Consecuencias del IGTF en el sector comercio – Leonardo Palacios Márquez

Consecuencias del IGTF en el sector comercio – Leonardo Palacios Márquez

     Leonardo Palacios Márquez, Presidente de esta super centenaria institución, plantea en una entrevista del programa A Tiempo de Unión Radio, las consecuencias del Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras, cuya implementación resulta en una distorsión, además de resultar inflacionario para la economía venezolana.

     Para conocer más acerca de estas propuestas, puede acceder a la entrevista a continuación

Consecuencias del IGTF en el sector comercio – Leonardo Palacios Márquez

Presidente de Cámara de Comercio de Caracas: Más que reducir la tasa, debe eliminarse el IGTF

     Leonardo Palacios, quien es abogado tributarista, plantea que debe buscarse más eficiencia en el diseño del IVA y que, efectivamente, este impuesto tenga menos exenciones.

     El Presidente de la Cámara de Comercio de Caracas, Leonardo Palacios, insiste en su llamado al Gobierno para que elimine el Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras (IGTF).

     “No se trata de reducir la tasa, es que hay que eliminar el impuesto y buscar ser mucho más eficiente en el diseño del Impuesto al Valor Agregado (IVA), tratar de buscar que, efectivamente, el IVA tenga menos exenciones. Que el IVA se corra por toda la cadena desde la importación hasta el consumo final, sin obstáculos, y que eso lleve a una mayor recaudación”, expresa.

     Palacios, también abogado tributarista, sostiene que la Cámara de Comercio de Caracas ha mantenido una posición desde hace mucho tiempo desde que entró en vigencia la primera variación del IGTF que, a su vez, viene del Impuesto al Débito Bancario: “Hemos sido constantes en advertir de la necesidad de incorporar procesos de reforma tributaria que lleven a una racionalización de la carga impositiva”.

     Añade que eso implica establecer modificaciones importantes en el IVA, el Impuesto Sobre La Renta (ISLR), la eliminación del Impuesto al Gran Patrimonio y, por supuesto, el IGTF.

     “No es que no se quiera pagar impuesto. Lo que se busca es que los impuestos sean eficientes en la recaudación y no distorsivos en el proceso productivo. No solamente es el comercio, es la industria, es el comercio, es la prestación de servicios que no son más que eslabones para la causación del impuesto, y quien en definitiva paga el impacto, la incidencia final del tributo, es el consumidor final”, puntualiza Leonardo Palacios.

     Asimismo, el Presidente de la Cámara de Comercio de Caracas explica que todo impuesto se traslada y forma parte de la estructura de costos de un bien, con lo cual el precio final de los bienes y servicios recoge el impacto de los impuestos.

     “Cuando estos son diseñados de manera errática para la coyuntura y no para la visión de las finanzas públicas, en función de la productividad y el desarrollo económico, traen consecuencias negativas”, subraya.

     Expresa que lo importante es entender que el IGTF es, dentro de un contexto general, un elemento fundamental para iniciar un proceso de reforma tributaria.

     “Para eliminar la resistencia a la imposición, que nos preocupa en el sector empresarial y académico, es tratar en la medida de lo posible de que los impuestos sean lo suficientemente transparentes. Evitar la opacidad en la gestión de tributos, la violencia con que se vienen recaudando los tributos a nivel nacional, estadal, municipal y parafiscal”, indica.

     El Presidente de la Cámara de Comercio de Caracas dice que debe trabajarse en la formalización de todos los agentes económicos: “Que todos paguemos en función de nuestra capacidad contributiva de consumo, de poder hacer frente a las exigencias del Estado. El Estado debe entender que cuando se habla de cantidades inmensurables de dinero, como ha venido denunciando el Fiscal General de la República en todos estos procesos del sector petrolero, por vaciado de las arcas, tiene que pensarse que la gente va a decir que, por otro lado, tienes un sector productivo golpeado por la inflación, por la devaluación y a una ciudadanía contra la pared, le estás exigiendo estos impuestos”.

