Astronautas famosos de visita en Caracas

Astronautas famosos de visita en Caracas

Casi tres años antes de dar la primera caminata sobre la superficie lunar en 1969, Neil Arsmtrong y Richard Gordon estuvieron en la residencia presidencial venezolana.

Casi tres años antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó suelo venezolano.

Casi tres años antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó suelo venezolano.

     Dos años, nueve meses y trece días antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, Neil Armstrong pisó suelo venezolano como parte del inicio de una gira de buena voluntad que integrantes del Programa Espacial de Estados Unidos realizaron por países de América Latina a finales del año 1966, por iniciativa del entonces presidente de esa nación, Lindo B. Johnson.

     Armstrong, quien ganó fama universal en julio de 1969 al descender del Apolo 11 y caminar sobre la luna, estuvo en Caracas del 7 al 9 de octubre de 1966, acompañado de su colega cosmonauta Richard Gordon, luego de dirigir en marzo de ese mismo año, como comandante de la nave Géminis 8, una complicada misión de maniobra de acoplamiento en el espacio. En la edición del sábado 8 de octubre de 1966 del diario Últimas Noticias, ambos astronautas expresaron satisfacción por su visita a Venezuela, para compartir sus experiencias sobre los viajes y rendir homenaje al pueblo latinoamericano por su colaboración con la gran aventura de la exploración espacial.

     Armstrong y Gordon vinieron acompañados de sus esposas y por dos altos funcionarios de la Agencia de Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio (NASA, por sus siglas en inglés): George Michael Low, director adjunto del Centro de Vuelos Espaciales, responsable de la administración global y desarrollo de los programas Géminis y Apolo, y el doctor George G. Armstrong Jr., experto en estudios de medicina espacial y jefe de Fisiología del Centro de Vuelos Espaciales Tripulados.

     El sábado 8 de octubre, en visita a la residencia presidencial de La Casona, los ilustres visitantes fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

     “Venezuela se siente complacida por la distinción de esta visita que nos hacen dos héroes de la conquista espacial quienes han demostrado que el valor y la disciplina son elementos indispensables para el éxito de toda gran empresa y espera que un destello del Genio del Libertador, Padre de la Patria, os acompañe cuando obtengáis el éxito de llegar a la luna”, expresó en emotivas palabras el entonces mandatario nacional.

     Armstrong tomó luego la palabra para expresar: “Es para mí un alto honor el aceptar esta honrosa condecoración en nombre de todos los astronautas del Programa Espacial. No estaba en nuestro programa y estimo particularmente significativo el hecho de que esta condecoración lleve el nombre de Simón Bolívar, quien en vuestro país como en Estados Unidos, es símbolo de libertad”.

En la residencia presidencial de La Casona, los astronautas Armstrong y Richard Gordon fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

En la residencia presidencial de La Casona, los astronautas Armstrong y Richard Gordon fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

Gordon estuvo 13 días en órbita, sin llegar a pisar la luna, junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

Gordon estuvo 13 días en órbita, sin llegar a pisar la luna, junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

     Tanto Armstrong como Gordon expresaron a la revista Élite que quedaron encantados por la oportunidad de conocer este otro aspecto del planeta tierra, en este caso la región de Venezuela, tan diferente a la que divisaron desde sus naves espaciales.

     En su visita a la residencia presidencial de La Casona compartieron con varios jóvenes estudiantes venezolanos, compañeros de los hijos del presidente Leoni, a quienes obsequiaron sensacionales fotografías tomadas desde la mayor distancia jamás lograda hasta ahora. Indicaron que las gráficas fueron captadas por Charles Conrad y Richard Gordon, durante la misión “Géminis 11”, que ha alcanzado una serie de récords, pero que también ha llegado a la desconcertante demostración de que “algo todavía no marcha” en la presencia de criaturas humanas en el espacio, fuera de sus naves y en la total ausencia de peso. Cuando la cápsula, que disfrutaba del poderoso motor del cohete “Agena” al que estaba ligado, realizó un ascenso, adentrándose en las misteriosas regiones radioactivas que circundan nuestro planeta, el comandante Conrad pronunció por radio estas sencilla y humanas palabras: “Estamos en el techo del mundo. Bajo nosotros se encuentra Australia completa”. Luego, un dato técnico: “La visibilidad se extiende por 150 grados”. Y finalmente: “Dios mío. . . qué bella es la Tierra”. La altura era de 1372 kilómetros, y las cámaras tomaban todas estas vistas.

     Armstrong formó parte de la tripulación de la nave Apolo 11, que junto a Edwin Aldrin y Michael Collins, se posó en la superficie lunar, a las 10:56 PM (hora del este de Estados Unidos) el 20 de julio de 1969 y regresó a la Tierra al día siguiente, tras misión que duró 21 horas y 36 minutos.

     Gordon estuvo 13 días en órbita lunar junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

     Armstrong falleció a los 82 años, en Cincinnati, Ohio, el 25 de agosto de 2012. Mientras que Gordon murió a la edad de 88 años, en San Marcos, California, el 6 de noviembre de 2017.

El suicidio del suavecito

El suicidio del suavecito

Edgar Jiménez (1936 –1965), conocido por el seudónimo “El Suavecito”, fue un actor y comediante caraqueño de cine y televisión, que protagonizó la primera película de Román Chalbaud, Caín Adolescente, en 1959. También el film Un soltero en apuros, coproducción argentina-venezolana (1964), del director argentino Alberto Du Bois

Por Víctor Manuel Reinoso

El exitoso actor y comediante Edgar Jiménez, conocido por el seudónimo “El Suavecito”, se suicidó a los 29 años, en abril de 1965.

El exitoso actor y comediante Edgar Jiménez, conocido por el seudónimo “El Suavecito”, se suicidó a los 29 años, en abril de 1965.

     “El martes seis de abril de 1965, anocheció con una noticia trágica: Edgar Jiménez “El Suavecito”, se había suicidado. Las televisoras daban la noticia y las radios también. Los reporteros de sucesos, ya sentados a sus máquinas para escribir lo del día, debieron salir volando hacia la quinta “Edgeral”, de la calle Porlamar, Urbanización El Cafetal.

     Cuando “Élite” llegó, allí había una treintena de carros y los reporteros seguían llegando. Bomberos y policías franqueaban las puertas de la quinta, aún no terminada, a la que “El Suavecito”, su esposa y sus dos pequeños hijos se habían mudado tres semanas atrás. El cadáver del muchacho de 28 años que venía divirtiendo a los venezolanos desde que tenía once años, estaba todavía en la segunda planta de la quinta de 140 mil bolívares.

–¿Usted quién es?

–Periodista

–No puede subir. Es un pedido de la familia. Lo único que puedo hacer por usted y sus colegas es decirle cuánto sé.

     Quien habló así fue el inspector Guillermo Yanes, de la Policía Municipal de Petare, que franqueaba la escalera, mientras los detectives de la División de Homicidios de la Policía Técnica Judicial estaban arriba haciendo el levantamiento del cadáver con el forense.

–Así es. No pueden subir. La familia está predispuesta contra los periodistas– dijo una señora joven y gorda que se identificó como cuñada del suicida.

     La quinta “Edgeral” estaba llena. Artistas de TV seguían llegando a cada instante y abrazaban a la madre y hermanos del cómico que siempre decía en sus programas: “Yo soy el que se las sabe todas” . . .  o “como decía Cervantes. . .”

–¿A qué hora fue el disparo?

–A las 6 y 15 de la tarde, aproximadamente– dijo el inspector Yanes. Había llegado pocos momentos antes de la casa de sus padres, quienes viven en El Paraíso.

–¿Cuál fue la causa?

–Eso no lo sé. Solo le puedo decir que fue un disparo en el parietal derecho con orificio de salida, con una pistola española Star calibre 9.

–¿Por qué no se lo han llevado aún?

–Porque los familiares y amigos no quieren que se lo lleven en un carro de la morgue, sino en el de una funeraria.

     Como no podíamos subir, avanzamos hacia el interior de la quinta. La cuñada gordita corrió adelante y les fue diciendo algo al oído a cuantos vio. Les decía que n o debían decir nada a los periodistas

Vieja foto de los comienzos de “El Suavecito”, cuando hacía el papel de hijo de Frijolito y Robustiana con el nombre de Alejo Dolores.

Vieja foto de los comienzos de “El Suavecito”, cuando hacía el papel de hijo de Frijolito y Robustiana con el nombre de Alejo Dolores.

Después de una cerveza

     Betty Egui de Jiménez, en ese momento, estaba con una crisis nerviosa en una de las habitaciones de la quinta. La madre de “El Suavecito”, Leonor María de Jiménez, sollozaba:

 –Se me rompió mi cuadro de muchachos. Y tanto que se querían. Y él que me dijo que volviera pronto porque quería verme antes de dejar la casa.

