Vida y costumbres de los caraqueños

Vida y costumbres de los caraqueños

Por Arístides Rojas*

Era costumbre de los caraqueños colocar en sus casas imágenes de santos, en particular la Virgen Nuestra Señora de la Luz. El autor de una de las representativas imágenes de esta virgen fue el célebre pintor venezolano Juan Pedro López (1724-1787).

Era costumbre de los caraqueños colocar en sus casas imágenes de santos, en particular la Virgen Nuestra Señora de la Luz. El autor de una de las representativas imágenes de esta virgen fue el célebre pintor venezolano Juan Pedro López (1724-1787).

     “En las casas de entonces, que eran amplias, frescas y sombrías, se hallaban por dondequiera las imágenes de los santos. Algunos de ellos tenían su sitio bien designado. Sobre la puerta de la calle estaba muchas veces escrito el nombre del santo patrón. En el zaguán había una imagen, ordinariamente la de aquel santo. Al entrar por el “entreportón” al corredor de adelante, se hallaba a mano derecha una pila de agua bendita con un letrero, casi siempre en latín, que decía: “Entrad purificado, buen hermano”. Al pasar por delante de los muebles del corredor, se llegaba a la puerta de la sala, muchas veces llena de adornos de curvas barrocas, y encima de ella casi invariablemente estaba la imagen de la Virgen de la Luz, una de las tres vírgenes caraqueñas. La sala, donde había sofá de damasco, sillas con pata de garra, tapizadas o con asiento de cuero y tachuelas doradas, alfombra o petate sobre ladrillos hexagonales, cortinas de damasco y hermosas arañas de cristal que colgaban de las doradas maderas del artesonado, comunicaba con la alcoba, en la que se veía la gran cama de cuatro pilares con su dosel. En ésta no faltaban el Ángel de la Guarda y las Ánimas Benditas, a las que se dedicaba un Padre Nuestro después del cotidiano rosario. Con frecuencia hacían compañía a las Ánimas, San Miguel o San Antonio o la Virgen de la Merced.

     Si salíamos de la sala, nos quedaba enfrente el gran patio cuadrado y su pila en el centro. Estaba todo empedrado con grandes lujas y en él brillaba vivo el sol para deleite de una turba de moscas que zumbaban con inquietud. En alguna que otra casa había varios tiestos de flores junto a la pila, pero esto era raro, pues las plantas tenían su sitio en el corral.

     Por allí cerca andaba el Oratorio, en las casas más principales. Era un cuarto no muy grande con su altar. Con frecuencia había reliquias de variado origen: el dedo de algún santo, una pequeña ampolla con sangre de pagano convertido, o una calavera desenterrada Tierra Santa. No faltaba aquí una cruz con el sudario, o la Virgen de la Concepción, y el Nacimiento, que era necesario transportar al dormitorio cuando la dueña de la casa iba a tener un nuevo niño.

     Muy rara vez faltaba sobre el caballete del tejado Nuestra Señora de la Guía, que muchos devotos tenía en Caracas, la cual desde aquel sitio eminente protegía contra duendes y brujas, pues era difícil por entonces diferenciar bien entre religión y superstición.

     Pasando el segundo patio se entraba en el mundillo de los criados. Los negros esclavos tenían sus devociones especiales. En la cocina, cerca del largo fogón de bahareque o de mampostería, presidía Santa Efigenia, tan negra como sus devotos. Con frecuencia figuraban por allí cerca San Isidro Labrador y Santa Rosa.

     El dormitorio de los esclavos, llamado el repartimiento, era de recular capacidad, pues allí dormían todos, escasos de vigilancia nocturna, ya que de las intimidades non sanctas que ocurrieren saldrían los amos gananciosos. Presidía el repartimiento San Mauricio, quien compartía la devoción con San Pedro, que era el patrón de toda la casa.

     En el corral campeaba San Silvestre, que por ser el último santo del año tenía el último lugar de la casa. Allí, entre algunos desperdicios, el hacinamiento de piedras para embostar, el botijón del agua y el cepo para los rebeldes, picoteaban las gallinas y circulaban los cochinos, junto a los plátanos, guayabos o naranjos, o por el sitio donde algunos claveles y rosales hacían compañía al frondoso cundeamor o la opulenta parcha granadina.

En las habitaciones no faltaba la imagen de las Ánimas Benditas.

En las habitaciones no faltaba la imagen de las Ánimas Benditas.

     Toda esta colección de santas imágenes, desparramada por toda la casa, requería atención y culto, lo cual a su vez proporcionaba edificante ocupación, principalmente a las damas. Poco a poco fue aumentando el número de los quehaceres domésticos y poco a poco fueron reglamentándose u ordenándose, hasta convertirse en interminable cadena. Había deberes sociales que no debían olvidarse o confundirse, porque podían dar origen a faltas muy graves. Por ejemplo, cuando llegaba algún ausente, era necesario ir a visitarlo, pues ignorar su regreso era un crimen de lesa etiqueta que daba origen a profundo resentimiento y frialdad en el trato. En tales casos era necesaria una reparación. El recién llegado, por su parte, debía corresponder a la visita de manera personal, o por esquela o por mensaje oral.

     A los amigos enfermos había que visitarlos y era obligatorio enviar todas las mañanas a uno de los criados por noticias de la salud del doliente. 

     Un caballero no podía visitar a una señora sin pedirle antes permiso, acaso por un recado matutino. Cuando el visitante llegaba, no podía introducirse a la sala sino después que la señora hubiera entrado por otra puerta y se hubiera instalado ceremoniosamente en el sofá; ya entonces podía la criada abrir la puerta de la sala y hacer entrar al caballero. Este ritual debía cumplirse con cuidado. Las visitas se hacían después de la comida de la tarde, entre las 5 y las 8 de la noche. El caballero, en las visitas de ceremonia, tenía que ir vestido con calzón corto y casaca de tafetán, de raso o de terciopelo laboreado, nunca de paño, salvo en casos de duelo, o cuando el paño estaba realzado con ricas bordaduras; debía llevar además chupa de tisú de oro o plata, o de seda bordada; su sombrero de tres picos, sus medias de seda y zapatillas con hebilla de plata, y su espada con puño de plata o de oro.

     Cuando una familia se mudaba a otra casa, tenía que mandar esquelas a los antiguos vecinos participándoles el nuevo domicilio y expresándoles el hondo pesar de abandonar su compañía, y a los nuevos vecinos otra esquela poniéndose a sus órdenes y expresándoles la honda alegría de vivir cerca de ellos. También se ofrecían a los vecinos los nuevos niños de la familia.

     Ambos ofrecimientos se correspondían con visitas, y si éstas no se efectuaban quedaban rotas las relaciones. Los días de santo se recibían tantas visitas que hubiera sido imposible recordarlas; por esto se colocaba en esas ocasiones una mesa con pluma, tinta y papel cerca de la puerta, para que cada quien escribiera su nombre.

     Estas visitas se pagaban los días del santo de los visitantes, y era un verdadero crimen de sociedad olvidar el día del santo de un amigo, lo que podía dar origen a una franca enemistad.

