Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

POR AQUÍ PASARON

Inventario caraqueño de finales del siglo XIX

¿Cómo era la ciudad de Caracas de hace casi 130 años?

     El bibliotecario de la Academia Nacional de la Historia, Erasmo Colina, en un interesante artículo publicado en la edición del 15 de julio de 1966, en el diario El Universal, el cual tituló: Aspectos de la Vida Caraqueña 1893-1894, presenta un amplio panorama de la dinámica de la capital venezolana a finales del siglo XIX.

     Colina hace un recorrido, más bien, suerte de inventario, por los nombres de las diferentes autoridades, las empresas de alumbrado y teléfonos que prestaban servicios, el transporte, el telégrafo y sus tarifas, los medios de comunicación impresos, los clubes y lugares de diversión, la red bancaria y precisa, entre otras cosas, que la matrícula de la Universidad de Caracas era de poco más de 400 estudiantes.

     Disfrutemos pues de la pormenorizada descripción

     “Jefe del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos de Venezuela, era el General Joaquín Crespo. El Secretario general, Dr. José R. Núñez; Secretarios: Doctores: Alirio Díaz Guerra, Luis F. Castillo y Augusto L. Figueredo. Traductor: Jorge L. Hartmann. Primer Telegrafista, Coronel Pedro María Sucre. 2do Señorita María Carbonell.

      El Cuartel de la Policía estaba ubicado al sur de la Plaza Bolívar. El Arzobispo de Caracas y Venezuela era el Ilustrísimo y Revmo. Sr. Dr. Críspulo Uzcátegui. Secretario de  Cámara del Arzobispado, Pbro. Dr. Gil Martínez. Provisor y Vicario General y Gobernador del Arzobispado, Dean Pro. Dr. Manuel Antonio Briceño. Teniente Provisor, Pro. Dr. Luis Felipe Esteves. Notario de la Curia Eclesiástica, Dr. Francisco Izquierdo Martí.

     Caracas tenía la llamada Empresa de Alumbrado Eléctrico, siendo sus contratistas y empresarios: G. Palacios. La oficina de elaboración estaba en S. 6, al Este del Mercado de San Pablo.

     Había para los años 1893-1894 y siguientes, servicio de ambulancias o sea camillas ad hoc para la traslación inmediata de heridos o enfermos y a disposición de quien desgraciadamente las necesitara, en los lugares siguientes: Sacristía de las Iglesias de Catedral, Santa Teresa, Santa Rosalía, Candelaria, San Juan, Altagracia, La Pastora, San José y Las Mercedes; Asilo de Huérfanos, Aserradero de Ramella y Panadería de Las Gradillas, Ferrenquín, Miranda y la de Zamuro.

     Las calles de Caracas eran transitadas por coches. Los de alquiler, tenían estaciones: de lujo — Boulevard Oeste del Capitolio, de número —Boulevard Este del Capitolio.

     Los coches de plaza estaban libres de patente, y sometidos a la siguiente tarifa: Por cada carrera de la estación o de sus inmediaciones, a cualquier punto de la ciudad, Bs. 1,50. Por cada hora dentro de la ciudad, Bs. 4. Por cada hora fuera de la ciudad, Bs. 5. El recorrido de coches era de 6 de la mañana hasta 10 de la noche. De las 12 en adelante el valor del pasaje era de Bs. 8.

     El Gobernador del D. F. era el doctor Juan Francisco Castillo; Secretario, Emilio Conde; Jefe de la Sección Política, Dr. Rafael Salazar Yanes; de la Sección Administrativa, Agustín García Pompa; de la Sección de Obras Públicas, José Cairós y M. 1er Oficial, Juan Pablo Penzo, 2do id., Juan Bautista Silguero hijo, Achivero General, y Encargado de la Estadística, el Coronel Santiago Carías. Portero, Ramón Ávila.

     Tenía Caracas agencias funerarias: entre Gradillas a San Francisco, Gran Agencia Funeraria; Torre a Veroes, La Nacional; Esquina de Veroes, La Equitativa.

     Estaba encargada del movimiento de vapores y noticias universales la Agencia Pumar. Estaba ubicada entre Principal y Santa Capilla, era su director Carlos Pumar. Existían además Agencias de Mercancías secas; de negocios de seguros, de Repartos (fundada en 1887); de Vapores, y diversas. Había en Caracas, las siguientes fábricas de cigarrillos: “La Legalidad”, “La Libertad”, “El Modelo”, “Chitón”, “Resurrexit”, “Flor de Cuba”, “La Cubana”, “La Fragancia”, “La América”, “La Africana”, “El Cojo”, “La Corona” y “El Espartano”.

     Diversiones: el Circo de Toros, ubicado en Oeste 12, N°5. Maderero a Puente Nuevo. Su Gerente: Heraclio de la Guardia. Circo de caballitos “Venezuela”, situado entre Reducto a Glorieta, propietarios: Benítez Hno., Alfredo Dupouy, Luis González y Guinand Fréres. Allí acudía la chiquillería de entonces, acompañada de sus padres o representantes. Al dirigirse a él, saludaban cortésmente a los transeúntes, y daban la acera a los ancianos y les tendían la mano en caso de haber algún estorbo o hueco en la vía. Lo mismo hacían cada vez que iban al Templo, al Colegio o a su hogar.

     En Caracas de fines del siglo pasado, según vemos en un Anuario de la época, existían los siguientes Clubs: América, Esq. de La Torre; Alemán, Camejo a Pajaritos; Bolívar, Padre Sierra a La Bolsa; Fénix, igual dirección; Unión, Santa Capilla a Mijares; Jockey, Carmelitas a Llaguno; Venezuela, Principal a Conde.

     La Prensa y Boletines en Caracas: Los periódicos que se publicaban para ese tiempo: El Anunciador Filatélico, el Boletín de la Agencia Pumar, el Boletín del Banco Monte Piedad, el Boletín del Ministerio de Obras Públicas, Boletín de la Riqueza Pública, Ciencias y Letras, El Cojo Ilustrado, La Clínica de los Niños Pobres, el Correo de Caracas. El Correo de los Estados, El Cosmopolita, El Deber, La Defensa, El Diario de Avisos, La Época, La Gaceta Forense, La Gaceta Médica de Caracas, La Gaceta Oficial, Guía de Caracas, La Justicia, El Látigo, Lucifer, El Noticiero, El Progreso, La Religión, El Reportero, El Republicano, El Palenque Español, La Revista Mercantil, El Siglo. La Situación, El Sol de América, El Tiempo, Venezuela Postal.

