Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

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     José de Oviedo y Baños nació en Santa Fe de Bogotá en 1671 y falleció en Caracas, el 20 de noviembre de 1738. Fue un destacado militar e historiador. De origen social acaudalado y cuya familia estuvo interiormente ligada a la burocracia española en América, fue educado en Lima. Escribió Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, uno de los libros de referencia histórica más importantes del país.

     Oviedo y Baños ocupó varios cargos públicos. En 1699 fue alcalde del segundo voto del Ayuntamiento de Caracas. Luego, en 1710 alcalde de primer voto y, en 1722, regidor perpetuo, cargo al que renunció al poco tiempo. El Cabildo le encargó la elaboración de un calendario con las fiestas religiosas de cumplimiento obligatorio. 

     Esto le permitió almacenar el copioso archivo que utilizó para escribir la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela. Oviedo y Baños, estudió gramática, retórica y elocuencia en Lima. En Caracas había frecuentado la compañía de profesores, maestros, teólogos y otros letrados. También estudió Derecho y se dedicó a la lectura, logrando el perfil intelectual que le ayudaría a investigar en los archivos oficiales los acontecimientos desde la llegada de Cristóbal Colón y sus huestes a América. Con esta información, en 1723 publicó en Madrid la Historia del actual territorio de Venezuela.

     A Oviedo y Baños se le considera como el iniciador de la historia escrita del país mediante la narración, el análisis y la descripción de episodios y lugares históricos.

     Según una nota en Wikipedia, entre los planes de José de Oviedo y Baños estaba una segunda parte de esta obra, pero nunca fue publicada. Versiones contradictorias indican que jamás fue escrita, o que fue destruida intencionalmente en consideración a ciertas familias que se vieron ofendidas por el texto. A pesar de eso, dejó otro escrito muy útil para el conocimiento de la Caracas de su tiempo, titulado Tesoro de noticias de la ciudad.

     En su libro de 1723, Oviedo y Baños escribió que, entre las mejores provincias que constituían el imperio español en América estaba la que se había denominado Venezuela, aunque se le conocía más con el nombre de su capital, Caracas, cuya historia “ofrece asunto a mi pluma para sacar de las cenizas del olvido las memorias de aquellos valerosos españoles que la conquistaron, con quienes se ha mostrado tan tirana la fortuna, que mereciendo sus heroicos hechos haber sido fatiga de los buriles, solo consiguieron, en premio de sus trabajos, la ofensa del desprecio con que los ha tenido escondido el descuido”.

     De la provincia de Caracas expresó que mostraba espacios lacustres con aguas claras y saludables. Provista con aguas de mucha utilidad para los cultivos. Describió que en la misma provincia se experimentaba una variedad climática, lo que era propicio para la siembra de frutos de gran diversidad. Observó y expuso ante sus lectores los cultivos que abundaban en la comarca como: maíz, trigo, arroz, algodón, tabaco y azúcar; “cacao, en cuyo trato tienen sus vecinos asegurada su mayor riqueza”. Del mismo modo, observó árboles frutales, tanto indianos como europeos, legumbres de distintas categorías, “y finalmente, de todo cuanto puede apetecer la necesidad para el sustento, o desear el apetito para el regalo”.

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     En lo que respecta a la madera contó de la existencia de granadillos, con diversidad de colores, caobas, dividives, guayacanes, palo de Brasil, cedros, así como la existencia de vainillas de singular olor, grana silvestre, que era desaprovechada por los nativos, zarzaparrilla y añil muy comunes en los montes que bordeaban la provincia, “que más sirven de embarazo que provecho, por la poca aplicación a su cultivo”.

     Puso a la vista de los potenciales lectores la existencia de animales como leones, osos, dantas, venados, báquiros, conejos y tigres, “los más feroces que produce la América, habiendo enseñado la experiencia, que mantienen más ferocidad mientras más pequeñas son las manchas con que esmaltan la piel”. En cuanto a los productos del mar ponderó su alta propiedad, así como la calidad de las salinas que estaban a la orilla de las costas. De las aves reseñó sobre la existencia de una amplia gama de pájaros de hermoso plumaje y algunos de carne muy apetecible como la guacharaca, el paují, la gallina de monte, la tórtola, la perdiz y otras que eran objeto de cacería.

     De sus montes, expresó, se podían encontrar variedades naturales para la aplicación medicinal. Mencionó el caso de la cañafístola, tamarindos, raíz de china, tacamajaca y un aceite denominado María o Cumaná. También la provincia contaba con minas de estaño y de oro, aunque eran poco explotadas porque según Oviedo y Baños “aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza”. Expresó que la fertilidad de sus suelos permitía la manutención de los habitantes de la comarca, sin necesidad de recurrir a las provincias vecinas para la provisión de bienes, “y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera más abastecida y rica, que tuviera la América”.

     Destacó que antes de la conquista la provincia contaba con distintos grupos de indígenas, “que sin reconocer monarca superior que las dominase todas, vivían rindiendo vasallaje cada pueblo a su particular cacique”. Sin embargo, luego de un tiempo transcurrido, así como por el traslado de muchos indios a las islas de Barlovento y otros lugares, “la consumieron de suerte, que el día de hoy en ochenta y dos pueblos, de bien corta vecindad cada uno, apenas mantienen entre las cenizas de su destrucción la memoria de lo que fueron”.

     En cuanto a la instalación de la provincia hizo notar que Losada había insistido que debía apaciguar y neutralizar a los habitantes originarios para establecer la ciudad. Así que, decidió hacerlo en el valle nombrado como San Francisco. Fue allí donde fundó Santiago de León de Caracas, “para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador y la provincia”. Sus primeros regidores fueron Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. Creado el Cabildo se nombró alcalde a un sobrino de Losada, Gonzalo de Osorio y a Francisco Infante.

     Agregó que este acto fundacional era ignorado, entre la mayoría de las personas de la época, “que no han bastado mis diligencias para averiguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo sepa, ni archivo antiguo que lo diga”. Relató que pensó encontrar datos en las actas del Cabildo, sin embargo, encontró unas exiguas notas sobre esta fundación, así como que “los papeles más antiguos que contienen son del tiempo que gobernó Don Juan Pimentel: descuido ponderable y omisión singular en fundación tan moderna”.

     En este orden señaló que un cronista de nombre Jil González había asegurado que la fundación de esta localidad fue un día de Santiago. Pero Oviedo la calificó de errada y que estableció como fecha 1530, “cosa tan irregular, y sin fundamento, que dudo el que pudo tener autor tan clásico para escribir tal despropósito; y así, dejando esta circunstancia en la incertidumbre que, hasta aquí, pues no hay instrumento que la aclare, pasaremos a dar noticia del estado a que ha llegado esta ciudad de Caracas (1723)”.

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     De ésta llamó la atención acerca de su ubicación en un valle de gran fertilidad, con unas altas sierras que servían de límite frente al mar. Cuatro ríos la surcaban, sin que hubiese riesgo de anegación y que no le faltaban condiciones para denominarla un Paraíso. “Tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen”.

