Los antiguos patrones de Caracas

Los antiguos patrones de Caracas

Antes de su fundación, Caracas tenía sus santos patronos protectores, a los que la población ha recurrido en busca de ayuda en momentos de zozobras. En esta crónica, Arístides Rojas nos relata la extensa historia de los Santos de la ciudad.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

     “Caracas, así como las demás ciudades de la América española, tuvo también sus patronos y santos tutelares, y sus vírgenes milagrosas. Antes de ser fundada y desde que se pensó en conquistar la belicosa nación indígena de los Caracas, ya en la mente del conquistador Losada bullía, la idea de ofrecer una ermita a San Sebastián, si le libraba de las flechas envenenadas en la empresa que iba a cometer. Y así sucedió en efecto, pues en 1567 se fundó a Santiago de León de Caracas y se colocó la primera piedra de San Sebastián en el lugar que ocupa hoy la Santa Capilla.

     Pero al mismo tiempo que se levantaba esta ermita, se daba comienzo al templo que debía servir más tarde de Catedral, nombrado por patrón de la ciudad al Apóstol Santiago. ¿Y qué patrón más noble podía ambicionarse invocado siempre por el pueblo español, que le reconoció como mensajero de Dios en todos sus aprietos, conquistas y batallas? Desde las orillas del mar hasta las cimas nevadas, jamás santo alguno llego a alcanzar culto más grande ni proporcionó frutos más copiosos al hombre. La primera fiesta dedicada al patrón de Caracas fue celebrada el 25 de julio de 1568, poco antes de perder Losada la conquista adquirida.

     Los conquistadores continuaban con feliz éxito, y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta los primeros campos cultivados de la triste ciudad. Nueva ermita es entonces construida al Norte de la de San Sebastián, dedicada a San Mauricio, nombrado al efecto abogado de la langosta. Esta desaparece, pero el pajizo templo es a poco devorado por las llamas, logrando el patrón salvarse del incendio y encontrar refugio en la ermita de San Sebastián.

     Tras de Santiago, Sebastián y Mauricio, viene Pablo el Ermitaño, como abogado contra la peste de viruela que azota a Caracas en 1580. El Ayuntamiento de la ciudad dispone levantarle un templo, y antes de que este comenzara, se ordena que el nuevo patrón fuera festejado con fiesta anual en la Iglesia Mayor, con asistencia de los dos Cabildos. A pesar de esto las viruelas volvieron, y en el cementerio que se construyó contiguo a San Pablo fueron enterradas las numerosas víctimas. San Pablo ha dejado su puesta a Talía. Tras de San Pablo debía asomarse la primera Virgen de origen indiano: la Copacabana, de la cual hablaremos más adelante.

     No debía rematar el siglo décimo sexto sin que Caracas enriqueciera con un santo más la lista de sus patrones. Tristes y llorosos andaban los habitantes de la ciudad por los robos que en la costa hacían los piratas, cuando de repente las sementeras de trigo aparecen, en cierta mañana, cubiertas de gusanos que en pocas horas devoran las espiga y despojan a los árboles de sus hojas. Al verse arruinados aquellos pobres moradores, elevan sus oraciones a Dios, y le piden con lágrimas y promesas les salve de aquel ataque destructor. Reúnese el Ayuntamiento, y resuelve que, antes de abrirse la siguiente sesión, escuchen los pobladores una misa dedicada al Espíritu Santo, de quien esperaban les inspirase la manera de salir de tan comprometido trance. En efecto, el Ayuntamiento abre la sesión después de rezada la misa y dispone que se inscriban en tarjetas los nombres de cien santos, y que el favorecido por la suerte sea el patriarca y abogado de las sementeras de trigo. Sale el nombre de San Jorge, y el Ayuntamiento decreta al instante que la fiesta anual de este santo pertenezca exclusivamente a dicho Cuerpo, no pudiendo ingerirse en ella ni el Gobernador ni el prelado. Desde entonces San Jorge fue celebrado anualmente en la Capilla Metropolitana que lleva su nombre.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

     Al comenzar el siglo decimoséptimo aparecen en Caracas dos santos varones de mérito relevante: San Francisco de Asís y San Jacinto; y en 1636, la Virgen de la Concepción. Eran tres templos más, con sus comunidades que venían a aumentar el cortejo religioso de la ciudad de Losada. Y no contenta todavía la población con tres templos, levanta otro en 1656, que dedica a la Virgen de Altagracia, y recibe una Santa americana, Rosa de Lima, que se pone a la cabeza del primer instituto de educación que tenía la ciudad: el Seminario Tridentino, en 1673.

     En una ocasión, por los anos de 1636 a 1637, los agricultores de cacao vieron desaparecer sus arboledas, devoradas por un parásito llamado entonces candelilla, el cual destruía la corteza de los árboles. Deseosos los caraqueños de tener una patrona que protegiera las hermosas siembras del rico fruto en la costa y valles cercanos a la capital, fijan sus miradas en la Virgen de las Mercedes, a la cual levantan un templo en 1638 y le ofrecen una fiesta anual. Rumbosa era esta y con constancia celebrábase todos los años a la Virgen protectora del cacao, al mismo tiempo nombrada abogada de Caracas, y más tarde en 1766 abogada de los terremotos.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

     Al rematar aquel siglo, en 1696, Caracas es víctima de la fiebre amarilla, que llega a diezmar la población. En medio de la más triste orfandad, una inspiración se apodera de lo poco que había dejado la epidemia. Piensan en Rosalía de Palermo, a la cual llaman con súplicas y esperanzas. La santa acude a la llamada de los desgraciados, y estos le levantan un templo. Era una nueva patrona que venía a sentarse en 1a asamblea caraqueña, donde figuraban Santiago, Santa Ana, Mauricio, Pablo el Ermitaño, Jorge, Jacinto, Francisco, varias vírgenes y Rosa de Lima, que aceptaba la capital donde era venerada su compatriota, la Virgencita de Copacabana.

     Durante el siglo décimo octavo, una nueva Virgen, la del Carmelo, visita a Caracas en 1732 y se hace dedicar un convento. Casi en los mismos días, aparece en Caracas una Virgen más; la de la Pastora, que se hace construir un templo en los extremos de la capital, y en la misma época, al Norte de la Ciudad, se levanta el de la Santísima Trinidad rematado en 1783, después de cuarenta y dos años de trabajo. En 1759 llega San Lázaro a socorrer a los leprosos. Últimamente llegaron los neristas y capuchinos, en 1774 y 1783, para levantar dos templos más, a San Felipe y San Juan, y entrar en competencia religiosa con los franciscanos, dominicos, mercedarios, y la colonia isleña que había levantado a la Virgen de Candelaria un templo en 1708.