     Los relojes públicos existentes en la capital: el de la Torre de la Catedral, (hora oficial); uno en la torre de la Iglesia de San Juan, 12 eléctricos colocados así: uno en cada Plaza: La Pastora, Miranda, Candelaria, Washington, Santa Rosalía, 19 de Abril, del Teatro Municipal; 3 de Salón, en el Palacio Federal, Casa Amarilla y Concejo Municipal y el normal o regulador en la Torre de la Universidad.

     En los situados de las plazas, existían termómetros de alcohol con escala de Celcius y Farenheit. Se había encargado al señor Carlos D. Lemoine, para el cuido y arreglo de los relojes de Catedral y San José.

     Teléfonos: Había dos compañías: “The Venezuelan Telephone and Electrical Appliances Comp, Limited”. Entre Sociedad y Camejo, y la nueva “American Electric & Manufacturing C.”, de Gradillas a San Jacinto.

     El Telégrafo estaba entre las esquinas de Principal a Conde. Por diez palabras cobraban (según tarifa de la época) Bs. 1. De a 11 a 15 palabras, Bs. 1,25. De 16 a 20, Bs, 1,50, y de 21 a 25, 1,75. Por la noche doblaba el precio de los telegramas.
Universidad situada entre Bolsa a San Francisco, con sus dos amplios patios con las estatuas de Vargas y Cajigal, y los bulliciosos jóvenes que acudían a ella a seguir diversos cursos superiores. Era el Rector el Dr. Elías Rodríguez. El Vice-rector Dr. José Manuel Escalona; el Secretario, Dr. Vicente G. Guánchez; Archivero Adjunto, Carlos Toro Manrique; Adjunto a la Secretaría, Pedro A. Guánchez; Recaudador, Manuel H. Camacho. Contaba la Ilustre Universidad 34 Cátedras y más de 400 alumnos.

     Bancos: Había en Caracas los Bancos: Caracas, Venezuela, Monte Piedad, de Seguro y Economía.

     Tenía la ciudad baños públicos, Bibliotecas Públicas, Billares, Casas de Moneda o Cuño, Colegios, Escuelas, Academias, Boticas, Empresas de Construcción, Ferrocarriles, Dentistas, Doradores, Droguerías, Fábrica de Fósforos, etc.

     La gente era muy cortés, afable y según testigos, la gente se preocupaba por la cultura; la buena educación y urbanidad estaban presentes en todos los actos sociales. Había recato en el vestir y ningún menor era capaz de dirigir la palabra a una persona mayor, si no se le permitía o se le preguntaba algo.

     Pocos robos, pocos asesinatos y raros suicidios. Por las calles iban los vendedores de granjerías y por las ventanas asomaban lindas caras de las caraqueñitas gentiles. Las flores eran traídas de Galipán y de Gamboa. Era corriente el uso de sombrero y del paraguas.

Vivencias  de Teresa Carreño

Vivencias de Teresa Carreño

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Vivencias de Teresa Carreño

     En un interesante reportaje publicado en la edición del 19 de diciembre de 1953 de la revista Élite, la escritora Carmen Clemente Travieso cuenta la vida de la excepcional pianista venezolana María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García, conocida universalmente como Teresa Carreño.

     Nacida el 22 de diciembre de 1853 en Caracas, inició su brillantísima trayectoria como una niña prodigio del piano, aproximadamente a los 8 años de edad, por lo que muchos afamados intérpretes y directores de orquesta de Europa y Estados Unidos la consideraron un genio de la música.

     Por más de cincuenta años se presentó en salas de concierto de las más diversas ciudades del mundo. Falleció en Nueva York, a la edad de 64 años, el 12 de junio de 1917. En el año 1938 sus restos fueron trasladados a Caracas y llevados al Cementerio General del Sur y sesenta años después, el 8 de diciembre de 1977, sus cenizas mortales quedaron en reposo en el Panteón Nacional.

     Seguidamente presentamos el mencionado trabajo periodístico basado en anécdotas de la eximia pianista caraqueña.
Existe un maravilloso y variado anecdotario sobre la vida de Teresa Carreño; anecdotario que ha trascendido hasta el pueblo venezolano, pues la vida de la insigne artista apenas es conocida por algunos privilegiados, ya que ninguno de sus compatriotas se ha detenido a escribirla no obstante ser una vida rica en acontecimientos artísticos, morales e intelectuales, que acusó una noble y elevada condición humana.

     La vida de Teresa Carreño, desde que su padre descubrió que era un genio musical, hasta su muerte, estuvo signada por la lucha, una lucha sin tregua para todo: para triunfar, para imponerse, para aprender, para superarse, para defender su derecho a la felicidad, al amor de los hijos, la paz de su hogar. 

     Luchó contra todo: con la familia, con el medio ambiente prejuiciado y mezquino, con los maridos, con los hijos, con los empresarios y aun con sus propios discípulos que, en ocasiones, se sirvieron de su fama para medrar.

     Leyendo la única biografía de esta insigne venezolana, escrita por su discípula y admiradora Marta Nilinowski, la vemos crecer a través de sus páginas: vemos a aquella tierna niña de 9 años aclamada y aplaudida por los públicos de Estados Unidos y Europa, transformarse en una mujer de gran personalidad, no solo artística, sino humana; de una avasallante simpatía; de un cálido corazón, al extremo de saberse defender ante las asechanzas de la vida sin menoscabar su prestigio de artista genial. Y todo ello en medio de sus fracasos sentimentales, de las cobardías de sus maridos, de pequeñeces e incomprensiones que Teresa sabía sortear y de los que nunca habló ante los extraños.

