Una mirada al camino de La Guaira a Caracas

Una mirada al camino de La Guaira a Caracas

El periodista estadounidense William Duane, en su obra “Viaje a Colombia en los años 1822-1823”, relata su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes.

El periodista estadounidense William Duane, en su obra “Viaje a Colombia en los años 1822-1823”, relata su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes.

     Durante la centuria del 1500 se generalizó el uso del concepto Arte Apodémico para hacer referencia al viaje sustentado en un método. Gracias a impresores y editores este arte se fue extendiendo entre quienes tenían en el viaje una forma de apropiarse de nuevos valores culturales, un aprendizaje y mostrarse ante otro como personas conocedoras del mundo. Se trató de un método para recoger información así como que era necesario privilegiar en el relato que se daría a conocer entre potenciales lectores.

     En un conocido texto de 1626 Francis Bacon (1561-1626), quien había sido canciller de Inglaterra e impulsor del empirismo filosófico, recomendó a los viajeros llevar consigo un cuaderno de anotaciones para poder estampar todo aquello que pudieran observar en su travesía. En Sobre el Viaje (1626) dejó escrito que viajar era, entre los jóvenes un componente axial de su educación. Entre los adultos formaba parte de su experiencia. En este orden señaló que quien viajaba a un país entes de haber accedido a su lengua, iba a la escuela, no a viajar.

     Del mismo orden recomendaba en su texto que las cosas que se deberían observar eran las cortes de los príncipes, los tribunales de justicia, las iglesias, los monumentos, las murallas y fortificaciones, los puertos, las antigüedades, las ruinas y las bibliotecas. Igualmente, debía prestar atención a las universidades, los barcos mercantes y de guerra, casas y jardines, armerías y arsenales, comercios y almacenes, el ejercicio de la equitación, la esgrima y la instrucción de los soldados, las comedias de mejor calidad, los tesoros de joyas, los vestidos y rarezas, así como triunfos, mascaradas, fiestas, bodas y ejecuciones capitales.

     Fue durante el 1700 que se comenzó a generalizar la necesidad de encontrar lo “pintoresco” y con lo que se privilegió la observación de la vida cotidiana. Surgió conjuntamente con el romanticismo en Inglaterra. Cuando se hacía referencia a lo pintoresco se dirigía la mirada a lo interesante por su tipicidad y particularidad, así como a algunas disposiciones que se tenían como expresiones extravagantes, pero interesantes para el viajero narrador.

     No todos los relatos de viajeros resultan ser una pormenorizada descripción de lo observado. Algunos viajeros, como el caso de William Duane (1760-1835), mostraban mayor acuciosidad e intentos de explicación a mucho de lo que observó. Por lo general, Duane recurría a las comparaciones de lo que en su mente se había imaginado encontrar en estos territorios, frente a lo que con su presencia constató.

     Su descripción desplegada en Viaje a Colombia en los años 1822-1823 muestra el rigor al lado de expresar la mayor cantidad de detalles de lo que iba observando en estas tierras. En su tránsito por la vía que conducía de La Guaira hacia Caracas expuso algunos pormenores de él a su llegada a la Provincia de Caracas. Uno de los aspectos que resaltó fue el uso de mulas para el traslado de personas y bienes. De esta circunstancia dejó escrito que todo transporte de objetos y enseres se hacía a lomo de mulas, el extranjero que no contara con la ayuda o servicios de un amigo, “como el que tuvimos la fortuna de encontrar”, tendría que llegar a un acuerdo con los comerciantes de La Guaira, “proverbialmente corteses y atentos”, cuya experiencia era de gran utilidad para “protegerse de las bellaquerías de los arrieros locales, similares a los que suelen encontrarse en cualquier parte del mundo donde dicho gremio sea muy numeroso”.

En el siglo XIX, la utilización de los servicios de arrieros para el transporte de mercancías de La Guaira a Caracas, o viceversa, era costoso.

En el siglo XIX, la utilización de los servicios de arrieros para el transporte de mercancías de La Guaira a Caracas, o viceversa, era costoso.

     A propósito de esta situación agregó que en todas las ciudades, aldeas o pueblos los usos arraigados, que habían adquirido fuerza de ley por ser consuetudinarios, imponían que fuesen las autoridades civiles o militares las que debían ordenar el suministro de transporte. Esto, de acuerdo con su convencimiento, debería ser lo usual, pero si el viajero se proponía ahorrar en su viaje debería hacer lo que Duane y los suyos escogieron, comparar las mulas que utilizarían como transporte así fuese a un alto precio, tal cual fue su experiencia, “en vez de correr el riesgo de someterse a las demoras que son características de la conducta de dichos arrieros, cuando están seguros de la impunidad”.

     Bajo este contexto escribió que si los comerciantes requerían utilizar los servicios de un arriero para el transporte de sus mercancías mantenían una costumbre con la cual eludir los abusos de los arrieros. 

     En este orden agregó que si se hacía la solicitud de transporte con la mediación de un alcalde éste estaba en la obligación de llevar a efecto la solicitud y cumplimiento del servició. Si un arriero quería cobrar más de lo que estaba establecido se informaba al alcalde para hacerlo entrar en razón y así se podría solucionar el problema. No obstante, pudo constatar que muchas veces, al requerir mulas para el transporte, los alcaldes eran los dueños “encubiertos” de las mismas. Si no ocurría así, “es posible que en su simple condición de ser humano, sujeto al mal humor, a índole perversa o por haberse formado una falsa idea de la importancia de su cargo, se sienta inclinado a abusar de la paciencia del prójimo, o incluso a reírse de las reclamaciones de la persona a quien desconsideramente perjudique, simplemente porque se considera facultado para hacerlo”.

     En una suerte de justificación indicó que en todos los países existían costumbres y abusos los cuales eran causa de queja. Pero, tal como él lo presenció, el remedio podía resultar peor que la enfermedad, como el caso de la República de Colombia donde se experimentaba la connivencia entre alcaldes y arrieros o cocheros descorteses. Dijo que conocía este problema más que por experiencia propia que por lo que terceras personas le habían relatado. Contó que en las pocas ocasiones que algo parecido le sucedió él recurría a su paciencia para no entrar en diatribas con infractores de las leyes. Terminó expresando que le recomendaba a todo viajero a que adquiriera las mulas y no recurriera al alquiler de ellas. Luego de utilizarlas le quedaba la opción de venderlas a buen precio.