     Hasta la época del Obispo Diez Madroñero, 1757-1769, no se conocía en Caracas una patrona que llevase el nombre indígena de la capital. Ya veremos cuanto hizo el prelado al bautizar a esta con el nombre de Ciudad Mariana y ponerla bajo el patrocinio de Nuestra Señora Mariana de Caracas.

     Otra Virgen protectora debía surgir igualmente en esta época, la de las Mercedes que llegó a figurar como abogada de los terremotos. Y tanto fue el entusiasmo del Obispo por la creación de vírgenes protectoras de la ciudad, que llegó a pensar en Nuestra Señora de Venezuela, bautizando con este nombre la calle que esta entre la Metropolitana y la Obispalía, dando el nombre de Nuestra Señora Mariana de Caracas a la que corre de la Metropolitana a la Casa Amarilla.

     Pero el culto al cual se decidió el Obispo con todas sus fuerzas, fue el del rosario. No hubo durante su apostolado, semana en que no se rezara públicamente, ni casa de Caracas y de los vecinos campos, donde las familias no cumpliesen diariamente, a las tres de la tarde o a las siete de la noche, con aquel deseo y mandato del Obispo”.


FUENTE CONSULTADA

  • Rojas, Arístides. Crónicas de Caracas. Caracas: Ministerio de Educación Nacional, 1946. Colección Biblioteca Popular Nº 16.
La Caracas de 1864

La Caracas de 1864

El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883), autor del libro Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864.

El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883), autor del libro Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864.

     El comisionado financiero inglés Edward Backhouse Eastwick (1814-1883) fue un especialista en estudios orientales que estuvo en Venezuela a propósito del empréstito a Venezuela de 1864. A raíz de su visita escribió el libro titulado Venezuela o apuntes sobre la vida en una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864 el cual fue editado e impreso en Londres durante el año 1868, momento durante el cual aparecieron dos ediciones.

     Eastwick llegó a Venezuela a mediados de 1864, apenas culminada la Guerra Federal y comienzos de un gobierno defensor del federalismo. Eastwick contaba con el título de Caballero de la Orden del Baño, Fellow of the Royal Society y antiguo Secretario de la Legación Británica en Teherán. Sin embargo, en esta ocasión vino en representación de los banqueros ingleses.

     Arribó como representante del General Credit Company, entidad financiera radicada en la capital inglesa con la cual Antonio Guzmán Blanco había contratado el empréstito por parte de la Federación al alcanzar el poder político. El memorándum que preparó Eastwick ofreció detalles de la negociación y las obligaciones necesarias que debían cumplir el estado venezolano para hacer efectiva la hipoteca solicitada.

     Al cumplir su tarea de contratar la negociación, Eastwick decidió viajar, con el propósito de reunirse con Juan Crisóstomo Falcón, para Valencia y Puerto Cabello. Una porción de su viaje por estas tierras, la estampó en este texto en el que plasmó algunas de las características que observó, a partir de la mirada de un aristócrata inglés, relacionadas con la geografía, el relieve, datos estadísticos, la historia, hábitos de los pobladores las que mezcló con anécdotas y comentarios enmarcados en la mirada del otro.

     Antes de tomar la decisión de publicar sus notas, en un libro impreso, había dado a conocer sus impresiones sobre Venezuela en una revista que editaba Charles Dickens en Londres. Para esta nota tomaré como referencia la edición primera que se hizo en Venezuela durante el año de 1953.

     En el prefacio a la primera edición Eastwick comunicó que el día 7 de junio de 1864 recibió la invitación para viajar a este país suramericano, como Comisionado Financiero de la General Credit Company. En el mismo informó que el encargo se le había ofrecido a Lord Holbart quien no lo aceptó. Según su apreciación las “condiciones eran liberales”. Vendría con todos los gastos cubiertos y recibiría un millar de libras esterlinas por los servicios a cumplir por tres meses. Al recibir la propuesta no dudó en aceptarla, escribió al respecto “el placer de visitar un país nuevo, de aprender otro idioma, y la experiencia financiera que me dejaría el desempeño de semejante cometido, representaban para mí, atractivos todavía mayores que me inducían a no rehusar la designación”.

     En otro párrafo agregó que había regresado a su país el mismo año, en los últimos días de octubre. Para 1865 e inicios de 1866 escribió acerca de su experiencia en territorio venezolano para la revista de Dickens, All the Year Round, algunos de los capítulos que sirvieron para estructurar el libro. Entre los propósitos de llevar a cabo la redacción de su escrito fue la de brindar “una idea general de Venezuela y de su pueblo, de modo que lo allí descrito no debe tomarse al pie de la letra”. Respecto a la parte del libro relacionada con la tarea que vino a cumplir, “ya de mayor seriedad, referente a la misión que me tocó desempeñar”. Advirtió, en este orden, que había intentado suministrar información lo más fiel y exacta que logró acumular, “a fin de que puedan servir de guía a aquellos que – al viajar al extranjero en cumplimiento de misiones similares, con tan escasa experiencia como la mía – podrían correr el riesgo de naufragar en su empresa, al encontrarse con escollos cuya existencia no ha sido nunca señalada con la debida precisión”.

El desembarco en el Puerto de La Guaira La Guaira es a menudo muy peligroso, pues el mar está siempre muy picado.

El desembarco en el Puerto de La Guaira La Guaira es a menudo muy peligroso, pues el mar está siempre muy picado.

     De La Guaira y su llegada al país escribió que anclar en cualquier puerto, luego de un largo viaje, resultaba una experiencia de reposo. “No ocurre tal cosa en La Guaira, que en verdad no es ningún puerto, sino una rada abierta, donde – aunque rara vez el viento muestra demasiada fuerza – el mar está siempre muy picado, de tal forma que en cualquier tiempo el desembarco resulta difícil, y a menudo peligroso”.

     En las primeras líneas de su escrito se interrogó “¿Conque esta es Venezuela, la Pequeña Venecia?” De inmediato agregó que no veía ninguna semejanza entre Venecia y “estas grandes montañas, que parecen amontonadas unas encima de otras por Titanes que quisieran escalar alguna ciudad entre las nubes”. Hizo notar que era un nombre inapropiado y que mejor hubiese sido colocarle un nombre similar a los Pirineos o los Alpes, despojado de su nieve. 

