Caracas la ciudad que no vuelve

Caracas la ciudad que no vuelve

Por Guillermo José Schael*

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

     “La gran mayoría, por no decir casi todas, de estas imágenes que en número de 199 integran las páginas del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”, se hallaban dispersas en manos de algunos amigos o en álbumes familiares Pero cierta vez pensamos si acaso no estábamos en el deber de recogerlas editorialmente, y para ponerlas en manos del público para evitar su desaparición. Representan el escenario urbano de la época pre-petrolera, antes de que se iniciara el segundo gran proceso de transformación.

     ¿Es que hubo uno antes?

     –Claro, el de Guzmán. Al concluir en 1864 la Guerra Federal, Caracas lucía pobre y arruinada. Todavía podían verse las huellas que había dejado el tremendo terremoto de 1812. Además, en 1858 se desató, para desgracia de sus vecinos, una epidemia de cólera. La población quedó reducida a menos de 40 mil almas, mucho menos de la que había señalado Humboldt en el censo de 1800, postrimerías de la época colonial. Desde el poder, inició Guzmán la primera gran transformación. Derribó, por ejemplo, las viejas tapias de los conventos y construyó en su lugar, edificios, parques y alamedas. El Capitolio y el Calvario, el Boulevard de Santa Teresa; construyó el primer gran Teatro y también el acueducto para suplir a una población de 80 mil habitantes. Ordenó, asimismo, el trazado e instalaciones de patios ferroviarios y modernizó los servicios públicos.

     Con tan modestas transformaciones comienza su vida la Caracas del Siglo XX. Al aproximarse el 1911 y con motivo de cumplirse el Centenario de la Independencia, recibe nuevo impulso al organizarse un programa que comprende la ejecución de una serie de obras de ornato. Joaquín Crespo había complementado parte de las realizaciones del “Ilustre Americano”. En los primeros años de Juan Vicente Gómez, se nota asimismo un incremento en la apertura de algunos caminos, paseos y jardines, como por ejemplo los de la Plaza de la Ley, entre la Universidad y el Capitolio. Son embellecidos los alrededores del Panteón Nacional, y se procede a la pavimentación de algunas calles que antes eran de piedra o, simplemente, de tierra. También se emprende la pavimentación de las carreteras de La Guaira a Caracas, y de Caracas a Petare.

     Entre los años 1911 y 1936 casi no sufre modificación alguna el casco urbano. Permanecen como las obras más importantes, aquellas edificaciones de la época guzmancista y otras realizadas por Cipriano Castro “El Cabito”. Corresponden precisamente a este período, casi todas las estampas que integran la colección ofrecida en el libro. Aun cuando para aquella época no existía la perfeccionada técnica fotográfica del color, el señor J. B. Chirinos –en su Tienda “La Margarita” del Pasaje Ramella– editaba con éxito de circulación esas láminas que recogen diversos aspectos citadinos; y podían encontrarse a la entrada del edificio antiguo de Correos en el Principal, por los alrededores del Mercado y de la Casa Natal y cerca del Capitolio o del Panteón. No pocas de aquellas tarjetas eran enviadas a Europa y Estados Unidos, así como a otras partes del mundo. O al interior del país como simples recuerdos de Caracas o mensajes de felicitaciones de Pascuas y Año Nuevo.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

     Con el transcurrir del tiempo, algunas postales regresaron. Por ejemplo, una que le dirige desde Macuto el Dr. Alberto Urbaneja a su amigo Roberto Guzmán Blanco, Calle Víctor Hugo, en París el año 1907; otra que envía a Valera, un allegado de Doña Blanca de Febres Cordero en 1914, con la imagen del primitivo sector de Camino Nuevo y, finalmente, una del ceibo de Macuto que remite Matilde a su esposo en Hannover (Alemania).

     Desde los últimos años fuimos guardando cuidadosamente, en álbumes, estas postales que venían por diferentes caminos a nuestra mesa de trabajo en el diario “El Universal”.

     Sería de justicia mencionar la sugestión que hace algunos años nos formulara el historiador Carlos Manuel Moller en Quinta Anauco:

     –Si no recogemos este magnífico testimonio gráfico de Caracas –dijo– corre el peligro de desaparecer. Usted, que ya tiene una colección, ¿por qué no lo edita?

     Efectivamente, nos pareció que valía la pena hacer el esfuerzo de poner a cada postal su correspondiente leyenda y entregarlas más tarde, editadas al público. . .

     Sería asimismo de señalar la circunstancia de que estas postales reflejan las características predominantes en una etapa interesante; como aquella en la cual comienzan a hacer su aparición los primeros automóviles, los que irían, poco a poco, desplazando a los coches (de caballos), tranvías y ferrocarriles. La narrativa ilustrada llega hasta el año 1943, cuando se produce el fenómeno o impacto de transformación de Caracas.

     Un informe del Concejo Municipal que presenta en 1942 el Gobernador Diego Nucete Sardi, subraya que por las calles de Caracas circulan 7.200 automóviles, cifra considerada como exorbitante. No obstante, en esa época Caracas seguía siendo una ciudad semidesierta. La escenografía urbana conserva muchos de los signos apacibles y de quietud. Por ejemplo, la entrada de la Urbanización “Los Caobos” que acaba de concluir don Luis Roche, como todas las de los “extramuros”, no tiene una sola casa construida; no hay flechados y marchan, indistintamente por la izquierda o por la derecha. Todavía más, en 1944, cuando se termina la construcción de “El Silencio”, frente al Bloque Siete, ángulo Sur-Oeste de la Plaza Miranda, se toma una fotografía y apenas aparecen tres peatones y dos automóviles. Contraste singular ofrece a la presente generación ese sector a las horas meridianas. Una tremenda barahúnda de peatones, vehículos, buhoneros y otros, señalan un incremento del ritmo urbano elevado casi al paroxismo.

     La mayor parte de las postales –como queda explicado en la introducción del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”–, llegaron a nuestra mesa de trabajo por diferentes caminos, y han venido a llenar la finalidad de ofrecer un conjunto atrayente a las nuevas generaciones de la ciudad que no vuelve, esa que hemos visto pintada en las páginas ilustradas con breves leyendas explicativas. 

     Esta, además, de manifiesto signo atrayente de la “Pequeña Historia”, siendo así que, junto con los vendedores ambulantes de aves de corral, instalados entre Sociedad y Camejo, podemos ver también a dos Embajadores departir durante una recepción diplomática en el Capitolio, luciendo el pintoresco uniforme de la casaca y el bicornio. Y junto con la fisonomía característica de la Laguna de Catia y sus visitantes, observamos también la sobria elegancia del Teatro Nacional, donde acaba de estrenarse “La Viuda Alegre” de Franz Lehar.

     Es a grandes rasgos la impresión que causa este libro hecho, como dice el autor, “para competir en esta época vertiginosa de la publicidad”.