Duane describió el camino de La Guaira a Caracas como una vía bien pavimentada, con trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

Duane describió el camino de La Guaira a Caracas como una vía bien pavimentada, con trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

     Antes de describir el trayecto que debió transitar desde Maiquetía hasta Caracas hizo una consideración relacionada con la mirada del otro que bien vale la pena reduplicar. Reseñó que le habían presentado la esposa del “comandante” y a la madre de aquella a la que calificó como una matrona a la que “encontramos dedicada a labores de aguja”. De igual manera, describió un niño que se encontraba con ellas, “un hermoso crío de unos dos años”. Niño a quien subió al caballo y lo sentó en sus piernas. Señaló que el infante estaba completamente desnudo, a la usanza de los niños de “Asia”. Agregó que algunas personas mojigatas, las que posiblemente pudieran leer las líneas por él delineadas, criticarían esta costumbre de dejar desnudos a los niños. Esto lo indujo a realizar una consideración ética de acuerdo con la cual las costumbres de cada pueblo son el cartabón por el cual se rige su moral. Por tanto, sus prácticas y costumbres no podían ser juzgadas de acuerdo con las de otros países, porque en raras ocasiones revelaban mayor o menor moralidad. 

     “En realidad, no se trataba de ninguna falta de escrúpulos por parte de la madre, pues ella estaba educada en esa forma, y quienes consideren intolerables tales hábitos, deben abstenerse de viajar por las diversas regiones de Asia y de la América del Sur, donde nadie considera indecente la desnudez de un niño”.

     De la ruta desde La Guaira a Caracas expresó que era poco lo que se podía agregar a lo ya descrito por Alejandro von Humboldt. Sin embargo, señaló que era una vía “excelentemente pavimentada”. Escribió, además, que no se corría ningún riesgo en el trayecto. Tampoco había declives exagerados en las subidas o bajadas, “pues el camino, además de estar bien pavimentado, aparece trazado en transversales y zigzags, que, si bien hacen aumentar la extensión del recorrido, permiten efectuar el ascenso de forma gradual y fácil”.

     Sumó a estas consideraciones que durante el ascenso por la Sierra del Ávila se experimentaba un gran placer debido al paisaje que rodea la vía por su belleza, “y pueden ser observados constantemente por el viajero, sin necesidad de estar pendiente del andar de la mula”. Sin embargo, adujo que para el viajero era muy placentera la marcha, no así para el comerciante y los dueños de haciendas. Aunque tenía información que algunos trayectos habían sido ensanchados eso no sucedía en toda la travesía de la vía hacia Caracas.

Al comenzar a bajar hacia Caracas y llegar a La Pastora, se puede apreciar el valle de Chacao y Petare.

Al comenzar a bajar hacia Caracas y llegar a La Pastora, se puede apreciar el valle de Chacao y Petare.

     Los lugares por donde transitó mostraban cafetos acompañados de árboles de bananos de cuya sombra se protegían los cafetales. De éstos expresó que eran objeto de mucha curiosidad entre los viajeros, en especial para los que nunca habían visitado territorios tropicales, por la presencia de arroyos de aguas muy cristalinas y que servían para nutrir las plantas que allí se desarrollaban.

     A medida que avanzaban, dejó anotado, las curvas eran menos pronunciadas. Ya cerca del descenso decidió junto con sus acompañantes parar un momento para contemplar de manera más firme el paisaje. Dejó escrito que al suspender la marcha y admirar el paisaje experimentó una sensación de un espectáculo, quizás uno de los pocos de mayor interés por la hermosura que mostraba. Comparó lo que visualizaba con pasajes representados por la historia universal sobre Babilonia. De Caracas escribió que presentaba un aura luminosa al apreciar las calles que descendían del norte hacia la falda de la montaña en el lado sur. El río Guaire lo asoció con una especie de corriente de azogue a través de un tubo transparente, “brillando y jugueteando con los rayos del sol a medida que avanzaba de poniente a oriente”.

     De las calles que iban en declive estaban trazadas en ángulo recto, extendidas de este a oeste. Hacia la parte occidental, oriental y del sur pudo visualizar siembras de colores, entre la que destacó las de tono amarillento propio de la caña de azúcar, tintes diferentes de la cebada, el verde oscuro de los maizales y grupos macizos de naranjales. Hacia la parte más baja de la ciudad, al lado derecho del Guaire, visualizó un tipo de vegetación que llamó su atención. Era un conjunto de altozanos o colinas que le parecieron más bien obra humana que proveniente de la dinámica natural.

     Al alcanzar La Pastora, donde estaba instalada una aduana, relató que el lugar mostraba desolación. De inmediato refirió que el desamparo que se experimentaba en la zona provenía del último movimiento sísmico que había sufrido esta comarca en 1812. Desde esta localidad pudo apreciar el valle de Chacao y Petare. Llegaron luego a la calle Carabobo cuyo trazado iba de norte a sur.

     En el camino que los llevaría a la capital se les unieron otros viajeros, entre ellos doña Antonia Bolívar. Relató que ésta los había invitado a su casa y allí disfrutaron de refrescos abundantes, y tuvo la oportunidad de presenciar el cordial recibimiento que se le dispensó a la señora Antonia por parte de amigos y allegados. “Constituía realmente un espectáculo encantador ver a esta gentil dama rodeada de un numeroso grupo de conocidos de ambos sexos, viejos y jóvenes, dándole la bienvenida por su retorno a la ciudad nativa”. Le pareció un momento muy grato y que no encontraba manera de expresar de forma apropiada lo que experimentó en ese momento en casa de la señora Bolívar.

De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

En 138 años de vida republicana, desde 1830 hasta 1958, se ha entablado un campeonato de frases laudatorias para los mandatarios. Desde Bolívar hasta pasar por Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez y Pérez Jiménez, los más adulados.

     “La miel no le amarga a nadie. Frase vieja, pero real. Sobre todo, en Venezuela ha tenido su vigencia en todas las épocas desde Simón Bolívar, hasta pasar por José Antonio Páez, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Raimundo Andueza Palacio, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, los más adulados. Cuando menos se pensaba los presidentes, tal vez con buenos propósitos, se inflaban como globos por el “abaniqueo”, como lo llamara alguien.

     Es un microbio que se mete por los oídos. En todas las épocas siempre ha estado presente en una u otra forma. Se ha rendido incienso de palabra a los Dictadores y Soberanos, pero también a los demás, a los democráticos. Vi besar la orla de un gabán a uno de estos últimos personajes. El corazón me dio un vuelco, adulación rastrera.

     Pero cuando ésta no existe los mismos gobernantes la fabrican. Uno de estos ministros democráticos le quitó el saludo a un amigo, sin decir por qué. Después lo supo: “porque no me has ido a ver”.

     La señora del general Falcón (muy adulado) dijo en una ocasión que Caracas era “una ciudad muy zalamera y adulante y que por lo tanto no vivía en ella”. Ha sido la primera dama más digna en nuestra historia. Despreciaba la vanidad.

