Boletín – Volumen 74

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Boletín – Volumen 74

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Para esta ocasión el Boletín ofreció otra entrega del trabajo realizado por Germán Jiménez, titulado “Apuntes sobre la riqueza mineralógica de Venezuela”. En las líneas trazadas bajo este título hizo referencia a la minería de las sustancias no metálicas, entre las que destacó las minas de carbón en los estados Anzoátegui y Falcón. También destacó lo referente a las minas de asfalto. Según la información anotada había veinte concesiones otorgadas, aunque la única en actividades era la situada en Guanoco y administrada por la New York and Bermudez Company. Estas consideraciones fueron acompañadas de datos de producción, características de los minerales e inversiones y ganancias en la minería.

     Seguidamente se insertó “Método empleado por las casas europeas para descontar en los bancos sus ventas a plazo”.En el mismo se dio a conocer el rol que cumplía el llamado comisionista o intermediario, el vendedor, el distribuidor, así como el procedimiento que debían realizar con los bancos y la empresa proveedora. En este corto escrito informativo se ofreció como ejemplo el caso de belgas, alemanes, italianos, entre otros para establecer relaciones de intercambio en América.

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     Bajo este mismo marco, se describió en “Nuestro sistema de exportación” concentrado en las modalidades de venta en Venezuela, las cuales se hacían por consignación o venta firme. De seguidas, se expuso “Sistema de nuestro comercio de importación” en que se informó, de un lado, las modalidades del cobro desde fuera del territorio y, por otro, que el comercio con Francia, Italia e Inglaterra era igual que antes de la Primera Guerra, con plazos de seis meses para cancelar e intereses entre 4 y 6 por ciento por año. A pesar de la brevedad de este escrito resulta interesante por datos que aporta en torno a las disposiciones favorables, mostradas por el comerciante venezolano, quien, al saber del texto, no contraía deudas por grandes importes. También, porque ofreció información en torno al tratamiento de los distribuidores de manufacturas europeas y exigidas por el americano. Lo que podría llamar la atención hoy es que las exportaciones o los exportadores americanos poco se preocupaban por la calidad de lo exportado en contraste con el trato de los europeos hacia el comerciante americano, según las líneas redactadas al respecto.

     En esta edición, correspondiente al primero de enero de mil novecientos veinte, se incorporó un texto nombrado como “Temas de la sección venezolana de la Alta Comisión Internacional” que, según se publicó fueron tomados de un folleto publicado por la misma Comisión. De ella se dio a conocer un fragmento del tema dos: “Aceptaciones comerciales”. En este aparte se habló en torno a los bancos y lo novedoso que para los comerciantes venezolanos resultaban las transacciones mediante entidades bancarias. De igual, manera se incorporó un tema relacionado con las medidas encaminadas a facilitar el intercambio mercantil entre las repúblicas americanas.

     Más adelante se publicó un prospecto de convenio de arbitraje. En la sección “Correspondencia” fue presentada una lista, enviada por el cónsul estadounidense, de casas comerciales asentadas en la América del Norte que tenían la intención de entablar relaciones comerciales con venezolanos dedicados a la compra y venta de manufacturas.
Al final, se publicó una reseña de una revista mensual, editada en Nueva York por Mc. Grau Hill, titulada Ingeniería internacional, en que los temas eran de interés comercial. De ella el Boletín reprodujo “El costo del oro” y “Precio del carbón en Inglaterra”. Como acompañamiento a esta información se presentó “Rápida sustitución del carbón por el petróleo en los buques mercantes americanos”. Se trató de un artículo tomado y traducido de: The Annalist. Publicación proveniente de Nueva York y de fecha noviembre 17 de 1919. Entre diversas consideraciones, se explica en él, con cierto matiz de asombro, que el 15 por ciento de las embarcaciones usaban petróleo como combustible, la disminución del uso del carbón, así como las ventajas de este cambio: se empleaban menos trabajadores.

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Boletín – Volumen 128

Para este número fechado 1 de julio de 1924 se presenta, en primer lugar, “Situación mercantil”.

Boletín – Volumen 78

Índice alfabético de la Ley Orgánica de la Hacienda Nacional vigente

La Cucarachita Martina

La Cucarachita Martina

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La Cucarachita Martina

Pocos saben que el cuento infantil La Cucarachita Martina fue escrito por el científico venezolano Vicente Marcano

     Pocos saben que el célebre cuento infantil La Cucarachita Martina (en algunas partes del mundo le pusieron el apellido Martínez) fue escrito por el ingeniero, químico, geólogo y profesor universitario caraqueño Vicente Marcano.

     Hombre de ciencias, Marcano nació en 1848 y falleció en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, en 1891, a los 43 años. Desde muy joven se dedicó al estudio de diversos frutos tropicales, en particular del banano o cambur. Luego realizó estudios superiores de química y mineralogía en París. Aunque sus restos reposan en el Panteón Nacional, muy poco se conoce sobre sus aportes a la ciencia y a la cultura venezolana.

