Casas, plazas y víveres en la Caracas de 1820

15 Jun 2023 | Por aquí pasaron

Las casas caraqueñas no poseían azoteas o terrazas; sus techos eran de tejas “en forma de C o de S, innecesariamente pesadas y mal hechas".

Las casas caraqueñas no poseían azoteas o terrazas; sus techos eran de tejas “en forma de C o de S, innecesariamente pesadas y mal hechas».

     El periodista estadounidense, William Duane, autor de unos relatos sobre su visita a Colombia, La Guaira y Caracas, entre 1822 y 1823, fue insistente en comparar las edificaciones caraqueñas y las de las ciudades de Colombia que visitó, ante las construidas por los asiáticos.

     Le pareció extraño que, contando con materiales, no edificaran las residencias con una azotea o terraza. Lugar éste que serviría para “solazarse en las veladas o para reunirse con amigos incluso hasta altas horas de la noche, las azoteas proporcionan una exquisita delicia”. Señaló que sólo había visto una casa con azotea, aunque no al estilo de las vistas por él en Bengala.

     Describió que los techos de las casas en Caracas y de otros lugares por él visitados, eran de tejas “en forma de C o de S, innecesariamente pesadas y mal hechas”. De igual modo, los techos se construían en forma de ángulo y requerían de pesadas y gruesas vigas para sostenerlos. Argumentó que los españoles habían traído consigo los estilos de arquitectura morisca. Y, en consecuencia, reprodujeron estas formas durante la colonización y el establecimiento de las ciudades fundadas por ellos.

     Decía Duane que, mientras otras naciones habían avanzado en el desarrollo de las artes, entre ellas, la arquitectura, la política española tenía “vedada las artes por temor a que el conocimiento de los adelantos de que se disponía en los países extranjeros pudiera poner en peligro la dominación hispana”.

     Exteriorizó en su escrito haber experimentado otra sorpresa, en lo referente a la construcción de las viviendas, “en este país sigue prevaleciendo el prejuicio, a pesar de tener ante sus ojos los ejemplos del terremoto de 1812, de que una tierra que llaman pegadiza debe preferirse a la madera o a la piedra”. Según constató los que sostenían esta creencia ofrecían como excusa que, en caso de un movimiento telúrico, tal como el experimentado aquel año, si las casas estuvieran edificadas con piedra al derrumbarse los tapiaría o enterraría al ocurrir otro terremoto. “Aunque parezca sorprendente, resulta que los efectos tenidos de las casas de piedra, fueron producidos justamente por las construidas con `pita´, nombre que dan a semejante material”, es decir, tapias.

     A partir de las ruinas, que aún estaban presentes en la ciudad, ofreció el ejemplo de tierra “desmoronada” y que las personas habían confiado en los materiales utilizados para construir sus casas. En este sentido, reseñó el caso del campanario de la catedral que estaba sobre una base hecha de piedras que equivalían a un tercio de su altura. “Las dos terceras partes eran de pita y se derrumbaron mientras la de piedra se sostiene intacta”. Escribió que se había dirigido a observar una casa de tres pisos, única en la ciudad, y que había estado habitada por “algún enemigo prófugo de la revolución”. Precisó que había sido construida con piedra antes del movimiento sísmico y que soportó sus embates en 1812.

     Con asombro indicó que ejemplos como este no hubiesen concitado ningún cambio de actitud entre los integrantes de la comarca. Luego describió cómo era el proceso de construcción con tapias o pita. En su delineación puso en evidencia la forma bastante tosca de la manipulación de los materiales a base de tierra, así de cómo se desaprovechaban espacios útiles para la edificación.

De las plazas que visitó Duane, la de mayor notoriedad, según sus propias palabras, era la que denominaban Plaza Mayor, situada en línea horizontal con los linderos de La Pastora.

De las plazas que visitó Duane, la de mayor notoriedad, según sus propias palabras, era la que denominaban Plaza Mayor, situada en línea horizontal con los linderos de La Pastora.