     En lo que respecta a sus habitantes expresó que había un importante número de negros y mulatos, así como españoles que llegaban a la cantidad de mil, dos de ellos con títulos de Castilla y caballeros de prosapia lo que le daba a la sociedad caraqueña un lustre particular, “sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos”. 

     Agregó que hablaban la lengua castellana sin los vicios propios exhibidos en otros lugares de la Indias. Según su visión, gracias al clima predominante en la ciudad, los cuerpos de sus habitantes eran bien proporcionados, “sin que se halle alguno contrahecho, ni con fealdad disforme”.

     De ellos expresó que eran inclinados al trato amable y que los negros mostraban incomodidad por no saber leer y escribir. Los visitantes eran muy bien recibidos y las mujeres caraqueñas fueron calificadas por él como “hermosas con recato y de modales afables”. Por otra parte, indicó que había una iglesia calificada de catedral. Describió que era una edificación levantada en forma de cinco naves, cuyo techo estaba sostenido por filas de ladrillos, aunque cada nave le pareció que eran muy angostas, todas juntas mostraban una obra atractiva en su proporción simétrica. En ella se encontraban cuatro capillas de cuatro particulares patronatos.

     De acuerdo con la información recopilada por él, la iglesia se había edificado en 1580, a propósito de una peste de viruela y sarampión que azotó a la comarca por aquellos días y que acabó con la mitad de la población originaria. Fue en honor al Proto eremita que gracias a su intercesión alivió a la ciudad de tales quebrantos de salud. Nuestra Señora de la Candelaria, levantada en 1708, prestaba atención a la comunidad devota de la patrona de la isla de Tenerife. El hospital de la Caridad se dedicaba a la atención de féminas aquejadas en su salud, prestaba servicio también para el castigo de concupiscencias. De la congregación de los domínicos contó que fueron los primeros en traer las palabras sagradas a esta comunidad. Los pertenecientes a la religión de Santo Domingo mantenían un convento con cuarenta religiosas, en cuyo aposento rendían honor a nuestra Señora del Rosario.

     Los franciscanos constituían una comunidad de cincuenta religiosos. La de nuestra Señora de la Mercedes construida en 1638 estaba en un lugar alejado del casco central de la ciudad. En lo referente a la instrucción de los jóvenes de la ciudad estaba un colegio seminario bajo la protección de Santa Rosa de Lima. En él se cursaban algunas cátedras: dos de teología, una de filosofía y dos de gramática, “donde cultivados los ingenios, como por naturaleza son claros, y agudos, se crían sujetos muy cabales, así en lo escolástico, y moral, como en lo expositivo”.

     Tuvo palabras de elogio para con el convento de las monjas de la Concepción. Concebida en el año de 1617 guardaba en su seno 62 religiosas de velo negro. Además de estos templos había dos santuarios, el de San Mauricio y Santa Rosalía de Palermo. Una de las mayores conmemoraciones anuales tuvo que ver con una peste de vómitos, que se extendió por 16 meses continuos, y que se celebraba cada cuatro de septiembre.

Miraflores: Testigo silencioso. . .

Miraflores: Testigo silencioso. . .

Eleazar López Contreras tenía un vicio: fumar tabaco negro; Isaías Medina Angarita trabajaba hasta 24 horas seguidas; Rómulo Gallegos “escribía a mano”; Marcos Pérez Jiménez le temía más a la huelga que a los aviones

Por Aurora Martínez*

El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

     “Acariciado por la brisa que sopla del abra de Catia, el Palacio de Miraflores, desde lo alto que ocupara una antigua Trilla, pareciera mirar imperturbable el paso de más de cincuenta años de historia contemporánea, muchos de cuyos episodios principales se han producido justamente en sus vetustos corredores y ornados aposentos.

     El proyecto de construirlo fue concebido por el general Joaquín Crespo años antes de ocupar la presidencia. Para el caso canceló la cantidad de treinta y siete mil bolívares a los antiguos dueños de los terrenos –entre Camino Nuevo y la subida de Moreno– debiéndose desalojar de allí las instalaciones de la Trilla donde se descerezaba el café proveniente de Galipán, una vieja vaquera y hasta un puesto de la diligencia de Antonio Delfino, cuyos coches realizaban el tránsito de pasajeros y equipaje entre La Guaira y Caracas.

     Un arquitecto catalán, Juan Soler, fue el autor de la obra que se comenzó a construir en 1884, bajo la dirección del ingeniero venezolano J. Manrique, muy al gusto del general y de su esposa doña Jacinta.

     Recuerda el cronista Lucas Manzano, por haberlo oído de un hijo del general, de nombre Estacio, que los tesoros del palacio se guardaban en una caja de caudales, a la que se tenía acceso tan sólo mediante el uso de un resorte secreto escondido bajo el grifo de una de las fuentes de agua que exornaban uno de los patios interiores. Accionando el resorte mágico, las puertas, hasta entonces muy bien disimuladas, procedían a abrirse para dejar al descubierto los tesoros de manera tan celosamente guardados.

     Por cierto, que estos tesoros debieron ir a parar a manos del propio arquitecto Soler y varios de sus ayudantes, a quienes se les vio muy activos en el palacio la noche posterior al conocimiento de la noticia de la muerte infausta del Caudillo en la “Mata Carmelera”, en ocasión de haber salido en campaña contra las fuerzas del general José Manuel Hernández, “El Mocho”.

     Poco, pues, fue lo que disfrutó su original propietario, el famoso hijo de San Francisco de Cara, de las delicias de su Palacio, construido en un todo a semejanza de otro visto en Barcelona de España, cuando anduvo de gira por el Viejo Continente. Mucho menos iba a gozarlo su viuda, la desde entonces melancólica doña Jacinta, quien, a más de la ausencia de su amoroso esposo, iba a sufrir desde entonces los asaltos rapiñosos de una verdadera nube de acreedores.

Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

     Doña Jacinta y sus hijos casados permanecieron poco en Miraflores. En 1900 iba a cederlo en alquiler, por una exigua renta de dos mil bolívares mensuales al presidente Cipriano Castro, que conmovido en sus nervios por el terremoto de aquel año recordó la existencia en el Palacio de un cuarto –maravilla del nuevo siglo – levantado por Crespo a prueba de temblores.

     Castro – de quien el general Crespo había dicho una vez que era “un indio que no cabía en su cuarto” – jamás canceló a los dueños de Miraflores ni una sola de las cantidades mensuales que se había convenido su arrendamiento, y doña Jacinta hubo de soportar además el embargo de su Palacio decretado por un tribunal mediante la triquiñuela legal de un tal Vicente S. Mestre, quien cobraba a los herederos del general honorarios por la redacción de un supuesto Código Militar que había realizado por encargo de aquél.

     A tal estado llegaron las tribulaciones de la viuda de Crespo y su Palacio que aceptó el consejo de sus amigos y concluyó por venderle al general Félix Galavís por medio millón de bolívares. En 1911 y por igual cantidad el general Galavís decidió cederlo a la Nación en operación verificada por ante el procurador Villegas Pulido y desde entonces el aposentamiento de la antigua Trilla pasó a ser residencia oficial del presidente de la República.

