Grandes etapas de la vida de Caracas

Grandes etapas de la vida de Caracas

     El ritmo del crecimiento de Caracas ha ido borrando de manera implacable todos los recuerdos de la vieja ciudad. Calles, edificios, costumbres, todo ha sufrido una modificación total y hasta el área metropolitana tradicional se ha ampliado en forma fantástica al tender la ciudad hacia el mar su brazo de la Autopista. Por eso resulta interesante brindar al lector en apretada síntesis periodística algunas de las más importantes relaciones que sobre la vida de Caracas en los siglos pasados escribieron cronistas de crédito.

     Estas son cinco estampas que informaron los hechos principales contenidos en las relaciones de Pimentel, Oviedo y Baños, Humboldt, el consejero Lisboa y un viajero norteamericano y dan una noticia bastante veraz y acabada de cuanto fue sucediendo en esta Caracas desde los días de su fundación en 1567, vísperas de la Guerra Federal.

 

Caracas de 1572

La relación de Don Juan de Pimentel

     Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas y sobre el hermoso valle en el cual se levanta se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, el Caballero del Hábito de Santiago, Don Juan de Pimentel. La escribió en el año 1572 por mandato de su Majestad el rey de España.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Una de las más antiguas descripciones sobre la ciudad de Santiago de León de Caracas se debe a uno de los primeros Gobernadores de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel.

Mal clima

     La ciudad había sido fundada por Diego de Losada en el año de 1567. Cuando llega Pimentel y emprende su tarea de cronista todavía el nuevo pueblo se reduce a un mísero conjunto de cabañas pajizas, los vecinos son pobres y los días corren iguales. Por estos años, empieza diciendo Pimentel, la provincia de Caracas cuenta con dos pueblos de españoles: el de Nuestra Señora de Caraballeda que está en la costa del mar y el de Santiago de León de Caracas que dista seis leguas de Caraballeda por ser el camino muy torcido. Cuenta que Caracas está fundada en un valle campiña de tres buenas leguas de largo y media de ancho y que todo el valle que se llama de San Francisco declina y corre hacia el sur. Encuentra que el clima del valle es fresco, húmedo y de muchas lluvias, las cuales comienzan generalmente en mayo y acaban en diciembre. Corren en el valle dos vientos contrarios casi todo el año: uno de oriente, otro de occidente. El de oriente sopla desde las nueve o diez horas del día hasta las tres de la tarde, es un viento claro y templado, salvo en el invierno que trae mucha agua. El de occidente sopla de tarde y dura toda la noche. 

     Viene con niebla emparamada, es áspero y desabrido porque procede de unas altas sierras que están a la banda poniente del pueblo. Apunta asimismo Pimentel que este viento lo sienten mucho “los que están tocados de dolor de bubas” por venir frío y desabrido. El cielo del valle, dice, todo lo más del tiempo del año es nebuloso de día y de noche y hay muchas mudanzas y diferencias en su tiempo. Afirma que el sitio y el valle de la ciudad de Santiago de León de Caracas se tiene por más enfermo que sano por los vientos contrarios que en él se corren. Las enfermedades más corrientes son el romadizo y el catarro que suelen dar dos veces en el año, a la entrada y a la salida del invierno. Los catarros, comenta, son más graves a la entrada del invierno que a la salida porque con las lluvias nuevas se revuelven las quebradas y los ríos que descienden de la sierra. A los naturales, agrega Pimentel, se les agrava la enfermedad porque tienen la costumbre de bañarse y entonces sufren dolor de costado. Otras causas de la mayor virulencia de la enfermedad de los nativos las encuentra el Gobernador en dos hechos: lo mucho que beben en las borracheras y el maíz jojoto que comen.

 

Pobres viviendas 

     Informa el Gobernador al Rey que sus súbditos de la ciudad de Santiago de León de Caracas viven en casas de madera, de palos hincados en la tierra y con techos de paja. La mayoría de las casas, afirma, son de tapia, sin alto alguno y cubiertas de cogollos de caña. De 1570 en adelante se han comenzado a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja. Concluye su información oficial diciendo que en Caracas hay una iglesia parroquial de dos curas en ella y que también existe un monasterio, el de San Francisco, de tapias no durables comenzado a fundar por Fray Alonso Vidal el cual vino de Santo Domingo con tal fin.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Dice Juan de Pimentel que, de 1570 en adelante, se comenzaron a labrar las primeras casas de piedra y ladrillo y cal y tapería con sus techos cubiertos de teja.

Caracas de 1700

Un hermoso valle tan fértil como alegre

     Desde los días de la descripción de Juan de Pimentel han pasado ciento cincuenta años. Siglo y medio durante los cuales la mísera lechería se han transformado. Sus calles son anchas y derechas, la mayoría de sus casas son de tapia y de ladrillo. Parques y jardines, plazas y conventos hacen hermoso y reconfortan te el lugar. Un vecino de la ciudad, el muy ilustre José Oviedo y Baños, en el año de 1723, describe con emocionado canto lírico, la ciudad asentada según él “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable, que de Poniente a Oriente se dilata por cuatro leguas de longitud y poco más de media de latitud en diez y medio de altura septentrional al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el punto que forman cuatro ríos que porque le faltase circunstancia para acreditarla  paso , la cercan por todas partes, sin padecer los que la aneguen.

