Etapas del alumbrado eléctrico y de la electricidad en Venezuela

Etapas del alumbrado eléctrico y de la electricidad en Venezuela

Por Héctor Pérez Marchelli

Alejandro de Humboldt y Amadeo Bonpland se asombraron cuando en la población de Calabozo, estado Guárico, consiguieron una máquina eléctrica construida por Carlos del Pozo, habitante de esa localidad.

Alejandro de Humboldt y Amadeo Bonpland se asombraron cuando en la población de Calabozo, estado Guárico, consiguieron una máquina eléctrica construida por Carlos del Pozo, habitante de esa localidad.

     “Durante nuestro siglo diecinueve, en medio del fragor de las batallas, luchas políticas, epidemias, catástrofes, plagas, el esfuerzo de ciertas individualidades marcan las etapas de un lento, pero inevitable progreso, más patente si seguimos las huellas de quienes hicieron por iluminar la oscuridad, tanto física como espiritual, de los venezolanos. En efecto, quienes tuvieron que ver con la iluminación, el alumbrado y la electricidad, demuestra capacidades y empeño a través de su vida y obra. Del tizón al candil del sebo de ganado, de la luz de aceite a la lámpara de kerosene, del mechero de gas al foco eléctrico, señalan las distintas etapas de una historia que, aunque paralela, no se encuentra entre los relatos de escaramuzas, guerras, vidas de militares y políticos, y el recuento de las pequeñas y grandes rencillas de las distintas facciones nacionales. La historia de la iluminación y luego de la industria que genera industrias, la luz y la energía motriz, tiene para todos nosotros una enseñanza, porque es prueba de estudios, dedicación, constancia, planificación y sostenimiento. La preocupación por mejorar el alumbrado, es incentivo para el desarrollo de la electricidad, y la aplicación del fluido, desplazará inevitablemente a la máquina de vapor y la utilización del gas como iluminación, hasta cambiará las costumbres.

     Pretendemos recorrer en rápidas secuencias las actividades de ciertos hombres y determinados acontecimientos, que nos dan una imagen diferente del convulsionado siglo XIX venezolano. En los llanos de Calabozo se realizaron los primeros experimentos eléctricos de Venezuela.

     Cuando Alejandro de Humboldt y Amadeo Bonpland realizaron su expedición al interior de Venezuela, en marzo de 1800, a través de los llanos hasta llegar al Orinoco, cargados de un importante material de laboratorio, además de poseer los últimos conocimientos científicos, se sorprendieron de las actividades de un habitante de Calabozo, sub-delegado del Estanco del Tabaco, antiguo Visitador de la Real Hacienda, empleado de Intendencia, Juez y Teniente de Justicia Mayor Interino. Era don Carlos del Pozo y Sucre, hijo de un noble siciliano casado con una cumanesa, doña Isabel de Sucre y Trejo. Uno de sus cinco hermanos, el ingeniero militar José del Pozo Sucre y Trejo (1742-1819), tuvo destacada figuración en los servicios de la Corona española.

     Humboldt y Bonpland, atizados por la idea de buscar peces portadores de electricidad, el Gimnotus o Electrophorus eléctricus, llamado comúnmente Temblador, viajan a Calabozo y en sus cercanías, en el Caño Vera, logran obtener varios ejemplares. Hasta se someten a la acción de fuertes descargas. Mientras realizan estas investigaciones hacen amistad con don Carlos del Pozo, quien con anterioridad había experimentado del mismo modo que el viajero doctor Schilling en Guayana en 1770, comprobando que el Temblador aproximaba involuntariamente al imán. Carlos del Pozo –según el testimonio de Humboldt en su Viaje a las regiones equinocciales del nuevo Continente–poseía una máquina eléctrica de grandes discos electróforos, baterías, electrómeros y, además, en su biblioteca se encontraban las obras de Sigaud de La Fond y las Memorias de Banjamín Franklin. Hasta llegó a construir con materiales traídos por barcos provenientes de Filadelfia, “platillos para una máquina de discos y obtener efectos más considerables de la electricidad”. Los aparatos de precisión que llevaba Humboldt a lomo de bestias por los llanos y en débiles embarcaciones por los ríos, eran muy similares a los que poseía del Pozo. Electrómeros de paja, de bolilla de sauco y de hojas de oro laminado, una botella de Leyden, sorprendieron a del Pozo por la similitud con aquellos con que experimentaba. Con absoluta seguridad Humboldt transmitió al sabio venezolano, en las dos semanas de su permanencia por los llanos de Calabozo, los adelantos alcanzados por Volta, Gay Lussac, Galvani e Ingenhousz. De Pozo acompaña a la expedición científica hasta San Fernando de Apure y, según el sabio alemán, allí tomó “buenas observaciones termométricas”.

     Humboldt, cinco meses más tarde, el 20 de agosto, se dirige al Capitán General de la entonces Provincia de Venezuela, don Manuel de Guevara Vasconcelos, en los siguientes términos:

En 1873, el ingeniero químico venezolano, Vicente Marcano, elaboró aparatos de luz eléctrica para iluminación de algunas calles de Caracas.

En 1873, el ingeniero químico venezolano, Vicente Marcano, elaboró aparatos de luz eléctrica para iluminación de algunas calles de Caracas.

     “En Calabozo vive un sujeto de poca fortuna, pero de gran talento mecánico y de bastante instrucción en la física experimental, el subdelegado de la renta de tabaco don Carlos del Pozo y Sucre. Con sus mismas manos y sin haber nunca visto cosa semejante, ha construido en Calabozo una máquina eléctrica, que se puede comparar con las mejores que he visto en España y en Francia. No tengo nada que añadir sobre este talento porque ya sé que Usted lo honra con su protección”.