     Marcano realizó la mayor parte de sus investigaciones en laboratorios fundados por él mismo en Venezuela, publicó en revistas nacionales e internacionales, y obtuvo varias patentes de invención las cuales fueron utilizadas para crear un emprendimiento exitoso en los Estados Unidos de América.

     En 1871, fue comisionado especial en la exploración de las islas venezolanas y en 1874, de la Colonia Guzmán Blanco. Fue colaborador del periódico La Tribuna Liberal (1875-1877).

     En 1877, ocupó el cargo de segundo designado a la presidencia del estado Barcelona. Al año siguiente, fue nombrado comisario general de Venezuela en la Exposición Universal de París. En 1880, utilizó el seudónimo de «Tito Salcedo» para escribir cuentos y una novela inconclusa, El tesoro del pirata. Entre sus cuentos destaca La Cucarachita Martina, publicado en la Revista Comercial, ese año 1880.

     La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones. Se han encontrado versiones de este cuento en Portugal, Chile, Ecuador, México, Brasil, Puerto Rico, Costa Rica, Uruguay y Cuba. En Venezuela también se han escrito adaptaciones de La Cucarachita Martina, bajo el apellido Martínez; la versión más conocida es la de Antonio Arraiz.

     He aquí la versión original de La Cucarachita Martina, escrita, como indicamos, por Vicente Marcano:

 

La cucarachita Martina

     Ding-dong-ding-dong hacía el reloj de la Catedral de Caracas dando las seis de la mañana. Los burros cargados de malojo, caminaban con lentitud, al compás de los palos que sesgadamente les aplicaban los isleños que los conducían; las cántaras de leche aguardaban en los umbrales de las puertas, a que se levantaran los perezosos sirvientes que dormían en los zaguanes.

     Hacendosa como toda pobre, la Cucarachita Martina estaba barre que barre a la puerta de su casa. De cuando en cuando apoyaba los codos sobre el mango de la escoba, tomaba aliento y zuás, zuás, continuaba su tarea. De repente se detiene asombrada; de entre el intersticio de dos lajas que se afanaba en dejar limpio de todo polvo y basura sale rodando, tilín, tilín, una moneda de medio real. Se precipita sobre la fugitiva que había llegado hasta el empedrado de la calle, se agacha sobre el borde de la acera y la recoge presa de la mayor alegría.

     La pobre Cucarachita no había poseído nunca tanto dinero junto: el corazón se le saltaba por la boca.

     Recuesta la escoba contra la pared y se sienta en el umbral de su casita.

     Los malojeros seguían apaleando sus burros, y las cántaras de leche eran entradas al interior de las casas.

     Pero la Cucarachita Martina no veía nada de esto; sumida en la más profunda reflexión, meditaba sobre el empleo que debía dar al capital que la providencia acababa de poner entre sus manos.

─Si compro conservas de coco ─decía─ se me acaba.

Y hacía un signo negativo con la cabeza. 

─Si compro majarete, se me acaba ─repetía en la mayor indecisión.

─Si compro papelón, se me acaba también ─observó muy juiciosamente.

     Y la Cucarachita Martina, permanecía sumida en la más profunda reflexión

     Transcurridos que fueron algunos instantes, se levantó resueltamente bajo la inspiración de una idea luminosa, metió la moneda en el bolsillo del delantal, guardó en casa la escoba detrás de una puerta y subió calle arriba.

     La Cucarachita subió calle arriba a pasos precipitados hasta la plaza de San Jacinto, donde Ambrosio el quincallero tiene su venta de estampas, novenas y toda clase de baratijas.

     Gastó hasta el último centavo en cintas de todos colores y alegre, satisfecha, emprendió de nuevo el camino de su casa, donde le agurdaban los quehaceres domésticos.

     A la caida de la tarde la Cucarachita se apresuró a terminar su comida. Lavó los platos que acomodó en la alacena, fregó las ollas, se peinó con gran esmero y se adornó con las cintas que había comprado aquella mañana. Enseguida se puso un traje a la moda, botinas Luis XV y se sentó a la ventana.

     La Cucarachita Martina sentada a la ventana miraba y miraba a los elegantes que iban de paseo. Por la acera enfrente venía un pollino, de valona bien tallada, cascos recortados, orejas afeitadas, el que viera a la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella. Dio tres relinchos y Cucarachita le sonrió.

La Cucarachita Martina es una fábula popular que ha experimentado diversas transformaciones

Encantado y fuera de sí, el pollino se acercó a la ventana y le dijo:

─! ¡Bella Cucarachita! ¿quieres casarte conmigo? 

─ ¿Y tú cómo haces? replicó la prudente Cucarachita.

     El pollino se separó un poco de la ventana, levantó la cola, alzó la cabeza, abrió la boca y prorrumpió en un largo y estrepitoso rebuzno -hi-han, hi-han.

     Asustada la Cucarachita cerró la ventana y el pollino se alejó continuando desconsolado su paseo.

