Isla del Burro

Isla del Burro

Historia, geografía y leyenda de la isla en la cual 300 hombres acumulan más de 3 mil años con las penas a que han sido condenados. El único que ha podido escapar de esta prisión fue el hampón “Petróleo Crudo”, que lo hizo poco antes del derrocamiento del presidente Isaías Medina Angarita.

Por Cirilo Montes Zúñiga

La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia

La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia.

     “La Isla del Burro tiene dos historias y dos etapas. La etapa en la que se convirtió en la “isla de la salvación”, frente al tirano Lope de Aguirre, hace ya más de 4 siglos; y la otra, la que va del tirano Juan Vicente Gómez al mandato del presidente Rómulo Betancourt, cuando la más grande isla del Lago de Valencia se convierte en Colonia para Homosexuales, primero; en Cárcel para hampones, después; luego en Correccional para Menores y, finalmente, en Campo para “condenados a penas de presidio y prisión” por delitos militares. Más de 300 hombres, entre civiles y militares, purgan sentencias en estos momentos en la referida isla (1966).

     Queremos advertir que, a lo largo de este reportaje, no nos interesa el acierto o desacierto de las penas impuestas a los que hoy sufren presidio en la Isla del Burro. Carrara dijo que el “delito político no es delito”; y la historia de los pueblos latinoamericanos demuestra que en una u otra forma todos, o casi todos los militares, en este o en pasados siglos, han conspirado contra los gobiernos legal o ilegalmente constituidos. 

     Y la Historia es Maestra cuyas enseñanzas caen inexorables sobre los que mandan hoy, y mañana pueden caer en desgracia y los que hoy están en desgracia y pueden mandar mañana. El refrán del abuelo, de que los hombres somos como las gallinas, sigue vigente.

     Precisa aclarar, como mandato de honestidad, que durante la dictadura del gereral Marcos Pérez Jiménez, la Isla del Burro fue clausurada como lugar de castigos; y que ni el tirano Gómez ni el general Eleazar López Contreras la usaron como presidio para reos políticos o condenados por delitos militares. El presidente Isaías Medina Angarita la utilizó para la reclusión de hampones sin esperanzas de redención, y fue durante su mandato cuando se produjo la hazaña de Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, el único hombre que a nado se haya fugado de la Isla del Burro, ubicada en el corazón del Lago de Valencia, o Laguna de Tacarigua, tal es el nombre que le daban los naturales der la región.

     La otra fuga de prisioneros de la Isla del Burro se produjo el 24 de diciembre de 1963; pero hay rumores insistentes de que los reos no lograron su evasión en calidad de grandes nadadores como lo hiciera el terrible “Petróleo Crudo”. Pero este detalle tampoco importa para el objetivo de este reportaje, siendo la justicia o la injusticia de los hombres lo que se ocupe de aclarar las circunstancias en que abandonaron la Isla del Burro los evadidos de la Noche Buena de 1963.

Leyendas en torno a la isla

     Así como la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror. Aquella cuenta que para 1700, los nativos de la región cuando iban a emprender una caminata, tomaban antes agua de la isla del Burro, con la cual se aseguraban una infatigable resistencia para sus jornadas. Agrega la olvidada y casi desconocida leyenda que las mujeres nativas prolongaban su juventud bañándose en el Lago en noches de Luna Plena, pero permaneciendo de pie con el agua hasta la altura de los senos y las manos hacia el cielo, mientras un burro hacía oír su rebuzno de la media noche. Pereciera que, con aquel acto, se le diese al tiempo una orden de detenerse para que la mujer volviese a comenzar su vida.

     La leyenda del terror arranca en los tiempos de Juan Vicente Gómez y degenera en chismorroteo callejero. En la Isla del Burro, por la noche, se escuchan disparos de fusil, luego lamentos de prisioneros a quienes se está ejecutando. Los Viernes Santos, tristes y arrepentidos, ancianos caimanes salen del lago y ya en tierra se tienden panza arriba implorando perdones al cielo por los prisioneros que devoraron, al lanzarse al agua para recuperar su libertad. A estos “díceres y decires”, se mezcla la especie de que el gobierno actual ha depositado en las aguas del Lago de Valencia más de 100 caimanes con el objeto de que devoren a quienes intenten reconquistar su libertad. Pero esto, estamos seguros, no pasa de ser una truculencia de los enemigos del gobierno.

Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, fue el único hombre que, a nado, se fugó de la Isla del Burro

Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, fue el único hombre que, a nado, se fugó de la Isla del Burro.

Las dos etapas históricas

     La auténtica realidad histórica es que la Isla del Burro fue refugio de salvación y tierra de esperanza. Frente a la isla, hundidas las botas en las aguas fangosas del Lago de Valencia, estático en la orilla, miedoso de seguir adelante, el tirano Lope de Aguirre tuvo que frenar sus instintos criminales, impotente para dar alcance a las naves en las cuales huían de sus garras las autoridades y la población de la recién fundada Ciudad de Valencia. El cargamento humano se refugió en la Isla del Burro y en otras islas, mientras el tirano saqueaba y sembraba la desolación en la ciudad valenciana.

     Escritores como Oviedo Zea, Baralt y Codazzi, consignan en sus obras este éxodo hacia la Isla del Burro. Apenas habían transcurrido –dicen– 6 años de su fundación, cuando la ciudad de Valencia fue invadida en 1561 por Lope de  Aguirre, tristemente célebre por sus inauditos crímenes, quien después de navegar once meses por el rio Amazonas descendió del Perú y tras haber cometido horrores de todo linaje en la Isla de Margarita, pasó a Borburata y luego a Valencia, cuyos habitantes abandonaron el poblado, refugiándose en las islas del lago de Tacarigua, especialmente en la Isla del Burro, sin dejar al tirano y sus hordas ninguna embarcación a la orilla del lago. Este hecho histórico que eleva a la Isla del Burro a la categoría de Isla de la Vida y la Libertad, está registrado en “Apuntes Estadísticos del Estado Carabobo, formados de orden del ilustre americano general Antonio Guzmán Blanco, presidente de la República”, edición oficial de 1875.

     La otra etapa de la Isla del Burro se inicia con Juan Vicente Gómez. Es la etapa del bochorno, la que por una jugada caprichosa le arranca a la Isla del Burro su sitial de gloria. Pero Gómez no la convierte en penal propiamente dicho, sino en Colonia, a la cual envía, en sus primeros años, a los hampones extremadamente peligrosos, ya que al final de su mandato no quedan ni ladrones, ni hampones, ni oposición política activa. El país se ha sumido en una calma que parece eterna, mientras la Isla del Burro, aparentemente, se ha quedado sin delincuentes. A la muerte de Juan Vicente, la isla es objeto de algunos trabajos y reparaciones. El nuevo gobierno intenta convertirla en un penal político, pero los amigos del Presidente lo convencen de que la medida podría resultar negativa.

La fuga de Petróleo Crudo

     Al asumir el mando el general Isaías Medina Angarita, la Isla del Burro sigue con su status de Colonia para delincuentes Incorregibles. Es bajo este gobierno que se produce la sensacional fuga de Cruz Crescencio Mejías, alias “Petróleo Crudo”, posiblemente el más peligroso, incorregible e inteligente hampón que haya producido el bajo mundo venezolano. 

     La fuga de “Petróleo Crudo” fue recogida por los reporteros de aquellos años y llevada a los diarios con caracteres extraordinarios. Desde el presidente de la República hasta el peón del Aseo Urbano, leían y comentaban la hazaña del delincuente, quien aprovechó el impacto de su evasión para conmover a las autoridades y a la opinión pública con una promesa de redención, siempre y cuando las autoridades y la sociedad después de perdonarlo, le permitieran su antiguo puesto de ciudadano honesto en la colmena humana caraqueña.

     El llamado al perdón lanzado por “Petróleo Crudo”, causó efectos en el propio general Medina Angarita. El perdón fue concedido. “Petróleo Crudo” salió de su escondite para reincorporarse a la vida del ciudadano normal. Como despedida y epílogo a su vida, los reporteros agregaron nuevos detalles a la forma en que el ahora redimido hampón se había fugado de la Isla del Burro. Fue el acto de un hombre macho, sempiterno amigo de lo ajeno e irredento amante de la libertad. Una mañana dijo a los guardias que desearía tener alas para volar y retornar a Caracas. Un Sargento en tono burlón le dijo: “Mira, “Petróleo Crudo”, ni tienes alas ni puedes volar”. Apenas el Sargento pronunció la última palabra, el delincuente le saltó a la cabeza y de dos golpes lo dejó tendido. Dos guardias se abalanzaron, pero la fiera que “Petróleo Crudo” escondía asomó toda su ferocidad y malicia. Los desarmó y los golpeó hasta dejarlos inconscientes y se echó al agua. De la Isla del Burro pudo llegar a la Cabrera, luego a la otra isla que lleva el nombre de Pan de Azúcar. Finalmente, siempre nadando, “Petróleo Crudo” ganó tierra firme y se refugió en Caracas.

     Pero Cruz Crescencio Mejías, el que en un momento de íntima religiosidad o de fatal acto de simulación, clamó perdón para sus pecados, había muerto hacía muchos años. “Petróleo Crudo”, su encarnación aberrada, no pudo resistir las tentaciones de la vida fácil y peligrosa. Sin embargo, prevalido de la generosidad de las autoridades, consiguió un puesto en el Ministerio de Obras Públicas con 14 bolívares diarios, un gran sueldo para su escala en 1942; luego se enamoró locamente de una hermosa muchacha, con quien contrajo matrimonio, a cuya boda enviaron regalos distinguidas personalidades, incluyendo el propio presidente de la República. Seguidamente le nació un hijo y para colmo de alegrías, el hogar recibió un segundo varón. Y con toda su felicidad, Cruz Crescencio Mejías no pudo redimirse. Por las noches, al apagarse las luces, el antiguo “Petróleo Crudo” volvió a sus caminos de robo y de crímenes.

     Una noche acompañado de otros dos ladrones, “Petróleo Crudo” se introdujo en el establecimiento de Roberto Levy, llevándose varios fajos de billetes nacionales y extranjeros. Una hora después del robo se hizo presente en un baile de familia, en el cual permaneció hasta el amanecer. La coartada no podía ser más inteligente. Pero la policía, que ya había vuelto sobre sus rastros, vio la marca del fugitivo de la Isla del Burro en el delito cometido. Fue condenado a cuatro años de prisión el 13 de diciembre de 1944 por el Juez Segundo de primera Instancia, doctor Hugo Ardila Bustamante. El 1° de diciembre de 1945, a las 8 de la mañana, “Petróleo Crudo” cayó herido de 2 balazos que a quema ropa le hiciera con un revólver calibre 38 el guardia Manuel Cadenas Lobos, agente con chapa número 350, de servicio en la Cárcel Modelo.