     Poco después, en 1801, el Ayuntamiento de Caracas designa para el proyecto de poner techo al Coliseo a Carlos del Pozo, quien a la sazón se encontraba en la capital, pero ya él, recién, se había marchado a la villa de Calabozo. Y en 1803 es propuesto por la Junta de Caracas para el cargo de Director de las obras.

     La huella de Carlos del Pozo y Sucre se pierde durante la guerra de independencia, diciéndose apenas que fue prisionero de Antoñanzas y libertado por Monteverde.
Sin embargo, Sir Robert Ker Porter, representante diplomático del gobierno inglés, en su viaje a los llanos como invitado del General José Antonio Páez, anota en su diario:

     “Martes 6 de noviembre de 1832. Cabalgamos desde las primeras horas de la mañana para ver algunos parajes refrescantes llamados “los Baños”, situados entre algunos bosques en la Mesa de Calabozo, no muy lejos de una de sus Misiones. Por nuestro camino observamos un pararrayos, levantado por el científico de quien hablara Humboldt, Señor Carlos del Pozo, hace mucho tiempo reunido con sus padres, que queda como un provechoso Monumento del conocimiento filosófico. No más allá de una milla de distancia de allí, en la llanura [Don Ramón Palacio, Gobernador Civil de Calabozo] erigió un conductor eléctrico similar.

     Hoy en día, en el sitio denominado El Vicario, a un lado del aeropuerto de Calabozo, se levanta una lápida que recuerda los trabajos de del Pozo.

 

Precursores del sistema de alumbrado y de la luz eléctrica en nuestro país

     Los trabajos de Humboldt y de del Pozo no hallaron émulos en nuestro país hasta bien entrado el siglo diecinueve. En la Universidad, los estudios tradicionales de Ingeniería, Derecho y Medicina, no se ocupaban de los adelantos que se realizaban en materia de electricidad. Lo mismo ocurría con otras ciencias experimentales, entre ellas la Química. Así, durante mucho tiempo se continuará usando para el alumbrado público de calles, teatros, salones oficiales y casas: candiles, lámparas, quinqués, fanales, luminarias y arañas, y según la categoría del consumidor, se usará como combustible el aceite de coco, sebo de ganado, aceite de cerdo o manteca, aceite de ballena y velas de esperma y de cera.

     Según Manuel Landaeta Rosales, en 1850, el doctor Alejandro Ibarra, físico notable, preparó un aparato de gas para alumbrado que utilizó en su casa, pero no se extendió al público. En 1853 el doctor Gonzalo Antonio Ruiz introdujo 116 faroles de gas hidrógeno en el sistema de alumbrado de Caracas.

     Al fin, el 29 de mayo de 1856, se rompe la larga demora del progreso y se va a utilizar una de las aplicaciones de la electricidad. Durante la presidencia del general José Tadeo Monagas, se inaugura la línea telegráfica entre La Guaira y Caracas, instalada por el español don Manuel de Montúfar. Ese mismo año la capital sufre una epidemia de cólera, pero también inaugura el Teatro Caracas, iluminado por un gasómetro de mil doscientos sesenta pies cúbicos de gas para un alumbrado a gas. Y hubo que demostrar por la prensa que el alumbrado de este género era más barato que el de aceite.

     A partir de 1860, Venezuela es inundada, como todos los mercados del mundo, por lámparas de petróleo, es decir, kerosene. La línea de vapores americanos, la Red D Line, se ocupa de hacer llegar a todos nuestros puertos el combustible extraído de los pozos petroleros de los Estados Unidos. A partir de ese entonces se entabla una competencia entre los expendedores de gas y de kerosene.

     Tímidamente se realizan instalaciones de gasómetros, con largas interrupciones en sus servicios. En 1863, los señores Antonio María Ros, José María Larrazábal y Servadio, Monsanto y Cía., inauguraron uno en Caracas.

     En abril de 1872, el ingeniero químico Vicente Marcano, poseedor de una extraordinaria facilidad en el diseño y construcción de aparatos mecánicos, es llamado para realizar las reparaciones necesarias en el gasómetro de la ciudad. Un año más tarde, para las fiestas nacionales del 28 de octubre de 1873, el mismo Marcano prepara aparatos de luz eléctrica para la iluminación de algunas calles.

     A finales de 1873 en la sección “Ecos de Caracas”, del diario La Opinión Nacional, leemos:

“Una gran noticia. Nuestro teatro se está lavando la cara, y poniendo parches en la cabeza que le disimularán en lo posible los agujeros de marras. El alumbrado estará también modificado. En lugar de candiles habrá lámparas, en vez de humo luz, y en cambio de caballerizas tendremos salón para señoras”.

     Toca al farmacéutico Roberto Jahnke y al célebre botánico y naturalista alemán doctor Adolfo Ernst hacer los preparativos para la iluminación eléctrica de la estatua del Libertador erigida en la Plaza Mayor en noviembre de 1874. En esa misma oportunidad los señores Colomb y Sosa colocan frente a su tienda luces producidas por un aparato de electricidad traído expresamente de Europa.

En 1897, el ingeniero caraqueño Ricardo Zuloaga (1867-1932) construyó la estación El Encantado, primera central hidroeléctrica que suministro energía eléctrica a la ciudad de Caracas.

En 1897, el ingeniero caraqueño Ricardo Zuloaga (1867-1932) construyó la estación El Encantado, primera central hidroeléctrica que suministro energía eléctrica a la ciudad de Caracas.

     El aparato de Jahnke es nuevamente puesto a funcionar durante la conmemoración del 5 de julio de 1875. Después será vendido al Gobierno Nacional por 909 venezolanos, siendo destinado al gabinete de física de la Universidad Central.