     En otro de los capítulos, de su extenso y detallado relato de viaje, dedicó algunas líneas a detallar lo que había observado en los alrededores de la ciudad de Caracas. De las plazas que visitó la de mayor notoriedad, según sus propias palabras, era la que denominaban Plaza Mayor, situada en línea horizontal con los linderos de La Pastora. Por el lado este de ella estaba ubicada la calle Carabobo cuya separación era una reja de hierro.

     En el lado opuesto se encontraba la Catedral. Al lado norte se hallaba otra calle a la que se accedía por unas escalinatas, en las que, en días festivos, se orlaba con imágenes alegóricas, se recitaban odas y se ejecutaba música coral. Del lado oeste identificó construcciones de dos plantas, que estaban ocupadas por una cárcel, “cuya fachada hacia la plaza no presenta aspecto repulsivo”.

     Había tiendas de sombreros y un poco más allá de la calle Carabobo estaba la universidad.

     Calculó que el espacio ocupado por la Plaza Mayor equivalía al de una manzana, “debe tener alrededor de trescientos pies, o algo más, por cada lado”. El piso no era de tierra y estaba pavimentada en toda su extensión. “Es el asiento del mercado público, donde se venden toda clase de comestibles, y cuya abundancia y variedad, menos en carnes, resultaría difícil superar en cualquier otro país”. Expuso ante sus potenciales lectores que entre lo que se ofertaba se podían encontrar frutas, verduras, raíces comestibles similares a las que existían en los mercados de su país. Aunque había algunas desconocidas para Duane. Entre ellas, mencionó la arracacha, la yuca y el apio. Del pan que se hacía en Caracas y otros lugares de la República de Colombia, el casabe, se preparaba a partir de convertir en harina la yuca. Comparó ésta con una zanahoria, “pero más sustanciosa al quedar aderezada”.

     En cuanto al apio escribió que tenía un tamaño similar al de una remolacha y que en esta comarca lo había en abundancia. De inmediato, recurrió a las comparaciones de lo que había observado y consumido en esta comarca y lo experimentado, en este mismo orden de cosas, con la papa. “En ninguna parte de este territorio pude ver que la papa común fuese de igual calidad o tamaño que en Europa o en la India, o en nuestros propios mercados”. La razón de esta situación, indicó, era por las deficiencias en el proceso practicado, en estos lares, para su cultivo, “a tal punto que presencié el caso de una persona muy ilustrada, y de buen criterio en todos los demás aspectos, que ordenaba a su peón seleccionar las más pequeñas para semilla”.

     Escribió que intentó persuadir a esta persona que la forma de escoger las raíces para nuevos cultivos no era la apropiada. Pero fue infructuoso el intento. Por otro lado, anotó que legumbres las había en abundancia y de clases distintas a las de Estados Unidos. Algunas de ellas eran frijoles, arvejas, ajonjolí y gran variedad de maíz. Las frutas fueron ponderadas por Duane y anotadas como exquisitez. Es el caso de las naranjas, las describió como “jugosas y de rico sabor”, la piña “de zumo y gusto exquisitos”, diversas clases de cambur, así como el banano gigante o plátano, que representa para las masas de Sur América lo que la patata para el campesino irlandés”.

     Del plátano argumentó que era un fruto que se podía reproducir en “todas partes” y que era muy nutritivo. Aunque agregó que, incluso estando maduro, era insípido en su condición natural, es decir, sin haber pasado por proceso de cocción alguna. La forma de consumirlo era luego de ser hervido o tostado (asado) y que su sabor y textura eran agradables. En cuanto a su cultivo sumó que sus árboles eran colocados en hileras y no de manera separada unos de otros, algunos plátanos podían pesar hasta dos libras. Tuvo palabras laudatorias para el melocotón y el membrillo, “de calidad excelente”, los que también podían conseguirse en el mercado, al igual que las manzanas, las uvas y el níspero.

