Secuestrado en Caracas crack del fútbol mundial

Secuestrado en Caracas crack del fútbol mundial

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Secuestrado en Caracas crack del fútbol mundial

Se imagina usted que por estos días la máxima estrella de un equipo de fútbol español, digamos Leonel Messi, jugador emblema del Barcelona, resulte víctima de un secuestro mientras cumple compromisos amistosos en Argentina.

Actualmente, con las medidas de seguridad que se toman cada vez que los grandes clubes del deporte profesional se presentan en cualquier ciudad, es muy difícil que se produzcan situaciones embarazosas con los protagonistas del espectáculo.

Pero hace 57 años en Caracas, en pleno desarrollo de la séptima edición de la Pequeña Copa del Mundo, evento que reunía a los mejores clubes de balompié de Europa y Suramérica, Alfredo Di Stéfano, estelarísimo goleador argentino del equipo español Real Madrid, considerado como uno de los mejores futbolistas del mundo en los años cincuenta y sesenta, fue secuestrado por un grupo guerrillero en la capital venezolana.

Di Stéfano contaba entonces con 37 años. Nacido en Buenos Aires, Argentina, el 4 de julio de 1926, debutó en la primera división de su país en 1944 con el River Plate. Cinco años después integró la plantilla del club Millonarios de Bogotá y en 1953 se marchó a Europa, fichado por el Real Madrid. Era para la afición merengue de entonces lo que es hoy el portugués Cristiano Ronaldo.

El futbolista del Real Madrid, Alfredo Di Stéfano, fue una súper estrella en el balompié español
Titular del diario caraqueño El Nacional, agosto de 1963

Convulsión sociopolítica

Máximo Canales y Alfredo Di Stéfano

En la Venezuela de agosto de 1963 se vivía el fin del período de Rómulo Betancourt, quien había ganado las elecciones en febrero de 1959, tras  la caída de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, y si bien es cierto que inició la apertura para la estabilización de la democracia en el país gracias a una gran inversión en la industria petrolera y el sector educativo, también tuvo que sortear agresiones internas y externas por ataques terroristas, huelgas de trabajadores y hasta un intento de magnicidio en 1960.

La pequeña Copa del Mundo de 1963 se celebró en el Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de Caracas del 18 al 30 de agosto con los clubes Real Madrid (España), Sao Paulo (Brasil) y FC Porto (Portugal).

Se iniciaba entonces la campaña electoral para los comicios de diciembre de ese año 1963, con Raúl Leoni, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Arturo Uslar Pietri y Wolfgang Larrazábal como principales candidatos a la presidencia de la República.

La Ciudad Universitaria de Caracas era entonces centro de reunión de muchos grupos de izquierda que se oponían al gobierno de Betancourt. La noche del 23 de agosto, segunda fecha del torneo, en la que Real Madrid despachó 2 goles por 1 al Porto, hubo desórdenes y hasta disparos en las tribunas y el partido acusó demora de casi una hora al finalizar el primer tiempo.

El rapto de la «Saeta rubia»

En la madrugada del sábado 24 de agosto de 1963 se produce el secuestro de Di Stéfano, quien también era conocido como la «Saeta rubia». El Real Madrid estaba alojado en el Hotel Potomac, ubicado en la avenida Vollmer de la urbanización San Bernardino, frente al Hospital de Niños José Manuel de los Ríos.

Poco después de las 6:00 am, dos hombres se presentaron en la recepción, identificándose como miembros de la Policía Técnica Judicial (PTJ) que estaban haciendo averiguaciones acerca de las alteraciones de orden que hubo en el estadio la noche del viernes.

Inmediatamente subieron a la habitación 219 que ocupaba Di Stéfano junto al defensa central uruguayo José Emilio Santamaría, y le pidieron que los acompañara. Ya fuera del hotel le hicieron saber que eran miembros del grupo irregular Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). Uno de los secuestradores se identificó como el comandante «Máximo Canales», cuya verdadera identidad era Paul del Río, quien nació en Cuba, de padres españoles, y se crio en Venezuela. Paul posteriormente se convirtió en un artista plástico, autor de la escultura “La Mano Mineral”, ubicada en las adyacencias de la sede de PDVSA, en Caracas.

