El Ávila desde el Nuevo Circo

El Ávila desde el Nuevo Circo

Por J. L. Sánchez-Trincado

Una de las más hermosas perspectivas del Ávila se obtiene desde las gradas del Nuevo Circo.

Una de las más hermosas perspectivas del Ávila se obtiene desde las gradas del Nuevo Circo.

     “Una de las más hermosas perspectivas del Ávila se obtiene desde las gradas del Nuevo Circo. La hora es igualmente favorable. Primero hay un sol excesivo, pero después se tranquiliza el cielo, palidece la tarde, se atenúan los colores y, cuando la noche va a ensombrecer la piedra morada y verde de la montaña decorativa, el espectáculo concluye.

     Uno ve las cosas muchas veces. Las miras. Le sirven de trampolín para sus pensamientos. Esa montaña es para mí, vista ahora serenamente, mucho más que un recreo para los ojos y que un juguete para mi imaginación. Estaba ahí y la había mirado muchas veces. Pero solamente ahora, que sentado frente a ella puedo contemplarla a mi gusto, sé que constituye para mí más que un centro sugestivo, un episodio. Detrás de ella está mi ayer y, acaso, mi mañana. Lo que hay tras del Ávila es el cielo del mar. El Ávila es una montaña transparente: perpendicular a ella quedan mil rutas. El Ávila pone sus dedos de cristal en mis ojos y me habla de cuatro y media a seis y media de esta tarde dominical en que el sol está ligeramente desconcertado y atrasa un poco los relojes baratos, con todas las voces musicales de sus matices cambiantes.

     Yo soy pura prisa y el tiempo pesada pausa. La Historia se ha dormido de bruces sobre el calendario. La unidad de la Historia es el siglo; la unidad de una vida, es la hora. La Historia es más para leída o recordada que para vivida. No alcanzamos con la curva de nuestros breves brazos a abarcar todo un haz de acontecimientos importantes, cuya cosecha podríamos recoger. Nos iremos y cuanto quisiéramos ver realizado en el tiempo, no estará todavía cumplido. La Historia es larga y la vida breve.

     No podremos volver. Diderot querría haber resucitado cien años después de irse, aunque este transcurso hubiera tenido que soportarlo en el infierno. Hubiera querido volver a la tierra, a ver lo que pasaba. La Historia es ahora mucho más interesante que en tiempos de Diderot. Otra vez, el agudo escritor hubiera pedido unas segundas vacaciones incómodas con tal de volver al París, seductor, de mil novecientos noventa y nueve. Don Miguel era más ambicioso y más simple: no quería morirse nunca. El hombre griego prefería ser una lagartija tomando el sol encima de una piedra durante miles de años a ser jefe en cualquiera de los negocios ultraterrenos.

     La mayoría de las gentes desearían que la vida individual durase tanto como la vida de la especie, aunque fuera padeciendo sucesivamente etapas de vida y etapas de muerte. Como el habla está lleno de palabras y silencios, la vida debería estar llena de sueños, muertes provisionales y de vidas vigilantes. Estamos dispuestos a pagar la resurrección a cualquier precio. Diderot, con unas cuantas quincenas en la cárcel modelo que describió el Dante sin el amenazador letrero de la entrada. Los ascetas, sacrificando esta vida pasajera a una vida beata. Todos pasaríamos con gusto por una hilera de purgatorios con tal de volver de vez en cuando a darnos una vuelta por la tierra. Queremos vivir la Historia, presenciarla, protagonizar sus actos segundo y tercero, ver en qué para todo esto.

En 1919, abrió sus puertas el Nuevo Circo de Caracas, que desde entonces se convertiría en la cuna de la fiesta brava y de otros espectáculos.

En 1919, abrió sus puertas el Nuevo Circo de Caracas, que desde entonces se convertiría en la cuna de la fiesta brava y de otros espectáculos.

     La Historia es pura pausa: el hombre es todo prisa. Solamente los ojos verdes de la montaña han visto el film completo de la Historia. La montaña, sin prisa, ha podido conocer, tendida espectadora, cuántas aventuras han vivido ya los seres humanos sobre el planeta. Vendería mi alma al diablo por la eterna amatista, iría sin sueño, pupila sin cansancio, que mira todavía tras del párpado translúcido de la nube, y ve por encima del tiempo, tiempo mudo ella misma, de la   montaña sigilosa. Esa piedra verde tiene el secreto de la historia. Medita lo que ha visto sin turbarse.

     Allí está midiendo con su grandeza nuestra delirante estupidez. Extendiendo sobre ella, absorbiendo sus blandos jugos maternales, el tapiz vegetal crece parasitariamente de la piedra húmeda y vive a costa del cielo, del sol y de la lluvia gratuitos. La fauna, más abajo, vive parasitariamente de la flora. El hombre le ha puesto a todos piedra, tapiz, fauna, vilmente a su servicio. Mientras los minerales y los seres vivos trabajan sin descanso en su química prodigiosa, el hombre se ha puesto el traje del domingo y se ha dedicado a holgazanear y divertirse. 

El hermoso cerro Ávila, óleo del célebre pintor Manuel Cabré.

El hermoso cerro Ávila, óleo del célebre pintor Manuel Cabré.

El silencio laborioso del Ávila acusa a nuestro espantoso griterío de brazos caídos. Oleadas inmensas de seres humanos, constantemente renovadas se alzarán, se agitarán y caerán y una gran montaña nutricia las verá pasar sin tristeza, trabajando callada, simplemente para alimentarnos a todos, avergonzada de nuestras derrotas y quejosa de nuestros devaneos.

     La Historia registra este incesante fluir de vidas. Los ojos grises de vetas doradas y azules de la montaña, contemplarán el incesante torbellino del mundo. En la ladera la guerra de los hombres se enciende: solo en las cumbres góticas de los picachos, las manos de hielo de un hada trémula acunan la paz.

     La paz, por anómala, es como un vértigo: nuestro elemento natural es la lucha. A la medida de la guerra está hecha nuestra cabeza y fraguado nuestro corazón. No podemos vivir entre nieves, sino entre llamas. La historia del hombre es como un libro ardiendo. La naturaleza sin sombras, el antiecúmene, es solo el testimonio de que también nuestro planeta es un astro apagado.

     Sobre las gargantas de las gentes del circo desciende, poco a poco, mientras la fiesta avanza, la ronquera del cansancio. 

     Cada vez las gentes de los tendidos claman más débilmente, el fastidio, cortejando a la tarde adviene. Las mujeres que estuvieron a punto de desmayarse han recobrado sus buenos colores y su antigua sonrisa. Solamente la montaña mira la fiesta imperturbablemente, como esta muchacha inglesa que permanece sentada a mi lado.

