los primeros motivos de confusión que encontró Lisboa en su recorrida por la tranquila capital de Venezuela lo halló en el nombre de las esquinas. Pues a pesar de que las calles de Caracas tienen sus nombres como de Carabobo, de las Leyes Patrias, del Comercio, etc., y aun en algunos casos sus números, nadie conocía la posición de las casas sino por esquinas, método que al principio causa confusión al extranjero. Había para 1853 en Caracas ciento cuarenta esquinas son sus nombres, que en algunos casos se explicaban como recuerdos de propiedades particulares o de títulos de familia como las esquinas de Conde, las Ibarras, las Madrices, las Peláez, etc. Las calzadas de la ciudad las encontró muy incómodas y consistían en piedra menuda o guijarro con la parte delgada para arriba. Coches particulares había muy pocos; de alquiler apenas los del comerciante Delfino el cual mantenía una línea regular y diaria de diligencias para La Guaira y de paseos para los arrabales de la ciudad. En los días de la visita de Lisboa a Caracas firmó la Municipalidad un contrato en virtud se obligó un empresario a pavimentar toda la ciudad en el plazo de ocho años, construyendo aceras en toda ella, empedrando a la española las calles longitudinales y macadamizando las transversales. Para la realización de esta obra, cedía el Concejo la renta destinada al arreglo de calles que consistía en un impuesto del alquiler de medio mes de todas las casas alquiladas y de cual se descubrió que producía diez y seis mil pesos anuales aun cuando solo se acusaban como entradas por este respecto, siete mil pesos. 

Las tiendas ocupaban principalmente las calles de las leyes Patrias y del Comercio entre la Plaza de San Francisco y la de San Pablo. En ellas vio el Consejero Lisboa profusión del almacenes y quincallas y artículos ingleses, franceses, alemanes y americanos, pero sin que ningún establecimiento brillara pro su decorosa apariencia.

 

Se proyecta en 1853 la urbanización “El Paraíso”

     Cuenta Lisboa que un caraqueño ilustre muy amigo suyo y concejero municipal presentó en ese año a la consideración de la Diputación Provincial, el proyecto de construir el más lindo paseo público que pueda imaginarse en Caracas y el cual de acuerdo con los planes ocuparía seis cuadras de terreno en la parte inferior de la ciudad bordeando por el lado del sur el río Guaire y accesible por el magnífico puente comenzado (Puente Hierro). A los esfuerzos de este mismo amigo de Lisboa debió Caracas el alumbrado que poseía para 1853. Consistía en faroles encristalados, conteniendo cada uno una luz con cuatro picos, pero sin reverberos. Esta iluminación era sostenida por medio de un impuesto de cuatro reales sobre cada cerdo consumido en la ciudad, impuesto que arrojaba una renta anual de cuatro mil pesos.

 

Casas, nada más

     Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior. Los tres conventos que subsistían de Monjas, Carmelitas de la Concepción son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio Arzobispal y en parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo encuentra el antiguo Convento de San Francisco, sede en ese tiempo del Congreso Nacional y de la Biblioteca, la iglesia del edificio la califico como la mejor de Caracas, sin exceptuar la Catedral. Esta se encontraba sin acabar y desmoronada por fuera.

 

Cómicos, toros y gallos

     Afirma Lisboa que para 1853 no había un solo teatro en Caracas, pues tal nombre no merecía el miserable lugar denominado la Unión, frecuentado por la clase ínfima de la población. Sin embargo, por los mismos días, la Municipalidad había concedido gratuitamente a una compañía suficiente terreno en la Plaza Bolívar para edificar un teatro capaz de contener dos mil espectadores. Existía asimismo una plaza de toros, inútil pues la afición caraqueña era por el coleo en calles y plazas públicas con grave riesgo de los transeúntes. También había un circo de gallos. Y agrega: “Son los venezolanos apasionadísimos por esas luchas. Personas de alta posición social hasta generales interésanse por tales peleas, crían gallos, hacen apuestas y frecuentan la gallera con gran entusiasmo”.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

Caracas en 1857

La posada de Bassetti

     En el año 1857 visitaron a Caracas un grupo de viajeros norteamericanos. Uno de ellos con indudables condiciones de cronista escribió sus impresiones para el periódico “Harper´s New Monthly Magazine” y las publicó en el año 1858. De allí las tradujo y las dio a conocer por primera vez al público venezolano Juan José Churión. Los viajeros llegan a hospedarse en la posada de Bassetti que está situada en la Calle del Comercio y la cual ostenta en el portal y pintado en un farol el nombre del dueño. l centro de la casa es un gran patio rodeado por amplios corredores. En el dormitorio que se les asigna encuentran hamacas y mosquiteros. La casa es de un solo piso como casi todos los edificios de la ciudad y construida a prueba de terremotos. El patio principal es el centro de vida de la posada; al amanecer los viajeros se preparan para el camino y la taza de café o de chocolate se sirve en el corredor tan pronto como se levantan los huéspedes. Al anochecer, después de la comida, los jóvenes montan sus caballos y salen a pavonearse a los ojos de las señoritas sentadas en las ventanas.

 

Pintura de José Tadeo

Visitando la ciudad el norteamericano encamina sus pasos hacia la plaza de San Pablo. Frente a la Plaza, al lado de la tienda del operador de carretas, en una casa de tres ventanas y tan sencilla en el exterior como en el interior, vive el hombre más rico y poderoso de Venezuela para ese momento: José Tadeo Monagas. 

     El hombre acababa de hacerse alargar su período de gobierno. Le pinta el viajero como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad. Todas las mañanas va a pie o a caballo a la Casa de Gobierno con vestido corriente y nunca solo, sino acompañado de media docena de oficiales de tez morena brillantemente uniformados.

 

Situación del Ejército

     El viajero está ahora en la Plaza Bolívar y observa en la esquina opuesta a la oficina del telégrafo y cerca de la Casa de Gobierno, el cuartel. Un oficial de brillante uniforme está tendido en un banco de la puerta, es blanco. Tirados en el suelo en todas las actitudes hay cerca de 20 soldados indios y negros; su traje es de chaqueta corta, mugrienta, de color marrón o azul y pantalones con raya roja. Le pagan un real al día por ración, cuando les pagan. Mil seiscientos hombres forman la fuerza de Caracas. Cuenta el viajero, que a la hora en que se hacía sentir y oír el soldado en la Caracas de 1857, era después de las diez de la noche, cuando al pasearse los trasnochadores oían su retumbante “quién vive”, al que se contesta inmediatamente: “Venezolano”. El centinela gritaba otra vez: “¿Qué gente?”, y había que contestar: “Ciudadano”. Quien no contestaba a tiempo corría el riesgo de encontrarse con una bala o recibir lo que en una ocasión recibió el ministro norteamericano: un pinchazo del soldado que no sabía de fueros diplomáticos.