Hermosas con recato y bizarros caballeros

     Para Oviedo en el valle de Caracas debió existir el Paraíso Terrenal, a la ciudad la encuentra sin tacha y a sus gentes sin defectos. “Sus calles son anchas, largas y derechas, dice, con salida y correspondencia” en buena proporción a todas partes, y como están pendientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodos; sus edificios los más son bajos, por recelos de los temblores, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dispuestos y repartidos en su fábrica; las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias que cruzan la ciudad, saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta variedad de flores, que admiran su abundancia todo el año, hermoseándola cuatro plazas, las tres medianas y la principal bien grande y en proporción cuadrada. Fuera de la innumerable multitud de negros y mulatos que la asisten, la habitan mil vecinos españoles, y entre ellos dos títulos de Castilla que la ilustran, y otros muchos caballeros de conocidas prosapias, que la ennoblecen; sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los más puertos de las Indias, y por lo benévolo del clima son de hermosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle ninguno contrahecho  ni con fealdad disforme, siendo en general de espíritus bizarros y corazones briosos, y tan inclinados a todo lo que es política, que hasta los negros (siendo criollos) se desdeñan de no saber leer y escribir; y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella; las mujeres son hermosas con recato y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y con tan gran recogimiento, que de milagro, entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso, y esa suele ser venida de otras partes recibiendo por castigo de su defecto el ultraje y desprecio con que la tratan las otras…

     Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de que puede vanagloriarse con razón teniéndola por prenda de su mayor felicidad, es el convento de monjas de la Concepción, vergel de perfecciones y cigarral de virtudes: no hay cosa en él que no sea santidad y todo exhala fragancia de cielo…

 

Caracas en 1800

Una casa grande, casi aislada

     Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800. Habitan “una casa grande, casi aislada, situada en la parte más elevada de la ciudad”: Desde lo alto de una galería podía contemplar al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta de Galipán y el risueño valle del Guaire, cuyo rico cultivo contrastaba con el sombrío cerco de las montañas que lo rodea. Era la época de la sequía y las faldas de la serranía eran incendiadas por los campesinos que quemando la paja creían mejorar los pastos. Para ese año de 1800 la población de Caracas llegaba a 40.000 personas, de los cuales doce mil eran blancos y veintisiete mil libres de color. 

 

“Caracas ha debido ser colocada más al Este”

     Lamenta Humboldt que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, más debajo de la desembocadura del Anauco en el Guaire, en donde el valle dirigiéndose hacia Chacao, se ensancha en una llanada ancha y como nivelada por la acción de las aguas. Quiere explicar el gran viajero alemán, la fundación de Caracas en la parte más angosta del valle diciendo que en esa época los españoles atraídos por la fama de las minas de oro de Los Teques, no eran aun dueños de todo el valle y prefirieron quedarse cerca del camino que conduce a la costa.

 

Aspecto triste y severo

    Dice Humboldt en su relación que la escasa anchura del valle y la proximidad de las altas montañas del Ávila y de la Silla, dan a la situación de Caracas un aspecto triste y severo sobre todo en aquella estación del año en que reina la temperatura fresca, de los meses de noviembre y diciembre.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

Segú el historiador y alcalde de Caracas (1699, 1710, 1722), José Oviedo y Baños, la ciudad está asentada “en un hermoso valle tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable”.

     Las mañanas son entonces de gran belleza: a través de un cielo puro y sereno se divisan claramente los dos domos o pirámides redondeadas de la Silla y la cresta dentada del cerro del Ávila. Pero hacia la tarde, la atmósfera se espesa, las montañas se encapotan: masas de vapores se cuelgan a los flancos de aquéllas, y las dividen como en zonas superpuestas. Lentamente estas zonas se confunden, el aire frío que desciende de la Silla se cuela entre las nieblas y condensa los vapores ligeros en gruesas nubes. Estas bajan a menudo y se las ve avanzar, a ras de tierra, hacia La Pastora de Caracas y hacia el vecino barrio de La Trinidad. “” Ante el aspecto de este cielo brumoso, yo me creía, escribe Humboldt, no en un valle templado de la zona tórrida, sino en el fondo de Alemania, sobre las montañas de Harz, cubiertas de pinos y abetos, pero este aspecto melancólico y el contraste que se observa durante este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierte en medio del estío, las noches de Junio y Julio en Caracas son claras y deliciosas y “la atmósfera conserva, casi sin interrupción, aquella transparencia y pureza propias en tiempo quieto de las alturas y de los valles elevados”

Actores y estrellas

     Encontró Humboldt en Caracas ocho iglesias, cinco conventos y un teatro que podía contener de mil quinientas a mil ochocientas personas. La sala del espectáculo estaba dispuesta de tal modo que el patio, en el cual se sentaban los hombres separados de las mujeres, estaba descubierto, y “se veían al mismo tiempo los actores y las estrellas”. Como el tiempo nebuloso le hacía perder al sabio muchas observaciones de los satélites, desde un palco del teatro podía asegurarse si Júpiter estaría visible durante la noche. Encuentra las calles de la ciudad anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como las de todas las ciudades fundadas por los españoles en América. Observa que las casas son más elevadas de lo que debieran en un país sujeto a terremotos. Y encuentra que las plazas de San Francisco y Altagracia presentan un espectáculo agradable al viajero.

 

Las risueñas siembras del Valle

     Los viajeros encuentran todos los alrededores de la ciudad cultivados. El clima fresco y delicioso favorece el cultivo de las producciones equinocciales. El principal cultivo es el del café. “Cuando este arbolito se halla en flor, dice H., toda la llanura que se extiende más allá de Chacao, ofrece el aspecto más risueño y alegre”. Y al lado del árbol del café y del banano ven los sabios europeos con sorpresa grandes huertos de hortalizas y legumbres de sus países, las fresas, las viñas y casi todos los árboles frutales de la zona templada. Reseñan el hecho de que a medida que en las inmediaciones de Caracas se han establecido los cultivos de café, ha aumentado el número de negros cultivadores y de que en el valle se están reemplazando el cultivo de los manzanos y membrillos por el del maíz y las legumbres. El arroz regado por canales se cultivaba en la llanura de Chacao. Olivos grandes y frondosos eran orgullo en el patio del convento de San Felipe Neri.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

Alejandro Humboldt y Amadeo Bonpland permanecieron en Caracas durante dos meses, en el año de 1800, lamentaron que la ciudad no hubiese sido colocada más al Este, hacia el lugar conocido como Chacao.