     Lo acontecido en su propio país silenciado por largos años en los círculos históricos e intelectuales venezolanos, son una demostración de la gran calidad humana de Teresa Carreño. Por ello nunca se supo su gran desengaño, sus sufrimientos, sus lágrimas vertidas en la intimidad de los hogares de las pocas familias venezolanas que la acogieron y demostraron sus simpatía y solidaridad ante la crueldad de una sociedad prejuiciada y llena de convencionalismos, incapacitada para juzgar la grandeza de aquella extraordinaria venezolana que se había presentado ante ella a engrandecerla con su arte; a dejarles algo de lo mucho que ya ella había atesorado para sus públicos de otras latitudes.

     Los críticos de entonces se conformaron con decir que Venezuela estaba muy atrasada en arte, para poder apreciar el de Teresa Carreño no obstante Venezuela guarda una tradición musical como pocos países se pueden vanagloriar de poseer, desde los tiempos de la colonia. Pero la hicieron blanco de sus banderías políticas, llegando hasta la ofensa personal, como si ella tuviera la culpa de que Guzmán Blanco estuviera en el poder contra la voluntad popular.

Destellos de un genio

     La primera anécdota de Teresita Carreño, la niña, surgió cuando tenía siete años de edad.

     Estaba una mañana haciendo travesuras en el piano con sus muñecas, cuando llegó su padre a regañarla. Se quedó sorprendido al ver a Teresita tocando el piano y la emoción le arrancó lágrimas. Teresita se sobrecogió de miedo:

“No, papaíto, te juro que no lo volveré a hacer. . . ”
En otra oportunidad la madre la interroga:
“Teresita, ¿qué quisieras ser una princesa o una artista?”
La niña de inmediato contestó:
“Yo seré una artista toda mi vida”

     Es enternecedor contemplar las fotografías de Teresita cuando era una tierna niña por los años 1863 y 64, En el que aparece en La Habana, después de su concierto, nos muestra una niña inocente y bella, con sus rulos sobre la frente, sus manos cruzadas sobre el pecho, en actitud pensativa. El publicado en Boston el mismo año nos presenta a la niña que lleva en su rostro un reflejo de tristeza y seriedad; la tristeza que sin duda rodeaba su vida incierta, la angustia de la niña que ya, a sus tiernos años, siente el peso del deber sobre sus hombros. Sabido es que Teresa con sus conciertos sostenía el hogar de sus padres y hermanos. En Cincinnati aparece ya la adolescente delicada, pulcra, pálida y sensitiva. Y en Nueva York, el mismo año, sostiene con una mano el rostro enmarcado en los negros cabellos. Su mirada parece perderse en quién sabe qué tristes y dulces pensamientos. Fue esa misma mirada la que sorprende Rafael Pombo, crítico de la “Crónica”, cuando escribe: “Lejos del piano, su expresión es alegre, pero tan pronto como comienza a tocar sus ojos parecen llenarse de sombras y de lágrimas como si el mundo del arte y la tristeza pasaran sobre ellos”.

     Cuando Gottschalk la oyó tocar por primera vez dijo en voz alta ¡Bravo! Y le dio un beso en la frente que fue para ella como una consagración.

     Otro día la oye el gran violinista Theodore Thomas interpretar magistralmente el Nocturno en Mi Bemol de Chopin y las lágrimas le saltan de los ojos. Teresa interroga a su padre: “¿Por qué llora él?”

     Más tarde, ella, emocionada, dijo al interpretar la misma obra: “De aquí al cielo”

¡Yo soy Carreño!

     Una mañana Teresita tocaba con Anton Rubinstein, el genio del piano. Ensayaban en su propia casa. Rubinstein le hacía algunas indicaciones, hasta que llegó el momento en que estalló su mal genio.

“Usted debe tocarlo lo mismo que yo lo toco”, le dijo con voz autoritaria.”
“¿Y por qué debo tocarlo como usted lo toca?”, lo interrumpió Teresita.
Rubinstein dando un golpe contestó:
“¡Yo soy Rubinstein!”
Teresita, imitando su mismo gesto, un poco irónicamente, contestó:
“¡Yo soy Carreño!”

El fracaso anuncia el éxito

     Cuando llegó a Venezuela, Teresa Carreño fue recibida como una reina que regresaba a su hogar. Luego se hicieron sentir los prejuicios de la pacata sociedad, entorpeciendo el bello recibimiento que le tributó el pueblo venezolano a su artista genial. Por medio de cartas y artículos habían llegado a amenazarla. Teresa no se amilanó. Con su proverbial entereza de ánimo salió a conjurar el peligro con la batuta del Director de Orquesta en la mano para dirigir la orquesta, dejando al público perplejo. No temía a nada. “El fracaso anuncia el éxito”, dijo optimista.

La emoción del presidente Lincoln

     Cuando Teresa fue llamada por el presidente Lincoln a la Casa Blanca para que tocara en sesión privada, éste se acercó a la niña al terminar su concierto y colocó las manos sobre la cabeza sin pronunciar una palabra, pero ella notó que estaba llorando de emoción y consideró estas lágrimas del noble libertador de los esclavos de Norteamérica, como el más grande homenaje que jamás recibiera.

     El “Vals Teresita”

     Un día enseñaba a caminar a su hija Teresita. Entonces con esas mismas melodías escribió su “vals Teresita”, que fue obligado “extra” en todos sus conciertos.

“No lo se, lo siento”

     Viajando a Estados Unidos, el barco parece zozobrar. Todos se angustian, lloran, Solo Teresita aparece serena. La madre la llama a su lado.

“Serénate mamaíta que llegaremos sanas y salvas a nuestro destino”
“¿Cómo lo sabes, hija?”, le interrogó la madre.
“No lo sé, lo siento”, contestó Teresa.

El genio de Teresita

     Liszt la oyó tocar en silencio. Al terminar se dirigió donde ella estaba y le dijo: “Pequeña niña. Dios le ha dado a usted el más grande de los dotes: el genio. Trabaja, desarrolla tus talentos. Sobre todo, continúa fiel a ti misma, y con el tiempo serás uno de nosotros”.