     Creo que el escándalo de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) sobre el caso de la adulación de los periodistas venezolanos estuvo exagerado. Si ellos no hacen una sesión nadie se acuerda de lo que aquellos dijeron. Son frases de almanaque. Peores eran los costosos regalos que algunos intelectuales, o no intelectuales, hacían en Navidad para los de arriba. La casa de Marcos Pérez Jiménez, de Laureano Vallenilla Planchart, de Silvio Gutiérrez, etc., parecían quincallas. Dicen que había costosas vajillas hasta debajo de las camas. Ramos de flores encima de los techos. Arbolitos de Navidad multiplicados en los parques.

     La adulación tan, peligrosa se da en todos los órdenes. He visto caballeros entrecruzarse cestas de Navidad con champaña y bombones. ¡Qué horror! ¿Y dónde está la varonía de este país? Pues era de un simple empleado a un empresario para que le sostuviera el cargo. Se adula a los millonarios, a los directores, pero ¡claro! especialmente a los políticos.

Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

Simón Bolívar

     “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

     El pueblo endiosa hoy lo que ha de condenar mañana. Y viceversa. Hasta Bolívar fue su víctima más distinguida. Se quejó de ingratitud hasta su muerte.

     Cuando se le dio el título de Libertador todo Caracas lo tuvo a sus pies. Senda de rosas, vítores, alabanzas. La gente no cabía en el Templo de San Francisco. Para entonces era un real templo, con su bella fachada, estilo renacimiento, hoy desaparecida.

–Eres nuestro libertador. ¡Viva!

     Un año después se endiosaba al terrible Boves. Y como no era oportuno que se le llevara también a San Francisco, se prefirió la Catedral, templo con más tradición y más bombo. Los mismos de ayer gritaban: ¡Oh, Boves, eres nuestro Salvador! ¡Viva!

     Con nuestro Libertador parece haberse agotado el vocabulario de los bonitos epítetos. El los analizaba rechazando en tiempos de “guerra a muerte” el de Pacificador. Una vez en un pueblo de Colombia un orador no encontraba como elogiarlo y lo llamó con estas grandes palabras: ¡Santísima Trinidad!

A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

Antonio Guzmán Blanco

     “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. . . etc., etc.”. Su progenitor, Antonio Leocadio, al verle llegar a la Presidencia le aduló, aplicándole aquella frase del padre Eterno: “He aquí a mi amado hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”.

     Al inaugurar la línea telegráfica de Caracas a Petare, lo saludaron con estas inscripciones en forma de arcos: “Eres más grande que Napoleón Bonaparte, porque Napoleón fue vencido en Waterloo y tú no has sido vencido nunca”.

     “Eres superior a Moisés porque Moisés hizo manar agua de una roca y tú la has hecho brotar de todas partes”.

     “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

     Cuando inauguró el acueducto de Valencia, los arcos decían lo siguiente: “Habló Guzmán Blanco y las aguas cambiando su curso secular vinieron a calmar la sed de nuestros labios”.

     “Las aguas de Guataparo al llegar a Valencia murmuraron en su corriente el nombre de Guzmán Blanco”.

     “El rico, el pobre, el poderoso, el desvalido al llevar a sus labios la copa de la salud bendicen el nombre de Guzmán Blanco”. Ciertos periodistas que habían sido invitados al acto de inauguración exclamaron: “Y ahora ¿qué podemos decir nosotros? ¡Esta gente nos ganó!”

     De pronto le asqueaban las adulaciones y al recibir una de Mariano Aldrey, director de La Opinión Nacional, la tiró al suelo diciendo: “¡Hasta cuándo tantas adulancias, ¡qué tiene que hacer la América con nuestros títulos para que me llamen Ilustre Americano! ¿Regenerador, donde existe la regeneración? ¿Pacificador, qué vale eso cuando así llaman a Morillo?!”

     Los que supieron esto le hicieron la guerra a los de la “adoración perpetua”. “Viles adulantes” –los llamaban. Meses después ellos mismos entraban a formar parte del “desagravio nacional” a Guzmán, por el derrocamiento de las estatuas.

     Al empezar el año de 1887, Guzmán quiso pulsar la opinión de la prensa contraria. Aparecieron “El Yunque” y “El Fígaro”, periódicos combativos. Como empezaron a insultar de manera alarmante, Guzmán le decía al Gobernador de Carabobo: “No haga usted caso de esta prensa ni de sus escritores, ni de los que con ellos nos maldicen. Son momias de aquel odio antediluviano, fósiles del rencor de aquellos tiempos enterrados por los sangrientos triunfos de la guerra larga y sepultados con apoteosis tan gloriosa para la causa liberal como son la Regeneración, la Reivindicación, el último bienio y la Aclamación”.

     José María Vargas Vila, el escritor colombiano, fue uno de los que más le aduló. Llamó a su despotismo “el más fecundo de América”. Decía que oprimía, “pero no como una losa de sepulcro sino como un jinete oprime los lomos de un corcel indómito, al aire libre, el horizonte abierto, andando siempre, avanzando cada día y sorprendiendo con progreso el brillo de la aurora”. Y añadía esta loca frase: “impuso sobre la paz la tumba de la libertad e incapaz de romper el yugo de un pueblo se conformó con hacerlo de oro y rutilante gema”.

     Y como casi siempre pasa, con la adulación quebró la voluntad del Déspota. Cuando el poeta Rafael Arvelo estuvo caído sus amigos le instaban a rehabilitarse. E hizo una apuesta. Ya verían que con dos palabras bonitas “de adulación” él volvería a estar arriba. A los pocos días se presentó ante Guzmán a saludarlo. El Dictador lo miró despectivamente, como siempre. Y el poeta exclamó esta halagadora frase: “¡Hasta en lo malcriado se parece al Libertador!”.

     A los pocos días era Senador. La adulación, esa arma tan peligrosa, había dejado su huella.

Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

Cipriano Castro

     “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc. El gran escritor Vicente Blanco Ibáñez dijo de él: “el aguilucho voló de los Andes y llegó al mar para hacer más heroica su tierra que ya era heroica de por sí”.

     El rebelde Rufino Blanco Fombona se rindió a sus pies. Cierta vez en que Castro se quejó de que el pantalón le quedaba estrecho, díjole Rufino: “¡Cómo puede usted caber en su pantalón si no cabe en la América!”. Salcedo Ochoa, uno de los panegiristas, escribió: “¿Quién es ese hombre que así ha vencido en su patria y en el exterior por la alteza de su carácter?, me decía un americano distinguido, el cual tenía una idea triste de la América del Sur. 

     Ese hombre, señor, es un esfuerzo de mi pueblo, ese hombre es el más modesto de mi patria siendo el más fuerte –. Pero entonces, yo estaba engañado con su país. Me habían dicho que Venezuela tuvo un gran hombre: Simón Bolívar y nadie más. – Si, le contesté, pero Cipriano castro es el heredero de Bolívar”.

     Pedro María Cárdenas escribió un telegrama: “Con Castro y por Castro todo resulta bien, pues él es el bien mismo. Con castro se puede ir hasta el Averno, porque con él hasta en el mismo antro fatídico soplan resplandores de gloria”. De Carnevali Monreal: “Bolívar ambicionó la corona y no la merecía. Castro la merece por mil títulos y no la codicia”.

