Ana Pavlova en Caracas

Ana Pavlova en Caracas

El interés por el ballet en Venezuela se desató a principios del siglo XX por la visita de la compañía de danzas clásicas rusa, cuya vedette era la bailarina Anna Pavlova. Su visita a Caracas y Puerto Cabello, contratada por la Sociedad de Cines y Espectáculos, cautivó a los venezolanos, desde el dictador Juan Vicente Gómez, quien le obsequió un pequeño cofre, con su nombre labrado en morocotas de oro, hasta el más humilde trabajador que asistió a las funciones. El periódico El Nuevo Diario, órgano al servicio del gobierno, dio intensa cobertura a la visita de la Pavlova a Venezuela. Recogemos en esta entrega un par de interesantes crónicas, la del 18 de noviembre de 1917, en la que reseñan el estreno con toda la parafernalia institucional para destacar la presencia del general Gómez y su comitiva en el Teatro Municipal, además de detalles de la presentación, y la del 7 de diciembre de 1917, para despedirla y agradecerle el buen sabor que dejó por su divino arte coreográfico.

Ana Pávlova (1881-1831) una de las principales artistas del Ballet Imperial Ruso y de los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.

Ana Pávlova (1881-1831) una de las principales artistas del Ballet Imperial Ruso y de los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev.

El debut de la Pavlova

     “Presidió la espléndida fiesta de anoche en el Palco de Honor del Municipal, el señor General Juan Vicente Gómez, Presidente Constitucional Electo de la República y Comandante en Jefe del Ejército Nacional, quien tenía a su lado al doctor V. Márquez Bustillos, Presidente Provisional de la República, y al señor general Caracciolo Parra Picón, Vicepresidente de la República, y estaba acompañado igualmente por los señores Ministros del Despacho Ejecutivo, el Gobernador del Distrito Federal, el Secretario General del Presidente Provisional de la República, el General José Vicente Gómez, Inspector General del Ejército; el coronel Alí Gómez, Vicepresidente de Aragua; el señor Raúl Capriles; el Secretario de la Gobernación del Distrito Federal, el Prefecto del Departamento Libertador; el general Graciliano Jaimes, Jefe del Cuerpo del Comando; el Cuerpo de Ayudantes y el de Edecanes y numeroso grupo de altos funcionarios.

     Entre la brillante concurrencia, anotamos la presencia de varios miembros de la familia del General Gómez y de la del señor Doctor Márquez Bustillos.

     Tanto a su entrada al teatro como a su salida, el señor General Gómez y el Doctor Márquez Bustillos fueron saludados con el Himno Nacional.

     El espectáculo que se ofreció anoche en el escenario del Municipal al público caraqueño fue completamente nuevo, insospechado podemos decir, porque en materia de bailes escénicos hemos estado siempre ayunos, aun tratándose de compañías de óperas, pues no suelen las que nos visitan incluir en sus presupuestos los lujos que imponen los cuerpos coreográficos.

     La rápida y primera impresión que dejó en los espíritus esta inolvidable noche de arte, tiene algo de feria, de sueño encantado, de reavivamiento de antiguas épocas o de viajes a lejanos países donde todo es ritmo, gracia, color, arrullos musicales.

     Todo el mundo canta o se mueve según principios armoniosos y este arte de la danza, tal como pudimos apreciarlo anoche, es la expresión más pura de las voces de la naturaleza en consorcio con el ademán y con el gesto.

     El principio artístico de Anna Pavlowa nos hizo sentir intensamente estas expresiones, por la suprema elegancia de los movimientos, por el justo acorde de éstos con lo que dicen las frases musicales y por su inconcebible agilidad de danzarina, que llega hasta un acrobatismo maravilloso. En su arte conciso y silencioso encierra todo: amor, dolor, alegría, locura, galantería, plástica y no puede limitarse en una volandera nota de una noche de estreno.

     La muñeca encantada es un verdadero cuento de hadas mímico, salpicado a ratos de humorismos en el desfile de las múltiples comparsas de muñecas, trajeadas con toda propiedad y cuyos movimientos automáticos imitaron a perfección los danzarines, destacándose entre todos los números el difícil «paso de dos», admirablemente bailado por la Pavlowa y el señor Volinine.

La célebre bailarina rusa interpretando el papel de Libélula.

La célebre bailarina rusa interpretando el papel de Libélula.

     En las siete Diversiones de la última parte todos los números fueron bellísimos; en extremo agradaron el típico baile popular de Jemandowski, en conjunto el minué de Paderewsky por la Plaskoviestzka y el señor Varjinski, el paso de tres, por Bustova Collinette y el señor Oliveroff, el vals de Chopin, fuera de programa, el vals de Primavera, la Libélula, por la Pavlowa y la elegantísima Gavota por ella misma y Volinine.

     De intención nos referimos en último término a la Noche del Walpurgis, del Fausto de Gounod, interpretada de acuerdo con el estilo ruso, en la decoración suntuaria y que resultó para nosotros la parte más extraña del espectáculo. Ese arte sintético, con algo de místico primitivo, tiene una sugestión de originalidad que subyuga. En él se mezcla al fausto religioso de los ortodoxos cierta desnudez pagana.

     En este arte se descubren alternativamente hieratismos de figuras egipcias, solturas de líneas como en los frisos griegos, academias que recatan algunos trozos de cuerpo con pedrerías o con sedas. Los trajes con colores detonantes y dibujos inconcebibles, de infinita variedad, de una salvaje riqueza de imaginación, sugestionan y seducen; los habíamos visto en los figurines de Bask y nos parecían bárbaros, como aquel aterrador Mefistófeles, y sólo anoche en el conjunto único y nuevo pudimos apreciar sus típicas virtudes de Belleza.

     La decoración de la Noche de Walpurgis se conforma en vibración y audacia al suntuoso vestuario.

Aviso de prensa.

Aviso de prensa.