Allí mataron a don Juancho

     Miraflores vivió uno de sus momentos más emocionantes cuando la madrugada del 30 de junio de 1923 apareció muerto en su alcoba el gobernador de Caracas, general Juan C. Gómez, hermano del “Benemérito” y candidato a sucederle en el mando.

     Decenas de personas que alcanzaron a pasar ese día por las calles vecinas al Palacio se vieron apresadas y muchas de ellas remitidas a La Rotunda, donde algunas fallecieron y otras, con más suerte, volvieron a ver la luz de la ciudad en 1936 a raíz de la muerte providencial del Dictador.

     Desde entonces, los caraqueños se acostumbraron a mirar con recelo hacia el viejo Palacio, por cuyos corredores, aseguraban viejas consejas, solía pasearse el célebre muerto de la “Carmelera”.

     Juan Vicente Gómez gustaba poco del Palacio y de Caracas en general. Prefería Maracay y allí fijó su residencia por largos años. Miraflores se destinaba entonces a asiento de oficinas. El doctor José Gil Fortoul, Victorino Márquez Bustillo, el doctor Juan Bautista Pérez, el doctor Arminio Borjas y el doctor Pedro Itriago Chacín, que ocuparon el sillón presidencial por diversas circunstancias durante el mandato del señor de “La Mulera”, despacharon en aquel.

El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

López Contreras fumaba tabaco negro y Medina Angarita prefería “La Quebradita”

     Don Víctor Abad es empleado del Palacio desde 1936. Él ha sido testigo silencioso a partir de aquel año de cuantos acontecimientos mayores y menores han ocurrido en Miraflores. De su boca, con palabra sencilla y precisa, la reportera escuchó por más de dos horas el relato minucioso de las costumbres impuestas a la vida de Palacio por sus sucesivos ocupantes.

     El general Eleazar López Contreras, por ejemplo, vestía siempre traje civil. Muy raramente de uniforme. Prefería colores oscuros. Recibía a los Embajadores de levita y pantalones de fantasía; cuello alto de “pajarita” y, por todo adorno, una perla, muy grande y hermosa, en la corbata de seda.

     Llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Y tan sólo se marchaba cuando las sombras comenzaban a caer. Vivió con su familia por mucho tiempo en “Los Teques” y luego en “La Quebradita”.

–¿Descansaba el general?

–Si, naturalmente. Entre audiencias se tomaba media y hasta una hora a veces. Creo que vi echarle un “sueñito”, sentado en su silla, en la propia oficina donde acostumbraba despachar –nos dice.

     Y, luego agrega:

–Fumaba cigarrillo negro. Nunca le vi beber alcohol. Muy sobrio en las comidas. Tomaba café negro.

–¿Y el presidente Medina?

–Ah, ese era otra cosa. . . Muy cordial, ¿sabe? Dispuso comidas colectivas para el personal. Él y su esposa vivieron un tiempo en Palacio. En la capilla se efectuaban frecuentes ceremonias. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran. Luego se mudaron para la casa que construyeron en “La Quebradita”. Yo fui llevado allá como empleado. Allá nos cogió la revolución de octubre, pero la gente no se metió con nosotros.

–El general Medina trabajaba mucho. Los empleados nos íbamos a las casas en horas de la noche y cuando regresábamos por la mañana, muchas veces nos encontrábamos conque “el presidente continuaba despachando asuntos”.

     Rómulo Gallegos paseaba por los corredores y Pérez Jiménez le temía a las “huelgas”. Don Víctor, que ahora acaba de cumplir sesenta años, recuerda al presidente Gallegos con especial distinción.

–Don Rómulo era muy correcto y gustaba de charlar con los empleados. Paseaba frecuentemente por los corredores. Para hacer “ejercicio”, creo yo. No gustaba del atuendo y parecía incómodo con los jefes de protocolo. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina. Parecía quererlo hacer todo él solo.

Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

     Dejamos que don Víctor hable sin interrumpirlo. Mirándonos de frente como si dudáramos de que creyéramos lo que iba a decir, comenta:

–Don Rómulo prefería estar solo o con pocas personas. Los rebullicios no eran de su agrado; no obstante, al principio hubo algunas fiestas. Luego, cuando lo tumbaron, esto se llenó de mucha gente armada. Igual que en la revolución en que tumbaron al presidente Medina. A mí no me gusta ver a gente civil exhibiendo revólveres. Creo que a don Rómulo Gallegos tampoco.

–¿Gallegos usaba revólver?

–Bueno, yo no recuerdo haberle visto portar nunca ningún arma. Creo que le bastaba con las que llevaban sus edecanes

–¿Y Pérez Jiménez?

–Bueno. . . eso era otra cosa.

      La reportera ha hallado un filón noticioso y no espera soltar su presa.

–¿Cómo era Pérez Jiménez? Cuéntenos.

–Un poco mujeriego, ¿sabe? Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo. El presidente Betancourt los mandó a derribar. –Ahora están allí unas oficinas.

     Luego dice que Pérez Jiménez al principio “trabajaba”. A las siete llegaba al Palacio. En los libros de visita figura por mucho tiempo Pedro Estrada como primer visitante a diario.

–¿Le gustaban las fiestas?

–Si, mucho. Pero no aquí en Miraflores. . . A veces se ausentaba por muchos días. Se iba de jira. Siempre estaba rodeado de gente y en la cocinase gastaba mucho. La comida se botaba.

Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

–¿Cómo anduvo la cosa en Palacio durante los días de la revolución de enero?

–Bueno. El día primero yo vine a Palacio a visitar a los amigos para darles el abrazo de “año nuevo” y me encontré con que la cosa estaba prendida. Desde la esquina de Bolero hasta el Palacio estaban apostados los cañones antiaéreos y los aviones pasaban cerquita. Aquí todo estaba revuelto. Pérez Jiménez, en su despacho y los ministros en él. Los ministros se marcharon a las doce y solo Vallenilla se quedó todo el día.

     “A las tres de la tarde. Pérez Jiménez salió de su despacho y se fue al Palacio Blanco. Luego, cuando regresó, preguntó en la puerta si había llegado el general Fernández, le dijeron que no, y entonces vi que estaba contrariado.

     Cuando llegó Fernández, Pérez Jiménez dijo, como para que todo el mundo oyera, que iban a bombardear Miraflores y que él se iba de nuevo al Cuartel Blanco. Como a las cinco y cuarto, dos aviones aparecieron y ametrallaron el Palacio. Murió el portero José Pérez. El general durmió en el Cuartel Blanco.

     “Al otro día, muy temprano se apareció en Miraflores. Estaba pálido y me parecía que no había dormido.

     “Le oí claramente cuando dijo: –Los ataques de aviones no deben preocuparnos; a lo que temo es a la huelga. . .

     “Luego se metió con algunos ministros y militares en su despacho. El 23 de enero en la madrugada, se fue para Santo Domingo en la “vaca sagrada”, y creo que ya no vuelva”.