La sociedad de Caracas

     Encuentra Humboldt que mientras en Méjico y Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio profundo de las ciencias; en Quito y en Lima, más gusto por las letras; en La Habana y Caracas de 1800 hay mayor reconocimiento de las relaciones políticas de las naciones y miran más sobre el estado de las colonias y de la metrópoli. Y Observa que en Caracas se han conservado las costumbres nacionales mejor que en otras ciudades del continente y aun cuando su sociedad no ofrece placeres muy vivos y variados, se experimenta sin embargo en el seno de las familias, aquel sentimiento de bienestar que inspiran la franca alegría y la cordialidad, unidos a los modales de la buena educación. Dice el sabio alemán que para 1800 existían en Caracas “como en todas partes en donde se prepara un gran cambio de ideas, dos especies de hombres, podría decirse, dos generaciones muy diferentes. La una, que es poco numerosa, conserva una viva adhesión a las antiguas costumbres, a la sencillez de los hábitos, a la moderación de los deseos. No viven sino de las imágenes del pasado. La América les parece la propiedad de sus antepasados que la conquistaron. Repugnando lo que se llama las luces del siglo, conservan con cuidado sus prejuicios hereditarios. . .” 

     La otra, menos preocupada del presente que del porvenir, tienen una inclinación a menudo irreflexiva por los hábitos e ideas nuevas. He conocido en Caracas, agrega, en esta segunda generación, varias personas distinguidas tanto por su gusto como por su estudio, la suavidad de sus maneras y la elevación de sus sentimientos; los he conocido también que desdeñosas por todo lo que presentan de estimable y de bello el carácter, la literatura y las artes españolas, han perdido su individualidad nacional, sin haber asegurado, en su trato con los extranjeros, nociones precisas sobre las verdaderas bases de la felicidad y del orden social”. En muchas familias de Caracas halló gusto por la instrucción, conocimiento de las literaturas italiana y francesa y una predilección decidida por la música. Asimismo, halló que o existía ningún establecimiento en donde se enseñaran las ciencias exactas, el dibujo y la pintura y que en medio de naturaleza tan prodigiosa y tan roca en producciones, nadie se ocupaba del estudio de las plantas y de los minerales. En la ciudad solo hay un anciano, en el convento de San Francisco, que calculaba el almanaque para todas las provincias de Venezuela y que tenía conocimientos de la astronomía moderna. Y un día vio con sorpresa su casa invadida por todos los frailes de San Francisco quienes deseaban ver una brújula de inclinación.

 

Caracas en 1806

La ciudad vista por un francés

     En 1806, llega a Venezuela Francisco Depons, viene como agente del gobierno francés en Caracas. El diplomático se entusiasma con el nuevo país y considera que es necesario incluir una relación fiel de su vida en los anales de la geografía y de la historia. En estas tierras, dice Depons, la naturaleza vierte sus dones con mano larga y despliega toda su magnificencia sin que el resto del globo se haya dado cuenta de ello. Escribe entonces su “Viaje a la Parte Oriental de Tierra Firme” y alega para su trabajo los méritos de la verdad como base y de la exactitud como ornamento.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Según Humboldt, para comienzos del siglo XIX, Caracas contaba con ocho iglesias, cinco conventos y un teatro.

Calles y plazas

     Depons es ordenadamente minucioso en sus relaciones. A su vista nada escapa. Su reseña lo abarca todo. A la vida de Caracas en el año de 1806 dedica largas notas. Las primeras están consagradas a reseñar el aspecto general que presentan las plazas, las iglesias y las casas de la ciudad que fundara Diego de Lozada. Encuentra que la Plaza Mayor (hoy Plaza Bolívar) la afean unas barracas construidas en los ángulos sur y oeste, las cuales se alquilan a mercaderes en provecho del Ayuntamiento. Allí se efectúa el mercado de todas las provisiones: legumbres, frutas, carnes, salazones, pescado, aves, caza, pan, loros, monos, perezosas, pájaros. Y observa que la Catedral, situada en el ángulo oriental, no guarda con ella ninguna simetría. 

     Dice de las otras plazas que la de Candelaria no está embaldosada, pero que en su conjunto presenta un aspecto bien agradable y que está rodeada por una verja de hierro; la de San Pablo es de forma cuadrada y tiene por todo adorno una fuente colocada en el centro; la de La Trinidad, “que ni forma de plaza tiene, servirá solo para recordar a la posteridad la incuria de los caraqueños; la de La Pastora, al igual que las casuchas que la rodean, “muestran solo el triste aspecto de monumentos abandonados a la voracidad del tiempo”; la de San Juan, espaciosa, irregular y sin embaldosado es utilizada por las milicias para sus ejercicios a caballo. Las casas particulares las encuentra bellas y bien construidas, muchas de hermosa apariencia. Algunas de ladrillos, la mayoría de tapias. Los tejados son puntiagudos o de dos aguas. El maderamen bien trabado y la techumbre de tejas curvas. Lo impresiona la riqueza del mobiliario en las casas de la g ente notable de Caracas y se detiene en los detalles de aquel lujo. En esas ricas casas de caraqueños se ven, dice Depons, “hermosos espejos, cortinas de damasco carmesí en las ventanas y puertas del interior, sillas y sofás de madera de estilo gótico sobrecargados de dorado y con asientos de cuero, de damasco o de cerda, altos lechos cuyos elevados doseles muestran un exceso de dorado, cubiertos con hermosas colchas de damasco y muchas almohadas de plumas con fundas de ricas muselinas guarnecidas de encajes; sin embargo, no hay más que un lecho de semejante magnificencia en cada casa principal; ordinariamente es el lecho nupcial el cual por otra parte no es más que un mueble de lujo. La mirada se detiene también sobre las mesas de patas doradas, cómodas en las que el dorador agotó todos los recursos del arte, bellas arañas colgadas en el apartamento principal, cornisas que parecen haber sido empapadas en oro, soberbias alfombras que cubren por lo menos toda la parte de la sala donde están los puestos de honor, pues los muebles se hallan dispuestos en la sala de modo que el sofá, parte esencial del mobiliario, quede colocado en una extremidad, con sillas a derecha e izquierda, y en la otra extremidad la cama principal de la casa, en un cuarto cuya puerta permanece abierta, a menos que no esté en una alcoba igualmente abierta y al lado de los puestos de honor. Estas especies de apartamentos siempre limpísimos y muy bien adornados, parecen como vedados a los habitantes de la casa. Solo se abren, con muy pocas excepciones, cuando alguien viene a llenar los dulces deberes de la amistad o el pesado ceremonial de la etiqueta”.