Y sobre esta borrachera de colores volaba, mariposa, ave o flor con alas, la Pavlowa a la que secundan con brillo el señor Volinine, admirable bailarín, y todos los demás artistas que forman el cuerpo de baile. La orquesta muy bien bajo la dirección del competente maestro Alexandre Smallens.

     Los aplausos repetidos y las ovaciones nutridas al final de cada acto, testimonian que el público quedó perfectamente satisfecho y que la función de anoche asegura el éxito de la temporada de la Pavlowa y su compañía.

ADIÓS, PAVLOWA

     Adiós, Anna, la Harmoniosa. Se va la rusa, admirable después de terminar, sin el esplendor de apoteosis que mereciera, su temporada de bailes en el Municipal.

     Se irá calladamente, suavemente, en puntillas, como se oculta en las cajas al final de uno de sus leves pasos, dejando en los espíritus una vaga dulzura una función de ensueño y de música.

     Algunos, una minoría, se dolerán de la ausencia. Midiendo cortos los días en que nos dio a saborear un nuevo alimento del espíritu, un pan sencillo y aromoso como para el banquete primitivo, amasado con miel cruda y trigo candeal recién espigado.

La Pavlova cautivó al general Juan Vicente Gómez, quien le obsequió un pequeño cofre, con su nombre labrado en morocotas de oro.

La Pavlova cautivó al general Juan Vicente Gómez, quien le obsequió un pequeño cofre, con su nombre labrado en morocotas de oro.

     Porque para este arte de la danza basta tener el espíritu cándido de un pastor de ovejas de la montaña del Ática. No hay que empeñarse en complicaciones, refinamientos, ni erudiciones, que han de «echar a perder» el alma y desorientarla por intrincados caminos. El sabio –o pseudo sabio– podrá saber por qué se danza así; todos, inclusive él, pueden y deben sentir la danza. ¿No llama la atención de las gentes humildes el simple baile familiar, de tal manera que se pasan horas enteras formando barra, embobalicados, apretujados ante las ventanas abiertas?

     Es la atracción impositora del ritmo que envuelve, encuna y mece con un cariño maternal. Aleja pensamientos, dulcifica, embriaga, aduerme. Por eso dan la impresión de cuerpos sin alma, escaparates vacíos, esos señores que dicen que los bailes de la Pavlowa no son espectáculos para visto más de una vez.

     Los abonados y los asiduos –los que no pagamos– hemos podido experimentar que lo que una vez nos subyugó sin comprenderlo otro día lo entendimos y gozamos mejor; así la retorcida contextura musical de la Danza Indostánica o de Anitra, como el sentimiento del Pierrot, que al principio parece una futileza y luego nos invade con la simpatía de un ingenuo humorismo romántico.

     ¡Y los grandes bailes de los que ella es al par una danzarina y una mímica eminente, duple artista!

     Si ese arte, primera ayuda y complemento de las otras artes, en su aspecto rudimentario y frívolo seduce, ¿cómo no ha de encantar, refinado, elevado, compendiando en sí la plástica, la música y la poesía?

     Si fuera necesarios atiborrarse de conocimientos en cada una de las cuatro para poder ver danzar, mal situado estaría en cualquiera de las cinco partes del mundo el divino arte coreográfico: divino porque los dioses no eran ni literatos, ni pintores, pero sí eran músicos y todos bailaban: hasta Jove!

     Adiós, Anna Pavlowa, la Harmoniosa.

     Que te acompañe una cariñosa memoria de la gente de esta tierra, a quienes por la primera vez llevaste a tu convite magnífico de arte puro y que te lleves la seguridad de que mañana se recordará tu nombre con reverencia, como se cita el de Paco Fuentes, a quien debemos las primicias del moderno arte dramático.

 ¡Adiós, Pavlowa!

 Santiago de LEÓN

 Caracas: 1917”

¿Qué sintió usted cuando le alargaron los pantalones?

¿Qué sintió usted cuando le alargaron los pantalones?

Guillermo Pacanins, gobernador de Caracas, Jesús Corao, Mariano Picón Salas, el maestro Juan Bautista Plaza, Ángel Álamo Ibarra, Francisco “Pepe” Izquierdo y Pedro Sotillo cuentan la desaparición de sus bombachos.

 

Por Francia Natera

El pequeño Guillermo Pacanins y su hermanita Carmen Cleotilde. Guillermo, quien fue gobernador de Caracas en los 50, se alargó los pantalones a los 12 años.

El pequeño Guillermo Pacanins y su hermanita Carmen Cleotilde. Guillermo, quien fue gobernador de Caracas en los 50, se alargó los pantalones a los 12 años.

     “¡Ya era un hombre! No había dudas. Capitaneaba una partida del barrio y le decían “pollo ronco”. Por las noches, sus papás le permitían llegar a las nueve y los sábados, como una condición excepcional y reconocimiento a su irrefrenable masculinidad, podía ir al cine, a divertirse con aquellas primeras películas parlantes donde José Bohr y Ramón Pereda sentaban cátedra de muñecos del celuloide. Atrás quedaban Eddie Polo y Juan Centella, y las negras caídas de ojos de Francisco Bertini.

     Eran los tiempos en que el zagaletón de la casa pedía los pantalones largos. Hasta ahora había usado los bombachos, pantalones de “tennis” y unas horripilantes medias negras o marrones que sin ningún donaire emergían del pantaloncito.

     El límite de la infancia estaba allí, sencillamente, en ese medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. Traspasar ese límite suponía el acto más importante en la vida del muchacho. Lo verían con respeto, pagaría completo en los espectáculos, y podría sentarse y opinar en las reuniones familiares.

     Eso era antes. . . Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Los bombachos del gobernador

     Guillermo Pacanins no era por entonces comandante. Ni siquiera Gobernador de Caracas. Estudiaba en el colegio que el gran educador Sergio María Recagno dirigía en Maiquetía.

     El Pacanins de ahora recuerda con afecto a su maestro y añora a los compañeros de entonces: Eduardo Mayorca, actual prefecto de La Guaira, Raúl Osuna, Domingo del Rosario y otros de la pandilla juvenil.