     Cuando el gran maestro Rossini la oyó interpretar la “Oración de Moisés”, atravesó el salón aplaudiendo y exclamando: “¡Bravo, hija mía! Eres una gran artista”. Y dirigiéndose a su padre, le dijo: “Yo no comprendo cómo esta pequeña toca así. La igualdad y limpieza de sus arpegios son tan sorprendentes como la claridad con que destaca la melodía de la frase”.

Teresa en la intimidad

     Cuentan que cuando Teresa estaba ensayando, nadie, ni aun sus hijos, podían interrumpirla, lo mismo cuando jugaba su “solitario”, costumbre que tenía muy arraigada. Antes de acostarse cenaba una cena fría en compañía de un amigo íntimo o uno de sus alumnos. Ella entonces abría su corazón ávido de comprensión y de ternura. Dicen que los elegidos eran los únicos que la conocían así en la intimidad. Después que jugaba su “solitario” que le hacía descansar mentalmente, se fumaba un cigarrillo y se iba a la cama.

¡No moriremos!

     En una oportunidad, escribió a su amiga Carrie Keating: “Usted es trabajadora con exceso. Usted y yo hemos hecho de lo elemental lo que nunca muere. ¡Y no moriremos!”

Yo soy una mujer

     En cierta oportunidad, en que tocaba un concierto en beneficio de los huérfanos y viudas de la guerra franco-prusiana, un soldado se le acercó para decirle que: “Su Excelencia”, von Bülow le pedía fuera a su palco para felicitarla y darle las gracias. Teresa se irguió para contestar: “Diga usted a Su Excelencia que no tiene por qué darme las gracias. Yo he dado este concierto en honor a los soldados, y que si me quiere felicitar que venga a mí, porque soy una mujer”.

Una joven colega

Una noche en Londres después de un éxito clamoroso, Teresa atendía en su camerino a sus amigos y admiradores. En esto se fijó en una niña tímida que la miraba arrobada sin poder articular palabra. Teresa le dice: “Y tú, ¿quién eres?”. La niña se acercó tímidamente: “Solo deseaba verla”, le dijo. “Yo también toco el piano. . .” “` Bueno, querida”, contestó Teresa. “Entonces somos colegas. María, toma el nombre y la dirección de esta pequeña artista, le enviaré mi retrato para su estudio. Debes avisarme cuando toques en Berlín y recuerda que nadie llega a ser artista sin trabajar duramente. No es ésta una vida fácil. Buenas noches mi querida. Veo en tus ojos que eres seria, tienes buenas manos para el piano y con valor y perseverancia triunfarás. Buenas noches y auf wiedersehen!”

“Me estoy poniendo vieja”

     Cuando, divorciada, tuvo que firmar su nombre: Teresa Carreño, a secas, se le oyó murmurar: “¡Me estoy poniendo vieja!”

Beethoven

     Cada vez que interpretaba la música de Beethoven le dirigía una oración “para que me conceda la gracia de interpretar su música como él la sentía”.

El lenguaje del corazón

     En 1912 Teresa Carreño celebró sus Bodas de Oro. Le dieron un banquete con 200 invitados: músicos, artistas, escritores, periodistas. . . Un aplauso cerrado la anunció en el salón. A Teresa se le arrasaron los ojos de lágrimas; levantó la copa y brindó por los ausentes. Rodeada de flores y emocionada dio las gracias por el cálido homenaje con estas palabras: “Ustedes saben bien que no domino el alemán, pero hay un idioma que todos hablamos, el del corazón”.

Una misión: Enseñar

     Después de este homenaje se sintió pesimista y dijo a una de sus discípulas cuando iban a un paseo cotidiano: “¿Para qué vivir más? Después de la celebración de este aniversario he obtenido todo cuanto un artista puede desear. Por más que viva no puedo esperar más alto honor, mayor gloria ni más riqueza de lo que tengo hoy. ¡Y llamar a esto una fiesta!”

     Después reflexionó: “Todavía hay algo que puedo hacer, enseñar!”, dijo. “Si un alpinista que ha escalado alturas peligrosas encuentra a otro en busca del camino, ¿no es su deber indicarle el más corto, fácil y seguro?”. Y cuentan que aquel día su bastón sonó más fuertemente en las losas de la calle.

Su gran pena

     Cuando se siente ya decaída por la enfermedad que la consume, escribe a sus hijos: “Siento pena porque mi salud flaquea; pena porque no puedo ayudarlos a ti y a Teresita hasta que alcancen la cumbre. . .”

     Admirando su gran voluntad y energía un periodista la interrogó: “¿No se cansa usted nunca?” A lo que Teresa replicó: “¡Cuando eso suceda no tocaré más!” 

La maestra

     Teresa Carreño, la maestra, decía a sus discípulos con frecuencia: “Para comprender la música se la debe oír, para amar la música se la debe oír y para creer en la música se la debe oír”.

     Teresa Carreño odiaba a los que buscaban en la profesión fines interesados: “El arte y el mercantilismo son enemigos declarados”, decía.

La madre irreemplazable 

     Una tarde en la intimidad de su hogar la entrevistó un periodista, quien le habló de su patria: Venezuela. Teresa Carreño guardó silencio por algunos segundos y luego expresó:

     “La he amado a veces por sus desgracias otras por la generosidad de su naturaleza y siempre como una madre irreemplazable. En su suelo quiero dormir el sueño de la tierra. Es allí donde deseo reposen mis cenizas. . .”

     Y su voz se apagó en el vasto salón. . .

Derecho tributario ante los retos jurídicos de la IA

Derecho tributario ante los retos jurídicos de la IA

Derecho tributario ante los retos jurídicos de la IA

     El desarrollo de tecnologías emergentes, como la Inteligencia Artificial, es centro de interés de las organizaciones de comercio del mundo, atentas a los cambios que introducen en la economía y relaciones de trabajo.

     La evolución planteada por la IA, más allá de lo interno en la empresa que la incorpora y registra una progresiva sustitución de mano de obra, está abriendo debates en áreas como el derecho y la tributación. A las discusiones existentes sobre cómo gravar la economía digital se incorporan nuevos elementos, que traen a la mesa los robots.