     Antes de caer, “Petróleo Crudo” manoteó con sus largos brazos en el aire, como nadando, en un intento de coger a su matador. Murió recordando, posiblemente, su hazaña de la isla del Burro y que nadie ha repetido. La mañana de su muerte, como aquella mañana memorable de su fuga, “Petróleo Crudo” amaneció sediento de libertad. Manuel Cadenas Lobos le ordenó que entrase a la celda, pero antes que obedecer Petróleo Crudo se le fue encima, como una fiera. El guardia le hizo 4 disparos, 2 de los cuales lo condujeron a la Isla de la muerte, en el Lago de la Nada.

     Uno de los hijos de “Petróleo Crudo”, al parecer honesto trabajador, viajaba en días pasados hacia Valencia, para luego visitar por primera vez la Isla del Burro, a la cual está unido el nombre de su padre, y en donde actualmente cumplen penas largas unos 300 hombres entre civiles y militares.

Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, la Isla del Burro se convirtió en un penal para los reos condenados por sublevación contra el gobierno nacional

Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, la Isla del Burro se convirtió en un penal para los reos condenados por sublevación contra el gobierno nacional.

Después de la muerte de Medina

     El presidente Medina Angarita fue derrocado 17 días después de la muerte de “Petróleo Crudo”. Bajo el mandato del general Medina, la Isla del Burro se convirtió, principalmente, en Colonia para homosexuales. En una época hubo más de 200 reclusos de esta especie de hombres, cuyas vidas transcurrían en un devenir de hechos muy pintorescos. Por ejemplo, los domingos, los homosexuales organizaban partidos de beisbol. Una de las novenas se llamaba “Las Nenas de Caracas” y la otra “Las Malucas Maracuchas”. Una dama que en aquellos tiempos visitó la Isla del Burro, atendiendo la invitación que le hiciera un cuñado suyo, que a la sazón era el director de la Colonia, nos cuenta que ella presenció uno de aquellos partidos de pelota, los cuales se realizaban después que las novenas contendoras, debidamente uniformadas, realizaban un desfile que iba presidido por la “Reina”, un homosexual que con una guirnalda de flores en la cabeza y debidamente maquillado, era llevado por 4 de sus  compañeros en una especie de litera.

     A la caída del general Medina, la Junta Revolucionaria de Gobierno, cedió la Isla del Burro para un Correccional de Menores, al parecer a cargo del Consejo Venezolano del Niño, establecimiento que luego fue abandonado por razones que no hemos podido aclarar. Bajo la dictadura de Pérez Jiménez, como ya hemos dicho, la Isla del Burro fue olvidada. No se la utilizó ni como Correccional, ni como Colonia ni como Prisión. Se sabe que estuvo vigilada por la Seguridad Nacional, y hay quienes aseguran que Pedro Estrada hacia preparativos para rehabilitarla y convertirla en una prisión para reos enemigos del régimen, cuando se produjo la caída de la dictadura. Durante el mandato de Pérez Jiménez se realizaron serios estudios en relación con la geografía, aspectos fluviales y geólogos del Lago de Valencia y de sus 22 islas, incluida la Isla del Burro.

 

Conversión en penal militar

     Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, después de haber sido refaccionada, mediante trabajos realizados por el Ministerio de Obras Públicas, la Isla del Burro se convierte en Penal para los reos condenados por sublevación contra el Gobierno Nacional.

     El acuerdo que declara su apertura está publicado en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela, número 27.263, de fecha viernes 4 de octubre de 1963, y textualmente dice: “República de Venezuela, Ministerio de Justicia, Dirección de prisiones, Número 647, Caracas 4 de octubre de 1963, 154° y 105°. Resuelto: Por disposición del ciudadano Presidente de la República y de conformidad con los artículos 1° y 3° de la Ley de Régimen Penitenciario y 29, atribución 5° del Estatuto Orgánico de Ministerios, considerando que las instalaciones de la Isla de Tacarigua, luego de refaccionadas, disponen de capacidad y servicios para recluir en ella a los condenados a penas de presidio y prisión, se habilita dicho establecimiento a los efectos previstos en los artículos 12 y 14 del Código Penal y 408 del Código de Justicia Militar. Comuníquese y publíquese, el Ministro de Justicia, Ezequiel Monsalve Casado”.

     La resolución está errada, pues crea un penal en una Isla de Tacarigua que no existe ni ha existido nunca, que no mencionan ni los geógrafos de la Colonia ni los modernos. El geógrafo Agustín Codazzi –y todos los que en Venezuela se han ocupado de la geografía–, dice al iniciar su descripción de la región, lo siguiente: “El Lago de Valencia, llamado antiguamente por los indígenas Tacarigua, está a 432 metros sobre el nivel del mar y la parte más baja a 333”. Luego señalan las otras características del lago, mencionando sus 22 riachuelos y 22 islas, incluyendo la Isla del Burro, pero sin que aparezca entre las mismas una que se denomine Isla de Tacarigua. ¿De dónde sacó el gobierno esa llamada Isla de Tacarigua a que alude la resolución? Hay que corregir, en bien de la realidad geográfica e histórica, ese error. No hay tal Isla de Tacarigua, sino un Lago de Valencia que los indios llamaban Lago o Laguna de Tacarigua. La isla a que quiso referirse la resolución, es la propia Isla del Burro.

la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror

la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror.

Geografía de la isla

     La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia. Le siguen la de La Culebra, que tiene media legua de extensión; las de Caiquire y Otama, de una milla cada una; Chambergue, más pequeña que las anteriores, pero notable por su altura, pues forma un peñasco con dos cimas que se levantan 63 metros y medio sobre la superficie del agua. Menos de media milla tienen las islas de Brujita, Cura, Horno y Zorro; y algunos centenares de metros tiene Cabo Blanco, Vagre, Araguato, Pan de Azúcar, Frayle, Cucaracha, Hormiga y Cotúa y, por último, la peña que queda frente a La Cabrera. Mencionaremos, por su singularidad, la hermosa laja que se levanta sobre un fondo de granito, entre el Morro de Guacara y el Islote de Cabo Blanco, cerca de 2 varas sobre la superficie de agua, casi perpendicular, en forma de una gran masa cuadrada, perfectamente lisa y de un espesor de más de 2 pies, pudiendo considerársele como un Nilómetro natural, al cual sólo falta marcar los pies y pulgadas para que indique exactamente el aumento, o más bien la disminución anual del lago.

     Otros datos muy interesantes que encontramos en los archivos oficiales sobre el lago de Valencia y la Isla del Burro, son los siguientes: “Como el terreno que rodea al lago es sumamente plano y liso, resulta que la disminución de algunas pulgadas en el nivel del agua deja en seco un vasto trecho del suelo cubierto de limo fértil y de despojos orgánicos. A medida que el lago se retira, los labradores adelantan hacia el nuevo borde, y a la retirada progresiva de las aguas se deben las hermosas y ricas campiñas de San Joaquín, Guacara, los Guayos, Valencia, Güigüe, Magdaleno, Santa Cruz, Cagua y Maracay, plantadas de tabaco, caña dulce, café, cacao, algodón, maíz, plátanos y toda especie de verduras y frutas. La profundidad media es de 13 brazas y los sitios más profundos de 37 brazas”. El lector debe tener presente que los detalles que le hemos suministrado entrecomillas, corresponden a una realidad que vieron los geógrafos y que fueron compilados por Guzmán Blanco en 1875.

 

Enfermedades de la isla

     Aun cuando el paisaje y ciertos elementos de la naturaleza brinden a la Isla del Burro todas las apariencias de un sitio normal y agradable, la verdad parece ser lo contrario. Se quejan los presos de sufrir de diarrea permanente, mientras por otro lado hay quejas de que una comezón desesperante ataca a los recluidos. Lo primero sería explicable por el agua, la cual parece que es llevada de Valencia, ya que la del lago no resultaría propicia para el consumo de bebida y ni para uso exterior del cuerpo humano en partes delicadas. Lo señores Boussault y Rivero, examinaron el agua del Lago de Valencia y encontraron que tenía Uno por Dos mil (1 x 2.000), de carbonato de sosa y de magnesia, de muriato de sosa y de sulfato y carbonato de cal. Este resultado de laboratorio dice la verdad sobre la calidad del agua.

     La picazón desesperante la atribuyeron los estudiosos del Lago de Valencia y de la isla del Burro, al polvillo que despiden los millones de caracoles al faltarles la humedad del agua y los cuales quedan expuestos a los abrasadores rayos solares, así que las tierras quedan sin agua. Para un conocimiento más directo de este problema, transcribimos lo que al respecto dice un geógrafo: “los terrenos de los contornos del Lago que han ido desocupando las aguas, están llenos de caracoles blancos, que casi no dejan ver otra especie de tierra que sus despojos, cuyo polvo pica tan fuertemente que hace el efecto de los pelitos de la picapica, y hay fundados motivos para opinar que no provenga de la concha de los caracoles, sino más bien del insecto que habita en dichas conchas, el cual, una vez que le falta la humedad del agua del Lago en el que ha vivido, debe morir y reducido a polvo imperceptible puede ser la causa de la gran picazón cuando las infinitas partículas llegan a la piel del hombre. Este polvillo, con el viento, llega hasta las islas, incluyendo la Isla del Diablo”.

 

Cómo es la isla

     De Caracas a la orilla del Lago de Valencia, se toman en automóvil tres horas aproximadamente. Luego hay que tomar una chalana que mide unos 50 metros por 25. La nave se desliza por las aguas del lago y en unos 15 minutos pisamos tierra de la Isla del Burro. Aquí huele a tristeza. La libertad del hombre, aun cuando se la embalsame, se descompone y su olor penetrante e indescriptible cae al corazón y no al olfato. Aquí está el primer contingente armado: militares, marinos, hombres de la aviación y de la FAC, civiles en servicio, paracaidistas, etc., todos armados, los más con metralletas. Sigue una caminata de unos 1.200 metros, para luego los hombres visitantes entrar a un cuarto y a otro las mujeres. La requisa es una requisa de verdad. Seguidamente el encuentro con los detenidos.

     Los militares presos están en unas celdas y los civiles en unos galpones. El calor es sofocante, no obstante que la Isla del Burro es rica en vegetación. La vigilancia ha aumentad después de la fuga del grupo que se escapó la Noche Buena, entre quienes se encuentra el Mayor Manuel Azuaje Ortega y el Capitán de Fragata Pedro Medina Silva, este último cabecilla de la rebelión de Puerto Cabello, cuyo saldo trágico se eleva, según cálculos, a unos mil muertos. En realidad, la Isla del Burro, con toda su electrificación moderna, es un cautiverio triste.