     Pero aún continuará la lucha de la electricidad por imponerse. En 1876, el ministro de Obras Públicas, ingeniero Roberto García, ordena instalar en el Teatro Guzmán Blanco, que él mismo diseñó, “un gasógeno moderno “Patent” o máquina con todos sus adherentes para fabricar gas con el fluido denominado gasolina, suficiente para doscientas luces durante cinco horas”.

     Ya a finales del año, noviembre de 1876, hasta abril de 1877, un joven médico alemán, el doctor Carl Sachs, especializado en fisiología experimental, realizó un viaje al interior de Venezuela especialmente para estudiar al Temblador. En Calabozo, con un completo laboratorio electro-fisiológico, se dedicó al estudio de este pez.

     Desde julio de 1880, Venezuela pudo comunicarse con el exterior por medio del cable que estableció la Sociedad Francesa de Telégrafos Submarinos. Gerardo M. Borges, “telegrafista de vastos conocimientos como electricista y práctico en el manejo de los aparatos, nos representa en el primer Congreso de Electricidad, celebrado en París el 15 de septiembre de 1881”.

     En la noche del 23 de julio de 1883 –según Manuel Landaeta Rosales y López de Ceballos– Carlos G. Palacios inauguró la luz eléctrica en Caracas, pero sólo surtía a la Plaza Bolívar, los Boulevares del Capitolio y la estatua de Guzmán Blanco en El Calvario, iluminándolos con lámparas Jablochkoff. A partir de septiembre, la maquinaria que se había instalado expresamente para el Centenario de Simón Bolívar, fue utilizada para la exclusiva iluminación del Teatro Municipal.

     El servicio telefónico –aparatos de Bell a base de baterías– fue organizado e instalado por primera vez en agosto del mismo año, por la Intercontinental, comunicando a Caracas, La Guaira, Valencia y Puerto Cabello. Más tarde, otra compañía de teléfonos, The American Company, se estableció en la misma ciudad en 1888.

     El 26 de octubre de 1884 se inaugura la Compañía de Gas, para la iluminación de Caracas. El general Antonio Guzmán Blanco es su promotor y socio. El capital de la compañía sobrepasará el millón de bolívares y será, adentrada la primera década del mil novecientos, cuando desaparecerá.

     Con motivo del centenario del General Rafael Urdaneta se estableció el alumbrado eléctrico en las principales calles de Maracaibo. El 24 de octubre de 1888, Jaime F. Carrillo instaló las maquinarias en apenas ocho días. Posteriormente la empresa se denominó The Maracaibo Electric Light Co. Las maquinarias, calderas, dinamos procedían en su mayor parte de la firma Thomson Houston.

     El norteamericano Miguel F. Dooley logra establecer el 22 de septiembre de 1889 el alumbrado eléctrico de la capital del Estado Carabobo. Muchos años después, la empras de alumbrado que alimentaba sus calderas con leña y carbón, fue adquirida por Carlos Stelling, quien la transformó en hidroeléctrica.

El 5 de julio de 1889 se instalan en Caracas doce relojes eléctricos. El 14 de febrero de 1893, se contrató con el señor Emilio J. Maury el alumbrado por luz eléctrica para la Casa Amarilla, el Salón Municipal, el Palacio Federal y la Plaza interior del Capitolio de Caracas. El ingeniero Carlos Alberto Lares Paredes montó en 1895 la primera planta eléctrica de Mérida, la que iniciaron los señores don Caracciolo Parra Picón y don Obdulio Picón. Pero la aplicación de la electricidad, a un costo mínimo y bajo los últimos avances técnicos, le toca a un joven ingeniero realizarla.

 

Ricardo Zuloaga

     Desde Carlos del Pozo a Ricardo Zuloaga transcurre todo un largo siglo. Al último le toca el mérito de dar el paso definitivo para la utilización de la electricidad no solo para la iluminación de calles y habitaciones, sino también como energía eléctrica que va a desplazar al motor de vapor y que va a impulsar a la industria. Utiliza la energía de los volúmenes de agua para producir corriente alterna. En fin, va a ser factor importante en la modernización del país.

     Terminados sus estudios en el Colegio Roscio, dirigido por el licenciado Agustín Aveledo, obtiene en 1883 el título de Agrimensor, expedido por la Universidad Central, y allí mismo, cinco años más tarde, después de cursar matemáticas, geometría analítica, cálculo diferencial, dibujo lineal, cálculo integral y mecánica racional, geodesia y arte de construir, astronomía práctica y caminos, orotomía, arquitectura, ferrocarriles y aplicaciones de mecánica, botánica y zoología, mineralogía y geología, se gradúa de ingeniero. Entre sus profesores estaban Adolfo Ernst, Roberto García, Jesús Muñoz Tébar, Vicente G. Guánchez. Perteneció al grupo de amigos de Vicente Marcano, al lado de Carlos A. Villanueva, José Antonio Mosquera y Adolfo Frydensberg.

     Después de ejercer su profesión en la instalación de una fábrica de hielo en Puerto Cabello en 1887, realizó un viaje a Europa para estudiar el perfeccionamiento de los quemadores de gas del alumbrado y la posibilidad de utilizar corriente alterna producida por generadores hidráulicos. A su regreso funda la Compañía Anónima la Electricidad de Caracas, con el exiguo capital de medio millón de bolívares, para sus avanzados proyectos. El 8 de agosto de 1897 inaugura la Compañía. Los duros años del comienzo no le restaron valor para hacer surgir la empresa, acrecentándola cada vez más a la par del incremento de las necesidades de la ciudad. “Esa planta –como dijo El Universal al día siguiente de la muerte del ingeniero Ricardo Zuloaga, acaecida el 15 de diciembre de 1932– fue una de las primeras instaladas en el mundo para producción de energía hidroeléctrica para ser llevada a distancia”.