     Edgar Jiménez y su esposa habían estado en la casa de los padres de él. Por la tarde, Simón Jiménez, salió con doña Leonor hacia el consultorio de un dentista. “El Suavecito” se quedó compartiendo con sus hermanos. Como a las 4:30 de la tarde recibió una llamada telefónica. Alguien que se proponía comprarle un terreno en 75 mil bolívares lo llamaba para confirmarle que sí haría el negocio. Eso descarta cualquier suposición de que el cómico se suicidara por motivos económicos. Los que fueron sus compañeros en Venevisión los últimos años comentaban que no había motivos para que “El Suavecito” pusiera fin a su vida así. Oscar García, cuando habló con esta revista, dijo:

–¿Cómo nos íbamos a suponer semejante cosa? Figúrate que estuvo en la planta por la mañana. Siempre haciéndole bromas a todo el mundo, tirando manotones para embromar. Suponte que a mí me hubieran puesto sesenta personas para que dijera quién podría suicidarse y a Edgar sería el último que se me hubiera ocurrido señalar

     Aunque ningún familiar lo confirmó en ese momento, se dijo que Jiménez había llegado a la quinta un poco bebido. Se había dirigido a un refrigerador en busca de una cerveza y su esposa lo había regañado por eso. A ella no le gustaba que bebiera y por eso discutieron muchas veces. Esta tarde, en su dormitorio, “El Suavecito” estaba con su esposa y su suegra María Zirit de Egui. Molesto, salió de la habitación y se encerró en la de su pequeña hija y un instante después se escuchaba el disparo. Cuando su esposa corrió a ver qué había sucedido, lo encontró tirado, desangrado, ya sin vida. Yacía con la sien ensangrentada, la pistola cerca. Betty Egui de Jiménez, llorando, llamó inmediatamente a Venevisión, donde “El Suavecito” trabajaba desde que esta planta televisora se fundó. Allí no quisieron creer la noticia, a pesar de la voz afligida de su esposa. Antes de darla al público llamaron a Néstor Zavarce, otro artista de esa planta, que vive, como Oscar García, en la Urbanización El Cafetal. Néstor Zavarce, a ocho cuadras de la Calle Porlamar, acudió enseguida. Subió a la segunda planta de la quinta y vio a su amigo con unos pantalones oscuros y una camisa a cuadros, sin vida. Se abrazó a él y lloró: “¡Edgar, Edgar, hermanito!, ¿cómo pudiste hacer eso?” Reponiéndose, llamó a Venevisión y a la policía. Cuando ésta llegó no lo dejaron subir. A esta hora comenzaron a llegar siete de los ocho hermanos del suicida con sus padres. Los muchachos, delgados como “El Suavecito”, lloraban por los pasillos de la quinta y se abrazaban a cuantos llegaban, diciendo:

–Se nos mató Edgar!! ¡¡Se nos mató Edgar!!

El cadáver del actor venezolano fue sacado de la quinta “Edgeral”, en la urbanización El Cafetal, por los bomberos de Petare hacia la ambulancia de una funeraria.

El cadáver del actor venezolano fue sacado de la quinta “Edgeral”, en la urbanización El Cafetal, por los bomberos de Petare hacia la ambulancia de una funeraria.

Un veterano de la farándula

     Cuando “Élite” habló con Néstor Zavarce, el conocido cantante y animador seguía desconcertado frente a la muerte tan inesperada de su amigo:

–Todavía no lo puedo creer –dijo–. Él tenía, como yo, 28 años. Nosotros éramos amigos desde antes que el comenzara a trabajar junto a “Frijolito y Robustiana”. Juntos estudiamos primaria en el “Miguel Antonio Caro”. Después, cuando estaba en el liceo Independencia, seguimos siendo amigos. Últimamente en Venevisión animábamos juntos el programa “Ritmo y Juventud”, además de Franklin Vallenilla. Él había dejado de hacer su programa de “El Suavecito”, pero eso, de ninguna manera, lo afectaba económicamente; a él le habían renovado el contrato, incluso con más sueldo, y pronto iba a comenzar otro programa. Como yo también tenía que retirarme de “Ritmo y Juventud” para comenzar otro programa, el domingo pasado él me dijo que se aprestaba a despedirme de “Ritmo y Juventud” con una pequeña fiesta con torta. Ahora, su muerte, tan inesperada, no sé atribuirla a nada que no sea un arrebato de locura. Él no tenía problemas económicos. Estaba viviendo en San José de los Altos y hace tres semanas se mudó a esta quinta que cuesta 140 mil bolívares. Tampoco sé que haya tenido alguna enfermedad incurable que lo haya tenido deprimido. A todos los compañeros lo primero que le decía cuando los veía era:

     “Mi caballo, ¿cuándo va a ir a conocer mi quinta de El Cafetal?” Problemas serios con su esposa, nunca supe que los tuviera.

     Carlos Fernández y Ana Teresa Guinand, “Frijolito y Robustiana”, que iniciaron en la farándula a Edgar Jiménez, llegaron igualmente sorprendidos a la quinta de “El Suavecito”, que había hecho de hijo de ellos en la radio con el nombre de “Alejo Dolores”.

     Mientras el doctor Luis Rodríguez, jefe de la División de Homicidios y el forense Gabaldón ultimaban su labor, los amigos del actor cómico recordaban que se había iniciado en la TV en el programa infantil “Jorge el Águila”, de allí pasó a Radio Caracas TV. Aparte de eso, actuó en piezas teatrales como “Ángeles de la Calle”, donde hizo el papel de “Fosforito”. También actuó en el cine. Tuvo un papel en “Caín adolescente”, una película con libreto de Román Chalbaud, y fue muy aplaudido por su papel en “Sagrado y Obsceno”.

     Últimamente, fue una de las figuras de “Un soltero en apuros”, que le trajo disgustos cuando su nombre fue puesto de segundo. En la televisora donde consiguió su máxima popularidad, aparte de su programa cómico, solía aparecer en el “Consultorio Sentimental”.

     Después que los policías terminaron su labor, en la camilla de una funeraria fue bajado hacia una ambulancia amarilla, placas A3-2805. Sus compañeros debieron repeler con palabras duras a los empleados de las funerarias que querían monopolizar el entierro, Hubo unos, incluso, que querían sacarle metido en un ataúd para que los otros que esperaban llevárselo no tuvieran nada que hacer. Mientras la ambulancia amarilla seguida de otra roja se dirigía hacia el hospital Pérez de León para la autopsia legal, los familiares anunciaron que sería velado en la Avenida Los Jabillos, en La Florida, no lejos de Venevisión. Fue enterrado a las 4 de la tarde del día siguiente.

     “El Suavecito” dejó dos hijos, Geraldine y Edgar. A su esposa, solo le dejó estas últimas palabras: “Hágale el tetero a la reina”. Después se suicidó. El cómico que siempre aseguró: “Se lo dice El Suave, que se las sabe todas”, no supo seguir viviendo”.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Elite. Caracas, 17 de abril de 1965.
La Odisea de Pompeyo Márquez

La Odisea de Pompeyo Márquez

Por Jesús Sanoja Hernández

Desde 1950 hasta 1958 la historia de Venezuela tiene que incluir en sitio de honor, el nombre de Pompeyo Márquez (1922-2017).

Desde 1950 hasta 1958 la historia de Venezuela tiene que incluir en sitio de honor, el nombre de Pompeyo Márquez (1922-2017).

     “1936. En cuántos discursos, en cuántos libros, en cuántos memorables artículos se ha inscrito este año de pasmo para Venezuela. Perdida en los comienzos de un siglo tumultuoso, la dictadura del Benemérito había hilado su red de paz carcelaria durante un período que sólo se compara en elasticidad con el de Porfirio Díaz, y en barbarie con ningún otro, de tan sádicas y dolorosas que fueron las torturas infligidas al bravo pueblo.

     27 años que los nuestros juraron no olvidar jamás y que, oh miseria de las experiencias que no enseñan, fueron en su obra olvidados. 27 años que dejaron su llaga física, su llaga moral, su llaga histórica, en cada uno de los hogares de la patria.

     Y vino el 36. El entusiasmo, las luchas, la palabra “izquierda”, el Bloque de Abril, los políticos nuevos y los excarcelados, los que regresaban y los que se agazapaban. Vino el deseo de construir y las ganas más profundas, carnales, de enseñar al pueblo la ruta de la libertad. Nacieron sindicatos y organizaciones, y también, al rato de los fragores del civismo conquistado, huelgas y disensiones ideológicas. De la nada –una nada engañosa, plena de gérmenes– se había pasado al todo, un todo también engañoso que a los pocos años se fragmentaría, dando paso a la diferenciación partidista, a la variedad de consignas y a las necesidades de un crecimiento democrático que, por vez primera, se ensayaba.