 

“El buque está a la vista”, “El buque llegó”

     En otro de los lados de la Plaza Bolívar está el telégrafo, es un edificio pequeño que mira a la Catedral. Un alambre tendido de allí a La Guaira atraviesa la montaña y Caracas está muy orgullosa de su telégrafo. “El buque está a la vista”, “El buque llegó”, son los mensajes enviados por el operador yanqui y que hacen que Caracas soñolienta abra los ojos. El paquebote ISABEL y su capitán Tood, son conocidos de todos los viajeros, su goletica es el único medio regular de comunicación entre Venezuela y el exterior; lleva quincenalmente pasajeros y correspondencia desde La Guaira a San Thomas y hace el enlace con los vapores que llegan allí. En el telégrafo se pagan 25 céntimos por un mensaje sencillo hasta las cuatro, después de esa hora el precio se dobla y se vuelve a doblar después de las nueve de la noche.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

La Quinta Avenida de Caracas

     Al Puente de la Trinidad le llama el viajero la Quinta Avenida de Caracas. E invita al lector a acompañarlo en su excursión por esa calle. “Son las seis de la tarde. Todos los jóvenes pasean por la calle y todas las mujeres bonitas están en las ventanas salientes y enrejadas. . . Qué ojos. . . Qué hombros. . . Qué brazos. . . Qué prueba para un extranjero. Antes del anochecer, es lo más agradable pasear por las calles, pararse en las ventanas de las señoritas conocidas y hablar con ellas a través de los barrotes. Si se tiene un caballo bonito y se monta bien, puede lucir su paseo haciendo estaciones en las ventanas que quiera, pues el caballo puede ir a todas partes donde su amo es admitido”.

 

Danzas, valses, polkas y mazurkas

     Cuando llega la noche los paseantes desaparecen y las ventanas se cierran; a las ocho parece que toda Caracas está durmiendo. A distancia oye el viajero música y al aproximarse ve un grupo de gentes alrededor de las ventanas de una casa. Se acerca y mira. Es un baile y el grupo de las personas que están en las ventanas tiene el derecho de ver el baile, de oír la música y de apreciar y criticar a las parejas. Los bailes se comprometen por turnos que generalmente se componen de cuatro o cinco piezas, un vals, polka, mazurka y siempre una danza. La danza es el baile favorito de los caraqueños: se forma una doble fila, señores a un lado, señoras del otro, la primera pareja se inclina delante de la que sigue, y procede con algunas elegantes estaciones, entre las cuales figura una especia de vals para las dos parejas juntas, concluyendo la figura con un vals sencillo y una polka hasta que todos estén en gracioso balanceo al compás de la música, lo que es muy llamativo y toca motivos distintos para cada fase de la danza. Así hasta las dos o tres de la madrugada, que es cuando se van a sus casas a pie, puesto que dos o tres carruajes que hay en la ciudad son más bien para exhibirlos que para usarlos.

 

Buenas noches, Caracas

     Pero la larga excursión del norteamericano lo ha fatigado. Y ahora dice, “volvamos a nuestra posada. Pasamos en salvo los centinelas cuyos ‘quién vive’ contestamos en la forma autorizada, obedeciendo silenciosamente la orden de atravesar la calle. El sereno embozado y armado acaba de gritar ‘las 12m en punto y sereno’. Miramos al firmamento lleno de estrellas, entre las que resplandece la Cruz del Sur y nos estremecemos pensando en las pulgas que vamos a encontrar. El muchacho medio dormido nos abre al fin la puerta después de estrepitosas llamadas, y buenas noches a Caracas.”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, marzo de 1954. Edición extraordinaria.
La Caracas de 1700

La Caracas de 1700

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

Obra escrita por el venezolano Joseph Luis de Cisneros y publicada en España en 1764. En ella, Cisneros aporta información importante sobre la Caracas de mediados del siglo XVII.

     De acuerdo con la información expuesta en el Diccionario de Historia de Venezuela (Caracas: Fundación Polar, 2da Edición, 1997) Joseph Luis de Cisneros fue un agente comercial, viajero y escritor de mediados del 1700. El único libro que parece haber escrito fue “Descripción exacta de la provincia de Benezuela”, cuya publicación fue en el año de 1764. Acerca de referencias sobre su vida es poco lo que se sabe, tal cual sucede con el lugar donde nació. Gracias a su relación comercial con la Compañía Guipuzcoana, recorrió la provincia de Venezuela, así como Maracaibo, Santa Marta y otros lugares de la Nueva Granada. De igual modo, navegó por el Orinoco y alcanzó a llegar a las colonias holandesas de Surinam. Su libro fue publicado por una imprenta que algunos adjudicaron haber funcionado en territorio venezolano.

     Sin embargo, la confusión proviene por el pie de imprenta en el que aparece como lugar de impresión un poblado denominado Valencia. Localidad situada en Guipúzcoa (España), en la ciudad de San Sebastián. Los asuntos que trató en su libro se concentraron en el ámbito de la agricultura, la ganadería y del comercio. En lo que sigue presentamos una sinopsis de la ciudad de Caracas, según Cisneros, de gran importancia porque permiten establecer el consumo y las formas de intercambio de bienes durante el siglo XVIII. Sin embargo, es de hacer notar que sus acotaciones abarcaron lugares más allá de esta ciudad por estar situada en la Provincia que, por uso común, hacía referencia a un espacio mucho más extenso durante el período colonial.

     Para esta nota utilizamos la edición de 1912, publicada en Madrid por la Librería General de Victoriano Suárez. En las primeras páginas aparece una Advertencia preliminar en la que se estampó que esta obra de Cisneros era uno de los libros “más raros de América”. Sin embargo, a pesar de saberse poco del personaje, Cisneros en algunas de las líneas de su escrito dejó sentado que era oriundo de Venezuela. De seguida, una sinopsis de lo que redactó Cisneros sobre la provincia de Venezuela. De ella escribió que existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar, así como que en el interior de ellas existían ingenios de azúcar o “trapiches de grandes fondos”. En ellos se fabricaba azúcar blanca y “prieta”. 