     Por otra parte, Palacios señala que hay que tener en consideración que el Impuesto sobre la Renta porque constitucionalmente marca la progresividad, es decir, la justicia o no del sistema tributario.

Curtis y el caraqueño de finales del siglo XIX

Curtis y el caraqueño de finales del siglo XIX

El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

     William Eleroy Curtis (1850-1911) nació el 5 de noviembre de 1850 en Akron, hijo del reverendo Eleroy y Harriet (Coe) Curtis. Se graduó de Western Reserve College en Cleveland, Ohio, en 1871. Más tarde se convirtió en fideicomisario de esa institución.

     Un escritor prolífico, Curtis escribió más de treinta libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur. Su interés por los países latinoamericanos y la mejora de las relaciones entre América del Norte y del Sur lo llevaron a ser nombrado secretario de la Comisión Sudamericana por el presidente Chester A. Arthur, con el rango de Enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario, en 1884, director de la Oficina de las Repúblicas Americanas en 1890 y jefe del Departamento Latinoamericano de la Exposición Colombina Mundial en 1893.

     De 1890 a 1893, Curtis se desempeñó como director de la Oficina de las Repúblicas Americanas (más tarde conocida como la Unión Panamericana). En 1892 cumplió el rol de enviado especial del Papa León XIII y de la Reina Regente de España. En 1896 se desempeñó como agente especial para el subcomité de reciprocidad y tratados comerciales para el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

     En 1908, fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo del Comité Panamericano de los Estados Unidos. Curtis murió el 5 de octubre de 1911 en Filadelfia, Pensilvania.

     En lo que se refiere a Caracas y la dinámica social a la que prestó importancia fue la relacionada con el trato que recibían los extranjeros en la capital de Venezuela. De acuerdo con sus propias palabras los provenientes de otros países eran muy bien recibidos y que los caraqueños se mostraban corteses con ellos. 

     Además, indicó que quienes traían consigo cartas de recomendación o presentación no encontraban ningún inconveniente “a la hora de asegurarse una calurosa bienvenida en casa de las mejores familias”. Sin embargo, agregó que quien no contara con carta de presentación le era difícil ser aceptado en la sociedad caraqueña, “debido a la cantidad de aventureros que van a Venezuela, así como a otros países de Suramérica, no sólo oriundos de los Estados Unidos, sino de todas partes del mundo”.

     Se alejó de una percepción generalizada acerca de los suramericanos y de acuerdo con la cual los habitantes de estas tierras eran personas “escasamente civilizadas”. Recordó el caso de algunos individuos que habían perdido su fortuna en otros lugares y venían a Caracas a enriquecerse, disposición que Curtis calificó de errónea. A esto agregó: “No hay ciudad en el mundo donde el carácter y la conducta de un extraño, se escudriñe y se critique más severamente que en Caracas y antes de aceptar a alguien en la santidad de su hogar, el caraqueño desea conocerlo bien”.

     De igual manera, existía una actitud muy similar en los tratos comerciales. Anotó que los comerciantes le venderían a cualquier cliente que los visitara, “pero no le comprarán a quien no conozcan”. Según su percepción le tratarían de manera deferente y cortésmente, “pero esto no significa nada”.

Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

     Entre las expresiones de cortesía recordó el hecho del ofrecimiento, por parte del caraqueño, de sus propiedades y las instalaciones de su casa, “pero esta es simplemente una muestra convencional de cortesía”. Anotó que, si un extraño tocaba las puertas de un propietario o encargado de negocios sin una carta de presentación, se le pediría, “en nueve casos de diez, que regrese al día siguiente, despachándolo sin la mayor satisfacción”. No obstante, si un forastero se presentaba ante un potencial comprador con la debida carta de presentación será recibido con beneplácito no sólo por parte de esa persona, sino de todos aquellos allegados a ella.