     Soraya Rodríguez Losada, profesora de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Vigo, España, ofreció en una sesión de nuestro Comité de Finanzas e Impuestos, una amplia visión sobre “La adaptación de las normas de Derecho Tributario ante los retos jurídicos de la Inteligencia Aritificial”

     Explicó las consecuencias fiscales que tendrá, por ejemplo en España, la eliminación de puestos de trabajo susceptibles de ser automatizados. Si se tiene en cuenta -dijo- que el impuesto sobre la renta de personas físicas la principal fuente de ingreso del sector público español, ese sería uno de los factores que “están poniendo en grave riesgo la sostenibilidad del sistema fiscal en España”

     La especialista adelantó algunas posibles líneas de actuación del Derecho Tributario que se están evaluando cómo crear un mecanismo que permita que las empresas que sustituyan personas por robots, paguen un impuesto por el hecho de incorporar esta nueva tecnología a los procesos productivos.

     “Estos nos lleva a una siguiente cuestión, qué es plantearnos si tienen los robots personalidad jurídica o si tienen capacidad de contribuir electrónico”.

     La videoconferencia de la doctora Rodríguez Losada, fue ofrecida por la Cámara de Caracas junto a la Asociación Venezolana de Derecho Tributario y la Universidad Católica Andrés Bello. La actividad fue moderada por Leonardo Palacios, presidente de nuestra institución, quien destacó que el objetivo de estos eventos es incentivar el estudio de la fiscalidad y de la adaptación de la normativa tributaria, que ha venido cambiando de manera vertiginosa a nivel internacional.

     Nuestro presidente insistió en la necesidad de que toda la actividad económica y comercial, así como la institucional gremial estén pendientes en los cambios que se vienen suscitando en los ordenamientos jurídicos internacionales para la adaptación y enfrentamiento de los retos en materia de Inteligencia artificial y economía digital.

     Manifestó que la cámara está empecinada en dar las herramientas necesarias para anticipar al sector empresarial y al público general estos aspectos con formación e información relacionadas con el desarrollo de esta tecnología en otros países.

     Los invitamos a ver esta conferencia en nuestro canal de Youtube: Cámara de Caracas.

Sanz, el licurgo venezolano

Sanz, el licurgo venezolano

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Sanz, el licurgo venezolano

Miguel José Sanz (1756-1814), abogado, político, periodista e ideólogo de la independencia de Venezuela

     Miguel José Sanz (1756-1814) fue un abogado venezolano y uno de los consejeros del general Francisco de Miranda en la fundación de la Sociedad Patriótica que se instalaría en 1810. Fue nombrado junto a Antonio Nicolás Briceño, secretario del congreso de 1811. Vicepresidente de la cámara de representantes en 1812, se opuso a la capitulación de Miranda y fue el primer civil en ocupar la Secretaría de Estado, Guerra y Marina. Con el desplome de la Primera República (1812) pronunció en el congreso su célebre discurso a favor del perdón de los implicados en la rebelión de Valencia. Estuvo preso en el castillo San Felipe de Puerto Cabello. Prisionero tras la caída de la Primera República fue liberado en junio de 1813, por un dictamen de la Real Audiencia. Al llegar triunfante Bolívar a Caracas en agosto del mismo año, Sanz se incorporó de nuevo a la causa republicana, fue uno de los llamados a dictaminar sobre el plan de gobierno provisorio redactado por Francisco Javier Ustariz. En julio de 1814, cuando las fuerzas realistas se acercaban a Caracas, Sanz acompañó la emigración a oriente, y llegó a la isla de Margarita, a instancias del general José Félix Ribas, quien le nombró consejero de guerra, volvió a Tierra Firme y murió el 5 de diciembre de este año en la batalla de Úrica, donde fueron derrotadas las tropas republicanas.

En una crónica redactada por Enrique Bernardo Núñez estableció que el licenciado Miguel José Sanz (1756-1814) había escrito sus Ordenanzas Municipales por decreto de la Real Audiencia, el 25 de junio de 1800, y por comisión expresa del presidente gobernador Guevara Vasconcelos. 

     Las mismas fueron culminadas a finales de octubre de 1802. Constaban de diez libros, divididos en tres partes, con el título “Ordenanzas para el Gobierno y Policía de la Muy Ilustre Ciudad de Santiago de León de Caracas, Cabeza de la Provincia de Venezuela”. Estaban precedidas de un discurso preliminar, donde Sanz expuso el plan general de la obra y sus ideas filosóficas en materia de gobierno. Agregó Núñez que cada uno de los diez libros tenía una presentación o discurso que servían de introducción.

     Aunque estos diez libros se extraviaron, Núñez accedió al contenido de los mismos gracias al informe del Fiscal de su Majestad, Francisco Espejo (1758-1814). Según escribió, Sanz expuso razonamientos respecto a la moral, costumbres, educación, urbanismo, comercio, industrias, sanidad, hospitales, cárceles, moneda, abastos, precios de víveres, pesas y medidas, oficios mecánicos y establecimiento de gremios, conservación de bosques, distribución de las aguas, alumbrado, alquileres de casas, diversiones públicas, entre otras más.

     En el discurso preliminar del libro I explicó un plan y la necesidad de las Ordenanzas para el Gobierno político al interior de la ciudad. A continuación, Núñez expuso ideas desarrolladas por Sanz ante la necesidad de correcciones que le habría propuesto el Ayuntamiento. Desde el seno de éste se consideró que no era preciso expresar que los habitantes de la ciudad vivían sepultados en la barbarie y la rusticidad, y que en virtud de esta circunstancia se les había privado de la felicidad, tal como lo redactó Sanz. Pedía, entonces, se suprimiera esta expresión. Por su lado el Fiscal adujo que no era necesario eliminarla.

     Ante una frase que rezaba: “que congregadas las sociedades civiles después de la creación del hombre, se hizo en ellas fuerte el ambicioso y dominó a los demás que no pudieron resistirle”. El Fiscal adujo que con ella podría creerse que los Soberanos tenían su origen en una ambición primigenia de quienes quisieran serlo y las calificó como “equivocadas y peligrosas”. Espejo razonó que lo más prudente era enseñar a los pueblos que, una vez se constituyeron las sociedades, el poder se había legado a los más virtuosos. De igual manera, el Fiscal no tuvo reparos en defender privilegios, pero dejó asentado que nadie estaba exento de cumplir obligaciones frente a otros dentro de la sociedad. Esto es así porque nadie podía estar fuera del alcance de las reglas administrativas, y fue lo que intentó sostener el redactor de las Ordenanzas.