FUENTES CONSULTADAS

Venezuela Gráfica. Caracas, 5 de febrero de 1960


* Periodista de televisión y radio, realizadora del destacado programa “La tierra y su Gente con Aurora”. Autora de diversos reportajes en revistas y periódicos venezolanos y extranjeros. Primera esposa del político Teodoro Petkoff.

    Teresa Carreño en Caracas

    Teresa Carreño en Caracas

    La venezolana es considerada por muchos expertos como la pianista más prolífica de América Latina durante los siglos XIX y XX. En 1885, con motivo de su retorno al país, después de una ausencia de veintitrés años (Se había ido a los ocho años, en 1862), regresaba para ofrecer su primer concierto en Venezuela, donde estrenaría, además, el Himno a Bolívar, cuya composición musical realizó, inspirada en la letra de un hermoso texto del escritor e historiador Felipe Tejera. Con motivo de la presencia de la insigne pianista en Caracas, el diario La Opinión Nacional, del 9 de octubre de 1885, dio a conocer una interesante y hasta entonces desconocida biografía de Teresita Carreño. La nota no estaba firmada y el mencionado periódico sólo lo identificó como “Un amigo nos ha favorecido con el artículo que nos es grato publicar”.
    El primer concierto lo ofreció la artista en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal), el 27 de octubre de 1885. Allí interpretó: Mi menor, de Chopin, con acompañamiento de segundo piano y quinteto de instrumentos. Allegro, Romanza, Rondó; «Himno a Bolívar»; Saludo a Caracas, Danza dedicada a Caracas; Trémolo de Gottschalk; y Rapsodia húngara N° 6, Liszt.

    Tras 23 años de ausencia, Teresa Carreño regresa a Caracas en 1885, para ofrecer su primer concierto en Venezuela.

    Tras 23 años de ausencia, Teresa Carreño regresa a Caracas en 1885, para ofrecer su primer concierto en Venezuela.

         “Teresa Carreño, ó Teresita, como se complacen en llamarla sus compatriotas y amigos, nació en Caracas, capital de la República de Venezuela el 22 de diciembre de 1853. Sus padres fueron don Manuel Antonio Carreño, antiguo ministro de Hacienda de la República y la señora Clorinda García de Sena, sobrina del antiguo Marqués del Toro y del Gran Bolívar.

         Muy temprano comenzó la joven artista a dar muestras del talento de que estaba dotada. Un día, en que apenas contaba tres años, estaba su hermana mayor estudiando la Varsoviana, famosa danza de aquella época. La niña había sido puesta en cuna, y la aya, creyéndola dormida, se había retirado. Pero Teresita no dormía; apenas se vio sola, se levantó y se dirigió hacia el piano que su hermana había dejado, y se puso a buscar con sus pequeños dedos las notas que había oído. Con asombrosa facilidad las halló y tocó bastante bien hasta que llegó á un pasaje algo difícil. Por fin, después de mucho tantear lo halló, pero no antes de que su padre hubiera entrado en la pieza; éste que había oído las notas vacilantes, creyó que era su hija mayor la que tocaba y había venido a enseñarle la manera correcta de tocarlas. 

         Cuando vio a Teresita de pie delante del piano tratando de alcanzar el teclado, al cual apenas llegaba su cabeza, la tomó en sus brazos, con el rostro bañado de lágrimas al ver el talento que demostraba este simple incidente. A partir de aquel día empezó a darle lecciones.

         Muy temprano comenzó la joven artista a dar muestras del talento de que estaba dotada. Un día, en que apenas contaba tres años, estaba su hermana mayor estudiando la Varsoviana, famosa danza de aquella época. La niña había sido puesta en cuna, y la aya, creyéndola dormida, se había retirado. Pero Teresita no dormía; apenas se vio sola, se levantó y se dirigió hacia el piano que su hermana había dejado, y se puso a buscar con sus pequeños dedos las notas que había oído. Con asombrosa facilidad las halló y tocó bastante bien hasta que llegó á un pasaje algo difícil. Por fin, después de mucho tantear lo halló, pero no antes de que su padre hubiera entrado en la pieza; éste que había oído las notas vacilantes, creyó que era su hija mayor la que tocaba y había venido a enseñarle la manera correcta de tocarlas. Cuando vio a Teresita de pie delante del piano tratando de alcanzar el teclado, al cual apenas llegaba su cabeza, la tomó en sus brazos, con el rostro bañado de lágrimas al ver el talento que demostraba este simple incidente. A partir de aquel día empezó a darle lecciones.

         En 1862 decidió la familia Carreño irse á Nueva York, donde el día que Teresita cumplió nueve años se dio un concierto en la Academia de Música en “beneficio” suyo. El Teatro estaba lleno; se vendieron cerca de cinco mil billetes, pero el “beneficio” no resultó ser un beneficio para Teresa, pues el empresario se guardó todos los fondos. Pero éste fue el principio de su carrera en los Estados Unidos. Tocó en varios puntos del Este. En Boston solicitada por el Alcalde Corregidor de la ciudad, dio un concierto á los niños de las escuelas públicas. Teresita tiene dos medallas de oro que le fueron dadas en aquella época en dicha ciudad. A la sazón [Louis Moreau] Gottschalk había hecho una gran sensación en Nueva York, y algunos amigos suyos arreglaron una entrevista entre él y Teresita; ésta tocó delante de él y Gottschalk exclamó abrazándola: “hija mía, serás una de nosotros”. Inmediatamente se interesó en sus estudios, y le indicó lo que debía hacer y en qué orden; le enseñó él mismo a tocar sus composiciones, nota por nota. Su manera de tocar fue una revelación para la niña. Gottschalk fue un artista que vivió demasiado pronto. Él mismo decía: “Yo debo vivir por el piano: ¿De qué sirve que yo me presente delante del público a tocarle piezas que o le gustan? Dentro de veinte años cuando el público esté más adelantado hallará que Gottschalk también está mejor educado” Gottschalk era un artista consumado en sus efectos. No había nada de mecánico en su tocar, parecía como que el piano cantaba por sí mismo. Hasta este día Teresita tiene dos grandes ideales de los pianistas: Gottschalk y [Arthur] Rubinstein –tan distintos el uno del otro, pero ambos iluminados por la centella divina del genio. “Me hablan de la técnica de [Rafael] Jossefy”– dice ella “y esto es un grande artista, pero nunca ha habido un pianísimo como el de Gottschalk en las últimas notas de su “Última Esperanza”. Era como el sonido distante de campanas de plata–tan suave, tan dulce, y con todo tan claro. Se oía y se miraba á ver quién la tocaba, pero no había ningún signo. Era como el céfiro suspirando a través de las cuerdas de oro de la lira del poeta”. Teresa conserva aún su afición a las composiciones de Gottschalk porque contienen el ritmo fascinador de las danzas de su país natal. Tiene en su poder una balada manuscrita de Gottschalk que ella estima más que cualquier otra de las composiciones de este artista. Nunca ha sido publicada.

    La célebre pianista venezolana estrenó en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) el Himno a Bolívar, cuya composición musical realizó, inspirada en la letra de un hermoso texto del escritor e historiador Felipe Tejera.