     Al desembarcar, luego de ser auxiliado para pisar tierra por parte de las personas que lo acompañaban, dejó escrito que no existían motivos para entusiasmarse de lo que en el momento observó. “unos edificios oscuros impedían ahora la contemplación de las montañas, y la atmósfera era tan sofocante, y estaba tan impregnada del mefítico aroma del pescado en descomposición y de otros perfumes aún peores, que no había entusiasmo suficientemente poderoso para resistirlo. Sería conveniente que los venezolanos quienes se sienten tan orgullosos de su país y que se muestran tan sensibles ante las observaciones de los extranjeros se preocuparan por acondicionar un desembarcadero más limpio para sus visitantes”.

     Su primera experiencia fue en un hospedaje que no le causó mayor placer, tanto por el calor sofocante como por los olores fétidos que describió al principio. Luego pasó a otro hospedaje que no le disgustó, pero si la comida que servían por estar muy condimentada con ajo. De distracciones en las calles escribió que eran escasas, en especial por las costumbres de los comerciantes alemanes que provenían de Hamburgo y eran los que controlaban la mayor cantidad de negocios.

     En el trayecto hacia Caracas pudo constatar la frescura de la temperatura que variaba a medida que bajaban por la montaña. En medio de su relato describió la impresión que la habían causado algunos nombres utilizados en la comarca, en especial, Trinidad o Dolores. Por el camino se tropezaron con lugares donde vendían aguardiente y en el que los arrieros, carreteros y cocheros se instalaban para  proveerse de un trago. Escribió que los costados de la carretera, de hondos precipicios, causaban en él cierto malestar, en especial, por la forma como el cochero italiano los pasaba.

     Asentó en su texto que la llegada a Caracas le pareció sorpresiva, porque el camino transitado para llegar a ella no permitía visualizarla con claridad. Se hospedó en el hotel San Amande, lugar que describió como una casa cuadrada de dos pisos, cerca de la plaza donde funcionaba el mercado, muy cerca del centro de la capital. La habitación que le correspondió estaba situada frente a un gran salón que servía como comedor. Del lado izquierdo había tres dormitorios que servían para el hostelero y su familia. “El conserje era un negro corpulento que, por haber ocupado anteriormente un puesto en la aduana, conservaba grandes ínfulas de empleado público y se había puesto tan obeso que obstruía completamente la entrada”

El hermoso rostro de las mujeres caraqueñas deslumbra bajo la coquetona mantilla.

El hermoso rostro de las mujeres caraqueñas deslumbra bajo la coquetona mantilla.

     Del hostelero escribió que era una persona muy callada y que había llegado al país en calidad de coleccionista de museo. Había contraído matrimonio con una dama descendiente de ingleses y que había accedido a la instalación del hotel para acumular fortuna. También vivía allí una dama soltera que la mayor parte del tiempo estaba sentada al piano interpretando melodías. En cuanto a la servidumbre estaba compuesta de dos camareras de origen indígena y un mulato. De la cocinera sumó que era una mulata “enormemente gorda”. Describió con palabras halagadoras la habitación y el mobiliario que la acompañaba, además de la pulcritud del lugar.

     Agregó que el primer día fue invitado a cenar en casa de una persona en la que había habitaciones “muy hermosas”. La sala, escribió, contaba con un mobiliario como “el más elegante salón de París”. Observó un patio en la parte central de la casa en cuyo alrededor estaban las habitaciones, con un jardín “con profusión de hermosas flores y una fuente de agua clara”.

     Luego de esta velada, cerca de la medianoche, se había marchado para el hotel que le servía de albergue y donde esperaba descansar sin perturbación alguna. Sin embargo, a las tres de la mañana los ruidos de un campanario alteraron la quietud de la noche. Pensó que los caraqueños anunciaban, de este modo, algún percance como incendios o terremotos, o algún levantamiento armado. Junto con el sonar de las campanas comenzó a escuchar ruidos de cohetes y descargas de mosquetería. Expresó que tuvo la intención de acercarse a la ventana a ver que sucedía, pero el temor a los zancudos y a las niguas le persuadieron a no hacerlo. Espero a que aclarara un poco y ver con sus propios ojos el motivo de tanto ruido y escándalo. Caminó un poco y vio a una multitud que bordeaba una iglesia muy iluminada. 

     De inmediato preguntó de qué se trataba el asunto y le respondieron que era la fiesta de los isleños, “o sea los nativos de las Canarias, quienes forman en Caracas toda una colonia”. Aprovechó esta circunstancia para escribir que, en América del Sur, cada quien tenía un santo patrono, y en homenaje al suyo, los isleños se dieron sus artes para que el sueño huyera de los párpados de todos los que a aquellas horas dormían a pierna suelta en mi barrio”.

     Todavía, a plena luz del día, escribió, los nervios estaban alterados por el tañido de las campanas y los fuegos artificiales, que acompañaban a la jornada de toros coleados y a las procesiones. Sin embargo, esperaba que en algún momento la celebración llegara a su final y la tranquilidad se recuperara. Pero constató que los eventos católicos estaban muy presentes, así que los cohetes y el repicar de campanas fuese frecuente. “Durante semanas enteras, me tocó vivir en medio de semejante bullicio, y nunca logré acostumbrarme, ni disfrutar de aquel sueño gustoso y profundo que Sancho ensalza como la mejor de las mantas”.

     Sin embargo, a pesar de las incomodidades que estas festividades le produjeron agregó que tenían un atractivo para los extranjeros y los visitantes. Esto lo expresó porque, según su versión, el “bello sexo” se mostraba ataviado con indumentaria vistosa, tal como lo constató en la festividad en honor de Nuestra Señora de la Merced. “Para conceder entonces la manzana de oro a la Venus criolla, con preferencia a las demás beldades, tendría uno que poseer la parcialidad de un París, tan hermosos son los rostros que nos deslumbran bajo la coquetona mantilla, y tan graciosas aparecen las figuras que cruzan cimbreantes por las calles”. Ponderó que estos rostros, de mejillas sonrojadas y tez muy blanca, quizá su pudieran apreciar en otros lugares, “pero nunca tan rasgados ojos negros, dientes de tan alucinante blancura, talles tan esbeltos, pies y tobillos de tanta perfección, como los que posee la mujer venezolana”.