* Cronista de Caracas. Periodista del diario El Universal, donde publicaba semanalmente su muy leída columna Brújula. Entre sus obras destacan: “Imagen y noticia de Caracas”, “Tres episodios históricos” y “La ciudad que no vuelve”

 

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Líneas. Caracas, núm. 139, noviembre de 1968

La universidad, el clero y prácticas religiosas inusuales

La universidad, el clero y prácticas religiosas inusuales

La primera sede de la Universidad de Caracas estuvo ubicada en la vía que pasaba por el sur de la Plaza mayor”.

La primera sede de la Universidad de Caracas estuvo ubicada en la vía que pasaba por el sur de la Plaza mayor”.

     El coronel William Duane de origen estadounidense escribió en su libro Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823 detenidas líneas de lo que observó, para este caso, en la ciudad de Caracas. Entre ellas se encuentran sus consideraciones sobre la instrucción pública, el papel del clero y la práctica del catolicismo, tanto en tiempos de la colonia como lo que observó durante su visita a la República de Colombia.

     En este orden ideas esbozó lo que viene. El Colegio de estudios universitarios, el cual había sido fundado en 1778, estimuló en Duane la comparación con edificaciones levantadas en Europa durante los siglos once y doce de nuestra era. El Colegio que él visitó cuando estuvo por Caracas fue convertido en universidad durante el año de 1792. 

     Llamó la atención que para entrar a este edificio había que bajar un escalón “debido posiblemente a que la inclinación dada a la calle ocurrió en fecha muy posterior a la construcción del inmueble, ubicado hacia la parte meridional de la vía que pasa por el sur de la Plaza mayor”.

     En su descripción destacó la existencia de una escalera de dos tramos que conducía a habitaciones ubicadas en el primer piso que eran mucho más espaciosas y con entradas de aire, al contrario de las construidas en la planta baja cuyos “salones inferiores son muy oscuros, y se ven más apiñados de lo que suele ocurrir, por lo general, en los edificios públicos caraqueños”. Al momento de su visita fue informado que las instalaciones albergaban cerca de cien estudiantes, “y se caracterizaban por un traje grotesco y ciertamente superfluo”. De acuerdo con su descripción la indumentaria consistía en una suerte de sotana color púrpura o Jacinto pálido, con birrete festoneado del mismo tono, de forma parecida al utilizado por parte de los sacerdotes de la iglesia griega, a lo que agregaba una especie de estola de color carmesí que, para Duane, era lo más extravagante del atuendo de los estudiantes que alcanzó a observar.

     Quienes los guiaban, un miembro del clero secular quien era uno de los profesores, por las instalaciones de la universidad fueron conducidos a las instalaciones de la biblioteca. Escribió que se había puesto a examinar el lomo de muchos pesados volúmenes en “folio y en cuarto”, donde los padres de la iglesia y los canonistas, Johannes Scotus Erigena y Tomás de Aquino, defendían tesis ya olvidadas para los pensadores modernos. Esto lo ratificó por la limpieza y orden, y “con trazas de que su reposo no era perturbado jamás”. Agregó que individuos de gran “prestancia y virtud” habían pasado por las instalaciones de esta universidad de los que mencionó a: J. G. Roscio, los Toro, los Tovar, los Bolívar, los Montilla, los Gual, los Palacios y los Salazar, entre otros.

     De lo observado en la biblioteca indicó que muy poco había que reseñar, puesto que en ella no había nada moderno que pudiera ser relevante. Sin embargo, lo más actual fue un mapa del mundo, que estaba colgado a gran altura, “que desafiaba todo examen, aun cuando se usaran anteojos; una de las damas que nos acompañaban pudo darse cuenta de que estaba puesto al revés, haciendo la observación – que produjo gran hilaridad en nuestro afable guía – de que también el mapa había sido objeto de una revolución. Se trataba probablemente de una travesura de algún estudiante”.

A Duane le llamó la atención que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.

A Duane le llamó la atención que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras.

     No obstante, contó haber experimentado mayor placer y gusto cuando fueron conducidos al salón donde se dictaban las clases de matemáticas. Narró haber visto en el pizarrón, que estaba sin haber sido borrada la última clase, diagramas trazados recientemente. Llamó su atención que sobre la cátedra del profesor vio el retrato de un personaje que lucía una indumentaria, no la usual entre los españoles sino de los ingleses de hacía un siglo. Acerca de esto anotó: “fui informado que representaba a Isaac Newton, circunstancia bastante significativa de la disminución de los prejuicios bajo el influjo de la libertad, por implicar un singular contraste con la filosofía de Scotus, el lógico irlandés”.

     Respecto a esta observación agregó que Newton fue catalogado como ateo entre sus connacionales, por no haber reconocido los “treinta y nueve artículos”. En cambio, en el país que visitaba y en el que apenas hacía siete años que se había abrogado la Inquisición, “ya las corrientes de la época habían hecho colocar su retrato en un lugar que probablemente habría estado ocupado en otro tiempo por el de Atanasio o el de Scotus”. 

     Para él esta acción era reveladora del progreso de los sentimientos generosos y de las ideas liberales, “y lo consideré mucho más interesante por el hecho de que el bondadoso clérigo, que me informó de tal circunstancia parecía compartir el placer experimentado por mí”.

     No obstante, no había encontrado en los anaqueles de la biblioteca la Lógica de Condillac ni tampoco el Ensayo sobre el Entendimiento de John Locke. Mostró su satisfacción por los cambios que se venían introduciendo en lo referente a las modernas vertientes del saber filosófico, a pesar de no ser aún “los apropiados al nivel cultural de nuestra época”. Contó haber visto libros de Condillac en bibliotecas particulares. Argumentó, en este sentido, que durante el período cuando se constituyeron las Cortes españolas no fue un desperdicio del todo. En este momento las prensas de Valladolid y de otros lugares de España difundieron distintas obras, del pensamiento universal, en lengua española. Destacó que observó algunas obras del ilustrado francés Holbach que estaban en la biblioteca particular de una dama. Aunque la joven dama contestó algunas de sus preguntas, a este respecto, calificó sus justificaciones como ingenuas, ya que la joven conservaba las obras para un pretendiente anhelado.

     Entre sus anotaciones relacionadas con la universidad contó que le habían informado que sólo había un participante en la carrera de medicina, “noticia que no me causó ningún asombro, pues son diversos los factores que concurren a desacreditar la profesión médica”. Según su apreciación, esto se debía a una herencia de los tiempos del colonialismo español. Desde España se generaron prejuicios debido a las sátiras que con justificación se presentaron en ese país por las prácticas curanderas y alejadas al ejercicio medicinal científico, “se trasladaron naturalmente a regiones donde se habla el mismo idioma y rigen costumbres análogas”.