 

Fiestas

     Encontró el francés que en Caracas las fiestas religiosas eran tantas que, en realidad, en muy pocos días del año no se celebraban las de algún santo o virgen. Se multiplicaban hasta lo infinito porque cada fiesta estaba precedida por una novena consagrada únicamente a las preces; y la seguía una octava, durante la cual los fieles del barrio y aún los del resto de la ciudad, mezclaban las plegarias con diversiones públicas, como fuegos artificiales, música y bailes. Para el viajero francés el acto más brillante de tales celebraciones lo constituían las procesiones que por lo regular tenían lugar en horas de la tarde. Muchos pendones y la cruz abrían la marcha. Los hombres iban en dos filas detrás del santo y los principales de la ciudad llevan, cada uno, un cirio encendido; luego venía la música, los clérigos y, por último, las mujeres contenidas por una barrera de bayonetas.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

En 1806, arriba a Caracas, el diplomático francés Francisco Depons, quien elabora una interesante relación geográfica e histórica de Venezuela.

El teatro, el juego de la pelota y otros juegos

     Para el año de 1806, el teatro era la única diversión pública de Caracas. Solo había funciones los días de fiesta. El precio de entrada un real. A las representaciones asistían todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, mendigos y paisanos, gobernantes y gobernados. Los actores eran malos y las obras peores. La declamación era monótona, semejante al tono con que un niño de diez años pudiera leer una lección. Ni gracia, ni acción, ni poses naturales, ni inflexiones de la voz, en una palabra, nada de lo que constituye un actor, extrañaba a los viajeros cómo era posible que demostrando los caraqueños gran gusto por la instrucción, miraran con tanta indiferencia algo tan importante en la vida de toda ciudad y que carecieran de un teatro cuya fábrica embelleciera a la ciudad y de actores que  no fueran unos autómatas. Para el año de llegada de Depons a Caracas existían en la ciudad tres frontones en donde se jugaba a la pelota a mano limpia o con pala. Uno estaba ubicado al sur de la ciudad, cerca del Guaire, el segundo hacia el oriente, no lejos del Catuche, y el tercero  en el este, a cosa de media legua de la ciudad. Los vascos habían introducido este juego pero luego lo habían abandonado a los del país, quienes observaban exactamente las reglas y lo practicaban bastante bien. Algunos billares a los cuales asistía casi nadie, formaban el resto de las diversiones de Caracas. El juego por interés se practicaba con mucha frecuencia entre gente de recursos.

Ni liceos, ni paseos, ni cafés

     Se lamenta Depons de la vida que se lleva en Caracas y dice: “Si Caracas poseyera paseos públicos, liceos, salones de lectura, cafés tendría ahora la oportunidad de hablar de ellos. Pero para vergüenza de esta gran ciudad debo decir que ahora se ignoran las características de los progresos de la civilización. Cada español vive en su casa como en una prisión.  No sale sino a la iglesia o a cumplir sus obligaciones. Ni siquiera trata de endulzar su soledad con juegos cultos; gusta solo de aquellos que lo arruinan, no de los que pueden distraerlo”.

 

Blancos, esclavos y manumisos

     Para 1806, año de la relación de Depons, la población de Caracas estaba dividida en: blancos, esclavos, manumisos y escasísimos indios. Los blancos constituían la cuarta parte del total de los cuarenta mil habitantes. Entre la población blanca se contaban seis títulos de Castilla, tres marqueses y tres condes, pero todos los blancos presumían de hidalgos y todos eran hacendados o negociantes, militares, clérigos o monjes, empleados judiciales o de hacienda. Ninguno se dedicaba a oficios o artes mecánicos. Los europeos que residían en Caracas formaban dos clases bien diferenciadas con bastante claridad. La primera la formaban los empleados venidos de España, estos vivían con gran lujo y abusaban de su poder, ofendiendo de esta manera a los criollos quienes se sentían injustamente postergados. La otra clase de europeos residentes en Caracas estaba formada por los vascos y los catalanes, los cuales no intervenían en los negocios públicos, sino que habían venido a trabajar con el deseo de hacer fortuna. Unos y otros eran igualmente industriosos, pero los vascos se distinguían de los catalanes en que, sin fatigarse tanto, administraban mejor sus negocios. Vizcaínos y catalanes se distinguían entre sus connacionales por su buena fe en los negocios y su exactitud en los pagos. Los canarios formaban otro importante número de gentes trabajadoras.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

En los comienzos del siglo XIX, señala Depons que en Caracas se jugaba mucho pelota vasca. En la ciudad existían tres frontones.

Las caraqueñas

     Son encantadoras, suaves, sencillas, seductoras, dice galante el francés. Y añade, la mayoría tiene el cabello negro como el jade y la tez de alabastro. Sus ojos grandes y rasgados y sus labios encarnados matizan agradablemente la blancura de su piel. Es lástima, agrega, que la estatura de las mujeres de Caracas no corresponda a la armonía de sus facciones. Muy pocas sobrepasan la estatura media. “Como pasan la mayor parte de la vida en la ventana, podría decirse que la naturaleza ha querido embellecerles la parte del cuerpo que dejan ver con gran frecuencia. Se adornan con elegancia y en cierto modo les halaga la vanidad que se las tome por francesas”.