El secuestro de Di Stéfano se prolongó por unas ochenta horas. Fue liberado la tarde del martes 27 de agosto, gracias, en gran medida, a la presión que ejercieron los medios de comunicación.

El Real Madrid se despidió de la fanaticada caraqueña el 28 de agosto con un empate sin goles frente al Sao Paul y Di Stéfano en la formación titular.

«A las quince horas de estar secuestrado me dije: ‘Alfredo estás jodido’. A partir de entonces me relajé, dejé de sufrir. Mi destino no estaba en mis manos. Pese al mal rato que me hicieron pasar, con el tiempo llegué a perdonarlos: era altruistas, gente con un ideal», declaró Di Stéfano años después.

En 2005, con ocasión del estreno del filme Real Madrid, la película, en el que le dedican unos minutos al lamentable episodio ocurrido en Caracas, Di Stéfano tuvo oportunidad de reunirse con del Río en la capital española.

Di Stéfano murió en Madrid, a la edad de 88 años, el 7 de julio de 2014, y del Río se suicidó en el Cuartel San Carlos de Caracas, el 6 de abril de 2015, a los 72 años.

Hotel Potomac, donde secuestraron al astro del futbol mundial
Periodistas y fotografos a las puertas del Hotel Potomac, ubicado en San Bernardino

Caracas en 1957, Parte I

Caracas en 1957, Parte I

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Caracas en 1957, Parte I

Mariano Picón Salas

La Nueva Caracas que comenzó a edificarse a partir de 1945 es hija –no sabemos todavía si amorosa o cruel- de las palas mecánicas. El llamado “movimiento de tierras” no sólo emparejaba niveles de nuevas calles, derribaba árboles en distantes urbanizaciones, sino parecía operar a fondo entre las colinas cruzadas de quebradas y barrancos que forman el estrecho valle natal de los caraqueños. Se aplanaban cerros; se le sometía a una especie de peluquería tecnológica para alisarlos y abrirles caminos; se perforaban túneles y pulverizaban muros para los ambiciosos ensanches.

En estos años –de 1945 a 1957- los caraqueños sepultaron con los áticos de yeso y el papel de tapicería de sus antiguas casas todos los recuerdos de un pasado remoto o inmediato; enviaron al olvido las añoranzas simples o sentimentales de un viejo estilo de existencia que apenas había evolucionado, sin mudanza radical, desde el tiempo de nuestros padres.

Se fue haciendo de la ciudad una especie de vasto –a veces caótico- resumen de las más varias ciudades del mundo; hay pedazos de Los Ángeles, de San Pablo, de Casablanca, de Johanes Burgo, de Jakarta. Hay casas a lo Le Corbusier, a lo Niemayer, a lo Gino Ponti. Hay una especial, violenta y discutida policromía que reviste de los colores más cálidos los bloques de apartamentos. Se identifica la mano de obra y el estilo peculiar de cada grupo de inmigrantes en ciertos detalles ornamentales: los buenos artesonados de madera de que gustan los constructores vascos; ciertos frisos de ladrillos contrastando con el muro blanco como en las “masías” catalanas y levantinas; los coloreados y casi abusivos mármoles de los genoveses. Hay otros edificios que parecen, con sus bandas verticales pintarrajeadas, enormes acordeones. Nos dan ganas de ejecutar en ellos trozos de ópera o alegres tarantelas.

Vistas de la ciudad universitaria y modernas autopistas
La bola del progreso

Hay dentro de la ciudad, pequeñas ciudades italianas como Los Chaguaramos y el novísimo barrio de La Carlota; hay calles que se “aportuguesaron” con sus pequeños hoteles, fondas y bodegas de lusitanos, y hay trozos muy yanquis con “supermercados” y bombas de gasolina que recuerdan a Houston, Texas; Denver, Colorado; Wichita, Kansas.

El primer símbolo de esa transformación fue una inmensa bola de acero que se mostraba a los caraqueños, allá por 1946, y que en dos o tres enviones convertía en miserable polvo o suelta arcilla arquitecturas entonces tan celebradas como el “Pasaje Junín” o el “Hotel Majestic”. Los caraqueños iban a contemplar el extraño boxeo que libraba con los muros, como verían los romanos las proezas de un gladiador venido del Ponto o de Bitinia.