     El Padre Borges le dijo en una carta: “sin la gran luz de su inteligencia irradiando en las alturas del Capitolio se obscurecen todos los horizontes de la patria. El sol no crece en la noche”.

     Su ministro de Relaciones Interiores, Zoilo Bello Rodríguez, adulaba a Doña Zoila Bello de Castro en estos términos: “somos tocayos por lo de Zoila y por lo de Bello”. (Luego un escritor venezolano descubrió que ella se llamaba Zoila Martínez).

     De Alberto Fombona Palacio: “Castro como Caudillo se impuso a los Generales; como Dictador se impuso a la República; como defensor de la honra nacional se impuso al mundo; como Restaurador de la Patria cautivó la voluntad de todas las clases sociales. Sus glorias más que de él, son glorias de Venezuela. EL OPUS MAGNUN va en su diestra formidable. ¡Bátanle palmas los pueblos agradecidos!”.

Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

 Juan Vicente Gómez

 

     “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Pacificador, El Caudillo de Diciembre, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Hombre Fuerte y Bueno, El Cóndor Andino, El Caudillo de Hierro, El héroe de 1908, El Cincinato de Venezuela, El Hábil Estadista, El Jefe Supremo, El Jefe de la orden del Busto del Libertador, etc., etc., etc.”.

     Grandes poetas le cantaron como el más insigne de los trovadores, Villaespesa: “porque si tú, Bolívar, nos distes las glorias de la fuera. Tú, Juan Vicente, nos distes las glorias de la paz”.

      El hombre fuerte le premió su clase con medio millón de bolívares, valía la pena. Nuestro gran poeta Arvelo Larriva glosando una expresión de Santos Chocano, le dijo una vez: “porque tú tienes de Cristo y de Mahoma”.

     Un célebre francés le escribió un artículo diciendo que las carreteras construidas por Gómez “eran las mejores del mundo”. Cuando se construyó el Acueducto del Guárico se le dijo esta frase en un discurso: “el pueblo está cerca de él y él es como Bolívar: una luz en el pueblo”.

     De El Nuevo Diario entresacamos esta frase en su loa: “hombre que se ha levantado con la aurora y baña su patria con el sudor de su frente”. De Sociales: “Actualmente se encuentra en el Hotel Alemania y le rinden homenaje más de doscientas personas que se queman ante él como el incienso. También se están quemando fuegos artificiales en su honor”.

     El general Gómez era ajeno a las adulaciones y cuando la Misión Francesa le vino a condecorar con la Legión de Honor, la recibió en el potrero de una de sus haciendas a las doce del día. Al irse le dijo el Dr. Itriago Chacín: “Pero General, ¿no cree usted que ha debido observarse un poquito más de protocolo?”. A lo que contestó el General Gómez: “lo hice expreso, para que no hubiera discursos”. De esas infinitas genuflexiones de la sociedad ante Gómez está llena la historia. No ha habido hombre más tenido ni más respetado. Un día pregunta a alguien la hora y ese otro le contesta: “¡las que usted diga, mi General!”

     Se le comparó a Bolívar y se elogió su paz: “Y mientras Juan Vicente viva, habrá paz en Venezuela a cualquier precio”. Hombre con suerte hasta merecer elogios de su hombría de muchos de los que vejó y torturó. Gómez fue el hombre que recibió más honores. Tiene un busto en Hamburgo por su “neutralidad” cuando la primera guerra europea, aunque esto no puede considerarse como adulancia.

     Gómez llegó al extremo de echarle bendiciones a los curas, antes de que los curas se las echaran a él. Cuando salía del Te Deum en Maracay repartía bendiciones a diestra y siniestra y nadie contestaba. Le gustaba que lo dejaran solo y le desagradaban las continuas genuflexiones. Una vez le dio un cargo a un conocido poeta y como éste siguiera detrás de él adulándolo, exclamó: –A este hay que quitarlo porque pasa más tiempo detrás de mí que en su cargo.

     Cuando algún caballero se presentaba en Las Delicias luciendo gabán nuevo murmuraba: ¡este es uno que anda buscando que lo nombren ministro! Y como siempre en El Nuevo Diario la frase tantas veces repetida de Gobierno en Gobierno: “los cambios que se han operado en Venezuela han sido tan extraordinarios que no tienen paralelo en nuestra historia”.

Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

Marcos Pérez Jiménez

 

     “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General. El Nuevo Ideal”, etc., etc., etc.

     Se dice que imitaba a Gómez en muchas cosas, hasta en su preferencia de tomar agua del Castaño. Un día alguien le dijo que en todo se parecía al viejo General. El soberbio le contestó: –¡Si, pero yo soy Pérez Jiménez!

     La mayoría de sus aduladores fueron mediocres. No hay frases sonoras de talento, que queden sonando en los oídos por los fueros de la adulación. Creo que buena parte de los periodistas execrados y expulsados pudieran ser reemplazados por los que le adularon con regalos costosos y le decían a toda hora que “no había hombre más grande que él”. Son los Vallenilla, los Spinetti, los Silvio Gutiérrez, los Pinzón.

     Sin embargo, el húngaro Tarnoy le escribió el mamotreto de una biografía que le valió la administración del Hotel Jardín, en Maracay. El Dictador se ablandó.

     “El Coronel del pueblo siente la pulsación de los obreros y campesinos, su horizonte no se cierra dentro de los valles de Caracas. Pérez Jiménez sabe bien que las luces de neón que brillan en multicolor de mil maravillas sobre la capital nocturna, son solamente una decoración local. Su mirada vuela sin ondas de televisión sobre las aldeas tristes de la tierra venezolana, atraviesa los llanos, sube las montañas andinas, visita los ranchos de los pobres y quizás se encuentre alguna vez con San Agathon, que le preguntará: ¿has salvado hoy algún pobre enfermo más? Salva otro, Venezuela necesita hombres fuertes”.

     José Boada Alvins dijo en El Heraldo: “Durante los cinco años del régimen que preside el General Pérez Jiménez, la República ha vivido su época más fructífera, más venturosa. Contraponiendo a la anarquía del pasado la realización de una política administrativa, constructiva y bienhechora, el Gobierno del Nuevo Ideal Nacional ha traducido sus gestiones en un conjunto de obras de tal magnitud que como dilatada y repetidamente se ha conocido en todo el mundo, se le considera como la entidad estatal que más positivas y eficaces iniciativas ha desarrollado en beneficio de una nación”.