     Poco después, bajó del alero de la casa de enfrente un gato barcino quien viendo la Cucarachita tan hermosa y bien vestida se enamoró perdidamente de ella; después de acercársele le dijo:

─Hermosa Cucarachita: ¿quieres casarte conmigo?

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo aquella ya desconfiada.

     El barcino arqueó el lomo, erizó el pelo, sacó las uñas y por tres veces hizo fú-fú-fú

─Usted me asusta, dijo la cucarachita cerrando con precipitación la ventana, a la que volvió a sentarse tan luego como el gato se fue aullando por los tejados.

     Distraída la Cucarachita no había visto cruzar la esquina a Ratón Pérez que, varita en mano y muy emperejilado, se contoneaba por la acera. Traía pantalón de cuadros, paltó cruzado con flor en el ojal, sombrero de seda y puestos sus lentes de arillos de oro, no despegaba la vista de la Cucarachita de quien, al verla tan hermosa y bien vestida, se había enamorado perdidamente.

     Después de saludarla con fina cortesía a que ella correspondió con sonrisa afable, se acercó y le dijo:

─ ¿Y tú cómo haces?, dijo esta entre el temor y la esperanza. Ratón Pérez abrió la boca dejando ver dos hileras de dientes blancos como los granos de una lechosa jojota; luego con mucha suavidad hizo por tres veces: cui-cui-cui.

     En el colmo de la alegría la Cucarachita le dijo: 

─Ratón Pérez, contigo sí, me caso yo.

     Gracias a las influencias de Ratón Pérez con el gobernador del distrito, se consiguieron las dispensas y el matrimonio pudo fijarse para dentro de corto tiempo a pesar de que los novios eran primos.

     El sábado de la semana siguiente la casa de la boda se hallaba por la noche muy iluminada, la ventana estaba abierta, la sala había sido empetatada y sobre las mesas se veían briseras con velas de estearina y floreros con ramilletes.

     A poco llegaron varios coches que se detuvieron a la puerta. Del primero bajó la Cucarachita Martina con corona de azahares, traje blanco y zapatos de raso del mismo color, seguida de Ratón Pérez vestido de casaca y guantes.

     La boda se celebró con lujo pues el novio era acomodado. Hubo un espléndido banquete al que sucedió un rumboso baile que duró hasta las dos de la madrugada.

     La felicidad no hizo olvidar a la recién casada sus antiguas costumbres piadosas, así que, al siguiente día, la Cucarachita Martina se hallaba de pie muy temprano, limpió la casa, puso al fuego la olla del hervido y con la gorra puesta y el rosario en la mano entró al cuatro de Ratón Pérez que en bata y chinelas se hallaba sentado delante del escritorio.

 ─Ratón Pérez, le dijo: voy a misa, porque es domingo, te recomiendo mucho tengas cuidado de la casa.

     Por de prisa que anduvo la Cucarachita, llegó a la iglesia de la Merced cuando ya la misa estaba terminada y tuvo que acudir a otros templos lo que la hizo permanecer fuera de la casa hasta ya pasadas las once de la mañana.

     Entre tanto, Ratón Pérez se impacientaba por no ver llegar a su esposa. Sintió hambre y se fue a registrar en la cocina por ver si encontraba algún pedazo de queso. Sus pesquisas habían sido inútiles, cuando alcanzó a ver la olla del hervido.

     Imprudente, se subió sobre una cafetera que había al lado, levantó la tapa de aquella y asomó la cabeza por entre el torbellino de vapor que desprendía.

     Hacía esfuerzos por distinguir algo ya cocido con qué satisfacer su apetito, cuando le dio un vahído; exhaló un grito y cayó dentro del caldo hirviente.

     Cuando la Cucarachita volvió de la iglesia buscó a Ratón Pérez por toda la casa y no hallándolo fue al vecindario preguntando si lo habían visto salir.

     Nadie había visto salir a Ratón Pérez y la Cucarachita Martina comenzaba a inquietarse vivamente.

     A tanto dar vueltas se asomó como por inadvertencia a la olla y encontró a su marido, muerto sobre una hoja de repollo, entre un pedazo de ahuyama y otro de ñame.

     La pobre viuda daba gritos de desesperación, se mesaba los cabellos y decía llorando, lo que no ha cesado de repetir:

Ratón Pérez calló en la olla

Y la Cucarachita Martina

Lo siente y lo llora

La Cucarachita Martina

El Museo “Colonial” o de Llaguno

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El Museo “Colonial” o de Llaguno

Sala del antiguo Museo de Arte Colonial

     Hemos pensado al trasponer el umbral si decimos museo colonial o museo de Llaguno para designar el de la “Sociedad de Amigos del Arte Colonial”, instalado en la casa de don Felipe Llaguno, en la esquina de su nombre. Decimos “Colonial” por costumbre y porque la palabra tiene cierto aroma de otro tiempo. Pero si lo referimos únicamente al pasado el nombre resulta algo impropio, ya que la etapa de colonización en nuestro país no ha concluido o, mejor dicho, apenas si está en sus comienzos. Tampoco creemos muy exacta esa diferencia que se trata de establecer a menudo entre esa etapa anterior de colonización y la que hoy quiere denominarse colonización económica o del moderno capitalismo, ya que por fuerza toda colonización ha de tener sus bases en una economía determinada. A Venezuela se le designa con el nombre de Provincia y no de colonia en las historias y documentos de aquel tiempo. Así la titula Oviedo y Baños en su historia. Para la época de Llaguno, la primitiva fundación o colonia española, comenzaba a desarrollarse y a tener carácter y estilo propio. Dígalo si no esta casa.