     De igual manera, anotó que existía, en la Provincia, un gran consumo de azúcar, “por no hacerse Comercio para la Europa”. También hizo referencia a los “fértiles, alegres y hermosas Arboledas de cacao, que es el principal fruto, y de más estimación que produce esta Provincia”.

     Hizo referencia, asimismo, a la siembra del tabaco, “de que se hace grandes sementeras, y se labra de diverso modo, porque en todos los valles de Yagua, Aragua, La Victoria, Petare, Guarenas y Guatire labran el tabaco de Curanegra”. De este tipo de tabaco agregó que era muy parecido al que se cultivaba en el Río de la Plata y la ciudad de San Faustino. El tabaco que comerciaba La Real Compañía Guipuzcoana era el denominado Curaseca.

     Refirió el caso del maíz que era sembrado en la Provincia y el que, según los cálculos que presentó, era muy lucrativo. De la yuca escribió que se producía en abundancia y era la base a partir de la cual se preparaba el casabe, “que es un pan muy sano, y que suple por el Bizcocho”. Dejó escrito que en toda la Provincia había producción de trigo en casi toda la comarca, “y la harina es de la mejor calidad, en especial la de los Valles de Aragua en un terreno que llaman Cagua”.

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

En la provincia de Venezuela, en particular Caracas, existían gran cantidad de haciendas donde se cultivaba la caña de azúcar (Pintura de Anton Goering).

Otro tanto era la gran recolección, de acuerdo con Cisneros, de “infinitas raíces” que se producían durante todo el año entre las que mencionó ñame, mapuey, ocumos, batatas, patatas, apios. Entre las frutas mencionó el plátano, cambures, aguacates, piñas, chirimoyas, guayabas, papayas, mameyes, nísperos, membrillos, manzanas, higos, habas, cocos, hicacos y sapotes, entre otros.

En cuanto al café indicó que era de excelente calidad. Dentro de la misma Provincia, pero del lado sur oriental se encontraba la que llamó tierra llana, de gran extensión y que alcanzaba los márgenes del Orinoco. Los llanos que ocupaba la Provincia contaban con condiciones climáticas de constitución secas y cálidas, aunque de aire fresco gracias a las continuas brisas provenientes del nordeste. “Es el temperamento muy sano, sin experimentarse en todo él enfermedades agudas, por la mucha transpiración que tienen los cuerpos”. Estas tierras de las llanuras, hizo notar, producían en gran cantidad pastos para el ganado, “y son tan viciosos y fértiles, que con la altura de sus hierbas se cubre un hombre a caballo”.

     Según su percepción, la extensión territorial de estas llanuras hacía necesario la utilización de la brújula para no perderse en tan grande extensión. En su descripción hizo notar que existía en sus tierras gran cantidad de ganado vacuno y que sus dueños tenían entre diez y veinte mil reses, “y mucho que se cría en aquellos despoblados, sin sujeción; esto es, levantado, sin que puedan los dueños sujetarlo y hacerlo venir a rodeo”.

     Igualmente, en los hatos instalados en estas tierras había criadero de yeguas y que había una importante producción de mulas. Los hatos de mayor dimensión contaban con quinientos caballos y en ellos se producía una prominente cantidad de ganado caballuno. Muchos de estos animales, según su relato, merodeaban sin control por estos parajes. “Es difícil sujetar este ganado, porque es sumamente altanero; y de ordinario se matan huyendo”.

     De los caballos resaltó que los había de mucha hermosura y fortaleza. Cuando se les lograba domesticar eran excelentes corredores de caminos. De acuerdo con sus palabras estas tierras llaneras estaban dedicadas para la cría de estos animales. Aunque sus pobladores cultivaban plátanos, maíz y yuca, “que son el pan cotidiano de su consumo”.

     El agua que se consumía en estos espacios territoriales provenía de ríos y riachuelos cercanos. Destacó la existencia de lagunas, “tan hermosas, que desde lejos parecen mares, pobladas de diferentes aves, y habitadas por innumerables cuadrúpedos; y es el común asilo de los ganados de los hatos que hay por aquellos contornos”.

     Al ser tierras “muy bajas” se inundaban en períodos de lluvia. Por tanto, era preciso navegar por las campiñas anegadas. Contó que en más de una ocasión había tenido que navegar por estos lugares y que, un día, se vio en la necesidad de amarrar las canoas en un roble, “y volviendo a aquel paraje, por el verano, conocí el árbol con más de tres estados en alto”. Relató que las inundaciones duraban entre cuatro y cinco meses del año. Al cesar la inundación se comenzaba la caza de animales silvestres.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

Destaca Cisneros en su obra que, en Caracas, había fértiles, alegres y hermosas arboledas de cacao.

     Le pareció maravilloso observar en los árboles grandes contingentes de aves de rapiña que se apiñaban para consumir las entrañas de los animales muertos por la inundación, al igual cuando, en verano, se provocaban incendios que va “devorando cuantos animales encuentra”. Entre éstos mencionó cachicamos, morrocoyes, sabandijas, culebras, algunas de ellas de seis o siete varas de largo y tan gruesas como el hombre mismo cuyos cadáveres alimentan a aquellas aves carroñeras.

     Puso a la vista que algunos naturalistas y especialistas en el estudio de minerales habían concluido que existían minas con una potencial riqueza en su interior. A partir de esto asentó que no era escasa en la Provincia, como en el pueblo de Baruta, de minas con importantes quilates. Escribió: “Al presente los indios del pueblo, y muchos pobres de su vecindario, sacan granos bien gruesos; y yo he comprado algunos, y es tan suave, y de superior excelencia, que los plateros lo solicitan con bastante anhelo para dorar diferentes piezas”.

     Del mismo modo, recordó el caso de San Sebastián de los Reyes, localidad bastante alejada de la de Baruta, en la que existieron en un tiempo personas dedicadas a la extracción de material aurífero. Pero un conflicto con los indios del lugar hizo desistir a los mineros de continuar con las labores de extracción áurea.