     Lamenta que en Caracas no haya escuelas para señoritas. Su educación se limita a rezar mucho, leer mal y escribir peor. Ta solo un joven inflamado de amor puede descifrar semejantes garabatos. No les enseñan mucho ni baile, ni dibujo. Cuando aprenden se reduce a tocar por rutina un poco de guitarra o de piano. Sin embargo, su inteligencia, su honestidad, su natural coquetería, su gracia en el vestir, logra borrar la impresión que produce esa defectuosa educación. 

     Esto por lo que corresponde a las clases pudientes de la ciudad, a las blancas cuyos padres o maridos poseen bienes de fortuna o empleos lucrativos, porque la suerte que otras, dice el viajero lleno de pesar, “no tienen a su alcance más medio para ganarse la vida que provocar las pasiones para satisfacerlas después”. Más de doscientas mujeres vivían así para 1806, saliendo de noche para ganar el sustento del día siguiente. Su traje solía consistir en una falda y manta blancas, con un sombrero de cartón cubierto de tela y adornado con flores pintadas o lentejuelas. Cuando la edad o la enfermedad las obligaba a abandonar esta vida, se dedicaban a pedir limosna.

     Los esclavos domésticos eran numerosísimos y la riqueza de las casas principales se medía por el número de ellos. Siempre tenía que haber más de los necesarios, lo contrario se juzgaba como tacañería. Cualquiera blanca, aunque sin gran fortuna, va a la iglesia seguida de dos esclavas negras o mulatas. Las verdaderas ricas llevan cinco o seis. Y había casas en Caracas en donde existían doce o catorce esclavas sin contar con los sirvientes de los hombres. Caracas era la ciudad de las Indias Occidentales con mayor número de manumisos o descendientes de manumisos. Estos ejercían todos los oficios desdeñados de los blancos. Todos los carpinteros, ebanistas, albañiles, herreros, tallistas, cerrajeros, orfebres eran para la hora del viaje de Depons, manumisos o descendientes de manumisos. En ningún oficio descollaban, pues como los aprendían por rutina carecían de los principios del arte. Su trabajo era mucho más barato que el del obrero europeo. Se sustentaban gracias a su gran sobriedad en medio de toda clase de privaciones. Por lo general, sobrecargados de familia, vivían en casas muy malas, dormían sobre cueros y se alimentaban con víveres del país. Su pobreza era tal que siempre que se les encargaba un trabajo siempre había que darles adelantos en dinero. Dice Depons que no hacen del trabajo una disciplina diaria, sino que se acuerdan de él solo cuando les aprieta el hambre. Los dominaba el gusto de pasar la vida en funciones religiosas y formaban la totalidad de las cofradías. Todas las iglesias contaban con cofradías constituidas por pardos libres. Cada una tenía su uniforme cuya diferencia era el color, son como sayales de monjes y los había azules, rojos, negros, etc.

     Las cofradías asistían a las procesiones y a los entierros. Iban a todas las iglesias, pero especialmente a la de Altagracia. Todos los rosarios que discurrían por la ciudad hasta las nueve de la noche se componían exclusivamente de manumisos. Depons apunta como hecho curioso el de que a lo largo de los años ninguno de éstos haya pensado en cultivar la tierra. La nube de mendigos de ambos sexos que pululaban por las calles de la Caracas de 1806 impresionó a Depons. A toda hora entraban a las casas y lo mismo el inválido que el robusto, el joven y el viejo, el ciego y el que goza de buena vista gozaban de la caridad pública y de noche la mayoría se tendía a dormir sin ninguna protección, a lo largo de las paredes de las iglesias y del palacio arzobispal. El arzobispo repartía limosna general todos los sábados y cada mendigo recibía medio esquelino, o sea la dieciseisava parte de un peso fuerte, y en esto se invertían setenta y seis pesos fuertes, lo que corresponde a un mínimum de mil doscientos mendigos, fuera de los pobres vergonzantes cuyo número era mucho mayor y entre los que repartía secretamente sus rentas Don Francisco Ibarra, Prelado de Caracas.

 

Caracas de 1852

El libro del consejero Lisboa

     En el año de 1866 fue editado en Bruselas el libro “Relacao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Equador”, escrito por el brasileño consejero M.M. Lisboa. El autor había vivido en Inglaterra y en 1853 decidió regresar a su patria. En Southamptom se embarcó en el vapor “Orinoco” y semanas más tarde arribaba a La Guaira. Sus notas sobre la vida y costumbre de la Caracas de 1853 son curiosas e imparciales.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

Para Depons, las caraqueñas era encantadoras, suaves, sencillas y seductoras. La mayoría tenía el cabello negro y de tez blanca.

El nombre de las esquinas, confusión de extranjeros

     Uno de los primeros motivos de confusión que encontró Lisboa en su recorrida por la tranquila capital de Venezuela lo halló en el nombre de las esquinas. Pues a pesar de que las calles de Caracas tienen sus nombres como de Carabobo, de las Leyes Patrias, del Comercio, etc., y aun en algunos casos sus números, nadie conocía la posición de las casas sino por esquinas, método que al principio causa confusión al extranjero. Había para 1853 en Caracas ciento cuarenta esquinas son sus nombres, que en algunos casos se explicaban como recuerdos de propiedades particulares o de títulos de familia como las esquinas de Conde, las Ibarras, las Madrices, las Peláez, etc. Las calzadas de la ciudad las encontró muy incómodas y consistían en piedra menuda o guijarro con la parte delgada para arriba. Coches particulares había muy pocos; de alquiler apenas los del comerciante Delfino el cual mantenía una línea regular y diaria de diligencias para La Guaira y de paseos para los arrabales de la ciudad. En los días de la visita de Lisboa a Caracas firmó la Municipalidad un contrato en virtud se obligó un empresario a pavimentar toda la ciudad en el plazo de ocho años, construyendo aceras en toda ella, empedrando a la española las calles longitudinales y macadamizando las transversales. Para la realización de esta obra, cedía el Concejo la renta destinada al arreglo de calles que consistía en un impuesto del alquiler de medio mes de todas las casas alquiladas y de cual se descubrió que producía diez y seis mil pesos anuales aun cuando solo se acusaban como entradas por este respecto, siete mil pesos. 