     Don Felipe Llaguno tenía 47 años cuando murió. Dejaba a su mujer, doña Bernarda, encinta o “fecunda”, como dice en el poder que le otorgó para hacer testamento junto con su cuñado don Carlos Garay. Era el 19 de octubre de 1788 y estaban en una de aquellas estancias para recibir su voluntad el escribano don Gabriel José de Aramburu y los testigos don Manuel Antonio Martínez, doctor Juan Manuel Chamizo y don José Antonio Porras. Ese mismo día fue preciso otorgar un codicilo. Era don Felipe natural de la villa de Trucios, en el señorío de Vizcaya, hijo de don Antonio Llaguno y de doña Francisca de Larrea. De su unión con doña Bernarda habían nacido seis hijos María Josefa, Francisco, María Antonia, Felipe, María Teresa y Bernarda Gervasia. Don Felipe murió el 31 de octubre y esa misma noche, amortajado con el hábito de San Francisco, fue conducido a la sala De Profundis acompañado de la comunidad con un religioso de dicha orden, de la cual era síndico en esta ciudad y su Provincia. Al día siguiente, con asistencia de varias Comunidades se efectuó su entierro al pie del altar de dicho Padre Seráfico. Dijéronse por el descanso de su alma 658 misas por ocho reales plata cada una. El 5 de noviembre celebráronse sus honras “con la mayor solemnidad acostumbrada en esta ciudad a las personas de primera distinción”, según declara luego doña Bernarda. Era Llaguno comerciante en añil y en cacao, por lo que se echa de menos en el patio interior o “de afuera”, donde hay tanta paz y silencio, algunos zurrones de añil y unas cuantas nueces o almendras de theobroma. Este patio, como aquel tiempo, debió tener entonces un fuerte olor a cacao, sobre todo en los días de San Juan, época de la primera cosecha. No podía sospechar don Felipe aquella mañana de octubre, que del mundo que dejaba apenas quedaría en pie su casa entre otros rarísimos vestigios. 

     Por raro privilegio había de salvarse junto con la casa vecina de la donación Chávez, por lo cual el estilo de la época, el de aquellos portones anchurosos y frescos, ostenta en aquella parte toda su sencillez y nobleza.

     El estilo de estas casas revela un orden que parecía fundado sobre bases más sólidas que el actual de la colonización petrolera. Es también expresión de un ritmo lento de vida, aunque no falto de intensidad. Se oía más entonces el paso de las horas. La civilización del petróleo dispone de la velocidad: el avión, el tanque o el submarino. En aquélla tenían preponderancia, al menos se les daba en apariencia, las cosas espirituales; ésta es profunda, brutalmente materialista. La riqueza petrolera sustituyó a la riqueza agrícola o fundada en la prosperidad de los campos, en el buen precio de las cosechas.

     Aquella época olía a cacao, ésta a petróleo. Por eso es tanto más curioso que sea en pleno auge de la civilización petrolera cuando vuelven a la luz estos personajes y exista tanto interés por todo lo que perteneció y distinguió la vida de aquel tiempo. Algo hay en el fondo de todo más que simple afán de coleccionistas. Aquel mundo evidentemente no se ha desvanecido del todo, subsiste en apariencia separado del presente. El alma de aquel tiempo se diría tan resistente como esos frágiles objetos de cristal, salvados no se sabe cómo de tantos desastres. Mañana también habrá museos de la vida actual. Multitud de cosas inverosímiles podrán exhibirse en cajas como esas que se usaban para guardar rapé. ¡Quién sabe cuántas cosas para dar idea de la vida prodigiosa de estos tiempos! Nuestros descendientes, es cierto, dispondrán de una información más abundante que la nuestra de los antepasados. Tendrán cuando menos las colecciones de los diarios.