     Usaba unos horribles bombachos hasta la rodilla y de allí para abajo las inevitables medias acordonadas. En vez de la fulana apostura de hoy y de la exquisita elegancia del bigote y canas, el gobernador parecía, sin más ceremonias, un ave zancuda de peludos muslos.

     –Tenía doce años y como estaba crecidito, decidieron encargarme los pantalones largos. ¡Ah! qué hombre tan macho me sentí ese día. No obstante, seguí practicando con ahínco como deportes predilectos la metra, el trompo y la perinola, sin olvidar el gurrufío.

     Los pantalones largos del Gobernador, los de ahora, se quedaron asomando por debajo del imponente escritorio. Arriba, las manos del hombre revolvían montañas de papeles y de preocupaciones. Afuera un gentío esperaba para entrar con los problemas propios y ya era pasada la hora del almuerzo. Los pantalones del Gobernador por un momento fueron unos bombachos marrones con ganas de fugarse a la playa. . .

Antes de cumplir los 14 años, el célebre músico Juan Bautista Plaza, con el consentimiento de sus padres, se puso pantalones largos.

Antes de cumplir los 14 años, el célebre músico Juan Bautista Plaza, con el consentimiento de sus padres, se puso pantalones largos.

La cabeza de Jesús

     Estaba generalmente hinchada. Para variar, en otras oportunidades una blanca cinta de adhesivo encubría graciosamente los puntos de sutura de una leve pedrada. La cabeza de Jesús Corao no descansaba en esos días. Casi lo único que no hacía era pensar. Pocas cosas preocupaban al “muñeco” de los Corao en 1916. Jesús tenía –al menos eso dijo– 16 años de edad y era el abanderado de los muchachos peloteros del Stand del Este.

     –Peleaba todos los días. Daba cabezazos todos los días. Cuando las medias negras resultaron insuficientes para cubrir las espantosas extremidades inferiores que crecían sin medida, me enviaron a la sastrería de Muscangt que estaba en la esquina de La Bolsa.

     Jesús Corao se acomoda con facilidad, con alegría, en los recuerdos:

     –¡Mi terno gris! Qué sensación de hombría me dio. Salí del colegio Froebel muy ufano a estrenármelos y a pasearlos por las narices de los compañeros: Andrés Eloy Blanco, Alfredo Romero, Roberto, Gustavo y Eduardo Machado.

 Jesús dice que lo tenía todo entonces. No pedía más nada a la vida ni a los seres.

 –¿Ni una novia?

 –Al día siguiente de estrenar los pantalones empecé a buscarla.

 Parece que Jesús encontró varias. Pero al final le sucedió algo insólito. ¿Qué sería?

 –Me casé con una de ellas. . .

Mariano tenía un revólver

     Nadie dudaba ya del genio de Mariano Picón Salas. “Lectura Semanal”, una publicación que editaba en Caracas José Rafael Pocaterra, le había aceptado un cuento. ¡En la Capital! La superioridad de Mariano era evidente. Los demás, apenas habían alcanzado las glorias de la imprenta provinciana.

     Mariano Picón Salas, merideño de pura cepa, tenía 15 años, una marcada vocación sacerdotal, buenas notas en el Colegio de monseñor Mejía en Valera y una entusiasta admiración por Mario Briceño Iragorry, quien también comenzaba a escribir unas románticas cuartillas y un poema que decía: “Mi corazón es como una loca casa de pensión…”.

     Entre la admiración por Mario y el arrobamiento cristiano, se pasaban los días. El padre Mejía apuraba con sus admirables conocimientos de latín y Mariano se regodeaba con la filosofía escolástica. Nada quebrantaba la conducta inalterable del que se creía futuro jesuita, excepto uno que otro cigarrillo fumado a hurtadillas. Hasta que un día. . .

 –Me enfermé del estómago y me enviaron un par de pantalones largos elaborados por los famosos Menda, sastres italianos residenciados en Mérida.

Contó el Dr. Ángel Álamo Ibarra que sus primeros pantalones largos lo marcaron para siempre. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador.

Contó el Dr. Ángel Álamo Ibarra que sus primeros pantalones largos lo marcaron para siempre. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador.

     Los otros muchachos estaban asombrados de la transformación de Mariano. Ya no era el mismo muchacho tranquilo. “La máquina de hacer discursos”, como le decían, había cambiado de dirección. Atrás quedaban los éxitos de aquella estupenda pieza oratoria, declamada con gran fuerza e indignación, titulada “la pornografía, su perversa influencia”.

     Mariano, en vez de denigrar de los pecados del hombre, de horrorizarse de ellos, pisaba la senda de los propios pecados.

     –Me fui a la retreta con mi flux blanco. mis zapatos blancos y mi pajilla. Cuánta hombría. ¡Y no sabía que las mujeres de Valera estaban tan bonitas!

     Los padres, para completar el hombre, le regalaron un revólver. El arma saltaba en el bolsillo blanco y Mariano afirmaba su condición de hombre, muy hombre. Mariano estaba completamente perdido para el claustro.

     También se le perdió el revólver. Y ya no tuvo otro en su vida, Mariano Picón Salas, el gran ensayista, se puso simplemente a escribir.

 

El flaco Juancito

     Tal vez porque estaba muy flaco, tal vez por falta de práctica. Pero algo aterrorizaba a Juan Bautista Plaza el día que se puso los pantalones largos: a cada instante parecía que se le iban a caer.

     Como una damita quinceañera fue festejado Juan Bautista el día de sus pantalones largos. De Truco a Guanábano, en la residencia antigua de los padres del músico, hubo gran fiesta. Los familiares, los amigos, acudían a cumplimentar al espigado muchacho que estudiaba música y bachillerato en el Colegio Francés. La rosada mistela para los jóvenes, el ronco brandy para los mayores.