     Para Duane el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares. “En consecuencia, los profesionales de la medicina no perciben, en virtud de ser tan esporádicamente necesarios sus servicios, una remuneración similar a la que obtienen en aquellos países donde sí se les solicita en mayor grado”. Sin embargo, añadió en su escrito, que la Universidad de Caracas había tenido el honor de contar con alumnos que en los momentos de su visita eran de gran importancia en el ejercicio de sus profesiones. Uno de los males que observó y que anulaban una enseñanza efectiva en ella consistía en el hecho de que las clases sólo eran impartidas por eclesiásticos, “quienes, aparentando mayor preocupación por las cosas del otro mundo, a fin de mantener a los hombres en un estado de servidumbre mística, ponen especial empeño en no capacitarlos para este mundo (o en segregarlos del mismo), donde la sabiduría del Todopoderoso ha puesto a vivir a los mortales”.

Según Duane, el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares.

Según Duane, el clima imperante en la ciudad era poco propicio para el desarrollo de enfermedades. Apenas se presentaban “calenturas”, el bocio y la lepra en algunos lugares.

     De las congregaciones religiosas acotó que en los tiempos coloniales la opulencia y el poderío de los eclesiásticos eran similar al de los clérigos de los siglos XIV y XV en Europa.

     Por otra parte, también criticó el que las órdenes monásticas se disputaban entre sí la influencia que anhelaban, así como las disputas que el clero secular mantenía con ellas. Sin embargo, la Revolución había logrado aminorar dichas querellas. Convino en reseñar que un conglomerado religioso que rendía resultados de mayor beneficio era la de un grupo de damas jóvenes, pertenecientes a las familias más pudientes de la ciudad, “quienes no se sienten hastiadas del mundo y que consideran deber suyo promover el bienestar del prójimo”. Estas féminas no practicaban votos religiosos, pero se dedicaban a la educación de otras jóvenes, así como a obras de caridad.

     Duane llamó la atención de que la catedral de Caracas no hubiese colapsado con el terremoto de 1812, lo que consideró había sido posible gracias a que fue construida, en gran proporción con piedras. 

En cuanto a sus características generales señaló que no mostraba nada interesante en su fachada. Sin embargo, al entrar en ella consideró que el altar ofrecía una apariencia respetable, “sin los superfluos oropeles que se observan en otras iglesias”. De ella destacó su división en tres naves. Consideró que el techo estaba bien construido y que la iluminación parecía ser suficiente para un lugar de culto. En fin, le pareció agradable a la vista la decoración del altar por no ser ostentosa.

     Líneas después, contó haber asistido a la misa mayor. La misma la describió como un acto plagado de pompa y magnificencia “usuales del ritual católico en tales ocasiones; la música, que, en todas las regiones de la Gran Colombia muy interesante por su excelente calidad, era aquí muy imponente”. Pero, le resultó incómodo y fuera de contexto el coro que estaba ubicado en la nave oeste porque portaban vestimentas extrañas para él en la liturgia católica y porque los asistentes a la misa no tuvieron la oportunidad de participar en las interpretaciones de la liturgia católica.

     Indicó que la jerarquía eclesiástica mostraba una disposición poco organizada. Además de haber muchas vacantes entre las sedes de la Iglesia católica dentro de los territorios de la Gran Colombia. En este orden, expresó que la sede de Caracas estuvo representada por un arzobispo que había abrazado la causa realista y de su posterior retiro a territorio peninsular. Sin embargo, agregó que “los principios son establecidos por la República, y el Concordato es el mismo que existía entre el Papa y España”.

     Por otro lado, hizo referencia a que muchos extranjeros que visitaban a la América española, y quienes desconocían los hábitos y costumbres de la Iglesia Católica, tal como se evidenciaba en los territorios que se mantenían fieles a sus mandatos y creencias, “se sienten proclives a tratar con ligereza e indiscreto desdén los actos del culto que se exhiben ocasionalmente en la vía pública”. Hizo referencia a que los actos públicos, relacionados con la liturgia católica, en países como Inglaterra y los Estados Unidos se circunscribían en el ámbito de los templos.

     En este sentido, describió haber sido testigo de prácticas religiosas que se presentaban en Caracas. Mencionó algunas de ellas. Contó que, al pasar por una de las calles caraqueñas, escuchó el tintineo de una campanilla. La que le era familiar porque la escuchó en el recinto de una iglesia. Refirió haber observado a un reducido grupo de clérigos y acólitos con investidura ceremonial, delante de la procesión iba un chiquillo, quien era el encargado de hacer sonar la campanilla. Detrás veía un sacerdote que llevaba los sacramentos y el cáliz, venían con él otros clérigos y niños y mujeres detrás de ellos. Esta marcha la calificó de inusitada porque se llevaba a cabo para llevar la comunión para alguien que se encontraba en trance de muerte.

William H. Phelps una vida dedicada a Venezuela

William H. Phelps una vida dedicada a Venezuela

Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país.

Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país.

     Interesante entrevista-reportaje con el científico y empresario William H. Phelps, realizada por Julio Navarro y publicada en la edición N° 926 de la revista Élite, de fecha 3 de julio de 1943, en la que ofrece interesantísimos detalles de su exitosa trayectoria en Venezuela.

     El señor Phelps, quien nació en Nueva York el 14 de junio de 1875, visitó nuestro país por primera vez, a la edad de 21 años, en 1896, mientras elaboraba su tesis doctoral de la Universidad de Harvard. En ese primer viaje se dedicó a la recolección de datos sobre la variedad de aves que habitaban el cerro Turimiquire, en el estado Monagas.

     En 1897 regresó a Venezuela y se hizo residente de nuestro país. Continuó con sus estudios científicos en materia de ornitología, los cuales alternó con el oficio comercial.

     El mencionado trabajo periodístico de la revista Élite fue publicado cuando Mr. Phelps contaba 68 años de edad, estaba retirado de sus actividades empresariales y se dedicaba a darle los últimos toques a su largo trabajo sobre las aves en Venezuela, recopilación detallada de más de un centenar de expediciones por diversos lugares del país, para clasificar la más variada colección ornitológica.

     Entre otras anécdotas de su prolífica actividad profesional, revela que a principios del siglo XX laboró como corresponsal en Caracas del diario New York Herald y como agente de la marca de automóviles Ford marcó exitosa actividad al introducir el novedoso sistema de venta por cuotas.

     El señor William H. Phelps falleció en Caracas, a la edad de 90 años, el 9 de diciembre de 1965. Seguidamente ofrecemos la transcripción de la entrevista-reportaje con quien en diciembre de 1930 fundó la emisora radial YV1BC Broadcasting Caracas, primera estación radial privada de Venezuela.

VIDA EJEMPLAR DE WILLIAM H. PHELPS

     –Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país; que lanzó a nuestras gentes por primera vez en automóvil cuesta abajo –tardamos varios años en lograr que los carros subieran las pendiente, nos dijo más adelante en el curso de la conversación; –que estableció el sábado inglés entre nosotros; que inició en Venezuela y en el mundo el sistema de venta de automóviles a cuotas; que estableció la primera caja de ahorros para sus empleados y que dio un impulso enorme al comercio del país.