     En lo referente a la devoción practicada por estas damas comentó “es cosa que debe descartarse enteramente”. Según su propia convicción, las mujeres salían a la calle “para que las miren”. Mientras los hombres “se reúnen en grupos en las gradas de la iglesia, o forman corro dentro de éstas, para mirar a las mujeres”. De los cuadros que había al interior de las iglesias dijo que no tenían ningún valor. Las imágenes que logró observar dentro de estos recintos le parecieron contrarias al sentido común, “dejando aparte lo que se refiere a la devoción”. En horas del mediodía se realizaban procesiones, encabezadas por eclesiásticos y soldados. “De cuando en cuando, alzan la hostia, y todo el mundo cae de rodillas. Se disparan fusiles y cohetes, y hasta el uso de petardos y buscapiés se considera como señal de devoción en semejantes ocasiones”.

Cuando El Guaire azotaba a los caraqueños

Cuando El Guaire azotaba a los caraqueños

Severos daños por inundaciones sufrieron diversos sectores de la capital en noviembre de 1949, cuando se produjo uno de los más terribles desbordamientos del río capitalino. Una de las infraestructuras más afectadas por el desbordamiento fue el Hipódromo Nacional de El Paraíso. A partir de entonces, la canalización del Guaire se impuso como una necesidad que había que atender con urgencia, para evitar una nueva calamidad social.

Agua y lodo en los Flores de Puente Hierro, una de las zonas de Caracas más afectadas por la inundación.

Agua y lodo en los Flores de Puente Hierro, una de las zonas de Caracas más afectadas por la inundación.

     Mucho antes que se iniciara el proceso de canalización del río Guaire con proyectos que implementaron el Ministerio de Obras Públicas (MOP) y el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) en varias etapas entre los años 1950 y 1980, la población caraqueña padeció diversas calamidades producto de las inundaciones que ocurrían en épocas de lluvia.

     Mucha gente recuerda todavía la tragedia que afectó el suroeste de la ciudad a principios de noviembre de 1949, cuando el río se desbordó y arrasó con edificaciones en zonas de San Agustín, El Conde, Santa Rosalía, Quinta Crespo, El Paraíso y la parroquia San Juan.

    Miles de viviendas fueron arrasadas por la corriente. En el sector Las Flores de Puente Hierro, por ejemplo, la inundación causó estragos en las viviendas de los periodistas Herman “Chiquitín” Ettedgui y Abelardo Raidi, quienes perdieron sus colecciones de trofeos e importantísimas piezas de documentación, fotografías y películas de la historia del deporte venezolano.

     En la edición del 12 de noviembre de 1949, de la revista Elite, el periodista Pedro M. Layatorres, ofreció una interesante crónica del suceso, la cual tituló: “Trágico despertar del Guaire”.

“     Las aguas del río Guaire, desviadas de su cauce, inundaron el viernes 4 de noviembre de 1949 la parte sur de la capital, arrastrando impetuosas todo cuanto hallaron a su paso y poniendo nota de dolor y miseria en la parte más sensible de nuestra sociedad: las clases humildes. El balance de esta inundación –la más grande que se haya registrado en Caracas– es de varios muertos, numerosas casas destruidas, empresas arruinadas, sementeras (siembras) perdidas y el dolor que cae vertical sobre los hogares humildes de aquel sector citadino.

     La inundación fue precedida de un torrencial aguacero desatado en las cabeceras del Guaire. La lluvia se acentuó en Caracas en horas del mediodía. Nadie pudo imaginarse que habría de suceder este desenlace, pues durante la semana había llovido en la ciudad quizás con mayor intensidad que ese día. Las señales de crecida del rio comenzaron a notarse poco antes de las cuatro de la tarde, cuando el hilillo de agua turbia fue invadiendo las riberas en un anticipo de la cuantiosa tragedia.

     Cuando eran las seis de la tarde, toda Caracas vivía una hora de consternación. Las sirenas de las ambulancias cruzaban ágiles las avenidas de la ciudad; aires de preocupación invadieron los ánimos; y todas las instituciones oficiales de seguridad y beneficencia pública desplegaron sus actividades de salvamento. En la región sur de la capital centenares de hogares estaban amenazados de muerte y hundidos en la miseria.

Los depósitos del Ministerio de Educación, en San Martín, fueron arrasados por las aguas, alcanzando pérdidas de más de 40 mil bolívares.

Los depósitos del Ministerio de Educación, en San Martín, fueron arrasados por las aguas, alcanzando pérdidas de más de 40 mil bolívares.

     En un comienzo, las noticias fueron contradictorias y alarmantes. Se hablaba de millares de muertos, derrumbes y estrago total. En medio de este ambiente tormentoso, el Cuerpo de Bomberos, el tren de Radiopatrullas policiales y Militares, el servicio motorizado de la Junta de Beneficencia y elementos particulares, comenzaban la labor de rescate de damnificados, mientras en los hospitales se preparaba la recepción urgente de todos los casos que llegaban.

     Una ligera visita a la zona afectada por la acción de las aguas, permite informar que el Guaire –furioso, tempestuoso– intentaba destrozar aquella parte de Caracas. Una de las zonas más afectadas fue la de El Conde, donde el agua en crecida alcanzó más de cuatro metros de altura. En el Hipódromo Nacional los estragos de la creciente ocasionaron innumerables pérdidas: las cabellerizas fueron destruidas y varios ejemplares hípicos sufrieron serios daños que les inutilizarán para el futuro. La pista fue considerablemente dañada, interrumpiendo la continuación de la presente temporada.

     En la urbanización “Los Molinos” hubo familias que perdieron todas sus pertenencias, igual ocurrió con habitantes de “Las Fuentes”. 

     La Casa de Maternidad “Concepción Palacios” gravemente amenazada, lo mismo que todos los edificios y casas de habitación que quedan situados en línea paralela al rio Guaire en la parte septentrional de la ciudad. Uno de los sitios en donde se registraron mayores destrozos fue el de Puente Restaurador: las pérdidas que ocasionaron a la Línea de Transporte A.R.C. son incalculables. Las aguas derribaron las defensas de los talleres mecánicos, destruyendo numerosos vehículos.

     Mientras las aguas encrespadas corrían veloces, los habitantes de la zona huían despavoridos. Otros contemplaban con dramático gesto cómo la corriente poderosa envolvía animales, árboles y muebles, arrancaba ranchos y ponía tintes de miseria sobre las clases más castigadas de nuestra colectividad.