     Juan Bautista no sabía bailar y disfrutó más o menos de la familiar reunión. No quería que la noche terminara. Sinceramente no lo deseaba.

    –Porque veía con horror la llegada del nuevo día y la inevitable salida a la calle con esos largos pantalones que amenazaban caerse.

     Y Juan Bautista Plaza, con treinta años de pantalones largos a cuestas, hizo un gesto nervioso cuando volvió al examen interrumpido para hablar con la periodista. Se estaba sujetando los pantalones.

 

La tragedia de Álamo Ibarra

     –Eran blancos, con tenues rayitas rojas y una chaqueta larga, larga.

     Ángel Álamo Ibarra, que era alto y guapo, y de la parentela del Libertador, parecía un cigarrillo egipcio.

     –Aún los estoy viendo, mis primeros pantalones largos. La emoción del día la conservo intacta. ¡Yo era un hombre! Tenía 14 años y me la echaba de patiquincito caraqueño guapo y conquistador. Solamente me faltaba eliminar aquellas piernas velludas que apuntaban obstinadas después del breve pantaloncito corto. Por fin llegó el día. . .

     Era domingo. Cuando Ángel Álamo Ibarra salió de su casa muy temprano en la mañana, estaba seguro de que todo el Caracas elegante no miraba otra cosa que sus pantalones largos. La alegría era infinita. Ahora sus compañeros del Colegio del Doctor Landáez, que estaba en El Paraíso, le guardaban consideraciones especiales.

     –Me acosté feliz, cansado, y dormí profundamente. Por la noche, un ladrón entró a la casa y se llevó la ilusión del adolescente, sus largos pantalones y la chaqueta incongruente.

    –Pero hay epílogo, doctor Álamo, inquiere la reportera angustiada.

     –Golpes. Al día siguiente, cando tuve que volver al colegio de pantalones cortos, la rechifla de los compañeros se disolvió a golpes. ¡Ay dolor! ¡Ay tragedia!, mis pantalones aún los estoy viendo.

Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Los muchachos de ahora nacen de pantalones largos y desconocen la emoción de ese día en que unos metros más de tela son como un certificado de virilidad.

Don Pepe Izquierdo ya había leído el quijote

     –No como esos muchachos de ahora. En mis tiempos los muchachos jugaban en las arenas del Guaire, peleaban en los barrios, aprendían a cimbrear la cintura en los quicios de Santa Teresa y se quedaban en las casas leyendo los libros clásicos.

     El doctor José Izquierdo tenía 14 años y los familiares se apuraron en comprarle un flux de casimir de pantalones largos. Ya conocía el Quijote y leía francés e inglés. Vivía por San Agustín y toreaba en el Nuevo Circo.

     –¡Pero esta juventud afeminada de ahora! ¿Qué es eso señor? Culpa del cinematógrafo, de esa cosa desabrida e imbécil que es el baseball donde dieciocho señores van a dar carreras y un estadio lleno de pistolas va a beber y a pegar gritos.

     Don Pepe estaba realmente imponente y magnífico, con su estupenda voz de Catilina de San José, cuando recordó la versión de Hamlet “descompuesta” –son sus palabras– por Sir Lawrence Olivier.

El límite de la infancia estaba en un medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. De pantalones cortos a los bombachos.

El límite de la infancia estaba en un medio metro de tela que habría de cubrir las largas extremidades llenas de larguísimos vellos. De pantalones cortos a los bombachos.

     –Pero el supremo horror, lo que convierte nuestros incipientes hombres en majaderos afeminados, son la música, las canciones argentinas y mexicanas, y ¡horror de los horrores!, los fluxes de dos colores y esas espantosas guayaberas que dan aspecto de señora embarazada al hombre más macho.   

 

Los liquiliquis de Pedro Sotillo

     En 1915, Pedro Sotillo tenía 13 años y concluía sus estudios de primaria en Los Teques. Su mayor ambición era poseer cuatro liquiliquis con pantalones largos.

     –Era nuestro mayor empeño. Las liquiliquis, tener novia y montar a caballo.

     El poeta Leopoldo Torres Abandero, quien cortaba y cosía en un viejo local frente al Banco de Venezuela, fue comisionado por los padres de Pedro para la elaboración del atuendo de hombre. Pedro tuvo un flux blanco de dril y otros tres de color crudo. También tenía un sombrero porque el poeta cree que:

     –Cuando un llanero pierde el sombrero hasta el chinchorro se cae.

     Toda la vida usó y usa Pedro Sotillo el sombrero criollo de anchas alas. Parece que es, al fin y al cabo, lo único que le queda de las antiguas ambiciones porque él mismo dice:

     –Después tuve que dejar el caballo porque “me lucía” un poco feo, con las muchachas e seguí encontrando para recibir los batacazos que me ahorraba el caballo, y de los pantalones largos me quedó el recuerdo de una pedrada que en el Carnaval me atestaron en la esquina de Manduca.

     Naturalmente, Pedro Sotillo siguió usando pantalones largos. Después los mezcló con sal criolla, criollos versos y vino extranjero. Los pantalones llaneros de Pedro Sotillo se quedaron en Caracas definitivamente. Y cada día son un pregón del afán andariego de los hombres de la llanura”.

FUENTE CONSULTADA

  • El Nacional. Caracas, domingo 3 de agosto de 1952. Edición aniversaria

Comunicado emitido por el Presidente de la Cámara de Caracas con motivo del 130 aniversario de este organismo gremial

Comunicado emitido por el Presidente de la Cámara de Caracas con motivo del 130 aniversario de este organismo gremial

Comunicado emitido por el Presidente de la Cámara de Caracas, Diego Romero.

     La contingencia en todas las esferas de lo local y lo global han cruzado a los más recientes 130 años de historia de Venezuela y de Occidente. Ello convierte en extraordinarias las creaciones humanas distinguidas por la permanencia no solo de sí mismas, sino de los valores sólidos que las constituyen.