     Ponderó que una carta de presentación en América del Sur tenía un gran valor a diferencia de lo que con ella se podría lograr en los Estados Unidos. Curtis la asoció con una garantía de la buena reputación y de la condición social del forastero, “la seguridad de que su portador es digno de confianza y un reconocimiento a la hospitalidad de aquél a quien va dirigida”.

     De igual manera, puso a la vista de sus potenciales lectores que, algunas características de las que denominó las “viejas familias de la república”, es decir las descendientes directas del linaje ibérico, eran visibles aún. De estas familias expresó que eran de enfáticas ideas de decoro y que eran consecuentes con sus habituales modales y actos ceremoniales. “preferirían morir antes que violar las leyes de etiqueta y esperan los mismos escrúpulos de los demás”.

     Agregó que las uniones matrimoniales, por lo general, se llevaban a cabo entre parientes y que, gracias a esta práctica, tanto los prejuicios como las preferencias se extendían con extremada frecuencia y facilidad. “Hay como una masonería social entre ellos, y la aceptación de algún extranjero, por parte de la familia, le hará ganarse con toda seguridad la confianza y la atención de todos sus parientes conocidos”.

     En lo que respecta a sus inclinaciones y participación política puso de relieve que era de escasa importancia entre estas familias. En cambio, existía entre sus integrantes una fuerte disposición hacia el trabajo en sus haciendas de café, cacao y azúcar y, entre algunos, las actividades comerciales.

     De igual modo, si ejercían una actividad profesional como médicos, abogados o ingenieros lo hacían sin combinarlas con las actividades políticas, “y evitan hacer comentarios sobre la actuación del gobierno”. A partir de esta consideración, aseveró que la política era muy diferente para quienes hacían vida a su alrededor. Agregó que ella resultaba de provecho para algunos y que uno de los principales propósitos de “todos los dirigentes revolucionarios” era apoderarse del erario público para provecho personal y de sus acólitos.

Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

     En este sentido, sumó que el presidente de la República tenía control absoluto de las finanzas nacionales. Tenía la potestad de firmar contratos fuesen buenos o no para la República, “y con solo una orden puede retirar en cualquier momento todo el dinero de las bóvedas del tesoro”. Agregó que para llevar a cabo tal acción no requerían de la aprobación del Congreso de la República ya que sus gastos estaban contemplados en ella como parte del presupuesto nacional. “Pero se explican de una manera plausible y los opositores entienden que no está considerado de buenos políticos indagar muy de cerca los por qué y los por cuánto de los actos del ejecutivo”.

     Del proceder político dijo que cuando algún caudillo llegaba al poder postulaba a sus adláteres para los cargos de mayor importancia en Caracas. Los hace gobernadores y agentes aduaneros. Luego de los nombramientos les procura concesiones para que tengan un sustento. Al saber que esos cargos son temporales y que pueden salir de ellos en medio de una nueva asonada militar y “se benefician tan rápido como puedan sin miramientos de ninguna especie en cuanto a medios o métodos”. Tanto así que algunas penas o multas impuestas se eludieran a favor de los funcionarios de turno.

     Puso el ejemplo de un familiar de Antonio Guzmán Blanco quien tenía el privilegio de importar cemento y que el gobierno se lo pagó al precio impuesto por el importador. “De modo que cada barril de cemento usado para pavimentar las aceras le reportaba un beneficio de cinco a seis dólares a su bolsillo con lo que se hizo rico”. Recordó otro caso en el que Guzmán Blanco había colocado a un amigo en la aduana y le permitió el privilegio de traer un tipo de mercancías con lo que también se enriqueció.

     Luego de hacer estos señalamientos pasó a describir una “iglesia amarilla” al lado del cerro El Calvario, para él un poco aislada y casi inaccesible. Constató que la mayoría de las personas exclamaban sorpresa al verla por primera vez y se preguntaban por qué se había erigido una iglesia en semejante lugar. De inmediato pasó a contar la historia de esta edificación. Según sus palabras cuando Joaquín Crespo era un ciudadano más, su esposa, hizo una promesa de que si su esposo llegaba alguna vez a la presidencia ella mandaría a erigir una iglesia en honor de la Virgen de Lourdes, aunque logró la presidencia gracias a Guzmán Blanco y no por la intercesión de la santa, la hizo construir, dejó escrito Curtis. En suma, esta edificación, así como la vía que se construyó para llegar a lo alto del cerro fueron propulsadas por Joaquín Crespo y con la contratación de amigos para su culminación.

Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

     De inmediato Curtis pasó a describir algunas situaciones relacionadas con la vida de este último. De él expresó que era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas. Llamó la atención respecto a los nombres o denominaciones de cada una de estas estancias o propiedades que, para Curtis, tenían nombres poéticos, “que demuestran la imaginación o el buen gusto del propietario. Algunas se llaman en honor de personajes famosos en la historia, otras, conmemoran acontecimientos notables. El nombre puede inspirarse en la ficción o la poesía, o en que a cierto miembro favorito de la familia se le distinga bautizando la plantación en honor de él y más a menudo, en honor de ella”.

     Agregó a sus consideraciones sobre los pobladores de Caracas que cuando se visitaba a “un nativo puro de verdad”, aquel que mantenía inveterados hábitos y que no se había alterado a lo largo del tiempo y por contactos con extranjeros, “lo reciben a uno con una solemne e impresionante formalidad”. Al llegar cualquier visitante a casa de una de estas personas lo primero que recibía era un apretón de mano. Luego de atravesar el dintel de la puerta junto con la bienvenida ponía a disposición del visitante la casa y lo que en su interior se encontraba. Describió una de estas casas del modo que sigue. Dentro de ella se pasaba a un gran salón de cuyas paredes colgaban cuadros de familiares vivos o muertos, así como grandes espejos.

     Entre los adornos observó globos de cristal con flores en su interior y también la existencia de pianos en algún lugar de la sala. De los muebles señaló que eran lujosos y que se forraban con tela de lino para protegerlos del polvo. En el interior un gran sofá donde se acomodaban los visitantes, mientras los anfitriones ocupaban las sillas dispuestas en el lugar. La conversación, según escribió, giraba alrededor de asuntos de salud y muy generales. Nunca de negocios los que eran eludidos por los nativos y preferían adquirir mayor conocimiento del forastero para iniciar un diálogo en este orden. “A pesar de todo es un buen precepto, aunque su forzosa observancia les causa a menudo disgusto a los yanquis que vienen a estas partes”.

     De acuerdo con sus observaciones, la vida en Caracas se parecía bastante a la practicada en algunas ciudades europeas. De acuerdo con sus cálculos, cerca de un 16% de la población se había radicado en algún país de Europa y desde allí despachaba sus negocios. Dejó escrito que los originarios del país, caraqueños en especial, viajaban bastante, “han pasado mucho tiempo en Norteamérica y Europa y han aprendido muchas de las saludables ideas acerca de la civilización moderna. De igual manera, muchas familias enviaban a sus hijos para estudiar fuera de las fronteras nacionales. Los lugares de mayor preferencia eran Filadelfia, Viena, Alemania y otros lugares de Francia. “Se han casado en aquellas ciudades y han traído de vuelta esposas ilustradas y de saludable influencia que han hecho mucho por extender los privilegios de su sexo y liquidar las viejas restricciones”.

Ellos tumbaron a Gallegos

Ellos tumbaron a Gallegos

El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

     “El doctor Domingo Alberto Rangel nos advierte que sólo tres personas pueden tratar con todo detalle los hechos ocurridos días antes y días después del golpe del 24 de noviembre de 1948 que derrocó al presidente constitucional, Rómulo Gallegos. Ellos son: Alberto Carnevali, quien lamentablemente está muerto, Gonzalo Barrios, cuya palabra sería interesantísima porque es muy inteligente, y Luis Augusto Dubuc. De entre los tres, nos da el teléfono de Barrios.