    La célebre pianista venezolana estrenó en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) el Himno a Bolívar, cuya composición musical realizó, inspirada en la letra de un hermoso texto del escritor e historiador Felipe Tejera.

    Reseña publicada en el diario caraqueño El Siglo, el 29 de octubre de 1885.

    Reseña publicada en el diario caraqueño El Siglo, el 29 de octubre de 1885.

         A la edad de doce años la llevaron sus padres a Europa, yendo primero a París. En esta ciudad se presentó inmediatamente delante del público causando como de costumbre el mayor asombro. Su tocar era tan fresco y tan espontáneo que encantaba a todo el que la oía. [Franz] Liszt se hallaba entonces en París; algunos de sus amigos le hablaron de Teresita y se arregló una matinée en el almacén de pianos de Erard.

         Liszt vino con otros tres caballeros; eran éstos [Camille] Saint-Saenz, [Alfred] Jaëll y [Francis] Planté, éste último poco conocido fuera de Francia. Liszt dijo a Teresa que le tocara algo nuevo, algo que él nunca hubiese oído. Ella pensó en su querido maestro y nombró a Gottschalk. “Gottschalk– dijo Liszt– he oído hablar mucho de él; tóqueme usted algo suyo”. Teresa le tocó “La Última Esperanza”.

         Cuando comenzó a tocar, Liszt se hallaba sentado a veinte pies de distancia del piano entre Jaëll y Planté. . . de fisonomía que parecía decir: “Cómo voy a fastidiarme”. Pero á medida que tocaba Teresa fue él acercando su silla más y más del piano hasta que se halló a su lado. Cuando hubo terminado le puso la mano sobre la cabeza y dijo: “Hija mía, Con el tiempo serás uno de nosotros”.

        Entonces le ofreció hacerse cargo de su educación, pero este honor era demasiado grande; la aceptación del ofrecimiento de Liszt hubiera acarreado grandes gastos que su padre no estaba entonces en posición de hacer. Liszt le dio numerosos consejos, le dijo lo que debía estudiar, á donde debía ir, y todo, en fin, lo que un artista viejo podía decir á uno más joven en quien tenía muchas esperanzas. Teresa tocó después delante del Conservatorio de París; aquí también tuvo un éxito completo; tiene un diploma y varias cartas como recuerdo de este suceso.

         De París pasó a Inglaterra donde continuaron sus triunfos; tocó en Londres en la “Monday Popo” (conciertos populares del lunes) con [Joseph] Joachim y Mme. [Clara] Schuman. Esta última le dio lecciones durante algún tiempo, y le hizo estudiar muchas de sus composiciones. Teresa tocó en varias ciudades de Inglaterra, pero con más preferencia en Londres.

         En 1874 regresó a los Estados Unidos, donde pensaba permanecer siete meses, los siete meses se han hecho once años pues no ha hallado tiempo para volver a Europa.

         No es necesario decir que Teresita es compositora; con su activa vida musical no podía ser de otro modo. Comenzó muy temprano y muchas de sus piezas han sido publicadas en Francia, en Inglaterra y algunas en Nueva York, pero la mayor parte de sus piezas están en manuscrito. Tiene un Scherzo que dedicó a [Charles] Gounod, que la había tratado con la mayor bondad y se había interesado mucho por élla. En una carta, que conserva cuidadosamente, le dice al autor de “Fausto” que Beethoven mismo habría podido firmar este Scherzo. Tiene una gran cantidad de piezas de toda clase, baladas, danzas, y otras por el estilo, pero casi todas son para su uso personal, ni las imprime, ni las toca en público. Pero no admite que una mujer no puede componer; en este respecto es una firme defensora de los derechos de la mujer. A propósito de ello cuenta ella una buena anécdota. En 1883 viajaba con el doctor [Frank] Damrosch: hablando con él entre otras cosas sobre esto, declaró positivamente Damrosch que las mujeres no podían componer. “Ha habido mujeres”, –dijo– que han sido buenas escritoras, poetas, pintoras, escultoras; pero compositoras ninguna; ¿por qué es esto si las mujeres tienen el talento que usted dice? “Porque –contestó el artista– la mujer se enamora de un hombre, se casa con él y el hombre la domina. Cuando hay dos niños, un varón y una hembra, y los dos se ponen a componer, todo el mundo se anima al muchacho y desanima a la muchacha. A ésta se le dice que se ponga a bordar ó á hacer otra cosa propia de su sexo”. Algún tiempo después se hallaban en Denver, en Colorado, donde tiene el doctor Damrosch un hijo que tiene un almacén de pianos. Fueron a hacer una visita a éste, y Teresita se sentó al piano. Si pretexto de tocar a Damrosch una composición sudamericana, le tocó un himno que, le dijo, había sido compuesto por un venezolano para el Centenario de Bolívar que se celebraba en aquel año. El doctor quedó encantado. “¡Eso no es suramericano!” –exclamó– “eso podría haber sido escrito por uno de los mejores compositores alemanes, es una inspiración. ¿Quién lo compuso?”– “Yo” –contestó Teresa, mirándole fijamente. Por algunos instantes quedó mudo Damrosch, después dijo: “Pues no retiro una sola palabra de lo que he dicho”.

         Teresita Carreño es hoy la esposa de Tagliapietra, el bien conocido barítono. Teresita es también cantatriz; ha cantado en la ópera italiana con la [Thérèse] Tietjens en Londres y también en Nueva York, donde tuvo un grande éxito en el papel de Zelina en “Don Giovanni”.

    La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

    La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

    Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

    Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

         William E. Curtis nació el 5 de noviembre 1850, en Akron, Ohio, Estados Unidos. Entre las actividades que realizara en su vida destacan el papel como presidente del Departamento de América Latina y representante del Departamento de Estado para la Exposición del Gobierno de los Estados Unidos en la Exposición Universal de Colombia, en 1893.

         Curtis fue periodista y corresponsal de los periódicos Chicago Inter – Ocean y Record – Herald, así como autor de unos treinta escritos relacionados con sus investigaciones y viajes a la América del Sur.

         Además, se le considera como un factor fundamental en la creación del panamericanismo en Latinoamérica. En este orden, colaboró en la organización de la primera Conferencia Interamericana en 1889 y 1890. Se le ha descrito como un propulsor del comercio entre su país y América Latina antes de 1898. En sus escritos relacionados con la América hispana describió a sus integrantes como países que albergaban costumbres atrasadas y la necesidad de incluir en ellos nuevas técnicas que, por lo general, los latinoamericanos eludían.

         Durante los acontecimientos de 1898, Curtis dio su respaldo a la expansión territorial estadounidense. Sus escritos llevan la impronta civilizadora cuya misión estaba reservada a los Estados Unidos. Por tanto, la configuración de sus relatos sustentados en la diferencia y la igualdad hizo del panamericanismo una ideología imperial de transición.

         Entre sus obras se tiene Venezuela la tierra donde siempre es verano, publicada en 1896 en Nueva York. En cuanto a las diversas consideraciones que enlazó en la configuración que hiciese sobre Venezuela se encuentra el ámbito religioso.