     La Cámara de Caracas cumple hoy 130 años. Fundada el 22 de noviembre de 1893, más que ser testigo, se ha dispuesto a abordar los avatares de una compleja línea de tiempo que toca tres siglos. Su propósito, impulsar en Venezuela los verdaderos valores republicanos: la realización inclausurable del progreso material, intelectual y espiritual de la ciudadanía.

     Desde sus inicios, en una Venezuela decimonónica rural, abatida por los efectos de guerras, revoluciones y montoneras que ralentizaban el florecimiento de las iniciativas económicas, la Cámara de Caracas vislumbró la necesidad de fomentar con constancia el espíritu de comercio en el país.

     Ese espíritu ilustrado había aflorado desde los proyectos constitucionales de Francisco de Miranda, evidenciando la correlación entre ciudadanía, propiedad y libertad: solo es libre quien es capaz de valerse por sus propios medios, movido por la ética y por un vigoroso espíritu de industria y de comercio, con el cual, desde sus luces y su autonomía personal, contribuye con el bien común.

     La historia de la Cámara de Caracas está tejida en la historia de Venezuela tanto en el esfuerzo sostenido por diseminar los efectos modernizadores del comercio, como en la participación activa para la resolución de las crisis: desde sus primeros años, la Cámara articuló la Junta de Sanidad dirigida a combatir las epidemias que castigaban al país. Hasta el presente y más allá, es un actor comprometido con los beneficios de la actividad gremial empresarial en pro del interés general y la utilidad pública.

     Heredera de los principios cívicos que gestaron desde 1830 a la Sociedad Económica de Amigos del País, la Cámara de Comercio cumple 130 años en medio de uno de los momentos más desafiantes del país y de Occidente.

     Es una cifra inspiradora, al enfrentar con su persistencia un mundo incierto y aparentemente desesperanzador. En medio de unas de las páginas más complejas de la historia nacional, los 130 años de la Cámara de Caracas catalizan el cultivo de facultades individuales y gremiales
para la vida republicana, el amor al trabajo, a la libertad y la dignidad humana, sustantivos en un horizonte de autonomía y prosperidad integral en Venezuela.

     Es así como La Cámara de Caracas, primera institución gremial de Venezuela, se apoya en la visión crítica de su pasado, actúa sobre su presente y vislumbra con racionalidad y espíritu de ciudadanía su futuro, apostando por un país de progreso y desarrollo en el que fundamenta los valores republicanos basados en la confianza y la unión de todos los venezolanos.

Caracas, 22 de noviembre del año 2023.

 

Boletín – Volumen 119

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BOLETINES

Boletín – Volumen 119

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     En un inicio, “Situación mercantil”. En uno de sus párrafos se lee: “En la primera quincena del mes de septiembre no hubo mejora apreciable en los negocios, pero en la segunda les dieron movimiento algunos compradores, si bien el resultado de este movimiento, dado que, por lo general, los negocios se efectúan sin la natural ganancia, no compensa la inversión de capital y el trabajo” (Pp. 2125-2129).

     En “El consumo de telas de algodón en Venezuela” se hizo referencia a la importación de telas en el país (Pp. 2129-2130).

     Le siguen “Unificación de cervecerías” en que se aborda la unificación de la productora de cerveza Maiquetía con la Nacional (P.2130). Por otra parte, en referencia a la compra de plata para acuñación en “Acuñación de plata” (P. 2130).

     Continúa esta edición con “Conservación de bosques” y “La cooperación de agricultores de cañamelar de Lara y Yaracuy” (Pp. 2131-2132). De la carilla 2133 a la 2137 “Del informe del Banco de Venezuela” a propósito del crédito hipotecario.

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     Más adelante “Ferrocarril de San Cristóbal”. En este artículo, estructurado por Miguel Parra León, se hacer referencia a la necesidad de extender una línea férrea que facilite el comercio con Maracaibo, Estados Unidos y Europa (Pp. 2137-2140).

     En relación con este asunto se editó un artículo de Gino Baglioni titulado “Los ferrocarriles y el progreso económico” (Pp. 2140-2141). A continuación un informe elaborado por Alejandro Chataing: “Reconstrucción del Banco de Venezuela” (P. 2142). Un artículo recomendado por el representante consular estadounidense en Venezuela: “Preparación de pieles y cueros en los Estados Unidos” (Pp. 2142-2149).

     De seguida “Crédito territorial” en que se trata el tema de las Landschaften en Alemania (Pp. 2149-2153). En lo atinente a legislación para la regulación y funcionamiento de los oleoductos: “Petróleo” (Pp. 2154-2156). Una información relacionada con la depreciación del petróleo, los excedentes de barriles de gasolina y sus causas en “La situación petrolera” (Pp. 2156-2158). Respecto al tema petrolero en Latinoamérica “Las reservas petroleras de la América Latina” (Pp. 2158-2159).

Luego, “Noticias de Colombia” y “Sección de correspondencia” (Pp. 2159-2160). Cierran los cuadros “Comercio de café en Maracaibo en agosto de 1923”, “Café y cacao exportados por La Guaira en agosto de 1923”, “Valores de las bolsas de Caracas y Maracaibo en septiembre de 1923”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en agosto de 1923” y “Tipos de cambio en Caracas en septiembre de 1923” (Pp. 2160-2164).

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Boletín – Volumen 80

Aceptaciones comerciales y bancarias.

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El movimiento de febrero ha sido mediano.

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Situación comercial

El joropo o el jarabe venezolano

El joropo o el jarabe venezolano

Nuestro baile nacional. – El “joropo” no es sino el “jarabe andaluz”. –
Escasez de datos. –  Orígenes probables. – Sus prohibiciones. –
Precioso hallazgo documental. – La historia se repite. – El “joropo” en la lingüística

Por Juan José Churión*

La música y las danzas de los caribes, cumanagotos, etc., tenían un carácter marcadamente religioso, y el joropo no tiene nada de litúrgico.

La música y las danzas de los caribes, cumanagotos, etc., tenían un carácter marcadamente religioso, y el joropo no tiene nada de litúrgico.