La plaza de San Pablo no guardaba relación simétrica con la iglesia, aunque ostentaba una “fuente muy hermosa”. Grabado de Cornelio Aagaard.

La plaza de San Pablo no guardaba relación simétrica con la iglesia, aunque ostentaba una “fuente muy hermosa”. Grabado de Cornelio Aagaard.

     Trajo a colación otros víveres provenientes de una tierra rica en producción como las cebollas y los ajos. Además, expuso el caso de flores de agradable fragancia y hermosas formas, así como las aromáticas canelas y la pimienta, arroz, “de excelente calidad”, harina de maíz, trigo y cebada. En lo referente a las hortalizas, “los mercados caraqueños las ofrecen en tanta abundancia como se desee, y son iguales en calidad a las que se venden en Filadelfia, y a menor precio, tales como perejil, lechugas, espinacas”.

     Anotó que el mercado funcionaba algunos días a tempranas horas de la mañana, pero los artículos de primera necesidad se conseguían todos los días. “Las operaciones del mercado terminan antes del mediodía, y luego se procede por lo general a barrer la plaza, a menos que algún acontecimiento público lo impida”. Entre otro de los usos que se daba a la Plaza Mayor era para la realización de desfiles y la congregación de las milicias.

     De igual manera, anotó que en ella se llevaban a cabo festividades públicas y funciones musicales de índole festiva, “con elegantes bandas de música y composiciones poéticas escritas para tales ocasiones; seguidas por toros coleados y fuegos artificiales”. Dejó escrito que, sin habérselo propuesto, presenció “lo que aquí denominan toros coleados, pero que yo llamaría tormento taurino”. Más adelante escribió que no se había sentido incómodo al presenciar este acto, puesto que no había ocurrido ningún accidente. Una de las consideraciones que delineó fue la de haber visto la intrepidez y la destreza de quienes se aventuraban a hacer frente, mientras los jinetes van a caballo, mostrando una gran confianza en sí mismos a un enfurecido animal. “En estos torneos el campesino entra en competencia con el caballero de la ciudad, para mostrar su habilidad de jinetes, que les permite derribar prácticamente a la fiera enardecida”.

     En la descripción que hizo de la Plaza Mayor enfatizó que ella era escenario de usos diversos, aunque también “cumple otras funciones de mayor seriedad”. De seguida rememoró que sobre el terreno donde había sido situada se dieron cita valerosos hombres que luchaban por su libertad. Antes habían sucumbido “tantos virtuosos varones, condenados a muerte, víctimas de la suspicaz tiranía de España, y a menudo de las crueles pasiones de los gobernantes locales; hombres cuyas virtudes inspiraban terror, y que, a causa de la veneración de que eran objeto por parte de sus vecinos, parientes y connacionales, aparecían naturalmente como culpables ante los recelos de un régimen despótico”.

     Sin embargo, en el mismo lugar se ejecutaba a los malhechores. Contó que, aun estando en Caracas, tuvo la oportunidad de enterarse de los actos de partidas de salteadores, comandados por una “bandolero de apellido Cisneros”. Según sus anotaciones e información recabada se escondía por los lados de los valles del Tuy. En ocasiones incursionaba en Caracas para cometer “depredaciones, asesinatos y robos” y quien además tenía comunicación epistolar con el general español Francisco Tomás Morales.

     Enumeró “otros sitios al descubierto”, aunque se denominaban plazas, según Duane, estaban muy alejados de tal apelativo. La de la Candelaria dijo que lo más vistoso eran las ruinas de la Catedral. La de San Pablo no guardaba relación simétrica con la iglesia, aunque ostentaba una “fuente muy hermosa”. La de San Jacinto, ubicada en los terrenos del monasterio de los dominicos, era de agradable aspecto. La de la Trinidad no pasaba de ser un “simple paraje”. La de San Lázaro estaba en los suburbios, pero contaba con un atractivo templo. En La Pastora sólo existían vestigios “de lo que debió ser en otro tiempo” y la de San Juan no tenía aspecto de plaza alguna.

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