     Expuso que en la Nueva Segovia de Barquisimeto existían minas de cobre, “tan dulce, y excelente, que dicen los meteoristas que se puede aquilatar un metal de superior calidad”. Para el momento de redactar sus líneas no estaba en funcionamiento esta mina, aunque recordó haber visitado el lugar cuando un genovés de nombre Juan Baptista de la Cruz, extrajo cobre para elaborar clavijas que servirían de soporte a las puertas de una iglesia, para la ciudad del Tocuyo. Aún algunos pobladores extraían de ellas material que servía de soporte en los trapiches del lugar, según su escrito.

     Como lo moldeó en su narración no se tenían noticias de otras minas de metales en funcionamiento, “porque la impericia, y pocos fondos, que tienen los moradores de esta Provincia, junto con la desidia y falta de aplicación, les ha hecho carecer de su escrutinio, y solo se aplican a las labores de cacao, caña y tabaco, de cuyo fruto ven la utilidad en poco tiempo”.

     Expuso que, en otras localidades, cerca de San Felipe, en Cocorote, estaba una mina de jaspe blanco. Aseveró que en Carora se conseguía alcaparrosa, así como tierra apropiada para preparar tinta. Dio cuenta de la existencia de cerros de talco, del que se extraían tablas que servían de mesa. También enumeró el tipo de árboles para fabricar madera que era posible extraer de los bosques de la Provincia. Las maderas que mencionó en su escrito eran caoba, cedro, granadillo, jarillo, cartan, sándalo blanco, dividive, gateado, chacaranday y nazareno que era un palo de color magenta, así como el manzanillo de color amarillo, guayacanes y quiebra hachas.

     En cuanto a los árboles y plantas medicinales puso a la vista de sus potenciales lectores los siguientes: los de un bálsamo con una fragancia refrescante y a la vez medicinal, había otros, cerca de la montaña la Escalona, de textura medulosa y color amarillento. Otros como la denominada goma de cedro. Enumeró la existencia de algunos árboles como el algarrobo de los que se podía obtener una resina cristalina muy colorida, semejante al incienso, según su descripción, y el cual servía para “soldar huesos quebrados”, y que, al combinarlo con la goma de cedro, aceite de palo y espíritu de vino se obtenía un brillante barniz de larga duración.

     En su narración también destacó la existencia de un palo llamado Viz, que contenía una goma que servía para curar heridas. Otros arbustos como la Sangre de Drago en ingentes cantidades. De igual manera, hizo notar la existencia de árboles de los que se extraía una resina blancuzca y olorosa llamada Tacamajaca de uso medicinal. Destacó la presencia de vainillas grandes, jugosas, “y más olorosas que las de Nueva España”.

     Presenció la existencia de onoto, pero que los pobladores no aprovechaban todo su potencial y que sólo lo utilizaban para guisar en vez de usar azafrán. En cuanto al añil solo era utilizado para teñir el hilo de algodón que servía para fabricar las hamacas, de gran uso en la Provincia.

     Cercano a las costas, entre las haciendas de cacao, puso de relieve la existencia de un árbol que llevaba por nombre Cola que echaba una suerte de mazorca, en cuyo interior nacía un grano sólido de un tamaño mayor que el del cacao, “la que es muy refrigerante para el hígado, echado en el agua de beber”.

     Destacó la existencia de algunos animales silvestres como la danta, los chigüiros, báquiros, monos de variadas especies, conejos, lapas, lechones de pequeño tamaño, perros de agua, cuya piel era muy apetecida por los españoles, armadillos o cachicamos, morrocoyes, así como otros que el calificó de dañinos, gatos monteses, cunaguaros, zorros y rabopelados. También había mapurites, perezas, aves como la guacamaya, loros multicolores, cotorras, periquitos, palomas grandes como del “tamaño de una buena perdiz”, codornices en abundancia, aves de rapiña y variedad de anfibios, roedores y lagartos, entre otros.

No hubo culpable del secuestro de Domínguez

No hubo culpable del secuestro de Domínguez

El primero de junio de 1972, fue secuestrado en Caracas, por un comando guerrillero, el empresario Carlos Domínguez, Originalmente se planificó secuestrar al hijo, pero, por una confusión, se llevaron al “Rey de la hojalata”, como se le conocía a Domínguez por sus fábricas de envases de metal; más de un millón de dólares pidieron por su liberación. Primer secuestro en Venezuela por el que se solicitó rescate.

Carlos Domínguez Chávez fue secuestrado en Caracas, el primero de junio de 1972, por un comando guerrillero, por el cual se pediría, por primera vez, rescate en Venezuela. El empresario era conocido como el Rey de la Hojalata por sus fábricas de envases de metal.
Carlos Domínguez Chávez fue secuestrado en Caracas, el primero de junio de 1972, por un comando guerrillero, por el cual se pediría, por primera vez, rescate en Venezuela. El empresario era conocido como el Rey de la Hojalata por sus fábricas de envases de metal.

     Durante casi dos semanas, a principios de junio de 1972, estuvo en manos de una organización criminal, aparentemente vinculada con movimientos guerrilleros, el empresario Carlos Domínguez Chávez.

     Conocido como uno de los secuestros más costosos en la historia del país, los familiares del industrial se vieron obligados a reunir cinco millones de bolívares (más de un millón de dólares al cambio de la época) para conseguir su liberación.

     El caso del “Rey de la Hojalata”, así llamaron al empresario, dueño de la fábrica de envases metálicos más importante de Venezuela, movilizó a todos los cuerpos policiales del país y obligó a crear por primera vez el denominado Comando Unificado –Policía Técnica Judicial (PTJ), Dirección de Servicios de Inteligencia Policial (DISIP), Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA) y Policía Metropolitana (PM), así como a los diversos medios de comunicación que dieron cobertura permanente al secuestro.

     Por 13 días continuos, los periódicos capitalinos y de provincia, así como estaciones de radio y TV dedicaron amplio espacio y segmentos para informar sobre el secuestro y el curso que seguían las investigaciones. Cada día aparecían noticias contradictorias, manteniendo el suspenso, como en las series de misterio, donde cada nuevo capítulo trae un desenlace diferente, acelerando el ritmo cardíaco de los espectadores.

     El 15 de junio de 1972, Domínguez fue liberado. En horas de la madrugada llegó en un taxi a su residencia en la urbanización El Paraíso. Los secuestradores lo liberaron después de cobrar el rescate, un millón de dólares en billetes y el resto en papel moneda nacional, totalizando el monto exigido. Y luego se salieron con la suya porque, pese al enorme operativo de investigación y gran despliegue policial, jamás fueron capturados los autores del hecho. 