     “Cualquiera al leer el título que en letras capitales encabeza este somero estudio histórico-lingüístico-bailable, supondrá que voy a tratar sobre algún específico farmacológico hecho secumdun artem; pero no, voy a ocuparme con un asunto que trae siempre mucha agitación cada vez que se le toca: El Joropo. ¡Claro, el que no se agita con un joropo, no se agita ni con un terremoto!

     Propóngome demostrar como tesis, que nuestro joropo no es sino el jarabe andaluz, y para esto y tendré que gastar mucho jarabe de pico, pues no es muy grande la copia de datos que he podido reunir. Más en la cuna que en la arqueología y la paleografía está nuestra musicografía. El señor Ramón de la Plaza, en su estimable obra «Ensayos sobre el arte en Venezuela», al hablar de la música indígena, ni siquiera diserta brevemente sobre el joropo. 

     La música y las danzas de los caribes, cumanagotos, etc., tenían un carácter marcadamente religioso, y el joropo no tiene nada de litúrgico; lo cual me hace creer que su aparición en nuestra tierra es posterior a la Conquista; y no es sino una corrupción o rapsodia del jarabe andaluz o fandango, que aquí se llamó joropo o fandango redondo.

     La música y las danzas de los caribes, cumanagotos, etc., tenían un carácter marcadamente religioso, y el joropo no tiene nada de litúrgico; lo cual me hace creer que su aparición en nuestra tierra es posterior a la Conquista; y no es sino una corrupción o rapsodia del jarabe andaluz o fandango, que aquí se llamó joropo o fandango redondo.

     En el mencionado libro el primer aire nacional que se encuentra es un joropo o fandango redondo en la tonalidad de ré mayor, y el ritmo en seis por ocho, lo que prueba su parentela coreográfica. Es sensible que en esa obra apenas se mencione el joropo en la página 164, en donde al hablar de nuestro eximio artista don Salvador N. Llamozas, el que mejor ha fantaseado sobre los aires populares de su tierra en «Noches de Cumaná», dice que: “La gente del pueblo regularmente los canta (los aires) en las diversiones llamadas joropos, acompañados de bandola, discante y maracas”. Esto y quedarnos en ayunas es lo mismo.

     Hagamos historia o mejor dicho, deshagámosla, puesto que tenemos que remontarnos a las fuentes en busca de la verdad; pero historia alegre, como el tremolar de los capachos en las manos del diestro maraquero, ya que el joropo es la única nota alegre de nuestro pueblo, no obstante el dejo melancólico del indio y el fatalismo del africano que lo integran.

     Gracias a la influencia innegable del teatro en la cultura, el joropo se aristocratiza. Ya se le ha dado cabida en los saraos elegantes, y hay señores que esperan el joropo final, con verdadera delicia. ¡Y cuidado que lo escobillean que da gloria, cuando no catarro, según es el polvo que levantan los zapoteadores!

El que no se agita con un joropo, no se agita ni con un terremoto.

El que no se agita con un joropo, no se agita ni con un terremoto.

     Quinito Valverde piensa introducirlo en París «con todo el aparato que su interesante argumento requiere», arpa, maraca y cantadores criollos. Ya me figuro a los parisienses entusiasmados como cuando bailaron el primer tango argentino. Y ante esta pronta y segura apoteosis de nuestro ingenio musical y terpsicoriano, me apena ver en periódicos de provincias, que se le prohíba. Esto es matar la tradición. A pesar de esas cortapisas el joropo triunfa y hay que declararlo de utilidad pública. El Alma Llanera de Pedro Elías Gutiérrez, el más estudioso de nuestros compositores, ha adquirido una popularidad pasmosa.

     Mas no se crea que esta tirria contra el baile nacional es de ahora. Las autoridades distritales que imponen multas y severas penas a los contraventores, me recuerdan a un Capitán General de Venezuela, quien también lo prohibió en su tiempo, lo cual prueba, como diría Eloy González, que la historia es una concatenación de sucesos que se repiten hasta el infinito. En un expediente de mediados del siglo XVIII, prohibía el Gobernador y Capitán General D. Luis de Castellanos, entre otras diversiones deshonestas, los joropos escobillaos. Hé aquí aquel documento en su sabrosa salsa que tiene todo el resqueño de su ranciedad:

«Don Luis Francisco de Castellanos, Mariscal de Campo, Gobernador y Capitán General de esta Capitanía General de Venezuela, por Real mandato del Rey, nuestro señor (A. Q D G.), Teniente de su Real Armada, Superintendente General de Hacienda, Subdelegado Fiscal de la Real Audiencia de Santo Domingo, Presidente de su Real Junta y Subdelegado de correos en esta Capitanía»

“No ha mucho llegó a mi superior conocimiento que en algunas Villas y lugares de esta Capitanía General de Venezuela se acostumbra un Bayle que denominan Xoropo escobillao que por sus extremosos movimientos, desplantes, taconeos y otras suciedades que lo infaman, ha sido mal visto por algunas personas de seso, como el señor D. Martín de Echeverría, teniente justicia de la villa de Panaquire y otros señores de pro, con escándalo de sus honradas conciencias, por parecerle demasiado sacrílego en los velorios o lloras, en que se canta y se baila casi encima de los cadáveres, como homenaje a los difuntos. Sin tardanza alguna he mandado que las Autoridades respectivas instruyan Expediente a tal efecto a fin de providenciar lo que por conveniente tuviere y oído el parecer de la Real Audiencia, a quien irá en consulta.

«Y tan y mientras aquel Alto Tribunal provee, he decidido prohibir, como desde luego prohíbo el susomentado Bayle de Xoropo escobillao, advirtiendo que los se atrevieren a trasgredir esta Ordenanza, sufrirán la pena de vergüenza pública, ítem más, dos años de Presidio; las mujeres serán recogidas en Hospitales por igual tiempo; y los simples espectadores dos meses de Cárcel segura, penas todas que podrán ser agravadas al arbitrio de los Jueces, según las circunstancias que concurran en los sujetos. Por consiguiente y para que nadie alegue ignorancia, hago que esta Ordenanza se publique y se le dé curso por bandos y pregones en esta Capital y en otras poblaciones, en la forma acostumbrada, y que se espida copia a quien competa cuidar se su observancia. Dado en la ciudad de Santiago de León de Caracas, a 10 de abril de 1749.