     Novellino y Juan Uslar Pietri lo compararon con Bolívar. Sus frases sin talento no quedaron resonando en el ambiente. Olivares Figueroa dijo: “Marcos Pérez Jiménez garantiza cuanto representa un verdadero avance, porque las iniciativas para madurar exigen comprensión y un medio propicio”. Manuel García Hernández escribió sobre las inauguraciones: “cuando las tijeras cortan las cintas para inaugurar las obras, es que se sabe de su existencia real. Desde luego que no es esto común en el mundo y menos en el suramericano e imposible en los países encuadrados en el trópico, pues aprovechan algunos gobernantes cualquier colocación de ladrillos, cualquier detalle de una construcción para exaltar sus nombres y sus jerarquías a cumbres a las cuales no pudieron llegar ni sus mismos héroes nacionales. Eso es vivir en un estado de simple mediocridad de la cual huye el presidente de la República”.

     De Humberto Spinetti: “Quienes consideran que Pérez Jiménez debe continuar dirigiendo los destinos de Venezuela entienden qué significan las autopistas, las carreteras, los edificios, la canalización de ríos y lagos. Es por eso por lo que millones de venezolanos, desde el hombre de ciencia y el hombre que cumple merecedora labor con el tractor, quieren que Pérez Jiménez continúe siendo el presidente de los venezolanos”.

     Santiago Hernández Yépez dijo que “Pérez Jiménez es un jefe de Estado ejemplar”. Cova García añade que “la disciplina, el orden, el respeto, la consideración, el mérito han logrado su puesto en esta nueva Venezuela que ha surgido al compás del tambor de la Semana de la Patria”.

     Vitelio Reyes lo llamó “el gran varón” y le dedicó dos días antes de caer el Gobierno su Biografía sobre Páez. Críspulo González Puccini habla de “la preciosa doctrina del régimen: el nuevo, Ideal Nacional. Realidad solemne en la transformación del medio físico. Dentro de esos principios actúa Pérez Jiménez”.

     Y así, tanto “El Heraldo” como “La Calle” traían cada día el elogio para sus obras públicas. Miguel Ángel García lo llamó “el hombre insustituible”. Pero para Pérez Jiménez, el hombre ansioso de oro, aquellas frases no decían mucho. Podría asegurarse que despreciaba a los intelectuales. Al principio quiso atraérselos, después los olvidó. Para él valía más una acción en una poderosa compañía o portentosos cheques de dólares que la repulida frase de un escritor. Ordenaba, eso sí, grandes ediciones informativas de su obra. A Amelita Góngora se le pagó “Trescientos mil bolívares, viajes a Europa, a cien dólares diarios con pasajes, por hacer unas pesadas y voluminosas ediciones de puras fotografías de paisajes venezolanos. ¿Es Amelita una intelectual? No, sencillamente era una cara bonita”.

     El intelectual con toda su vida de sacrificios y su talento no estaba en el programa del dictador Pérez Jiménez. Por eso algunos de sus más constantes panegiristas, como García Hernández, quedó pobre. Mientras la AVP lo execraba, el hilvanador de grandes adjetivos no tenía qué comer. Nadie lo creyó. Alguien dijo: ¿por qué venderse tan barato? He aquí el problema y el peligro de la adulancia. No hay que venderse tampoco por altos precios, porque los que aparentemente no adulaban tenían todos los contratos y todas las prebendas.

     Pero las adulaciones de los señores ministros y los “intermediarios” de jugosos negocios se contaban como arena. Se adulaba con hermosos y costosísimos regalos. A la señora de Pérez Jiménez se le envió en esta última Navidad un arbolito diminuto que costaba medio millón de bolívares. –No es posible, podría argüir alguien. –Pero sí lo es. El tal arbolito: no mayor de medio metro, estaba dotado de especialísimas bombillas y adornos. Cada uno era una cara gema: un brillante, una perla, una aguamarina, una esmeralda, un rubí. La boca se hacía agua. Pues bien, era el árbol de la adulación para la señora del hombre poderoso y uno de los tantos regalos que le enviaba el gabinete”.

FUENTES CONSULTADAS

Elite. Caracas, 29 de marzo de 1958

    Hábitos, periódicos y ceremonias

    Hábitos, periódicos y ceremonias

    Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

    Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

         Venezuela la tierra donde siempre es verano muestra lo que su autor, William Eleroy Curtis (1850-1911), observó de Caracas y algunas regiones del país en las postrimerías del mandato gubernamental de Antonio Guzmán Blanco y la presidencia de Rojas Paúl. Esta crónica sirve para una aproximación a lo que la Venezuela del momento experimentaba a través de varios de los integrantes de la sociedad caraqueña. De los descendientes de españoles directos puso a la vista de sus potenciales lectores que conservaban algunas costumbres de antaño. Sin embargo, los viajes al exterior al lado del contacto con forasteros y la dinámica social de una antigua colonia española ofrecían atributos que Curtis precisó en su escrito.

         Destacó que las rígidas costumbres de la antigua aristocracia española habían experimentado algunos cambios bajo el influjo de dinámicas modernas. Expuso como un ejemplo de estos cambios que años antes se consideraba impropio visitar a una dama de familia sin que estuvieran presentes sus progenitores o esposos. Constató que si alguna dama recibía la visita de un caballero en su casa a solas su reputación quedaba en entredicho. “Pero nada de eso rige ahora. Siempre se espera que los caballeros visiten a las esposas y a las hijas de sus amigos, y como nunca es oportuno hacerlo en días de negocios, se escogen los domingos por la tarde, cuando las señoras permanecen siempre en su casa para recibirlos”.

         De igual manera sucedía si una joven recibía la visita de un joven caballero. Para el momento de la observación de Curtis ya no era imprescindible la presencia de los padres para recibir la visita y tampoco la presencia de una dama de compañía, sino que eran recibidos tal cual sucedía en los Estados Unidos, de acuerdo con sus anotaciones. “Antes solía ser necesario que un joven cortejara a su enamorada a través de su padre, pero hoy día se toma el asunto en sus propias manos y se ´sienta´ con su enamorada igual que lo haría en Massachusetts o en Illinois”.

         Agregó que no era bien visto que una dama asistiera sin compañía al teatro o a otros lugares de diversión públicos, menos a bailes o fiestas ya que para ellos si requerían de una dama de compañía. Aunque durante el día podían caminar solas por la calle, “puede pasear con su prometido y llevarlo de compras con ella, y hasta podrían tomarse un helado si tuvieran una oportunidad”.

         Puso a la vista de los lectores que en Caracas había sitios donde se podía beber una limonada. Indicó que se podía adquirir soda inglesa, aunque la servían caliente. De igual manera se conseguían artículos de consumo llamados helados. Para él no tenían el mismo gusto que los helados de su país y consistían en un poco de jugo de piña diluido y congelado en una copa de hielo. “Es flojo e insípido, pero a los nativos parece gustarle este tipo de cosas y gastan todo su dinero en saciar su apetito que merecería algo mejor, y los que han estado en Nueva York y han tomado soda y han comido helados, siempre hablan de esto como de uno de los encantos de la vida norteamericana”.