     Estos innumerables requisitos hacían de los caraqueños de entonces unos verdaderos esclavos de los convencionalismos. Las frecuentes visitas obligatorias, hasta a personas con quienes no se simpatizaba, pero con quienes había que cumplir, llegaron a matar la cordialidad y la franqueza, ahogadas entre ceremoniosos deberes. Todo el mundo era altamente susceptible, y alguna frase impropia, sobre todo si podía interpretarse como desdorosa para los antepasados, podía dar lugar a graves consecuencias. No se acostumbraba el duelo en cuestiones de honor, sino el recurso ante los tribunales, y había numerosos e interminables juicios por supuestas calumnias. En los últimos años del siglo se gastaban, según cálculos bien fundados, 1.500.000 pesos fuertes anuales en procesos tribunalicios. Todo esto contribuía a formar mentalidades cautelosas, y los caraqueños de entonces eran conservadores y de poca audacia en los negocios.

José Antonio Calcaño (1900-1978) compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

José Antonio Calcaño (1900-1978) compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

     Toda la vida familiar quedó sujeta a un programa rutinario. Por las noches, cuando no había visitas, mientras los señores jugaban a los naipes (si no era el tresillo, era el tute o el bobo o la carga la burra), el viejo contaba a los niños innumerables historietas; ya en aquellos tiempos figuraban en esos relatos Tío Tigre y Tío Conejo, que alternaban con Bertoldo y Bertoldino, con Barba Azul y con Pulgarcito, a quien llamaba Juan del Dedo. También eran de entonces la Cucarachita y el Ratón Pérez, y el livianísimo e indigesto Perico Sarmiento.

     Con éstos figuraban cuentos de brujas y aparecidos, la luz del Tirano Aguirre, el Coco, la Sayona, el Burro Pando, y a veces, por variar, algunas historias de santos, y hasta el jueguito indecente de María García, que se narraba abriendo y cerrando un papelito doblado. Al sonar entre el silencio de la noche las campanas de la Catedral dando el toque de ánimas, se arrodillaban los chicos y a la luz del candil hacían sus oraciones para irse luego a la cama, atravesando los corredores oscuros.

     Al día siguiente irían a la escuela de Meso Tacón los que allí estudiaban, para hacer sus palotes, contar hasta mil, leer decorado y repetir algo de doctrina cristiana, mientras Tacón, el terrible, empuñaba su palmeta. Era costumbre de este maestro de escuela dar una buena zurra a los niños los sábados, por las travesuras de la semana próxima. Ese era su sistema. Naturalmente, los que allí acudían eran los varones, pues las niñas de la casa no debían aprender mucho. Algunas madres preferían que sus hijas aprendieran a leer, pero no a escribir, porque esto era peligroso a causa de los novios clandestinos. Aprendían, pues, a coser y bordar, a tocar algo de música, a recitar versos y a preparar algunos platos caseros, como pastel de pollo, plátanos rellenos con queso, sabrosuras, empanadas o pimentones rellenos, que con frecuencia se comían por entonces, lo mismo que el sancocho y las hallacas, todo lo cual se rociaba con vino isleño y se asentaba con aquel chocolate colonial que se tomaba a todas horas, y que en las comidas de ceremonia se servía con bastante espuma, la cual se tostaba pasándole por encima unas brasas en una cuchara.

     Más avanzado el siglo, cambiaron los trajes, y las mismas jóvenes salían con sayas, basquiña y manto negro; los señores salían con chupa o levita de blanquín, sombrero de jipijapa, capote de tablero, o sea de grandes cuadros amarillos y rojos, sujeto al cuello con cadena de cobre. No usaban guantes, pero llevaban los dedos cargados de sortijas y empuñaban un bastón de puño de oro, cuando no llevaban su paraguas rojo de sempiterna o de bombasí; paraguas que era insignia de rango y que tantos años de litigios costó al pobre señor José Cornelio de la Cueva, porque se dudaba que tuviera calidad social para poder llevarlo. El calzón que se usaba era de tapabalazo, que a la par que adornaba servía de bolsillo. Completaban el cuadro borceguíes de tacón y cadena de reloj llena de cuentas.

     Algunas familias tenían la curiosa costumbre de vestir un día al año con casacas a los esclavos, mientras las damas se trajeaban de sirvientas, y les servían la comida en la mesa larga que estaba en la cocina.

     Los sábados abundaban los mendigos con más frecuencia que los otros días, aquellos mendigos de que estaba llena la ciudad y que dormían tendidos en las calles a lo largo de las paredes de las iglesias.

     La vida se había hecho tan pacífica, en contraste con los azares de la conquista, que los señores principales salían rumbo a sus haciendas de Petare, El Tuy o los valles de Aragua, en su mula, casi siempre sin armas, aunque llevaban talegos de dinero para los pagos de la administración, y jamás había un asalto en el camino, a pesar de que el viaje duraba varios días y se hacía con descanso, deteniéndose en alguna venta o durmiendo en la estancia de un amigo, donde se entretenían con partidas de naipes, aunque esto alargara el viaje por uno o dos días más. Se veían por el cielo con frecuencia bandadas de bulliciosos pericos que cruzaban en busca de otros sembrados, o algún grupo de canarios, azulejos o cardenalitos del Ávila”.

* Caraqueño nacido en 1900 y fallecido 1978, compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

FUENTE CONSULTADA

  • Calcaño, José Antonio. La ciudad y su música: Crónica musical de Caracas. Caracas: Fundarte, 1980. Págs. 81-85.

Humboldt y su visión de Caracas

Humboldt y su visión de Caracas

El explorador de mayor resonancia, entre finales del 1700 e inicios del 1800, que visitó a Venezuela, fue el alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859).

El explorador de mayor resonancia, entre finales del 1700 e inicios del 1800, que visitó a Venezuela, fue el alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859).

     No se debe olvidar que en los relatos de viajeros, exploradores y naturalistas que estuvieron en Venezuela, durante el 1800, se pueden encontrar actos y descripciones en que los convencimientos personales se combinan con la visión de otro, es decir quien que sirve de objeto de observación. Un objeto, la mayor parte de las oportunidades que se precisa a partir de una mirada ambivalente. Esto es, la de un objeto de observación, ya sea un evento, práctica religiosa, hábito alimenticio, festividades, costumbres localizadas, al que se le otorgan virtudes o carencias. Por esto se debe hablar de la descripción del viajero bajo el influjo de una percepción plagada de ambivalencia en que atracción y repulsión se combinan y dan origen a un relato particular.

     Durante el siglo XVIII, el territorio que hoy ocupa Venezuela recibió la visita oficial de algunos naturalistas y misioneros que dejaron sus impresiones de la realidad social, cultural y, especialmente, de las potencialidades naturales que ofrecía la colonia a la luz de las reformas Borbónicas. 

     El explorador de mayor resonancia, entre finales del 1700 e inicios del 1800, fue el barón Alejandro de Humboldt (1769-1859) quien, antes de arribar a Venezuela, tenía como objetivo alcanzar Nueva España y La Habana, lugares que, entre sus proyectos exploratorios en la América hispana eran prioritarios. Sus aspiraciones comprendían un viaje de ida y vuelta por el mundo. El azar lo condujo al norte de la América meridional en tiempos de convulsiones políticas. Antes de partir para Burdeos en 1804 visitó los lugares que originalmente le preocupaban. En Venezuela se estableció entre julio de 1799 y noviembre de 1800.