     Con cierta frecuencia se especuló que las investigaciones estaban a punto de dar con la captura de los culpables, pero nunca se dio a conocer la identidad de los secuestradores.

     En la edición del 16 de junio de 1972 de la revista Élite, en reportaje del periodista Humberto J., González, titulado Domínguez: El Secuestro más caro de Venezuela, se ofrecen interesantísimos detalles del caso: “El viernes 2 de junio, dos periodistas conversaban parsimoniosamente en uno de los bancos de la plaza interior del Congreso Nacional. La mañana había amanecido fresca y a excepción del caso del estudiante Mervin Marín Sánchez, quien el día anterior había sido gravemente herido por una bomba lacrimógena que le estallara en la cabeza, y cuya vida se le iba escapando irremediablemente, los periodistas parecían haberse encontrado con uno de esos terriblemente vacíos días en los que nada ocurre: “no hay noticias”.

     Poco antes del mediodía comenzó a difundirse un rumor: “el industrial Carlos Domínguez, uno de los hombres más ricos de Venezuela, fue secuestrado en La Victoria, Estado Aragua”.

     Al principio muy pocos periodistas prestaron atención al rumor. Nadie se imaginaba que en pocas horas esta “bola” llegaría a convertirse en el caso de secuestro más increíble y sensacional de su tipo cometido hasta el presente en el país. Y el más caro también.

     A medida que el rumor se fue afianzando, comenzó a tomar cuerpo como noticia. Dos emisoras de radio lanzaron la información al aire. En la tarde un vespertino dio una información bastante detallada, señalando que una organización de guerrillas urbanas había realizado el secuestro, el cual habría ocurrido en la población antes mencionada. La información se había originado en Caracas como una noticia local. En posteriores ediciones del mismo diario, la misma tarde, fue corregida y se indicó que la acción había tenido lugar en Caracas. Una organización guerrillera, “Bandera Roja”, en llamada telefónica al vespertino “El Mundo”, se atribuyó la acción y dijo que se debió en protesta contra el atentado policial del miércoles en la UCV, en el cual resultó herido de muerte el estudiante Marín Sánchez.

      Para entonces, ya se había puesto en funcionamiento, en medio de una increíble cantidad de informaciones, desinformaciones, contra-informaciones y presuntas indiscreciones calculadas, todo el aparato periodístico y policial que haría del secuestro del industrial Carlos Domínguez Chávez uno de los casos más extraños de su naturaleza que jamás hayan ocurrido en Venezuela.

     Para el momento de cerrar esta edición de Elite, una semana y dos días después de ocurrido el secuestro, tanto las policías integradas por el “comando anti-secuestro”, como los familiares y la prensa, no habían avanzado más que en la formulación de absurdas y contradictorias hipótesis, que de ninguna manera ayudaban a aclarar las sombrías perspectivas del caso.

     No obstante, el análisis de la inmensa cantidad de datos presentados por la prensa, así como informaciones estrictamente confidenciales logradas en diversas fuentes por el equipo investigativo de ELITE, ha permitido establecer con cierta precisión algunos detalles del caso.

Domínguez apareció en su casa tan repentinamente como había desaparecido hacía 13 días y nueve horas. Desde la reja gritó en varias oportunidades: “Ey… ¡Los de la casa! Abran la puerta”.
Domínguez apareció en su casa tan repentinamente como había desaparecido hacía 13 días y nueve horas. Desde la reja gritó en varias oportunidades: “Ey… ¡Los de la casa! Abran la puerta”.

El secuestro

     De acuerdo con las informaciones obtenidas por Elite, el secuestro del industrial Domínguez obedece a un plan maestro en el cual están incluidos altos personeros del país, así como algunos de sus más inmediatos allegados.

     En este caso particular, el objetivo fundamental no era Carlos Domínguez, padre, sino Carlos Domínguez, hijo. Este, quien regularmente viaja a La Victoria a supervisar la producción de la fábrica, debía haber sido interceptado a su regreso y secuestrado, con el fin de exigir el rescate de los cinco millones de bolívares a su padre.

     La lógica del plan era sencilla: secuestrar al hijo con el fin de lograr que el padre, que es quien posee el dinero, pudiera pagar el rescate inmediatamente. Los secuestradores tenían, además, un plan alterno que debía llevarse a cabo en caso de que el primero fallara: secuestrar al industria|l Domínguez en Caracas. Los secuestradores conocían perfectamente todas las posibles alternativas que pudieran presentarse, y es probable que hubieran emplazado comandos tácticos en los, lugares más frecuentados por ambos.

     Aunque no fue posible establecerlo de manera absoluta, pudo saberse que la noche en que Carlitos Domínguez debía haber permanecido en La Victoria, junto con un primo suyo, decidió regresar antes a Caracas, por lo que el secuestro no pudo realizarse tal como estaba previsto. Esto hizo entrar en acción al plan alterno.

     El jueves a las 7 de la noche, el Sr. Domínguez salió de su casa para visitar algunas amistades suyas. A las 8:45 pm salió de la quinta “Eurídice”, donde había estado conversando con su amigo Bernardo Fernández, a quien pocos minutos antes había dicho que se iba porque sentía un fuerte dolor en el pecho. 

     Inmediatamente se embarcó en su Cadillac para dirigirse a su residencia, la quinta “Anacar”, en la Avenida Páez, situada a unas ocho cuadras de distancia. El comando lo estaba esperando en el angosto callejón a la salida de las residencias “Edén”. Al efectuar la curva para tomar la avenida principal, frente a la escuela de enfermeras “María de Almenar”, en el Callejón Miranda, los secuestradores le salieron al paso y con sus pistolas preparadas para cualquier emergencia, lo conminaron a entregarse. El automóvil placas 1A-52-22 fue encontrado después en la urbanización “Los Laureles”, entre la Universidad Santa María y la Cota 905, el viernes al mediodía.