         En uno de sus capítulos se puede leer el vinculado con la religión en Caracas. En este orden escribió que, al igual que otras ciudades suramericanas, la capital venezolana contaba con “un gran número” de ellas, “en franca desproporción con sus habitantes, y suficientes para un lugar tres veces mayor a su tamaño”. Sin embargo, en Caracas observó un contraste con las del resto de Latinoamérica que había conocido. De las caraqueñas aseguró, “no hay una sola que tenga una arquitectura elegante o que supere un aspecto algo más que ordinario”.

         Bajo estas consideraciones asentó que la denominada Catedral no merecía la importancia que a ella se le otorgaba, dentro de la jerarquía del sistema eclesiástico que representaba. Agregó que, si se le despojara del campanario, su parte exterior se asemejaría a una cárcel o a una fortificación, mientras su espacio interior “es tan desnudo y triste como un depósito”.

         Anotó que había sido edificada en 1641, luego de un fuerte movimiento sísmico. Sus paredes fueron entronizadas con un material resistente a los terremotos. “Por eso resistió la sacudida de 1812 que destruyó casi toda la ciudad, y probablemente dure la eternidad, a menos que algún presidente sea lo suficientemente patriota que ordene su demolición”.

         Expuso que el estilo de construcción de la catedral lo relacionaban con el toscano. Pero, para Curtis, no se podía determinar su estilo y menos determinar bajo que corriente artística ubicarla, porque no guardaba parecido con ninguna construcción existente. De ella puso a la vista de sus lectores que, en lo alto del campanario se había instalado una estatua que representaba la fe, “una figura gentil que mira hacia la plaza principal de la ciudad, imperturbada ante el fragor de un juego de agrietadas campanas que emiten los sonidos más tristes que puedan imaginarse, y que, incluso, repican a los cuartos de hora del reloj”.

    En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

    En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

         También sus repiques servían para mantener despiertas a las personas “dando los cuartos de hora del reloj”. De igual manera, las campanas llamaban a misa a partir de las cinco de la mañana y los domingos y los días santos, “que son unas tres veces por semana”, continúa el repicar hasta las horas de la tarde, “de modo que a los que estén acostumbrados a la tranquilidad les cuesta seguir durmiendo en Caracas al llegar la mañana”. Sin embargo, pudo constatar que a los vecinos de la ciudad no parecía causarles mayor molestia su sonido a lo largo del día como tampoco las del amanecer.

         Del interior de la Catedral indicó que era oscuro, que se asemejaba con una bóveda más que a un lugar de culto, “pues es una nave larga, penumbrosa y estrecha, que parece en realidad más estrecha de lo que es por las dos filas de columnas anchas que sostienen el techo”. Describió que el altar se encontraba en el centro del recinto. La mitad de la iglesia era lo suficientemente espaciosa para cualquier ocasión. Aunque raras veces se lograba llenar todo el espacio, sólo en los días de la Semana Mayor y otros eventos de importancia. “A un lado, hay una fila de naves, cinco en total, como los dientes de un serrucho cuya hoja fuera la galería principal”.

         En cada una de las naves estaba instalada una capilla. Sólo una de ellas estaba arreglada con elegancia, pero las demás estaban vacías. Escribió que todas las iglesias gozaban de la protección gubernamental. Esto se había generaliza desde 1876 cuando Antonio Guzmán Blanco decidió cambiar las reglas del juego en la relación Estado – Iglesia. 

         Sumó a estas consideraciones que la mayoría del clero simpatizó con los Conservadores. En este orden de ideas, contó que Guzmán había expulsado los miembros de la Compañía de Jesús, entre quienes se contaban la mayoría de simpatizantes del conservadurismo venezolano. Hizo lo propio con otros integrantes de congregaciones distintas, así como también con las monjas.

         Rememoró que el Capitolio que conoció había sido uno de los conventos más grandes de Suramérica. Igual pasó con otros conventos y lugares pertenecientes al clero. Una gran proporción de bienes de la iglesia fueron pasados a manos del gobierno y éste les dio un destino diferente de lo que habían sido usados hasta el momento. En efecto, para septiembre de 1876 el arzobispo fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor de Guzmán quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

         Curtis reprodujo el mensaje de justificación emitido por Guzmán donde éste razonó su acción contra la iglesia católica. En algunos de sus fragmentos se puede leer que el Ilustre Americano declaró a la Iglesia venezolana independiente del Episcopado Romano. De igual manera, exhortó a los integrantes del Congreso a que establecieran un marco legal en el cual se amparara el nombramiento de los sacerdotes parroquiales por parte de los fieles a la iglesia católica, los obispos debían ser nombrados por los rectores de las parroquias y los arzobispos por parte del Congreso, “volviendo a los usos de la iglesia primitiva, fundada por Jesús y los Apóstoles”.

         De acuerdo con Curtis esta acción del gobernante Guzmán Blanco provocó un conjunto de sentimientos y respuestas en toda Suramérica. Por otro lado, comentó que las iglesias elegantes de Caracas estaban destinadas a la devoción de Nuestra Señora de la Merced y a Santa Teresa. De esta señaló que había sido construida bajo patrones estilísticos modernos, con proporciones arquitectónicas adecuadas. “Como está construida en el sector de la ciudad donde residen los más acaudalados, está frecuentada casi siempre por casi toda la aristocracia”.

    La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

    La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

         Pasó de inmediato a describir que la Madre de la Merced era la santa patrona de las vírgenes. “En toda la América hispana éstas celebran su aniversario”. Expuso que, en algunas localidades, una procesión de mujeres jóvenes se dirigía a la iglesia en su día conmemorativo. De igual manera, era adornada con lirios, “la flor que ha sido escogida como el ideal de la pureza”. Señaló que en otros lugares existía la “hermosa costumbre” entre las novias de arrodillarse, la noche previa al acto nupcial, ante el altar dedicado a la Santa Mercedes y pedir la bendición de la Santa Inmaculada. En otros sitios las jóvenes casamenteras escribían cartas y las depositaban en su altar. Esperaban que los sacerdotes las devolvieran a los padres y en espera de que sus peticiones fueran cumplidas. “Estas costumbres han caído en desuso en Caracas, aunque aún se pueden observar en algunas ciudades del interior”.

         Para reafirmar sus consideraciones agregó que, no había en todo el país una ciudad de considerable dimensión alguna iglesia en la que no se honrara a una Santa patrona de tanta popularidad. De seguida, estampó que Santa Teresa estaba situada en un lado opuesto a la ciudad y que sus feligreses eran personas de alcurnia. Era la iglesia a la que asistían los familiares y parientes de Guzmán Blanco. En este recinto observó un cuadro en el que estaba representada la figura de Guzmán Blanco entre los Apóstoles, “como Napoleón I entre los santos y mártires de la gran Catedral de Milán.