     El 22 de septiembre, día de su nacimiento ocurrido en 1865, es celebrado como Día del Electricista.

FUENTES CONSULTADAS

  • Para la realización de este reportaje se consultaron numerosas obras, en especial trabajos de Manuel Landaeta Rosales, Enrique Bernardo Núñez, Bartolomé López de Ceballos, Ángel Grisanti, Ramón Díaz Sánchez, Marisa Vannini de Gerulewicz, Benito Fernández Machado, Juan y Eduardo Röhl; de don Walter Dupouy su guía y el importante dato en su edición del diario de Sir Robert Ker Porter, y, por último, se utilizó La Opinión Nacional, El Zulia Ilustrado y El Universal.

  • Revista Líneas. Caracas, N° 137, septiembre de 1968

De Valencia a Caracas con una cámara en 1908

De Valencia a Caracas con una cámara en 1908

Gracias a la magia del cine, a principios del siglo XX, el público que acudía a las pocas salas de cine que entonces existían en Venezuela, tuvo oportunidad de apreciar las “diabluras” que eran capaces de cometer quienes ensayaban con una cámara, al captar escenas de la vida cotidiana, en este caso, el recorrido de la ruta del tren que servía la ruta Valencia-Caracas.

El 1º de febrero de 1894 y tras seis años de trabajo, fue inaugurado el Gran Ferrocarril de Venezuela o Ferrocarril Alemán, considerado el mayor sistema ferroviario construido en el país, cubriendo la ruta Caracas-Valencia.

El 1º de febrero de 1894 y tras seis años de trabajo, fue inaugurado el Gran Ferrocarril de Venezuela o Ferrocarril Alemán, considerado el mayor sistema ferroviario construido en el país, cubriendo la ruta Caracas-Valencia.

     A finales de 1908, concretamente el martes 8 de diciembre, los lectores del periódico caraqueño El Constitucional, apreciaron una de esas travesuras a través de la crónica que reprodujeron del diario La Lucha, editado en la ciudad de Valencia. Esta es la crónica en cuestión del “viajecito” que demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones:

     “A las 11 en punto de la mañana, aparece muy clara la Estación de San Blas (Valencia), un hombre de gran chiva dice: «Pasajeros al tren!», suena un pitazo corto y seco y rueda la máquina muy serena, baja una cosa como empalizada en una bocacalle y matan las ruedas un marranito; se ve muy claro a los dueños de éste vendiendo y comiendo carne y chicharrón, muy contentos porque no han pagado los derechos del beneficio; no está previsto por la ley de muerte trágica. Van apareciendo las Estaciones de Los Guayos, Guacara, San Joaquín, Mariara, La Cabrera, Maracay y Gonzalito, muy borrosas y mal enfocadas, silenciosas y tristes, ¡los pitazos y las palabras «pasajeros al tren!» se van apagando y debilitando de tal manera, que, hasta Maracay, llega y sale el tren sin pito y sin ruido de ninguna especie

     Aparece Turmero, suena el pito con brío, se aclara el foco, pasa el tren que viene de Caracas, los pasajeros de Valencia bajan para almorzar. –«No hay sino ron»– estos resignados se les ve leyendo El Constitucional que han comprado a medio y a real porque no hay vuelto. –Sigue la película muy clara y van apareciendo Cagua, San Mateo y La Victoria, ¡se pita duro y se grita claro «pasajeros al tren!» y los pasajeros bajan a La Victoria con mucha hambre; el almuerzo!, ¡el almuerzo! No hay sino ron, vuelven a decir los botiquineros como si fuera el himno de la muerte o una consigna terrible; el foco aclara y la luz es fija y aparece El Consejo y Tejerías, los cerros se ven con grandes manchas verdes y muchos hombres que limpian y labran la tierra; los pasajeros preguntan desde las ventanillas el tren: «Hay algo que comer»– «Ni hay sino ron San Vicente», y sigue la máquina por unos terrenos muy fértiles y muy bonitos, de trecho en trecho no se ve nada, manchas oscuras presenta la película, estamos pasando los 86 túneles.

     Con mucha vida y en colores aparecen Las Mostazas, Begonia, Los Teques y Las Adjuntas, ¡a medida que la máquina se acerca a Caracas suena el pito más duro y se oye claro y con mucha fuerza las palabras «pasajeros al tren!». Se nota un movimiento; las señoras y los caballeros acatarrados se ponen capas y sobretodos y aparecen Los Teques; aquí salen algunas cabezas por las ventanillas–¿Hay algo de comida? –no hay sino ron y suena un pitazo largo y «pasajeros al tren!» dicho con mucho entusiasmo. Antímano y Palo Grande, foco muy claro y fijo, no hay titilación; los pasajeros de Valencia pálidos, tristes y casi desmayados de hambre, son atropellados por los dueños de hoteles y por la Empresa de Transporte de Caracas, que llevan y traen como quieren a una pobre gente que tiene el estómago vacío y aparece Caracas con todo su esplendor, el foco es fijo, clarísimo, mucha gente alegre y bien puesta, las calles anchas , limpias, parejas, sin perros y sin pobres, las mujeres se dejan ver, reclaman y hacen el honor de permitir el saludo y de que sepamos de qué color tienen sus ojos, la cultura y las atenciones llueven como un rocío, como un sueño que hace olvidar las amarguras del tránsito–Van pasando en todas direcciones los 50 carros de los tranvías eléctricos y las calesas nuevas, lustrosas, con caballos bonitos y gordos, y los edificios van pasando como un encanto, «Castro lo hizo»; «Castro lo dispuso»; «Castro lo reedificó», «Castro lo decretó»; se oye al pasar por cada edificio como una gratitud, como un homenaje de aquella población alegre y feliz al Restaurador de Venezuela.