         Escribió que las señoras caraqueñas recibían y dispensaban visitas, al igual que las de los Estados Unidos, a parientes y amigos. En sus casas se ofrecían bailes, ágapes, cenas, tés y veladas musicales, entre otros encuentros de “buen gusto” según dejó anotado. Aunque preparaban picnics al aire libre, preferían los encuentros bajo el techo de sus hogares. También las excursiones a las haciendas de café eran muy frecuentes. Según precisó Curtis, los encuentros en el momento de su estadía eran más fáciles de realizarse gracias a la comunicación telefónica. Uno de los sitios de preferencia era Antímano donde la temperatura era mucho más baja que la de Caracas, “y donde hay parques y huertos privados hermosamente dispuestos, embellecidos con plantas, flores y frutas tropicales”.

    El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

    El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

    Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

    Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

    Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

    Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

         A propósito de este lugar anotó que el general Antonio Guzmán Blanco poseía una gran mansión, en la que pasaba algunas temporadas y ofrecía espléndidos agasajos. Gracias a una ruta de ferrocarril de Caracas a Antímano hacía muy fácil el trayecto para llegar a su propiedad, así como el tránsito de carruajes era posible gracias al buen estado de la vía. De la casa que habitaba en Caracas señaló que era muy elegante. La describió como algo parecido a un vapor de cabotaje, con maderas doradas y filigranas, con paisajes y escenas domésticas estampadas en los entrepaños de las puertas y paredes de los salones. “Su comedor es uno de los más imponentes a los que he entrado alguna vez, pero lo arruina el hecho de que este decorado con tanta cursilería y con el despliegue de tanta porcelana china y vajillas de plata dispuestas sobre aparadores y repisas”.

         Llamó su atención de manera especial la cantidad de retratos del mismo Guzmán Blanco a lo largo del salón. Comparó este afán de promoción de sí mismo con Catalina segunda de Rusia quien también tuvo a su servicio una gran cantidad de pintores y artistas para que estamparan sus imágenes en el lienzo. Aunque no era sólo en casa del Ilustre Americano que se podían ver sus retratos, porque en ministerios y oficinas públicas sucedía igual. También pudo apreciar como en casas particulares había retratos del mismo gobernante en las paredes de los salones de ellas. Sumó a su descripción que uno de los ornamentos más llamativos en la casa de Guzmán Blanco era un retrato, del tamaño natural, de James G. Blaine (1830-1893), congresista y secretario de estado estadounidense. Retrato que se había traído de una visita a Washington en 1884.

         Por otra parte, de los periódicos en Venezuela expresó que no circulaban muchos en Venezuela. En Caracas observó que había cerca de media docena en circulación, “pero sólo tres o cuatro merecen llamarse por ese nombre”. De las publicaciones periódicas indicó que surgían en momentos de diatribas locales y que desaparecían cuando las disputas desaparecían. A ello agregó los que circulaban a la luz de campañas políticas. “Sus columnas aparecen atiborradas de los más bajos elogios para el hombre que los mantiene, argumentos en favor de su elección, una semblanza actual de su vida, esquelas anónimas o firmadas por sus amigos recomendándole ante los electores, arengas suyas aquí y allá, y otros artículos calculados para mantener en alto su popularidad y atraerle votos”.

         Describió que cada aspirante propiciaba su propia publicación o también de amigos vinculados con el poder establecido. De estas publicaciones, que Curtis denominó “volantes pasajeros”, solo circulaban en tiempos de elecciones y de ganar el que los auspiciaba podían tener una existencia más duradera. Señaló que hacía poco tiempo no existía la prensa libre, pero al momento de su visita a Venezuela coincidió con la libertad de prensa. Esto fue posible gracias a la salida del poder de Guzmán Blanco. En este orden de ideas, se detuvo en uno de los medios impresos llamado El Diario de Caracas del que expresó había sido dirigido con gran “habilidad”.

    La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

    La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

         La pericia o táctica a la que hizo referencia era la de apoyar al gobernante de turno, tal como había acontecido con Guzmán Blanco en su momento. De este mismo impreso indicó que no recibía despachos cablegráficos, sino que se dedicaba a publicar unos cuantos telegramas que recibía de otros lugares de la república y que recogía de forma gratuita de envíos gubernamentales. De las cartas que se publicaban en él añadió que eran amenas y provenían de Europa y de diversos lugares del país. En el mismo impreso se daban a conocer asuntos relacionados con decretos presidenciales y relaciones de funcionarios del gobierno. Los editoriales iban en tres o cuatro columnas, al igual que las historias que aparecían en serie por cada edición. Del estilo de las crónicas que en él observó indicó que eran amenas y que no mostraban el intento de causar sensación. En lo referente a los ingresos monetarios que sustentaban su existencia expuso que los avisos publicitarios les generaban, a sus editores, buenos dividendos.

         Enumeró las características de otros medios impresos como “El Pregonero” del que expresó que sus editoriales eran temerarios y eran escritos en un tono de gravedad. Otro impreso era El Liberal que mostraba noticias relacionadas con el mercado y asuntos propios de los intercambios comerciales. “En los periódicos se publica una buena cantidad de poemas inéditos, y con frecuencia, ensayos sobre los temas más abstrusos, así como debates políticos, sociales y teológicos. Los anuncios le resultarían graciosos a cualquier lector americano”.

         Luego de reseñar algunos anuncios y obituarios dedicó unas líneas a lo que dio en llamar curiosas costumbres funerarias que, de acuerdo con su percepción, estuvieron presentes en los últimos años y ligadas con la herencia de los españoles. Expuso que los funerales que vio en Caracas se llevaban a cabo a la usanza de los de Estados Unidos. Sin embargo, si los difuntos provenían de la antigua prosapia borbónica la usanza tradicional era la que se imponía. En Caracas se veían las mayores innovaciones en las costumbres, no así en otras ciudades del país.

         Describió que al morir una persona de cierta posición social, se acostumbraba que sus deudos distribuyeran tarjetas de participación e invitación para el sepelio. Las invitaciones se llevaban a casa de los invitados y el encargado de ello era un empleado de la agencia funeraria. “Estos mensajeros van de medias largas, calzones cortos, chaleco y casaca, toda de seda negra, y tricornios de los que cuelgan por detrás largas tiras de crespón. Esta lóbrega librea cobra cierta alegría cuando se le cose un cordón de plata sobre las costuras del pantalón, alrededor de las mangas de la casaca y del sombrero, y si el difunto es un niño, llevan corbata y guantes blancos, en vez de negros, y un chaleco blanco”.