     Por esos tiempos, los 13 años de Pompeyo Márquez empezarían a enredarse en las turbulencias de los nuevos días. Repartidos de la “Botica de los Angelitos” en 1935, bastarían meses para que pasara a la de “Palo Grande” o a la “América Productos”. A la didáctica directa de la agitación de masas que veían por doquier, a la pedagogía fructífera del debate público antes no conocido, la adolescencia de Pompeyo Márquez, entradas ya las semanas ejemplarizantes del 37 y el 38, se nutriría con los primeros libros, esos que arrojan luz repentina o que encienden pasiones heroicas incontenibles, como “La Madre” (cuántos no han caído bajo su urdimbre generosa), como el terrible “Cemento”, como el esquemático y simple “Avanzada”, de Jorge Newton, o como los poemas, todavía recordados por una memoria impresionable, de José Portogalo. Todos los alimentos que pide una vida que ingiere y asimila, todas las confluencias que accidental o vocacionalmente se unen en los lapsos de formación, fueron recibidos por Pompeyo y dejados así, en simiente y precedente, para después brotar digeridos y determinantes en los años en que la lucha fortifica al hombre, en que la serenidad se junta a lo combativo, en que la experiencia se suma a la perspicacia.

Comienzos de estudiante

     En 1937 trabaja en una oficina de representaciones. Ya está en la mezcla dura de ganarse el sustento y estudiar. Con ese primer año de bachillerato que después no podría desarrollarse debido al vértigo de la lucha, entra en la F. E. V., aquel organismo alrededor del cual giraban las inquietudes y esperanzas de miles de venezolanos. La dosis de cárcel que en este país parece ser la iniciación de todo combatiente, la recibe cuando es sorprendido repartiendo el manifiesto de protesta por el asesinato de Eutimio Rivas. En cuatro años es encerrado doce veces; conoce varias prisiones; un día está en la Comisaría de “El Conde” y otro en el Jobito, en Apure fronterizo, a donde fuera un 1° de enero bajo órdenes de Pedro Estrada y el Bachiller Castro. Era en 1939 el mismo, que en septiembre vería estallar la guerra mundial. La cárcel, con sus vueltas regulares, llena muchos julios –semanas de exámenes– y los estudios quedan, al menos como carrera hacia el grado, paralizados.

     Mas, al igual que el viejo principio de la química, en la vida, en la plenitud del hombre que se da a una causa, nada se pierde, todo se transforma. El álgebra elemental y la biología de Cendreros se apartaron y dieron entrada al libro vivificante de la acción callejera del periodismo político del aprendizaje rápido, variable, tenaz. Edita a “Masas”, vocero estudiantil, junto con otros de aquellos empecinados en abrir caminos, y hace de adjunto a la Secretaría de Universidades Populares de la F. E. V.: frecuenta círculos pedenistas y cuando las mudanzas del curso represivo lo echen a “El Jobito” recibirá, de manos de Ramón Volcán, un impulso marxista que lo llevará a una organización en la que después sería unidad invalorable. Como todo lo que tiene génesis difícil, no hay nada en el futuro político de Pompeyo Márquez que no sea una recompensa a los inicios y una superación de lo recorrido.

     Los últimos discursos de López Contreras y el gobierno de Medina presencian cómo un hombre llegó a pasar de estudiante castigado por las incertidumbres de la lucha juvenil, a militante de partido y a conquistador honesto, sacrificado, de las primeras plazas dirigentes. Un destino se labraba así, ajeno a providencialismos tropicales, opuesto a la ascensión fugaz de quienes, al poco, ablandan la fibra interior y decaen, seguro del trabajo que lo moldeaba, del pueblo que lo impulsaba y de la vocación que, en lo hondo, hervía.

 

Períodos de afianzamiento-Rutas de preparación

     Penetrado del sentido del partido, sustancia intocable, pero fértil, sin la que ningún marxista puede desarrollarse, Pompeyo Márquez comienza siendo responsable político de una célula a la vez que realiza trabajos de tipo reivindicativo en las juntas Pro-fomento de Luzón, El Observatorio, etc. Ya para llegar el año 1941, es secretario del Comité de Juventud Popular y participa en la fundación del periódico “JUVENTUS”, mimeografiado. Vientos encontrados soplan y ante la nueva situación emigra hacia El Callao, 300 kilómetros más allá de Ciudad Bolívar, su lugar natal. Para esa época la New Goldfield, compañía extranjera que explotaba el oro de la región, era muy importante y en el Hospital a ella adscrito trabaja este hombre que todavía no llegaba a los 20 años. Allí lleva vida semi ilegal y labora incansablemente en la solución de problemas obreros; en el semanario ¡Aquí Está! Hay un reportaje en el que se analizan muchos de estos asuntos.

     Entre 1942 y 1945 iba a tener un papel principal en la construcción del partido en la región de Caracas. Justamente durante ese lapso es responsable político del Radio de San Juan, zona tan importante que alguna vez llegó a censar la tercera parte de la militancia partidista de la ciudad. Es secretario de la Unión Municipal en San Juan, para formar parte del Comité Regional y de la Directiva de Unión Popular y, sucesivamente, hace de administrador de ¡Aquí Está!, de funcionario en el “Morrocoy Azul”, de jefe de pregón de “El Nacional”, de jefe de oficina de VIKORA, empresa de Víctor Corao.

     Este apretado balance cuadrienal significa, punto a experiencias y a consolidación política, un enrumbamiento decisivo de la vida política de Pompeyo Márquez. Venezuela, en estos tiempos en que el medinismo soltaba las amarras de formas casi tradicionales en la discusión de partidos y en que las polémicas entre los “grupos de izquierdas” y entre éstos y la “reacción” adquirían un fuego combativo capaz de probar el temple de los futuros dirigentes, Venezuela –decíamos– era un vasto campo de experimentación ideológica y de formación de cuadros. La velocidad de aprendizaje, el ritmo de evolución en la forja del líder, el volumen de informaciones necesarias para el adoctrinamiento, eran intensos y sostenidos, Para Pompeyo y para su Partido ese tramo de tiempo constituiría uno de los elementos de referencia más ricos en cuanto a base autocrítica, a partida de construcción, a cimiento de experiencias bien empleadas.

Pompeyo Márquez entró a la clandestinidad con un nombre que se hizo famoso hasta en el extranjero, desde México hasta Europa: Santos Yorme.

Pompeyo Márquez entró a la clandestinidad con un nombre que se hizo famoso hasta en el extranjero, desde México hasta Europa: Santos Yorme.

Las nuevas tareas

     En 1945 es designado suplente del Comité Central y miembro de la Comisión Nacional de Organización que sirvió para adelantar la 4ª Conferencia Nacional del Partido. Viaja a Carabobo y Aragua.

     Durante la división pertenece al P.C.V.U. y edita, junto con Gustavo Machado, el periódico UNIDAD. Vienen, afortunadamente, las gestiones para un entendimiento y en la Comisión organizadora del Congreso de Unidad que habría de celebrarse posteriormente participa Pompeyo, e igualmente presenta un informe ante dicha reunión. En 1947 –ya era miembro del Comité Central y del Buró Político– viaja a La Habana, invitado por el Partido Socialista Popular, y aprovecha para conocer casi toda la isla.Es uno de los fundadores de la Editorial Bolívar S. A., donde hace de comisario y gerente redactor de “El Popular”, al poco tiempo devendría en jefe de redacción del que iba a ser el célebre “Tribuna Popular”. Aquí escribió sobre los más diversos temas y empezó a dominar con extraordinaria tenacidad, los secretos del artículo, de la síntesis y la comunicación. Cuando la dictadura clausuró al periódico –13 de abril de 1950– ya Pompeyo había cumplido inmejorablemente con su inclinación natural al periodismo.

     La clandestinidad, antes que agotar esta vena combativa, la iba a nutrir. En 1949 viaja al Ecuador como delegado fraternal al Congreso del Partido, y también a Colombia donde se realizaba el de Unidad. En Bogotá es asaltado por el SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano).

     La tormenta, sin embargo, se acercaba. Ilegalizado “Acción Democrática” a instante mismo del golpe militar del 48, el Partido Comunista venía forzando desde entonces una política de unidad y tratando de que el movimiento democrático encontrase en “Tribuna Popular” un vehículo de aglutinación y de acción orientadora. Nadie se hacía ilusiones respecto a que no iba a venir el decreto que colocase a la organización “fuera de la ley”. El tiempo era breve y lo que urgía era cómo aprovecharlo hasta el máximo.

     Los últimos meses de 1949 y los primeros de 1950 servirían de fondo a una campaña diaria tenaz de “Tribuna Popular”, encaminada a divulgar las peticiones de los obreros petroleros, a defender sus derechos y conquistas. Este período registraría, paralelamente, conversaciones entre los partidos democráticos tendientes a formar un frente unido en la lucha que inevitablemente se acercaba. El Ministerio del Trabajo hacía, mientras tanto, ofrecimientos falaces y todo, como nube lentamente acumulada, iba a estallar el 3 de mayo, dos días después de la fecha que la Junta Militar de Gobierno –la dictadura– crecía. La industria del aceite permanecería paralizada durante días y, si algo lamentable hubo en esta gran jornada, fue la ausencia de un movimiento de solidaridad amplio en los demás sectores. Una falla que después, sería útilmente aprovechada.