     Hubo quienes, en un esfuerzo desesperado, trataron de rescatar de las aguas algunas pertenencias; estos fueron presas de la creciente y sufrieron algunos aporreos; otros murieron. Se registraron pérdidas por valor de 40 millones de bolívares.

     El Cuerpo de Bomberos continúa en la labor de rescate de cadáveres sepultados bajo las ruinas, peñascales y matorrales de los sectores afectados por la inundación. Hasta el presente se ha verificado el hallazgo de cuatro personas muertas. Por su parte, las autoridades sanitarias despliegan una gran actividad en cuanto se refiere a la vacunación y aplicación de las medidas preventivas contra cualquier riesgo epidémico. Los Comités de Auxilio trabajan en las labores de recuperación de los hogares desvalidos y toda la ciudadanía ha hecho suyo el dolor que aflige a este gran número de compatriotas sobre cuya existencia recae –riguroso, implacable– el peso de un mal inesperado.

Portada del diario capitalino Últimas Noticias, domingo 6 de noviembre de 1949.

Portada del diario capitalino Últimas Noticias, domingo 6 de noviembre de 1949.

     El Guaire –apacible, inofensivo– que antaño fuera glorificado por la inspiración de más de un poeta romántico, ha recogido su furia. Sus riberas están hoy contemplando la amplitud que proporcionó el destrozo. Ya no figuran a lo largo de su orilla pestilente las casas de cartón y tabla, las cobachas miserables, el dolor de la pobreza, que es signo irónico, que es pestilencia moral sobre el panorama de esta ciudad capital del dólar y del petróleo. El Guaire ha recogido su furia; se ha encargado de acabar en una hora con la miseria que se enseñoreó en sus playas durante muchos años. recorriendo la zona atormentada por la inundación surge una interrogante implacable, violenta: ¿Se pueden exigir responsabilidades?”

     En medio de toda esta confusión y tragedia, no faltaron los que siempre están al acechó de lo ajeno. Los mayores actos vandálicos se registraron en El Paraíso, pero, afortunadamente, las autoridades intervinieron a tiempo para evitar males mayores y poner orden.

Mientras el dolor y la tragedia azotaban a centenares de hogares capitalinos, dos chiquillos aprovechaban la oportunidad para nadar en las aguas turbias de la inundación.

Mientras el dolor y la tragedia azotaban a centenares de hogares capitalinos, dos chiquillos aprovechaban la oportunidad para nadar en las aguas turbias de la inundación.

Contingencia hípica

     Una de las actividades cotidianas que se vieron seriamente afectadas por las inundaciones del año 1949 fueron las carreras de caballos, uno de los entretenimientos favoritos de los caraqueños.

      La crecida del río Guaire convirtió en una inmensa laguna los terrenos del Hipódromo Nacional de El Paraíso. La fuerte corriente se llevó a más de un centenar de ejemplares equinos alojados en las diferentes caballerizas, los cuales fueron apareciendo en diferentes sectores de la ciudad.

     El periodista Alberto “Tapatapa” Hidalgo, especialista en la fuente de hipismo, publicó amena crónica en la edición dominical del 6 de noviembre de 1949 del diario “Últimas Noticias”, de la cual reproducimos los aspectos más interesantes, bajo el título: “Confusión y Tragedia en el Hipódromo”.

     “Caimán, el campeón de la temporada, no sufrió ningún daño. Baedo, el caballo que más dinero ha ganado en la historia de nuestra hípica, estuvo a punto de perecer – Sufrió fuerte golpe en una de sus patas – Alrededor de nueve millones de bolívares en caballos estuvieron a punto de perderse­ – En el cuartel “Ambrosio Plaza” fueron alojados la mayoría de los purasangres.

Las enfurecidas aguas del rio Guaire arrasaron con todo a su paso.

Las enfurecidas aguas del rio Guaire arrasaron con todo a su paso.

     Las viejas caballerizas ubicadas en la parte sur, corrientemente conocidas como la de Los Pinos, en las cuales se hallan los ejemplares pertenecientes al señor Manuel Fonseca y también a los hermanos Neri y algunos otros purasangres como Bonnieblue, Trébol, etc., que cuida el preparador Arturo Muñoz, no sufrieron ningún daño.

     También las otras cuadras adyacentes al paddock, y que limitan con la salida de los 1.400 metros, donde se encuentran los ejemplares de los hermanos París, del doctor Stelling, Rafael Peraza Alemán, Juan Franco, Federico de la Madriz y otros, tampoco sufrieron en absoluto, ya que como es sabido, se encuentran bastante alejadas de la ribera del río.

     Alrededor de nueve millones de bolívares, que es el promedio del capital invertido en caballos finasangres, corrieron el grave riesgo de perderse en la violenta inundación.
Muchos preparadores y encargados de “cuadras” empezaron desde temprano a tomar medidas de precaución cuand vieron que el crecimiento de las aguas comenzó a desbordarse del cauce normal.

     Pero de manera violenta, en un periquete, sin dar tiempo de nada, las aguas penetraron violentamente en las caballerizas alcanzando un nivel alarmante. Apenas hubo tiempo de abrir las puertas de los “boxs” y soltar a los caballos en pleno campo; otros fueron arrollados por la fuerte corriente, creando un estado de alarma y confusión espantosos. Muchos peones estuvieron a punto de perecer ahogados; despavoridos apenas tuvieron tiempo de acordarse de los animales bajo sus cuidos.

     Caimán fue uno de los que menos daños sufrió, ya que fue puesto a salvo desde temprano; primero estuvo alojado en los jardines de la Asociación Hípica de Propietarios, junto con otros, después fue trasladado a la caballeriza de “La Cochera”.

     El caballo que más dinero ha ganado en el Hipódromo Nacional, el gran Haedo, sufrió fuertes golpes en la pata izquierda trasera, y se teme por su futuro como corredor activo.

     Buen Amigo apareció en las calles de San Agustín en la mañana del día siguiente. Igualmente se notificó que en la Jefatura de San Agustín se encontraban dos ejemplares y en El Peaje transitaban por las calles otros.

     Entre las personas que mejor contribuyeron a las tareas de salvamento, se mencionaban al jinete Perfecto Antonio Chapellín y el señor Jorge Escobar, quienes, a riesgo de sus propias vidas, no regatearon su aporte en las actividades que exigían las circunstancias.