     El costo de sus instalaciones llega a los 29 millones de bolívares y los hombres presos, condenados todos a penas que fluctúan entre 5 y 25 años, acumulan más de 3 mil años de “vida muerta”, pues los cautivos pasan de los 300, entre militares, universitarios, periodistas, parlamentarios y trabajadores.

     Las instalaciones de seguridad de la isla del Burro incluyen alambrado de púa, galpones con servicios sanitarios y a cada 50 metros hay garitas con dos militares armados de metralletas. En cada puesto de vigilancia hay 3 reflectores de alta potencia para iluminar una distancia de 100 metros. La mayor inversión que aquí se ha hecho es la instalación de foto-electrificación de las cercas que rodean el penal. Esta instalación es carísima y curiosa y consiste en unas campanitas colocadas a 10 metros de distancia la una de la otra. A las 5 de la tarde, tras los silbatos que ordenan que cada preso entre en su cárcel para no volver a salir, la corriente eléctrica del sistema entra en funcionamiento. Ello quiere decir que, si una persona se aproxima a las campanitas, el sistema de alarma comienza a funcionar y la cerca toda mantiene una corriente capaz de carbonizar y reducir a cenizas a todo ser viviente que la toque”.

Una cita con Gil Fortoul

Una cita con Gil Fortoul

Yo siento que mi corazón y mi espíritu están con los que padecen” 

“Las repúblicas americanas no han encontrado todavía la forma legal de las revoluciones”

Por Ana Mercedes Pérez*

El larense José Gil Fortoul (1861-1943) fue un destacado historiador, diplomático, escritor y abogado. Entre sus obras se encuentra la voluminosa Historia Constitucional de Venezuela

El larense José Gil Fortoul (1861-1943) fue un destacado historiador, diplomático, escritor y abogado. Entre sus obras se encuentra la voluminosa Historia Constitucional de Venezuela

     “El doctor José Gil Fortoul, jurista y escritor, nació en Barquisimeto el 29 de noviembre de 1861 y falleció en Caracas el 15 de junio de 1943, en su residencia de La Florida, la quinta “Chicuramay”. Estudió Derecho en la ilustre Universidad Central y en 1885 recibió el título de Doctor en Ciencias Políticas. Fue Diplomático en Europa por largos años, pero sin dejar nunca de interesarse por las cosas de su tierra.

     Fue así como escribió la “Historia Constitucional de Venezuela” que ninguna otra obra reciente o antigua ha reemplazado en su maravillosa interpretación y exactos datos. Además, fue novelista en “Julián” o “Idilia”; poeta en la “Infancia de mi Musa”; ensayista en “Recuerdos de Paris”, “Sinfonía inacabada”, “Páginas de ayer”, “El humo de mi pipa”; periodista y sociólogo en “Filosofía constitucional”, “Filosofía Penal” y “Discursos y palabras”.

     Entre los cargos que desempeñó pueden citarse especialmente secretario de Venezuela en Francia, Encargado de Negocios en Suiza, Encargado de Negocios en Alemania, ministro de Instrucción Pública, presidente de la Cámara del Senado, presidente del Consejo de Gobierno y Encargado de la Presidencia de los Estados Unidos de Venezuela, Enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario en México.

     Fue Individuo de Número de las Academias Venezolanas de la Historia y de Ciencias Políticas y Sociales. Miembro fundador del Instituto Internacional de Sociología de Francia y director de “El Nuevo Diario”.

     Venezuela celebró el 29 de noviembre de 1961, el centenario del nacimiento de uno de sus hombres más ilustres en el Parlamento, en la Diplomacia y en las Letras. Los estudiantes de la Universidad Central vienen de rendirle un homenaje recogiendo en un folleto las críticas suscitadas en torno su “Historia Constitucional”, bajo el título “el concepto de la historia en José Gil Fortoul”. 

     A los veinte años de haber abandonado este globo terrestre donde vivió, gozó, triunfó y amó con la majestuosidad de un dios pagano, casi por espacio de un siglo, Enrique Aracil, o lo que es lo mismo, José Gil Fortoul, un nombre muy conocido en nuestras letras, en nuestra diplomacia y en nuestra historia, vino a dialogar conmigo, como solía hacerlo en plena madurez de su sabiduría, allá por los años 1936 al 40.

     Íbamos entonces a su Quinta Chicuramay, en La Florida, a libar el buen scotch de sus bodegas permanentes para sus amigos. Flor, su hija, era la anfitriona cordial y Aracil, el caballero del ojal florido, de la frase oportuna, del invariable monóculo como otra pupila asomada a su filosofía: “la probabilidad de morir no me inspira temor ni espanto”. Ahora venía envuelto en esa niebla infinita con que se revisten los ausentes, niebla del mismo humo de su pipa, material o deshumanizada, que subía arropándolo como una nube. Su mirada escéptica de libre pensador, poeta, historiador o político, era un poco más irónica. Como si hubiese traspuesto ya las sombras de la duda y quisiera darme el secreto de lo impenetrable se desprendía su voz, como una onda hertziana, el mismo sonido de su voz metálica, fluida, acompañada del acento gutural de los que han vivido largamente en otras latitudes.

     Era el mismo personaje que deleitaba al público caraqueño en el Country Club y El Paraíso, en tardes amables y acogedoras, después de haber montado su caballo Tacarigua o haber lanzado al aire su pelota de golf. Su extravagante elegancia producía el arrobador señuelo de las féminas que lo escuchaban transportadas:

     –Ya no tengo sino mi pobre palabra. Y voy a ver si la puedo adornar con reflejos de arte, a ver si mis frases pudieran ser como algunas flores frescas sobre las tumbas solitarias, o sobre el camposanto silencioso algunos rayos de sol, Sea lo que fuere la muerte, no borra la eterna sonrisa de la vida, sea como fuere la existencia, del recuerdo resurge siempre la esperanza.

     Yo escuchaba su verbo en la obscuridad, silenciosamente, y el ilustre amigo seguía el hilo de mi pensamiento:

Gil Fortoul consideraba que, a medida que el poder de la una clase aumenta, la miseria de la otra se hace cada vez más desesperada. La clase capitalista es cada vez más rica y la clase proletaria cada día más pobre

Gil Fortoul consideraba que, a medida que el poder de la una clase aumenta, la miseria de la otra se hace cada vez más desesperada. La clase capitalista es cada vez más rica y la clase proletaria cada día más pobre

     –Y bien, mi querida amiga, son innumerables las fuerzas de la naturaleza e infinitas las combinaciones con que nos envuelven en espesísima red. El único campo seguro de la afirmación y de la certidumbre es a veces el pasado. El presente no dura más que un instante, es solamente el equilibrio de un instante. Si es la muerte la ausencia de toda sensación, como en un sueño sin sueños, la muerte es bien inapreciable, porque todas las edades futuras no tendrán más duración que una sola noche.

     –Y si es la muerte el paso de este mundo a otro. . .– dije, repitiendo sus propias sentencias.
     –¡Qué mayor felicidad entonces que hallarme aquí con verdaderos jueces como Minos y Radamanto, Eaco y Triptoleno y conversar con Museo y Orfeo, con Hesiado y Homero. . .!

     –Y hasta con las Once Mil Vírgenes– me atreví a insinuarle, mientras por el rostro de Aracil asomaba su sonrisa mundana.

     Un arrebol tan hermoso como aquel que asombró a nuestro Libertador, me ocultó de pronto la luz íntima, aunque maravillosa y profética de sus pupilas que se hicieron lejanas, para luego acercarse y responderme:

     –Ellas son la primavera, yo soy otoño. Suelen preguntarme cosas que ignoran de la vida y hay tardes en que la conversación se prolonga a la sombra fresca de algún mango umbroso. Al fin ellas se van alegres, por un lado, tal vez algo inquietas por mi diletantismo irónico. Y yo me voy algo triste por otro rumbo y vuelvo la mirada para verlas alejarse hasta que desaparecen en el horizonte y de mi corazón surge un sentimiento muy dulce.

     Al decir estas palabras por el aire se esparció el aroma del ungüento de Magdala.

Socialismo

El hecho mismo de ver a mi amigo rodeado de arcángeles y demonios me dio la pauta de preguntarle por esa teoría que hoy conmueve al mundo civilizado, que se divide entre el capital y el trabajo. El personaje aspiró de nuevo el humo de su pipa antes de hacerse presente:

     –El capital en manos de una clase social es un privilegio, un monopolio y una injusticia. Y no será ciertamente el reconocimiento de la libertad del capitalismo y del proletariado el medio seguro de obligar a aquel a convertir la riqueza en tesoro común de la sociedad entera o de permitir que el otro alcance la parte proporcional de bienestar que justamente le corresponda en los productos de trabajo social.

     –¿Cree usted que en Venezuela exista algún antagonismo entre las clases altas y el pueblo?

     –Nunca ha existido ese antagonismo. En 1811 la oligarquía venezolana se reducía a tres condes, y todos ellos, imitando al Libertador, que desdeñó siempre el título nobiliario, fueron después, o defensores ardorosos de la causa patriótica o amigos decididos de las instituciones democráticas. Al principio pareció formarse una clase de grandes propietarios, pero a poco las fortunas comenzaron a repartirse rápidamente, gracias al régimen sucesoral y por causa también de las guerras civiles que subdividieron e hicieron cambiar de manos las riquezas acumuladas.

     –Maestro, América entera está consternada con la palabra “socialismo”. Usted que ha traspuesto las fronteras de los intereses terrenales, ¿qué dice de eso…?

     –Que se ha de hallar la solución del gran problema. Que la actual lucha entre la clase capitalista y la clase miserable no puede ser condición permanente de la civilización y que el conflicto ha de resolverse necesariamente en una nueva organización social que sustituya la armonía y la solidaridad a la justicia y al odio. Eso lo piensa el político omnipotente como el pontífice máximo de la iglesia y los jefes de los vastos imperios y el sabio que estudia leyes y el poeta que se lanza a explorar el porvenir.

     –Usted es un socialista, amigo, nadie puede dudarlo, siempre lo había pensado – grité yo desde el vacío.