     Pasarían algo más de treinta años para dar a conocer su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Por tal motivo, muchas de sus frases narrativas presentes en este texto se intercalan con el tiempo que pasó en algunos lugares de la Capitanía General de Venezuela, y lo que sucedió luego de 1804. Al igual los que describen la Caracas de entonces resaltan el impacto del terremoto de 1812 y la guerra a favor de la Independencia. Ambos eventos sirven de marco para justificar la escasez poblacional y la depresión económica que experimentó durante las primeras décadas del 1800, período de tiempo que toma en consideración Humboldt en sus reflexiones sobre Venezuela. En este orden, expresó que el país podría salir de su declive gracias a la fertilidad de sus tierras y la pujante vida comercial de Caracas, a lo que agregó que con una administración juiciosa y tiempos de paz ello sería posible.

     De la Capitanía General de Venezuela expresó que contaba con un millón de habitantes, de los cuales 60.000 eran esclavos y 100000 indígenas. La Capitanía la dividió, en términos metodológicos, en tres zonas: la de los bosques, la de los pastos y las tierras labradas. En lo que se refiere a la distribución de la población le llamó la atención que iba de las costas hacia el interior del territorio. Humboldt, como pensador de su tiempo, deliberaba que el denominado carácter de los pueblos debía definirse de acuerdo con el origen de cada uno de sus componentes. Por ello propuso que, así como se debía considerar el origen de los indígenas había que hacerlo con los provenientes de España. Si en México fue mayoritaria la presencia de vizcaínos, los catalanes lo fueron de Buenos Aires. En cambio, en Venezuela fueron andaluces y canarios. En este orden de ideas, observó que las actividades económicas desarrolladas se definían también de acuerdo con el origen de quienes las hacían posible. Por ejemplo, peninsulares en el comercio al por mayor, y los españoles americanos predominaban en el menor.

En Caracas, según Humboldt, los habitantes preferían para beber el agua del río Catuche.

En Caracas, según Humboldt, los habitantes preferían para beber el agua del río Catuche.

     Si uno de los objetivos primordiales de este naturalista era el de precisar la existencia de recursos minerales y potencialidades de una naturaleza exuberante, no dejó de lado las actividades ilícitas presentes en la Capitanía. Comercio intérlope que adjudicó a la amplia franja costera y la ineficacia de la administración colonial, así como que con el mismo se venía forjando la opulencia, un tipo de conciencia y el anhelo de un gobierno local con mayor autonomía de la Madre Patria, que mostraba disposición a la libertad y formas de gobierno republicanas. Muchos de los aspectos que hoy pueden adjudicarse a los estudios de la sociología fueron abordados por Humboldt y su fuerte disposición de abarcar el todo social.

     Así, al hacer referencia a los indígenas, en la provincia de Caracas, dijo que eran pocos y que en ésta solo quedaba de indígena el nombre de algunos espacios territoriales que la componían. Donde se les podía encontrar era en las misiones religiosas, adonde recibían formación religiosa y llevaban a cabo labores agrícolas. 

     Dedicó mayores consideraciones al caso de los negros. Aspecto éste que no debe despertar sorpresas en el lector actual puesto que, desde 1792 el Guarico o Santo Domingo francés fue escenario de un movimiento de esclavos negros en contra de sus amos coloniales, todo ello alentado por los mismos revolucionarios franceses en contra de quienes habían hecho, de este espacio territorial colonial, una de las colonias más prósperas del momento. Teniendo en mente este acontecimiento, y que dio origen a Haití, dedicó mayores líneas a los negros.

     La situación, respecto a éstos, le llevó a establecer que era doblemente interesante tanto por una reacción violenta en contra de sus dueños como por su número o cantidad en una extensión territorial limitada. En este sentido, razonó que ellos ocupaban un espacio que abarcaba el sur de los Estados Unidos de Norteamérica, una porción de México, las Antillas y las costas de Venezuela. Al interior de esta última se había otorgado la libertad a algunos esclavos no por motivos humanitarios o de justicia, más bien era por el temor que despertaba una posible sublevación de ellos contra sus dueños, además por su intrepidez, osadía, la capacidad para sobrevivir en circunstancias adversas y por su coraje. De los sesenta mil que hacían vida en la Capitanía, cuarenta mil estaban en la provincia de Caracas. De ahí que diera gran importancia a la ubicación en un territorio limitado y cercanía entre ellos ante un posible conflicto.

     Al hacer referencia a los blancos criollos o hispanoamericanos sugirió que, aunque mostraban interés por ideas liberales y mayor autonomía, habían preferido cobijarse en los intereses de familia y una vida tranquila. Otros mostraban temor ante una posible revolución porque no solo perderían sus esclavos, también existían temores a que se suscitara una experiencia similar a los sucesos de la Revolución francesa y los del Santo Domingo francés, por su secuela de muertes y ruina, así como que el clero sería perseguido y despojado de sus bienes, al lado de la posible aprobación de leyes que reconocieran la tolerancia religiosa, que se eliminase derechos de linaje y herencia. Sin embargo, no dejó de llamar la atención del anhelo que mostraban por una mayor libertad de comercio sin dejar de considerar que seguían siendo indolentes, al optar por una existencia que garantizaba sus posesiones. En lo referente a los peninsulares o españoles hizo notar su escasa cantidad frente a negros, indios e hispanoamericanos, lo que lo llevó a preguntarse cómo habían logrado sostener estas colonias americanas.

Al hacer referencia a los indígenas que habitaban en Caracas, el naturalista alemán dijo que eran pocos y que en ésta solo quedaba de indígena el nombre de algunos espacios territoriales que la componían.

Al hacer referencia a los indígenas que habitaban en Caracas, el naturalista alemán dijo que eran pocos y que en ésta solo quedaba de indígena el nombre de algunos espacios territoriales que la componían.

     Del lugar ocupado por la ciudad de Caracas se interrogó por qué razón no había sido edificada hacia el lado Este, donde el valle se mostraba con mayor anchura, de llanura extendida, como Chacao en que las aguas podían descansar en un terreno más nivelado.

     Informó que su fundador, Diego de Losada, continuó las líneas trazadas por Fajardo. En ese tiempo de fundación la predilección era por la cercanía de las minas de oro en Los Teques y Baruta y con preferencia al camino que conducía a la costa. En lo que respecta a las vertientes de agua había tres pequeños ríos que bajaban por las montañas, Anauco, Catuche y Caruata. En Caracas, según su exposición, los habitantes preferían, para beber, la de Catuche. Los pobladores de mejor posición económica seleccionaban las aguas provenientes de El Valle y de Gamboa, a las que adjudicaban propiedades saludables porque corrían sobre las raíces de zarzaparrilla y no contenían cal ni emanaban aroma de materia extractiva.

     Describió las calles de Caracas como de extensión ancha y bien alineadas, tal como eran otras construidas por los españoles en América. 