El museo colonial o museo de Llaguno, está ubicado en la casa de don Felipe Llaguno, en la esquina del mismo nombre, en Caracas

     Pasemos ante las lunas o espejos oscurecidos que conocen tantos secretos. Son acaso los objetos más impregnados de vida de estos museos. En una galería de la casa de Llaguno se ven los retratos de dos personajes vinculados grandemente a la historia de la ciudad. Uno es el del obispo don José Félix Valverde con sus vestidos pontificales, de quien dice don Blas José terrero en su “teatro de Venezuela y Caracas” que no tuvo la “silla obispo de su minerva”. El otro es el de doña Josefa de Ponte y Aguirre, madre Josefa de la Encarnación, fundadora del convento de Carmelitas. Estuvo este convento en un principio donde se halla la iglesia de Santa Rosalía. El obispo Valverde había traído de México para este objeto cinco religiosas, por encargo y gestión de su antecesor. La dedicación del nuevo convento efectuóse el 19 de marzo de 1732 cuando el obispo condujo a las religiosas de la Catedral a la casa que se les había destinado. Apenas instaladas sobrecogió a las religiosas un terror misterioso, “unas especies tan espantosas y horrorosas, dice don Blas José Terrero, que ni toda la persuasiva y amor de Su Ilustrísima, ni la de otras personas de superior carácter, fue bastante para aquietarlas”. Fue necesario trasladarlas a una nueva casa, cerca de la Catedral, donde tampoco hallaron sosiego.

     Sin consultar al obispo, y de concierto con las madres, don Pedro Díaz Cienfuegos, cura de Catedral, escribió al rey para hacerle presente las dificultades que se ofrecían a la fundación del convento, y el rey, por cédula expedida en Sevilla a 10 de setiembre de 1732, ordenó se suspendiese a fundación y dio su consentimiento para que las religiosas regresaran a México. En su retorno tuvo que gastar el obispo seis mil pesos, y dice Terrero que experimentaron en el viaje de cinco meses, infinitos sucesos. Quedóse únicamente la superiora, sor Josefa de San Miguel, quien se ofreció a continuar la obra, por lo cual doña Josefa Ponte pudo tener su convento. El obispo obtuvo del rey renovación de su anterior cédula mandando proseguir la obra desde San Lorenzo del Escorial, a 22 de noviembre de 1733. Según la leyenda de su retrato, la madre Josefa de la Encarnación murió el 4 de marzo de 1744 a los 87 años.

     Fue este obispo Valverde quien hizo colocar el primer reloj de la torre de la Catedral. Durante su gobierno se presentó en Caracas otro obispo nombrado para su silla, y el cabildo le dio posesión el 22 de noviembre de 1739. El rey anula esta posesión, pero mientras tanto muere en Barquisimeto el obispo Valverde, gran devoto de la Madre de Dios, hasta el punto de que, embarazada su lengua por el escorbuto y la perlesía, únicamente podía articular las palabras de la oración angélica “con pasmosa admiración de todos”.

     Cuando se contemplan estas telas deterioradas que después de tantos años vuelven a luz y las fotografías de tantas ruinas, se echa de ver la revolución que sacudió al país. Esas telas fueron arrumbadas para que nadie más volviese a recordarlas. Algunas de esas telas que representan imágenes religiosas, participaban íntimamente en la vida de la gente de aquel tiempo. Hoy apenas son objeto de interés de coleccionistas. Por lo común el diablo se halla representado en esos cuadros. María Santísima de la Luz, una de las bellas imágenes del Museo de Llaguno, toca con su cetro la frente de Satanás. Durante la Colonia el diablo impera. Hoy no. Nadie habla hoy del diablo. Nadie habla ni cree en él. Es un personaje bastante pasado de moda. No es de suponerse, sin embargo, que hayan muerto o abandonado definitivamente el teatro de sus actividades de antaño. Mejor se diría que se encuentra muy bien instalado entre nosotros con cierto aire moderno y simple que en nada lo distingue de los demás y que nadie recuerda a tan importante personaje, porque todos, el que más o el que menos, ha hecho algún trato con él. Día llegará, en que pase las cuentas y entonces veremos si una vez más quedará burlado, como ha ocurrido hasta hoy, o si será lo contrario. Es posible que ese pacto universal sea la causa del silencio que se hace en torno suyo.

     Al fondo de la casa de Llaguno nos hallamos con la puerta que por muchos años estuvo en una casa de la esquina de San Juan, cerca de la calle de la Amargura. Hermoso portón cerrado, con su puertecilla en una de las hojas. Preferimos dejar a un lado los fríos inventarios, las prolijas enumeraciones que nada restauran, y acercarnos a ella. Es la puerta perdida y nos invita a evadirnos. Todo el mundo experimenta hoy cierto deseo de escapar, de evadirse. ¿Por qué hemos de ser los únicos que pensamos en quedarnos? Algunos, la mayoría, no llegan a evadirse sino en automóvil, hasta alguna playa vecina. Se diría que su interés por algunas cosas de hoy es sólo aparente, pura simulación. Si empujamos la puertecilla quizás vamos a encontrarnos en otra época distante de la nuestra, en un mundo perdido. Es la puerta cerrada del misterio.