     El 13 de mayo es ilegalizado el Partido Comunista. Pompeyo, que figuraba desde antes en la Comisión encargada para preparar el paso a la clandestinidad, entraría entonces en una etapa –ocho años inolvidables– que revelaría en él y que descubriría para Venezuela, un gran dirigente, un organizador de dotes excepcionales y un combatiente que se negó al cansancio y la desesperación, que ayudó preciosamente a la culminación cívica del 21 de enero y al triunfo de un pueblo al que ama entrañablemente. Desde 1950 hasta 1958 la historia de Venezuela tiene que incluir en sitio de honor, este nombre: Pompeyo Márquez.

La clandestinidad

     Cuando los agentes de la dictadura decían que el partido Comunista o Acción Democrática “no existían”, lo que querían demostrar era que dos burdos decretos habían barrido con las organizaciones y que algunos años de tiranía y cientos de medidas represivas habían bastado para liquidar a “los núcleos agitadores, propios de épocas destructivas”, que así era como la sociología machetera de Laureano calificaba a lo más honesto de esta tierra, remedando de ese modo la de su padre cuando el 19 de abril de 1930, al instalarse el “congreso” gomecista, afirmaba que los “impenitentes enemigos de la Paz y el Orden”, habían sido exterminados gracias a los “servicios eminentes prestados a la Patria. . . por el Benemérito Caudillo de la Rehabilitación Nacional”. ¡Oh tiempos, oh costumbres!

     Pero ambos partidos –y luego URD y COPEI– demostraron que la eliminación “legal” o la “policial” y la real son dos cosas distintas y hasta opuestas. El P. C. V. en la clandestinidad fue un ejemplo vivo de la fuerza organizativa de sus miembros, del calor fraternal de sus integrantes y del sacrificio y capacidad de sus dirigentes. Si alguna duda hubiese, la sola labor de Santos Yorme (Pompeyo Márquez) bastaría para encerrar en una fórmula personal que se confunde con la partidista, toda la validez de esta afirmación en la que sobran pruebas, acciones, demostraciones y documentos.

     Pompeyo Márquez entró a la clandestinidad con un nombre que se hizo famoso hasta en el extranjero, desde México hasta Europa: Santos Yorme y, sin embargo, este era uno de los tantos seudónimos (Octavio, José, Ezequiel, Pedro) que usaría, según la circunstancia o el contacto en los oscuros años que se inician el 50. Más de treinta casas verían pasar a Santos, unas por días apenas, otras por meses, en esa penosa y zozobrante migración política que se llama “concha”.

     Con el riesgo mezclado con el máximo de seguridad, lo primero por la saña que la SN ponía en realizarlo, lo segundo por el empeño y el cuidado que sus compañeros dedicaban para salvarlo.

     Y junto a los seudónimos y las “conchas” múltiples estaban todos estos ingredientes tristes, tremendamente crueles, que forman el mundo subterráneo, invisible casi, de la clandestinidad. La persecución a los familiares, el camarada preso o torturado, los días de hambre, la propaganda que no salía a tiempo, las conversaciones con dirigentes de otros partidos (la tardanza, la negativa, las oportunidades, etc.), el artículo para la prensa clandestina (Tribuna, Cuadernos de Educación), las reuniones del Buró Político o del Comité Central (difíciles de preparar), los contactos. Es decir, todo eso que se puede enumerar pero que la imaginación no llega a concebir en su realidad intensa, en sus nudos espirituales, en su fondo de riquísima humanidad y que sólo una voluntad firme unida a una convicción imbatible, sólo un dirigente lleno de fe enlazado con un Partido que lo rodea y cuida, con un pueblo que lo justifica, puede vivir y resistir.

     Y para esto hacía falta algo más que heroísmo, pese a que el heroísmo ya es tramo que alcanzan pocos. Hacía falta confiar en Venezuela, en sus gentes; hacía falta confiar en la organización, en sus hombres; hacía falta confiar en los otros partidos, en la unidad. Hacía falta eliminar la desesperación, cuidar las perspectivas, ajustarse al momento y la situación sin avanzar un milímetro y sin retroceder una pulgada que no fueran estrictamente necesarios. Si en más de una oportunidad hubo error en la apreciación de estos elementos –y reconocer las fallas y superarlas fue una de las tareas mejor aprendidas por el PCV y sus cuadros, empezando por el propio Santos– nada de extraño tiene donde la furia de persecución llegó al límite, donde los golpes a sindicatos y organizaciones fueron hábilmente estudiados, donde nada bajó del cielo, por gracia divina, sino que fue conquistado en un penoso proceso de rectificaciones y enlaces, de repliegues y auges. Donde la maduración costó no sólo sangre y torturas sino años de experiencia que estamos obligados a recordar siempre, para que en la hora decisiva no caigamos nuevamente en el abismo de las divisiones.

     De Santos quisiéramos dar algunas anécdotas, esas pequeñas islas de fracaso o éxito, de humorismo o tristeza, que contribuyen a situar al hombre en su dimensión terrena, en su colocación y línea de responsabilidad histórica. Las dejaremos para las ocasiones futuras que serán muchas. Ahora abandonemos un poco al hombre –ése que no supo de una Navidad que no fuese asedio, ése que volvió a respirar aire de calle sólo en los días de este enero de 1958– para ver algo de su obra, si inapreciable en todo su contenido, viva por lo menos en su aliento y en sus frutos.

Más de cuarenta números clandestinos se publicaron del periódico Tribuna Popular bajo la dictadura militar de los años 50. Todos bajo la dirección de Pompeyo Márquez.

Más de cuarenta números clandestinos se publicaron del periódico Tribuna Popular bajo la dictadura militar de los años 50. Todos bajo la dirección de Pompeyo Márquez.

Unidad por encima de todo

     Este fue el oleaje. Iban y venían las circunstancias, retrocedían o avanzaban las conquistas populares, recrudecían o se atenuaban las consecuencias represivas, pero aquí o allá, en ambas situaciones, los comunistas no abandonaron jamás la consigna central: “Unidad. En Tribuna Popular” –más de cuarenta números clandestinos–, en “Cuadernos de Educación” –revista teórica que pasó de la veintena de ediciones–, en publicaciones internacionales –“Fundamentos”, “Teoría”, “Paz Duradera”, etc.– en periódicos regionales del Partido, en documentos públicos dirigidos a otras organizaciones, en conversaciones directas con grandes conductores de nuestro pueblo –un Carnevali, supongamos–, Santos Yorme o Pompeyo Márquez, supo llevar este sentimiento comunitario, esta decisión de unión antidictadura, este propósito de bloques que sostenían en la cárcel y el destierro en la fábrica y la Universidad, los militantes del PCV. La historia con sus lecciones indiscutibles, convertía el deseo en luminosa realidad.

     Unas pocas muestras para que se vea y palpe la gran verdad. El 13 de diciembre de 1951 el P.C. V., por mano de Santos Yorme, secretario del partido, dirigía a AD una carta en la que se pedía la acción conjunta contra la dictadura militar, por la libertad de los presos políticos, garantías constitucionales y elecciones libres. En abril de 1952, en el número 16 de “Tribuna Popular” clandestino, Santos escribía un editorial. “La mejor enseñanza: la unidad”, donde repasando las lecciones del pasado, insistía en la necesidad de integrar un Bloque Único de todas las fuerzas que se opusieran a la tiranía. En enero de 1953, número 21 de TP, volvía a la carga afirmando, en base a los acontecimientos electorales del 30 de noviembre y a las acciones del 3 y 4 de diciembre, que “esto –es decir, la camarilla perezjimenista– no puede durar” y que para que la predicción se cumpliera faltaba sólo un factor: la unidad. En enero de 1954, justo un año después, editorializaba sobre el mismo tema: UNIDAD y a la pregunta “¿Qué debe hacer entonces el pueblo venezolano, para quitarse esta pesadilla de encima?”, él mismo contestaba:

     “Una y mil veces repetimos: por medio de su unidad. Su unidad para organizarse. Su unidad para combatir. Su unidad para derrocar la dictadura. Su unidad para conquistar un régimen de amplias garantías ciudadanas”.

     Ya en el XIII Pleno del CC del Partido –y la organización celebró en la clandestinidad seis plenos, desde el IX hasta el XIV–, realizado en febrero de 1957, culmina un proceso autocrítico consciente que incluía la observación de que había que aumentar la amplitud de la política de alianza antidictatorial, dándole cabida a todo aquel que estuviera dispuesto a luchar contra Pérez Jiménez y Cía., sea cual fuera su pasado, y eliminando todo roce secundario o principista con los que participaran en el frente. Como parejamente los otros partidos iban recogiendo idénticos frutos, confirmando así que la historia es implacable y unánime en los sentimientos que le toca dirigir como el mismo pueblo iba con el tiempo acumulando más y más semillas de odio antiperezjimenista, más y más voluntad de combate, y como las circunstancias plebiscitarias, ya conocedoras del exitoso paso de la Junta Patriótica, propiciaban una expansión de la comunidad combativa, esa política unitaria alcanzaría la culminación más hermosa que el civismo venezolano haya conseguido, cuando entre el 21 y el 23 de enero sale a la calle a confirmar la herencia de sus libertadores. La unidad había pasado pues, del proceso lento y difícil al estallido fulgurante y oportuno. Mas, situada ahora en un segmento de más grave responsabilidad, una nueva urgencia nace: la de mantenerla y más allá de mantenerla, consolidarla y ampliarla.