     De las casas llamó su atención el espacio amplio que ocupaban, pero muy altas para un país de movimientos telúricos. Rememoró que la casa que ocupó en La Trinidad fue destruida por completo con el terremoto de marzo de 1812. Según sus observaciones, la escasa extensión del valle de Caracas y la proximidad de las montañas que la bordean ofrecían una imagen tétrica y sombría, en especial entre los meses de noviembre y diciembre cuando la temperatura era más amable. No obstante, este aspecto melancólico contrastaba con lo que se podía experimentar en las noches de junio y julio, cuando el cielo era menos nuboso que, para un observador de constelaciones y estrellas era de vital interés.

     Dejó escrito que, a pesar de la fuerte presencia de la población negra, en La Habana y en Caracas se experimentaba más cercanía con Cádiz y los Estados Unidos de Norteamérica que en algún otro lugar del Nuevo Mundo. Según su percepción fue en Caracas que se habían mantenido, a lo largo del tiempo, las costumbres nacionales. Los integrantes de la sociedad no mostraban para él placeres o diversiones muy variados, pero sí entusiasmo, cortesía y amabilidad en sus acciones. Destacó que existían dos generaciones muy distintas. Una, menos numerosa, muy apegada a la tradición y los viejos usos, que detestaba todo cambio del estatus colonial, con prejuicios coloniales y temerosa de toda idea proveniente de la Ilustración. Otra, más pendiente del porvenir mostraba inclinaciones por hábitos e ideas novedosas, aunque a menudo sin mucha reflexión. También observó una fuerte disposición por adquirir títulos nobiliarios y el encono entre los peninsulares y sus descendientes criollos. Destacó que en Caracas había familias con gustos por la instrucción, el conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una alta estima por la música como expresión de las bellas artes y su disposición para acercar a los distintos grupos sociales. Hizo una comparación respecto al estudio de las ciencias exactas en México y Santa Fe, frente a quienes vivían entre una exuberante naturaleza como lo apreció en la Capitanía General de Venezuela. Con sorpresa comprobó, en un convento de franciscanos, la preocupación por la astronomía moderna por parte de un anciano que calculaba fechas para todas las provincias de Venezuela. No dejó de anotar su sorpresa por la curiosidad que mostró por conocer el funcionamiento de la brújula de inclinación y nuevos descubrimientos de la astrología. Idea con la que mostró su mesura en lo referente a la descripción de esta comarca.

Caracas crece hacia arriba

Caracas crece hacia arriba

A finales de los años 30, comienzos de los 40, la capital comenzó un proceso acelerado de modernización urbana. Las costumbres de los caraqueños de vivir en amplios caserones fueron sustituidas por las de habitar en apartamentos construidos en altos edificios. Fueron años en los que Caracas comenzó a crecer hacia arriba.

En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

     “Casas de apartamentos que son casas verticales. –Magníficas inversiones para los capitales. – Se necesitan apartamentos baratos. –Es el momento de rebajar el 20 por ciento a los alquileres

     Para 1943, en Caracas, cerca de 26.000 familias en estos momentos están pasando las de Dios es Cristo por causa de la escasez de cauchos. Para ellas es urgente ubicarse en el centro de la ciudad. En casas de apartamentos, de cinco pisos, cada una de las cuales es una calle vertical, podrían alojarse doscientas mil personas en cuarenta y tres manzanas, en vez de las ciento veintidós que exigen las viviendas actuales de un solo piso, con ventanas enrejadas a la calle, patios corrales y piezas oscuras e inútiles.

     La agrupación de las viviendas en bloques abarata la distribución de los alimentos, acortando las distancias, economiza transportes, facilita los servicios y va educando al público en el sentido de guardar solamente lo necesario en la casa. El caraqueño es poco amigo de andar a pie, hasta el punto de tomar un vehículo para trasladarse cuatro cuadras. Cuando había facilidad de transportes, lo ideal era la Urbanización campestre; pero existe un sector importante de masa esencialmente urbana, para la cual la vida es una urbanización es muy costosa en tiempo y dinero.

     La crisis actual de los transportes afecta de manera directa la parte más vulnerable de la economía familiar: la comida. En ¿qué forma? Veamos; un alto porcentaje de las familias envía a la criada a efectuar diariamente la compra en el mercado, porque allí se obtienen los víveres con una economía del veinticinco por ciento. En la actualidad las paradas de autobuses son muy lejanas al mercado. Solamente los tranvías llegan cerca, pero su capacidad es limitadísima. Total, que a la criada “se le fue el día” en hacer la compra, los alimentos se retrasaron con el consiguiente trastorno para las personas que trabajan. El sistema del horario corrido puede ser una solución para los transportes, pero grava al empleado con un lunch extra, pues los gastos de su casa siguen siendo los mismos.

     Vamos a dar dos opiniones completamente diferentes sobre los apartamentos: Una dama que vive en su amplia casona colonial, nos dice:

–Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja. Me hacen falta mis flores, mis palmas, el oratorio, porque no puedo rezar encima de la cama, el cuarto para coser, el saloncito azul, el cuarto para lavar, el cuarto para planchar, el escritorio, el recibo, la ventana para comprar la lotería, la sala, el departamento para el servicio, el corral para las gallinas en donde está el mono que me regalaron y una venadita.

–. . . Además, prosiguió, ¿en dónde se guardan las sillas rotas, los zapatos viejos, las tazas desportilladas, los trajes fuera de uso y la ropa sucia? A propósito, hace poco fui con mi marido a visitar una pareja de recién casados a uno de esos apartamentos. Cuando llegamos nos sorprendió verlos en la puerta, pero como advertimos movimiento de corotos en el interior, preguntamos: –¿Ya están de mudanza? –No, replicó mi amiga con gran ingenuidad. Sé que el apartamento es tan chico que tenemos que salirnos para que los muebles quepan. Y nos recibieron la visita de pie, allí mismo.

En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

     En cambio, una señora que habita un apartamento con su esposo, está encantada de su nueva vida. Dice que no necesita servicio para la limpieza y la cocina, pues todo lo hace ella personalmente y le sobra tiempo para bordar, leer, recibir una visita o ir al cine. La vida caraqueña tiene que transformarse, y está en plena transformación, dice ella. Los ojos tienen que ver cosas nuevas. Agrega que el apartamento es mucho más tranquilo, ya que los ruidos de la calle no llegan allí. Ni autobuses, ni los destemplados gritos de los pregoneros de lotería, ni la voz de las personas que a la media noche se eternizan hablando en la puerta. Además, está cerca del mercado, la botica, las tiendas, los teatros y el correo. El aislamiento es mayor que en las casas, pues los vecinos rara vez se ven unos a otros.

–Cuando yo vivía en una casa de un piso, dice la señora, la cocina distaba de la puerta por lo menos treinta metros. Tenía yo una persona que se encargaba únicamente de regar las matas del patio y atenderá la puerta. Una vez se marchó la cocinera y se enfermó de gripe el muchachito que atendía la puerta. ¡El desastre! Me tocó hacerlo todo. Treinta veces tocaron la puerta: que si el lechero, que si el carbonero, “que si compran mandarinas”, que si compran caramelos, que si quieren hallaquitas, que le vendo una alfombra, que si necesitan una cocinera sin certificado de salud, un cuotero ofrece perfumes, que si aquí vice don Fulano, etc. Por fin recibí una criada nueva y una chica muy lista para atender la puerta. A los tres días, la muchachita, cuando llegó el empleado de la luz eléctrica, a controlar el medidor, le dijo: – ¡No se moleste caballero, que el amo de la casa le puso ayer un bichito para que no corriera!