La iglesia de Las Mercedes

La iglesia de Las Mercedes

Por José Manuel Castillo

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

     “El primer convento de religiosos mercedarios de Caracas (orden fundada en 1218 por Jaime I de Aragón, San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, para la redención de cautivos) fue instalado por licencia en 1638 en una hospedería que se hallaba en la actual parroquia San Juan, que entonces era un despoblado, en el camino a los valles de Aragua. Nuestra Señora de las Mercedes ha sido reconocida Virgen Redentora de cautivos, patrona de la mariana ciudad de Caracas, por el Cabildo de Venezuela en 1638. Se la invocó como patrona de la ciudad, en una célebre plaga de la ahorra del cacao, deliberando el Cabildo “que convenía tomar y elegir un Santo por abogado que interviniese por Dios N. S. en las plagas”. Desde esa época existía la llamada limosna o diezmo del cacao que todos los agricultores aportaban de sus cosechas, costumbre que ha caído en desuso.

     El terremoto de 1641 arruinó la hospedería y sobre las ruinas se quiso levantar una iglesia; obras que fueron interrumpidas por no tener las licencias, por orden del Ilmo. Sr. Don Fray Mauro de Tovar, Obispo. En 1642 se recibieron las licencias, pero no se empezó a construir el convento hasta en 1651, en un arrabal de la ciudad. En 1681 se trasladó el convento a la represa del Catuche, en la prolongación de la calle de San Sebastián. El 21 de octubre de 1766, la veleidosa naturaleza temblaba de nuevo a las 4 de la mañana, pero no pereció ningún habitante, lo que se atribuyó a especial protección de la Virgen, cuya imagen se encontraba de visita en la Catedral. 

     Esta imagen era la primitiva llamada “La Guaricha”. Después de las reparaciones en el templo, fue llevada a su iglesia y el Cabildo regaló una hermosa plancha o tarjeta de plata con labores doradas, estilo barroco, que se coloca todos los años a los pies de la Virgen en la fiesta conmemorativa. Desde 1766 la Virgen de las Mercedes es reconocida además Patrona de los terremotos. Antes de 1812, el templo era el mejor de Caracas y el edificio era llamado “Casa Grande”. Constaba de tres naves y diez altares. Por esa época Don Andrés Bello visitaba con frecuencia el convento donde hizo sus estudios de humanidades con las lecciones de Fray Cristóbal de Quesada. Sabido es que su tío materno Don Ambrosio López era mercedario.

     El terremoto de 1812 produjo la muerte de la mayor parte de los frailes. Las ruinas persistieron hasta que se demolieron completamente y desde entonces se separaron la iglesia, la residencia y los jardines. La reconstrucción del templo se debe a los esfuerzos del Pbro. Jacinto Madelaine que no tuvo la dicha de ver terminada su obra, pues murió en 1856 y el edificio fue abierto al público en marzo de 1857. El padre Madelaine fue enterrado a los pies del altar de la Virgen.

     Otras obras se realizaron por disposición del 21 de setiembre de 1883, del general Antonio Guzmán Blanco, según planos del arquitecto señor Juan Hurtado Manrique. En dicha disposición se ordenaba la compra de sillas, ternos, araña de 24 luces, de un órgano, del altar mayor y de otras imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y de Jesús Crucificado.

     El general Joaquín Crespo también dispuso que un altar que se había traído de París fuese destinado a la Catedral y el que había en ésta, se instalase en Las Mercedes. El que había en esta última fue llevado a la iglesia del Corazón de Jesús. Las torres fueron construidas en 1886. En cuanto a la primera imagen, leemos en Arístides Rojas que “aguijoneados los caraqueños por la vanidad, se cansaron de la antigua imagen y resolvieron adquirir una escultura cuyo modelo fuese caraqueño, estimando que ninguna imagen traída del extranjero debería ser reverenciada, sino otra fabricada en el suelo patrio. Fue entonces cuando se colocó la imagen llamada “La Grande” y la primitiva confiada a la señora Mercedes Toro de Jugo Ramírez. El altar de estilo bizantino constaba de cuatro columnas y las cuatro virtudes teologales. En 1891 se autorizó a los PP. Capuchinos su entrada en Venezuela para la civilización de los indios de la Goajira y Guayana. Vinieron a iniciativa del Iltmo. Sr. Uzcátegui y les fue cedido el rectorado de la iglesia. En 1895 se les cedía la iglesia misma con sus dependencias, siendo superior el R. P Francisco de Amorabieta.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

     En 1898 Caracas sufrió una intensa epidemia de viruela y los Capuchinos dieron una muestra más de su constante celo, mereciendo que el Gobernador les diese un solemne voto de gracias, así como a las Hermanas de San José de Tarbes, por la asistencia personal eficaz y graciosa cooperación prestada al Gobierno. En 1893 y 1898 se ejecutaron diversas reformas y se aumentó la colección de imágenes con otras traídas de Barcelona de España: San José, regalo del doctor Rojas Paúl; el Nazareno con su Cruz, bellísima escultura regalada por doña Manuela Gorrondona de Power; Santa Teresa de Jesús, regalo de la señora Pilar de Sabater; San Lorenzo de Brindisi, donación de la familia Cabrera.

     En 1899 se hicieron mejoras en el interior y el decorado fue ejecutado bajo la dirección del señor Corrado.

     La construcción de la gruta de la Virgen de Lourdes fue decidida en 1898 por el R. P. Baltasar de Lodares, Superior de la Residencia. Fue construida por Pedro Barnola, maestro de obras y Terciario franciscano, bendecida el 30 de octubre de 1898, ensanchada en 1900 por cesión del terreno que hizo el Concejo Municipal. La verja exterior fue armada en 1900.

     En 1909 se restauró la fachada. El pintor Agüin fue el autor del cuadro de grandes dimensiones representando el Tránsito de N. S. P. San Francisco que se encontraba en el presbiterio. Una nueva imagen de las Mercedes fue colocada, regalo del doctor Márquez Bustillos. La actual fachada es de estilo Renacimiento, con 8 columnas dóricas, un escudo de la Merced en el tímpano y dos torres estilo corintio.

     Hay un cuadro del “Sermón de la Montaña” ejecutado por Antonio José Carranza; otro sin terminar, “El Misterio de la Anunciación”, por Mauri; otro de “La Huída a Egipto”. Otros cuadros representan a San Ignacio, San Francisco de Paula, la Magdalena, Santo Domingo de Guzmán. El órgano fue traído de Francia, regalado por la señora Rosaura de Santana, y fue consagrado el 17 de septiembre de 1914 por el Obispo del Zulia doctor Arturo Celestino Álvarez.