     Si no nos equivocamos, Pompeyo Márquez es el hombre, el único hombre que dirigió un movimiento clandestino durante toda su duración. Y es el político además que, dentro de Venezuela escribió e hizo más por la unidad del pueblo y de sus organizaciones de masas. Desde el artículo de dos cuartillas hasta el documento de cien páginas, desde la meditación en alguna casa solitaria hasta la conversación con altos dirigentes. No obstante, Pompeyo insiste en que sus méritos son menos personales que colectivos, en que todo o casi todo su milagro de perseguido y orientador se lo adeuda al cariño y trabajo de los miembros de su Partido, a la conciencia del pueblo venezolano y a la comprensión y sacrificio de cientos de militantes de otras organizaciones.

     Hoy no se trata de comprar credenciales entre las gentes que supieron asumir su responsabilidad ante la historia. Sobran en AD en URD en COPEI, entre los independientes, quienes cumplen a cabalidad los requisitos de la honestidad, la firmeza y el trabajo rematado. Si esta vez insistimos en Pompeyo Márquez se debe justamente a que él es una de esas unidades, y lo es en una medida verdaderamente pasmosa. La clandestinidad arrojó un saldo de tremendas consecuencias en este Pompeyo Márquez que en 1950 se enfrentó a problemas partidistas internos, en 1951 a relecturas críticas de Lenin, en 1952 a la farsa electoral, en 1953 a señalamientos de errores y aciertos, en 1954, 55, 56 y 57 a la combinación del estudio, la organización y la lucha, y en todo el período a la responsabilidad máxima de secretario del Partido.

     Para él esta pequeña introducción a su vida. Es la de sus camaradas, la de sus aliados. Y así aquella afirmación de que la obra de arte resultará tanto más perfecta cuando más se aleje del modelo real, se esfuma y desaparece en el centro vital de este torbellino clandestino que fue Venezuela y del que se está esperando que surja un novelista, para que se nutra de las esencias gloriosas y del patriotismo moral de hombres que, junto con su pueblo, han entrado en el ciclo heroico”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite.Caracas, 15 de febrero de 1958
Camilo José Cela afirma: “La Catira” es venezolana

Camilo José Cela afirma: “La Catira” es venezolana

El gran escritor español, en entrevista exclusiva para Élite, explica por qué escribió la novela venezolana que después de caída la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, le ganó infinidad de ataques. Y ratifica su amistad con Laureano Vallenilla Lanz. Los textos son el periodista Francisco “Paco” Ortega

Camilo José Cela (1916-2002) fue un vigoroso intelectual español, autor de La Catira, controversial novela encargada por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

Camilo José Cela (1916-2002) fue un vigoroso intelectual español, autor de La Catira, controversial novela encargada por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

     “Camilo José Cela es un vigoroso escritor contradictorio en toda su humanidad impresionante. Ante todo, es español y como tal, piensa, habla y escribe. Para un intelectual de la talla de este gallego de fina sensibilidad y exquisita pluma, a veces amargo en el concepto, pero sincero y ancho de corazón, los pensamientos íntimos son revelados en una confesión desnuda sin recovecos oscuros ni veladas diatribas que pretenden disfrazarse de lisonja. A un escritor no se le puede pedir parcialidad, puede naturalmente no ajustarse a una exacta realidad de las cosas y estar más o menos equivocado, pero en el fondo la trayectoria de un sentimiento expresado con absoluta sinceridad, es loable, honrado y hasta ejemplar. Cela no es mercenario de una pluma que se vende. El soberbio poeta que existe en “Pisando la dudosa luz del día” nos lo descubre de manera total, desnudo de artificios presuntuosos, ajeno al juicio gratuito de los “consagrados” y exhibiendo su formidable solidez intelectual en una auténtica revelación de las letras contemporáneas de España.

     Resulta pueril intentar restarle méritos como escritor y como investigador del alma. Nadie como él ha narrado sus deliciosas andanzas por los campos de Castilla. 

     Respira míticamente en las noches segovianas pulsando el latido íntimo en las tierras fecundas, en el surco profundo del sentir hispano y se extasía como Gustavo Adolfo pegado a los muros avileños, o acaso como lo hiciera Teresa de Jesús, Camilo José Cela cuya fama universal la alcanzó hace 24 años con su novela laureada “La familia de Pascual Duarte”, respira sinceridad y late al unísono de las cosas bellas. Capta los sentimientos y escribe la verdad sin deslavarla con detergentes comprados a bajo costo en los mercados de la adulación y la especulación mercantil. Esto, para un país donde el trust intelectual está dirigido por los ricos clientes de las Editoriales, resulta un poco raro y hasta confuso. El tiempo se encarga de situar la razón de los incomprendidos en ese sitial donde se habla de tú a la historia y las costumbres, y de “usted” muy respetuosamente a quienes todavía no han salido del burgo provinciano.

     El autor de “La Colmena” debiera ser un exiliado de España. 

     “Pascual Duarte” lo enjuicia y la antes mencionada novela lo condena. Ambas son antiespañolas, ambas critican, ambas se confiesan a un soberbio árbitro de la verdad. Camilo José Cela ni es un exiliado ni un resentido. Es sencillamente un escritor. Ha recogido fielmente unos sentimientos y una confesión, esa espontánea revelación que vive en el ambiente de las cosas, pero que muy pocos saben aprovechar íntimamente y sobre todo exponerla con exactitud. España lo debería repudiar. Ha puesto el dedo en la llaga y hurga, hurga profundo con el escalpelo de su acerada pluma, hasta hacerla sangrar profundamente. Las heridas del alma las curan los nuevos sentimientos, que son el movimiento que causan en ella los motivos espirituales. Si Camilo José Cela no viviera esos emotivos espirituales, su alma sangraría en una agonía infinita de odio, desesperación e impotencia. Pero aprendió a cantar a la vida desde muy joven, allá en las brumosas tierras de su Iria-Flavia curuñesa y en una terca negativa galaica destruyó esta trilogía funesta, para exigir de ella lo bueno que se la pueda extraer, proclamándose trovador de la realidad y heraldo de las cosas que capta su fina sensibilidad de escritor, Sus millones de lectores incansablemente lo leen y esos mismos millones de seres lo critican. ¿Cabe mayor satisfacción para un intelectual confesor de almas?

Cuando Cela escribió La Catira, la prensa llegó hasta el propio baño para entrevistarlo. Aquel baño tibio se transformó luego en un baño de agua helada.

Cuando Cela escribió La Catira, la prensa llegó hasta el propio baño para entrevistarlo. Aquel baño tibio se transformó luego en un baño de agua helada.

Junto al Mare-Nostrum

     Camilo José Cela vive recoletamente en su quinta asomada a las aguas del Mediterráneo. Lo rodea el buen gusto, una inmensa colección de buenas firmas sobre el óleo chorreando de arte, el maravilloso sol de Palma de Mallorca y el almendro en flor que golpea su ventana en el estudio que se asoma al Mare-Nostrum de Don Vicente Blasco-Ibáñez.

     Cuando lo entrevistamos está trabajando. Cela no ha dejado de trabajar desde que le publicaron su primer cuento en un diario provinciano de La Coruña. De esto hace ya 35 años. Desde su enorme altura sonríe a medias. Impresiona y desconcierta. Extiende una mano, ancha, vigorosa, enérgica. No sé por qué me recuerda de inmediato a ese patricio de nuestras letras e inolvidable venezolano que se llamó Rufino Blanco Fombona.  Después su sonrisa se extiende, se hace más humana, más cordial. Ya no es el Camilo José Cela que hemos descubierto de improviso, como el objeto desdibujado a través de la niebla. El rostro de duras facciones se anima, su voz es potente y agradable y su trato el de un acogedor hidalgo. Habla seguro. De manera normal, parece examinarlo a uno. Y sabe mágicamente deshacer la incertidumbre y sobre todo la impaciencia o la incomodidad para iniciar la entrevista que sólo tiene un objeto: hablar de Venezuela y de “La Catira”. Para nadie es un secreto la enorme controversia que originó esta novela, años atrás y en ocasión de gobernar a Venezuela el General Marcos Pérez Jiménez. No vamos nosotros a enjuiciarla en este reportaje. Ya lo han hecho voces autorizadas, pero sí vamos a aclarar ciertos aspectos de aquella pugna literaria que en su debido momento nadie criticó e incluso fue elogiada por una buena parte de “nuestros consagrados”.

     –“Ni la Asociación de Escritores –señala Cela– ni las más preclaras plumas de la literatura venezolana se opusieron a un trabajo que exclusivamente confiado a un extranjero.

El escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1989, no tuvo empacho alguno en reconocer públicamente que fue contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos.

El escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1989, no tuvo empacho alguno en reconocer públicamente que fue contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos.