     Otra de las propuestas de supresión desde el Ayuntamiento, rememoradas por Núñez, tuvo que ver con lo acontecido con la conspiración descubierta el año de 1797. El Fiscal dio la razón al Ayuntamiento porque la “falta de ordenanzas de policía” no fue el motivo del movimiento sedicioso. En este orden de ideas, el Fiscal había argumentado que en los pueblos de “mayor civilización” se presentaban pensamientos de insurrección, adoptados por personas que prometían mejorar su situación por medio de la fortuna. Sin embargo, pidió fuese eliminado para protección de la memoria del futuro.

     El Fiscal, en atención a otro pedimento de supresión propuesto por el Ayuntamiento, “pasa los ojos por el folio 20”. En el mismo se leían las palabras independencia y libertad. Aunque se referían a asuntos administrativos o de policía de la ciudad, exhortó a su eliminación por absolutas y generales. Sanz, por otra parte, agregó que había sido un error haber permitido la extensión de la ciudad más allá de sus linderos. Sugirió que ella debía circunscribirse al terreno entre Catuche y el Caroata. Propuso una división en cuatro cuarteles, dos al norte y dos al sur, subdivididos, a su vez, en arrabales y barrios. A los de la Candelaria y San Juan se debían señalar límites y nombres. El Ayuntamiento desestimó tales divisiones, así como los nombres sugeridos para los cuarteles.

     El Fiscal se pronunció a favor de una nueva demarcación y consideró idónea la que se proponía en las Ordenanzas. En cuanto a los habitantes de los arrabales no tenían motivo de queja, porque se les dejaba en posesión de derechos como vecinos de Caracas, así como de sus habitaciones, tiendas, almacenes, talleres y estancias. Según Núñez, el Fiscal aclaró el pensamiento del suscriptor de las Ordenanzas. Poco importaba que los terrenos de los arrabales fuesen los más aptos para albergar comunidades humanas. La exigencia de dividir algunos cantones era porque representaban una extensión territorial impropia e incómoda.

     Dentro de las Ordenanzas, Sanz propuso un plan de seis escuelas a las que pudieran asistir los niños pertenecientes a todas las castas. El Ayuntamiento se opuso y el Fiscal le dio la razón a este último. En oposición a la propuesta de Sanz se exigía que las seis escuelas se establecieran sólo para niños blancos. Cómo no parecía justo un tipo de privilegio como este, dejaban a la iniciativa individual, tal como venía sucediendo, el de buscar los medios de instrucción para sus hijos. Esto, si encontraban contribuciones para sostenerlas porque los administradores de la ciudad alegaron no contar con arbitrios para tal propósito.

     Entre otras propuestas, las Ordenanzas fijaron la creación de un cargo de médico para la ciudad, el establecimiento de un depósito de harina de trigo y de maíz. También, se pedía limitar el número de esclavos en los hogares donde cumplían labores domésticas. En lo que respecta a los gremios, continúa en su narración Núñez, el Fiscal había mostrado inquietud por la inexistencia de un gremio de barberos. Este, de existir, debía ser cuidadosamente vigilado por la autoridad correspondiente, “así por la función característica de rapar la barba como por lo que en este país le son adyacentes, las de sangrar, sacar muelas, abrir vejigatorios y romper apostemas”, expresó el Fiscal Espejo.

     Hubo la propuesta de reducir las ventanas “voladas”, mientras en las nuevas edificaciones las ventanas que dan a la calle debían cubrirse con rejas embutidas. Los miembros del Ayuntamiento dijeron no a estas previsiones, sostuvieron sus argumentos a favor de las ventanas voladas porque en Madrid y otros lugares de la Metrópoli las había también. El Fiscal se encargó de desacreditar estas opiniones y calificó este razonamiento de insulso.

     Destacó Núñez otra de las previsiones configurada por Sanz en lo atinente a la embriaguez de algunos vecinos y el trato legal con los que debían ser penados. El Fiscal añadió la necesidad de castigar a quienes provocaban escándalos por la embriaguez. Pidió para quienes incurrían en ella el castigo público. Agregó que las pulperías y los propietarios cercanos al lugar de bullicios incitados por contaminación etílica, serían también responsables de lo que las borracheras públicas provocaban. Sin embargo, el Fiscal llegó a la resolución según la cual se le impondría multa o prisión al pulpero en cuya casa se pudiera comprobar que el infractor se había embriagado. En otros capítulos se hizo referencia a los juegos de pelota y otras actividades de diversión, como el de los baños en el río Guayre, los paseos públicos, del Coliseo en que se escenificaban comedias y otras piezas.

     Núñez dio término a esta reseña al señalar que el Fiscal había culminado su informe con dos “golpes de pluma” contra el Ayuntamiento. Como el Cabildo comprobó que, en el discurso preliminar redactado por Sanz, no se ofrecía una noticia exacta acerca de la creación del Ayuntamiento, sus privilegios y prerrogativas, “y a pesar de ello nada dice sobre este particular”, recomendó a la Audiencia solicitar los datos correspondientes para incluirlos en las Ordenanzas en un plazo no mayor de treinta días. De igual manera, como hubo la negación de escuchar al autor de ellas, lo que se tenía como un derecho de cualquier persona perteneciente al pueblo que lo estaba haciendo de modo pacífico y honesto, “y se trata de un abogado de talento y luces distinguidas entre los de su Colegio, investido además con el empleo de Asesor del Real Consulado, y su obra es el fruto de los mayores desvelos, de una inmensa lectura y de imponderable trabajo”, era pertinente escuchar sus alegatos. Sustentado en estos razonamientos el Fiscal alentó a la Audiencia a recibirle en sus estrados y que en ellos se le atendiera en acto público, a puertas abiertas, “y se recomiende a Su Majestad el singular mérito que ha contraído”. Núñez cerró este escrito rememorando que el Fiscal consideraba al Cabildo con competencias sólo económicas y ejecutivas en los casos de su exiguo conocimiento en otros asuntos. En palabras de Enrique Bernardo Núñez: “Estas Ordenanzas valieron a Sanz entre sus contemporáneos el título de Licurgo venezolano”.