     Mr. William H. Phelps agrega inmediatamente, como si fuera parte de una misma sentencia, como si fuera algo indisoluble:

     –Sin embargo, han sido los pájaros lo que siempre me ha interesado. Vine a hacer plata para dedicarme luego a mi verdadera inclinación. Creí que dos o tres años bastarían para mi propósito; pero tuve que esperar largo tiempo. Desde julio de 1897 en que llegué a Venezuela. ¡Cuarenta y seis años!

     ¡El comercio y las aves! Ahí, como en una parábola de los tiempos modernos, quedaban sintetizados los elementos esenciales de la vida de este pionero de la ciencia y de la acción, cuya existencia llena de sacrificios, inquietudes y perseverancia, serviría de tema para una biografía magnífica y aleccionadora que, al estilo norteamericano, debería titularse: “De la nada a millonario”.

     El comercio y las aves. Nada de esto tiene valor por sí mismo. La teoría de la utilidad marginal y la ornitología, desde un diván, sobre una terraza que da a un rincón umbrío del jardín o desde la columna de un periódico, constituyen abstracciones desconcertantes. Superfluas.

     No es posible detener el vuelo del pájaro, dejarlo suspendido en el vacío para capturarlo más tarde, ni se asientan los libros de contabilidad con frases de propaganda: “No hay hogar feliz sin frigidaire o siga el desarrollo de la guerra con un radio X”.

     Es necesario seguir el vuelo del ave y es necesario, por otra parte, obtener la mercancía, convencer al público de su utilidad, dar facilidades de pago, vencer al rival, luchar. La vida es todo lo contrario de la abstracción. Es inquietud, esfuerzo constante, noches en vela, es quizá, como en este caso del comercio y las aves, de la plusvalía y ornitología, paradoja.

     La vida es realidad. Y la vida de este norteamericano notable, figura noble, erguida, de guedeja blanca que parte irregularmente su frente amplia, rostro de ojos vivos e inquietos –escrutadores– y nariz afilada que sugiere perfiles de águila, está hecha de realidades extraordinarias.

 

El hombre de ciencia

     –¿Usted cree que puede interesarle a alguien esa entrevista que me pide? –pregunta después de recibirme e invitarme a sentar en el cuarto de trabajo de su museo particular, construido a prueba de humedad e incendios, en un ángulo tupido, frondoso de su extenso parque.

     –Estoy seguro.

     Una perrita extravagante, ladra agudamente desde un rincón. Su cabeza es delgada, de largo pelo blanco. Los ojos rojizos le asoman tímidamente entre los rizos ofreciendo una divertida interpretación de señora de edad con gorro de dormir.

     –¡Está bueno! !está bueno! –reprende su amo para calmarla. Se acerca. La toma delicadamente sujetándola bajo el brazo, como un paquete, la lleva hasta una mesa distante en la que aparece un mullido almohadón y un teléfono y la abandona. Luego me hace una seña invitándome a entrar en lo que viene a ser un recinto sagrado: las naves del museo donde miles de pajarillos de brillante color y extraña contextura duermen un sueño de alcanfor.

Phelps fue el fundador de El Almacén Americano, uno de las tiendas más importantes del país, donde también comenzó a venderse automóviles Ford, en 1911.

Phelps fue el fundador de El Almacén Americano, uno de las tiendas más importantes del país, donde también comenzó a venderse automóviles Ford, en 1911.

     Mr. William H. Phielps sintió desde su infancia una fuerte inclinación por la vida de las aves. En la Universidad de Harvard se dedicó con ahínco al estudio de la zoología y, especialmente, de la ornitología. Fue eso lo que le trajo a Venezuela, según nos va refiriendo entre el abrir y cerrar de sus grandes arcas de plumas. Formaba parte de una comisión científica dirigida a Maturín para estudiar especies desconocidas. Además de naturalista, Mr. Phelps era un gran observador de las cosas de los hombres. Nadie sabría decir qué le impresionó más: si la riqueza de nuestra fauna, el tornasol de nuestros pajarillos o las posibilidades comerciales de esta inmensidad terrestre.

     Su viaje como naturalista encierra una doble o triple importancia. Si se contara cómo estancia en el país el tiempo de su expedición, indiscutiblemente sería el residente norteamericano más antiguo en Venezuela; pero si no es así, si solo se toma en cuenta la fecha de su llegada como residente, un año después, en julio de 1897, habría perdido ese rivalizado lugar a manos de Mr. Rudolph Dolge. En uno u en otro caso es siempre el norteamericano más rico residente entre nosotros.

     –Hay pájaros que sólo se encuentran, en el mundo, en un cerro, –exclama con énfasis, haciendo resaltar lo extraordinario del estudio y de la empresa, mientras con el dedo índice señala una mancha oscura en la sierra Roraima y luego otra sobre el Auyantepuy.

     Cada una de esas expediciones obtiene, generalmente, diez o quince especies nuevas. En un catálogo general se anota su entrada. Luego, una vez determinada la especie, se llena una ficha que lleva un cuadrito de color, determinado, según que la especie haya sido clasificada o no, o que sus subespecies aparezcan claramente fijadas. En este caso, o en el de no determinación, se envían los ejemplares al museo ornitológico norteamericano para su estudio comparativo.

     El descubrir una especie nueva constituye una emoción difícil de expresar. Las alas rígidas de esas nuevas especies originan un revuelo en el mundo científico. Varios números de un folleto titulado “American Museum Novitates” que aparece sobre la mesa de trabajo, hablan de las nuevas especies descubiertas por este hombre de ciencia.

 

Un tesoro bien guardado

     Tres, cuatro vueltas. Comienza a girar la rueda del complicado mecanismo. Primero a la izquierda. Otra vuelta. Ahora a la derecha. Finalmente tira de una manivela y se abre la caja de caudales. Del fondo extrae dos gruesos volúmenes. Uno se titula “Icones Aviv Mon”. Es el primer volumen sobre ornitología publicado en el mundo. La fecha de edición es de 1560. Su autor es Conradus Gernerv. El otro de los libros, en inglés, lleva por título “A Natural History of Birds”. Es mucho más moderno. Está impreso en 1750.

     Sentado en un sofá situado en una galería cerrada con tela metálica, al fondo del museo, examina con verdadera fruición las obras ante nuestros ojos. No nos permite tener los libros en nuestras manos ni aún tocar sus hojas. De vez en cuando se detiene ante una lámina y nos da una explicación. Transcurre un momento de vacilación y nos revela algo sobre su tesoro.

     –Quizás los colores hayan sido dados a mano posteriormente.

     A mí no me parecen ni muy brillantes ni muy acertados. Al fin, exclamó.
     –Bien pudiera ser.

     Mr. Phelps parece no recibir con agrado aquella opinión de un profano, aunque corrobora su aserto, y replica vivamente:

     –Bueno, yo no sé. Puede ser así o quizá no. Yo no sé. Yo no sé.

     Se produce un silencio que viene a convertirse en intermedio político.