     El mismo jueves, a las 11:30 de la noche, el teléfono de la quinta “Anacar” repicó insistentemente. Una voz que no se identificó dio un conciso mensaje. El Sr. Domínguez había sido secuestrado por un grupo guerrillero que exigía como condición para devolverlo sano y salvo la entrega inmediata de cinco millones de bolívares. Él se encontraba bien atendido y todas las precauciones habían sido tomadas para evitar que sufriera el menor daño. Sin embargo, y en esto la voz fue muy enfática, era necesario mantener toda la prudencia posible, evitando informar a la policía y a la prensa. Los familiares trataron de lograr mayores detalles, pero la persona que llamaba dijo que muy pronto volverían a entrar en contacto con ellos. Les recordó nuevamente guardar la mayor discreción para evitar peligros innecesarios y colgó.

 

La policía entra en acción

     A las tres de la mañana del viernes 2 de junio, una llamada telefónica alertó a la PTJ de lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente el cuerpo trató de establecer contacto con la familia Domínguez.

     Aunque se ha sugerido la posibilidad de que algún familiar preocupado fuera quien dio la

información a la PTJ, esta hipótesis se ha desvirtuado un poco debido a la resistencia mostrada por la familia o que el organismo policial interviniera directamente en el caso, llegándose incluso al extremo de que se hubiera impedido la conexión de un grabador con el teléfono de la quinta “Anacar”.

     El viernes por la mañana la noticia que se “filtró” a la prensa y dos estaciones de radio la dieron disputándose la primicia. En horas de la tarde, un vespertino la terminó de hacer pública, con detalles que revelaban un íntimo conocimiento de cómo se iba a realizar la operación.

    Aun no se ha podido establecer de dónde surgió la información. Se ha especulado que alguno de los organismos policiales que ahora integran el llamado “comando de rescate” tuviera información confidencial acerca del plan operativo que la semana pasada fuera descubierto en Los Teques, y que de alguna manera esta información hubiera sido “filtrada” a los medios de comunicación, de manera que cuando el secuestro ocurrió, el organismo hubiera pensado que el plan se había ejecutado como estaba previsto, antes que se descubriera el carro abandonado con una nota en el volante en la que se exigían los cinco millones de bolívares. Los analistas piensan que esta hipótesis no debe ser totalmente abandonada hasta que se sepa cómo habiendo ocurrido el secuestro en Caracas, los medios transmitieron la información correcta de acuerdo con el plan principal.

Casa del industrial Carlos Domínguez, ubicada en el callejón Monteverde de la Urbanización El Paraíso, en Caracas.
Casa del industrial Carlos Domínguez, ubicada en el callejón Monteverde de la Urbanización El Paraíso, en Caracas.

Punto Cero

     Desde altas horas de la noche del jueves, decenas de periodistas y centenares de curiosos se habían aglomerado frente a la quinta “Anacar”, con el fin de obtener la mayor información posible acerca del secuestro. El viernes por la mañana, la familia Domínguez dio a conocer que los cinco millones ya habían sido retirados de un banco local y que solo esperaban las instrucciones de los secuestradores para establecer contacto y entregar el dinero, después de lo cual, unas 72 horas más tarde, según lo exigían los raptores, el Sr. Domínguez sería puesto en libertad.

     Mientras tanto, el comando unificado de rescate había delegado en la PTJ la investigación básica del suceso. Esta había comenzado en la llamada “Curva Siete Machos”, cerca de La Victoria, donde tres personas que se desplazaban en un automóvil Hillman, color verde, habían sido observadas en actitudes sospechosas, cerca de la Plaza Bolívar, el jueves primero, pasadas las diez de la noche. Evidentemente, ellos integraban el comando que tenía como objetivo secuestrar al joven Domínguez, cosa que como ya sabemos no se pudo lograr.

    Aparentemente en La Victoria y las zonas adyacentes estaba operando más de un comando de intercepción, puesto que también fue observado un Oldsmobile gris el viernes 3 a eso de las 7:30 de la mañana, también en forma que despertó sospechas más tarde cuando comenzaron las investigaciones. A las dos de la tarde del viernes ocurrió un incidente que haría cambiar el rumbo de las averiguaciones que el “comando unificado de rescate” estaba realizando. Justo frente a la quinta “Anacar”, en el edificio donde está ubicada la sucursal del Banco del Centro Consolidado, ocurrió una balacera en la que resultaron muertos los dos ocupantes de un Hillman placas 2D-5683, en todo semejante al observado con anterioridad en La Victoria.

     A pesar de que la acción ocurrió delante de los asombrados ojos de los periodistas y reporteros gráficos, muchos de los cuales lograron captar en sus placas fotográficas los relampagueantes eventos que se desarrollaban ante ellos, todo ocurrió con una rapidez tan vertiginosa que es muy difícil dar un detallado recuento de la secuencia de sucesos.

     Los dos ocupantes del vehículo fueron identificados como Ramón Antonio Álvarez y Rafael Botini Marín. Ambos tenían un amplio prontuario como guerrilleros en los organismos policiales. El primero fungía como jefe de un grupo guerrillero, y el segundo como segundo jefe del mismo grupo que entonces se llegó a conocer era la organización llamada “Punto Cero”.

     Parece ser –a pesar de que los organismos policiales han tratado de demostrar que no existe ninguna vinculación lógica entre ellos y el secuestro del industrial Domínguez– que ellos eran los encargados de establecer el primer contacto con la familia del secuestrado.

     De acuerdo con algunas informaciones obtenidas confidencialmente, Álvarez y Botini debían haber establecido un contacto en la autopista Caracas-Valencia para deshacerse de las armas y poder penetrar sin peligro en la capital. Ese contacto, por cualquier motivo, no se realizó y en algún momento fueron avistados por los integrantes de una patrulla de la DISIP quienes inmediatamente se lanzaron detrás de ellos. Los guerrilleros fueron alcanzados probablemente sin que hasta ese momento se hubieran dado cuenta de que los estaban siguiendo, cuando llegaron a su destino, o sea, frente a la quinta del industrial secuestrado.

     En cuanto a lo que pasó después, existen varias versiones, entre las que predomina la versión oficial: los guerrilleros resistieron la voz de alto e intentaron hacer uso de sus poderosas armas que traían guardadas en un maletín. La versión oficial señala que traían sus pistolas automáticas listas para disparar y varias cacerinas en sus bolsillos. Sin embargo, es curioso comprobar que las fotografías que fueron tomadas por los reporteros gráficos de los diferentes diarios, en cada una de ellas las posiciones de los brazos y del cuerpo son ligeramente diferentes y por lo menos en una de ellas (publicada por El Nacional en su última página) no puede apreciarse ni la pistola ni el abultamiento producido por ella.