Nada más semejante a los monstruos de la mitología inicial de América –a los jaguares de enormes colmillos de las pirámides aztecas- que estas máquinas dentadas de la tecnología estadounidense que en pocos segundos devoran un pedazo de cerro y se ahítan de pedruscos y terrones y nos asustan en los caminos como si de pronto resucitara un plesiosaurio.

Han sido nota determinante del paisaje venezolano en los últimos años; quisieron modificar la obra de Dios, sirvieron a los inversionistas para crear nuevas barriadas, cavar las bases de construcciones gigantes, cruzar de blancas autopistas el contorno de la ciudad. Y el viejo monte Ávila, cimera tutelar del valle, antiguo bastión contra los piratas, bosque autóctono que aún recordaba los días de los indios, orquideario natural y productor de fresas, moras y duraznos silvestres, también fue invadido por la tecnología; se le surcó de cables para disparar un teleférico. Se ofrecen allí por cuatro bolívares crepúsculos y panoramas inauditos. Una fiesta comenzada en el valle puede continuarse, pocos minutos después, mil metros más arriba.

Desde la eminencia del monte los ojos de los caraqueños se proyectan sobre los húmedos y floridos abismos de Galipán, sobre las innúmeras quebradas del valle, y por la otra vertiente, hacia los promontorios y el rabioso mar azul de la costa de La Guaira y Macuto. En la cima de la montaña hay una pista de patinaje sobre hielo, y el Hotel Humboldt coronado de nubes, nos elevó desde el trópico caliente a una fresca y ventosa zona alpina.

Hotel Humboldt

Caracas deliró con visita de Gardel

Caracas deliró con visita de Gardel

POR AQUÍ PASARON

Caracas deliró con visita de Gardel

Un par de meses antes de morir en un accidente de aviación, a la edad de 44 años, Carlos Gardel cumplió varias presentaciones en Caracas y otras ciudades de Venezuela, que todavía recuerdan muchos abuelitos por el inmenso entusiasmo que despertó entre el público que admiraba su talento como cantante y compositor de tangos, además de sus estupendas facultades como actor de cine.

Reconocido como uno de los cantantes más destacados de la música popular de habla hispana durante la primera mitad del siglo XX, Gardel fue el intérprete que más discos vendió en su época, como lo hacen en la actualidad artistas distinguidos con los premios Emmy o, un poco más atrás, exitosos ídolos del espectáculo como Elvis Presley o Michael Jackson, por nombrar a dos grandes figuras de los géneros rock y pop, vendedores de millones de copias.

Gardel, quien entre 1917 y el año de su desaparición intervino en más de novecientas grabaciones de tangos y otros estilos musicales en español, inglés y francés, estuvo en Venezuela en 1935 como parte de un tour por varias capitales latinoamericanas que inició a finales de marzo, partiendo desde la ciudad de Nueva York. La primera parada fue en San Juan, Puerto Rico, el 1° de abril. Venezuela, país sobre el que confesó tenía mucho interés en visitar porque su madre, de niña, estuvo radicada en Caracas, mientras su abuelo trabajaba en la compañía ferrocarrilera, fue el segundo punto de la gira.

Tomando en cuenta que para 1935 Venezuela contaba con unos 3 millones y medio de habitantes y que, según el primer censo que se realizó en el país en 1941, la población de Caracas no llegaba a 400 mil personas, que unas quince mil almas se hayan dado cita en las ocho funciones que se celebraron en el Teatro Principal, indica que era un ídolo de gran atracción para la audiencia. Entre el 25 de abril y el 22 de mayo estuvo Gardel en Venezuela.

Multitud incontrolable

Más de tres mil personas se dieron cita para recibirlo en el Puerto de La Guaira la mañana del jueves 25 de abril. Crónicas de prensa de la época indican que la presencia policial ordenada para la custodia fue escasa, por lo que resultó difícil controlar a la muchedumbre una vez que el cantante bajó del vapor americano “Lara” en el que llegó desde Puerto Rico, mientras que en el muelle lo esperaba su compatriota el periodista, Luis Plácido Pisarello, quien fue el empresario que organizó el evento en nuestro país.