     –El libro me lo regaló mi yerno, Pierre Cot, ministro francés que ocupó varias carteras. Fue ministro de Aviación del gobierno de Daladier. Pierre –agrega– fue siempre contrario a la colaboración o a la política de apaciguamiento del Eje. Renunció cuando esa tendencia se hacía demasiado manifiesta en el premier francés. Cot perteneció al Frente Popular y es, quizás, uno de los políticos galos que más odia a Hitler.

     De las cosas terrenas pasamos a las divinas. Al “A Natural History of Birds”, el otro de sus valiosos volúmenes. Un curioso libro publicado por entregas, cada una de las cuales va dedicada a una figura notable. La dedicatoria viene a contribuir al pago de la edición. La entrega que guarda Mr. Phelps tiene la dedicatoria más extraordinaria aparecida en libro alguno: “A Dios, el Único, el Omnisciente, el Omnipotente. . .” Mientras leo noto cómo se esboza una sonrisa en mi interlocutor, que al fin exclama:

     –¿No le parece que le echa una pila de flores?

     Transcurren unos segundos y le pregunto:

     –¿Cuál es su idea de Dios?

     –¡Ah, no no! Yo no me voy a zumbar con eso –exclama en perfecto criollo.

William Phelps fundó en 1930 la emisora YB1BC Broadcasting Caracas, que posteriormente pasó a llamarse Radio Caracas Radio.

William Phelps fundó en 1930 la emisora YB1BC Broadcasting Caracas, que posteriormente pasó a llamarse Radio Caracas Radio.

El hombre de empresa

     Es una sensación topográfica. El mundo, para la mayoría, es una pendiente; escarpada: cuesta arriba. Más para los fabricantes de automóviles y sus agentes o quizás mejor para Williams H. Phelps comenzó siendo cuesta abajo. Al menos, según nos confiesa ahora, ese fue su sistema de venta en un principio. El vehículo diabólico era colocado al extremo de las pendientes en aquel rellano, frente al local de la empresa, entonces situada en lo que es hoy el Royal Bank. Ante las ruedas del Ford se extendía un largo camino en bajada: Camejo, Santa Teresa, Cipreses. Era todo un descenso hasta la misma orilla del Guaire.

     ¿Qué artefacto con ruedas no marcharía en estas condiciones? Sin embargo, existía una dificultad. Convencer al candidato a subir al aparato infernal. Obtenido esto, todo lo que había que hacer era quitarle los frenos y dominar el vértigo de la velocidad hasta llegar al último trozo en vertiente en que indefectiblemente, el agente de automóviles repetía la misma frase después de levantar el asiento delantero y destapar el tapón del depósito de gasolina, colocándose de modo hábil para que el presunto candidato no se diera cuenta del engaño: “Se nos acabó la gasolina”.

     Eso era en 1908 y este norteamericano notable que había de pasar a ocupar una de las posiciones económicas más fuertes del país, residía aquí desde hacía varios años. Cabía por tanto preguntarse: ¿qué ha sido antes, el Ford o los pájaros? La respuesta, la respuesta personal de William H. Phelps está henchida de sabiduría. Ni sacrificó su ambición ni dejó de percatarse que para realizar ésta es necesaria una base práctica. La existencia es imaginación, ilusiones, proyectos, ambiciones y unos dólares en el banco.

     –¿El Ford o los pájaros?

     –¡El paludismo!

     Los primeros seis años había sido un morirse de fiebre en el interior, sosteniéndose difícilmente con la pequeña utilidad de una máquina para beneficiar café. Existía un factor con el que nuestro hombre parecía no haber contado: ¡el clima! Por aquel entonces no existía defensa. La alternativa era cruel: o regresar a Norteamérica o morir. Volvió a Estados Unidos y regresó de nuevo a Venezuela. Esta vez, además de ornitólogo, ya graduado en ciencias de la Universidad de Harvard, era representante exclusivo de varias casas comerciales y periodista.

     –El “New York Herald” me pagaba 150 dólares mensuales. Eran los tiempos de Castro con las confiscaciones de los intereses extranjeros y parecían abundar las noticias.

     Fue en esa época, diez años después de su llegada, que Mr. Phelps había quitado el freno del pedal al Ford y se lo había puesto a la adversidad. Las pianolas, las máquinas de escribir, las cajas registradoras –antes de separarse de su socio Arvelo– comenzaron a abrirse paso entre nosotros. Las cosas marchaban bien. Surge la primera agencia en Ciudad Bolívar y poco más tarde, en 1912, otra en Maracaibo. Los negocios progresan. Hay que perseverar. Sobre todo, es necesario incrementarlos. La máquina extraña llega a Rubio, llega a Tovar, llega a todas partes. No por sí sola, sino desarmada, en piezas, sobre la cabeza de los peones contratados; pero llega. No es posible desmayar, no es posible conformarse. Y algo inesperado ocurre.

     Ford mismo se asombra. Uno de sus agentes en un país llamado Venezuela ha revolucionado su sistema de ventas. Ya no es necesario tener dinero para comprar un Ford. Basta con tener una pequeña cantidad y pagar luego proporcionalmente. Es el sistema de cuotas aplicado a la venta de automóviles. Es también, para muchos, la ruina segura. Todos los pronósticos fracasan. William H. Phelps, agente de la Ford, ha visto aumentar sus ventas al quíntuplo. Es más, hasta ha logrado que el Ford, no solo anduviera en terreno plano, sino que subiera las cuestas, acontecimiento este último debido al señor Lewis J. Proctor, Gerente de la New York and Bemudez Company. William H. Phelps ha triunfado. Los pájaros se encuentran ahora más al alcance de su mano.

     Ha sido un triunfo gradual. Sin golpes de suerte. De un modo racional, casi mecánico. Como un cambio de velocidad.

     El Ford y Mr. Phelps han subido la cuesta. Ya todo es agua pasada. El negocio, llevado con sufrimiento e inspiración, ha concluido en un poema en dólares: “El Automóvil Universal”, el “Almacén Americano” y la “Compañía Anónima de Automóviles”. Varias de las más poderosas empresas del país controladas por aquel joven del paludismo y la máquina de beneficiar café.

     –¿Cuál considera que ha sido la base de su éxito comercial?

     Se quita los lentes y los hace girar sobre una de sus piernas:

     –¡La venta a cuotas!

     Ese ha sido el factor esencial pero no exclusivo. El decálogo comercial de Phelps abarca otros principios:

     “La exclusividad del producto”

     –Si hay que competir con un artículo análogo en manos de otro, forzosamente se tiene que llegar a una baja de precios para competir. Con precios bajos no hay ganancia.

     “Inversión de las utilidades en la ampliación de la empresa”.

     –Es el único modo de prosperar.

     “Eliminación del socio capitalista”

     –De no ser así la plata va a otra persona, sin justificación alguna.

     “Espíritu de pionero”

     –Es necesario tener visión. Saber prever. Anticiparse a los hechos.