     El genio de la noche ha anticipado sobre la cuartilla del aire las primeras consonantes de sus luceros. Pronto son catorce, buena señal de que la noche del domingo va a tener escrita en la frente, como si se tratara de una página literaria del periódico de la mañana, un soneto contundente. Estoy de pie y miro por última vez al Ávila. El espectáculo es extraordinariamente hermoso. Lo único que molesta un poco es la corrida”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, Nº 1.034, 7 de julio de 1945; página 4.

De Valencia a Caracas con una cámara en 1908

De Valencia a Caracas con una cámara en 1908

Gracias a la magia del cine, a principios del siglo XX, el público que acudía a las pocas salas de cine que entonces existían en Venezuela, tuvo oportunidad de apreciar las “diabluras” que eran capaces de cometer quienes ensayaban con una cámara, al captar escenas de la vida cotidiana, en este caso, el recorrido de la ruta del tren que servía la ruta Valencia-Caracas.

El 1º de febrero de 1894 y tras seis años de trabajo, fue inaugurado el Gran Ferrocarril de Venezuela o Ferrocarril Alemán, considerado el mayor sistema ferroviario construido en el país, cubriendo la ruta Caracas-Valencia.

El 1º de febrero de 1894 y tras seis años de trabajo, fue inaugurado el Gran Ferrocarril de Venezuela o Ferrocarril Alemán, considerado el mayor sistema ferroviario construido en el país, cubriendo la ruta Caracas-Valencia.

     A finales de 1908, concretamente el martes 8 de diciembre, los lectores del periódico caraqueño El Constitucional, apreciaron una de esas travesuras a través de la crónica que reprodujeron del diario La Lucha, editado en la ciudad de Valencia. Esta es la crónica en cuestión del “viajecito” que demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones:

     “A las 11 en punto de la mañana, aparece muy clara la Estación de San Blas (Valencia), un hombre de gran chiva dice: «Pasajeros al tren!», suena un pitazo corto y seco y rueda la máquina muy serena, baja una cosa como empalizada en una bocacalle y matan las ruedas un marranito; se ve muy claro a los dueños de éste vendiendo y comiendo carne y chicharrón, muy contentos porque no han pagado los derechos del beneficio; no está previsto por la ley de muerte trágica. Van apareciendo las Estaciones de Los Guayos, Guacara, San Joaquín, Mariara, La Cabrera, Maracay y Gonzalito, muy borrosas y mal enfocadas, silenciosas y tristes, ¡los pitazos y las palabras «pasajeros al tren!» se van apagando y debilitando de tal manera, que, hasta Maracay, llega y sale el tren sin pito y sin ruido de ninguna especie

     Aparece Turmero, suena el pito con brío, se aclara el foco, pasa el tren que viene de Caracas, los pasajeros de Valencia bajan para almorzar. –«No hay sino ron»– estos resignados se les ve leyendo El Constitucional que han comprado a medio y a real porque no hay vuelto. –Sigue la película muy clara y van apareciendo Cagua, San Mateo y La Victoria, ¡se pita duro y se grita claro «pasajeros al tren!» y los pasajeros bajan a La Victoria con mucha hambre; el almuerzo!, ¡el almuerzo! No hay sino ron, vuelven a decir los botiquineros como si fuera el himno de la muerte o una consigna terrible; el foco aclara y la luz es fija y aparece El Consejo y Tejerías, los cerros se ven con grandes manchas verdes y muchos hombres que limpian y labran la tierra; los pasajeros preguntan desde las ventanillas el tren: «Hay algo que comer»– «Ni hay sino ron San Vicente», y sigue la máquina por unos terrenos muy fértiles y muy bonitos, de trecho en trecho no se ve nada, manchas oscuras presenta la película, estamos pasando los 86 túneles.

     Con mucha vida y en colores aparecen Las Mostazas, Begonia, Los Teques y Las Adjuntas, ¡a medida que la máquina se acerca a Caracas suena el pito más duro y se oye claro y con mucha fuerza las palabras «pasajeros al tren!». Se nota un movimiento; las señoras y los caballeros acatarrados se ponen capas y sobretodos y aparecen Los Teques; aquí salen algunas cabezas por las ventanillas–¿Hay algo de comida? –no hay sino ron y suena un pitazo largo y «pasajeros al tren!» dicho con mucho entusiasmo. Antímano y Palo Grande, foco muy claro y fijo, no hay titilación; los pasajeros de Valencia pálidos, tristes y casi desmayados de hambre, son atropellados por los dueños de hoteles y por la Empresa de Transporte de Caracas, que llevan y traen como quieren a una pobre gente que tiene el estómago vacío y aparece Caracas con todo su esplendor, el foco es fijo, clarísimo, mucha gente alegre y bien puesta, las calles anchas , limpias, parejas, sin perros y sin pobres, las mujeres se dejan ver, reclaman y hacen el honor de permitir el saludo y de que sepamos de qué color tienen sus ojos, la cultura y las atenciones llueven como un rocío, como un sueño que hace olvidar las amarguras del tránsito–Van pasando en todas direcciones los 50 carros de los tranvías eléctricos y las calesas nuevas, lustrosas, con caballos bonitos y gordos, y los edificios van pasando como un encanto, «Castro lo hizo»; «Castro lo dispuso»; «Castro lo reedificó», «Castro lo decretó»; se oye al pasar por cada edificio como una gratitud, como un homenaje de aquella población alegre y feliz al Restaurador de Venezuela.

     La película cada vez más clara sigue pasando. –A la primera intención es recibido por el Gobernador de Caracas Pedro Mª Cárdenas el director de La Lucha, quien felicita a éste por la organización del Distrito, verdaderamente a la altura de la civilización más avanzada.

     El general Cárdenas tiene toda la amabilidad y toda la cultura del caballero; sabe mandar y sabe tratar a sus subalternos, todos lo respetan y todos lo quieren, de allí esa cultura y ese algo especial de la Policía de Caracas y esa organización de Distrito que dice mucho de las facultades del general Pedro María Cárdenas.

El viaje en tren, desde Valencia a Caracas, demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones.

El viaje en tren, desde Valencia a Caracas, demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones.

Al salir de la estación de Los Teques, sonaba el pito más duro, en señal de que el tren se aproxima a Caracas.

Al salir de la estación de Los Teques, sonaba el pito más duro, en señal de que el tren se aproxima a Caracas.

     Pueda una calesa y se detiene en la casa número 66 –Candelaria– baja un individuo, da un golpe en el antepórtón y dice: ¡Viva Castro! Aparece Gumersindo Rivas, un poco quebrantado pero con su gran corazón y su buena voluntad para todos los amigos de la Causa, se ve la casa muy bonita, el retrato del Jefe y se oye muy claro: «Todos nuestros respetos y todos nuestros esfuerzos para el general Juan Vicente Gómez, el amigo leal que ha compartido con el Jefe las amarguras de la campaña y las alegrías del triunfo y de la paz», y sigue la película clara, se oye el trote de los caballos y se detiene la calesa en las oficinas de EL CONSTITUCIONAL con sus máquinas movidas por la electricidad y la organización militar de aquellos talleres que están diciendo en cada detalles de la voluntad de Rivas y del sabor partidario y leal de aquella tropa que maneja la pluma y que se gana la vida con el sudor de su frente. Sigue la calesa salvando los encuentros con los carros del tranvía y se detiene en el Teatro Caracas, largo como un camino y con sus pasillos de pollera, el cinematógrafo malo, oscuro y sin embargo el público aplaude, pasa la noche oyéndose cada cuarto de hora que hace el reloj tin, tan, tin–y sigue la película y amanece el día con muchas mujeres y muchas flores, todo es vida, animación y contento.