     El monóculo de Gil Fortoul brilló como un diamante, o mejor, como una centella en el espacio. Su voz se hizo más metálica y algo afrancesada:

      –Yo no soy socialista. . . en el sentido que comúnmente se da a esta palabra, porque no pertenezco a ninguna de las escuelas o teorías del socialismo militante. . . Pero, por temperamento, y como resultado de los estudios que he podido hacer viviendo en pueblos de raza y cultura diferentes, yo siento que mi corazón y mi espíritu está siempre con los que padecen y sufren, Y con los que padecen y sufren creo en una próxima organización social menos imperfecta y más humanitaria, con luchas menos brutales y más equitativas. Otra civilización más intensa, más amplia y más alta.

     Hubo un silencio elocuente como un siglo de espera, como si el Maestro esperara la reacción de la discípula. Pero, había pasado apenas la figura infinitesimal de un minuto. El historiador bebió en su vaso, licor de los escoceses:

En el homenaje-ágape al escritor alemán, Emil Ludwing, en la casa del Vizconde Lascano Tegui, Gil Fortoul, con su elegante monóculo, absorbe su inseparable pipa al lado del escritor José Rafael Pocaterra, de los poetas Andrés Eloy Blanco, Luis Yépez y Pedro Sotillo; y de los doctores Gustavo Machado Hernández, Augusto Mijares, Enrique Tejera y Juan Iturbe, quien abraza a Ludwing

En el homenaje-ágape al escritor alemán, Emil Ludwing, en la casa del Vizconde Lascano Tegui, Gil Fortoul, con su elegante monóculo, absorbe su inseparable pipa al lado del escritor José Rafael Pocaterra, de los poetas Andrés Eloy Blanco, Luis Yépez y Pedro Sotillo; y de los doctores Gustavo Machado Hernández, Augusto Mijares, Enrique Tejera y Juan Iturbe, quien abraza a Ludwing

     –Vemos dondequiera –agregó– que el poder social se concentra en una clase de individuos que monopoliza la propiedad de la tierra y los medios industriales de acrecentar la riqueza y que, al propio tiempo, otra clase infinitamente más numerosa, lucha a todas horas por la vida y por el derecho a mejorar su condición.

     A medida que el poder de la una aumenta, la miseria de la otra se hace cada vez más desesperada. La clase capitalista es cada vez más rica y la clase proletaria cada día más pobre.

     –¿Y qué hacer para llevar a cabo tal reforma?

     Gil Fortoul respondió con una voz escéptica:

     –Por desgracia las Repúblicas americanas no han encontrado todavía la forma legal de las revoluciones. Desde el punto de vista moral no puede decirse que la frecuencia de las revoluciones ha contribuido más bien a desarrollar en las esferas gubernamentales el respeto a las manifestaciones de la opinión pública.

        –¿Qué quiere usted decir?

     –Que la paz pública no equivale en cada ocasión a la aceleración del progreso. Dice un escritor mexicano en un estudio sobre las revoluciones de su patria que el período de paz que empezó en México en 1876, con la presidencia de Porfirio Díaz hace ya imposibles allí las revoluciones. Pero la experiencia análoga de Venezuela y otras Repúblicas tiende a demostrar que cuando la paz es resultado exclusivo de la influencia omnipotente de una oligarquía o de un dictador –como cuando los Monagas y Guzmán Blanco– la paz no es socialmente preferible a la agitación de las eras revolucionarias, pues no bien desaparece la oligarquía o la autocracia que la imponen por la fuerza. Vuelve a abrirse el período de los tumultos que desbaratan enseguida la obra artificial y efímera de las dominaciones personalistas.

Democracia

     La rosa de su ojal pareció agitarse levemente cuando nombré la palabra Democracia. El ilustre historiador me lanzó una mirada de conmiseración alumbrada con la más irónica sonrisa cuando respondió:

     –¿Y la democracia no será también una selección política regresiva? Los fundadores de la antroposociología lo afirman. La democracia según ellos tiende de nivelarlo todo y a destruir, por consiguiente, los elementos superiores, de tal suerte que el nombre que más le cuadra sería el de mediocracia. Es más bien la Plutocracia, con el prestigio y la fuerza irresistible del oro.

     –Usted me ha dicho hace poco que ama el socialismo.

     –Sí, pero paréceme que exageran demasiado quienes califican de democracia el régimen social que hoy predomina en la civilización europea. Es cierto que la aristocracia hereditaria pierde terreno en muchos países, pero no se nota en ellos que sea la democracia la que la reemplace.

     –Entonces, ¿qué propone usted?

–Lo que se espera es una obra de justicia. El conflicto de la clase proletaria con la clase capitalista es lucha por la vida y por el derecho, y su solución no está en la caridad, cuya eficacia se circunscribe fatalmente a aliviar miserias aisladas. La caridad es un paliativo, no un remedio.

 

El jurista era ahora el que hablaba de las injusticias, de la esclavitud, ya abolida prácticamente en el mundo. En el mundo, el nuevo mundo seguía siendo “interdependientes” unos de otros.

 

–Porque decirle al obrero: eres libre de trabajar donde quieras y en las condiciones que te parezcan más favorables es simplemente adornarle con bellas palabras la realidad de su esclavitud. ¿Trabajar donde quiera? Sí, pero su libertad se reduce a poder escoger entre establecimientos idénticos. Por eso en las condiciones más favorables los capitalistas de la misma industria son forzosamente solidarios y el interés común los obliga a establecer condiciones iguales para el trabajo, de donde resulta que la libertad del obrero consiste en substraerse a la autoridad de una industria para someterse a la autoridad idéntica de otro. En fin, que la necesidad de trabajar es infinitamente más poderosa que la libertad de escoger y si se retarda tropieza con la miseria y el hambre.

     –Y qué me dice usted, Maestro, de la suspensión de garantías que tantas discusiones ha promovido en el Congreso.

     –El ex-Senador recargó su pipa de tabaco para darse el gusto de aspirar una larga columna de humo. Se dio a recordar aquellos tiempos cuando se dedicaron grandes debates a los Monopolios y a los Seminarios. El, –dijo– venía de una época en que se and aba con la ley en la mano. Ahora eran otras cosas: incomprensibles, atómicas, exaltados. Y así dijo.

     –Un Estado joven que no mantiene un orden legal cualquiera, cae fatalmente en la anarquía o en el despotismo. El orden legal constituye la tradición, y sin ésta el progreso es siempre aventurado. Solo es rápido y seguro el progreso allí donde existe, con el respeto a la ley, al hábito de no aspirar a reformas legislativas, sino con los medios lógicos que la misma ley ofrece. Un Gobierno democrático no debe tener otras atribuciones que las terminantemente señaladas en la ley fundamental.

     Y apenas escuchada por Dios, o tal vez por un arcángel que revoloteaba constantemente sobre el alto personaje, pude adivinar la frase que asombró de espanto a un demonio viajero en una nube:

     –Así como cada individuo hereda de sus antepasados la propensión a sentir, pensar y obrar de un modo especial, así cada generación hereda de las anteriores la tendencia a dirigirse por los rumbos que aquellas le han señalado.

Yo no soy socialista, en el sentido de que no pertenezco a ninguna de las escuelas o teorías del socialismo militante. Pero, como resultado de los estudios que he podido hacer viviendo en pueblos de raza y cultura diferentes, yo siento que mi corazón y mi espíritu está siempre con los que padecen y sufren

Yo no soy socialista, en el sentido de que no pertenezco a ninguna de las escuelas o teorías del socialismo militante. Pero, como resultado de los estudios que he podido hacer viviendo en pueblos de raza y cultura diferentes, yo siento que mi corazón y mi espíritu está siempre con los que padecen y sufren

La universidad

     Surgió el tema por sí solo, para quien había sido ministro de Educación y además el ejemplo más contundente de cultura en Venezuela. No era partidario de llenar el país de médicos y abogados que iban a engrosar las legiones de los políticos, a causa de “poca clientela”.

     –El taller es hoy el palacio del ciudadano. Si abundan los doctores, los dineros escasean. La clientela de una población no da para tantos. De donde resulta que la nube de doctores sin clientela, o se dedican a la política que es el refugio. . . o se contenta con llevar una vida trabajosa y obscura. 

     Aludió a la necesidad de estimular la agricultura, descentralizando la enseñanza, dándole otro rumbo, para hacerla racional, útil y popular.

     –Cuando la instrucción se ocupe de dar hombres capaces de cultivar la tierra, cuando las universidades y colegios produzcan también agrónomos y químicos, criadores y mercaderes de iniciativa fecunda, habrá quizás menos doctores en política, pero más agentes de prosperidad nacional y más espíritus interesados en que las leyes sean eficaces, justo el Gobierno, probos los gobernantes y civilizada la patria. El exceso de doctores sin clientela es una pérdida social.

     Pero como Aracil no podía ser dogmático por tanto tiempo, ni darme una charla que pudiera tratarse de latosa, volvió al tema de la belleza, acomodándola a los profesionales, aunque fuesen abogados o médicos:

     –A veces la profesión determina modos especiales de hacer bella la vida. Un abogado encuentra que es cosa voluptuosamente bella salvar de la prisión a un asesino y sacarlo limpio y blanco como un cordero, o desatar elegantemente con un divorcio ruidoso los últimos lazos de cariño, de estimación o de interés que unían dos existencias. Y un médico habla igualmente de bella enfermedad, de bella operación quirúrgica.

La despedida

     Era agradable verlo disfrutar de la libertad total, sin freno ni cortapisa a quien toda su vida había sido tan independiente. Ya la luna había quebrado sus rayos fugitivos sobre su frente pensadora y venía la madrugada. Mi pensamiento era como un lirio desnudo, pues sin pronunciar una sílaba él exclamó:

     –La libertad. ¡Oh la libertad! es un término tan vago que analizarlo a fondo pierde toda significación precisa. El error consiste en ver la libertad como una causa, cuando no es sino un efecto o de las revoluciones, o de las leyes, o de la intervención del Estado. Considerada de otro modo la libertad es la garantía moral de la injusticia y el error.

     Y como vieran mis ojos abrirse un abismo ante la palabra “libertad” el hombre totalmente libre corroboró:

     – ¿Qué es la libertad del individuo? El poder no ilimitado, sin duda, pero cada vez mayor a medida que el individuo se hace más fuerte moral e intelectualmente. Los individuos no son independientes sino interdependientes y su libertad consiste en obrar de acuerdo con la interdependencia de su interés.

     Y tomando mis dos manos entre las suyas, tal como solía hacerlo en los frívolos momentos de despedida, el viejo y siempre recordado Gil Fortoul me dijo estas palabras:

     –De esta noche me llevaré ecos que no se apagarán. Y cuando dentro de breves semanas me encuentre otra vez muy lejos en medio de amigas diferentes, con quienes me ligan otros recuerdos, ellas me dirán: Y bien, ¿de dónde viene usted, incorregible andariego, por ideas, por sentimientos, de dónde llega usted y por qué su palabra o suena ahora como antes sonaba entre nosotros? Y yo les contestaré: Vuelvo de mi tierra y traigo recuerdos de las mujeres de mi tierra.