     Son las cinco de la tarde. Comienza a declinar. Nuestro interlocutor da señales de cansancio. Es verdad que desde hace cinco años se encuentra retirado de los negocios y encerrado en su museo, entregado a lo que ha sido su inclinación durante toda la vida; pero también es verdad que, como de costumbre, se ha levantado a las seis de la mañana y ha estado trabajando en sus libros desde las ocho.

     Regresamos al cuarto de trabajo. Cierra amorosamente uno de los gruesos volúmenes repleto de datos acumulados por él con los que prepara su monumental estudio sobre nuestras aves, que aparece encima de la mesa.

     –¿Cree usted terminarlo pronto?

     Este hombre, nervio, voluntad y ambición, que nos ha ofrecido la más valiosa de las enseñanzas con su sentido armonioso, equilibrado, de la vida, con el juego maestro del deseo y de la realidad, no le agrada ser interrogado sobre sus planes.

     –¡No sé! Quizá cinco, diez años.

     Luego añade con serenidad.

     –¡Quizá lo venga a terminar mi hijo!

     Hay un silencio, la situación ha creado nuevas preguntas.

     –¿Siente haberse apartado por cuarenta años de lo que constituía su verdadero interés? ¿Está satisfecho de la vida William H. Phelps a estas alturas?

     La respuesta es sencilla, rápida, serena:

     –¡Creo que hice lo que debí!

     La luz se ha cernido. ¿Es el ocaso? Un leve gorjeo se eleva. Mr. Phelps, el hombre que supo hacer millones y reunir a la vez veinticinco tomos sobre la vida de las aves, ya no solo sigue el vuelo de las aves. Escucha su trino.

     La luz es oscuridad. De los mangos cuajados a la orilla de la avenida de la “Casa Blanca”, apenas se distinguen las lenguas ígneas de sus hojas.

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, Núm. 926, 3 de julio de 1943.

    Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

    Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

    Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

    Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

         “En 1943, la Cervecería de Caracas celebró el cincuentenario de su fundación. La historia de esta empresa venezolana se remonta a 1893, cuando un grupo de entusiastas empresarios realizaron una importante inversión para constituir una industria que hoy es ejemplo de perseverancia y tesón.

         La “Cervecería Nacional”, hoy Cervecería de Caracas, cuyo capital actual (1943) es de Bs. 9.100.000 (nueve millones cien mil bolívares) se fundó con un capital de Bs. 600.000 (seiscientos mil bolívares) en el escritorio del señor Juan E. Linares, constituido de la siguiente manera:

    Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

         El libro de Actas que todos vimos en la recepción de la mañana del jueves en las Oficinas de la Cervecería Caracas, parece más bien el diario de una campaña industrial en la cual se observa la fe por lo nuestro como un símbolo, en las respectivas Juntas que en él actuaron.

         Por ello vemos desfilar por la Gerencia de la Empresa a los señores J. A. Mosquera, A Valarino, Carlos Zuloaga, Félix Rivas, E. Henny, M. A. Monteverde, Alfredo Dallacosta, Vicente Marturet, Eduardo Sanabria, Eduardo Röhl, hasta el actual titular del cargo, señor doctor Martín Tovar Lange, quien corresponde noblemente al esfuerzo de sus antecesores.

         El doctor Tovar Lange es un venezolano auténtico. Reviviendo la constancia de nuestros mayores, habló a nombre de la actual Junta Directiva de la Cervecería de Caracas, integrada así: presidente, señor don Luis A. Marturet; vicepresidente, doctor Oscar Augusto Machado; Vocales: doctor Nicomedes Zuloaga, señor John Boulton, doctor Carlos Mendoza, y secretario general, el doctor Martín Tovar Lange; y ha facilitado al público un conocimiento de los pormenores de la fundación de la Empresa, con motivo de su cincuentenario.

         Con fácil memoria y precisión, el doctor Tovar, en la mañana del jueves 25, fue describiendo a la numerosa concurrencia las características y aplicaciones de las modernas maquinarias, los procesos de fabricación, la alta eficiencia de los Laboratorios y las perspectivas de la Cervecería Caracas, entre las cuales oímos con satisfacción la posibilidad de fabricar levadura de cerveza en condiciones que pueda ser aplicada a la industria de panadería.

         Con palabra serena y tranquila, cual, si hablara en ambiente familiar, el señor Gerente, haciéndose eco de la Junta Directiva, nos ha demostrado este orgullo de la industria nacional, este empeño de nuestros mejores hombres que hace medio siglo vislumbraron las posibilidades del país.

         Y es que la trascendencia del desarrollo de la Cervecería de Caracas no hay que verla solamente bajo el punto de vista de la fabricación de cerveza, en la cual da trabajo a alrededor de 800 familias. Debemos medirla en sus otros alcances, es decir, por lo que representan para el país sus industrias subsidiarias, entre las cuales, la principal, la Fábrica Nacional de Vidrios, no solamente suple las botellas para la cerveza, sino que fabrica 360 modelos de diversos tipos y para fines distintos, los cuales entran de lleno en la evolución manufacturera de otras industrias, facilitando su desenvolvimiento y proporcionando trabajo a millares de familias.

    Patio de la cisterna, 1894.

    Patio de la cisterna, 1894.

    Salón de máquinas, 1894.

    Salón de máquinas, 1894.

         Es de suponer lo que sería la falta de la Fábrica Nacional de Vidrios, en los momentos actuales, para la industria embotelladora del país. Entre los beneficios indirectos que proporciona la Cervecería de Caracas, encontramos, principalmente:

    Trabajo a los fabricantes de cajas de cartón y de madera.

    Trabajo a los obreros del transporte.

    Fletes, depósitos, manipulaciones por transportes locales, etc., etc.

         De alta importancia para el país es el hecho de que la Cervecería de Caracas, en su Departamento de Bebidas Gaseosas, es factor principal en el consumo de azúcar nacional.

         En cuanto a nuestra evolución social la Cervecería de Caracas aplica los principios básicos de la técnica que procura la armonía del capital con el trabajo: fabrica casas para sus empleados y sobrepasa las previsiones de la Ley del Trabajo. Además de las utilidades reparte a sus gremios de trabajadores una cantidad semanal igual a la que resulta recaudada entre los asociados.

         Alguien dijo en un libro injusto que los venezolanos somos tardos en apreciar el mérito propio y no reconocemos el derecho de rectificación, que ejercieron hasta los grandes santos.

         Venezuela parece responder que sí hay un propósito de superación en sus hombres. Su marcha evolutiva es hacia el consumo de lo propio.

         Veamos un hecho cierto: la Fábrica Nacional de Vidrios, con un personal todo venezolano, consume el 84% de artículos de producción nacional. El 16% restante o sea el correspondiente al carbonato de soda, será eliminado de la importación porque se están dando pasos en firme para establecer una fábrica de dicho producto en el país.