     La película cada vez más clara sigue pasando. –A la primera intención es recibido por el Gobernador de Caracas Pedro Mª Cárdenas el director de La Lucha, quien felicita a éste por la organización del Distrito, verdaderamente a la altura de la civilización más avanzada.

     El general Cárdenas tiene toda la amabilidad y toda la cultura del caballero; sabe mandar y sabe tratar a sus subalternos, todos lo respetan y todos lo quieren, de allí esa cultura y ese algo especial de la Policía de Caracas y esa organización de Distrito que dice mucho de las facultades del general Pedro María Cárdenas.

El viaje en tren, desde Valencia a Caracas, demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones.

El viaje en tren, desde Valencia a Caracas, demoraba aproximadamente siete horas, a través de unos 180 kilómetros, en cuyo recorrido se encontraban 86 túneles, 182 viaductos, 212 puentes y 22 estaciones.

Al salir de la estación de Los Teques, sonaba el pito más duro, en señal de que el tren se aproxima a Caracas.

Al salir de la estación de Los Teques, sonaba el pito más duro, en señal de que el tren se aproxima a Caracas.

     Pueda una calesa y se detiene en la casa número 66 –Candelaria– baja un individuo, da un golpe en el antepórtón y dice: ¡Viva Castro! Aparece Gumersindo Rivas, un poco quebrantado pero con su gran corazón y su buena voluntad para todos los amigos de la Causa, se ve la casa muy bonita, el retrato del Jefe y se oye muy claro: «Todos nuestros respetos y todos nuestros esfuerzos para el general Juan Vicente Gómez, el amigo leal que ha compartido con el Jefe las amarguras de la campaña y las alegrías del triunfo y de la paz», y sigue la película clara, se oye el trote de los caballos y se detiene la calesa en las oficinas de EL CONSTITUCIONAL con sus máquinas movidas por la electricidad y la organización militar de aquellos talleres que están diciendo en cada detalles de la voluntad de Rivas y del sabor partidario y leal de aquella tropa que maneja la pluma y que se gana la vida con el sudor de su frente. Sigue la calesa salvando los encuentros con los carros del tranvía y se detiene en el Teatro Caracas, largo como un camino y con sus pasillos de pollera, el cinematógrafo malo, oscuro y sin embargo el público aplaude, pasa la noche oyéndose cada cuarto de hora que hace el reloj tin, tan, tin–y sigue la película y amanece el día con muchas mujeres y muchas flores, todo es vida, animación y contento.

     Vienen los toros con su circo de hierro suntuoso pero su corrida mala, Caracas aplaude, Caracas no sufre por nada, los botiquines repletos, cada quien quiere obsequiar, cada corazón es un amigo y cada mujer es una alegría, porque llevan en sus ojos todo el gusto por la vida y todas las ternuras del sexo.

     Viene el Mercado con su organización admirable, limpio como un espejo y pletórico de comestibles y flores y sigue la película presentando las joyerías y los establecimientos mercantiles con sus grandes espejos y sus mostradores de cristal; aparecen las oficinas de El Cojo Ilustrado sus máquinas en movimiento por la electricidad y su personal atento, afable y feliz y desfilan los hoteles y las plazas públicas. El Calvario, El Paraíso, los Templos, los Bancos, las Logias, los Teatros, «Cosmos» con sus máquinas modernisimas, la Lavandería Venezolana, el Telégrafo y el Correo a la altura europea, etc, etc. y luego se oscurece un poco la película y de cuando en cuando se ven letreros que dicen «Casas de Cambio» –Cambios dudosos, Compra y venta de muebles y «El amor fácil», y se va haciendo cada vez más oscuro hasta que aparece una nube como langostas, de vendedores de billetes, de libros viejos, limpiadores de botas y unos hombres de paltó que piden pesetas y revientan la película”.

Boletín – Volumen 109

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BOLETINES

Boletín – Volumen 109

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Esta edición, correspondiente a 1 de diciembre de 1922 muestra desde la página 1773 hasta la 1777 “Situación mercantil”, en la que se destaca la información de acuerdo con la cual el entorno económico no había cambiado respecto a meses anteriores. Sin embargo, se añade que las zonas cafeteras mostraban un mayor dinamismo. Le sigue “La compañía de carnes congeladas de Puerto Cabello” (P. 1777) en la que se destaca el papel de una corporación de origen estadounidense, The Meat Export Company, para el desarrollo de la industria pecuaria en el país.

     De seguidas, “La industria tabaquera en peligro” (Pp. 1777-1778). A partir de una información que apareció en el periódico El Sol, en que se expusieron los procedimientos establecidos por un Trust tabacalero internacional, Bigott Sucesores, y las afectaciones entre trabajadores y productores de cigarrillos en el país por la monopolización de un producto nacional. En el escrito se proponía un boicot a sus productos tal como había sucedido en los Estados Unidos. 

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     Se expresó entonces: “El monopolio de un producto vernáculo es funesto a la industria. Es necesario para su desarrollo que su producción y las industrias que se derivan de ella sean perfectamente libres; porque en economía solo la libertad es propicia al desarrollo”.

     En la página 1778 se escribió que, era “deplorable, en lo que respecta a la moralidad, la frecuencia con que se han repetido en estos últimos meses en la República desfalcos en las casas de comercio, instituciones bancarias y asociaciones mercantiles”.

     Entre las carillas 1778 y 1779 se incluyó: “Salubridad Pública. La Institución Rockefeller”, en que se hace referencia a la importancia de la sanidad pública, porque con ella se superan barreras que obstaculizan el desarrollo físico, cultural y económico de la nación. Subrayan la importancia de esta institución para erradicar el paludismo y la anquilostomiasis que afecta a una gran cantidad de personas.