     Cuando le recordamos ciertos comentarios ligados a la persona del doctor Laureano Vallenilla Lanz en relación con el libro, nos dice rotundamente:

     –“Ni el doctor Laureano Vallenilla ni yo somos bobos, ni a mí se me pasó siquiera por la imaginación el pretender crear un inexistente problema al genio de Don Rómulo Gallegos, a quien admiro profundamente como inigualable escritor y ejemplar venezolano. Ese menosprecio nació de un fruto amargo que jamás debió tomarse en cuenta, entre elementos de muy pesada digestión. Estimo que las novelas deben encajar en su justo lugar y no desplazarlas con denuestos; deben orientar al lector, no predisponerlo taimadamente.

     Yo fui contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos. Yo fui, repito, un escritor contratado, de ninguna manera un oportunista y estos acuerdos pertenecen al libre cambio. ¿Qué se me puede criticar? Recogí mis notas y la escribí, aquí en Palma. Su nombre brotó de manera espontánea. “La Catira” vive en mi alma de manera entrañable como las maravillosas tierras donde se desarrolla la acción de la novela. ¡Seis meses para escribirla y tantos años para criticarla!”

     Al tocar este tema de la crítica, nos dice: “Pascual Duarte” y “La Colmena” chocan abiertamente con el medio español, son casi anti españolas.

     Yo, efectivamente, debiera vivir exiliado. Esto no quiere decir que establezca paralelos entre España y Venezuela ¡de ninguna manera! –insiste– Sin embargo, dados el momento, la circunstancia y el motivo, tuve que servir de chivo expiatorio o de cabeza de turco, como mejor se interprete. Para la oposición representaba un soberbio argumento contra el General Marcos Pérez Jiménez, donde el “despilfarro y la ausencia de patriotismo” le hacían confiar a un extranjero una obra que no fue precisamente la de “El Escorial”, pero que sí manifiesto con mi modesta opinión es una apología de la mujer y la tierra venezolanas.

“La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente.

“La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente.

Una denuncia

–“Sin ánimos de polémica pienso publicar el vocabulario que ya con anterioridad, fue debidamente autorizado –diríamos por los escritores de Venezuela. Como escritor, si se me forzara a falsear la idiosincrasia de un pueblo, alterando sus valores espirituales, no sólo me negaría de manera rotunda, sino que despreciaría toda mi vida a eso conglomerado estúpido que tan bien sabe especular la ignorancia. ¡Jamás me prestaré a tan vil juego! ¡No puedo avalar un disparate que altere la realidad de los hechos! “La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente. Fui blanco –repite– de un determinado grupo político y estoy plenamente convencido de esta maniobra, hasta el extremo de que la encuesta realizada en “El Nacional”, donde figuraron destacadas figuras, fue absurdamente adulterada. Personas que ya han fallecido y otras que aún viven para la política y la literatura me manifestaron su descontento o desaprobación por tan pobre procedimiento, abonando el interés de ese sector político que pretendió hundir malamente lo que ya había sido juzgado con sano criterio y justísima apreciación imparcial. Quiero recalcar de nuevo que, tengo pruebas de que fueron mentiras y falsedades las que aparecieron en aquella oportunidad en la famosa encuesta del mencionado diario. El doctor Laureano Vallenilla Lanz pudo parar esta campaña y si no lo hizo sus poderosas razones tendría.  No trato ahora de justificar nada porque si me contratara el propio Ho-Chi-Min, volvería al Vietnam, siempre que no se me obligara a escribir falsedades. Llegué a Venezuela invitado para dictar una serie de conferencias sobre temas literarios, marginado de la política, porque sobre ese particular tengo mis propias convicciones y mis puntos de vista. El resto ya lo sabe todo el mundo y lo que no ha sucedido ya lo han inventado”.

     –“Valga el momento –prosigue el notable escritor para manifestar al pueblo de Venezuela, por medio de la prestigiosa Revista Élite, que el medio político no cuenta en el profundo cariño y la más alta estima que siento por todos los venezolanos. Ni la detracción, ni siquiera el insulto directo mermaron jamás este cariño. Recuerdo siempre aquella gratísima época que viví entre ustedes y esta misma época que aludo creo que será igualmente añorada por todos los venezolanos. En esto sí están todos de acuerdo conmigo”.

     amilo José Cela sonríe plenamente y ha silenciado su charla. Piensa y observa con un aire de tristeza descansando su mirada lejos, muy lejos entre la bruma madrugadora de un día pleno de sol mediterráneo. Nosotros sabemos en qué está pensando. El escritor nos lo confirma:

     –“Deseo la prosperidad y paz, mucha paz a esa Venezuela que todos los venezolanos y yo conocimos años atrás. Sencillamente la admiro, como admiro el arrogante e hidalgo origen de la lucha por la libertad. Los venezolanos tienen todos los derechos a ser felices, prósperos y libres. Lamento un estado de cosas que no pueden estructurar hoy, ese monumento que yo quisiera para la Patria del Libertador, procera y soberbia cuna de gloriosos soldados y extraordinarios prosistas universalmente conocidos. Vaya mi ofrenda a ellos como reconocimiento sincero de un profundo admirador que venera la patria de Simón Bolívar con el cariño que todos los españoles sentimos por Hispanoamérica”.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Élite. Caracas, 23 de abril de 1966.
Rómulo Gallegos nos habla de la filmación de Doña Bárbara

Rómulo Gallegos nos habla de la filmación de Doña Bárbara

Por Alfredo Figueroa

Rómulo Gallegos tuvo también una estrecha y prolífica relación con el cine, adaptando algunas de sus obras como Doña Bárbara, al séptimo arte.
Rómulo Gallegos tuvo también una estrecha y prolífica relación con el cine, adaptando algunas de sus obras como Doña Bárbara, al séptimo arte.

     “Rómulo Gallegos, el magnífico creador de “Doña Bárbara” y tantas otras admirables novelas de prestigio continental, se encuentra en la actualidad acometiendo una empresa de gran aliento y porvenir: el implantamiento de una industria cinematográfica nacional. Este hermoso proyecto de Gallegos, presenta como base inicial la filmación de “Doña Bárbara”, obra ésta mejor que ninguna otra para un ensayo cinematográfico de calidad, ya que contiene todos los elementos indispensables para hacer de ella un excelente escenario fílmico. “Doña Bárbara” con sus personajes, sus episodios y sus decorados profundamente venezolanos ofrece al Séptimo Arte una magnífica posibilidad para la realización de un film estupendo.

     Rómulo Gallegos, con la amplitud y el desinterés que le caracterizan, ha puesto su talento y su dinamismo al servicio de una hermosa idea que merece la colaboración de todos cuantos nos interesamos por el desarrollo cultural de nuestro país, de todos cuantos vemos en el Cine el vehículo por excelencia para una amplia difusión de nuestros valores naturales y artísticos. En la precisa exposición que nos hace Gallegos de su proyecto, salta a la vista que ha estudiado detenidamente todos los aspectos del mismo y que, por tanto, las probabilidades de éxito descansan sobre bases firmes. 

     Tanto desde el punto de vista artístico como del económico, el proyecto de Gallegos representa un serio esfuerzo para el implantamiento entre nosotros de una industria destinada a incrementar nuestra producción artística, al par que nuestro progreso material. Todo un vasto sector nacional se pondrá en marcha con esta empresa que presenta un amplio programa de realizaciones: films musicales, históricos, documentales, etc.

     Pero cedamos la palabra al propio Gallegos.

–La filmación de “Doña Bárbara”, proyecto que he venido acariciando desde hace mucho tiempo, es una inmediata realidad, pues actualmente tengo a mano todos los elementos necesarios para acometer esa empresa. El propósito central que me ha impulsado a la realización de ese proyecto no es, como quizás se imaginen muchos, el solo deseo de trasladar mi novela a la pantalla, sino principalmente el implantamiento en Venezuela de una industria nacional cinematográfica, organizada sobre bases sólidas y capaz, por tanto, de poner en marcha una serie de actividades de diversa índole, de vital importancia colectiva. La filmación de “Doña Bárbara” será, pues, el punto de partida de una empresa de largo aliento, cuyas proyecciones son incalculables desde todo punto de vista.

–El objeto de mi reciente viaje a Hollywood, fue el familiarizarme con el mecanismo de la producción cinematográfica y entrar en contacto con todos los elementos que intervienen en la complicada elaboración de los films: directores, productores, actores, fotógrafos, escenaristas, etc. Gracias a la circunstancia de habérseme brindado toda suerte de facilidades, pude formarme rápidamente una idea exacta de todo cuanto se requiere para la producción de films de calidad. A tal punto que hoy día estoy seguro de que la filmación de “Doña Bárbara” podremos llevarla a cabo en Venezuela, sin otras dificultades que aquellas que son inherentes a la realización de un buen film.

Doña Bárbara fue la obra que le abrió a Rómulo Gallegos las puertas del público iberoamericano, además de ser la obra suya llevada al cine que tuvo mayor resonancia.
Doña Bárbara fue la obra que le abrió a Rómulo Gallegos las puertas del público iberoamericano, además de ser la obra suya llevada al cine que tuvo mayor resonancia.