Las tiendas ocupaban principalmente las calles de las leyes Patrias y del Comercio entre la Plaza de San Francisco y la de San Pablo. En ellas vio el Consejero Lisboa profusión del almacenes y quincallas y artículos ingleses, franceses, alemanes y americanos, pero sin que ningún establecimiento brillara pro su decorosa apariencia.

 

Se proyecta en 1853 la urbanización “El Paraíso”

     Cuenta Lisboa que un caraqueño ilustre muy amigo suyo y concejero municipal presentó en ese año a la consideración de la Diputación Provincial, el proyecto de construir el más lindo paseo público que pueda imaginarse en Caracas y el cual de acuerdo con los planes ocuparía seis cuadras de terreno en la parte inferior de la ciudad bordeando por el lado del sur el río Guaire y accesible por el magnífico puente comenzado (Puente Hierro). A los esfuerzos de este mismo amigo de Lisboa debió Caracas el alumbrado que poseía para 1853. Consistía en faroles encristalados, conteniendo cada uno una luz con cuatro picos, pero sin reverberos. Esta iluminación era sostenida por medio de un impuesto de cuatro reales sobre cada cerdo consumido en la ciudad, impuesto que arrojaba una renta anual de cuatro mil pesos.

 

Casas, nada más

     Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más, sin pretensión alguna en la arquitectura exterior. Los tres conventos que subsistían de Monjas, Carmelitas de la Concepción son pequeñas iglesias; el edificio ocupado en parte por el Palacio Arzobispal y en parte por la Universidad de Caracas, es una construcción extensa pero baja y sencilla. Más espacioso, elevado y cómodo encuentra el antiguo Convento de San Francisco, sede en ese tiempo del Congreso Nacional y de la Biblioteca, la iglesia del edificio la califico como la mejor de Caracas, sin exceptuar la Catedral. Esta se encontraba sin acabar y desmoronada por fuera.

 

Cómicos, toros y gallos

     Afirma Lisboa que para 1853 no había un solo teatro en Caracas, pues tal nombre no merecía el miserable lugar denominado la Unión, frecuentado por la clase ínfima de la población. Sin embargo, por los mismos días, la Municipalidad había concedido gratuitamente a una compañía suficiente terreno en la Plaza Bolívar para edificar un teatro capaz de contener dos mil espectadores. Existía asimismo una plaza de toros, inútil pues la afición caraqueña era por el coleo en calles y plazas públicas con grave riesgo de los transeúntes. También había un circo de gallos. Y agrega: “Son los venezolanos apasionadísimos por esas luchas. Personas de alta posición social hasta generales interésanse por tales peleas, crían gallos, hacen apuestas y frecuentan la gallera con gran entusiasmo”.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

El Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela (1843-1853), escribió un interesante libro, titulado “Relación de un Viaje a Venezuela Nueva Granada y Ecuador”, donde relata aspectos de las costumbres del caraqueño de mediados del siglo XIX.

Caracas en 1857

La posada de Bassetti

     En el año 1857 visitaron a Caracas un grupo de viajeros norteamericanos. Uno de ellos con indudables condiciones de cronista escribió sus impresiones para el periódico “Harper´s New Monthly Magazine” y las publicó en el año 1858. De allí las tradujo y las dio a conocer por primera vez al público venezolano Juan José Churión. Los viajeros llegan a hospedarse en la posada de Bassetti que está situada en la Calle del Comercio y la cual ostenta en el portal y pintado en un farol el nombre del dueño. l centro de la casa es un gran patio rodeado por amplios corredores. En el dormitorio que se les asigna encuentran hamacas y mosquiteros. La casa es de un solo piso como casi todos los edificios de la ciudad y construida a prueba de terremotos. El patio principal es el centro de vida de la posada; al amanecer los viajeros se preparan para el camino y la taza de café o de chocolate se sirve en el corredor tan pronto como se levantan los huéspedes. Al anochecer, después de la comida, los jóvenes montan sus caballos y salen a pavonearse a los ojos de las señoritas sentadas en las ventanas.

 

Pintura de José Tadeo

Visitando la ciudad el norteamericano encamina sus pasos hacia la plaza de San Pablo. Frente a la Plaza, al lado de la tienda del operador de carretas, en una casa de tres ventanas y tan sencilla en el exterior como en el interior, vive el hombre más rico y poderoso de Venezuela para ese momento: José Tadeo Monagas. 

     El hombre acababa de hacerse alargar su período de gobierno. Le pinta el viajero como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad. Todas las mañanas va a pie o a caballo a la Casa de Gobierno con vestido corriente y nunca solo, sino acompañado de media docena de oficiales de tez morena brillantemente uniformados.