     De la página 1779 a la 1781 se insertó “Algunas observaciones sobre las Cercarias del valle de Caracas”, en la que se examina una afección proveniente de un molusco de agua dulce y que la estaban padeciendo perros y cerdos. Se trata de una enfermedad denominada Paragominiasis, cuyo origen es del Extremo Oriente.

     Le sigue, “Importancia del paludismo” (Pp. 1782-1783), en que su autor, L. García Maldonado, entre otras consideraciones, escribió: “resulta por una parte de que infecciona regiones en que habita más de la mitad de la población del mundo; y, por otra, de que es ya factor de muerte, ya de empobrecimiento físico y mental y consecuentemente de empobrecimiento económico y cultural”. En este orden de ideas, se presenta “El boletín de la Unión Panamericana y el paludismo” (Pp. 1783-1784) reseña con la que se cierran las consideraciones sobre la sanidad pública.

     De la carilla 1784 a la 1789 se incluyó “La barra de Maracaibo”, dentro del que se puede leer “Canalización de las Bocas de Ceniza” y “Apertura de la Barra de Maracaibo”, suscrito por Héctor L. Ortiz, en que se insiste que la obra debía ser emprendida y custodiada por el gobierno nacional.

     En “Política exterior de los Estados Unidos” se informa acerca de la donación del volumen IV de la Biblioteca Interamericana, en que apareció un artículo de Manuel Antonio Matos, reproducido en el Boletín, cuyo título es como sigue: “La cuestión límites guayaneses” (Pp. 1790-1791).

     A continuación, “Reclamo del comercio de Mérida” carta en la que los comerciantes de este estado andino denunciaron la presencia de vendedores que ofrecían al por mayor, pero, de manera poco cristalina, se dedicaban a la “venta a particulares de piezas y hasta cortes de telas” (P. 1791).

     Se dio a conocer “Comisionado de la Cámara de Comercio en España” (Pp. 1791-1792) donde se anuncia la partida de un miembro de la corporación a la madre patria, las credenciales a presentar en ese país europeo y la necesidad de mantener las relaciones comerciales relacionadas con el café como país mayor exportador de este fruto en España. Seguidamente, “Informe sobre la importancia y la situación comercial y agrícola del municipio Río Caribe (distrito Arismendi – Estado Sucre)”, refrendado por Pablo S. Anzola quien escribió: “Río Caribe, es una ciudad moderna, levantada en una bella ensenada del Mar Caribe. Su población es de 10.000 habitantes y tiene uno de los mejores alumbrados eléctricos de la República” (P. 1792).

     Más adelante, “Informe sobre la importancia comercial, agrícola y pecuaria de la región de la Hoya Hidrográfica del Golfo de Paria o Golfo Triste”, firmado por Pablo Anzola, donde se informa que es una región ocupada por una gran extensión de terreno llano. Con terrenales apropiados para la cría de ganado y cultivos diversos propios de espacios tropicales (Pp. 1792-1793). Se presenta entre las carillas 1793 y 1794 “Informe sobre agricultura y comercio de algunas poblaciones del estado Mérida” donde se presenta un balance de la producción agrícola por distritos. Su autor, Luís Rodolfo Salas, indicó “La mayor parte de las transacciones comerciales son a crédito, y se paga con la cosecha de café”. Además, “En estos lugares no hay paludismo y hay extensos terrenos cultivables que tienen un precio bajo. Muchas familias agricultoras podrían establecerse en ellas”.

     En otro aparte “Informe respecto a Barrancas” que fue tomado de una publicación estadounidense se asentó lo siguiente: “Barrancas es el lugar más apropiado para la exportación de ganado por el corto trayecto que hay de ella a Trinidad (10 horas). Para Barbadas, Demerara, Cayena, Surinam, Martinica, hay una navegación de cuatro días poco más o menos” (P. 1794).

     Finalmente, “Noticias respecto a Situación mercantil” con referencias de El Callao y Macuro. En “Sección de correspondencia” (P. 1795) en que, en primer lugar, se da a conocer una invitación cursada por la Legación Británica para la participación, en 1923, en la Feria de Industrias Británicas. De igual manera, se participa el cierre de una firma representada por Franceschi e hijos en Río Caribe. Por otra parte, se proponen negocios para comerciantes venezolanos desde Cincinnati, Columbia, Wisconsin, Nueva York, San Francisco, Detroit, Chicago, Londres, New Orleans, Boston y Berlín. Cuadros incluidos: “Café y cacao exportados por La Guaira en octubre de 1922”, “Comercio de café en Maracaibo en octubre de 1922”, “Tipos de cambio en Caracas en noviembre de 1922”, “Valores de las Bolsas de Caracas y Maracaibo en noviembre de 1922”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en octubre de 1922”.

     En este número se incluyó un índice que va desde el número 98 de enero de 1922 hasta el número 109 de diciembre de 1922.

Más boletines

Boletín – Volumen 76

Para este número setenta y seis los editores presentaron un Índice de la Ley de Aduanas.

Boletín – Volumen 83

Progreso del Zulia. El petróleo. Exploraciones y explotaciones. Su influencia en el porvenir de la nación

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En esta edición del 1 de abril de 1924 se publicó, en primer lugar, “Situación mercantil”.

Entre la atracción y la repulsión

Entre la atracción y la repulsión

Testimonios de tres viajeros que estuvieron en Caracas en el siglo XIX: Consejero Lisboa, Eastwick y Laverde.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

     Sir Francis Bacon (1561-1626) escribió un ensayo sobre los viajes en el siglo XVII. En este ensayo, Bacon ofreció varios consejos para el viajero. Algunos de estos consejos incluyen llevar un diario de viaje, buscar lugares interesantes y actividades interesantes, utilizar libros guía y preguntar a la gente del lugar e intentar vivir diferentes experiencias en cada lugar. Lo que se denominó Arte Apódemica hace referencia a lo que el viajero debía extender, ante sus lectores, de su experiencia en lugares por él explorados. Es bajo este contexto que debe ser leída la literatura del viajero.