     Y arrellanados en el pequeño “recibo” de su domicilio, situado en la avenida Ávila de la urbanización Altamira, el doctor Gonzalo Barrios, una de las figuras civiles más prominentes de la democracia venezolana, accede condescendientemente a aclarar los puntos oscuros que quiero proponerle.

–¿Cuándo tuvieron Uds., la primera evidencia de que se conspiraba?
El 20 de octubre de 1945, –responde con acento humorístico.

–¿Cuándo empezaron a dudar de Marcos Pérez Jiménez?
En la misma fecha, ¡o un poco antes!

–¿Por qué no lo eliminaron a tiempo?
Porque en las conspiraciones debeladas antes, no aparecía clara la mano de Pérez Jiménez.

–¿Las guarniciones del interior apoyaban el golpe o estaban con el gobierno legítimo?

     Las guarniciones no contaban en ese alzamiento. Aquel fue un golpe de oficina, que se desarrollaba y combatía a no más de 15 metros de distancia, es decir, desde las oficinas del presidente, en Miraflores, y las del jefe del Estado Mayor, en el edificio de enfrente.

     Sólo dos guarniciones tuvieron cierta notoriedad esos días: la de Maracay, cuyo comandante era Jesús Manuel Gámez Arellano, quien estaba al lado del presidente, y la de La Guaira, cuyo jefe era Tomás “Mono” Mendoza, uno de los principales y más rabiosos conjurados.

     La agitación entre los militares había empezado, según todas las evidencias, durante el viaje del presidente a los Estados Unidos. Mientras allí recibía el homenaje de admiración de las más altas instituciones sociales y culturales del mundo americano, un pequeño grupo de ambiciosos fomentaba maniobras conspirativas enfrente de Miraflores.

     “El 17 de noviembre, Gallegos fue informado de que el complot estaba a punto de estallar”, explica el líder. El “Mono” Mendoza, comandante de la guarnición de La Guaira, había invitado a un marino a alzarse y éste había reportado la invitación al presidente de la República.

     Gallegos ordenó entonces al ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud llamar a Mendoza y detenerlo, pero Delgado, a cuyo amparo corría el curso de los sucesos, deslizó una proposición sibilina:

–¿Por qué no habla usted mejor con ellos, mi presidente?

     Y Gallegos decidió hacerlo en el momento y lugar que Delgado le propusiese.

Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

     El presidente Gallegos y los tenientes coroneles Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, quien era jefe del Estado Mayor, convinieron en que la reunión sería en el Cuartel de caballería “Ambrosio Plaza”, en Caracas.

     El propio Gonzalo Barrios y el doctor Raúl Leoni se empeñaron en acompañar al presidente a la peligrosa asamblea, pero él se opuso tenazmente.

     Como un maestro, les habló del drama político que es la historia del país, y de las formas como la ambición y la indisciplina de los hombres de armas, han quebrantado la paz de la Nación y entrabado su desarrollo y prosperidad.

     Gallegos, indicó Barrios, “se creció” con su autoridad moral y con su palabra elocuente. Al regresar al Palacio, Delgado Chalbaud le dio un abrazo. ¡Gran abrazo!

–¡Qué bien, mi presidente! ¡Así es como hay que hablarles a esos sujetos!

     Pérez Jiménez cargaba las manos en los bolsillos. Manoseaba internamente un papel, pero no se atrevió a sacarlo.

     ¿Qué pasó, que al día siguiente Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez se anunciaban en el despacho del presidente para presentar su “pliego conflictivo”?

     Se fijó una entrevista para el 19 de noviembre. El doctor Barrios asistió a ella, en su carácter de Secretario Presidencial y amigo de Gallegos.

     “Los militares visitantes fueron introducidos en el despacho presidencial y los invité a tomar asiento en un ancho sofá, adosado a una de las paredes, casi frente al escritorio del presidente”, narró el mismo secretario en una carta al biógrafo norteamericano de Gallegos, quien la publicó en su libro hace varios meses (1). “El presidente se sentó pausadamente en un sillón, separado de aquel sofá por una mesa, y a su lado ocupé otro asiento”.