         La única iglesia que restauró Guzmán, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa. Por otro lado, expuso que existían en la ciudad varias instituciones de caridad, como asilos y hospitales. Según la percepción de Curtis, estaban bien administradas y mantenidas y cuyo funcionamiento contaba con la colaboración de los feligreses y del propio Estado. Escribió que el Hospital General era uno de los mejores de la América del Sur. Los cementerios eran denominados Campo Santo, para Curtis una novedad.

         Observó que, en toda la ciudad, las iglesias, hoteles y edificios públicos tenían instaladas unas pequeñas cajas de hierro adheridas a las paredes exteriores, en especial, las de mayor tránsito de personas y que tenían escrito: “Dios bendiga las manos de los que aquí depositen una limosna para los pobres y enfermos”.

         La administración de los hospitales y otras instalaciones de caridad estaban bajo la responsabilidad de funcionarios nombrados por el presidente de la república o por el Ministerio de Instrucción Pública. Aunque cuando Rojas Paúl fue presidente se llevó a cabo una reforma y algunas monjas ocuparon la dirección de estas instituciones de benevolencia.

         Los individuos vinculados a la iglesia se vieron en la necesidad de cursar estudios en la Universidad Nacional cuya manutención estaba a cargo del gobierno. Curtis destacó que ellos eran blanco de ataque por las doctrinas asumidas por los catedráticos de la universidad. A pesar de los pedimentos a favor de la instalación de un lugar para la formación de sacerdotes no tenía la venia en la sociedad de letrados en Venezuela. De igual manera destacó que en la prensa escrita, “los curas son blanco de burlas y de escarnios, la mayoría de las caricaturas de los periódicos cómicos aluden a sus defectos y flaquezas, y los ingeniosos del país no dejan de hacerlos el blanco de su humor”. Del obispo de Caracas escribió que nunca lo vio solo por las calles y que siempre estaba acompañado de alguna persona, “ni siquiera cuando sale a caminar”.

         De la iglesia de San Francisco escribió que era un edificio extravagante. Era una edificación cercana a la universidad y que había servido tiempo antes de claustro para los monjes que lo ocupaban. Era el lugar destinado para que los miembros de la tropa del ejército oyeran la misa a tempranas horas del día domingo.

    La conspiración Savelli Maldonado

    La conspiración Savelli Maldonado

    Relato fiel de una aventura que comenzó en el “Kilómetro 133” (estado Guárico) y terminó en “Villa Augusta” (Caracas). El general José María Castro León títere del perejimenizmo. Rafael Leonidas Trujillo “el gran acusado”. Un hermano de Carlos Savelli Maldonado, Emiliano, fue un conocido piloto de Viasa que falleció trágicamente en el accidente aéreo de Grano de Oro, en Maracaibo, en 1969.

    Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

    Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

         Agazapado en el fondo de un closet que iba a resultar su último refugio, el impetuoso Carlos Savelli Maldonado (1929-2021), tuvo escasos minutos para reflexionar. Allí, acosado por sus pensamientos, debió revivir los momentos culminantes de su cruel aventura, mientras en sus oídos retumba el eco de los últimos disparos. Con cada ruido acechado, con cada pisada, debió escuchar el latido isócrono de su corazón apresurado. Y en espera de la mano férrea del policía que se le echaría dentro de poco encima para arrancarlo del fondo de su improvisado escondite, vería desfilar por su mente afiebrada las imágenes de escarnio y espanto que se propusiera con la realización de su tenebroso plan. Dos ojos, cuatro, mil, diez mil pares de ojos les estarían entonces mirando fijamente. Brazos, cabezas rotas, despojos sangrantes de inocentes víctimas de su furia implacable, se revelarían en las sombras de la oquedad donde creyó encontrar ilusorio refugio.

         La pequeña historia suya tuvo como todas, un comienzo.

         Hijo de una familia caraqueña, ex-alumno de una Academia Militar, creyó encontrar cauce al fuego que le anima en el estudio de una disciplina universitaria; terrateniente, reaccionario, ambicioso, su espíritu conformado por una ideología de tipo corte anárquico y fascistoide, entró en rebelión con el ascenso al poder de las fuerzas democráticas y vino a hacer crisis con el anuncio de una reforma agraria profunda, capaz de desquiciar a su clase rezagada y feudal, de su fundamento económico. Escribió uno, dos, tres y hasta diez artículos contra el propósito que comenzara a alentar en los grupos progresistas del país. Y decidió pasar a la acción desde el parapeto de la Cámara Agrícola donde encontró tribuna, recursos y respaldo para poner en marcha sus intentos de sabotaje. Utilizó el arma de la demagogia y sembró la discordia en algunos sectores campesinos.

    Se alza el telón: Jaramillo hace resistencia armada

         En el Kilómetro 133, donde se cruzan los caminos del estado Guárico y Anzoátegui, se levantó el telón que iba a revelar a las autoridades la magnitud del peligro que se había cuidadosamente incubado. Rafael Jaramillo, mayordomo de hacienda, al frente de una turba ebria de alcohol, hizo frente a una comisión de la Digepol. Incendió el vehículo en que se transportaba y puso en fuga a los agentes, internándose de inmediato él mismo en la intrincada y vecina selva de Tamanaco.

         Con las noticias de la descabellada acción de Jaramillo vinieron a la prensa los primeros informes sobre éste. Varias cartas suyas provenientes de los archivos oficiales pusieron de relieve que se trataba de un simple soplón de la dictadura perezjimenista. El prófugo, con la complicidad de sus amigotes, pudo evadir la acción combinada de la Guardia Nacional y de la policía que activó su búsqueda desde el mes de septiembre del año pasado.

    Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

    Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

    Terrorismo en Caracas

         Octubre trajo a Caracas una novedad en los métodos golpistas: el terrorismo. En diversos sitios de la ciudad estallaron numerosos petardos y la alarma cundió prontamente.

         La activa acción policial, animada por el apoyo popular, iba a dar prontamente con los autores intelectuales de la conspiración que se fraguaba. Fue entonces cuando cayó por primera vez Carlos Savelli Maldonado, quien, al sobornar a un agente encargado de custodiarlo en el retén de la “Casa Gris”, llenó de titulares y por primera vez las planas rojas de los periódicos. A su fuga siguió un espectacular asalto y robo de los archivos de la Cámara Agrícola, trinchera de lucha de Savelli.

         Con exilio dorado para algunos cuantos instigadores intelectuales, la autoridad creyó resuelto el dilema. Pero he aquí que, una nueva y audaz acción del golpismo iba nuevamente a despertar a la policía de un presunto nirvana: en noviembre el general (r) Néstor Prato, exgobernador del Zulia y enjuiciado entonces por la Asamblea Legislativa de aquella entidad, escapó de la Cárcel Pública de Maracaibo en connivencia con agentes exteriores. Volvió a reinar el desconcierto y las fuerzas populares comenzaron por señalar ineficacia en las autoridades policiales.

    Castro León se mueve como un péndulo

         Fue para entonces cuando el general (r) Jesús María Castro León se decidió a dar un nuevo rugido escribiendo su insolente carta al presidente de la República, que concluía invitando a sus compañeros de armas a seguirle en sus planes aventureros. Un consejo de guerra le expulsó del Ejército, pero Castro León ya había decidido jugarse su carta.