     Otro detalle que se suma a los anteriores para establecer una vinculación entre Álvarez y Botini, por una parte y el industrial Domínguez, es el hecho de que en una residencia ubicada en la urbanización “El Trigal”, en Los Teques, donde residía Carlos Rafael Botini Marín junto con su esposa y la cual fue allanada por las autoridades, se encontró un plan operacional en el que había una lista de personalidades que iban a ser secuestradas en el mes de junio, y en el que se especificaban los hábitos de las potenciales víctimas, sus rutas, nexos de amistad y de familia, etc.

Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.
Un momento culminante fue cuando padre e hijo se unieron en un abrazo tras casi 14 días de suspenso y angustia.

     Parece ser bastante obvio que la misión de los jefes de “Punto Cero” –que, dicho sea de paso, el término implica un objeto o persona sobre el cual se centraliza una acción, tal como las coordenadas de la mirilla de un rifle telescópico– era esencialmente de contacto, más que de ataque. De otra manera hubieran venido mejor preparados, y no tan al descubierto como se presentaron, justamente para caer en la “boca del lobo”.

     El hecho de que hubieran caído tan inocentemente en manos de las autoridades ha despistado, aparentemente a las mismas, que basan su explicación en que no existe vinculación alguna entre ellos y el secuestro en que sabiendo como sabían cuán buscados eran por las diferentes policías del país, parece absurdo pensar que fueron tan cándidos como para arriesgarse en una operación de tal naturaleza. Esta presunción de las autoridades tiene bastante peso, pero, de todas maneras, la evidencia parece apuntar en el sentido contrario.

Los guerrilleros de La Victoria

     Mientras tanto, las averiguaciones del “comando unificado” habían llevado a los investigadores a La Victoria, donde se descubrió un pequeño nido de guerrilleros, el cual –después de sufrir un ataque de varias horas– dio como resultado cuatro guerrilleros muertos, tres detectives heridos y el incautamiento de una cantidad de armas y literatura de izquierda. En esta acción participó además el batallón de “cazadores” del ejército. La DISIP dio a conocer que, aunque pertenecían a “Punto Cero”, no estaban envueltos de ninguna manera en el secuestro.

5 millones de rescate

     Mientras que por la prensa y la opinión pública esperaban la liberación del industrial Domínguez, a cambio de los 5 millones de bolívares que, supuestamente, habían sido entregados en dos maletas, una de 35 kilos de peso y la otra de 40 kilos, por uno de los hijos naturales del señor Domínguez, en un sitio no especificado de Caracas, entre las 11 y las 12 de la noche, los organismos policiales especulaban si el secuestro había sido organizado por el hampa internacional, por el hampa común o por las guerrillas urbanas. 

     Las especulaciones periodísticas iban en aumento también y a ellas se agregaban los contactos que los guerrilleros o tal vez otros grupos también interesados en los cinco millones, establecían con los diferentes medios de comunicación.

     Los secuestradores hicieron saber que necesitaban saber el nombre de los medicamentos que necesitaba el señor Domínguez. La estación de televisión del gobierno hizo un pequeño trabajo documental explicando cuáles eran esos medicamentos y cómo se usaban.

     La idea de que los secuestradores liberarían al industrial desapareció cuando la prensa comenzó a sospechar que la entrega del dinero jamás había ocurrido. En primer lugar, una expresión atribuida a Carlitos Domínguez –“si no lo sueltan hoy no hay dinero”– que después fue presentada también en boca de su esposa, y después una carta escrita en tono bastante grave y firmada por “Júpiter”, en la que alertaba a los familiares de que habían violado todos los convenios establecidos, descubrieron la realidad de las cosas.

     Después, el hijo del industrial explicó que la persona que iba a actuar como contacto se había negado. El señor Gásperi, quien hubiera realizado tal operación, devolvió los cinco millones, y Carlitos Domínguez pidió a los secuestradores que aceptaran lo involuntario de la situación. El joven propuso buscar otro mediador y hacer de lo ocurrido “borrón y cuenta nueva”.

 

La historia se repite

     Será necesario volver a comenzar desde el principio. Para la policía significa un margen relativamente grande, pero parece ser que los secuestradores se sienten bastante seguros. Aunque no han dado ninguna señal acerca de la seguridad personal del industrial Domínguez, se nota como un cierto interés en resguardarle su vida, porque de ello dependerá que se cobren los cinco millones de bolívares. Por otra parte, la policía parece haber descubierto un escape en su sistema de comunicaciones y ya se han señalado a dos presuntos implicados, Francisco Antonio Peña Salazar y Juan Alberto Agreda, quienes hasta hace unos pocos meses estuvieron empleados como técnicos de comunicaciones de un organismo de seguridad.

     También se ha señalado que mientras que la policía se ha abstenido por lo menos parcialmente de perseguir a los secuestradores, ya se está planificando ante el Ministerio de Justicia y la PTJ la inmediata acción a seguir una vez que el industrial sea liberado. En la edición de la revista Élite del 23 de junio, el reportero Humberto González elabora una crónica ilustrada con gráficas de la liberación de Domínguez con gráficas exclusivas de José Luis Blasco.

     “A las cinco y media de la mañana aproximadamente, un auto color crema pasó frente a la residencia. El auto hizo unos movimientos que parecieron extraños y Freddy Urbina pensó que la larga espera llegaba a su fin. Rápidamente sacó su libreta de notas y escribió el número de la placa. El carro desapareció velozmente. Poco después, mientras Freddy llamaba a la PTJ para comunicar lo que había visto, se acercó otro carro a la residencia. Era un auto de alquiler. Un anciano de cabellos plateados se bajó, se metió la mano en el bolsillo para pagar. Le faltaba un real. El chofer lo dejó así. El anciano tembloroso seguramente por la debilidad y por el frío de la mañana, se dirigió a la quinta “Anacar”.

Repentinamente los periodistas despertaron y alguien gritó: “¡Es Domínguez!” y todos corrieron a su encuentro. La larga espera había terminado”.

 

¡Ey! los de casa ¡abran!

–¿Es usted el señor Domínguez? – preguntaron los reporteros.

–Si. Soy yo.