Del terminal marítimo, Gardel y sus acompañantes, el compositor Alfredo Le Pera y los guitarristas José María Aguilar, Guillermo Desiderio Barberi y Domingo Riverol, para evitar el acoso de la gente, hicieron una parada de refugio en las oficinas del empresario Jesús Corao, en la Fábrica de Vidrios de Maiquetía. Luego se dirigieron al hermoso Hotel Miramar, para almorzar y descansar un poco, antes de abordar el tren que los llevaría a la ciudad de Caracas.

En el Miramar, ante la sorpresa de los organizadores, es recibido por unas cien mujeres que lo empujan y los pellizcan hasta que Pisarello, Edgar Anzola, director de la emisora Broadcasting Caracas, y el conocido narrador de carreras de caballos Eloy Pérez Alfonso (Míster Chips), junto con varios empleados del hotel, logran ponerlo a buen resguardo. Gardel es llevado a la terraza del famoso hospedaje donde están algunos representantes de la prensa.

Breve Interviú

En la antesala del almuerzo, en el restaurante del lujoso alojamiento de Macuto, el afamado artista fue abordado por el reportero Manssur Dekash, quien le realizó una breve entrevista para el diario caraqueño El Heraldo:

MD: – ¿Cuándo nació en usted la afición al tango?

CG: – Eso fue en Buenos Aires. Usted lo sabe, surge en los muchachos al nacer. Lo mismo que en Sevilla no hay muchacho que no toree con la toalla a un toro imaginario, allá no hay quien no cante tangos. Profesionalmente comencé a cantar en los teatros, a fijarme en la gente que tenía un estilo propio y adquirí fama en mi país.

MD: – ¿Cuál de sus películas le gusta más?

CG: -De las hechas hasta ahora “Melodía de Arrabal”, pero tengo puestas todas mis esperanzas en “El Día que me Quieras”. Es una gran película de gran emoción sentimental y de un acierto formidable en la música.

MD: – Pues aquí, gustó más “El Tango en Broadway”. El público lo encontró más logrado, más definitivo, más, como si dijéramos, encontrándose a sí mismo como actor que en las otras películas.

CG: – Es posible. Usted sabe que los artistas somos unos pésimos jueces de nosotros mismos. Casi nunca coinciden nuestros juicios con los del público. Y como el público es quien forma nuestra fama, no cabe duda de que es él el que tiene razón.

MD: – ¿Y de sus tangos cuál le gusta más?

CG: -A eso sí que no puedo contestarle. Me gustan unos u otros según el estado de ánimo en que me encuentro en ese día. Por eso yo nunca hago programas de mis actuaciones anticipadamente. Voy cantando lo que me siento con ganas de cantar.

A la capital en tren

A eso de la una de la tarde, el astro del tango y sus músicos partieron desde el Hotel Miramar hasta la estación del ferrocarril, cercana a la oficina de la aduana de La Guaira, donde abordaron el tren que los condujo a Caracas en el viaje que duraba un par de horas.

La mayor parte del trayecto lo paso Gardel mirando por la ventana del vagón de huéspedes especiales. Estaba asombrado con lo hermoso del paisaje y el cambio de temperatura en la medida en la que se aproximaba a la ciudad capital. No dejaba de comentar su sorpresa por la magnífica obra de ingeniería que permitió construir una vía férrea en tan intrincadas montañas.   

Cuando el tren arribó a la estación de Caño Amarillo, Gardel asomó la cabeza por una de las ventanas del vagón y pudo apreciar la admiración que los caraqueños sentían por él. Una sonora ovación le dio la bienvenida, mientras que la multitud se aproximaba al vehículo Chevrolet, descapotable, último modelo, que la agencia Siso Planchart & Cía facilitó a los organizadores de la gira, el cual era conducido por el futuro umpire del beisbol profesional Roberto “Tarzán” Olivo.

Pero la avalancha de admiradores del cantante hizo tanta presión y generó tal alboroto en la estación, que Gardel optó por hacer el recorrido a pie entre la iglesia de Pagüita y las cercanías del Teatro Municipal, donde estaba ubicado el lujoso Hotel Majestic, lugar en el que se fijó el alojamiento.

El recibimiento en Caracas fue apoteósico. El gentío que se acercó para ver de cerca al ídolo del momento fue increíble. El cronista del diario La Esfera aseguró, de manera exagerada, que más de la mitad de los habitantes de la ciudad fueron al encuentro con Gardel.