Luis Francisco de Castellanos

Por mandato de S, Exc

Joseph de Ascanio»

     ¡Canario con D. Luis! Por lo que se ve no se le cocía el pan en eso de mandar a presidio por cualquier futesa. Su celo beatífico estuvo a punto de que no tuviéramos siquiera baile autóctono; no obstante, la época aun cuando era de mojigatería, no lo fue tanto para otros Oidores e Intendentes que de noche como de día se iban de picos pardos y ponían en jarana a Caracas, la ciudad muy Heroica, muy Noble y muy Señora mía.

     Ello fue que al reclamo de muchos dueños de haciendas, a quienes sus peones y esclavos amenazan con irse al monte, que muy bien podía ser el Monte Aventino (1) la cosa, junto con otros graves asuntos fue en consulta a la Madre Patria, en la que se trató detenidamente, se pidieron repetidos informes y hasta fueron enviados en uno de los galeones que salían cargados de oro a la Península, dos negritos de Barlovento, hábiles en el escobilleo del joropo, y sus derivados, el Tambor, el Juan Bimbe, el Cambao, el Rúcano,  etc., etc., que constituyen una variedad infinita de aires nacionales, vestigios de las ancestrales guazábaras indígenas en que los caciques celebraban sus triunfos con danzas rituales al son del botuto.

     Recuérdese que, en esos mismos días de la citada ordenanza, fue cuando D. Francisco de León, como Espartaco, llegó de Panaquire a las puertas de Caracas, a la cabeza de 800 hombres que reunió en el tránsito y en son de protesta contra la Compañía Guipuzcoana, de la cual era empleado, al nuevo Teniente justicia D. Martín Echeverría.

     El baile volvió a permitirse y esto se ve por lo que manda la real cédula de S. M. fechada en el real sitio de Aranjuez, en que se ordena al Capitán General que no lo prohíba por haberlo hallado, dice: «lleno de inocencia campesina, así como el Jarabe Gatuno y el Bullicuzcuz de la Veracruz, que también han venido en consulta de nuestros reinos de Méjico y con los cuales tiene mucha semejanza.»

Todo parece indicar que el origen de la palabra joropo está en el baile conocido con el nombre de jaleo o jarabe andaluz.

Todo parece indicar que el origen de la palabra joropo está en el baile conocido con el nombre de jaleo o jarabe andaluz.

     Esto nos lleva, pues, al luminoso descubrimiento de que los tangos, peteneras, garrotines y otros bailes de relativo modernismo en la Península, no son sino glosas, copias más o menos fieles de estas danzas americanas, entre las cuales el joropo era ya conocido en Iberia, lo que ignoraba hasta ahora. ¿Qué sería de aquella pareja de negritos que probablemente bailó ante la fastuosa Corte de Fernando VI, Rey de casi todas las Españas? De eso nada se sabe. Los pobres negros quedaron envueltos en la negrura de los tiempos. Se ve palpablemente que el jarabe mejicano y el jaraví peruano no son otra cosa sino el joropo o jarabe venezolano, y éste, con poca diferencia, es la zamacueca chilena, el agarrao y demás bailes de la América hispana, a los cuales diestros bailarines han introducido tal cual pasaje de su invención para civilizarlos, al hacerlos pisar el charco. Todo lo cual me explica una profunda frase, que quizá sin medir su profundidad, le dijo el escritor hispano Pedro González Blanco a Eduardo Carreño «Desengáñese, eso de los bailes aquí es lo mismo desde el Golfo de Méjico hasta el Cabo de Hornos: Un negro con un calabazón; eso es todo.» Sólo que yo aumentaría el sector geográfico y diría que, desde la Bahía de Hudson, pues el cake-wall, el Boston y todos esos bailes yanquis tienen, como los nuestros, el mismo origen africano. ¡Y hasta la misma jota aragonesa hay quien la crea africana! . . .

     Etimológicamente creo entrever el origen de la palabra joropo en el baile conocido con el nombre de jaleo o jarabe andaluz, que pasó en las naos de los conquistadores tanto a las tierras aztecas como a Venezuela; allá se le siguió llamando jarabe con el remoquete de mejicano; pero nuestros indígenas, que a duras penas comprendían el español,  viendo las figuras y trenzado del baile hispano, comenzaron por decirle jaraba, jarabo, jarapo, jarobo y joropo, última y definitiva forma aborigen del baile ya corrompido. Así, pues, en mi sentir, nuestro joropo no es sino un hijo espúreo del jarabe andaluz, y éste, a su vez, puede que sea hijo de algún baile africano o árabe, porque como muy bien apunta don Julio Calcaño, la etimología de la palabra joropo es completamente arábiga. Viene de la voz xarop o xarab, que significa jarabe.

    Y ahora pregunto: ¿Por qué la Real Academia de la Lengua que ha dado cabida en la reciente edición de su Diccionario, o sea la decimocuarta, a algunos venezolanismos, entre ellos, la hayaca, y anteriormente a la caraota, no ha creído digno de que figure en él, el joropo? Los diccionarios de Zerolo, de Navas, de Toro y Gómez, lo traen. ¿Será que los académicos españoles nos estiman sólo desde el punto de vista culinario que no terpsicoriano?