     Por ejemplo, Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, estuvo en el país, primero entre 1843 y 1844, cuando Venezuela era gobernada por Carlos Soublette. Luego retornó en 1852 hasta 1854, entonces mandaban los Monagas, de la mano de José Gregorio Monagas. En la primera ocasión su estadía fue como ministro Consejero del gobierno brasileño. En la segunda, lo hizo como ministro Plenipotenciario del Brasil.

     Sus reflexiones y observaciones las desarrolló en un libro que terminó de escribir en 1853, aunque vería la luz pública en 1865 con el título “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”. La primera edición apareció en Bruselas, Bélgica en ese año. Para el año de 1954 se realizaría su traducción al castellano en Venezuela. Lisboa advirtió desde las primeras líneas de su escrito, que el propósito del mismo era ofrecer al lector, en especial brasileño, un conjunto de rasgos de países que limitaban con el Brasil. 

     También advirtió la necesidad de superar el desconocimiento de las cualidades de su civilización, en lo que de ellas debería considerarse de importancia y los elementos de desorden y decadencia que impedían su progreso.

     De igual forma, recordó que la orientación de su relato discrepaba con la de varios europeos, quienes solo se habían dedicado a redactar asuntos bélicos y de la revolución de Independencia. Hizo notar que, al ser un hombre de ideas monárquicas, católico, brasileño y de prosapia latina muchas de sus configuraciones iban a ser objeto de críticas, en las que se expresarían discordancias respecto a sus planteamientos.

     Luego de su primer encuentro con esta comarca regresaría en tiempos cuando la esclavitud había sido abolida, además advirtió que en el país no se mostraban grandes contrastes con lo que había observado la primera vez. Aunque recorrió el litoral central y oriental, entre otros el valle de Aragua, su mayor admiración fue Caracas, el cerro el Ávila el cual recorrió hasta la llamada Silla de Caracas desde donde observó un valle que se extendía con un verdor y riachuelos alrededor de sembradíos diversos. Fue este valle, bañado por el Guaire y otros afluentes que más estimularon su atenta mirada. No dejó de destacar algunos hábitos, costumbres, la composición social y los atributos étnicos de la población de Caracas. Similar a lo que algunos viajeros y visitantes de este valle, provenientes de otros lugares del mundo, les cautivó, se dejó atrapar por la admirable riqueza natural que exhibía la ciudad.

     Describió otros aspectos de la ciudad que mostraban una inclinación desoladora y alejada de la civilización. Entre ellos la inexistencia de teatros y que la plaza de toros no servía. Por otro lado, describió que las casas eran de un solo piso y estaban construidas en mampostería y las calificó como construcciones de lujo. Indicó que no había un registro exacto de la cantidad de habitantes, pero si se sabía que había 880 esclavos. De igual manera, destacó la existencia de una abundante vegetación y la variedad de frutos y bienes provenientes de una pródiga naturaleza.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

     Durante los meses de julio y octubre de 1864 Edward Eastwick (1814-1883) viajó a Venezuela, en calidad de Comisionado de la General Credit Company de Londres, institución con la que Antonio Guzmán Blanco había acordado un empréstito para el gobierno federal. Durante su estadía conoció y describió aspectos relacionados con La Guaira, Caracas, Valencia y Puerto Cabello. Sus impresiones de viaje fueron publicadas en la revista londinense All the year Round entre 1865 y 1866. Para 1868 se publicarían en forma de libro y para 1959 aparecería una versión en castellano de trescientas cuarenta y cinco páginas.

     Una de sus primeras consideraciones la sustentó en consideraciones vertidas por Humboldt. Según Eastwick, La Guaira resultaba ser una localidad en la que se podía constatar la grandiosidad de la naturaleza frente a la pequeñez humana, aunque el calor fuese sofocante. No dejó de mostrar repulsión acerca de las comidas porque en la cocción de los alimentos utilizaban el ajo. No dejó de destacar los nombres de las personas que calificó de extraños y cómicos, como el de una dama llamada Dolores Fuertes de Barriga. Igualmente, el aguacate le pareció combinado de sabores entre calabaza, melón y tipo de “queso rancio”.

     Bajo este mismo marco de ideas indicó que al suramericano no le pasaba por su mente el de llevar a cabo acciones en beneficio de los demás, aseveración que estuvo acompañada de la observación de animales muertos en plena vía cuando, muy bien agregó, pudieran ser arrojados por los abismos y así evitar nubes de moscas y zamuros a su alrededor, así como alejar los malos olores. Llegó a escribir que en Venezuela se practicaba la “perfecta igualdad” con lo que intentó significar la intromisión de sirvientes y harapientos en prácticas domésticas como conversaciones, juegos, bailes y fiestas.

     Con desdén refirió el caso de funcionarios y personas, de nivel acomodado y no acomodado, quienes ejercían sus oficios o se presentaban a reuniones con un tabaco en la boca. En una parte de su escrito no dejó de señalar que, el criollo exhibía excelentes cualidades, pero sentía aversión por “todo esfuerzo físico” y que, por tal circunstancia las haciendas producían gracias al trabajo de indios y mestizos.