–“Un día me trajeron de regalo una lora, prosiguió la dama, La pusimos en el patio, La lora escuchaba con atención. Como invariablemente la chica contestaba en voz alta: ¿Quién?

La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

     ¡Los amos no están! ¡No compramos nada!, pronto aprendió y mi esposo reía de la ocurrencia. Pero un día llegó un amigo con un negocio urgente. Repetía la lora la cantaleta y se perdió el negocio. Entonces la lora fue colocada en una pieza desde cuya ventana se oía la tertulia de unos choferes, que se reunían a pasar el tiempo en una oficina de automóviles que se hallaba frente a la casa. La lora se enteró demasiado pronto de la vida rodante, por lo cual la regalé a un musiú cuotero, pocos días antes de mudarnos al apartamento. ¡El nuevo inquilino me telefoneó hoy diciéndome que el musiú quería que yo le explicara algunas cosas que decía el animalito!”

     Los apartamentos en la actualidad varían entre ciento veinte y trescientos bolívares. Son más caros que una casa muchos de ellos. El clamor es general para que la Junta Reguladora fije unos precios menos altos. Ya hay una población de clase media muy grande en Caracas que ocupará rápidamente todas las casas de apartamentos que se vayan haciendo, las cuales, hoy por hoy, constituyen la mejor inversión urbana, de acuerdo con las informaciones de peritos en la materia.

     La primera casa de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood, pero las primeras que se hicieron en el Distrito Federal fueron en Bellavista. Después vinieron otras en el centro de Caracas, en El Paraíso, en La Florida, etc. Hay en construcción en la actualidad cerca de diez casas de esa clase y si hubiera mayor facilidad de obtener materiales, el número sería mucho mayor.

     Cuando los bloques de apartamentos del Silencio estén terminados, la transformación de esta Caracas que crece hacia arriba, será completa, porque determinará un importante movimiento de otros sectores de la ciudad hacia los edificios de varios pisos, a los cuales hasta hace poco había una aversión grande por temor a los temblores, que en Caracas se han registrado cada cien años”.

FUENTES CONSULTADAS

Brown, Dick. Caracas crece hacia arriba. Élite. Caracas, Núm. 915, 17 de abril de 1943.

    Nuestra señora de Caracas

    Nuestra señora de Caracas

    Por Arístides Rojas*

    Retablo con la imagen de Nuestra Señora Mariana de Caracas. En parte inferior figura la ciudad capital en 1766.

    Retablo con la imagen de Nuestra Señora Mariana de Caracas. En parte inferior figura la ciudad capital en 1766.

         “Desde el día en que fue demolido el antiguo templo de San Pablo, de 1876 a 1877, y con éste la capilla contigua de la Caridad, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas, tan festejada durante los postreros años del siglo último. En uno de los altares de la Capilla sobresalía cierto cuadro en grande escala, que representaba a la Virgen, la cual recibía con frecuencia la visita de los fieles; mientras que, en la esquina de la Metropolitana, un retablo de la misma imagen, fijado allí desde 1766, servía de consuelo y de esperanza a los devotos de la nueva Virgen. Desde el toque de oraciones hasta las diez y doce de la noche, multitud de personas se arrodillaban y oraban delante del retablo, para ganar de esta manera las indulgencias que desde 1773 concediera el Obispo Martí a todos aquellos que comunicaran a la Soberana de los Cielos sus miserias y necesidades.

         Durante ciento doce años permaneció el retablo de Nuestra Señora de Mariana, ya en la esquina de la Metropolitana, en la casa del municipio, frente a la puerta mayor del templo; ya en la opuesta, diagonal con la torre, donde los vecinos anduvieron constantes en iluminarlo durante la noche. Al dar las siete el reloj de la ciudad, la concurrencia se presentaba numerosas; comenzaba a declinar a las nueve, y desaparecía a las diez; aunque hubo repetidos casos en que corazones penitentes vieron brillar sobre el rostro de la Virgen los reflejos de la aurora.

         ¡Cuántas generaciones se han sucedido desde el año de 1766, en que fue colocado el retablo en la esquina de la Metropolitana, hasta el de 1870, en que fue quitado de su antiguo sitio para ser colocado en un rincón del Museo de Caracas!

         ¡Cuántos sucesos se verificaron durante este lapso de tiempo, y cuántas noches borrascosas, con su hora de angustias, llegaron, en la misma época, a turbar la paz de la familia caraqueña, en tanto que la luminaria de la Virgen, cual estrella de los náufragos, atraía siempre a todos aquellos que con el pensamiento la buscaban en la soledad del desamparo! Ciento doce años de luchas sociales, de cataclismos, de sol y de agua, han pasado por el añejo retablo, que pudo al fin salvarse de la intemperie, ¡para recordarnos la historia de pasadas épocas!

         El retablo es un cuadro de 68 centímetros de largo por 49 de ancho, colocado en un viejo marco, cuyo dorado se ha desvanecido. En su parte inferior figura la ciudad de Caracas de 1766, con tres torres de las que entonces tenía: la de la Metropolitana, la de San Mauricio, y más al Norte, la de las Mercedes, derribada por el fuerte sacudimiento terrestre de 1766. En la porción superior descuella, como suspensa en los aires, María, coronada por dos ángeles. Con noble actitud, la Soberana de los Cielos extiende sus brazos hacia la ciudad, como signo de protección. A la derecha de la Virgen figuran una santa y un apóstol, y a la izquierda, dos santas. Grupos de ángeles que llevan en las manos guirnaldas y lemas con frases de las letanías, llenan el conjunto y parece que celebran a María, en tanto que un arcángel aparece frente a Nuestra Señora y le presentan un objeto. Ya veremos más adelante quienes son los diversos actores que figuran en esta pintura, y cómo el artista sintetizó en ella la historia de Caracas durante los dos primeros siglos de su fundación: desde 1567, en que fue levantada, hasta 1763, en que surgió la Virgen con el nuevo nombre de Mariana de Caracas.

         En los días del Obispo Diez Madroñero, contaba Caracas una abogada de la peste, otra de las lluvias, y otra de las arboledas de cacao y de los terremotos. Reconocía, además, un abogado de la langosta, otro de las viruelas, y a San Jorge como protector de las siembras de trigo. Contaba, igualmente, la capital, con su patrón Santiago; la Catedral, con Santa Ana; y el Seminario Tridentino, con Santa Rosa de Lima; pero la ciudad necesitaba de una virgen que, sin figurar en el martirologio romano, fuese, por excelencia, grande abogada y protectora de la ciudad, cuyo nombre debía llevar.

         Tales sentimientos abrigaba la población de Caracas: eran ellos el norte de los fieles corazones, motivo por el cual los estimulaba el prelado, que aguardaba el momento propicio en que apareciera sin ruido y sin milagros la Soberana de los Cielos, amparando a la ciudad de Santiago de León de Caracas; nombre éste que debía desaparecer ante el de Mariana de Caracas.

    Desde la demolición del templo de San Pablo y de la capilla contigua de la Caridad, hacia 1877, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas.