 

Situación del Ejército

     El viajero está ahora en la Plaza Bolívar y observa en la esquina opuesta a la oficina del telégrafo y cerca de la Casa de Gobierno, el cuartel. Un oficial de brillante uniforme está tendido en un banco de la puerta, es blanco. Tirados en el suelo en todas las actitudes hay cerca de 20 soldados indios y negros; su traje es de chaqueta corta, mugrienta, de color marrón o azul y pantalones con raya roja. Le pagan un real al día por ración, cuando les pagan. Mil seiscientos hombres forman la fuerza de Caracas. Cuenta el viajero, que a la hora en que se hacía sentir y oír el soldado en la Caracas de 1857, era después de las diez de la noche, cuando al pasearse los trasnochadores oían su retumbante “quién vive”, al que se contesta inmediatamente: “Venezolano”. El centinela gritaba otra vez: “¿Qué gente?”, y había que contestar: “Ciudadano”. Quien no contestaba a tiempo corría el riesgo de encontrarse con una bala o recibir lo que en una ocasión recibió el ministro norteamericano: un pinchazo del soldado que no sabía de fueros diplomáticos.

 

“El buque está a la vista”, “El buque llegó”

     En otro de los lados de la Plaza Bolívar está el telégrafo, es un edificio pequeño que mira a la Catedral. Un alambre tendido de allí a La Guaira atraviesa la montaña y Caracas está muy orgullosa de su telégrafo. “El buque está a la vista”, “El buque llegó”, son los mensajes enviados por el operador yanqui y que hacen que Caracas soñolienta abra los ojos. El paquebote ISABEL y su capitán Tood, son conocidos de todos los viajeros, su goletica es el único medio regular de comunicación entre Venezuela y el exterior; lleva quincenalmente pasajeros y correspondencia desde La Guaira a San Thomas y hace el enlace con los vapores que llegan allí. En el telégrafo se pagan 25 céntimos por un mensaje sencillo hasta las cuatro, después de esa hora el precio se dobla y se vuelve a doblar después de las nueve de la noche.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Encuentra Lisboa que no existe en Caracas ningún edificio público que merezca especial mención. Dice que el Palacio de Gobierno (la Casa Amarilla) es una buena casa y nada más.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Asegura el Consejero Lisboa que los venezolanos eran apasionadísimos a las peleas de gallos.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Un viajero norteamericano describe al entonces presidente de la República, general José Tadeo Monagas, como un llanero de cerca de setenta años, alto, musculoso y activo. Hombre de poca ilustración y de pocas palabras, pero de una gran voluntad.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

Al caer la noche, la avenida que cruza el Puente de la Trinidad se convierte en un hermoso paseo, con jóvenes paseantes y mujeres bonitas en las ventanas salientes y enrejadas.

La Quinta Avenida de Caracas

     Al Puente de la Trinidad le llama el viajero la Quinta Avenida de Caracas. E invita al lector a acompañarlo en su excursión por esa calle. “Son las seis de la tarde. Todos los jóvenes pasean por la calle y todas las mujeres bonitas están en las ventanas salientes y enrejadas. . . Qué ojos. . . Qué hombros. . . Qué brazos. . . Qué prueba para un extranjero. Antes del anochecer, es lo más agradable pasear por las calles, pararse en las ventanas de las señoritas conocidas y hablar con ellas a través de los barrotes. Si se tiene un caballo bonito y se monta bien, puede lucir su paseo haciendo estaciones en las ventanas que quiera, pues el caballo puede ir a todas partes donde su amo es admitido”.

 

Danzas, valses, polkas y mazurkas

     Cuando llega la noche los paseantes desaparecen y las ventanas se cierran; a las ocho parece que toda Caracas está durmiendo. A distancia oye el viajero música y al aproximarse ve un grupo de gentes alrededor de las ventanas de una casa. Se acerca y mira. Es un baile y el grupo de las personas que están en las ventanas tiene el derecho de ver el baile, de oír la música y de apreciar y criticar a las parejas. Los bailes se comprometen por turnos que generalmente se componen de cuatro o cinco piezas, un vals, polka, mazurka y siempre una danza. La danza es el baile favorito de los caraqueños: se forma una doble fila, señores a un lado, señoras del otro, la primera pareja se inclina delante de la que sigue, y procede con algunas elegantes estaciones, entre las cuales figura una especia de vals para las dos parejas juntas, concluyendo la figura con un vals sencillo y una polka hasta que todos estén en gracioso balanceo al compás de la música, lo que es muy llamativo y toca motivos distintos para cada fase de la danza. Así hasta las dos o tres de la madrugada, que es cuando se van a sus casas a pie, puesto que dos o tres carruajes que hay en la ciudad son más bien para exhibirlos que para usarlos.

 

Buenas noches, Caracas

     Pero la larga excursión del norteamericano lo ha fatigado. Y ahora dice, “volvamos a nuestra posada. Pasamos en salvo los centinelas cuyos ‘quién vive’ contestamos en la forma autorizada, obedeciendo silenciosamente la orden de atravesar la calle. El sereno embozado y armado acaba de gritar ‘las 12m en punto y sereno’. Miramos al firmamento lleno de estrellas, entre las que resplandece la Cruz del Sur y nos estremecemos pensando en las pulgas que vamos a encontrar. El muchacho medio dormido nos abre al fin la puerta después de estrepitosas llamadas, y buenas noches a Caracas.”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, marzo de 1954. Edición extraordinaria.
El viejo cementerio de San Francisco

El viejo cementerio de San Francisco

Días de noviembre neblinosos, grises, enguantados de humedad. Noviembre de los muertos, propicio a las rememoraciones, a los recuerdos de los que han traspuesto la plataforma de su viaje final. Días para evocar tradiciones, leyendas, cuentos, consejos de abuelas o historias de fantasmas. Bajo este mes de nieblas, bajo estos días de duelo nació esta crónica de Alberto Caminos sobre el viejo cementerio de San Francisco, ubicado en pleno corazón de Caracas.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

“Los cementerios particulares”

     Cosas del tiempo y de los hombres de ese tiempo era costumbre antaño, en nuestros días iniciales de la colonia, el poseer Cementerios particulares.

     Con un simple impuesto, con el pago de tal o cual renta, tenían su vida de polvo y hueso los Cementerios de Asociaciones, cuerpos, conventos, etc.