     El industrial secuestrado había aparecido tan repentinamente como había desaparecido hacía 13 días y nueve horas. Se acercó a la verja de su mansión. Mientras los reporteros trataban de interrogarle, los fotógrafos disparaban sus cámaras tomando las fotografías del caso más sensacional ocurrido en los últimos diez años.

     ¡Ey! los de casa ¡Abran la puerta! El millonario quería entrar a su casa, pero a esa hora todos dormían. Entretanto, los periodistas trataban de sacarle alguna información acerca del secuestro de que fuera víctima.

     Domínguez relató con palabras entrecortadas, cómo fue dejado en libertad. Los secuestradores le vendaron los ojos y por aproximadamente dos horas lo condujeron en un vehículo hasta un lugar cerca de Los Chaguaramos. Antes de salir del refugio donde estuvo prisionero le aplicaron una inyección en el muslo de la pierna derecha con el fin de adormecerlo.

     Después, aparentemente, perdió el conocimiento. Transcurrido cierto tiempo, al despertar de su letargo, se encontró en el lugar mencionado, tendido en el suelo, con una cobija que lo protegía del frío. El industrial relató que un desconocido lo había auxiliado y le había ayudado a encontrar un carro de alquiler en el cual se había trasladado hasta su residencia.

El viejo cementerio de San Francisco

El viejo cementerio de San Francisco

Días de noviembre neblinosos, grises, enguantados de humedad. Noviembre de los muertos, propicio a las rememoraciones, a los recuerdos de los que han traspuesto la plataforma de su viaje final. Días para evocar tradiciones, leyendas, cuentos, consejos de abuelas o historias de fantasmas. Bajo este mes de nieblas, bajo estos días de duelo nació esta crónica de Alberto Caminos sobre el viejo cementerio de San Francisco, ubicado en pleno corazón de Caracas.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

“Los cementerios particulares”

     Cosas del tiempo y de los hombres de ese tiempo era costumbre antaño, en nuestros días iniciales de la colonia, el poseer Cementerios particulares.

     Con un simple impuesto, con el pago de tal o cual renta, tenían su vida de polvo y hueso los Cementerios de Asociaciones, cuerpos, conventos, etc.

     De ahí este viejo Cementerio del Templo de San Francisco (antiguo convento del mismo nombre), el de la esquina de Los Canónigos, el de San Pedro y tanto otro fácil de señalar por medio de viejas lecturas, en el lomo polvoriento de los textos.

     De ahí que no haya por qué extrañarse el que hoy en pleno Siglo XX, y en pleno corazón de Caracas, la cámara del Repórter haya podido enfocar estos aspectos macabros que más bien parecen estar ubicados en sitios desolados, áridos, tristes, lejos de los bocinazos de los automóviles, de los cláxones de los carros de paseo, de la campanilla lenta de los tranvías eléctricos y de la voz chillona del billetero o el pregonero por menor.

Los franciscanos en caracas

     Obra de auténtico valor, labor de cultura, de enseñanza, la de las Misiones Religiosas en tierras caribes. De ellas resalta por su apostolado y perseverancia a pesar de malos fracasos y pérdidas de vidas, la de los Franciscanos.

     Acerca de la fecha en que llegaron a Caracas los primeros franciscanos se menciona (Padre Lodares) el que un empleado del Archivo Nacional encontrara una nota que decía: “Haber sido el capitán Díaz Alfaro quien trajo los primeros franciscanos a Caracas en el año 1569”.

     Otros autores dicen que fue ese mismo año el valeroso Garci González de Silva y es hasta casi posible que intervinieran los dos, pues el primero de los nombrados vivía en Caracas para el año en cuestión, y el segundo colaboró eficazmente en este asunto de las Misiones Franciscanas. Sin embargo, se cree que el convento no se comenzó a fundar sino hasta el año de 1574, ya que en la memoria presentada por el gobernador de Caracas Don Juan de Pimentel, que llegó a esta ciudad el año de 1577, dice a este respecto: “En esta ciudad de Santiago de León hay un Monasterio de San Francisco, de tapias no durables; comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo con otros frailes (ha) tres años a el dicho efecto, en cuya fundación le halló Fr. Francisco de Arta, Comisario que por orden de V. Majestad vino con siete religiosos y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”. Y todavía como para darle mayor consistencia a estas afirmaciones añade un plano de la ciudad en el cual no aparece ningún otro convento sino el de San Francisco y precisamente en el lugar que actualmente ocupa el Templo del mismo nombre.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

     Como ya hemos dicho era costumbre sancionada por la ley esto de los cementerios particulares. Debido a eso el Convento de San Francisco poseía el suyo, donde eran enterrados no tan solo los frailes sino todo aquel elemento pudiente, de significación, que se hiciera acreedor a tal honor o que pudiera hacerlo.

     Buena prueba de ello nos la da la visita que hemos hecho al viejo cementerio del Convento franciscano de Caracas, ubicado en la esquina de San Francisco ocupada actualmente por el Templo del mismo nombre.

     Apellidos conocidos y de relieve en la Colonia. Nombres ilustres de elementos españoles de la época, se pueden advertir en las lápidas que cubren las bóvedas que han resistido el embate de los años. penetra el espíritu una especia de recogimiento mezclado con su poco de pavor el presenciar los sótanos del Templo de San Francisco. 

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

     Ataúdes ruinosos, esqueletos que solo esperan la caricia del viento para espolvorear su hueso centenario, viejas maderas que han probado su calidad, asombran las pupilas del explorador que ignorara la cercanía de paisaje tan grave y tan secular.

     Estrechos pasadizos conducen a los departamentos de los sótanos. Después de la amplia sacristía, caminando poco trecho estamos en ellos. El creyente que reza, el paseante que escampa a las puertas del templo, la muchacha que vino a cumplir la promesa, ninguno quizás sospechará que a pocos pasos suyos se levanta este pequeño cementerio secular, combatido por los años que han hecho mella en su vida de huesos y polvo.

     Los momentos pasados en la tétrica compañía nos han ensombrecido los rostros. Meditaciones, pensamientos, imaginación. Salimos al aire fresco de la calle y ante el paisaje pujante y vigoroso de la vida que ríe y vibra, lo otro parece un sueño”.

FUENTE CONSULTADA

  • Caminos, Alberto. El viejo cementerio de San Francisco. Elite. Caracas, 22 de noviembre de 1949; Páginas 44-45 y 60
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