     Por la ventana del salón penetraba lentamente la aurora, mientras el humo de la pipa de Aracil se confundía con una nube. A mi lado sus libros palpitaban”.

* Nativa de Puerto Cabello, estado Carabobo (1910-1994), Ana Mercedes Pérez fue una acuciosa periodista, diplomática y poeta, conocida también por su seudónimo Claribel. Su poesía estuvo caracterizada por ser muy femenina. El doctor José Gil Fortoul prologó el primer libro de versos de Ana Mercedes. En los últimos años de su vida, la escritora lo visitaba casi a diario. Más tarde, ella sería la compiladora de sus obras, editadas por el Ministerio de Educación

FUENTE CONSULTADA

Elite. Caracas, 2 de diciembre de 1961.

Una mirada al camino de La Guaira a Caracas

Una mirada al camino de La Guaira a Caracas

El periodista estadounidense William Duane, en su obra “Viaje a Colombia en los años 1822-1823”, relata su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes.

El periodista estadounidense William Duane, en su obra “Viaje a Colombia en los años 1822-1823”, relata su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes.

     Durante la centuria del 1500 se generalizó el uso del concepto Arte Apodémico para hacer referencia al viaje sustentado en un método. Gracias a impresores y editores este arte se fue extendiendo entre quienes tenían en el viaje una forma de apropiarse de nuevos valores culturales, un aprendizaje y mostrarse ante otro como personas conocedoras del mundo. Se trató de un método para recoger información así como que era necesario privilegiar en el relato que se daría a conocer entre potenciales lectores.

     En un conocido texto de 1626 Francis Bacon (1561-1626), quien había sido canciller de Inglaterra e impulsor del empirismo filosófico, recomendó a los viajeros llevar consigo un cuaderno de anotaciones para poder estampar todo aquello que pudieran observar en su travesía. En Sobre el Viaje (1626) dejó escrito que viajar era, entre los jóvenes un componente axial de su educación. Entre los adultos formaba parte de su experiencia. En este orden señaló que quien viajaba a un país entes de haber accedido a su lengua, iba a la escuela, no a viajar.

     Del mismo orden recomendaba en su texto que las cosas que se deberían observar eran las cortes de los príncipes, los tribunales de justicia, las iglesias, los monumentos, las murallas y fortificaciones, los puertos, las antigüedades, las ruinas y las bibliotecas. Igualmente, debía prestar atención a las universidades, los barcos mercantes y de guerra, casas y jardines, armerías y arsenales, comercios y almacenes, el ejercicio de la equitación, la esgrima y la instrucción de los soldados, las comedias de mejor calidad, los tesoros de joyas, los vestidos y rarezas, así como triunfos, mascaradas, fiestas, bodas y ejecuciones capitales.

     Fue durante el 1700 que se comenzó a generalizar la necesidad de encontrar lo “pintoresco” y con lo que se privilegió la observación de la vida cotidiana. Surgió conjuntamente con el romanticismo en Inglaterra. Cuando se hacía referencia a lo pintoresco se dirigía la mirada a lo interesante por su tipicidad y particularidad, así como a algunas disposiciones que se tenían como expresiones extravagantes, pero interesantes para el viajero narrador.

     No todos los relatos de viajeros resultan ser una pormenorizada descripción de lo observado. Algunos viajeros, como el caso de William Duane (1760-1835), mostraban mayor acuciosidad e intentos de explicación a mucho de lo que observó. Por lo general, Duane recurría a las comparaciones de lo que en su mente se había imaginado encontrar en estos territorios, frente a lo que con su presencia constató.

     Su descripción desplegada en Viaje a Colombia en los años 1822-1823 muestra el rigor al lado de expresar la mayor cantidad de detalles de lo que iba observando en estas tierras. En su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas expuso algunos pormenores de él a su llegada a la Provincia de Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes. De esta circunstancia dejó escrito que todo transporte de objetos y enseres se hacía a lomo de mulas, el extranjero que no contara con la ayuda o servicios de un amigo, “como el que tuvimos la fortuna de encontrar”, tendría que llegar a un acuerdo con los comerciantes de La Guaira, “proverbialmente corteses y atentos”, cuya experiencia era de gran utilidad para “protegerse de las bellaquerías de los arrieros locales, similares a los que suelen encontrarse en cualquier parte del mundo donde dicho gremio sea muy numeroso”.

En el siglo XIX, la utilización de los servicios de arrieros para el transporte de mercancías de La Guaira a Caracas, o viceversa, era costoso.

En el siglo XIX, la utilización de los servicios de arrieros para el transporte de mercancías de La Guaira a Caracas, o viceversa, era costoso.

     A propósito de esta situación agregó que en todas las ciudades, aldeas o pueblos los usos arraigados, que habían adquirido fuerza de ley por ser consuetudinarios, imponían que fuesen las autoridades civiles o militares las que debían ordenar el suministro de transporte. Esto, de acuerdo con su convencimiento, debería ser lo usual, pero si el viajero se proponía ahorrar en su viaje debería hacer lo que Duane y los suyos escogieron, comparar las mulas que utilizarían como transporte así fuese a un alto precio, tal cual fue su experiencia, “en vez de correr el riesgo de someterse a las demoras que son características de la conducta de dichos arrieros, cuando están seguros de la impunidad”.

     Bajo este contexto escribió que si los comerciantes requerían utilizar los servicios de un arriero para el transporte de sus mercancías mantenían una costumbre con la cual eludir los abusos de los arrieros. 

     En este orden agregó que si se hacía la solicitud de transporte con la mediación de un alcalde éste estaba en la obligación de llevar a efecto la solicitud y cumplimiento del servició. Si un arriero quería cobrar más de lo que estaba establecido se informaba al alcalde para hacerlo entrar en razón y así se podría solucionar el problema. No obstante, pudo constatar que muchas veces, al requerir mulas para el transporte, los alcaldes eran los dueños “encubiertos” de las mismas. Si no ocurría así, “es posible que en su simple condición de ser humano, sujeto al mal humor, a índole perversa o por haberse formado una falsa idea de la importancia de su cargo, se sienta inclinado a abusar de la paciencia del prójimo, o incluso a reírse de las reclamaciones de la persona a quien desconsideramente perjudique, simplemente porque se considera facultado para hacerlo”.

     En una suerte de justificación indicó que en todos los países existían costumbres y abusos los cuales eran causa de queja. Pero, tal como él lo presenció, el remedio podía resultar peor que la enfermedad, como el caso de la República de Colombia donde se experimentaba la connivencia entre alcaldes y arrieros o cocheros descorteses. Dijo que conocía este problema más que por experiencia propia que por lo que terceras personas le habían relatado. Contó que en las pocas ocasiones que algo parecido le sucedió él recurría a su paciencia para no entrar en diatribas con infractores de las leyes. Terminó expresando que le recomendaba a todo viajero a que adquiriera las mulas y no recurriera al alquiler de ellas. Luego de utilizarlas le quedaba la opción de venderlas a buen precio.

Duane describió el camino de La Guaira a Caracas como una vía bien pavimentada, con trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

Duane describió el camino de La Guaira a Caracas como una vía bien pavimentada, con trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

     Antes de describir el trayecto que debió transitar desde Maiquetía hasta Caracas hizo una consideración relacionada con la mirada del otro que bien vale la pena reduplicar. Reseñó que le habían presentado la esposa del “comandante” y a la madre de aquella a la que calificó como una matrona a la que “encontramos dedicada a labores de aguja”. De igual manera, describió un niño que se encontraba con ellas, “un hermoso crío de unos dos años”. Niño a quien subió al caballo y lo sentó en sus piernas. Señaló que el infante estaba completamente desnudo, a la usanza de los niños de “Asia”. Agregó que algunas personas mojigatas, las que posiblemente pudieran leer las líneas por él delineadas, criticarían esta costumbre de dejar desnudos a los niños. Esto lo indujo a realizar una consideración ética de acuerdo con la cual las costumbres de cada pueblo son el cartabón por el cual se rige su moral. Por tanto, sus prácticas y costumbres no podían ser juzgadas de acuerdo con las de otros países, porque en raras ocasiones revelaban mayor o menor moralidad. 

     “En realidad, no se trataba de ninguna falta de escrúpulos por parte de la madre, pues ella estaba educada en esa forma, y quienes consideren intolerables tales hábitos, deben abstenerse de viajar por las diversas regiones de Asia y de la América del Sur, donde nadie considera indecente la desnudez de un niño”.

     De la ruta desde La Guaira a Caracas expresó que era poco lo que se podía agregar a lo ya descrito por Alejandro von Humboldt. Sin embargo, señaló que era una vía “excelentemente pavimentada”. Escribió, además, que no se corría ningún riesgo en el trayecto. Tampoco había declives exagerados en las subidas o bajadas, “pues el camino, además de estar bien pavimentado, aparece trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

     Sumó a estas consideraciones que durante el ascenso por la Sierra del Ávila se experimentaba un gran placer debido al paisaje que rodea la vía por su belleza, “y pueden ser observados constantemente por el viajero, sin necesidad de estar pendiente del andar de la mula”. Sin embargo, adujo que para el viajero era muy placentera la marcha, no así para el comerciante y los dueños de haciendas. Aunque tenía información que algunos trayectos habían sido ensanchados eso no sucedía en toda la travesía de la vía hacia Caracas.

Al comenzar a bajar hacia Caracas y llegar a La Pastora, se puede apreciar el valle de Chacao y Petare.

Al comenzar a bajar hacia Caracas y llegar a La Pastora, se puede apreciar el valle de Chacao y Petare.

     Los lugares por donde transitó mostraban cafetos acompañados de árboles de bananos de cuya sombra se protegían los cafetales. De éstos expresó que eran objeto de mucha curiosidad entre los viajeros, en especial para los que nunca habían visitado territorios tropicales, por la presencia de arroyos de aguas muy cristalinas y que servían para nutrir las plantas que allí se desarrollaban.

     A medida que avanzaban, dejó anotado, las curvas eran menos pronunciadas. Ya cerca del descenso decidió junto con sus acompañantes parar un momento para contemplar de manera más firme el paisaje. Dejó escrito que al suspender la marcha y admirar el paisaje experimentó una sensación de un espectáculo, quizás uno de los pocos de mayor interés por la hermosura que mostraba. Comparó lo que visualizaba con pasajes representados por la historia universal sobre Babilonia. De Caracas escribió que presentaba un aura luminosa al apreciar las calles que descendían del norte hacia la falda de la montaña en el lado sur. El río Guaire lo asoció con una especie de corriente de azogue a través de un tubo transparente, “brillando y jugueteando con los rayos del sol a medida que avanzaba de poniente a oriente”.