     He aquí, pies, que el hijo pródigo volverá al solar paterno, oreado, ennegrecido por el sol de los trópicos y las tolvaneras del desierto pampero; volverá anémico por nuestro paludismo, caquético, hepático, llenas las tripas de bilharzias, tricocéfalos y amibas; pero al sentirse en el hogar andaluz de donde salió hace la friolera de cuatrocientos y pico de años, se reanimará, bailará y entonces la familia habrá de reconocerle. Y sólo falta para hacerlo de celebridad mundial, además de que lo bailen en París, introducido por Quinito, que Su Santidad el Papa lo excomulgue como hizo con el tango argentino, que es el colmo de la inocencia en materia de bailes, y entonces no va a quedar quien no quiera bailarlo hasta de coronilla”.

 

EL JOROPO

Cuando estoy a solas lloro

y en conversación me río

con mi maraca en la mano

divierto los males míos

(COPLAS POPULARES)

I

Ya la noche al sol embiste

y mis tristezas cantando,

voy al paso recordando

los abrazos que me diste

Mira tú si estaré triste,

que cojo en sabana un toro,

le echó encima el rucio moro,

y al tumbarlo diligente,

repite el eco doliente:

¡cuando estoy a solas lloro!

 

II

¡Vuela mi caballo, al hato

que se anubla el horizonte!

pasa esa ceja de monte

y descansarás un rato.

Yo me beberé el carato

que me guarda el dueño mío,

espanto penas y brío

del hogar a los calores

me como mi zamba a amores

y en conversación me río

III

Y veré salir la luna

si es que el aguacero escampa,

si del corral es la trampa

cayó la yegua zebruna:

silla y freno hay por fortuna

monto a mi zamba y ufano

la llevo al baile cercano,

ella rompe un zapateo

y orgulloso yo la veo

con mi maraca en la mano

IV

¡Vaya un joropo de rango!

bailando a roja campana,

los claros de la mañana

me sorprenden bajo el mango

De mi zamba en el fandango

Los guapos sufren desvíos,

pues no hay quien tenga más bríos;

yo espanto al “Ánima Sola”,

y al golpe de mi bandola

divierto los males míos

 

Tomás Ignacio Potentini

Mamerto, el “Rey del Joropo”.

Mamerto, el “Rey del Joropo”.

Habla Mamerto, el “Rey del Joropo”

     Páginas más adelante, en la misma edición de El Nuevo Diario del 13 de enero de 1916, dedican una columna completa a Mamerto García, conocido como el “Rey del Joropo”, cuya foto ilustra el reportaje principal. Bajo el título “El Titán del joropo” destacan que, siguiendo la moda periodística del día, resolvieron interviuvarlo (sic) para conocer detalles de su vida y milagros y saber si ha hecho algún viaje al exterior donde le haya ocurrido alguna aventura fantástica, bien sea haber pasado hambre, que como aventura nada de fantástico tiene, o haberse levantado de madrugada, que tratándose de un venezolano sí resulta casi imposible.

     El Titán nos dijo que todavía está primaveral, en lo que respecta a sus años, pues no ha pasado de los treinta y uno; que es un caraqueño neto y que aprendió a bailar en las propias faldas del Ávila, pues cuando fue a Aragua, a Guarenas, a Santa Lucía, a Carabobo, ya estaba emplumado y no llegó de aprendiz, sino imponiéndose en el patio, cuando el arpa gemía un corrido y las maracas daban suelta a la risa de sus capachos.

     Ende chiquito bailaba Mamerto García, como la jerezana de Las Bribonas, y se aficionó a organizar bailes, desde los modestos en que figuran tres instrumentos –catre, pianito y musiú– hasta las grandes tocoqueras a toda orquesta que duran hasta el alba, si antes no revienta “el palo a la lámpara” y salen a relucir las catalinas.

     El origen de su primer apodo, El Titán, le vino de ahí, tanto por su preponderancia en la maestría del joropo, como por no ser lerdo en eso de asustarse de tigre porque le arrastren el cuero.

     Así su nombre circulaba en los corrillos de las parrandas, pero no llegó a ser verdaderamente famoso. –según su propia confesión– hasta el año de 1904 o 1905, y se consagró como Rey del Joropo, cuando se presentó en el teatro, hace cosa de dos o tres años y obtuvo un triunfo bailando Una Viuda Comifló, que le valió estrepitosos homenajes.

     También se ha ocupado de dar clases de bailes criollos a la categoría, gentes de salón que no han menospreciado nuestras costumbres tradicionales, y últimamente amaestró a la Cipri y a la Violeta para el primer joropo de Quinito Valverde.

     –Yo, nos dice, las puse en los palitos, pero, no les he enseñado nomás que unos pasos, no porque yo me reserve mis secretos, sino porque toda la ciencia no se aprende en una semana.

     Recordando los tiempos de antaño le preguntamos:

–¿Mamerto, ¿cómo son las palabras chivatas para entrar a un tocotín de esos con buen pie, no sea cosa que le vayan a dar a uno un astazo?

–Ya ni me acuerdo. Eso está en desuso, porque antes en las fiestas se iba con galfaradas, pero los caribes se han refinado mucho.

     Y luego, con simpática modestia agregó:

–Y, además, como yo he salido del barrio para la altura y hasta me ha visto la crema en el escenario. . . Esas cosas no me convienen ya.

     Y es cierto, El Titán ha gustado siempre de codearse con literatos y gente de cuna. Basta ver el retrato que publicamos hoy, en el cual no se es fácil adivinar el joropero de cogollo y alpargatas que aparece en La Viuda, en el cuasi dandy, tocado con su pajilla a la derniere, muy marcada la raya del pantalón y lucientes los chapines de charol.

     El Titán, como por lo general los hijos de nuestro pueblo, goza con endomingarse y dar prestigio de pulcritud a su persona. Y eso no impide que, en cuanto llore el arpa y rían las maracas, los pues se agiten y no quede hormiga viviente en seis metros a la redonda”.

FUENTE CONSULTADA

  • El Nuevo Diario. Caracas, 13 de enero de 1916

    * Escritor y humorista caraqueño (1876-1941). Conocido como el Bachiller Munguía. Gran parte de su obra está dedicada a recopilar interesante anecdotario sobre la Venezuela del siglo XIX

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