     En el templo han sido sepultados, además del R. P. Madeleine, en 1872 Don José Rafael Revenga y otras personas de su familia, Don Gerardo Monagas, hijo del general José Gregorio Monagas, el general Francisco Conde, el General José María Otero Padilla. En las torres hay cuatro campanas de 1754 y 1799 del primitivo convento y dos modernas. En la biblioteca de los Padres se cuentan más de 4.000 volúmenes y un hermoso museo de Historia Natural. En esta iglesia se han verificado siempre grandes solemnidades, una de las más señaladas es la de la Virgen del Valle. Los PP. Capuchinos fundaron la V. O. T en 1894. También tuvo lugar en esta iglesia el primer homenaje en Caracas a Santa Teresita del Niño Jesús el 30 de septiembre de 1925. La estatua en la parte superior del frontis es de singular belleza. LA iglesia está actualmente vacía por reformas completas del interior”.

Vida doméstica caraqueña

Vida doméstica caraqueña

Las mujeres caraqueñas realizan el lavado de ropa en las orillas de los ríos.

Las mujeres caraqueñas realizan el lavado de ropa en las orillas de los ríos.

     El periodista estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911), autor del libro Venezuela, país de eterno verano (1896), dejó escrito que una “buena casa”, con todas las comodidades cuya construcción fuese de material consistente podía costar entre veinte o veinticinco mil dólares, “y dura para siempre”. Resaltó que en las casas no había estufa ni calefacción y que el combustible para cocinar era el carbón.

     En cuanto a la cantidad de criados o sirvientes utilizados para atender los quehaceres hogareños, en especial en los hogares de la gente de mayores recursos económicos, en lo referente a este aspecto subrayó que: “En Venezuela se necesitan más criados que en nuestro país o en Europa, y no están bien educados, pero su paga es mucho menor”.

     Indicó que se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas muy bajas. Si eran hombres los que se contrataban para mayordomos, cocineros o criado la paga era de siete u ocho dólares al mes. En cuanto al lavado de la ropa observó que la realizaban las mujeres a orillas de los ríos. “Transportan la ropa en cestas sobre sus cabezas, en camino y de vuelta, la lavan en el agua fría de la corriente, la baten contra las piedras hasta casi acabar con los botones y la extienden sobre la grama a escurrirse”. Constató que en las casas se lavaba utilizando bateas y agua caliente, pero en toda Venezuela no hay nada que se parezca a un tendedero ni a una tabla de lavar”. Agregó que en el patio trasero de algunas casas había un estanque preparado con piedras y cemento. En él se lavaba la ropa y había piedras de gran tamaño similares a las balas de cañón o a una auyama en las que se tendía la ropa para que se secara. En cuanto a este hábito escribió: “Algunos norteamericanos han intentado introducir repetidas veces máquinas de lavar y tendederos, pero es imposible inducir a las mujeres a usarlos, pues prefieren sus propios y embarazosos métodos”.

     Según su particular visión de los trabajadores añadió que, existía un inveterado temor a las innovaciones, “particularmente contra las máquinas y los artefactos que suavizan el trabajo”.

     En este orden de ideas, expresó que no había manera de convencer a un peón que, en vez de llevar muebles pesados y baúles entre dos hombres con una especie de andas, sostenidas sobre sus hombros, utilizaran carretillas. Otro ejemplo que ofreció de lo que denominó miedo a las innovaciones fue el de los instrumentos de trabajo utilizados por quienes araban la tierra. Así, ratificó que los agricultores del lugar trabajaban la tierra con un palo curvo provisto de un mango, “exactamente como lo hacían los egipcios en tiempo de Moisés y nada puede inducirlos a adoptar el moderno asador de acero de dos mangos”.

En la Caracas del siglo XIX se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas de dinero muy bajas.

En la Caracas del siglo XIX se podía contratar personas para el servicio doméstico por sumas de dinero muy bajas.

     Ante esta circunstancia agregó que Antonio Guzmán Blanco había buscado la manera de introducir nuevas y modernas tecnologías que redundaran en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés. Se mostró convencido que ese espíritu temeroso de innovaciones serviría para explicar porque aún el café y el azúcar se transportaban a lomo de mula. Se mostró sorprendido de esta modalidad de transporte y que no se hiciera uso del ferrocarril, además que se pagara con monedas y no con cheques para hacer transacciones comerciales, “y esconden el dinero debajo de troncos viejos o en las hendiduras de los techos, en lugar de depositarlo en los bancos para ganar intereses y aumentar el circulante”.

     En su descripción sumó el que ni obreros ni mecánicos tuvieran idea del trabajo mecanizado. En lo que se refiere al trabajo con la madera y la ebanistería se llevaba a cabo de forma manual.

     No dejó de destacar la inexistencia de un taller de cepillado o una fábrica de marcos o de ventanas, así como que todos los muebles y gabinetes estuviesen elaborados de la misma manera. “Siempre se encontrará uno con que las cerraduras están colocadas en el marco o que la cuenca del pestillo está atornillada a la puerta o que los cerrojos están invariablemente invertidos”. Agregó que cuando se llamaba la atención sobre esta costumbre la respuesta recibida era que hacerlo de tal modo era una costumbre venezolana.

     Observó cómo era el proceso para la construcción de las casas. En este sentido agregó que, cuando se edificaba una casa, lo fuera de un piso o dos, se levantaban primero las paredes de mayor grosor al nivel mayor de altura y luego se perforaban para introducir los extremos de las vigas y de las maderas de los pisos. “A un constructor jamás se le ocurriría pensar que sería mucho más fácil colocar las maderas en los muros a medida que se dispongan los ladrillos”.

     En su reseña, Curtis no parece haber dejado ningún cabo suelto acerca de las dificultades para hablar de Caracas y de Venezuela en términos de un país moderno y con aspiraciones de civilización. Sumó a sus consideraciones lo relacionado con las criadas y el trabajo que debían desarrollar en las casas donde eran contratados sus servicios. “Al emplear una nueva criada, el patrón deberá instruirla en todos sus deberes el primer día”. Sumó a esta consideración que estas instrucciones le servirían para llevar a cabo sus tareas en los días subsiguientes, sin alteración alguna. 