FUENTES CONSULTADAS

  • El Tiempo. Caracas, 11 de julio de 1943; Pág. 7

Boletín – Volumen 73

Boletín – Volumen 73

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Boletín – Volumen 73

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     En esta oportunidad el Boletín con fecha 1ª de diciembre de 1919 presentó la continuación del escrito, firmado por Germán Jiménez, cuyo título fue: “Apuntes sobre la riqueza mineralógica de Venezuela”. En esta tercera entrega se dedicó a examinar la minería de los metales, en especial, lo correspondiente a las minas de cobre, de hierro, así como yacimientos de sílice y azufre, plomo y bronce. El énfasis mayor lo hizo respecto a las minas de Aroa, ubicadas en el estado Yaracuy y su traslado a Puerto Cabello por la vía de Tucacas. Además de los aspectos técnicos de la explotación se refirió a las compañías que se dedicaron a la extracción de variados minerales.

    Como se hizo usual, la presentación de la correspondencia indicaba las posibilidades de inversión económica y mercantil que se ofrecían desde el exterior. Así, desde San Luis, Estados Unidos de Norteamérica, deseaban conocer de boticas y droguerías para establecer un tipo de relación comercial. Desde España una firma, cuya casa matriz se encontraba en Alemania, buscaba contactar representantes para colocar sus productos químicos. Ofertas de comisionistas, es decir, intermediarios o vendedores por parte de una firma neoyorkina para la distribución de distintas mercaderías, formaban parte de ellas.

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     Compañías dedicadas a la fabricación de materiales de construcción y textiles estadounidenses solicitaban agentes de colocación de sus productos. Igualmente, la búsqueda de productores de azúcar y café por parte de una distribuidora inglesa, así como distribuidores de pinturas provenientes de Estados Unidos de Norteamérica procuraban encontrar importadores y desde Holanda solicitaban establecer relaciones con productores de madera.

     En páginas subsiguientes apareció una reseña en la que se informó acerca de la instalación de la Cámara de Comercio de Carúpano y de la reorganización de la de Puerto Cabello. Por otra parte, se dio a conocer la posición de la Cámara de Comercio de Caracas respecto al aumento de fletes del ferrocarril de Caracas a La Guaira. Luego de presentar consideraciones en torno a la importancia de este medio de transporte, dieron a conocer su desacuerdo frente al incremento. Para dar vigor a sus argumentaciones presentaron cifras que daban cuenta de las ganancias percibidas y lo que se esperaba de renta en un futuro inmediato. En este orden de ideas, publicaron el contrato firmado por la compañía, en 1881, cuando inició sus servicios entre Caracas y La Guaira. Le acompañó a este documento el producto líquido de la compañía desde el año de 1909.

     Acerca de la licitación para la instalación de la telegrafía inalámbrica agregaron la propuesta hecha por parte de una corporación alemana que, según los editores, no pudo ser publicada en la edición número 72. Al final de este número fue presentado un breve artículo centrado en un fenómeno natural llamado “El Turbio”, por parte de los pescadores venezolanos. Su autor, César Terrero Monagas, señaló que era un fenómeno del mar cuyo origen se debía a una actividad volcánica. Para dar fuerza a su argumentación citó al naturalista alemán Alejandro de Humboldt. Según Terrero con este fenómeno se producían erupciones marinas, junto con ondas sísmicas. De acuerdo con su examen, este fenómeno natural sería la causa de la destrucción de los ostrales de madre – perla. Este escrito se presentó con un cuadro que muestra la aparición de este fenómeno natural entre 1902 y 1919.

Más boletines

Boletín – Volumen 141

Aunque más animado que el pasado junio, julio tuvo aún cierta debilidad y los negocios se resintieron de presión del vendedor hacia el comprador.

Boletín – Volumen 157

Abre esta edición del mes de diciembre con “Situación mercantil”.

Boletín – Volumen 114

Inicialmente, “Situación mercantil”. En sus primeras líneas se lee: “En abril los negocios en general estuvieron más animados.

Francisco Javier Yanes

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Francisco Javier Yanes

El cubano Francisco J. Yanes fue integrante de la Sociedad Patriótica y uno de los más entusiastas partidarios a favor de la Independencia de Ve

     Francisco Javier Yanes y Socarrás (1776-1846) era oriundo de Cuba y con un origen social de alcurnia. Llegó a Venezuela en 1802 y fue recibido por un tío materno de nombre Francisco Javier Socarrás. Fue éste quien le costeó sus estudios en leyes que cursó en la Universidad de Caracas. En 1810 contrajo matrimonio con una prima, Ana María Socarrás, de cuya unión nacieron tres hijos varones. Desde este año se incorporó a la agitada vida política que se experimentaba en ultramar, en virtud de la reclusión de las autoridades regias en Bayona, de manos de Napoleón Bonaparte y los suyos.

     Una de las primeras tareas que se le encomendó de manos de las autoridades de la Junta Suprema fue la de convencer a los integrantes del pueblo de la villa de Araure para que se unieran a la causa de la Junta de Caracas. Justo en este momento se temía que los representantes de Araure siguieran los pasos dados por Coro, al igual que establecer una Junta como la de Caracas. Yanes examinó la situación y llegó a informar que no existían incoherencias entre los vecinos y el Ayuntamiento. Adjudicó el desentendido a rencillas personales y no por diferencias políticas, así como que tampoco tenían la intención de abandonar a Caracas en su lucha.