     Vienen los toros con su circo de hierro suntuoso pero su corrida mala, Caracas aplaude, Caracas no sufre por nada, los botiquines repletos, cada quien quiere obsequiar, cada corazón es un amigo y cada mujer es una alegría, porque llevan en sus ojos todo el gusto por la vida y todas las ternuras del sexo.

     Viene el Mercado con su organización admirable, limpio como un espejo y pletórico de comestibles y flores y sigue la película presentando las joyerías y los establecimientos mercantiles con sus grandes espejos y sus mostradores de cristal; aparecen las oficinas de El Cojo Ilustrado sus máquinas en movimiento por la electricidad y su personal atento, afable y feliz y desfilan los hoteles y las plazas públicas. El Calvario, El Paraíso, los Templos, los Bancos, las Logias, los Teatros, «Cosmos» con sus máquinas modernisimas, la Lavandería Venezolana, el Telégrafo y el Correo a la altura europea, etc, etc. y luego se oscurece un poco la película y de cuando en cuando se ven letreros que dicen «Casas de Cambio» –Cambios dudosos, Compra y venta de muebles y «El amor fácil», y se va haciendo cada vez más oscuro hasta que aparece una nube como langostas, de vendedores de billetes, de libros viejos, limpiadores de botas y unos hombres de paltó que piden pesetas y revientan la película”.

Petare

Petare

Por Rhazes Hernández López

Petare se estableció entre el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja quebrada El Loro.

Petare se estableció entre el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja quebrada El Loro.

     “En los Valles de los Caracas, hacia el extremo Este de la ciudad de Santiago de León, existe un viejo pueblecito histórico. En él, a través de casi tres centurias, se han sucedido hechos por demás interesantes. El pequeño burgo está rodeado de estratégicas colinas, en las cuales se libraron batallas hasta no hace muchos lustros, y pertenece hoy día al extenso Estado Miranda. Este pequeño terruño de la nombrada Entidad Federal, tuvo hasta la honra de ser por varios años, en la segunda mitad del siglo XIX, capital del entonces llamado Estado Bolívar.

     Este pueblecito de calles tortuosas y angostas, guarda la imperecedera huella de la arquitectura colonial española. Cuando nos adentramos en el corazón de él, y nos perdemos por las todavía calles empedradas, nos vienen a la mente las serpenteadas y empinadas callejas de la más española de las ciudades de España: Sevilla. Aquí sólo faltan los geranios florecidos sobre los barandales labrados y torneados de los balcones de madera, así como la guitarra andaluza, tejiendo sus arabescos tras el “cante jondo” y la copla del “cantaór” trasnochado. . . En la arquitectura simple y de pequeñas proporciones, vemos las estampas de Extremadura. El alarife de hace diez siglos atrás, nos ha dejado el eterno recuerdo de la Madre Patria.

     Hay en el pueblo una vieja reliquia arquitectónica: la Iglesia de El Calvario, construida en los primeros días en que se formó la feligresía. Posee imágenes valiosas que recuerdan a “Los Primitivos”, muchas de las cuales se conservan intactas, muy especialmente unas esculturas en las que se ven representados al Arcángel San Miguel en lid con el demonio. Algo muy curioso en estas esculturas, es la pintura que las cubre: el Arcángel está pintado de blanco, mientras que el diablo de negro “achocolatado”, valga el vocablo para determinar el color impreciso. En esta misma iglesia, que fuera hace por lo menos 200 años el templo parroquial, hay una cruz grande, de madera, la cual se cree fue traída de España en el siglo XVII. Esta reliquia histórica se conserva en muy buen estado, y numerosos fieles concurren a ella, devotamente, por cuanto se dice “que es muy milagrosa”. El pavimento de este humilde templo, es de ladrillos rojos, es el mismo que le fue colocado cuando fue construida la iglesia. Y a pesar del largo derrotero de años, este enlozado se conserva intacto.

     Siguiendo la costumbre de aquella época de inhumar en los recintos de los templos, podemos apreciar las lápidas de varias tumbas, en las cuales se encuentran enterrados distinguidas damas y nobles caballeros, tal vez fundadores del pequeño pueblecito y dueños y señores de las fértiles campiñas de este extremo de los Valles de Caracas. En los epitafios se ven claramente las fechas que señalan el día en que fueron llevados a la última morada estas connotadas personas. . . 1700. . . 1764. . . 1800. . . Los mausoleos permanecen tal como fueron construidos; el mármol conserva la brillantez del pulimento. Su aspecto nos infunde el respeto que se le tiene a lo hierático y divino. Y ante su presencia, nos hacemos una larga serie de cavilaciones, reconstruyendo en nuestra imaginación aquel pasado oscurantista, cuando se acostumbraba colocar sobre los caballetes de las casas una crucecita de hierro, salvaguarda sobre el enemigo malo, según el decir de las personas versadas en cuestiones religiosas. . . Asimismo, cuando el párroco acudía con el Santo Viático, acompañado de un escuálido cortejo de feligreses y devotos, y los monacillos tocando el lúgubre esquillón, que anunciaba que se le iban a prestar los últimos auxilios a la Santa Madre Iglesia, al moribundo que habitaba en una callejuela húmeda y solitaria, gris-oscura, como un atardecer de invierno.

     Así era el pueblecito de entonces. Así era Petare de los siglos XVIII y XIX, establecido, como siempre, como una isla dentro de un triángulo de agua formado por el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja Quebrada de la Mina de Oro, la que más tarde la voz popular tal vez para abreviar su nombre la llamó El Loro; hoy día continúa llamándose así.

     En algunas casas de esta población se conservan todavía los cuartos, formas de calabozos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical en las faenas del campo, en las propiedades agrícolas de sus señores. En estos “cuartos” pueden apreciarse los barrotes de las puertas, así como las grandes aldabas y pesados picaportes hechos de hierro forjado, igualmente las argollas a las cuales eran encadenados durante la noche los esclavos más rebeldes, cansados de sufrir el látigo infamante y las más duras tareas en el largo ciclo de 12 ó 14 horas consecutivas.

Algunas casas de Petare conservan todavía los cuartos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical.

Algunas casas de Petare conservan todavía los cuartos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical.