    Desde la demolición del templo de San Pablo y de la capilla contigua de la Caridad, hacia 1877, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas.

         Los primeros hechos referentes al nacimiento de la Virgen a que nos concretamos, datan del 25 de agosto de 1658, época en que el cabildo eclesiástico, sede vacante, por sí, y a nombre del clero, decretó defender la pureza de la Virgen María, guardar como festivo su día y no comer carne en su correspondiente vigilia. Era un voto hijo de la gratitud, pues por la intervención de María, Caracas se había salvado de la cruel epidemia que en aquellos días comenzó a destruir la población. Caracas, protegida por María, debía traer a la capital el calificativo de Mariana, es decir, que rinde culto a María. Tan noble propósito continuaba en la mente de los miembros del cabildo eclesiástico, cuando, en II de abril de 1763, el Ayuntamiento de Caracas elevó a la consideración del Monarca una petición, que abrazaba los términos siguientes: 1° que todos los empleados públicos de la Capitanía general de Venezuela, jurasen defender la pureza de la Inmaculada Concepción; 2° que el escudo de armas de la ciudad fuese orlado con la confesión de este misterio; y 3° que en las casas capitulares se edificara un oratorio, en el cual figurara la imagen de la Santa venerada, como Madre Santísima de la Luz.

         Feliz coincidencia de fechas obraba en el ánimo del Ayuntamiento, al pedir cuanto dejamos escrito; y era que Santa Rosalía abogada de la peste, venerada en Caracas desde 1.696, en que se le dedicó un templo por haber salvado la población de la capital, era celebrada por la Iglesia católica el 4 de setiembre. En 4 de setiembre de 1.591 fue concedido un sello de armas, por Felipe II, a la ciudad de Caracas; y, últimamente, en 4 de setiembre de 1.759, Carlos III se ciñó por primera vez la corona de España. Estas y otras razones influyeron poderosamente en el ánimo del Ayuntamiento, para suplicar al Monarca que le concediera la orla mencionada, con el lema siguiente; Ave María Santísima de la Luz, sin pecado concebida.

         El nombre de Mariana, dado a la ciudad de Caracas antes de 1.763, época en la cual lo decretaron ambos cabildos, data desde la llegada a Caracas del Obispo Diez Madroñero, acaecida a mediados de 1.757, Partidario decidido y entusiasta por el culto a María se mostró desde el principio aquel virtuoso prelado, que desde 1.760 fechaba sus comunicaciones en la Ciudad Mariana de Santiago de León de Caracas, según consta de documentos que hemos visto y estudiado detenidamente.

         Por real cédula de Carlos III fechada en San Lorenzo a 6 de noviembre de 1.763, y que encontramos en las actas del Ayuntamiento de 1.764: “Su Majestad se digna manifestar a la ciudad de Caracas, haber diferido a sus instancias sobre que juren, los que ejerzan empleos públicos, la pureza original de María Santísima; que puede poner la orla que se expresa en su escudo, y erigir oratorio en las casas capitulares, sacándose del caudal de propios el que se necesite para su fábrica, aseo y permanencia”.

         Los señores del Ayuntamiento dijeron, en sesión de 22 de enero de 1.764: “que celebrando, como celebran, la nueva honra que debe a S. M. esta ciudad, y principalmente el que, para gloria del culto y veneración de la Inmaculada y Santísima Madre de la Luz, pues, desde aquí en adelante, con nuevo título, ser y llamarse Mariana esta misma ciudad, tan obligada a su piedad, y tan reconocida a sus inmensas misericordias, a la que confiesa deber cuantos progresos ha logrado y de la que los espera en adelante mucho mayores, constituida con nueva, honrosa y distinguida marca, y el más ilustre blasón por su virtuoso pueblo…”

    “Desde hoy en adelante —agrega el Ayuntamiento— deberá la ciudad titularse, y se titulará así: Ciudad Mariana de Santiago de León de Caracas.»

         Ya en diciembre de 1.763, el mismo Ayuntamiento, al acusar recibo de la real cédula de 6 de noviembre del mismo año, había dicho: “La amantísima ciudad de Caracas tiene ya, con razón, nuevo título, y con orgullo se llama Ciudad Mariana, por haberla dedicado con tamaña honra V. M.…” Y a tal grado llegaron el entusiasmo, la humildad y la adulación de los miembros del Ayuntamiento, que, en uno de tantos oficios dirigidos por ésta al Monarca, llegaron a decirle, que S. M. poseía un mariano corazón.

         Después de dar a Carlos III las más expresivas gracias con frases más o menos parecidas a las últimas copiadas, el Ayuntamiento pidió al Gobernador y Capitán general de la Provincia, en vista de la real cédula y de las actas del Cuerpo, se sirviera dictar las providencias que tuviese por convenientes, para la más devota publicidad de las nuevas obligaciones, que, para con la gran Madre de Dios, contraía esta su Mariana ciudad.

         En 27 de enero de 1.764, el Ayuntamiento presenta al cabildo eclesiástico la real cédula de Carlos III, que fue acogida con señales de satisfacción. Ofrecieron los señores del capítulo el sacrificio de sus personas a la Majestad divina, “por la continuación del augusto patrocinio de la Madre Santísima de la Luz sobre esta su Mariana ciudad». Y a nombre del Rector y Claustro del Real Colegio Seminario y de la Real y Pontificia Universidad de Santa Rosa, de esta ciudad Mariana de Caracas, “ofrece celebrar las nuevas honras que ha recibido esta misma Mariana ciudad’’. En los propios términos se expresaron al siguiente día todas las comunidades religiosas existentes en Caracas. (1)

    (1) Véanse las actas del Ayuntamiento y del cabildo eclesiástico, correspondientes a los años de 1763 y 1764.

    Cuente Arístides Rojas que desde el siglo XVII se le rendía culto a la Virgen de Nuestra Señora de Caracas.

    Cuente Arístides Rojas que desde el siglo XVII se le rendía culto a la Virgen de Nuestra Señora de Caracas.

         Nunca concesión alguna llegó a Caracas en época más propicia que en los días de Diez Madroñero. El espíritu religioso dominaba los ánimos; quería el Obispo ensanchar la obra que había comenzado, y todo llegaba a medida de sus deseos. Una virgen que llevara el nombre indígena de la capital de Venezuela, iba a colmar la ambición de los moradores de ésta, acostumbrados a reverenciar a María bajo todas sus advocaciones.

         Levantóse el oratorio, y colocaron en él a María Santísima de la- Luz; comenzaron el lema que debía brillar en los pendones de la ciudad, y, después de conciliarse las opiniones, quedó por lema, no el que propuso el Ayuntamiento, sino el que indicó el Monarca; es, a saber: Ave María Santísima de la Luz, sin pecado original concebida en el primer instante de sil Ser Natural. Desde esta época aparece, ya en las actas de ambos cabildos y de las comunidades religiosas, ya en los documentos públicos de otro orden, el nombre de Ciudad Mariana de Caracas; en otros, Ciudad Mariana de Santiago León de Caracas.