–A pesar de las proposiciones que me han sido hechas, por parte de empresas productoras de Hollywood y México, no he vacilado un momento en desecharlas para consagrarme por entero a mi primitivo proyecto de filmar a “Doña Bárbara” en Venezuela.

–El aspecto económico de la filmación está prácticamente resuelto, puesto que ya se encuentra suscrito el 80% del capital indispensable. Este halagador resultado ha sido obtenido sin mayores esfuerzos de mi parte, gracias al interés que el proyecto ha despertado entre un grupo de amigos, quienes contemplan la empresa sin miras de lucro y aspiran solamente a brindar su cooperación monetaria como una colaboración y un aporte necesarios. En cuanto al resto del capital inicial, espero obtenerlo en breve, gracias al entusiasmo que el proyecto ha provocado.

–Descartando la utilización forzosa del equipo técnico extranjero imprescindible para la filmación de “Doña Bárbara”, ésta se llevará a efecto con elementos venezolanos en su totalidad. Desde la dirección hasta la mano de obra, pasando por los intérpretes, arreglos musicales, escenaristas, etc., nuestro primer film será una empresa acometida y rematada por venezolanos. Por tanto, innecesario me parece advertir que dicha empresa requiera la colaboración de un vasto sector nacional para dar cima a sus propósitos.

–Las circunstancias actuales son muy propicias para la implantación de una industria cinematográfica nacional. Los anteriores ensayos efectuados entre nosotros constituyen una preciosa experiencia que es necesario aprovechar, ya que su éxito parcial permite comprobar principalmente la existencia de inestimables recursos artísticos que no pudieron ser utilizados a fondo por ausencia de una organización racional sobre bases económicas estables. Por otra parte, el ejemplo de otros países americanos, tales como Argentina y México, así como los ensayos realizados hasta la fecha en Hollywood, en lo que a cine en español respecta, deben estimularnos para incorporar nuestro país a esa próspera actividad artística e industrial.

La filmación de Doña Bárbara, Rómulo Gallegos se propuso implantar en Venezuela de una industria nacional cinematográfica.
La filmación de Doña Bárbara, Rómulo Gallegos se propuso implantar en Venezuela de una industria nacional cinematográfica.

–El campo que se ofrece a una industria cinematográfica nacional, es realmente espléndido. Si tenemos en cuenta que el cine es un excelente vehículo para la difusión de nuestros valores culturales y la exaltación de nuestras riquezas naturales, llegamos a la conclusión lógica de que una industria semejante es altamente beneficiosa. No solamente podremos compensar y limitar el tributo exagerado que venimos haciendo a la industria cinematográfica extranjera, sino que también fomentaremos y desarrollaremos múltiples actividades que son el complemento necesario de esa industria y en las cuales participarán desde el artista hasta el obrero. Sin incurrir en exageración alguna, nos permitiremos señalar una de las insospechadas proyecciones de dicha industria: el fomento del turismo entre nosotros.

–Sería absurdo que, al intentar la filmación de temas y ambientes genuinamente venezolanos, copiemos o imitemos a Hollywood. La producción yanqui no puede ofrecernos otra cosa que su concepción técnica del film, la cual utilizaremos ampliamente por ser excelente. Fuera del elemento técnico –humano y mecánico– nada tenemos que importar de Hollywood.  Así, en la filmación de “Doña Bárbara”, acoplaremos el equipo técnico al conjunto de elementos exclusivamente venezolanos que intervendrán en su elaboración para obtener un equilibrio armonioso. De esta manera, sobre todo desde el punto de vista artístico, estaremos en condiciones de producir un film que podrá competir ventajosamente con aquellos otros que se vienen produciendo en Hispanoamérica. Además, en las sucesivas producciones, hasta el equipo técnico dejará de ser extranjero en lo que respecta al elemento humano del mismo, pues gradualmente se formarán técnicos venezolanos, Así, a vuelta de algún tiempo, nuestras producciones serán nacionales en su totalidad.

–Una industria cinematográfica nacional, como la que proyectamos, no debe ser otra cosa que una vasta cooperación de todos cuantos nos interesamos en una actividad próspera y de grandes perspectivas. Esa cooperación no solamente la anhelo, sino que la exijo de todos. Para mí, tal cooperación es vital y necesaria para lograr producir en gran escala films venezolanos. “Doña Bárbara” no es sino el paso inicial, pues todos los escritores venezolanos pueden comenzar, desde ahora mismo, a concebir escenarios para trasladar a la pantalla nuestras costumbres, nuestra naturaleza, nuestra realidad. En el plan de producción entra igualmente la realización de films históricos que utilicen nuestra rica Epopeya, y films documentales que hagan conocer, de propios y extraños, nuestras inagotables riquezas naturales.

–Considero tan vasto el campo que se ofrece a la producción cinematográfica en Venezuela, que la coexistencia de varias industrias productoras redundaría en beneficio de la calidad de los films nacionales. Deseo sinceramente que tal empresa sea acometida por cuantos aspiren a situar decorosamente nuestro país en el cuadro de los países productores de Hispanoamérica

–Me entusiasma sobre manera el pensar que nuestra industria pondrá en marcha muchos brazos y muchos cerebros hasta ahora inactivos u ocupados en labores que no son las más apropiadas a las apetencias profundas de cada quien. Asistiremos, estoy seguro, a un florecimiento de actividades artísticas insospechadas y también a la formación de nuevas especializaciones, útiles para el desarrollo de la capacidad productiva de todo un vasto sector nacional.

     Después de escuchar a Rómulo Gallegos tenemos la íntima convicción de que su empresa será coronada con un éxito cierto. Su exposición, plena de atinadas observaciones y estudiados detalles, permite formarse una idea cabal de la empresa en ciernes, la cual descansa sobre bases artísticas y económicas, igualmente sólidas.  Al agradecer a Rómulo Gallegos su gentileza en confiarnos largamente su proyecto, nos apresuramos a ofrecerle toda nuestra decidida y entusiasta colaboración, la cual, esperamos, sea unánime por parte de todos los venezolanos enamorados de la cultura y el progreso patrios”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, 26 de febrero de 1938.
Lola Fuenmayor

Lola Fuenmayor

Por Martín de Ugalde

Doña Lola de Fuenmayor, directora del “Colegio Santa María” y fundadora de la primera universidad privada de Venezuela.

Doña Lola de Fuenmayor, directora del “Colegio Santa María” y fundadora de la primera universidad privada de Venezuela.

     “Era el año 1900. Como en cada centenario, las gentes hablaban de fin de mundo. En la andalucísima Sevilla, donde acaba de quedarse viuda doña María Luisa Rodríguez, aún se exageraba más. Pero ella lo tomaría en serio. Calculó, sin duda, que a lo que se referían los “papeles” y los curas en sus sermones era al mundo viejo, que ya hacía agua, y zarpó Guadalquivir abajo, con lo que le quedaba, rumbo al nuevo mundo de otra esperanza mejor.

     Lo que le quedaba era bien poco: su viudez pobre y una recomendación perentoria de su médico: “Un viaje, doña María Luisa, y a olvidar. Porque recuerde que tiene dos hijos y la necesitan”. Ese era un consuelo: Gabriel (4) y Lolita que cumplió tres en el vapor. Y quería rescatarlo para plantarlo en otras tierras, más descansadas, más frescas.

     El vapor hizo escala en Puerto Príncipe. El barco no hizo más que zarpar rumbo a La Guaira cuando se produjo una terrible tempestad. Desembarcó, ¡por fin! Y dio gracias a Dios por haber puesto un poco de tierra firme en aquel enorme mundo de agua, y gracias también porque puso en su camino desorientado de recién llegada a dos señoritas muy serviciales que llegaron desde Caracas para ver llegar a gentes de otro mundo, y se le ofrecieron para ayudarle a subir en carreta por el camino viejo y darle su dirección, “por si la necesitaba”.

     Doña María Luisa la necesitó. No por ella, que estaba muy mala y tenían que recibirla en un hospital, sino a sus hijos, que no sabía dónde dejarlos después de casi dos meses largos de navegar. . . Lolita, la más chiquitica que acababa de estrenar su tercer año, quedó alojada en casa de las dos hermanas Adrianza, solteras y solas, que vivían de Cipreses a Hoyo, donde funcionaba entonces el “Colegio Nacional de Niñas”. Su mamá murió a los quince días. Ella tardó años en saberlo; pero después lo recordó con fidelidad de asombro durante decenas y decenas de años más. . .

     Hace aún muy pocos, doña Lola de Fuenmayor, la Lolita de entonces que cumple 56 años el 2 de febrero próximo (1952), se acongojó y comenzó a llorar durante una representación de la zarzuela “La Tempestad” en el Teatro Municipal. La sisearon, un señor pidió airado que se callara, y el Dr. Asdrúbal Fuenmayor, su esposo, la acompañó fuera del local. Por uno de esos misterios fenómenos de la psiquis humana, doña Lola recordó al cabo largo de casi cincuenta años los angustiosos momentos que pasó junto a su mamá durante la tormenta en el mar.