     La reseña que me sirvió de base para este escrito no sólo se puede precisar en un ámbito jurídico y legal. Es preciso leer las Ordenanzas en un marco en el que era imprescindible establecer normas de funcionalidad social. También, ofrece la oportunidad de apreciar los valores presentes en una época que muchas veces iban a contracorriente de hábitos inveterados. Esta disposición, a su vez, permite al analista de hoy adentrarse en la mentalidad, o mentalidades, de un momento de la historia de Venezuela. Resulta, pues, un valioso testimonio de un investigador de la historia que no tuvo remilgos para considerar actos cotidianos en una historia totalizadora, frente a lo que aún predomina como historia política.

Pulperías y espacios públicos

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Pulperías y espacios públicos

     Ángel Rosenblat fue un filólogo de origen polaco que a los seis años de edad, había llegado con su familia a Argentina, donde cursó sus estudios de filología. Por intermediación de Mariano Picón Salas llegó a Venezuela en la década del cuarenta del 1900. Se había doctorado en filosofía y letras en la universidad de Buenos Aires. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos durante una corta pasantía por Madrid. Sus estudios expuestos en “Buenas y malas palabras”, artículos que había redactado en medios impresos de la época, se constituyeron en un libro de obligada exploración para una aproximación a un conjunto particular de palabras o venezolanismos que a él le interesaron como un personaje cercano a la lengua, su historia y uso.

     Rosenblat dejó escrito que comprender lo que la palabra pulpería guardaba como significado histórico, requería de un examen etimológico y filológico. Desde un inicio presentó su asociación con pulpero y pulpo. Según este filólogo dos autores correspondientes, uno, al siglo XVI y, otro, al XVII presentaron esta conexión. El primero, el Inca Garcilaso, lo hizo en Historia general del Perú, texto que se dio a conocer en 1647. Garcilaso llegó a escribir que en la creciente presencia de pendencieros y disputas particulares entre soldados, aunque también entre mercaderes y comerciantes, así como a los que llamaban pulperos, era un nombre impuesto a los vendedores más pobres porque en la tienda de uno de ellos se ofertaban pulpos.

La pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos

     El segundo, fray Pedro Simón, en su “Noticias historiales», publicado en 1627, expresó que a los pulperos les habían llamado de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pies. Sin embargo, Rosenblat no otorgó mucho crédito a estas aseveraciones, al advertir que parecía una “humorada”, cuya inspiración se encontraba en la antipatía hispánica por el trabajo o actividad comercial. Basado en los estudios filológicos de Joan Corominas, autor de “Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana» (1954) reduplicó lo que este había examinado acerca del término en cuestión, al que asoció con pulpa. Para ratificar este supuesto recordó el caso de Cuba, donde al vendedor de pulpa de tamarindo se le llamaba pulpero. No obstante, advirtió que era una designación muy reciente. No parecía muy común en tiempos de colonización y conquista, porque en tiempos del Antiguo Régimen los españoles no se dedicaban a la venta de pulpas de frutas y tampoco, las pulpas eran el artículo principal ofertado por las pulperías.

     Rosenblat agregó una tercera posibilidad. En los prístinos días de la conquista de México los establecimientos donde se vendía el pulque, una bebida fermentada a partir del maguey o agave, se les dio el nombre de pulperías. 

     Así, desde estos tiempos la pulquería se ve como una institución en el país centroamericano. Rosenblat se interrogó acerca de si no cabría la posibilidad de considerar que españoles viajeros pudiesen haber llevado el nombre a otros lugares de la América hispana. En este sentido, señaló que muchos conquistadores y primeros pobladores de México se trasladaron a Perú y a otros espacios territoriales de la América española. Advirtió que una pulquería fuera de México tendría que ofrecer otro tipo de bebida distinta al pulque. A partir de estos razonamientos planteó otra hipótesis según la cual, en otros lugares del Nuevo Mundo, pudiera haberse dado el caso que el nombre de pulquero se asociara con pulpo o pulpa, “por etimología popular, y se transformara en pulpero. Es una hipótesis, ¿pero acaso hay alguna más plausible?”, se preguntó este filólogo de origen polaco.

     Lo cierto resulta ser su generalización en América. Rosenblat recordó que el Cabildo de Caracas estableció límites al funcionamiento de pulperías en Caracas. Para el 15 de marzo de 1599, al haber muchos pulperos en la ciudad, se impuso que debían funcionar sólo cuatro pulperías en ella. Durante el Antiguo Régimen hubo un gremio de pulperos. Los bodegueros y pulperos tuvieron importante actuación en algunos levantamientos civiles como en el de 1749 con la insurrección de Juan Francisco de León. En Los pasos de los héroes de Ramón J. Velásquez puso en evidencia que, los viajeros que visitaron Venezuela aludieron de alguna forma a las posadas, mesones y pulperías que se encontraron durante su estadía por el país.

     Velásquez puso de relieve la diferencia entre bodega y pulpería. Mientras la primera se asoció con dependencias de categoría, las pulperías eran bodegas de poca monta e intercambio al menudeo, entre ellas mencionó las que funcionaron hasta el período gomecista dentro de las haciendas. Expresó que la pulpería fue toda una institución en Venezuela como las que se instalaron en tiempos de la Guipuzcoana o los almacenes que desarrollaron los alemanes en San Cristóbal, Puerto Cabello, Ciudad Bolívar y Caracas. El inmigrante que pisaba estas tierras le quedaban dos alternativas: “la guerra y el comercio”, de acuerdo con sus aseveraciones. Muchos inmigrantes pasaron de pulpero a bodeguero o almacenista, aunque con pocas posibilidades de ascenso social. “Uno de los pocos pulperos en saltar el mostrador hacia más altos destinos fue Ezequiel Zamora. En cambio, Rosete fue pulpero de mala ralea”.