         Creada la Virgen, ¿cómo figurarla en el lienzo o en la escultura, para que fuese reverenciada de los fieles y reconocida de las generaciones? Desde luego era necesario que descollaran al lado de la Virgen algunos de los patronos venerados en la ciudad, y que aquella sintetizara a Caracas en sus diversas épocas. ¿Cómo hacer esto? Opinaban unos por colocar en el retablo que representara a la Nuestra Señora, a San Sebastián, o San Mauricio, o San Pablo y a San Jorge, como primitivos abogados de Caracas en sus primeras necesidades: opinaban otros por darle cabida solamente a las santas y sabios doctores de la Iglesia. En esta situación estaban las cosas, cuando el obispo invita a los devotos y devotas de Caracas, y presentándoles la cuestión en la sala de su palacio, les obliga a escoger el cortejo que debía acompañar a la Virgen bajo la nueva advocación de Nuestra Señora Mariana de Caracas. Debían figurar en el cuadro la ciudad de Caracas, el escudo de armas concedido por Felipe II, y reformado por Carlos III, y los patronos y patronas que en diversas épocas la habían favorecido.

         Después de una discreta y prolongada discusión, hubieron de triunfar al fin las mujeres sobre los hombres, haciendo que el Obispo aceptara, entre los cuatro personajes que debían acompañar a la Virgen, a tres santas de las protectores de Caracas, y el asunto del retablo quedó decretado de la siguiente manera: arriba, en las nubes, descollaría la Virgen coronada por dos ángeles; a la derecha de María, Santa Ana, su madre, patrona de la Metropolitana de Caracas; y después, el Apóstol Santiago, patrono de la ciudad. A la izquierda de la Virgen estarían Santa Rosa de Lima y Santa Rosalía; la primera, como representante de los estudios eclesiásticos, al fundarse, bajo su advocación, el Seminario de Santa Rosa en 1.673; y la segunda, como abogada contra la peste, por haber salvado de ella a la capital en 1.696. En derredor de este grupo se colocarían los ángeles de la corte celestial que celebran a María, debiendo llevar en las manos cintas en que estuvieran los diversos y versículos de las letanías. Y para representar a la antigua Caracas, en medio de los ángeles debía aparecer un querubín que presentase a la Reina de los Cielos el escudo de armas concedido por Felipe II a la Caracas de 1.591. Consistía éste, como hemos dicho alguna vez, en una venera que sostenía un león rapante coronado, en la cual figuraba la cruz de Santiago.

         Arriba de todas las figuras colocaría el lema que dice: Ave María Santísima, para recordar la concesión hecha por Carlos III a la ciudad en 1.763, mientras que abajo estaría Caracas con la fisonomía que ostentaba en esta época.

         Diversos pintores dieron a luz sus obras, y fueron aceptadas. El primer retablo, cuyo destino ignoramos, estuvo en la capilla de la Caridad, contigua al derribado templo de San Pablo. El segundo fue colocado en la esquina de la Metropolitana, y está hoy en el Museo.

         Así continuó el entusiasmo religioso, con más o menos intermitencias, hasta que, para fines de siglo, casi había desaparecido el nuevo título de la ciudad. La muerte del Obispo Diez Madroñero, acaecida en 1.769, adormeció el entusiasmo por el culto de Nuestra Señora Mariana de Caracas. El Obispo Martí quiso levantarlo y restituirlo a su prístino esplendor, pero todos sus esfuerzos fueron infructuosos, y algún tiempo después el referido culto había desaparecido por completo.

         El nombre de Ciudad Mariana de Caracas no ha quedado sino en los documentos públicos y en las actas de los cabildos y comunidades religiosas. Igualmente ha desaparecido el de Santiago de León de Caracas, que durante tres siglos llevara la capital de Venezuela. Pero si Nuestra Señora Mariana de Caracas no puede ya salir de los archivos, Santiago tiene aún, por lo menos, su día: aquel en que lo celebra la Iglesia Metropolitana de Caracas.

         En los tratados públicos, en las leyes, en todos los documentos de Venezuela independiente, la capital de la República no figura sino con su nombre indígena, el de Caracas, nombre que llevó aquel pueblo heroico que supo sucumbir ante sus conquistadores”.

     

    * Historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño (1826-1894), autor de innumerables y valiosos trabajos de carácter histórico. Sus restos reposan en el Panteón Nacional

    Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

    Oviedo y Baños: Consideraciones sobre la provincia de Caracas

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         José de Oviedo y Baños nació en Santa Fe de Bogotá en 1671 y falleció en Caracas, el 20 de noviembre de 1738. Fue un destacado militar e historiador. De origen social acaudalado y cuya familia estuvo interiormente ligada a la burocracia española en América, fue educado en Lima. Escribió Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, uno de los libros de referencia histórica más importantes del país.

         Oviedo y Baños ocupó varios cargos públicos. En 1699 fue alcalde del segundo voto del Ayuntamiento de Caracas. Luego, en 1710 alcalde de primer voto y, en 1722, regidor perpetuo, cargo al que renunció al poco tiempo. El Cabildo le encargó la elaboración de un calendario con las fiestas religiosas de cumplimiento obligatorio. 

         Esto le permitió almacenar el copioso archivo que utilizó para escribir la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela. Oviedo y Baños, estudió gramática, retórica y elocuencia en Lima. En Caracas había frecuentado la compañía de profesores, maestros, teólogos y otros letrados. También estudió Derecho y se dedicó a la lectura, logrando el perfil intelectual que le ayudaría a investigar en los archivos oficiales los acontecimientos desde la llegada de Cristóbal Colón y sus huestes a América. Con esta información, en 1723 publicó en Madrid la Historia del actual territorio de Venezuela.

         A Oviedo y Baños se le considera como el iniciador de la historia escrita del país mediante la narración, el análisis y la descripción de episodios y lugares históricos.

         Según una nota en Wikipedia, entre los planes de José de Oviedo y Baños estaba una segunda parte de esta obra, pero nunca fue publicada. Versiones contradictorias indican que jamás fue escrita, o que fue destruida intencionalmente en consideración a ciertas familias que se vieron ofendidas por el texto. A pesar de eso, dejó otro escrito muy útil para el conocimiento de la Caracas de su tiempo, titulado Tesoro de noticias de la ciudad.

         En su libro de 1723, Oviedo y Baños escribió que, entre las mejores provincias que constituían el imperio español en América estaba la que se había denominado Venezuela, aunque se le conocía más con el nombre de su capital, Caracas, cuya historia “ofrece asunto a mi pluma para sacar de las cenizas del olvido las memorias de aquellos valerosos españoles que la conquistaron, con quienes se ha mostrado tan tirana la fortuna, que mereciendo sus heroicos hechos haber sido fatiga de los buriles, solo consiguieron, en premio de sus trabajos, la ofensa del desprecio con que los ha tenido escondido el descuido”.

         De la provincia de Caracas expresó que mostraba espacios lacustres con aguas claras y saludables. Provista con aguas de mucha utilidad para los cultivos. Describió que en la misma provincia se experimentaba una variedad climática, lo que era propicio para la siembra de frutos de gran diversidad. Observó y expuso ante sus lectores los cultivos que abundaban en la comarca como: maíz, trigo, arroz, algodón, tabaco y azúcar; “cacao, en cuyo trato tienen sus vecinos asegurada su mayor riqueza”. Del mismo modo, observó árboles frutales, tanto indianos como europeos, legumbres de distintas categorías, “y finalmente, de todo cuanto puede apetecer la necesidad para el sustento, o desear el apetito para el regalo”.