En los aledaños del pueblo

     Al salir del pueblecito hacia el Norte, por el viejo camino carretero de Guarenas, nos dirigimos hacia los frescos cañamelares de las haciendas circunvecinas. Tomamos el sendero del fundo de “La Urbina”, sendero éste que va casi por la orilla del que fuera el rumoroso Caurimare, cantado por los aedas de la “era parnasiana”, tales como Domingo Ramón Hernández, Gabriel Muñoz y otros que se nos olvidan. En este agradable sitio se encuentra el célebre “Pozo de la Batea”, donde según cuenta la leyenda, tomó un baño El Libertador y otras eminentes personalidades de linaje, pertenecientes a las familias patriotas de Caracas, cuando el famoso éxodo a Oriente en el año 14.

     En esta hacienda existen dos grandes trapiches los que se conservan, aunque algo derruidos por la acción del tiempo – ¡casi dos siglos de existencia! – Sus torreones se yerguen imponentes apuntando hacia el cielo límpido y azul como dos gigantes de piedra. Arrumbados contra los viejos muros se hallan las primitivas maquinarias para la molienda; las enormes y pesadas mazas de piedra que trituraban la caña de azúcar para extraerle el dulce zumo; las ruedas dentadas cubiertas por el moho de varios lustros. 

     La Gran Rueda de casi diez metros de diámetro, por medio de la cual se ponía en movimiento todo el sistema de molienda, era accionada por el agua; las grandes pailas de cobre martillado, donde se cocinaba la zafra de todos los años para hacer el papelón que consumían todos los pueblos de este feraz valle. Hoy emplean estos grandes envases para los bebederos de las bestias de la hacienda. Uno de estos fundos fue propiedad del general José Antonio Páez, y cuenta la tradición que el Héroe de las Queseras. Acostumbraba pasear todas las tardes en una briosa cabalgadura árabe por su finca, llegando a veces hasta el pueblo, donde era recibido con júbilo por los pobladores, quienes sentían admiración y respeto por el bravo paladín de la Emancipación.

Petare, tierra de valientes soldados

     Durante el pasado siglo, Petare era considerado como una tierra de hombres valientes. Allí nacieron el general Luciano Mendoza, adversario del general José Antonio Páez, y a quien derrotara en una batalla librada en los llamados “Cerros de Chupulún”, cercanos a esta misma población; el general Natividad Mendoza, hermano de anterior, y también incansable guerrillero, que cuando se “alzaba”, sembraba el pánico en toda la comarca; el general Fermín Soto, destacado miembro del Partido Liberal Amarillo, y quien se distinguió en varias acciones con valentía y serenidad. En la actualidad vive en Petare su hijo, Jesús María Soto, persona muy apreciada en esa población. Igualmente nació en Petare, el general José María Capote, uno de los mílites de quien se dice ayudó a dar el triunfo a Juan Vicente Gómez en la batalla de Ciudad Bolívar. Este pequeño pueblo era considerado como un nido de “revolucionarios”, quienes a cada momento ponían en consternación al gobierno constituido. Para entonces ir de Caracas a Petare era algo difícil, pues parte del camino –hoy Vía del Este– siempre estaba lleno de grandes lodazales. Todavía se comenta en la nombrada población “el gran pantano que se formaba entre Los Dos Caminos y Petare”; las carretas –transporte exclusivo de carga para la época– se hundían en el lodo, y muchas veces llegaron a perecer las bestias que las tiraban, ante el desespero de quienes las conducían.

Las calles de Petare son, generalmente, empinadísimas.

Las calles de Petare son, generalmente, empinadísimas.

Un artista que no se dio a conocer

     En la segunda mitad del siglo pasado, vio la luz en esta población un niño que con el tiempo dio notaciones de tener una gran intuición para el arte de la pintura. Este artista se llamó Jesús María Arvelo. Dicen los que lo conocieron en el pueblo “que tenía una facilidad asombrosa para pintar retratos, así como paisajes y naturalezas muertas”. El gobierno de entonces se interesó por el joven pintor, con el loable propósito de enviarlo a Italia para que estudiara la carrera artística bajo la dirección de buenos maestros; mas, al joven Arvelo, se le presentó la dificultad de separarse de su señora madre, quien desesperadamente le rogaba que no se fuera porque no podía estar sin él. Ante esta calamidad de orden familiar, fue perdiendo el entusiasmo de su viaje a Europa, y el tiempo se encargó de ir apagando sus vehementes deseos de seguir los estudios en una academia. Sin embargo, Arvelo continuó pintando en su pequeño pueblo natal, ya que no vivía sino para su arte, al cual le dedicó la mayor parte de su vida. En Petare se conservan varios óleos de propiedad particular, así como también en la Iglesia Parroquial de esa localidad, sobre hechos de la Biblia y sobre la vida de los santos, e igualmente varias decoraciones en algunas casas. A través de la pequeña obra del artista y de sus escasos recursos técnicos, se observa la disposición y el talento que tenía para tan difícil carrera. Es una verdadera lástima que Venezuela no haya podido contar entre sus hijos a este artista olvidado quien ha podido ser un destacado representante del arte pictórico nacional.

Una reacción contra el Libertador

     En los emocionantes días de la Independencia, cuando el pueblo venezolano se preparaba a sacudir de una vez por todas el yugo de la España oscurantista y ultramontana, en este pueblecito tuvo lugar un triste hecho que ha permanecido perdido en los tantos y olvidados capítulos de la historia patria. Dice la tradición que un grupo de burgueses de la localidad ante el ritmo vertiginoso que estaban tomando los acontecimientos por la Independencia de la patria, agitaron al pueblo contra el Libertador “por su herejía y alta traición contra su católica majestad Don Fernando VII”. Este grupo de reaccionarios señores, obligaron hasta por medio de la fuerza a los esclavos para que se unieran a la protesta por una tan noble causa. El condenable hecho no tuvo una gran trascendencia por fortuna, pero la historia registra este acto como que fue una cosa del pueblo y de los esclavos contra las ideas de emancipación, cuando todo ello fue el producto de los eternos individuos que se han opuesto siempre al progreso de la humanidad. En Petare existe la casa donde se reunieron estos señores. Está situada en la Calle Miranda y en la actualidad hay en ella un negocio de cine y botiquín. Bajo el piso de ella hay unos sótanos profundos que sería curioso visitarlos; se ha llegado a decir que en ellos hay enterrado un gran tesoro. Este rumor popular ha corrido por espacio de muchos años; parece que nadie se ha atrevido a bajar a ellos. Asimismo, se cree que se comunican con una hacienda vecina por medio de un túnel.

 

La hacienda del conde Mestiatti

     En el cerro del Ávila, justamente frente a Petare, existió en un tiempo una gran hacienda. Tres horas se gastaban a pie desde esta población al gran patio de café de la finca. Para subir al patio había que tomar una escalera construida de hormigón, la cual siempre estaba cubierta de musgos y enredaderas y a veces producía cierta grima por la humedad y por haberse encontrado al pie de ella algunas “macaguas” y “cascabeles” que habían ocasionado la muerte a varios campesinos. El propietario de este fundo cafetero era un Conde que se apellidaba Mestiatti, oriundo de Italia, y de quien se decía que había inmigrado a este país por causas políticas en su patria nativa. El Conde era alto, blanco y con una barba gris, tenía los ojos verdi-azules. Caminaba un poco doblado hacia adelante. En fin, su porte era el de un gran caballero.