         Por otro lado, se seleccionaba entre los parientes más cercanos al difunto y sus más íntimos amigos para los servicios que se llevaban a cabo en las casas. Mientras que la invitación de los que iban para la iglesia era de un mayor número. Cuando finalizaba la ceremonia en la casa, se tenía la costumbre de escoger a alguna persona, por lo general hombres, para que ofreciera un testimonio escrito a favor de la memoria del difunto. Luego de haber sido leído ante los concurrentes se doblaba y se depositaba en el ataúd antes de ser cerrado de manera definitiva. Describió que el cadáver era luego trasladado hasta la iglesia, donde se oficiaba una misa, y de ahí pasaban al cementerio. Indicó que las personas que habían sido invitadas a la casa volvían, después del sepelio, al mismo lugar para disfrutar de un almuerzo o cena que era acompañada de vinos y otras complacencias.

         Durante los diez días siguientes era usual que los asistentes al funeral se acercaran a dar sus condolencias a la viuda o viudo junto con sus hijos. Sobre los cementerios describió que estaban rodeados de altos muros. El lugar donde se depositaban los ataúdes los comparó con palomares muy grandes. Eran lugares que se alquilaban por un período de un año o se podían adquirir como morada definitiva. Existía, igualmente, un cementerio para personas de menor poder económico, donde existía una fosa común denominada El Carnero. Al final anotó el nombre del cementerio, con curiosidad y gracia, llamado El Paraíso.

    Juan Avilán: pionero del periodismo gráfico

    Juan Avilán: pionero del periodismo gráfico

    El dirigente deportivo Jesús Berra lo condecoró por su prolongada actividad en el mundo de los deportes.

    El dirigente deportivo Jesús Berra lo condecoró por su prolongada actividad en el mundo de los deportes.

    “El “Viejo” Avilán, como se le conocía entre sus amistades de manera cariñosa, nació en Petare en el año 1896. Hijo de una familia humilde, desde los primeros tiempos en que empezara a corretear por el burgo mirandino, sus progenitores se dieron a la tarea de encauzar al joven Juan Agustín por ese camino por el cual su inquietud artística se perfilaba de manera extraordinaria. Los balbuceos profesionales de la fotografía le atraían con verdadera devoción y bajo la sabia escuela del consagrado Manuel Delhom, aprendió lo que necesitaba para dar el paso definitivo en el terreno de las gráficas fablistanes. La experiencia aprendida en las aulas de sus andanzas por la Caracas aún de techos rojos, le sirvió para que su nombre se mencionara con interés cuando de fotografías se tratara. A los quince años tan solo, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio, en una Caracas nocturna bulliciosa y casi provinciana, con ocasión de celebrarse el centenario de nuestra Carta Magna. Era el año de 1911. De la misma manera que en aquella oportunidad, infinidad de fotografías de inestimable valor fueron tomadas por el bisoño artista, quien ya exhibía con natural orgullo la majestuosa estampa de bronce heroico en la Plaza Bolívar, en otra placa tomada desde los balcones de la Casa Amarilla. Juan Agustín Avilán se hallaba por fin de manera definitiva en ese trayecto que desde su infancia quería trasponer para llegar a donde su tesón y naturales dotes le condujeron.

         Y en “El Constitucional” por vez primera estampa bajo sus fotos ese nombre que durante 68 años ininterrumpidos avalarán avalará sus trabajos profesionales. Después pasará a “El Nuevo Diario”, donde pondrá de manifiesto su clara visión y poco comunes cualidades de periodista, trazando desde entonces las bases para la nueva escuela donde la agilidad y el continuismo de las gráficas, pondrán al reportero en condiciones de mostrar el cambio radical que se estaba operando en la prensa capitalina. Es el periodismo moderno que, al pasar de los tiempos, se hará casi perfecto hasta llegar a la madurez actual.

         Ya ha dejado de colaborar en el periódico del puertorriqueño Gumersindo Rivas, para frecuentar la casona donde Aguerrevere y Juan de Guruceaga, junto con el inolvidable Raúl Carrasquel y Valverde, están dando los últimos toques a una revista que llamarán Élite.

         Otro colaborador y fundador de la popular revista “Billiken”, el costumbrista y gran caraqueño de pintoresca e interesante vida, Lucas Manzano, lo acompaña. Para Juan Agustín Avilán, esta publicación fundada en 1919, también le es familiar y con esa experiencia adquirida en varios años de ardua labor, los editores de Principal a Santa Capilla piensan que su adquisición es casi imprescindible. Desde entonces, nuestro hoy llamado “Viejo” constituyó una institución en el periodismo gráfico, estando considerado ya como fundador de la primera revista venezolana, Élite, la cual, con sobrados méritos, se ha situado a la cabeza de todas las del país.

    Avilán nació en Petare en 1896 y falleció en Caracas a los 67 años.

    Avilán nació en Petare en 1896 y falleció en Caracas a los 67 años.

         “. . .Una revista más. . . ¿Y por qué no? . . .” Así rezaba la presentación de aquel primer número que apareció un 17 de septiembre de 1925. El teléfono de la redacción –un inefable número 200– está siempre ocupado. Por la reducida sala donde la jocosa conversación del “espadachín” Carrasquel se deja oír sobre todas, desfilan efectivamente la “élite” de los plumarios de entonces: Eugenio Méndez Mendoza, Alberto Arrieta, Fernando Paz Castillo, Francisco Pimentel, Luis de Oteyza, Pedro Sotillo, Rómulo Gallegos. . . y tantos otros que alcanzaron la gloria de los predestinados a exhibirla.

         Los comentarios de la prensa capitalina en una cordialísima pugna de alabanzas, donde aún no se conoce la envidia ni la solapada intención malsana, felicitan a los editores y al personal de Redacción: “El Nuevo Diario” . . . “El Universal” . . . “El Heraldo” . . . “Excelsior” . . . “El Sol” . . . “Fantoches” . . ., son los paladines de la hidalguía y el reconocimiento hacia un colega que hoy a los 39 años de fundado, ha visto desfilar por sus mesas de redacción a los más insignes maestros de la literatura nacional y continental.

         Junto a éstas está inolvidable uno de sus fundadores, Juan Agustín Avilán, el amable “Viejo”.

         La madurez del Maestro está en su cumbre. Un año después de la muerte del general Juan Vicente Gómez, a mediados de 1936, junto a Luis Barrios Cruz, funda con tan amplios conocimientos en esa materia, un diario. 

    En 1911, a los quince años, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio.

    En 1911, a los quince años, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio.

         Se llama “Ahora”, dando de manera definitiva el espaldarazo profesional al periodismo venezolano con una nueva tónica, donde con su evolución abre definitivamente las puertas al profesionalismo, desterrando para siempre los manidos moldes de la factura provinciana. Ocho años más dedica sus esfuerzos al mejoramiento del periodismo, mostrando la maravillosa concepción de sus fotografías y rodeándose de una juventud que espera conocer de él lo que con tanto entusiasmo aprendiera en el arte de Lumiere.