     Este mismo historiador indicó que la pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos. Dentro de sus prácticas es posible ratificar el despliegue de un espacio público. En ella se ofertaba diversidad de bienes y también se conversaba de multiplicidad de cuestiones. En un espacio territorial de predominio rural, como la Venezuela decimonónica, se medía la distancia con la mediación de una pulpería a otra. La distancia se medía por cada diez horas de jornada a caballo. Este mismo historiador expresó que, junto a la pulpería estaba el corralón para la arria. Después de la cena, se presentaba un intermedio musical y artístico en que la copla era la invitada estelar. No faltaría el Guarapo, el cocuy, la menta o el malojillo, al interior de las pulperías.

     La fama de las pulperías estuvo marcada por altibajos. Algunas llegaron a tener buena fama, otras no por escenificarse en ellas actos virtuosos. Velásquez mencionó algunas que conservaban nombradía desde tiempos de la colonia: La Venta, Las Adjuntas, Corralito, Cerca de San Mateo, Cantarrana que había servido de cuartel general y de hospital a las tropas de Boves.

A los pulperos los denominaron de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pie

     Se debe insistir que lo más importante, de acuerdo con los estudios señalados, en este tipo de venta de bienes residió en la función social que cubrieron. Se debe suponer que no contaban con frontispicios llamativos y menos que fuesen lujosas. Velásquez las describió como sigue: “carecían de fachadas características y hasta de las muestras que indicaban el mote que las distinguía. Caserones como los de cualquier sitio. Techos que fueron rojos, ahora patinosos. De los aleros, colgaban hierbajos descoloridos. Un largo corredor frontal con barda divisoria y grupos de campesinos platicando del tiempo, las siembras, los sucesos. En el corredor, armellas para colgar hamacas. Un camino que llega y otros que siguen. Grasosas piernas de cerdo colgando de los ganchos. Carnes de chivo blanqueadas por la sal. Rumas de pescado seco. Rimeros de torta de casabe. Unos bastos sobre burros de madera”.

     En su interior, estaban las mesas de madera rústica protegidas con hules estampados de flores y no manteles de tela, sobre ellas el ajicero tradicional. Para sentarse, sillas de cuero. Servían para descanso del viajero por el tránsito en caminos agrestes y rudos, y de pendientes pronunciadas. Vale decir que la pulpería formó parte de un espacio público, aunque limitado. Los habitantes de Caracas, aún en tiempos de la colonia, no contaban con lugares de esparcimiento y distracción. 

     Por eso en los actos ceremoniales y litúrgicos se agolpaban personas que más de las veces concurrían a las iglesias no precisamente a cumplir con el sagrado deber que en ella era propicio.

     El historiador Rafael Cartay, en su texto” Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana” (Caracas 1870-1980), señaló que la vida caraqueña en las postrimerías del siglo XVIII se caracterizó por su sencillez y simplicidad. Citó a Arístides Rojas para ratificar que era una experiencia vital que podía resumirse con cuatro palabras: comer, dormir, rezar y pasear. Se comía en familia varias veces al día y en horarios distintos a los de ahora. A partir del mediodía hasta el final de la siesta, a las tres de la tarde, todas las puertas de las casas estaban cerradas y, tanto plazas como calles, se encontraban solitarias.

     Cartay destacó que en casi todas las casas se rezaba el rosario, a las siete de la noche. Para inicios del siglo XIX el espacio público seguía siendo restringido. Cartay rememoró que Francisco Depons había observado una ciudad en la que no existían paseos públicos, ni liceos, ni salones de lectura ni cafés. Por eso subrayó que cada español vivía en una suerte de prisión, solo salía a la iglesia y a cumplir con obligaciones laborales. Sin embargo, las fiestas no sobraban, aunque monopolizadas por la iglesia.

     Este historiador recordó que la moral criolla cabalgaba sobre las Constituciones Sinodales. No obstante, era transgredida. Citó el caso del Cabildo caraqueño cuando en 1789 criticó la apertura de bodegas y pulperías, donde se dispensaban bebidas alcohólicas, incluso en celebraciones religiosas. También, se hicieron eco de queja al criticar el que mujeres visitaran esos lugares. De igual modo, citó el caso del sacerdote Francisco Ibarra, quien había sido rector de la Universidad de Caracas, entre 1754 y 1758 y primer arzobispo de Caracas en 1804. Este clérigo, según Cartay, había condenado la pública y escandalosa difusión de los pecados desplegados con la vestimenta de las mujeres, bailes lascivos y la permisividad que permitía que hombres y mujeres se agarraran de las manos.

     Lo cierto e indicado por Cartay fue que luego de la Guerra Federal en la ciudad se fueron creando espacios para el entretenimiento público, a partir de 1865. Se comenzaron a construir plazas bañadas por árboles, algunos jardines públicos y lugares para paseos. Con esto se puede constatar que la vida del caraqueño comenzó a diversificarse y la vida nocturna cobró vigor gracias a las lámparas de gas. Fueron acciones que muestran, tímidamente, la ampliación de un espacio público.

     En tiempos del mandato guzmancista la ciudad capital fue testigo de este ensanchamiento. En su narración, Cartay puso de relieve lo que un ministro guzmancista expresó acerca de las diversiones, a las que dividió entre bárbaras y civilizadas. Entre las primeras, José Muñoz Tébar, resaltó las que “salvajizan” a las personas, entre las que mencionó los toros coleados y las peleas de gallo. Las apropiadas serían el teatro que “civilizaba”. Sin embargo, el único teatro, inaugurado en 1854, era el Teatro de Caracas, al que se sumaría el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) abierto en 1881.

     Las diversiones de los sectores populares se reducían a las peleas de gallo, los toros coleados, los juegos de baraja y naipes y los encuentros en bodegas y pulperías donde sus asiduos visitantes se dedicaban a hablar de política, hablar de religión, hablar mal del prójimo y averiguar la vida ajena, según lo expresara Delfín Aguilera en 1908. Quizás, lo más importante de una aproximación a la historia de la ciudad por medio de la pulpería es que ofrece la oportunidad de visualizar cambios. Cambios que se fueron desplegando con el ensanchamiento del espacio público, aunque también permite apreciar la cotidianidad de un país cuando la ruralidad y sus inherencias fueron las dominantes.

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