     El nombrado señor se esmeró porque su hacienda floreciera y aumentara su producción agrícola; pero pasaron largos años y el Gobierno con el fin de evitar los grandes incendios adquirió la propiedad para patrimonio de la Nación. Hoy aquellas feraces tierras están cubiertas de exuberante vegetación tropical. El ramaje de los árboles cobija bajo su sombra los sólidos muros tejidos por las tupidas enredaderas. Las yerbas han ido tragándose el extenso patio, en el cual se ponía todos los años a secar la cosecha del aromoso fruto. Los canales por donde corría el agua para mover el molino han resistido el peso de los años. En ellos florecen las pascuas y algunas plantas de la familia de las orquídeas, así como también las fresas adheridas a la humedad del hormigón. En la parte baja de la hacienda existe una “caída” de agua con una altura aproximada de setenta y tantos metros. Al pie de ella hay un cristalino pozo que parece un espejo verde de nubes y de ramas largas. El agua es completamente helada, y una persona no es capaz de permanecer dentro de ella más de un minuto; de quedarse un tiempo mayor, saldría entumecida y calambreada. Las orillas de esta piscina natural están cubiertas de berros, juncos y musgos acuáticos. Casi no hay peces; pero sería un sitio ideal para la procreación de truchas y otros peces de zonas templadas. Esta cascada merece verse pues a algunos metros antes de caer casi se pulveriza formando un eterno arcoíris que se esfuma bajo la verde vegetación de la montaña. El agua es purísima, y el fondo del pozo es de una arena limpia, llena de piedrecitas blancas. Las algas acuáticas forman arabescos caprichosos y se mueven con una lasitud de anguila adormecida. El camino para llegar a la hacienda serpentea por entre los pastos. Hoy los excursionistas ascienden por “picas”, por hallarse este sendero casi cubierto de malezas y los derrumbes producidos por las lluvias. De la población de Petare puede verse la línea amarilla del camino en zigzag, hasta perderse en el corazón de la montaña. En algunas horas del día, toda la extensión de la finca se cubre de nieblas, y a lo lejos se ve tenuemente el Valle de los Caracas, perdiéndose la vista hasta el Abra de Catia, hacia el Oeste marino. Regresamos a Petare pasando por la antigua “Hacienda Arvelo”, otro recuerdo colonial con su casona señorial y el viejo trapiche ennegrecido, con su vetusto torreón de adobes rojos, como un centinela firme vigilando el silencio de los labradíos. Tomamos la carretera caminando hacia el viejo pueblecito del Indio Tare, perdiéndonos entre sus callejuelas sevillanas, con la mirada puesta en los balcones florecidos”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, núm. 985, 13 de agosto de 1944.

Inauguración del primer bloque de El Silencio

Inauguración del primer bloque de El Silencio

El Bloque número 7 está construido frente a la Plaza Miranda y el Circo Metropolitano. El costo del edificio fue 7.000.000 de bolívares. Consta de 106 apartamentos residenciales y 100 locales destinados a comercios. Carlos Raúl Villanueva, el admirable arquitecto venezolano, de la Escuela de Ciencias y Artes de París, fue el autor del proyecto de la Urbanización

El 5 de julio de 1944, se inauguró el Bloque 7, primer edificio de la Urbanización El Silencio que se construyó; está ubicado frente a la Plaza Miranda.

El 5 de julio de 1944, se inauguró el Bloque 7, primer edificio de la Urbanización El Silencio que se construyó; está ubicado frente a la Plaza Miranda.

     “A las personas que gustamos de los libros, de los papeles, de las máquinas de escribir, de las ideas y de los movidos sucesos de cada día, no nos place, en general, el contacto con los números. Nos parecen las cifras algo seco, duro, poco relacionado con la vida tumultuosa y amable, con el torrente poderoso de la humana existencia, que es precisamente el objeto de nuestro trabajo y de nuestro interés.

     Verdad es que los números pueden teñirse de luz cuando se refieren al poder de las estrellas o al calor del sol; verdad es que se miden las sílabas de los versos y un endecasílabo puede ser tan cercano a las matemáticas como la más sencilla operación de sumar; verdad es que los cálculos toman signos de afirmación viva en los ritmos de la música; verdad es todo ello, pero seguimos demostrando la más profunda desconfianza hacia las cifras. Exceptuando, por supuesto, las que nos marcan el monto del salario o, para los afortunados de la tierra, el monto de la renta: de la tan vilipendiada y sufrida renta, de la tan deseada y terrible renta, de la Renta –con mayúscula– enemiga del ministro de Hacienda y del impuesto que sobre ella gravita insistente e incisivo.

     Hablábamos de los números. Los que con la vida tratamos y de la vida hacemos centro y objeto de nuestro trabajo, solemos mirarlos con despectiva indiferencia. Nos encogemos de hombros ante los números: ¿Qué importan los millones si lo que nos interesa no es el dato en sí mismo sino lo que él pudiera encerrar de humana forma huidiza, eterna, poderosa? . . .

     Y nos sorprenden, a veces, los números con su carga de gigante significación. Y nos dicen los números con gritos de indiscutible fuerza la violenta sinceridad de las cosas que –también ellos– expresan escueta y simplemente, en el estilo sagaz y exacto de un novelista minucioso.

     A propósito de El Silencio –de la reurbanización de El Silencio, del Bloque número 7, inaugurado el miércoles 5 de julio de 1944– los números han cumplido para nosotros admirable papel de indicadores.

     Se ha vuelto personaje central de un cuento en el que jamás creímos que pudiera intervenir la Aritmética. Porque nosotros íbamos a hablar del milagroso caso de la reconstrucción o reurbanización del barrio de “El Silencio” y pensábamos decir cómo la gigantesca colmena de prostitutas y hampones que era “El Silencio”, habíase convertido en este admirable conjunto de edificios soberbios entre cuyas paredes se encierran nya unos cuantos cientos de vidas trabajadoras.

     El Bloque número 7 de El Silencio –inaugurado, como dijimos, el pasado 5 de julio– está construido frente a la Plaza Miranda, frente al Circo Metropolitano. En lo que es hoy Bloque número 7 –apartamentos, comercio, plaza, jardines infantiles– estaban las prostitutas francesas del llamado Callejón de las Chayotas. En los terrenos de este Bloque número 7 se alzaba antes la casa de juego –montidao y ruleta, bacarat y ajilei y sietimedio– de Chingüinga. En lo que es hoy el Bloque número 7 se encendían, hace ya mucho, mucho tiempo, bailoteos, disfrazaderas y heroicas juergas del Molino Rojo.