     Para ratificar esta disposición, contó que al llegar al hotel donde se hospedaba desde su llegada a Caracas, pidió un vaso de leche. A los días siguientes, se lo volvían a llevar a pesar de haber advertido que no quería leche, pero continuaban llevándoselo.

     De manera inmediata escribió que el hotel, que le servía de morada, contaba con timbres eléctricos para comunicarse con los criados. Dejó anotado que el primer día hizo un pedido y un muchacho había cumplido con llevárselo. Sin embargo, a la siguiente mañana volvió a utilizar el timbre para ser atendido un requerimiento de su parte. Pero nadie había contestado al llamado. Al ver que no atendían a su llamado, decidió dirigirse al comedor donde encontró a media docena de criados allí reunidos. Ante esto escribió:

– ¿Es que acaso no escucharon mi llamada? -, pregunté.

– Si señor -, fue la respuesta.

– ¿Entonces por qué no acudieron?

– El muchacho que atiende las llamadas de su excelencia fue al mercado con el amo.

– Pero ustedes sabían que no estaba y han debido de venir en su lugar.

– No, señor, ésa es su ocupación. “Yo contesto las llamadas del caballero del cuarto vecino””.

En los alrededores de la Plaza Bolívar se pueden apreciar diversas edificaciones de interés, entre ellas, la Casa Amarilla, la Catedral y el Capitolio.

En los alrededores de la Plaza Bolívar se pueden apreciar diversas edificaciones de interés, entre ellas, la Casa Amarilla, la Catedral y el Capitolio.

     A Curtis le pareció irritante esta actitud. Agregó que mientras permaneció en el hotel tuvo que ser objeto de tal costumbre y que, por más intentos realizados, nunca logró ser atendido por otra persona distinta a la asignada para él. Algo parecido le sucedió con el desayuno que le era llevado a su habitación por parte de una nativa llamada Paula. En este sentido, recordó que un día, cuando se preparaba para ir de excursión, decidió dirigirse al comedor a las seis de la mañana. Aunque estaban algunos criados, ninguno le satisfizo su petición porque no lo tenían asignado como huésped a atender. En esa oportunidad fueron a levantar de la cama a Paula para que le sirviera su desayuno. “Era su oficio llevarme café y ningún otro criado lo habría hecho. Pero, en general, aparte de esta terca adhesión a la costumbre, los criados son honestos, dóciles y obedientes. Paula era especialmente merecedora y solícita, y el aire majestuoso con que se movía, era gracioso”.

     A propósito de edificaciones sacralizadas en Caracas mencionó el caso de un “viejo edificio” que rememoraba el pasado patriota de los venezolanos. Describió que una de sus fachadas daba a la Plaza Bolívar y que desde sus ventanas podía verse la antigua catedral, una estatua ecuestre del Libertador, cincelada con un procedimiento similar a la estructurada en honor a Andrew Jackson al frente de la Casa Blanca en Washington, y la Casa Amarilla en la que habita Antonio Guzmán Blanco. Agregó que opuesto a la portada oeste del edificio, se encontraba el Palacio Federal o Capitolio donde se reunía el congreso y se llevaban a cabo ceremonias oficiales. “Actualmente es el Cabildo de la ciudad, asiento del gobierno municipal, pero solía ser la residencia del gobernador cuando el país era colonia de España”.

     Bajo este contexto pasó a narrar lo acontecido el 5 de julio de 1811 en un capítulo denominado “La cuna de la Independencia suramericana”. Luego de describir la parte interna de esta edificación y lo que en ella se encontraba, relacionado con la historia política del país, pasó a reseñar cómo eran los matrimonios civiles en el país, siendo Guzmán Blanco presidente. Expuso que el rito civil del matrimonio era el único legalmente reconocido por el gobierno venezolano, “aunque casi todo el mundo acude después a la Iglesia para que el sacerdote santifique la boda”.

     Presentó a sus potenciales lectores que el gobernador del distrito, los jueces de las cortes, los jueces de paz y algunos otros magistrados estaban autorizados para celebrar la ceremonia, aunque todos los actos matrimoniales debían hacerse en estas instalaciones y los padres o testigos escogidos deben firmar el acta de matrimonio. 

El presidente Antonio Guzmán Blanco introdujo nuevas y modernas tecnologías que redundaron en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés.

El presidente Antonio Guzmán Blanco introdujo nuevas y modernas tecnologías que redundaron en una mayor productividad, no sólo en el campo sino en otras áreas de vital interés.

     Contó que antes de la realización de la ceremonia, se debía adquirir una licencia en el registro principal de la ciudad y que se colocaba un aviso público por el lapso de diez días. En la parte de afuera del edificio se instalaba una cartelera en la cual se daban a conocer las uniones maritales que se realizarían, “y los que pasan por la calle, invariablemente se detienen a ver cuál de sus amigos espera verse ´amarrado´”.

     De acuerdo con su narración, ya pasados los diez días la pareja casamentera acudía con elegantes atuendos y en compañía de amigos o allegados. “Luego van a la iglesia. La hora preferida para los matrimonios es las nueve de la mañana o temprano al anochecer, y generalmente hay una multitud de curiosos reunidos a las puertas esperando ver el cortejo”.

     Comparó este ceremonial con los realizados y practicados en los Estados Unidos de los que vio gran similitud. El juez, el gobernador, o quien estuviera en el acto leía primero los contenidos de la ley a los contrayentes. De inmediato se pasaba a leer la licencia que ofrecía el aspecto legal del ceremonial. En ella se estampaba la edad, el lugar de nacimiento y el oficio o profesión de los contrayentes. Luego los novios juraban cumplir con lo estipulado en la ley, al igual que los padres o los testigos.

     Luego de terminar con esta formalidad legal el juez o gobernador se llevaba aparte a la novia a quien preguntaba si estaba actuando de manera independiente y no coaccionada por otros. En caso de responder NO procedía a preguntar al novio y le ofrecía la posibilidad de retractarse si así lo deseaba. Luego, con la anuencia de los novios, los declaraba marido y mujer. Según lo que observó, indicó que en algunas ocasiones el juez besaba a la novia. “Esto depende de las circunstancias. Si la conoce bien y si es bonita, entonces le da un saludo, como ellos dicen; y por lo general hay muchos saludos y sollozos y enjugarse las lágrimas entre las mujeres, mientras que los hombres se abrazan y se dicen ¡Amigo! ¡Amigo! Uno al otro, lo que significa lo mismo en inglés”.

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