     Su actitud mediadora le ayudó a conseguir trescientos hombres para que integraran la tropa comandada por el marqués del Toro, que se hallaba establecida en Carora. Estos trescientos voluntarios fueron equipados por las propias familias del lugar. Su actitud conciliadora le ayudó para que el Partido Capitular de Araure lo nombrara como su representante para el Congreso Constituyente de 1811. Se destacó también como integrante de la Sociedad Patriótica y fue uno de los más fuertes partidarios a favor de la Independencia de Venezuela, tal como lo demostró en el Congreso general de la Provincias Unidas de Venezuela.

     En El Publicista de Venezuela se pueden leer sus intervenciones a favor de la Independencia absoluta de España. Fue de los que creyó que con ella la situación de Venezuela mejoraría en todos los órdenes. Entre sus razonamientos destacó que ya para el 19 de abril de 1810 se había sellado el rumbo de la felicidad de los integrantes de Venezuela, es decir la Independencia de la Corona española. Al igual que otros tribunos, Yanes pensaba que la Independencia, por sí misma, conduciría a la mejora en todos los aspectos de la sociedad. No tardarían en corroborar, Yanes y otros como él, que la ruptura del nexo colonial no era apreciada de la misma manera por parte de quienes integraban la antigua Capitanía General de Venezuela.

     Después de haberse declarado la Independencia en 1811, Yanes continuó asistiendo a las sesiones del Congreso que había decidido tomar el rumbo de la soberanía y la representación popular. Una de las discusiones que se presentó en el seno del Congreso fue ¿cuál sería la suerte y condición de los pardos en la Venezuela independiente? Ante la discusión a este respecto, Yanes emitió una opinión según la cual este era un asunto que debería ser de competencia de un Congreso General y no Provincial, tal como algunos diputados requerían.

     Yanes adujo que había cuestiones que sólo eran de competencia general debido a su fuerte impacto social, tal como sucedía con los pardos y las castas. Por eso era necesario su discusión en un Congreso general y sancionado por la pluralidad de los pueblos. Fue partidario de un poder intermedio desde el que emanara una relación entre gobernantes y gobernados, a través de pactos, acuerdos y una ley fundamental. En consecuencia, la forma de gobierno, la división del estado, los deberes y derechos de los ciudadanos, las normas y reglamentos, deberían emanar de un ente centralizado como el Congreso general, de lo contrario se dejaría al libre albedrío la sanción de leyes que, con seguridad, interferirían unas con otras y entre una provincia y otra. Así, se mostró partidario de la uniformidad del sistema como base de unión individual porque aquí se encontraba la base de “nuestra felicidad”.

     Resulta de gran interés una aproximación a sus razonamientos relacionados con una forma de gobierno republicana, en que todas las provincias estuviesen bajo una misma autoridad y en condiciones de igualdad unas ante otras. Hasta el momento no es posible asegurar que pugnara por un gobierno centralista en un ambiente cuando el federalismo republicano contaba con las simpatías mayoritarias de las elites políticas del momento. Lucía Raynero, autora de Clío frente al espejo (2007), libro editado por la Academia Nacional de la Historia, expresó que Yanes, ante el temor existente ante las castas y los pardos en Venezuela, propuso se les tratase con justicia y humanidad a “esta clase atropellada a lo largo de los siglos”.

     Por la cantidad de pardos, morenos y negros concentrados en la antigua provincia de Caracas, no dejó de estar en las mentes de venezolanos y de quienes observaban expectantes, desde el exterior, la situación política de la Capitanía General, que en Venezuela se presentaran situaciones similares a lo sucedido en el Guarico o Santo Domingo francés. Así que el temor ante una posible revuelta de estos sectores sociales sería inminente si no se la enfrentaba con vistas a su solución.

     Fue quizá uno de los pocos que entendió esta situación en Venezuela. Lo fue también de los escasos que trataron de manera objetiva, o así lo intentó, la insurrección de Valencia del 11 de julio de 1811 que él adjudicó a la indiferencia con la que había sido tratada la población agrupada alrededor de negros, pardos y morenos. Sin embargo, por lo acontecido posteriormente en la provincia de Caracas no parece haber sido acompañado en esta opinión acerca de las dificultades que acarreaban estos grupos para la estabilidad política y social que se pretendía instaurar.

     No estaba de acuerdo con que en Caracas se tomara partido en este orden contra una agrupación humana que no tenía la culpa de sus males. En este sentido, afirmó que, al enfrentar una situación como la señalada con las armas, “sólo por consideraciones de clases y nacimiento”, sería proceder contra los principios que ya se habían proclamado y asumido de hecho y de derecho. En Caracas, sus autoridades habían sancionado que la Ley debía ser igual para todos, con la cual se intentaba erradicar los vicios y premiar la virtud, “sin admitir distinción de nacimiento, ni poder hereditario”. Agregó, en este orden, que era público y notorio el cumplimiento de este cometido. De acuerdo con su disertación todas las provincias debían seguir el ejemplo caraqueño en aras de la felicidad de los integrantes de la sociedad.