         Y en el año 1943, junto a otro veterano en el deporte –que también constituyó su primordial afán profesional– Herman Ettedgui ponen en circulación la revista “Mundo Deportivo”, un semanario distinto, profusamente documentado, con numerosas fotos sobre deportes, donde ambos ponen de manifiesto los amplios conocimientos en este renglón que tanto arraigo ya tiene entre los venezolanos. Mucho les debe Venezuela a estos dos esforzados paladines del deporte, que, en escalas distintas, pero en un mismo paralelo, supieron ensalzarlo con sus valiosas colaboraciones.

    Esta foto es una manifiesta demostración de la capacidad profesional del maestro Juan Avilán .

    Esta foto es una manifiesta demostración de la capacidad profesional del maestro Juan Avilán .

         Tras un breve paréntesis, después de cinco años de labores, vuelve Juan Agustín a aparecer en “La Fusta”. Habrán de pasar varios años con estas actividades, hasta que hace escasamente dos, decide someter su nervio a un merecido descanso, entreteniendo sus ocios en una casita que ha adquirido en el vecino punto litoralense de Camurí. Muchas veces lo hemos visto bajo la flor de cayena leyendo sosegadamente, extasiándose con el bello paisaje donde tuvieron asiento las bravas comunidades indígenas.

         Acaso pensara en sus andanzas por tierras de la patria o el extranjero, sus afanes artísticos y sus luchas profesionales, sonriendo al recuerdo grato de sus pioneras aventuras cinematográficas, cuando al igual que el inquieto Lucas Manzano con aquel film –casi prehistórico– “La Danza de las Cayenas” también él ensayó el éxito en la pantalla de plata con otro trasunto de rancio sabor hogareño: “El relicario de la abuelita”.

         Murió el “Viejo” Juan Agustín Avilán!!

         En su bolsillo un rollo fotográfico; en su rostro la serena expresión de la bondad y en el recuerdo el imperecedero cariño de los que tuvimos la inmensa fortuna de haberlo tratado.

         No pudo siquiera disfrutar del último retrato que hiciera en el Litoral. A las puertas de su hogar, en la Caracas que tanto amara, cayó fulminado. Sus ojos dejaron de ver los cielos serenos de la patria y el cerebro se negó a concebir la idea creadora de su arte. Un derrame cerebral ha privado a Venezuela de un artista que supo iluminar a centenares de fotógrafos aquella senda que desde el burgo mirandino de Petare aprendió a querer con fanatismo.

         Acompañando a los restos, los rostros compungidos de muchos alumnos y compañeros de trabajo expresaban con su mutismo el inmenso dolor que les producía ese tránsito inevitable. El insustituible fotógrafo, maestro del periodismo moderno, excelente amigo y mejor patriota, inolvidable caballero para todos los venezolanos que conocieron su bonhomía, ese vacío será imposible de llenar, porque Avilán sólo hubo uno a quien llamábamos “El Viejo”. Y para alcanzar este cariñoso calificativo, tienen que pasar muchos años, lograr su experiencia y exhibir muchos créditos de dignidad profesional. Junto a la fosa abierta y el “aparta inferís” de la liturgia mortuoria, la plegaria muda de los que le acompañaron. Después, los cielos puros de una mañana radiante se abrieron esplendorosos inundando de sol las flores de brillantes colores que adornaron los paisajes de la patria tantas veces recorrida con su prodigioso lente. Eran las mismas que en generosa ofrenda habrían de acompañarle hasta el último recinto donde descansará bajo ellas: Juan Agustín Avilán, “El Viejo”, quien falleció en 1964, a los 68 años”.


    * Nombre que, aparentemente, es un seudónimo

    FUENTES CONSULTADAS

    Élite. Caracas, 21 de marzo de 1964

      Pasaje Edificio Zingg

      Pasaje Edificio Zingg

      Primer centro comercial de Venezuela, en el que "Caracas aprendió a subir escaleras sin levantar los pies", debido a sus novedosas escaleras mecánicas, las primeras del país.

      Primer centro comercial de Venezuela, en el que «Caracas aprendió a subir escaleras sin levantar los pies», debido a sus novedosas escaleras mecánicas, las primeras del país.

           “En diciembre de 1953, este elegante Pasaje, que comunica la calle de Sociedad a Traposos con la de Camejo a Colón. Este Pasaje es para uso de la ciudadanía en general, pueden transitar libremente en él los elementos que así lo deseen, bien para su comodidad, para acortar espacio de tiempo de ir de un lugar a otro, para hacer uso de sus varios servicios públicos, o simplemente porque tenga necesidad de surtirse de cualquier artículo, en los numerosos almacenes que en dicho Pasaje están establecidos.

           El Pasaje está dividido en dos Plantas, provisto de escaleras automáticas, que son las primeras y únicas que existen en Caracas, y tiene 30 locales para comercio, de bella presentación y la mayoría de ellos ya ocupados por distintos negocios.

           En el Pasaje funciona la única sucursal de correos del centro, que todo el mundo puede usar, así como las oficinas de Cables y Teléfonos Públicos. 

           También está instalado el Royal Bank of Canadá, Agencia de Viajes, Agencia de Publicidad, Joyería, Tienda de modas para damas, Tienda de ropa para niños, Artículos de cuero, Foto-Estudio, Negocio de fiambres finos, Establecimiento para la venta de artículos de regalo, Tienda de artículos domésticos, Agencia de Loterías, etc., que proporcionan al pasaje afluencia de público, entretenimiento para los viandantes, y que dan vida a aquel lugar primoroso enclavado en el centro de la capital.

           El Pasaje es ventiladísimo, de bellísimo aspecto, de estructura modernísima, y cuenta con Sanitarios Públicos, que también son únicos en la capital, constituyendo una de las obras más eficientes, más constructiva, más admirable, que se han realizado para embellecer a Caracas.

      El empresario Gustavo Zingg encargó la construcción de la sede de su compañía, en Caracas, al ingeniero Oskar Herz. El edificio Zingg fue el primero que se construyó en el país con estructura de acero, para resistir sismos

      El empresario Gustavo Zingg encargó la construcción de la sede de su compañía, en Caracas, al ingeniero Oskar Herz. El edificio Zingg fue el primero que se construyó en el país con estructura de acero, para resistir sismos.

      Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial

      Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial.

      Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial

      Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial.

           Ha sido iniciador del mismo un ciudadano de grandes méritos, Don Gustavo Zingg, propietario del Edificio que lleva su nombre, que ha demostrado con ello su decidido empeño de coadyuvar a hacer de Caracas una de las ciudades más lindas del Continente Americano.

           El arquitecto que con tanta fortuna diseñó el proyecto es el competente profesional Dr. Arturo P. Kan, habiéndolo construido los mismos que edificaron y planificaron el Edificio en el año 1939-1940: la Oficina Técnica C. Blaschitz, que ha hecho gala de su moderna técnica”.

      FUENTE CONSULTADA

      Elite. Caracas, marzo 1954. Edición especial.

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