     Ha habido también, en la vida de doña Lola de Fuenmayor, otras búsquedas angustiosas por la soledad ancha y tierna del recuerdo materno. Ella, que escribe poemas, obras de teatro para su Colegio y poesías, tiene escondidos en un cajón de recuerdos unos versitos escritos cuando quinceañera y soñadora, se ponía a recordar a su madre imaginándose que podía ser cualquiera de las mujeres de aire dulce que transitaban frente a la puerta del Colegio:

“Cuando una mujer veía
yo a mí misma me decía:
¡Si será mi madre esa! . . .
Pero pasa. . . y no me besa
No es ésa la madre mía” . . .

Cuando apenas contaba con 9 años, Lola comenzó a dar clases a niñitas de su edad en el Colegio “María Auxiliadora”. Además, solía dar algunas clases a domicilio.

Cuando apenas contaba con 9 años, Lola comenzó a dar clases a niñitas de su edad en el Colegio “María Auxiliadora”. Además, solía dar algunas clases a domicilio.

     “Yo soy –dice con el aire triste de contar una broma seria– una concha de caracol que botó el mar en la orilla y la primera que vino la recogió” . . .

     Y la recogieron bien. Doña Lola de Fuenmayor, directora del “Colegio Santa María” y fundadora de la primera universidad privada de Venezuela, no olvidará nunca, como no se olvida a una madre, a Panchita y María Adrianza, las dos maestras de escuela que se encargaron de ella desde el vaivén columpiado de su cuna hasta verla hecha mujer.

     Fue la lección de ejemplo que recibió Lolita en su hogar la que perdura a través de esta vida dedicada a la enseñanza, no como una misión pedagógica encuadrada en la rutina de las horas de clase, sino la más amplia misión sacerdotal de mentora, que roba inquietudes, sueños y lágrimas.

     Cuando doña Lola me dijo que el homenaje que le dedicaron el 15 de enero venía a festejar el 47 aniversario de sus labores docentes, hice mentalmente una resta. . .

–Pero, doña Lola, ¡si acaba de decirme que tiene 56! . . .

–Pues –me replicó la profesora– 56 menos 9, 47. . . ¡justo!

Y en la exclamación había un aire legítimo de reto.

     Es justamente un caso notable de precocidad rayano en lo inverosímil. Pero si lo de doña Lola, punto redondo. Si se le dice que exagera, por lo que le queda de andaluza, es capaz de disgustarse. Pero a quien ha cruzado el mar, con tempestad y todo, a los tres años, y funda el “Colegio Santa María” a los cinco, hay que creerle capaz de iniciar sus labores docentes a los nueve años de edad.

     Aún le queda de aquella tierna experiencia de sus cinco años el recuerdo de Edit, y a Enriqueta y Canuta, “dos negras grandotas” de trapo que asistían silenciosas y asombradas a las clases parlanchinas de Lolita, la maestrita de un lustro redondo. Doña Lola logró conservar durante algún tiempo las 52 muñecas que constituían su “Santa María” de entonces, que poco a poco han ido desapareciendo camino de casa de otras alumnitas menos quietas, menos atentas, pero, por eso, más reales, con quienes le tocaba batallar ahora.

     A sus nueve años justos, Lolita comenzó a dar clases a niñitas de su edad en el Colegio “María Auxiliadora”, de Mijares a Mercedes. Además, solía dar algunas clases a domicilio. Ella recuerda a unos niñitos Castillo, a quienes enseñaba a leer y escribir por diez pesos al mes. A los 12 era profesora de Geografía e Historia Universal en el “Colegio Nacional de Niños”, donde le pagaban ya 60 bolívares mensuales “que eran 15 pesos” . . .

     Yo quise averiguar la relación exacta del peso con el bolívar. Doña Lola no me supo explicar más que el peso valía cuatro veces más. Después de la entrevista, don Juan de Guruceaga me aclaraba que, aunque los cálculos se hicieran siempre en pesos, no existía ninguna moneda que lo representara. El patrón de moneda era el bolívar, pero se seguía calculando en pesos imaginarios llamados “macuquinos” de un valor equivalente a cuatro bolívares justos.

Sede de la Universidad Santa María, en la urbanización El Paraíso, en Caracas.

Sede de la Universidad Santa María, en la urbanización El Paraíso, en Caracas.

     “Aquellos eran otros tiempos – me dice – Diez pesos me daban entonces para vestirme, calzarme, pagar las lecciones que recibía yo y una sirvienta, de esas que le cuestan hoy más que un Cadillac”…

     Los 14 era profesora normal. Recibió el grado en la Escuela Normal de Mujeres. La de hombres vino más tarde; y fue ella precisamente una de las fundadoras. Comenzó a dar clases en el Colegio “San José de Tarbes” y en el “Santa Teresa de Jesús”.

     Cuando se casó, doña Lola tenía 23 años, porque. . . “tengo 33 años y medio de casada”. Se casó un 28 de julio con el Doctor Asdrúbal Fuenmayor Rivera en el templo de Las Mercedes. El Doctor Fuenmayor es abogado que sigue ejerciendo y “tiene negocios”. Tienen también seis hijos: Manuel Fernando (32), Rebeca Margarita, Luis Augusto, Gustavo, Asdrúbal y María Cristina.

Sede de la Universidad Santa María, en la urbanización El Paraíso, en Caracas.

Sede de la Universidad Santa María, en la urbanización El Paraíso, en Caracas.

     Doña Lola de Fuenmayor ha tenido recesos forzosos en su labor docente, impuestos por sus deberes maternos; pero nunca se ha separado enteramente de lo que ha venido a ser su razón de vida. Durante un tiempo fueron a vivir a Antímano, para descansar un poco fuera de la capital.

     Pues doña Lola se las ingeniaba para llegar a lo que llaman el Alto de la Iglesia y dar clases de puericultura y primeras letras, para satisfacer esa necesidad instintiva de dar algo suyo a quien necesita.

     Hoy esa siembra ha dado frutos ubérrimos de buena semilla y bajo la mirada escrutadora, un poco áspera, de doña Lola han pasado en estos quince años de vida del Colegio “Santa María” más de 15.000 alumnos. Algunos más habrán pasado por sus manos durante los 32 años que le precedieron, sin contar las muñecas de aquel Colegio “Santa María” que dista más de medio siglo.

     El Colegio se instaló en una casa de Curamichate a Rosario el primero de octubre de 1938. Respondía a su impulso de siempre de crear un plantel propio, desde que cumplió sus cinco años. a mes y medio corto de distancia tuvo que mudar sus clases a otra casa más capaz, de Colón a Cruz Verde, donde se mantuvieron por espacio de once años. “La Avenida Bolívar nos sacó de ahí” … y apenas hace cuatro años que se trasladaron a los locales que ocupan hoy, de Velásquez a Santa Rosalía, donde cursan estudios cerca de un millar de alumnos. El Colegio tiene además un internado, situado entre los puentes Restaurador y Soublette, con 135 pupilos. Considerado como uno de los más completos del país, consta de clases para los cuatro años de normal, cinco años de bachillerato, una primaria completa e instrucción deportiva con profesores especializados en cada deporte.

     Lola de Fuenmayor, nacida Lola Rodríguez, es una mujer de carácter, que no fuma ni le gusta que fumen los demás, voluntariosa y de una enorme capacidad de trabajo. Tiene el pelo entrecano y rebelde, apenas domado en rizos y las cejas negras. Lleva grandes aretes, como los pendientes de las gitanas andaluzas, y unas gafas de carey que enmarcan unos ojos cansados, pero vivos e inteligentes. Doña Lola lleva también, sin adorno, arrugas como surcos de gran trabajadora. Cuando le pregunté por la satisfacción más grande recibida en su larga vida dedicada a la enseñanza, me contestó sin titubear:

–La Universidad. . .

 

–¿Y de los contratiempos?

 

–Muchos. Pero recuerdo uno que me dolió mucho: la acusación pública de una madre que “me llamó ladrona”, porque “había robado el tiempo y el dinero de una hija suya que no había conseguido pasar aquel año…”

     Y doña Lola se ha puesto de repente sería, como si aún le hicieran daño en los oídos las palabras injustas de una madre ciega de cariño por su hija.

–Y otro– dice como para cambiar el tema– que tampoco podrá olvidar nunca: el caso de una alumnita mía que salió del colegio sonriente un atardecer, y a las 12 del día siguiente estaba muerta…

     Y esta madre de tanto niño, huérfana desde sus tres añitos, vuelve su mirada hacia adentro y relee como a hurtadillas aquel versito que escribió cuando tenía 15 años y aún creía que su mamá, de alguna manera, iba a buscarle otra vez:

“Cuando una mujer veía
yo a mí misma me decía:
¡Si será mi madre esa! . . .
Pero pasa. . . y no me besa
No es ésa la madre mía” . . .

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, septiembre de 1951.
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