     “Como guardaban silencio, Gallegos los excitó a hablar. Esperábamos que Pérez Jiménez sacara del bolsillo aquel papel que parecía ser el pliego del Ejército, y que había demostrado llevar consigo en el ‘Ambrosio Plaza’. Pero fue Delgado quien, para sorpresa nuestra, extrajo un papel manuscrito y con voz vacilante planteo:

 1°– Expulsión de Betancourt;

2°– Prohibición de regreso del comandante Mario Ricardo Vargas;

3°– Remoción del comandante Jesús Manuel Gámez Arellano, de Maracay;

4°– Cambio en los edecanes del presidente; y

5°– Desvinculación del gobierno y Acción Democrática.

Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

     El presidente dijo que iba a contestar de inmediato tales peticiones. Señaló que, de acuerdo con la Constitución, los únicos poderes ante quienes tiene que dar cuenta de sus actos son el Congreso Nacional y el Poder Judicial, si contra él fuere incoado juicio en forma legal. “Lo que ustedes me proponen en cuanto a Betancourt es la inconsecuencia entre amigos personales y políticos, clásica en la historia de Venezuela, y en la cual no voy a incurrir por dignidad propia; el comandante Mario Vargas, compañero de armas a quien ustedes llaman simplemente Mario, es un hombre honesto y patriota, gravemente enfermo en Nueva York, y si quisiera venir a vivir sus últimos días en su patria, no sería yo quien se lo impediría por cuestión de dignidad propia; en cuanto al comandante de la Guarnición de Maracay, contra quien se ensañan Uds., porque los saben leal al gobierno legítimo, podría ser que lo removiera, pero no por imposición de Uds., respecto a los jóvenes edecanes militares que se sientan a mi mesa, no puedo renunciar al derecho de escogerlos personalmente; respecto a Acción Democrática, si le doy la espalda, además de cometer una deslealtad, quedaría expuesto a las maniobras de cualquier ambicioso, y ya no serían ustedes sino el, portero de Miraflores quien me impediría la entrada cuando quisiera. 

Así que los dejo aquí (levantándose) para que tomen unas determinaciones conforme con mi respuesta. Mi suerte personal está echada y la de la República queda en las manos de Uds.”.

     Pasado un momento, volvió Delgado Chalbaud a la Secretaría, donde se encontraba el presidente, y dejó caer su segunda gran emoción de aquella historia. Felicitó al presidente y le anunció, trémulo, que el Ejército respaldaba y no se metería más en política, pero pedía solamente que no hubiera intervención de los políticos en el ascenso de los militares.

     Gallegos le dijo a Delgado Chalbaud:

     “Pues si es así, hemos perdido todo el día, pues mis conclusiones no son cuestiones personales sino mandato de las leyes que he jurado cumplir y hacer cumplir”.

     Y Delgado, emocionado y contrito, se retiró silenciosamente.

     Después de esta entrevista, el presidente fue llamando a su despacho a todos los militares que juzgaba leales a su gobierno. Se convenció de que no tenía apoyo. El jefe del Batallón Motoblindado, el mayor La Rosa, le dijo que su deber era resguardar la persona del presidente pero que “no le pidiera llegar al extremo de hacer armas contra sus compañeros porque habían concertado un pacto para no combatirse”.

     Algunos capitanes como Zamora Conde y Roberto Moreán Soto y casi todos los oficiales de la Casa Militar manifestaron estar al lado del presidente, pero éste leyó en los ojos de Delgado Chalbaud que había sido traicionado y que el Ejército ya no le obedecía.

     Cuando Pérez Jiménez fue al Perú en “misión especial”, fuerzas oscuras decidieron en favor de su regreso.

Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

     Gonzalo Barrios cree que este es uno de los puntos más difíciles de explicar. Pérez Jiménez no podía volver sin la autorización del presidente y a éste lo presionaban sus amigos para que no decidiera el regreso. Pero Pérez Jiménez regresó de improviso y en esto jugó papel principal el ministro de la Defensa.