     De las calles que iban en declive estaban trazadas en ángulo recto, extendidas de este a oeste. Hacia la parte occidental, oriental y del sur pudo visualizar siembras de colores, entre la que destacó las de tono amarillento propio de la caña de azúcar, tintes diferentes de la cebada, el verde oscuro de los maizales y grupos macizos de naranjales. Hacia la parte más baja de la ciudad, al lado derecho del Guaire, visualizó un tipo de vegetación que llamó su atención. Era un conjunto de altozanos o colinas que le parecieron más bien obra humana que proveniente de la dinámica natural.

     Al alcanzar La Pastora, donde estaba instalada una aduana, relató que el lugar mostraba desolación. De inmediato refirió que el desamparo que se experimentaba en la zona provenía del último movimiento sísmico que había sufrido esta comarca en 1812. Desde esta localidad pudo apreciar el valle de Chacao y Petare. Llegaron luego a la calle Carabobo cuyo trazado iba de norte a sur.

     En el camino que los llevaría a la capital se les unieron otros viajeros, entre ellos doña Antonia Bolívar. Relató que ésta los había invitado a su casa y allí disfrutaron de refrescos abundantes, y tuvo la oportunidad de presenciar el cordial recibimiento que se le dispensó a la señora Antonia por parte de amigos y allegados. “Constituía realmente un espectáculo encantador ver a esta gentil dama rodeada de un numeroso grupo de conocidos de ambos sexos, viejos y jóvenes, dándole la bienvenida por su retorno a la ciudad nativa”. Le pareció un momento muy grato y que no encontraba manera de expresar de forma apropiada lo que experimentó en ese momento en casa de la señora Bolívar.

De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

En 138 años de vida republicana, desde 1830 hasta 1958, se ha entablado un campeonato de frases laudatorias para los mandatarios. Desde Bolívar hasta pasar por Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez y Pérez Jiménez, los más adulados.

     “La miel no le amarga a nadie. Frase vieja, pero real. Sobre todo, en Venezuela ha tenido su vigencia en todas las épocas desde Simón Bolívar, hasta pasar por José Antonio Páez, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Raimundo Andueza Palacio, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, los más adulados. Cuando menos se pensaba los presidentes, tal vez con buenos propósitos, se inflaban como globos por el “abaniqueo”, como lo llamara alguien.

     Es un microbio que se mete por los oídos. En todas las épocas siempre ha estado presente en una u otra forma. Se ha rendido incienso de palabra a los Dictadores y Soberanos, pero también a los demás, a los democráticos. Vi besar la orla de un gabán a uno de estos últimos personajes. El corazón me dio un vuelco, adulación rastrera.

     Pero cuando ésta no existe los mismos gobernantes la fabrican. Uno de estos ministros democráticos le quitó el saludo a un amigo, sin decir por qué. Después lo supo: “porque no me has ido a ver”.

     La señora del general Falcón (muy adulado) dijo en una ocasión que Caracas era “una ciudad muy zalamera y adulante y que por lo tanto no vivía en ella”. Ha sido la primera dama más digna en nuestra historia. Despreciaba la vanidad.

     Creo que el escándalo de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) sobre el caso de la adulación de los periodistas venezolanos estuvo exagerado. Si ellos no hacen una sesión nadie se acuerda de lo que aquellos dijeron. Son frases de almanaque. Peores eran los costosos regalos que algunos intelectuales, o no intelectuales, hacían en Navidad para los de arriba. La casa de Marcos Pérez Jiménez, de Laureano Vallenilla Planchart, de Silvio Gutiérrez, etc., parecían quincallas. Dicen que había costosas vajillas hasta debajo de las camas. Ramos de flores encima de los techos. Arbolitos de Navidad multiplicados en los parques.

     La adulación tan, peligrosa se da en todos los órdenes. He visto caballeros entrecruzarse cestas de Navidad con champaña y bombones. ¡Qué horror! ¿Y dónde está la varonía de este país? Pues era de un simple empleado a un empresario para que le sostuviera el cargo. Se adula a los millonarios, a los directores, pero ¡claro! especialmente a los políticos.

Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

Simón Bolívar

     “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

     El pueblo endiosa hoy lo que ha de condenar mañana. Y viceversa. Hasta Bolívar fue su víctima más distinguida. Se quejó de ingratitud hasta su muerte.

     Cuando se le dio el título de Libertador todo Caracas lo tuvo a sus pies. Senda de rosas, vítores, alabanzas. La gente no cabía en el Templo de San Francisco. Para entonces era un real templo, con su bella fachada, estilo renacimiento, hoy desaparecida.

–Eres nuestro libertador. ¡Viva!

     Un año después se endiosaba al terrible Boves. Y como no era oportuno que se le llevara también a San Francisco, se prefirió la Catedral, templo con más tradición y más bombo. Los mismos de ayer gritaban: ¡Oh, Boves, eres nuestro Salvador! ¡Viva!

     Con nuestro Libertador parece haberse agotado el vocabulario de los bonitos epítetos. El los analizaba rechazando en tiempos de “guerra a muerte” el de Pacificador. Una vez en un pueblo de Colombia un orador no encontraba como elogiarlo y lo llamó con estas grandes palabras: ¡Santísima Trinidad!

A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

Antonio Guzmán Blanco

     “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. . . etc., etc.”. Su progenitor, Antonio Leocadio, al verle llegar a la Presidencia le aduló, aplicándole aquella frase del padre Eterno: “He aquí a mi amado hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”.

     Al inaugurar la línea telegráfica de Caracas a Petare, lo saludaron con estas inscripciones en forma de arcos: “Eres más grande que Napoleón Bonaparte, porque Napoleón fue vencido en Waterloo y tú no has sido vencido nunca”.

     “Eres superior a Moisés porque Moisés hizo manar agua de una roca y tú la has hecho brotar de todas partes”.

     “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

     Cuando inauguró el acueducto de Valencia, los arcos decían lo siguiente: “Habló Guzmán Blanco y las aguas cambiando su curso secular vinieron a calmar la sed de nuestros labios”.

     “Las aguas de Guataparo al llegar a Valencia murmuraron en su corriente el nombre de Guzmán Blanco”.

     “El rico, el pobre, el poderoso, el desvalido al llevar a sus labios la copa de la salud bendicen el nombre de Guzmán Blanco”. Ciertos periodistas que habían sido invitados al acto de inauguración exclamaron: “Y ahora ¿qué podemos decir nosotros? ¡Esta gente nos ganó!”

     De pronto le asqueaban las adulaciones y al recibir una de Mariano Aldrey, director de La Opinión Nacional, la tiró al suelo diciendo: “¡Hasta cuándo tantas adulancias, ¡qué tiene que hacer la América con nuestros títulos para que me llamen Ilustre Americano! ¿Regenerador, donde existe la regeneración? ¿Pacificador, qué vale eso cuando así llaman a Morillo?!”

     Los que supieron esto le hicieron la guerra a los de la “adoración perpetua”. “Viles adulantes” –los llamaban. Meses después ellos mismos entraban a formar parte del “desagravio nacional” a Guzmán, por el derrocamiento de las estatuas.

     Al empezar el año de 1887, Guzmán quiso pulsar la opinión de la prensa contraria. Aparecieron “El Yunque” y “El Fígaro”, periódicos combativos. Como empezaron a insultar de manera alarmante, Guzmán le decía al Gobernador de Carabobo: “No haga usted caso de esta prensa ni de sus escritores, ni de los que con ellos nos maldicen. Son momias de aquel odio antediluviano, fósiles del rencor de aquellos tiempos enterrados por los sangrientos triunfos de la guerra larga y sepultados con apoteosis tan gloriosa para la causa liberal como son la Regeneración, la Reivindicación, el último bienio y la Aclamación”.

     José María Vargas Vila, el escritor colombiano, fue uno de los que más le aduló. Llamó a su despotismo “el más fecundo de América”. Decía que oprimía, “pero no como una losa de sepulcro sino como un jinete oprime los lomos de un corcel indómito, al aire libre, el horizonte abierto, andando siempre, avanzando cada día y sorprendiendo con progreso el brillo de la aurora”. Y añadía esta loca frase: “impuso sobre la paz la tumba de la libertad e incapaz de romper el yugo de un pueblo se conformó con hacerlo de oro y rutilante gema”.

     Y como casi siempre pasa, con la adulación quebró la voluntad del Déspota. Cuando el poeta Rafael Arvelo estuvo caído sus amigos le instaban a rehabilitarse. E hizo una apuesta. Ya verían que con dos palabras bonitas “de adulación” él volvería a estar arriba. A los pocos días se presentó ante Guzmán a saludarlo. El Dictador lo miró despectivamente, como siempre. Y el poeta exclamó esta halagadora frase: “¡Hasta en lo malcriado se parece al Libertador!”.

     A los pocos días era Senador. La adulación, esa arma tan peligrosa, había dejado su huella.

Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

Cipriano Castro

     “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc. El gran escritor Vicente Blanco Ibáñez dijo de él: “el aguilucho voló de los Andes y llegó al mar para hacer más heroica su tierra que ya era heroica de por sí”.

     El rebelde Rufino Blanco Fombona se rindió a sus pies. Cierta vez en que Castro se quejó de que el pantalón le quedaba estrecho, díjole Rufino: “¡Cómo puede usted caber en su pantalón si no cabe en la América!”. Salcedo Ochoa, uno de los panegiristas, escribió: “¿Quién es ese hombre que así ha vencido en su patria y en el exterior por la alteza de su carácter?, me decía un americano distinguido, el cual tenía una idea triste de la América del Sur. 

     Ese hombre, señor, es un esfuerzo de mi pueblo, ese hombre es el más modesto de mi patria siendo el más fuerte –. Pero entonces, yo estaba engañado con su país. Me habían dicho que Venezuela tuvo un gran hombre: Simón Bolívar y nadie más. – Si, le contesté, pero Cipriano castro es el heredero de Bolívar”.

     Pedro María Cárdenas escribió un telegrama: “Con Castro y por Castro todo resulta bien, pues él es el bien mismo. Con castro se puede ir hasta el Averno, porque con él hasta en el mismo antro fatídico soplan resplandores de gloria”. De Carnevali Monreal: “Bolívar ambicionó la corona y no la merecía. Castro la merece por mil títulos y no la codicia”.