     Entre el conjunto de viajeros que llegaron a Caracas a raíz del Centenario en 1883, Isidoro Laverde Amaya (1852-1903) sobresale, para el lector de hoy, por mostrar un talante distinto a otros de los invitados por parte de la administración guzmancista para este evento, y quienes relataron algunas de sus impresiones de la ciudad de Caracas. Distinto entre quienes se dedicaron a narrar algunos aspectos de la sociedad caraqueña por el orden de sus ideas y conceptos. Diferentes porque a unas cuantas de sus aseveraciones las ratifica con citas de autores reconocidos en el canon para la época de escribir sus opiniones. Algunos de ellos: Alejandro de Humboldt, Andrés Bello, Miguel Tejera, Luis Razetti, Lisandro Alvarado y el argentino Miguel Cané. Algunas de sus argumentaciones que acá expondré aparecieron en: “Viaje a Caracas”, editado en Bogotá, en 1885.

     Como todo visitante que arribaba al puerto de La Guaira comentó acerca del “horrible calor” y el embarazoso desembarque que allí se practicaba, en aguas pletóricas de toninas y tiburones. Su primera y grata impresión fue la riqueza de la flora existente en la travesía hacia Caracas. Utilizó el ferrocarril del cual hizo comentarios elogiosos y mostró sorpresa por la audacia de los ingenieros que lo hicieron posible. Sin embargo, le disgustó que la velocidad con la que avanzaba no lo dejara contemplar de mejor manera la bella naturaleza.

     Un dato curioso que ofrece el viajero es la necesidad de llevar a cabo comparaciones. En el caso del europeo es el de ubicarse en un lugar escrutador normativo. Desde esta disposición se ve impelido, por sus convencimientos de vivencia en civilización y lo que se consideraba era la experiencia del progreso, a resaltar las virtudes de la naturaleza ante las carencias que visualizan en el mundo social, al lado de atributos como la belleza natural, la beldad de la mujer caraqueña y la amabilidad de los hombres de Caracas. Contraste de imponderable importancia porque la mirada que ofrecieron, quienes llevaron a cabo la misma tarea, provenientes de Bogotá y quienes sin dejar de tener como referente a Colombia no lo hicieron con una orientación de superioridad.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

     Una de estas disposiciones la trajo a colación Laverde cuando le correspondió comparar el servicio ofrecido por la compañía ferrocarrilera y lo que había experimentado en su propio país. Para ratificar esta opinión le sirvieron de referente los trabajadores, encargados de hacer llegar el equipaje al pasajero, a quienes se refirió con encomio frente a los de su país porque en éste eran muy dados al hurto. En su ponderación escribió que en Caracas muchos sabían leer y escribir. Los “amos” les entregaban dinero que llegaba sin alteración alguna a su recibidor, al igual que las cartas a sus destinatarios.

     Le impresionó la sencillez en el vestir de los habitantes de la comarca, la decencia en sus casas, el aseo con el que se exhibían, lo que adjudicó a las costumbres de los habitantes de tierras bajas, tal como en Colombia, y no por la cercanía al mar o por vecindad con centros civilizados. En este orden de ideas, rememoró el caso de Tolima a la que comparó con Venezuela, en contextura física, viveza, agilidad y prontos para el trabajo. No podían faltar las alabanzas a la figura de Antonio Guzmán Blanco en lo referente a la ornamentación y cambios en la ciudad. El aseo de la ciudad llamó su atención. Con sorpresa expresó que la policía no tenía que obligar a los habitantes para que no afearan la ciudad, tal como sucedía en Bogotá.

     Dibujó la ciudad caraqueña como un espacio amable para el visitante. Entre sus ventajas puso a la vista de sus lectores las casas de asistencia, hoteles y restaurantes existentes. Entre éstos escogió como ejemplo de su descripción el llamado “sospechosamente” Gato Negro, al que describió como una fondita donde se expresaba el sentimiento democrático, en él vio, en conjunto, empleados, gentes del pueblo y la burguesía saborear las sabrosas hallacas.

     La rutina de este establecimiento la describió así: desayuno de seis a nueve. Almuerzo doce del mediodía. La comida entre seis y siete de la tarde. Los platos característicos eran: hervido o caldo, una sopa que estaba acompañada, en fuente aparte y para ser mezclado en ella, repollo, zanahorias y yuca, según Laverde el denominado Puchero colombiano. Era el plato indispensable de todo almuerzo. 

     Luego venía pescado de “variedad extraordinaria y gusto variado”. Anotó que los platos acá eran más sazonados y con un sabor más fuerte que los de Colombia. Incorporó a su relato que, en sustitución de los tamales de Santa Fe, en Caracas se elaboraban hallacas (son tamales más civilizados, escribió), cuya característica de mayor realce era el uso de pasas pequeñas y una masa más fina. La hallaca figuraba en el almuerzo los días domingo.

     Dejó dicho que el plato que más sorprendía eran las caraotas que se dividían en blancas o negras, siendo éste el alimento preferido del pueblo. En lo atinente al chocolate lo describió como un producto de fama en Suramérica. Alabó el pan que se elaboraba en la comarca, así como al queso de mano, singularidad llanera, y que representaba una especialidad por su buen gusto. El vino tinto para acompañar las comidas costaba dos reales y lo servían con hielo en los restaurantes.

     No dejó de destacar los atributos del clima imperante que lo asoció con una primavera perpetua, a la usanza de Humboldt, así como el carácter imaginativo del pueblo. Gracias a su imaginación gustaban de las bellas artes y en las casas había un piano ejecutado por señoritas. Relató que éstas salían solas a la calle con vestimenta elegante. Había tres o cuatro modistas que traían revistas, cada 15 a 20 días, desde Europa y que servían de modelo para las confecciones elegidas por las damas. Llamó la atención que por el anhelo de seguir la moda muchos padres habían caído en la ruina al endeudarse con el fin de complacer a sus hijas y esposas. Confirmó que era una práctica funesta aupada por el lujo. No obstante, las mujeres mostraban buen gusto y sobriedad.

Representaciones Natick C.A.

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