Los alquileres de los apartamentos residenciales de la Urbanización El Silencio fluctuaban entre los 100 y 150 bolívares.

Los alquileres de los apartamentos residenciales de la Urbanización El Silencio fluctuaban entre los 100 y 150 bolívares.

     Ya sabemos todos los caraqueños cómo era de febril y canalla la parranda pobre y miserable en los alrededores de “El Silencio”. Ya sabemos los caraqueños todos cómo la enfermedad y el vicio y la miseria se unían para formar en el brasero de la prostitución una sombría llama que encendía en resplandores desvergonzados el costado que Caracas ofrece a la cercana colinilla de El Calvario.

     De ello pensábamos hablar: decir y recordar la atmósfera de pantomima dramática y burlesca desarrollada en aquellos sitios. Pensábamos describir la escena brillante y podrida de la casa de juego, de los centavos hurtados al jornal del trabajador en el truco pintoresco y ladino del tahúr. Pensábamos pintar las sucias cintas colgadas de las greñas de las prostitutas estridentemente pintadas y expresar cómo dolía al buen caraqueño aquel pequeño y sucio rincón donde podía encontrarse cara a cara todo lo que de más asqueante tiene la familia humana. Pensábamos decir la comparación entre dos épocas caraqueñas y hablar de la prodigiosa obra ejecutada por el Banco Obrero en poco más de un año gastado en los trabajos de demolición y reconstrucción. Los números nos han dado el mejor medio de expresión y de ellos nos valemos gustosamente.

La reurbanización de El Silencio es una de las grandes obras que contribuyeron notablemente con la transformación de Caracas.

La reurbanización de El Silencio es una de las grandes obras que contribuyeron notablemente con la transformación de Caracas.

     Para afirmar la capacidad expresiva de las cifras basta saber que los alquileres de los apartamentos residenciales serán de 100 a 150 bolívares. Lo que equivale a poner delante de nuestros ojos el comienzo de la solución del problema de la vivienda para las clases pobres caraqueñas. 

     Pero comencemos seriamente con las cifras, y dejemos al lector la apreciación y las consecuencias de los guarismos.

     Los terrenos donde se está haciendo la reurbanización “El Silencio” costaron 10.000.000 de bolívares. El terreno donde está el trozo destinado a jardín y plaza, en el centro del Bloque número 7, cuesta 1.750.000 bolívares.

     El costo del edificio inaugurado el miércoles es de 7.000.000 de bolívares. Hay en este edificio 1.391 habitaciones, las cuales componen 106 apartamentos residenciales y 100 locales destinados a comercios.

     En la construcción del Bloque número 7 se trabajó durante 345 días lo cual da 1.048.160 horas de trabajo, por las que se pagó en jornales 1.195.000 de bolívares. El Bloque número 7 tiene en su armazón 56.348 sacos de cemento: 421.024 kilogramos de hierro y acero; 17.000 toneladas de granzón y arena; 20.000 metros cuadrados de granito; 155.064 pies de tuberías para conducciones eléctricas; las paredes se llevaron 85.450 metros cuadrados de pintura y en las vidrieras de los locales destinados a comercio hay 4.245 metros cuadrados de cristal. El Bloque número 7 tiene 28.563 unidades de herrajes.

Gráficas del acto inaugural del primer bloque (7) de la urbanización El Silencio, en 1944. En total eran siete edificios.

Gráficas del acto inaugural del primer bloque (7) de la urbanización El Silencio, en 1944. En total eran siete edificios.

     En toda la obra de reurbanización de El Silencio se utilizarán 660.000 metros cúbicos de cemento; 9.000.000 de kilogramos de hierro y acero; 5.000.000 de pies de tuberías sanitarias; 685.450 metros cuadrados de pintura; 157.545 metros de granito para los pisos: 1.475.378 pies de tuberías para conducción eléctrica; 8.109 puertas; 5.357 ventanas; 9.245 metros cuadrados de vidrieras para locales de comercio.

     Al hacer estas obras serán movilizados 76.420 metros cúbicos de tierra y, cuando se llegue al término de ellas estarán a la orden de la ciudadanía 10.457 habitaciones las cuales formarán 1.990 apartamentos residenciales y de comercio.

     Carlos Raúl Villanueva, el admirable arquitecto venezolano, de la Escuela de Ciencias y Artes de París, fue el autor del proyecto, a todas luces magnífico de la Urbanización. La Construcción está de acuerdo con el Plan Urbanizador de Caracas original de Rotival; en materia de higiene sigue las normas establecidas por el Congreso Panamericano de la Vivienda celebrado en Buenos Aires y, también, sigue las pautas urbanísticas del Congreso Interamericano de Municipios.

     En anterior ocasión dijimos que la obra de reurbanización de El Silencio sólo puede compararse por su importancia a las más grandes que se hayan emprendido en Venezuela por el Gobierno Nacional. Recordábamos las que emprendiera Antonio Guzmán Blanco, único presidente que ha dejado marca por muchos años en la viva historia de nuestro país.

     Sólo las obras de Guzmán Blanco se utilizan todavía por las generaciones actuales y, de las que se finalicen durante el período presidencial del general Isaías Medina Angarita, será esta de El Silencio una de las que mejor expresen la voluntad gubernamental puesta al servicio del pueblo, destinada a la solución de los más esenciales problemas, con mirada realmente amplia, no circunscrita al cercano interés del grupo, del terreno del tiempo más inmediato y pequeño. La reurbanización de El Silencio es obra que resistirá el paso de los años. Estará terminada en el primer semestre de 1945.

     El nombre de Diego Nucete Sardi, director-gerente del Banco Obrero, organismo al cual fue encomendado el trabajo de reconstrucción de El Silencio, será bien recordado a través de unas cuantas generaciones de venezolanos, cuando se hable de esta gigantesca obra, pensada para mucho tiempo y para muchas gentes venezolanas.

     Como se dice en la frase ritual de las ceremonias oficiales venezolanas, “Dios y la Patria lo reconocerán”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, Núm. 74, 8 de julio de 1944; Págs. 23-25.

Caracas la ciudad que no vuelve

Caracas la ciudad que no vuelve

Por Guillermo José Schael*

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

     “La gran mayoría, por no decir casi todas, de estas imágenes que en número de 199 integran las páginas del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”, se hallaban dispersas en manos de algunos amigos o en álbumes familiares Pero cierta vez pensamos si acaso no estábamos en el deber de recogerlas editorialmente, y para ponerlas en manos del público para evitar su desaparición. Representan el escenario urbano de la época pre-petrolera, antes de que se iniciara el segundo gran proceso de transformación.

     ¿Es que hubo uno antes?