     Luego de su argumentación fue electo, por mayoría, presidente del Congreso, cargo que ocupó por un mes tal como estaba estipulado en la normativa de la asamblea. De igual manera, fue presidente de la Legislatura de Caracas, integrada por diputados de la provincia de Caracas al Congreso, la que funcionaba de manera paralela con éste, pero sesionando de modo separado. Por esto, le incumbió firmar la Declaración de los Derechos del Pueblo y la primera ley de imprenta establecida en Venezuela, el primero de julio de 1811.

     Este preciso año fue escogido como examinador del Publicista de Venezuela, que era un órgano encargado de difundir información emanada del Congreso y fungía como su vocero. Igualmente, fue comisionado para llevar ante el Supremo Poder Ejecutivo un mensaje dirigido a indicar la opinión del Congreso acerca de las medidas de seguridad que debían tomarse frente a los europeos sospechosos. Fue también encargado para la redacción de una ley que eximía a los estudiantes del servicio militar obligatorio.

     Su formación liberal lo llevó para ser propuesto como integrante de una comisión a fin de discutir las propuestas legales acerca de los derechos del hombre, concentradas en la inviolabilidad del hogar y las circunstancias en las que éste podía ser allanado. Además, debía ser llevada a discusión una propuesta de Yanes en lo atinente al respeto de la inviolabilidad de papeles privados y la correspondencia oficial.

     Luego del terremoto del 26 de marzo de 1812, la oposición frente a la República recién instaurada se acrecentó. Tres meses después Francisco de Miranda ordenó el arresto y el secuestro de bienes del arzobispo Narciso Coll y Prat. Para tal acción se encomendó al deán José Cortés de Madariaga y a Francisco Javier Yanes. No obstante, esta resolución no se llevó a cabo por las argumentaciones legales que expuso Yanes ante Miranda y frente al gobernador militar, coronel José Félix Ribas, debido a las consecuencias políticas que tal acción pudiera afectar al orden establecido.

     Al caer la Segunda República Yanes huyó a las Antillas, pero para 1816 ingresó a los llanos de Casanare y Apure, donde ocupó el cargo de auditor de guerra. En el transcurso del año 1818 fue nombrado diputado suplente de la provincia de Casanare para representarla en el Congreso de Angostura. El 24 de febrero de 1819 lo eligieron, por la mayoría de los representantes agrupados en el Congreso de Angostura, integrante del Proyecto del Poder Judicial, al lado del diputado Juan Martínez. Al culminar la batalla de Carabobo, algunos realistas se atrincheraron en Puerto Cabello y lograron sostenerse con los auxilios financieros provenientes de la isla de Curazao, donde se había refugiado un contingente de personas contrarias a las propuestas republicanas. Como presidente de la Corte de Almirantazgo, recomendó a Carlos Soublette, vicepresidente de Venezuela, un bloqueo de Puerto Cabello con lo que logró neutralizar aquel fuerte controlado por algunos realistas.

     Para 1826, se creó en Bogotá la Academia Nacional de Colombia de la que Yanes formó parte como uno de sus integrantes. Simón Bolívar lo comisionó, junto con José María Vargas y Felipe Fermín Paúl para instituir un proyecto de policía urbana y rural que había sido ideado por Yanes. En el mismo año de 1827 fue escogido por el gobierno de Colombia para que dirigiera los Estudios Generales en el departamento de Venezuela, en compañía de Andrés Narvarte y Felipe Fermín Paúl.

     Con la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, decretada en octubre de 1829, Yanes pasó a formar parte de ella con vistas al fomento del desarrollo económico y social de la república. En la nueva República, instaurada en 1830, Yanes llegó a ser diputado, así como consejero de gobierno y magistrado del Poder Judicial. Al lado de la actividad pública se concentró en el cuidado de sus propiedades dedicadas al café en los perímetros de Caracas. De igual manera, continuó dictando sus cursos acerca de ciencias y teoría política.

     Francisco Javier Yanes dejó varios escritos no sólo dedicados a la historia reciente de Venezuela. También elaboró un texto bajo el seudónimo Un venezolano, que llevaría por título Manual político del venezolano. Texto en el cual desplegaría una serie de consideraciones acerca de los conceptos libertad, igualdad, seguridad, propiedad y felicidad, entre otros. Dichos conceptos indican una lectura del credo liberal bastante extendido en estos tiempos de edificación republicana. Es cierto que algunas argumentaciones políticas se concentraron en la vertiente liberal del pensamiento, aunque también se añadieron consideraciones dentro de la dimensión política propuestas del humanismo cívico y del republicanismo, como principio cardinal para alcanzar la felicidad. Concepto éste que abarcó una serie de aspectos de la vida social contextuados en la virtud o, mejor, la magnanimidad.

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