         No queremos cerrar esta información sin dar a conocer al público los siguientes datos que demuestran en cifras la gran importancia de estas industrias en la economía nacional:

     

    La Cervecería de Caracas y sus subsidiarias en la economía nacional en el año 1942

    Al Gobierno Nacional

    Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

         Actos que se efectuaron con motivo del cincuentenario de la fundación de la Cervecería Nacional y de la propia industria cervecera en el país:

    Guardianes de las cavas, 1894.

    Guardianes de las cavas, 1894.

    Día 25 de marzo de 1943

         A las 8.30 a.m. Misa en Acción de gracias en la iglesia parroquia Candelaria para todo el personal de la Empresa.

         10.99 a.m. Apertura de la Convención de Viajeros, Agentes Residenciales y Vendedores en el Distrito Federal.

         11.30 a.m. Los representantes de Comercio, Prensa, Banca, Industrias y favorecedores fueron gentilmente recibidos por su personal.

         A las 4.00 p.m. se llevó a efecto el reparto de juguetes y piñatas como obsequio de la Junta Directiva y del Gerente de la Empresa a los hijos de los obreros de la misma, entregados por las señoras de los directores.

         8.00 p.m. Los empleados de la Cervecería de Caracas, Venezolana de Maiquetía y Nueva Cervecería de Ciudad Bolívar obsequiaron al gerente, doctor Martín Tovar Lange, con una comida de gala en el Club Paraíso, y en este acto le hicieron entrega de una placa de oro, obsequiada por todo el personal, incluyendo el de la Fábrica Nacional de Vidrio.

    Día 26 de marzo

    De 10.00 a.m. a 12.00 m. continuó iniciada la convención de Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores. A las 4.00 p.m. los Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores fueron recibidos en la Planta de Coca Cola por el Superintendente señor Stull.

    Día 27 de marzo

         En la mañana de este día los agentes viajeros y residenciales fueron a Maiquetía a visitar la Cervecería y la Fábrica Nacional de Vidrio. El señor Jesús Corao, en representación de dichas Empresas, ofreció un lunch a los visitantes

     

    Día 28 de marzo

         A las 12.00 m. se llevó a efecto en el local de la Planta de Coca Cola el almuerzo criollo y baile que la Junta Directiva y el Gerente de la Empresa ofrecieron al personal de las Compañías.

         En este acto se hizo un homenaje especial a los empleados fundadores de la Cervecería Nacional que aún se encuentran en actividad”.

    FUENTE CONSULTADA

    • Élite. Caracas, abril de 1943.

    • El Cojo Ilustrado. Caracas, 15 de agosto de 1894

    La Guaira y Caracas a comienzos del siglo XX

    La Guaira y Caracas a comienzos del siglo XX

    En 1912, Leonard Dalton publicó un libro titulado Venezuela, en el que aparecen interesantes cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades que visitó a principios del siglo XX.

    En 1912, Leonard Dalton publicó un libro titulado Venezuela, en el que aparecen interesantes cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades que visitó a principios del siglo XX.

         Leonard Dalton (1887-1914) fue un representante de negocios de origen británico. Visitó Venezuela en la primera década del 1900 en momentos cuando Juan Vicente Gómez ejercía la presidencia de la República. Como resultado de su estancia por estas tierras redactó un libro titulado Venezuela que fue publicado en 1912 por parte de T. Fisher Unwin en la ciudad de Londres. En esta obra muestra el recorrido que llevó a cabo por distintas localidades del país suramericano.

         Entre los pocos comentarios que se han dado a conocer de esta obra resalta el capítulo dedicado a la geología, considerado un interesante aporte acerca de una materia novedosa en el país. En el mismo texto aparecen cuadros estadísticos, reseñas históricas, pinturas y paisajes de ciudades en las que estuvo Dalton.

         Entre las consideraciones que estampó en su texto fue que, por razones obvias, la región central de Venezuela, “o sea la que queda en torno a la capital de la República”, era la zona de mayor atracción para los europeos. De ahí que fuese el lugar más visitado por comerciantes, naturalistas, visitantes y viajeros, quienes por interés científico o por razones comerciales, o sólo por el placer de conocer tierras nuevas venían a él. Todos ellos realizaban sus primeros contactos a través de La Guaira, “el puerto principal de la república”.

         De la localidad guaireña escribió que el primer poblado que se fundó en ella fue Caraballeda.

         La ciudad de La Guaira tuvo como fundación el año de 1588, al poco tiempo que la sede del gobierno se trasladara desde Cora a Caracas. De acuerdo con su percepción, La Guaira tenía épocas de un calor “realmente insoportable. En otros tiempos la rada debe haber sido muy insegura, pues el oleaje que bate continuamente esta costa impide un buen anclaje fuera del puerto”.

         Agregó que la edificación portuaria pertenecía a una compañía británica y que faltaba mucho por culminarla. Los trabajos realizados, hasta el momento, sólo habían permitido aminorar el efecto de la marea, aunque sin neutralizar su ímpetu. Describió que en sus cercanías era poco común presenciar fuertes ventiscas. Contó que las obras del puerto se comenzaron a estructurar en diciembre de 1885, aunque el primer malecón fue derrumbado por una gran marejada en diciembre de 1887. El segundo intento se comenzó a partir de julio de 1888 y se culminó en julio de 1891, “en forma más o menos igual al que hoy existe”.

         En su texto destacó que desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un nuevo balneario denominado Macuto, el cual gozaba de buena asistencia durante el año. Al puerto de La Guaira llegaban la mayor cantidad de los productos producidos en la parte central de Venezuela. Señaló que los principales renglones utilizados para la exportación eran el café, el algodón, el cacao, los cueros, oro, cauchos, perlas, plumas de garza y alpargatas. Entre las fábricas que puso a la vista de sus lectores estaban las del tabaco, cigarrillos, sombreros y zapatos, entre otros bienes de consumo interno. En los alrededores de la playa no observó vegetación que valiera la pena ser destacada, aunque puso de relieve las plantaciones de caña de la familia Boulton.

    A comienzos del 1900, desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un balneario denominado Macuto, el cual gozaba de gran popularidad.

    A comienzos del 1900, desde el poblado de Maiquetía partía una línea ferroviaria que atravesaba La Guaira y llegaba hasta un balneario denominado Macuto, el cual gozaba de gran popularidad.

         Expuso que más allá del muelle existía una estrecha calle con lugares comerciales en los cuales se expendían distintas frutas propias de la zona tropical y de la templada, con los cuales se fabricaban “excelentes refrescos”. Describió haber visto numerosos cocos de color verde y barriles llenos con el guarapo que se extraía de ellos cuyo costo era de un centavo por vaso, “no muy agradable para un paladar no habituado, pero que es probablemente la más efectiva de las bebidas refrescantes venezolanas”. Durante los momentos de mayor penetración de los rayos solares era acogedor sentarse alrededor de unas mesas resguardadas por la vegetación, “aunque es justo consignar que el visitante se siente más impresionado por el sucio aspecto de esta callejuela frontera que por los alicientes reales del paraje”.