     –Claro, el de Guzmán. Al concluir en 1864 la Guerra Federal, Caracas lucía pobre y arruinada. Todavía podían verse las huellas que había dejado el tremendo terremoto de 1812. Además, en 1858 se desató, para desgracia de sus vecinos, una epidemia de cólera. La población quedó reducida a menos de 40 mil almas, mucho menos de la que había señalado Humboldt en el censo de 1800, postrimerías de la época colonial. Desde el poder, inició Guzmán la primera gran transformación. Derribó, por ejemplo, las viejas tapias de los conventos y construyó en su lugar, edificios, parques y alamedas. El Capitolio y el Calvario, el Boulevard de Santa Teresa; construyó el primer gran Teatro y también el acueducto para suplir a una población de 80 mil habitantes. Ordenó, asimismo, el trazado e instalaciones de patios ferroviarios y modernizó los servicios públicos.

     Con tan modestas transformaciones comienza su vida la Caracas del Siglo XX. Al aproximarse el 1911 y con motivo de cumplirse el Centenario de la Independencia, recibe nuevo impulso al organizarse un programa que comprende la ejecución de una serie de obras de ornato. Joaquín Crespo había complementado parte de las realizaciones del “Ilustre Americano”. En los primeros años de Juan Vicente Gómez, se nota asimismo un incremento en la apertura de algunos caminos, paseos y jardines, como por ejemplo los de la Plaza de la Ley, entre la Universidad y el Capitolio. Son embellecidos los alrededores del Panteón Nacional, y se procede a la pavimentación de algunas calles que antes eran de piedra o, simplemente, de tierra. También se emprende la pavimentación de las carreteras de La Guaira a Caracas, y de Caracas a Petare.

     Entre los años 1911 y 1936 casi no sufre modificación alguna el casco urbano. Permanecen como las obras más importantes, aquellas edificaciones de la época guzmancista y otras realizadas por Cipriano Castro “El Cabito”. Corresponden precisamente a este período, casi todas las estampas que integran la colección ofrecida en el libro. Aun cuando para aquella época no existía la perfeccionada técnica fotográfica del color, el señor J. B. Chirinos –en su Tienda “La Margarita” del Pasaje Ramella– editaba con éxito de circulación esas láminas que recogen diversos aspectos citadinos; y podían encontrarse a la entrada del edificio antiguo de Correos en el Principal, por los alrededores del Mercado y de la Casa Natal y cerca del Capitolio o del Panteón. No pocas de aquellas tarjetas eran enviadas a Europa y Estados Unidos, así como a otras partes del mundo. O al interior del país como simples recuerdos de Caracas o mensajes de felicitaciones de Pascuas y Año Nuevo.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

     Con el transcurrir del tiempo, algunas postales regresaron. Por ejemplo, una que le dirige desde Macuto el Dr. Alberto Urbaneja a su amigo Roberto Guzmán Blanco, Calle Víctor Hugo, en París el año 1907; otra que envía a Valera, un allegado de Doña Blanca de Febres Cordero en 1914, con la imagen del primitivo sector de Camino Nuevo y, finalmente, una del ceibo de Macuto que remite Matilde a su esposo en Hannover (Alemania).

     Desde los últimos años fuimos guardando cuidadosamente, en álbumes, estas postales que venían por diferentes caminos a nuestra mesa de trabajo en el diario “El Universal”.

     Sería de justicia mencionar la sugestión que hace algunos años nos formulara el historiador Carlos Manuel Moller en Quinta Anauco:

     –Si no recogemos este magnífico testimonio gráfico de Caracas –dijo– corre el peligro de desaparecer. Usted, que ya tiene una colección, ¿por qué no lo edita?

     Efectivamente, nos pareció que valía la pena hacer el esfuerzo de poner a cada postal su correspondiente leyenda y entregarlas más tarde, editadas al público. . .

     Sería asimismo de señalar la circunstancia de que estas postales reflejan las características predominantes en una etapa interesante; como aquella en la cual comienzan a hacer su aparición los primeros automóviles, los que irían, poco a poco, desplazando a los coches (de caballos), tranvías y ferrocarriles. La narrativa ilustrada llega hasta el año 1943, cuando se produce el fenómeno o impacto de transformación de Caracas.

     Un informe del Concejo Municipal que presenta en 1942 el Gobernador Diego Nucete Sardi, subraya que por las calles de Caracas circulan 7.200 automóviles, cifra considerada como exorbitante. No obstante, en esa época Caracas seguía siendo una ciudad semidesierta. La escenografía urbana conserva muchos de los signos apacibles y de quietud. Por ejemplo, la entrada de la Urbanización “Los Caobos” que acaba de concluir don Luis Roche, como todas las de los “extramuros”, no tiene una sola casa construida; no hay flechados y marchan, indistintamente por la izquierda o por la derecha. Todavía más, en 1944, cuando se termina la construcción de “El Silencio”, frente al Bloque Siete, ángulo Sur-Oeste de la Plaza Miranda, se toma una fotografía y apenas aparecen tres peatones y dos automóviles. Contraste singular ofrece a la presente generación ese sector a las horas meridianas. Una tremenda barahúnda de peatones, vehículos, buhoneros y otros, señalan un incremento del ritmo urbano elevado casi al paroxismo.

     La mayor parte de las postales –como queda explicado en la introducción del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”–, llegaron a nuestra mesa de trabajo por diferentes caminos, y han venido a llenar la finalidad de ofrecer un conjunto atrayente a las nuevas generaciones de la ciudad que no vuelve, esa que hemos visto pintada en las páginas ilustradas con breves leyendas explicativas. 

     Esta, además, de manifiesto signo atrayente de la “Pequeña Historia”, siendo así que, junto con los vendedores ambulantes de aves de corral, instalados entre Sociedad y Camejo, podemos ver también a dos Embajadores departir durante una recepción diplomática en el Capitolio, luciendo el pintoresco uniforme de la casaca y el bicornio. Y junto con la fisonomía característica de la Laguna de Catia y sus visitantes, observamos también la sobria elegancia del Teatro Nacional, donde acaba de estrenarse “La Viuda Alegre” de Franz Lehar.

     Es a grandes rasgos la impresión que causa este libro hecho, como dice el autor, “para competir en esta época vertiginosa de la publicidad”.

* Cronista de Caracas. Periodista del diario El Universal, donde publicaba semanalmente su muy leída columna Brújula. Entre sus obras destacan: “Imagen y noticia de Caracas”, “Tres episodios históricos” y “La ciudad que no vuelve”

 

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Líneas. Caracas, núm. 139, noviembre de 1968

Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     “En 1943, la Cervecería de Caracas celebró el cincuentenario de su fundación. La historia de esta empresa venezolana se remonta a 1893, cuando un grupo de entusiastas empresarios realizaron una importante inversión para constituir una industria que hoy es ejemplo de perseverancia y tesón.