     “Comprendimos que habíamos perdido con ese regreso un episodio de la pelea, que iba a influir mucho en el desenlace de ella”, señaló Barrios.

–¿Es cierto que el presidente tenía más confianza en Delgado que en su partido?

     Tenía confianza en Delgado, no hay duda. En los asuntos de índole militar, la palabra, la persuasión de Delgado era decisiva. Pero esto no quiere decir que esa confianza estuviera en pugna con la confianza de su partido. Lo que ocurría es que para la fecha había una serie de problemas políticos en los que los dirigentes del partido tenían diferentes opiniones, y no había unidad por esas mismas razones.

–¿A quién responsabilizaría usted en primer término del derrocamiento de Gallegos: a Delgado o a Pérez?

     Delgado y Pérez eran dos naturalezas opuestas: el uno, de naturaleza escurridiza e indecisa, ni totalmente leal ni totalmente traidor. Trataba simplemente de sobrevivir. Pérez Jiménez, una naturaleza taimada, fría y que sabe esperar. Delgado despreciaba a Pérez Jiménez y le temía. Sentía que era el verdadero jefe de la máquina militar que él, Delgado, cuidaba nominalmente.

–¿Las virtudes de Delgado?
Era culto, cuidadoso de las formas, ajeno a crímenes y a saqueos al tesoro público.

–¿Las virtudes de Pérez Jiménez?
Calculador a plazo largo, taimado, impasible y paciente, como el general Juan Vicente Gómez.

     Para probar esto último, está patente su venganza lenta en las siguientes anécdotas: Sin que Oscar Tamayo Suárez lo supiera, Pérez Jiménez, desde muy temprano, era su enemigo vehemente.

     Sucedió que el comandante de la Guardia Nacional había presentado un informe estrictamente confidencial al presidente de la República sobre el aumento de los efectivos de la Guardia Nacional, para atender los servicios civiles a que la Guardia Nacional estaba destinada, y al mismo tiempo para “contrabalancear” la influencia del Ejército.

     Solo tres personas, el presidente, su secretario general y el ministro del Interior, sabían de la existencia de dicho informe. Pues bien, me sorprendió enormemente el que, durante las disputas de noviembre, una vez en el despacho de Pérez Jiménez, frente al Palacio de Miraflores, nos acusara de estar conspirando “con cierto oficial”, “para lesionar el Ejército”.

     Y sacó de una gaveta el proyecto de Tamayo Suárez y lo puso ante los ojos de todos.

     Era que en el despacho del comandante Tamayo Suárez había deslizado un capitancito, que hacía de mecanógrafo-archivero-secretario, quien le pasó copia del informe. Desde entonces quedó con la manía de que “queríamos lesionar a la institución castrense”.

El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

     A los 9 años, después que permitió a Tamayo Suárez gozar de la vida y enriquecerse, fue cuando vino a darle el golpe que le tenía preparado desde aquel momento.

     En cuanto a Mario Vargas, a nadie temía más que a éste. Aún en Saranak Lake, donde Vargas pasaba sus últimos días por culpa de la tuberculosis, tenía un espía de su confianza controlando sus pasos, y era un capitán de apellido Sánchez, de ingrato recuerdo en los anales de aquellos momentos.

–¿Por qué no apelaron ustedes al pueblo?
Porque sabíamos que el pueblo sería masacrado y porque habíamos dominado tantos cuartelazos de oficina hasta aquel momento, que teníamos razón en esperar y dominar uno nuevo.

     El anuncio al pueblo de que “estuviera tranquilo”, que “todo se había arreglado”, se debió a que realmente estábamos seguros de controlar la situación conforme la habíamos controlado hasta entonces. Pero un hecho impremeditado, ¡un imponderable trágico!, echó a perder nuestra estrategia y propulsó el golpe.