     El Padre Borges le dijo en una carta: “sin la gran luz de su inteligencia irradiando en las alturas del Capitolio se obscurecen todos los horizontes de la patria. El sol no crece en la noche”.

     Su ministro de Relaciones Interiores, Zoilo Bello Rodríguez, adulaba a Doña Zoila Bello de Castro en estos términos: “somos tocayos por lo de Zoila y por lo de Bello”. (Luego un escritor venezolano descubrió que ella se llamaba Zoila Martínez).

     De Alberto Fombona Palacio: “Castro como Caudillo se impuso a los Generales; como Dictador se impuso a la República; como defensor de la honra nacional se impuso al mundo; como Restaurador de la Patria cautivó la voluntad de todas las clases sociales. Sus glorias más que de él, son glorias de Venezuela. EL OPUS MAGNUN va en su diestra formidable. ¡Bátanle palmas los pueblos agradecidos!”.

Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

 Juan Vicente Gómez

 

     “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Pacificador, El Caudillo de Diciembre, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Hombre Fuerte y Bueno, El Cóndor Andino, El Caudillo de Hierro, El héroe de 1908, El Cincinato de Venezuela, El Hábil Estadista, El Jefe Supremo, El Jefe de la orden del Busto del Libertador, etc., etc., etc.”.

     Grandes poetas le cantaron como el más insigne de los trovadores, Villaespesa: “porque si tú, Bolívar, nos distes las glorias de la fuera. Tú, Juan Vicente, nos distes las glorias de la paz”.

      El hombre fuerte le premió su clase con medio millón de bolívares, valía la pena. Nuestro gran poeta Arvelo Larriva glosando una expresión de Santos Chocano, le dijo una vez: “porque tú tienes de Cristo y de Mahoma”.

     Un célebre francés le escribió un artículo diciendo que las carreteras construidas por Gómez “eran las mejores del mundo”. Cuando se construyó el Acueducto del Guárico se le dijo esta frase en un discurso: “el pueblo está cerca de él y él es como Bolívar: una luz en el pueblo”.

     De El Nuevo Diario entresacamos esta frase en su loa: “hombre que se ha levantado con la aurora y baña su patria con el sudor de su frente”. De Sociales: “Actualmente se encuentra en el Hotel Alemania y le rinden homenaje más de doscientas personas que se queman ante él como el incienso. También se están quemando fuegos artificiales en su honor”.

     El general Gómez era ajeno a las adulaciones y cuando la Misión Francesa le vino a condecorar con la Legión de Honor, la recibió en el potrero de una de sus haciendas a las doce del día. Al irse le dijo el Dr. Itriago Chacín: “Pero General, ¿no cree usted que ha debido observarse un poquito más de protocolo?”. A lo que contestó el General Gómez: “lo hice expreso, para que no hubiera discursos”. De esas infinitas genuflexiones de la sociedad ante Gómez está llena la historia. No ha habido hombre más tenido ni más respetado. Un día pregunta a alguien la hora y ese otro le contesta: “¡las que usted diga, mi General!”

     Se le comparó a Bolívar y se elogió su paz: “Y mientras Juan Vicente viva, habrá paz en Venezuela a cualquier precio”. Hombre con suerte hasta merecer elogios de su hombría de muchos de los que vejó y torturó. Gómez fue el hombre que recibió más honores. Tiene un busto en Hamburgo por su “neutralidad” cuando la primera guerra europea, aunque esto no puede considerarse como adulancia.

     Gómez llegó al extremo de echarle bendiciones a los curas, antes de que los curas se las echaran a él. Cuando salía del Te Deum en Maracay repartía bendiciones a diestra y siniestra y nadie contestaba. Le gustaba que lo dejaran solo y le desagradaban las continuas genuflexiones. Una vez le dio un cargo a un conocido poeta y como éste siguiera detrás de él adulándolo, exclamó: –A este hay que quitarlo porque pasa más tiempo detrás de mí que en su cargo.

     Cuando algún caballero se presentaba en Las Delicias luciendo gabán nuevo murmuraba: ¡este es uno que anda buscando que lo nombren ministro! Y como siempre en El Nuevo Diario la frase tantas veces repetida de Gobierno en Gobierno: “los cambios que se han operado en Venezuela han sido tan extraordinarios que no tienen paralelo en nuestra historia”.

Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

Marcos Pérez Jiménez

 

     “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General. El Nuevo Ideal”, etc., etc., etc.

     Se dice que imitaba a Gómez en muchas cosas, hasta en su preferencia de tomar agua del Castaño. Un día alguien le dijo que en todo se parecía al viejo General. El soberbio le contestó: –¡Si, pero yo soy Pérez Jiménez!

     La mayoría de sus aduladores fueron mediocres. No hay frases sonoras de talento, que queden sonando en los oídos por los fueros de la adulación. Creo que buena parte de los periodistas execrados y expulsados pudieran ser reemplazados por los que le adularon con regalos costosos y le decían a toda hora que “no había hombre más grande que él”. Son los Vallenilla, los Spinetti, los Silvio Gutiérrez, los Pinzón.

     Sin embargo, el húngaro Tarnoy le escribió el mamotreto de una biografía que le valió la administración del Hotel Jardín, en Maracay. El Dictador se ablandó.

     “El Coronel del pueblo siente la pulsación de los obreros y campesinos, su horizonte no se cierra dentro de los valles de Caracas. Pérez Jiménez sabe bien que las luces de neón que brillan en multicolor de mil maravillas sobre la capital nocturna, son solamente una decoración local. Su mirada vuela sin ondas de televisión sobre las aldeas tristes de la tierra venezolana, atraviesa los llanos, sube las montañas andinas, visita los ranchos de los pobres y quizás se encuentre alguna vez con San Agathon, que le preguntará: ¿has salvado hoy algún pobre enfermo más? Salva otro, Venezuela necesita hombres fuertes”.

     José Boada Alvins dijo en El Heraldo: “Durante los cinco años del régimen que preside el General Pérez Jiménez, la República ha vivido su época más fructífera, más venturosa. Contraponiendo a la anarquía del pasado la realización de una política administrativa, constructiva y bienhechora, el Gobierno del Nuevo Ideal Nacional ha traducido sus gestiones en un conjunto de obras de tal magnitud que como dilatada y repetidamente se ha conocido en todo el mundo, se le considera como la entidad estatal que más positivas y eficaces iniciativas ha desarrollado en beneficio de una nación”.

     Novellino y Juan Uslar Pietri lo compararon con Bolívar. Sus frases sin talento no quedaron resonando en el ambiente. Olivares Figueroa dijo: “Marcos Pérez Jiménez garantiza cuanto representa un verdadero avance, porque las iniciativas para madurar exigen comprensión y un medio propicio”. Manuel García Hernández escribió sobre las inauguraciones: “cuando las tijeras cortan las cintas para inaugurar las obras, es que se sabe de su existencia real. Desde luego que no es esto común en el mundo y menos en el suramericano e imposible en los países encuadrados en el trópico, pues aprovechan algunos gobernantes cualquier colocación de ladrillos, cualquier detalle de una construcción para exaltar sus nombres y sus jerarquías a cumbres a las cuales no pudieron llegar ni sus mismos héroes nacionales. Eso es vivir en un estado de simple mediocridad de la cual huye el presidente de la República”.

     De Humberto Spinetti: “Quienes consideran que Pérez Jiménez debe continuar dirigiendo los destinos de Venezuela entienden qué significan las autopistas, las carreteras, los edificios, la canalización de ríos y lagos. Es por eso por lo que millones de venezolanos, desde el hombre de ciencia y el hombre que cumple merecedora labor con el tractor, quieren que Pérez Jiménez continúe siendo el presidente de los venezolanos”.

     Santiago Hernández Yépez dijo que “Pérez Jiménez es un jefe de Estado ejemplar”. Cova García añade que “la disciplina, el orden, el respeto, la consideración, el mérito han logrado su puesto en esta nueva Venezuela que ha surgido al compás del tambor de la Semana de la Patria”.

     Vitelio Reyes lo llamó “el gran varón” y le dedicó dos días antes de caer el Gobierno su Biografía sobre Páez. Críspulo González Puccini habla de “la preciosa doctrina del régimen: el nuevo, Ideal Nacional. Realidad solemne en la transformación del medio físico. Dentro de esos principios actúa Pérez Jiménez”.

     Y así, tanto “El Heraldo” como “La Calle” traían cada día el elogio para sus obras públicas. Miguel Ángel García lo llamó “el hombre insustituible”. Pero para Pérez Jiménez, el hombre ansioso de oro, aquellas frases no decían mucho. Podría asegurarse que despreciaba a los intelectuales. Al principio quiso atraérselos, después los olvidó. Para él valía más una acción en una poderosa compañía o portentosos cheques de dólares que la repulida frase de un escritor. Ordenaba, eso sí, grandes ediciones informativas de su obra. A Amelita Góngora se le pagó “Trescientos mil bolívares, viajes a Europa, a cien dólares diarios con pasajes, por hacer unas pesadas y voluminosas ediciones de puras fotografías de paisajes venezolanos. ¿Es Amelita una intelectual? No, sencillamente era una cara bonita”.

     El intelectual con toda su vida de sacrificios y su talento no estaba en el programa del dictador Pérez Jiménez. Por eso algunos de sus más constantes panegiristas, como García Hernández, quedó pobre. Mientras la AVP lo execraba, el hilvanador de grandes adjetivos no tenía qué comer. Nadie lo creyó. Alguien dijo: ¿por qué venderse tan barato? He aquí el problema y el peligro de la adulancia. No hay que venderse tampoco por altos precios, porque los que aparentemente no adulaban tenían todos los contratos y todas las prebendas.

     Pero las adulaciones de los señores ministros y los “intermediarios” de jugosos negocios se contaban como arena. Se adulaba con hermosos y costosísimos regalos. A la señora de Pérez Jiménez se le envió en esta última Navidad un arbolito diminuto que costaba medio millón de bolívares. –No es posible, podría argüir alguien. –Pero sí lo es. El tal arbolito: no mayor de medio metro, estaba dotado de especialísimas bombillas y adornos. Cada uno era una cara gema: un brillante, una perla, una aguamarina, una esmeralda, un rubí. La boca se hacía agua. Pues bien, era el árbol de la adulación para la señora del hombre poderoso y uno de los tantos regalos que le enviaba el gabinete”.