     La “Cervecería Nacional”, hoy Cervecería de Caracas, cuyo capital actual (1943) es de Bs. 9.100.000 (nueve millones cien mil bolívares) se fundó con un capital de Bs. 600.000 (seiscientos mil bolívares) en el escritorio del señor Juan E. Linares, constituido de la siguiente manera:

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     El libro de Actas que todos vimos en la recepción de la mañana del jueves en las Oficinas de la Cervecería Caracas, parece más bien el diario de una campaña industrial en la cual se observa la fe por lo nuestro como un símbolo, en las respectivas Juntas que en él actuaron.

     Por ello vemos desfilar por la Gerencia de la Empresa a los señores J. A. Mosquera, A Valarino, Carlos Zuloaga, Félix Rivas, E. Henny, M. A. Monteverde, Alfredo Dallacosta, Vicente Marturet, Eduardo Sanabria, Eduardo Röhl, hasta el actual titular del cargo, señor doctor Martín Tovar Lange, quien corresponde noblemente al esfuerzo de sus antecesores.

     El doctor Tovar Lange es un venezolano auténtico. Reviviendo la constancia de nuestros mayores, habló a nombre de la actual Junta Directiva de la Cervecería de Caracas, integrada así: presidente, señor don Luis A. Marturet; vicepresidente, doctor Oscar Augusto Machado; Vocales: doctor Nicomedes Zuloaga, señor John Boulton, doctor Carlos Mendoza, y secretario general, el doctor Martín Tovar Lange; y ha facilitado al público un conocimiento de los pormenores de la fundación de la Empresa, con motivo de su cincuentenario.

     Con fácil memoria y precisión, el doctor Tovar, en la mañana del jueves 25, fue describiendo a la numerosa concurrencia las características y aplicaciones de las modernas maquinarias, los procesos de fabricación, la alta eficiencia de los Laboratorios y las perspectivas de la Cervecería Caracas, entre las cuales oímos con satisfacción la posibilidad de fabricar levadura de cerveza en condiciones que pueda ser aplicada a la industria de panadería.

     Con palabra serena y tranquila, cual, si hablara en ambiente familiar, el señor Gerente, haciéndose eco de la Junta Directiva, nos ha demostrado este orgullo de la industria nacional, este empeño de nuestros mejores hombres que hace medio siglo vislumbraron las posibilidades del país.

     Y es que la trascendencia del desarrollo de la Cervecería de Caracas no hay que verla solamente bajo el punto de vista de la fabricación de cerveza, en la cual da trabajo a alrededor de 800 familias. Debemos medirla en sus otros alcances, es decir, por lo que representan para el país sus industrias subsidiarias, entre las cuales, la principal, la Fábrica Nacional de Vidrios, no solamente suple las botellas para la cerveza, sino que fabrica 360 modelos de diversos tipos y para fines distintos, los cuales entran de lleno en la evolución manufacturera de otras industrias, facilitando su desenvolvimiento y proporcionando trabajo a millares de familias.

Patio de la cisterna, 1894.

Patio de la cisterna, 1894.

Salón de máquinas, 1894.

Salón de máquinas, 1894.

     Es de suponer lo que sería la falta de la Fábrica Nacional de Vidrios, en los momentos actuales, para la industria embotelladora del país. Entre los beneficios indirectos que proporciona la Cervecería de Caracas, encontramos, principalmente:

Trabajo a los fabricantes de cajas de cartón y de madera.

Trabajo a los obreros del transporte.

Fletes, depósitos, manipulaciones por transportes locales, etc., etc.

     De alta importancia para el país es el hecho de que la Cervecería de Caracas, en su Departamento de Bebidas Gaseosas, es factor principal en el consumo de azúcar nacional.

     En cuanto a nuestra evolución social la Cervecería de Caracas aplica los principios básicos de la técnica que procura la armonía del capital con el trabajo: fabrica casas para sus empleados y sobrepasa las previsiones de la Ley del Trabajo. Además de las utilidades reparte a sus gremios de trabajadores una cantidad semanal igual a la que resulta recaudada entre los asociados.

     Alguien dijo en un libro injusto que los venezolanos somos tardos en apreciar el mérito propio y no reconocemos el derecho de rectificación, que ejercieron hasta los grandes santos.

     Venezuela parece responder que sí hay un propósito de superación en sus hombres. Su marcha evolutiva es hacia el consumo de lo propio.

     Veamos un hecho cierto: la Fábrica Nacional de Vidrios, con un personal todo venezolano, consume el 84% de artículos de producción nacional. El 16% restante o sea el correspondiente al carbonato de soda, será eliminado de la importación porque se están dando pasos en firme para establecer una fábrica de dicho producto en el país.

     No queremos cerrar esta información sin dar a conocer al público los siguientes datos que demuestran en cifras la gran importancia de estas industrias en la economía nacional:

 

La Cervecería de Caracas y sus subsidiarias en la economía nacional en el año 1942

Al Gobierno Nacional

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     Actos que se efectuaron con motivo del cincuentenario de la fundación de la Cervecería Nacional y de la propia industria cervecera en el país:

Guardianes de las cavas, 1894.

Guardianes de las cavas, 1894.

Día 25 de marzo de 1943

     A las 8.30 a.m. Misa en Acción de gracias en la iglesia parroquia Candelaria para todo el personal de la Empresa.

     10.99 a.m. Apertura de la Convención de Viajeros, Agentes Residenciales y Vendedores en el Distrito Federal.

     11.30 a.m. Los representantes de Comercio, Prensa, Banca, Industrias y favorecedores fueron gentilmente recibidos por su personal.

     A las 4.00 p.m. se llevó a efecto el reparto de juguetes y piñatas como obsequio de la Junta Directiva y del Gerente de la Empresa a los hijos de los obreros de la misma, entregados por las señoras de los directores.

     8.00 p.m. Los empleados de la Cervecería de Caracas, Venezolana de Maiquetía y Nueva Cervecería de Ciudad Bolívar obsequiaron al gerente, doctor Martín Tovar Lange, con una comida de gala en el Club Paraíso, y en este acto le hicieron entrega de una placa de oro, obsequiada por todo el personal, incluyendo el de la Fábrica Nacional de Vidrio.

Día 26 de marzo

De 10.00 a.m. a 12.00 m. continuó iniciada la convención de Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores. A las 4.00 p.m. los Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores fueron recibidos en la Planta de Coca Cola por el Superintendente señor Stull.

Día 27 de marzo

     En la mañana de este día los agentes viajeros y residenciales fueron a Maiquetía a visitar la Cervecería y la Fábrica Nacional de Vidrio. El señor Jesús Corao, en representación de dichas Empresas, ofreció un lunch a los visitantes

 

Día 28 de marzo

     A las 12.00 m. se llevó a efecto en el local de la Planta de Coca Cola el almuerzo criollo y baile que la Junta Directiva y el Gerente de la Empresa ofrecieron al personal de las Compañías.

     En este acto se hizo un homenaje especial a los empleados fundadores de la Cervecería Nacional que aún se encuentran en actividad”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, abril de 1943.

  • El Cojo Ilustrado. Caracas, 15 de agosto de 1894

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