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         En lo que respecta a la madera contó de la existencia de granadillos, con diversidad de colores, caobas, dividives, guayacanes, palo de Brasil, cedros, así como la existencia de vainillas de singular olor, grana silvestre, que era desaprovechada por los nativos, zarzaparrilla y añil muy comunes en los montes que bordeaban la provincia, “que más sirven de embarazo que provecho, por la poca aplicación a su cultivo”.

         Puso a la vista de los potenciales lectores la existencia de animales como leones, osos, dantas, venados, báquiros, conejos y tigres, “los más feroces que produce la América, habiendo enseñado la experiencia, que mantienen más ferocidad mientras más pequeñas son las manchas con que esmaltan la piel”. En cuanto a los productos del mar ponderó su alta propiedad, así como la calidad de las salinas que estaban a la orilla de las costas. De las aves reseñó sobre la existencia de una amplia gama de pájaros de hermoso plumaje y algunos de carne muy apetecible como la guacharaca, el paují, la gallina de monte, la tórtola, la perdiz y otras que eran objeto de cacería.

         De sus montes, expresó, se podían encontrar variedades naturales para la aplicación medicinal. Mencionó el caso de la cañafístola, tamarindos, raíz de china, tacamajaca y un aceite denominado María o Cumaná. También la provincia contaba con minas de estaño y de oro, aunque eran poco explotadas porque según Oviedo y Baños “aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza”. Expresó que la fertilidad de sus suelos permitía la manutención de los habitantes de la comarca, sin necesidad de recurrir a las provincias vecinas para la provisión de bienes, “y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera más abastecida y rica, que tuviera la América”.

         Destacó que antes de la conquista la provincia contaba con distintos grupos de indígenas, “que sin reconocer monarca superior que las dominase todas, vivían rindiendo vasallaje cada pueblo a su particular cacique”. Sin embargo, luego de un tiempo transcurrido, así como por el traslado de muchos indios a las islas de Barlovento y otros lugares, “la consumieron de suerte, que el día de hoy en ochenta y dos pueblos, de bien corta vecindad cada uno, apenas mantienen entre las cenizas de su destrucción la memoria de lo que fueron”.

         En cuanto a la instalación de la provincia hizo notar que Losada había insistido que debía apaciguar y neutralizar a los habitantes originarios para establecer la ciudad. Así que, decidió hacerlo en el valle nombrado como San Francisco. Fue allí donde fundó Santiago de León de Caracas, “para que en las cláusulas de este nombre quedase la memoria del suyo, el del Gobernador y la provincia”. Sus primeros regidores fueron Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Antequera y Sancho del Villar. Creado el Cabildo se nombró alcalde a un sobrino de Losada, Gonzalo de Osorio y a Francisco Infante.

         Agregó que este acto fundacional era ignorado, entre la mayoría de las personas de la época, “que no han bastado mis diligencias para averiguarlo con certeza, pues ni hay persona anciana que lo sepa, ni archivo antiguo que lo diga”. Relató que pensó encontrar datos en las actas del Cabildo, sin embargo, encontró unas exiguas notas sobre esta fundación, así como que “los papeles más antiguos que contienen son del tiempo que gobernó Don Juan Pimentel: descuido ponderable y omisión singular en fundación tan moderna”.

         En este orden señaló que un cronista de nombre Jil González había asegurado que la fundación de esta localidad fue un día de Santiago. Pero Oviedo la calificó de errada y que estableció como fecha 1530, “cosa tan irregular, y sin fundamento, que dudo el que pudo tener autor tan clásico para escribir tal despropósito; y así, dejando esta circunstancia en la incertidumbre que, hasta aquí, pues no hay instrumento que la aclare, pasaremos a dar noticia del estado a que ha llegado esta ciudad de Caracas (1723)”.

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         De ésta llamó la atención acerca de su ubicación en un valle de gran fertilidad, con unas altas sierras que servían de límite frente al mar. Cuatro ríos la surcaban, sin que hubiese riesgo de anegación y que no le faltaban condiciones para denominarla un Paraíso. “Tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen”.

         En lo que respecta a sus habitantes expresó que había un importante número de negros y mulatos, así como españoles que llegaban a la cantidad de mil, dos de ellos con títulos de Castilla y caballeros de prosapia lo que le daba a la sociedad caraqueña un lustre particular, “sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos”. 

         Agregó que hablaban la lengua castellana sin los vicios propios exhibidos en otros lugares de la Indias. Según su visión, gracias al clima predominante en la ciudad, los cuerpos de sus habitantes eran bien proporcionados, “sin que se halle alguno contrahecho, ni con fealdad disforme”.

         De ellos expresó que eran inclinados al trato amable y que los negros mostraban incomodidad por no saber leer y escribir. Los visitantes eran muy bien recibidos y las mujeres caraqueñas fueron calificadas por él como “hermosas con recato y de modales afables”. Por otra parte, indicó que había una iglesia calificada de catedral. Describió que era una edificación levantada en forma de cinco naves, cuyo techo estaba sostenido por filas de ladrillos, aunque cada nave le pareció que eran muy angostas, todas juntas mostraban una obra atractiva en su proporción simétrica. En ella se encontraban cuatro capillas de cuatro particulares patronatos.

         De acuerdo con la información recopilada por él, la iglesia se había edificado en 1580, a propósito de una peste de viruela y sarampión que azotó a la comarca por aquellos días y que acabó con la mitad de la población originaria. Fue en honor al Proto eremita que gracias a su intercesión alivió a la ciudad de tales quebrantos de salud. Nuestra Señora de la Candelaria, levantada en 1708, prestaba atención a la comunidad devota de la patrona de la isla de Tenerife. El hospital de la Caridad se dedicaba a la atención de féminas aquejadas en su salud, prestaba servicio también para el castigo de concupiscencias. De la congregación de los domínicos contó que fueron los primeros en traer las palabras sagradas a esta comunidad. Los pertenecientes a la religión de Santo Domingo mantenían un convento con cuarenta religiosas, en cuyo aposento rendían honor a nuestra Señora del Rosario.

         Los franciscanos constituían una comunidad de cincuenta religiosos. La de nuestra Señora de la Mercedes construida en 1638 estaba en un lugar alejado del casco central de la ciudad. En lo referente a la instrucción de los jóvenes de la ciudad estaba un colegio seminario bajo la protección de Santa Rosa de Lima. En él se cursaban algunas cátedras: dos de teología, una de filosofía y dos de gramática, “donde cultivados los ingenios, como por naturaleza son claros, y agudos, se crían sujetos muy cabales, así en lo escolástico, y moral, como en lo expositivo”.

         Tuvo palabras de elogio para con el convento de las monjas de la Concepción. Concebida en el año de 1617 guardaba en su seno 62 religiosas de velo negro. Además de estos templos había dos santuarios, el de San Mauricio y Santa Rosalía de Palermo. Una de las mayores conmemoraciones anuales tuvo que ver con una peste de vómitos, que se extendió por 16 meses continuos, y que se celebraba cada cuatro de septiembre.

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