         Sumó a su descripción que el transporte hacia Caracas se hacía por dos medios distintos. Por vía ferroviaria y por carretera. La vía férrea era para el transporte de carga expresa, “aunque la gran cantidad de burros y mulas cargados que parten de Maiquetía antes del amanecer demuestran que el ferrocarril no carece de competencia”. 

         Expuso que la carretera estaba muy bien construida y que el sector no macadamizado o pavimentado se utilizaba muy poco. Indicó que en gran parte del trayecto hacia Caracas se podía presenciar una espléndida vista hacia el Caribe. Del ferrocarril expresó que algunos tramos estaban al borde de precipicios muy profundos. Aunque parecía ser riesgoso trasladarse en él no llegó a conocer percances que lamentar. Agregó que era una gran labor de ingeniería y que en varios puntos del camino había vigilantes que advertían sobre algún riesgo que pudiera derivar en accidente.

         Redactó que Caracas estaba situada en el margen septentrional del río Guaire, en un valle inclinado de la cordillera de la costa, lo que hacía que la parte norte de la ciudad fuese más alta que la meridional. De acuerdo con la información que obtuvo la fundación de la ciudad de Caracas fue en 1567 y que su escogencia fue por la uniformidad de su clima, distinto a la ciudad de Coro en que sus temperaturas se caracterizaban por ser más calurosas y de tierras estériles. En Caracas los momentos de mayor calor se presentaban a mediados del año, “bastante molesto a cualquier hora del día”. A pesar de ser un lugar de pocos habitantes, la ciudad le pareció atractiva, así como a otros visitantes que llegó a consultar.

    Dalton describió El Capitolio como un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio.

    Dalton describió El Capitolio como un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio.

         Resaltó que las calles caraqueñas eran estrechas, “aunque tal circunstancia resulta poco perceptible por ser las casas y edificios de un solo piso”. Añadió que los barrios más apartados del centro estaban pavimentados con guijarros o pedruscos, mientras el área central mostraba calles pavimentadas con cemento. Expuso que las pocas edificaciones de dos pisos eran edificios públicos. Como era usual la plaza se encontraba en el centro de la ciudad. Alrededor de ella se encontraba la catedral, las oficinas del Gobierno Federal, el Palacio de Justicia, el Palacio Arzobispal, la Casa Amarilla, una oficina de correos y el hotel Klindt, el principal de la ciudad.

         En el centro de la plaza estaba una estatua ecuestre de bronce con la representación de Simón Bolívar. Respecto al Capitolio indicó que se encontraba situado en la parte sur oeste de la plaza Bolívar. Además, señaló que era un amplio edificio de estilo cuasi morisco, con dos divisiones principales y en cuya parte central se encontraba un patio. Dentro de sus instalaciones había pinturas y grabados alusivos a los próceres de la independencia y a las principales batallas que sellaron la derrota de los ejércitos realistas. Sin embargo, no describió otras construcciones en las que se albergaban oficinas gubernamentales. 

         De acuerdo con sus argumentaciones solo merecían ser mencionados el edificio de la Universidad, el ocupado por el Teatro Municipal, el Panteón y la residencia presidencial en Miraflores.

         Destacó que en el cerro El Calvario estaban ubicados el Observatorio y el Paseo Independencia, “desde el cual – en horas de la tarde – se capta un hermoso panorama de la ciudad”. Anotó que del lado sur del río Guaire, atravesado por dos puentes, se encontraba otro paseo denominado El Paraíso, lugar donde las personas de alcurnia tenían sus residencias. Agregó que quienes tenían la posibilidad económica disfrutaban recorrer en coche este lugar al caer la tarde, “y podemos observar de paso que los vehículos (por lo general victorias o pequeños landós con capota) son excelentes y muy baratos”. Describió que los paseantes llevaban bastón, que utilizaban para guiar al conductor: “un golpecito en el brazo derecho indica que debe girar en esa dirección, un toque en la espalda que debe detenerse”.

    Caracas desde El Calvario, hermoso panorama de la ciudad.

    Caracas desde El Calvario, hermoso panorama de la ciudad.

         Indicó que entre la plaza principal de la ciudad y el Teatro Municipal se encontraba un café de nombre “La India”, lugar éste en que personas jóvenes acudían a degustar confituras y cerveza en horas de la mañana. De igual manera, se ofrecían “jícaras de chocolate (que son excelentes), y también a consumir licores menos inocuos a la salida del teatro”. En lo que se refiere al té o al “afternoon tea” era poco usual su consumo entre los habitantes de la ciudad, “aunque es posible que el creciente auge de la colonia británica llegue a influir decisivamente a este respecto”. Señaló que consideraba de poca utilidad reseñar la existencia de hospitales y otras plazas existentes en Caracas, aunque puso de relieve la existencia de dos mataderos en distintos lugares de la capital.

         En lo que se refiere al abastecimiento del agua, entre los pobladores, ella provenía del río Macarao. Sus aguas eran conducidas por un acueducto hasta El Calvario, donde era objeto de filtrado. 

         También existían depósitos de agua provenientes del cerro la Silla. De acuerdo con su percepción el servicio de tranvía y de teléfonos “es excelente; ambos fueron inaugurados por empresas británicas, quienes continúan administrándolos hoy día”. La energía eléctrica requerida para el funcionamiento del tranvía, así como para el alumbrado público, era generada por las cascadas de El Encantado y Los Naranjos que provenían del lado sur de la ciudad. Destacó, igualmente, que la ciudad contaba con una fábrica donde se producía cerveza, otras de fósforos, muebles y cigarrillos. Sumó a su descripción la siguiente consideración: “Las observaciones consignadas acerca del comercio de La Guaira son también aplicables a la capital, pues prácticamente todas las mercancías de que se dispone en Caracas pasaron primeramente a través de dicho puerto”.

         Agregó que la zona de mayor pujanza económica se encontraba en la parte inferior del valle del Guaire. Recordó haber hecho algunas anotaciones de la hacienda de caña del señor Juan Díaz. De seguida, anotó que habían existido, aún algunas se conservaban, cultivos de trigo. Argumentó que gracias al benigno clima de Caracas pudiera desarrollarse este tipo de cultivos en vez de adquirirlo por medio de la importación. En terrenos cercanos a la capital observó haciendas de café y que en las zonas altas donde se cultivaba este fruto estaban consideradas de gran rentabilidad.

         Hacia el lado este de la ciudad observó la existencia de sembradíos de café y cacao. Indicó que Petare era la localidad de mayor impulso del estado Miranda, “con casi 7000 habitantes”. La actividad económica de mayor vigor en la localidad petareña era la fabricación de alpargatas, cigarrillos y almidón, “el cual se fabrica a base de harina de yuca”. Petare llegó a ser la primera estación del terminal del ferrocarril, según la información que expuso ante sus lectores. Además, argumentó que el proyecto ferrocarrilero propuesto desde tiempos de Antonio Guzmán Blanco tenía como meta que alcanzara la ciudad de Valencia. 

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