Agenda capitalina

De los 28 días y 27 noches que pasó en Venezuela Carlos Gardel entre el 25 de abril y el 22 de mayo de 1935, veintidós transcurrieron en Caracas.

“Fueron unos días estupendos los que pasé con ellos. En las tardes los acompañaba a pasear y en las noches a cenar, luego de las funciones en el Teatro Principal o en el Rialto. Después me iba por toda Caracas con los guitarristas a dar serenatas que se prolongaban hasta las dos o tres de la mañana”, rememoró Roberto Olivo en su biografía, Playball, publicada por el Fondo Editorial Cárdenas Lares, en 1991.

Una docena de presentaciones cumplió el famoso cantante en escenarios de Caracas, todas con el papel agotado. Nueve veces se presentó en el Principal, dos en el Rialto y una en los estudios de la emisora Broadcasting Caracas, fundada en 1930, que a finales de ese año 1935 pasó a llamarse Radio Caracas.

Antes de la visita de Gardel a Caracas, los organizadores realizaron una amplia campaña publicitaria de prensa y radio para vender los boletos. Los precios de estos en las localidades del Principal fueron: seis bolívares (patio), cuatro bolívares (balcón) y dos bolívares (galería).

A pesar del torrencial aguacero que caía sobre Caracas, el viernes 26 de abril, a las 9 y 45 de la noche, después que se colocaron en pantalla “El Perro Robado”, corto metraje de Walt Disney, y “Por Partida Cuádruple”, una película cómica protagonizada por Charlie Chase, se produjo el ansiado debut de Gardel en la escena venezolana.

“Cobardía”, con ritmo de Charlo y letra de Amadori, compuesto en 1932, fue el primer tema que interpretó el célebre cantante. Luego siguieron “Carnaval”, “El Carretero”, “Insomnio”, “Tomo y Obligo”, “Por una Cabeza” y “Mi Buenos Aires Querido”. Posteriormente, ante los emotivos y atronadores aplausos y gritos de la audiencia, entonó otras melodías para complacer a sus admiradores.

El cambio de clima afectó la garganta del ídolo argentino, por lo que debió ser atendido por el doctor Pedro Gonzalez Rincones, en la moderna “Policlínica Caracas”, situada entre las esquinas de Velásquez y Santa Rosalía.

Luego de un corto reposo, Gardel reaparece el domingo 5 de mayo en una magistral presentación en el Teatro Principal, donde interpretó de “Mano a Mano”, con el consecuente triunfo de dimensiones abrumadoras. 

Luego del rotundo éxito de sus actuaciones en el Principal, Gardel exigió a los organizadores de su visita a Caracas rebajar en cincuenta por ciento la localidad más económica para su última función del jueves 9 de mayo, para que el pueblo de más bajos ingresos pudiera asistir a su espectáculo, cancelando un bolívar por el boleto de galería.

En el Teatro Rialto realizó sus últimas dos funciones públicas en la capital venezolana los lunes 13 y martes 14 de mayo.

El miércoles 15 de mayo se despidió del público capitalino con una presentación desde los estudios de la emisora Broadcasting Caracas YV1BC, a lado de la sede del Almacén Americano, entre las esquinas de Pajaritos y La Palma, en pleno centro de la ciudad. En esa oportunidad interpretó una selección de temas que fueron escogidos durante más de una semana por los oyentes.

Luego se presentó en ciudades del interior: La Guaira (16 de mayo), Valencia (17 de mayo), Maracay (18 de mayo), Cabimas (20 de mayo) y Maracaibo (22 de mayo).

El 23 de mayo partió hacia la isla de Curazao y de allí viajó a Aruba el día 28. El 2 de junio arribó a la costa colombiana por la ciudad de Barranquilla y realizó gira por las ciudades de Cartagena, Medellín y Bogotá. El 24 de julio falleció junto a Le Pera y el guitarrista Barberi en un choque de dos aviones, en la pista del aeropuerto “Las Playas” de Medellín.

En homenaje a su visita a Caracas, en 1983 se construyó, en las cercanías de la estación del Metro de Caño Amarillo, primer lugar de Caracas que conoció y donde el público le demostró el fervor que sentía por él, la Plaza Carlos Gardel, en donde se erigió un monumento en su memoria. La escultura de bronce fue elaborada por la prestigiosa artista franco-venezolana Marisol Escobar.

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