FUENTES CONSULTADAS

Elite. Caracas, 29 de marzo de 1958

    Hábitos, periódicos y ceremonias

    Hábitos, periódicos y ceremonias

    Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

    Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

         Venezuela la tierra donde siempre es verano muestra lo que su autor, William Eleroy Curtis (1850-1911), observó de Caracas y algunas regiones del país en las postrimerías del mandato gubernamental de Antonio Guzmán Blanco y la presidencia de Rojas Paúl. Esta crónica sirve para una aproximación a lo que la Venezuela del momento experimentaba a través de varios de los integrantes de la sociedad caraqueña. De los descendientes de españoles directos puso a la vista de sus potenciales lectores que conservaban algunas costumbres de antaño. Sin embargo, los viajes al exterior al lado del contacto con forasteros y la dinámica social de una antigua colonia española ofrecían atributos que Curtis precisó en su escrito.

         Destacó que las rígidas costumbres de la antigua aristocracia española habían experimentado algunos cambios bajo el influjo de dinámicas modernas. Expuso como un ejemplo de estos cambios que años antes se consideraba impropio visitar a una dama de familia sin que estuvieran presentes sus progenitores o esposos. Constató que si alguna dama recibía la visita de un caballero en su casa a solas su reputación quedaba en entredicho. “Pero nada de eso rige ahora. Siempre se espera que los caballeros visiten a las esposas y a las hijas de sus amigos, y como nunca es oportuno hacerlo en días de negocios, se escogen los domingos por la tarde, cuando las señoras permanecen siempre en su casa para recibirlos”.

         De igual manera sucedía si una joven recibía la visita de un joven caballero. Para el momento de la observación de Curtis ya no era imprescindible la presencia de los padres para recibir la visita y tampoco la presencia de una dama de compañía, sino que eran recibidos tal cual sucedía en los Estados Unidos, de acuerdo con sus anotaciones. “Antes solía ser necesario que un joven cortejara a su enamorada a través de su padre, pero hoy día se toma el asunto en sus propias manos y se ´sienta´ con su enamorada igual que lo haría en Massachusetts o en Illinois”.

         Agregó que no era bien visto que una dama asistiera sin compañía al teatro o a otros lugares de diversión públicos, menos a bailes o fiestas ya que para ellos si requerían de una dama de compañía. Aunque durante el día podían caminar solas por la calle, “puede pasear con su prometido y llevarlo de compras con ella, y hasta podrían tomarse un helado si tuvieran una oportunidad”.

         Puso a la vista de los lectores que en Caracas había sitios donde se podía beber una limonada. Indicó que se podía adquirir soda inglesa, aunque la servían caliente. De igual manera se conseguían artículos de consumo llamados helados. Para él no tenían el mismo gusto que los helados de su país y consistían en un poco de jugo de piña diluido y congelado en una copa de hielo. “Es flojo e insípido, pero a los nativos parece gustarle este tipo de cosas y gastan todo su dinero en saciar su apetito que merecería algo mejor, y los que han estado en Nueva York y han tomado soda y han comido helados, siempre hablan de esto como de uno de los encantos de la vida norteamericana”.

         Escribió que las señoras caraqueñas recibían y dispensaban visitas, al igual que las de los Estados Unidos, a parientes y amigos. En sus casas se ofrecían bailes, ágapes, cenas, tés y veladas musicales, entre otros encuentros de “buen gusto” según dejó anotado. Aunque preparaban picnics al aire libre, preferían los encuentros bajo el techo de sus hogares. También las excursiones a las haciendas de café eran muy frecuentes. Según precisó Curtis, los encuentros en el momento de su estadía eran más fáciles de realizarse gracias a la comunicación telefónica. Uno de los sitios de preferencia era Antímano donde la temperatura era mucho más baja que la de Caracas, “y donde hay parques y huertos privados hermosamente dispuestos, embellecidos con plantas, flores y frutas tropicales”.

    El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

    El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

    Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

    Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

    Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

    Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

         A propósito de este lugar anotó que el general Antonio Guzmán Blanco poseía una gran mansión, en la que pasaba algunas temporadas y ofrecía espléndidos agasajos. Gracias a una ruta de ferrocarril de Caracas a Antímano hacía muy fácil el trayecto para llegar a su propiedad, así como el tránsito de carruajes era posible gracias al buen estado de la vía. De la casa que habitaba en Caracas señaló que era muy elegante. La describió como algo parecido a un vapor de cabotaje, con maderas doradas y filigranas, con paisajes y escenas domésticas estampadas en los entrepaños de las puertas y paredes de los salones. “Su comedor es uno de los más imponentes a los que he entrado alguna vez, pero lo arruina el hecho de que este decorado con tanta cursilería y con el despliegue de tanta porcelana china y vajillas de plata dispuestas sobre aparadores y repisas”.

         Llamó su atención de manera especial la cantidad de retratos del mismo Guzmán Blanco a lo largo del salón. Comparó este afán de promoción de sí mismo con Catalina segunda de Rusia quien también tuvo a su servicio una gran cantidad de pintores y artistas para que estamparan sus imágenes en el lienzo. Aunque no era sólo en casa del Ilustre Americano que se podían ver sus retratos, porque en ministerios y oficinas públicas sucedía igual. También pudo apreciar como en casas particulares había retratos del mismo gobernante en las paredes de los salones de ellas. Sumó a su descripción que uno de los ornamentos más llamativos en la casa de Guzmán Blanco era un retrato, del tamaño natural, de James G. Blaine (1830-1893), congresista y secretario de estado estadounidense. Retrato que se había traído de una visita a Washington en 1884.

         Por otra parte, de los periódicos en Venezuela expresó que no circulaban muchos en Venezuela. En Caracas observó que había cerca de media docena en circulación, “pero sólo tres o cuatro merecen llamarse por ese nombre”. De las publicaciones periódicas indicó que surgían en momentos de diatribas locales y que desaparecían cuando las disputas desaparecían. A ello agregó los que circulaban a la luz de campañas políticas. “Sus columnas aparecen atiborradas de los más bajos elogios para el hombre que los mantiene, argumentos en favor de su elección, una semblanza actual de su vida, esquelas anónimas o firmadas por sus amigos recomendándole ante los electores, arengas suyas aquí y allá, y otros artículos calculados para mantener en alto su popularidad y atraerle votos”.

         Describió que cada aspirante propiciaba su propia publicación o también de amigos vinculados con el poder establecido. De estas publicaciones, que Curtis denominó “volantes pasajeros”, solo circulaban en tiempos de elecciones y de ganar el que los auspiciaba podían tener una existencia más duradera. Señaló que hacía poco tiempo no existía la prensa libre, pero al momento de su visita a Venezuela coincidió con la libertad de prensa. Esto fue posible gracias a la salida del poder de Guzmán Blanco. En este orden de ideas, se detuvo en uno de los medios impresos llamado El Diario de Caracas del que expresó había sido dirigido con gran “habilidad”.

    La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

    La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

         La pericia o táctica a la que hizo referencia era la de apoyar al gobernante de turno, tal como había acontecido con Guzmán Blanco en su momento. De este mismo impreso indicó que no recibía despachos cablegráficos, sino que se dedicaba a publicar unos cuantos telegramas que recibía de otros lugares de la república y que recogía de forma gratuita de envíos gubernamentales. De las cartas que se publicaban en él añadió que eran amenas y provenían de Europa y de diversos lugares del país. En el mismo impreso se daban a conocer asuntos relacionados con decretos presidenciales y relaciones de funcionarios del gobierno. Los editoriales iban en tres o cuatro columnas, al igual que las historias que aparecían en serie por cada edición. Del estilo de las crónicas que en él observó indicó que eran amenas y que no mostraban el intento de causar sensación. En lo referente a los ingresos monetarios que sustentaban su existencia expuso que los avisos publicitarios les generaban, a sus editores, buenos dividendos.

         Enumeró las características de otros medios impresos como “El Pregonero” del que expresó que sus editoriales eran temerarios y eran escritos en un tono de gravedad. Otro impreso era El Liberal que mostraba noticias relacionadas con el mercado y asuntos propios de los intercambios comerciales. “En los periódicos se publica una buena cantidad de poemas inéditos, y con frecuencia, ensayos sobre los temas más abstrusos, así como debates políticos, sociales y teológicos. Los anuncios le resultarían graciosos a cualquier lector americano”.

         Luego de reseñar algunos anuncios y obituarios dedicó unas líneas a lo que dio en llamar curiosas costumbres funerarias que, de acuerdo con su percepción, estuvieron presentes en los últimos años y ligadas con la herencia de los españoles. Expuso que los funerales que vio en Caracas se llevaban a cabo a la usanza de los de Estados Unidos. Sin embargo, si los difuntos provenían de la antigua prosapia borbónica la usanza tradicional era la que se imponía. En Caracas se veían las mayores innovaciones en las costumbres, no así en otras ciudades del país.

         Describió que al morir una persona de cierta posición social, se acostumbraba que sus deudos distribuyeran tarjetas de participación e invitación para el sepelio. Las invitaciones se llevaban a casa de los invitados y el encargado de ello era un empleado de la agencia funeraria. “Estos mensajeros van de medias largas, calzones cortos, chaleco y casaca, toda de seda negra, y tricornios de los que cuelgan por detrás largas tiras de crespón. Esta lóbrega librea cobra cierta alegría cuando se le cose un cordón de plata sobre las costuras del pantalón, alrededor de las mangas de la casaca y del sombrero, y si el difunto es un niño, llevan corbata y guantes blancos, en vez de negros, y un chaleco blanco”.

         Por otro lado, se seleccionaba entre los parientes más cercanos al difunto y sus más íntimos amigos para los servicios que se llevaban a cabo en las casas. Mientras que la invitación de los que iban para la iglesia era de un mayor número. Cuando finalizaba la ceremonia en la casa, se tenía la costumbre de escoger a alguna persona, por lo general hombres, para que ofreciera un testimonio escrito a favor de la memoria del difunto. Luego de haber sido leído ante los concurrentes se doblaba y se depositaba en el ataúd antes de ser cerrado de manera definitiva. Describió que el cadáver era luego trasladado hasta la iglesia, donde se oficiaba una misa, y de ahí pasaban al cementerio. Indicó que las personas que habían sido invitadas a la casa volvían, después del sepelio, al mismo lugar para disfrutar de un almuerzo o cena que era acompañada de vinos y otras complacencias.

         Durante los diez días siguientes era usual que los asistentes al funeral se acercaran a dar sus condolencias a la viuda o viudo junto con sus hijos. Sobre los cementerios describió que estaban rodeados de altos muros. El lugar donde se depositaban los ataúdes los comparó con palomares muy grandes. Eran lugares que se alquilaban por un período de un año o se podían adquirir como morada definitiva. Existía, igualmente, un cementerio para personas de menor poder económico, donde existía una fosa común denominada El Carnero. Al final anotó el nombre del cementerio, con curiosidad y gracia, llamado El Paraíso.

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