         Dos aviadores cubanos mercenarios sobrevolaron Curazao y arrojaron panfletos con la carta de Castro León. La trama estaba inspirada y convenientemente pagada por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Holanda, en evidente gesto hostil, no retuvo a los aviadores y uno de estos viajó a Santo Domingo. El otro se fue a Miami.

         Desde entonces el eje Miami–Santo Domingo–Nueva York se puso al descubierto. Castro León, tras entrevistarse en Europa con Vallenilla Lanz y Pedro Estrada, viajó a los Estados Unidos con el fin de radicarse allí. En Miami se entrevistó por dos ocasiones con Pérez Jiménez y en Nueva York se estableció la cabeza intelectual de la gran conspiración, un fondo común, cercano al millón de dólares estaba puesto a la disposición de ella.

         A comienzos de diciembre otra espectacular noticia iba a conmover a los venezolanos: un grupo de siete militares venezolanos exilados, a cuya cabeza se hallaba el exministro de guerra del dictador, Oscar Mazzei Carta, fue atrapado infraganti por la policía mexicana, momentos en que se disponía a tomar un barco rumbo a Venezuela.

    El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

    El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

    El drama de la “Villa Augusta”

         Concluían los festejos tradicionales para recibir el nuevo año, cuando hizo su reaparición el fantasma del terrorismo. Petardos de relativo poder explosivo estallaron nuevamente en todo el ámbito de la ciudad. Todos ellos parecían colados con un propósito definido: crear alarma a fin de provocar el natural ablandamiento de la población civil. Las fuerzas populares respondieron inmediatamente poniendose en pie de guerra: los partidos y la prensa pidieron enérgica acción al gobierno. Los organismos económicos y de la producción reiteraron su apoyo al gobierno y una noticia feliz vino a poner una nota de optimismo en el agitado panorama: Rafael Enrique Jaramillo finalmente había caído en poder de la policía.

         Los diarios anunciaron que el prófugo había cantado como un canario y ello pareció desesperar a los terroristas que pasaron entonces a realizar acciones de mayor alcance y riesgo. Allí parece que estribó un gran error. Una bomba de especial poder explosivo reventó la tubería mayor que surte a la urbanización Las Mercedes. Otra estalló en una estación eléctrica de Bello Monte. Cargas explosivas estallaron sucesivamente en las casas de habitación del diputado Luis Miquilena y el senador Alberto Ravell.

         Pero ya para entonces las pesquisas habían dado con la “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, suerte de fortaleza de dos pisos, de estilo antiguo y aparentemente dotada de instalaciones especiales para su defensa. Allí, tras un intenso tiroteo donde iba a caer abaleado el funcionario de la Digepol, Héctor Rivero, sería finalmente capturado Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, dueño de la residencia, su hijo Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello. Otros complicados habían sido apresados anteriormente: dos españoles, Manuel Malaguer y Domingo Vásquez, Pedro Aponte, César Augusto Lorenzo, Ramón Antonio Pérez Muñoz, Flor Pérez Muñoz, José del Carmen Crávez, Juan Pares, Nicomedes Febres Moretti, Jesús María Cardona, Carlos Bianchi Ferrero, Otto Pereda Pernía y Manuel Antonio Bogan. La Embajada de Nicaragua dio asilo a un prófugo: Luis Rivodó, mientras otro detenido José Eloy Durán conduciría a pistas seguras.

    ¿Cuántos han conspirado en la “Augusta”?

         La “Villa Augusta” donde Savelli y sus compinches soñaron encontrar perfecto refugio, tiene una larga historia de conspiraciones. Rafael María Zambrano, su propietario, capataz de presos en las carreteras de Gómez y llamado por sus íntimos el “Coronel”, vio acrecentar con largueza sus bienes económicos al amparo de la dictadura perezjimenista. En su casa se reunieron para fraguar acechanzas contra el régimen entre los años 1945 y 1948, Julio César Vargas, Rafael Simón Urbina, Carlos Pulido Barreto y otros personajes. Allí retumbo con odio el nombre del coronel Carlos Delgado Chalbaud y no f alta quien afirme que en sus pasillos se realizó la conjura del asesinato contra éste.

         La policía ocupó en “Villa Augusta” valiosa documentación. Cartas de Pérez Jiménez para Zambrano desde Miami, ofreciéndole consejos y señalándole la ruta a seguir para coronar con éxito la aventura golpista: “Al principio, no pongan partidarios míos en el nuevo Gobierno”, le escribía Tarugo.

    Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

    Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

    Savelli llevaba un “Diario”

         Pero otros documentos fueron a dar a manos de las autoridades: Un “diario” valiosísimo y minucioso de Carlos Savelli Maldonado iba a poner al descubierto todos los detalles de la conspiración. Su sola lectura debió llenar de estupor a los generalmente fríos técnicos de la policía.

         Los planes comprendían atentados contra dirigentes del Gobierno; contra periódicos, muerte violenta a numerosos periodistas, contra estaciones de radio, instalaciones industriales y puntos vitales de la ciudad, como las vías principales de acceso a la capital, el Túnel de la Avenida Bolívar, los puentes de la autopista Caracas-La Guaira; bloqueo y masacre de estudiantes en la Universidad Central, actos de sabotaje y terror. Los dirigentes de los partidos y sindicatos, de la industria, comercio y actividades agrícolas que han respaldado al gobierno serían llevados al Velódromo de “La Vega”, donde serían rápidamente asesinados.

     

    Con las flores, la dinamita

         Simultáneo con la caída de Savelli Maldonado, la policía ocupó una fábrica de bombas en la última calle de la urbanización Bello Monte, paralela con la autopista del Este. Allí cayó el fabricante Asdrúbal Araujo, ex-sargento técnico, y se reveló entonces que Luis Nouel, dueño de la floristería “Bello Monte” – espía dominicano, introducido al país por Trujillo – se encargaba de distribuir los explosivos de dinamita en vehículos del establecimiento y convenientemente escondidos, bajo los ramos de flores.

         La prensa señaló por su parte que un grupo de militares, entre ellos el Capitán de Navío Eduardo Morales. Luego, había sido detenido y enviado en un barco de guerra rumbo a “La Orchila”, donde actualmente funciona una instalación de las fuerzas navales.

    ¿Ha caído el telón?

         En su discurso del día 21 en la noche, el presidente de la República reveló que las autoridades habían debelado el golpe y que sus autores serían enjuiciados a fin de que los tribunales impusieran el castigo que corresponde a sus graves delitos. Al mismo tiempo indicaba que el grupo de militares era pequeño y de escasa relevancia en cuanto atañe a posiciones de mando.

         Así parece haber caído el telón sobre “la conspiración de Savelli”.

         Pero, ¿realmente “la comedia es finita”?

         Numerosos cabos, al parecer, quedan aun danzando. ¿Volverá, pues, a levantarse el telón para un nuevo acto? Los días futuros habrán de decir ciertamente si hemos de contemplar un epílogo.

    FUENTES CONSULTADAS

    Venezuela Gráfica. Caracas, 29 de enero de 1960.

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