     Los conjurados estaban en camino de pacificarse, al prometer el gobierno que Mario Ricardo Vargas no sería llamado. De hecho, todo estaba arreglado pacíficamente, pero el 23 en la mañana me llama Pérez Jiménez por teléfono para recriminarme.

¡Ahí está! ¡Esa es la forma como Uds. cumplen su palabra! ¡¡Mario Vargas vino!!

¡Es imposible! Nadie ha autorizado ese regreso, le respondí.

Pues vino y está en La Guaira. –contestó Pérez Jiménez fuera de sí.

     Ocurría que Mario Ricardo Vargas había llegado en efecto para sorpresa de todos, y el comandante de la Guarnición de La Guaira, el “Mono” Mendoza, lo detuvo y le expresó su indignación porque Pérez Jiménez se había tranzado y lo había dejado a él, al “Mono” Mendoza, haciendo el papel de “bandido” de la historia.

     El 22 había venido a Caracas el comandante y había visitado al presidente para anunciarle de la Guarnición de Maracay, Gámez Arellano, su disposición de sostener a todo trance al gobierno legítimo.

     La de Vargas fue una locura. Si hubiera avisado su viaje le hubieran hecho aterrizar en Palo Negro para robustecer a Gámez Arellano. Pero cayó en la boca del lobo, y todo por actuar imprevistamente.

     El “Mono” apresó a Vargas, pero éste le solicitó que lo dejara en libertad para venir a Caracas y arreglar el asunto entre Pérez Jiménez y el “Mono”. O sea, para decidir si se daba por fin el golpe o se pacificaban los ánimos.

     Pero la presencia de Vargas en Caracas encendió de nuevo la mecha del polvorín. Los conjurados no creyeron conveniente esperar más y le plantearon a Vargas la necesidad de apoyar el golpe para decidir de una vez todos los problemas.

     Entonces Mario Vargas apoyó el golpe, teniendo, como tenía, gran ascendiente personal sobre el comandante Gámez Arellano, de Maracay, le escribió una carta de su puño y letra, ordenándole plegarse a los acontecimientos.

     La carta a Gámez Arellano fue llevada a Maracay por el mismo capitancito Sánchez que espiaba a Mario Ricardo Vargas en Saranak por orden de Pérez Jiménez.

     Esto quiere decir que, si Mario Ricardo Vargas no regresa, el “Mono” hubiera hecho el ridículo por adelantar un golpe que estaba para ese momento pacificado o aplazado.

     Explica el secretario del expresidente Rómulo Gallegos que todo está tan claro ahora, y cree que es buena labor explicar la verdad de estos hechos a Venezuela.

–¿Por qué suspendieron las garantías constitucionales?
No quiero decir nada que turbe la sagrada unidad de este momento, pero las garantías tuvieron que suspenderse parcialmente porque había demasiadas voces estimulando el golpe.

     El miércoles 24 de noviembre, a las 11 de la mañana, Alberto Carnevali llama de Miraflores a la casa del presidente para anunciar “que ahora si es verdad que la gente está entrando al Palacio”. Gallegos telefoneó urgentemente a Gámez Arellano a Maracay y algunos dirigentes partieron, entre ellos Valmore Rodríguez, Edmundo Fernández y Luis Lander, pero ya Gámez Arellano había recibido la carta de manos del capitán Sánchez y Mario Ricardo Vargas había apoyado el golpe.

–¿No es duro destruir a esta hora la leyenda de la lealtad de Mario Ricardo Vargas?
Esta es la narración verídica de los hechos.

     En resumen, fue una estrategia fracasada a última hora por causa de Vargas, quien se apareció clandestinamente con la intención de “ver qué pasaba” y “qué haría” y solo logró atemorizar más a Pérez Jiménez y hacerlo precipitar un crimen contra la Constitución, que de hecho estaba ya atenuado por la hábil estrategia de Palacio. . .”

(1) Dunham, Lowell. Rómulo Gallegos, vida y obra. México: Ediciones de Andrea, 1957

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, 22 de febrero de 1958

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