     De ahí este viejo Cementerio del Templo de San Francisco (antiguo convento del mismo nombre), el de la esquina de Los Canónigos, el de San Pedro y tanto otro fácil de señalar por medio de viejas lecturas, en el lomo polvoriento de los textos.

     De ahí que no haya por qué extrañarse el que hoy en pleno Siglo XX, y en pleno corazón de Caracas, la cámara del Repórter haya podido enfocar estos aspectos macabros que más bien parecen estar ubicados en sitios desolados, áridos, tristes, lejos de los bocinazos de los automóviles, de los cláxones de los carros de paseo, de la campanilla lenta de los tranvías eléctricos y de la voz chillona del billetero o el pregonero por menor.

Los franciscanos en caracas

     Obra de auténtico valor, labor de cultura, de enseñanza, la de las Misiones Religiosas en tierras caribes. De ellas resalta por su apostolado y perseverancia a pesar de malos fracasos y pérdidas de vidas, la de los Franciscanos.

     Acerca de la fecha en que llegaron a Caracas los primeros franciscanos se menciona (Padre Lodares) el que un empleado del Archivo Nacional encontrara una nota que decía: “Haber sido el capitán Díaz Alfaro quien trajo los primeros franciscanos a Caracas en el año 1569”.

     Otros autores dicen que fue ese mismo año el valeroso Garci González de Silva y es hasta casi posible que intervinieran los dos, pues el primero de los nombrados vivía en Caracas para el año en cuestión, y el segundo colaboró eficazmente en este asunto de las Misiones Franciscanas. Sin embargo, se cree que el convento no se comenzó a fundar sino hasta el año de 1574, ya que en la memoria presentada por el gobernador de Caracas Don Juan de Pimentel, que llegó a esta ciudad el año de 1577, dice a este respecto: “En esta ciudad de Santiago de León hay un Monasterio de San Francisco, de tapias no durables; comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo con otros frailes (ha) tres años a el dicho efecto, en cuya fundación le halló Fr. Francisco de Arta, Comisario que por orden de V. Majestad vino con siete religiosos y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”. Y todavía como para darle mayor consistencia a estas afirmaciones añade un plano de la ciudad en el cual no aparece ningún otro convento sino el de San Francisco y precisamente en el lugar que actualmente ocupa el Templo del mismo nombre.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

     Como ya hemos dicho era costumbre sancionada por la ley esto de los cementerios particulares. Debido a eso el Convento de San Francisco poseía el suyo, donde eran enterrados no tan solo los frailes sino todo aquel elemento pudiente, de significación, que se hiciera acreedor a tal honor o que pudiera hacerlo.

     Buena prueba de ello nos la da la visita que hemos hecho al viejo cementerio del Convento franciscano de Caracas, ubicado en la esquina de San Francisco ocupada actualmente por el Templo del mismo nombre.

     Apellidos conocidos y de relieve en la Colonia. Nombres ilustres de elementos españoles de la época, se pueden advertir en las lápidas que cubren las bóvedas que han resistido el embate de los años. penetra el espíritu una especia de recogimiento mezclado con su poco de pavor el presenciar los sótanos del Templo de San Francisco. 

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

     Ataúdes ruinosos, esqueletos que solo esperan la caricia del viento para espolvorear su hueso centenario, viejas maderas que han probado su calidad, asombran las pupilas del explorador que ignorara la cercanía de paisaje tan grave y tan secular.

     Estrechos pasadizos conducen a los departamentos de los sótanos. Después de la amplia sacristía, caminando poco trecho estamos en ellos. El creyente que reza, el paseante que escampa a las puertas del templo, la muchacha que vino a cumplir la promesa, ninguno quizás sospechará que a pocos pasos suyos se levanta este pequeño cementerio secular, combatido por los años que han hecho mella en su vida de huesos y polvo.

     Los momentos pasados en la tétrica compañía nos han ensombrecido los rostros. Meditaciones, pensamientos, imaginación. Salimos al aire fresco de la calle y ante el paisaje pujante y vigoroso de la vida que ríe y vibra, lo otro parece un sueño”.

FUENTE CONSULTADA

  • Caminos, Alberto. El viejo cementerio de San Francisco. Elite. Caracas, 22 de noviembre de 1949; Páginas 44-45 y 60
Los antiguos patrones de Caracas

Los antiguos patrones de Caracas

Antes de su fundación, Caracas tenía sus santos patronos protectores, a los que la población ha recurrido en busca de ayuda en momentos de zozobras. En esta crónica, Arístides Rojas nos relata la extensa historia de los Santos de la ciudad.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

     “Caracas, así como las demás ciudades de la América española, tuvo también sus patronos y santos tutelares, y sus vírgenes milagrosas. Antes de ser fundada y desde que se pensó en conquistar la belicosa nación indígena de los Caracas, ya en la mente del conquistador Losada bullía, la idea de ofrecer una ermita a San Sebastián, si le libraba de las flechas envenenadas en la empresa que iba a cometer. Y así sucedió en efecto, pues en 1567 se fundó a Santiago de León de Caracas y se colocó la primera piedra de San Sebastián en el lugar que ocupa hoy la Santa Capilla.

     Pero al mismo tiempo que se levantaba esta ermita, se daba comienzo al templo que debía servir más tarde de Catedral, nombrado por patrón de la ciudad al Apóstol Santiago. ¿Y qué patrón más noble podía ambicionarse invocado siempre por el pueblo español, que le reconoció como mensajero de Dios en todos sus aprietos, conquistas y batallas? Desde las orillas del mar hasta las cimas nevadas, jamás santo alguno llego a alcanzar culto más grande ni proporcionó frutos más copiosos al hombre. La primera fiesta dedicada al patrón de Caracas fue celebrada el 25 de julio de 1568, poco antes de perder Losada la conquista adquirida.

     Los conquistadores continuaban con feliz éxito, y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta los primeros campos cultivados de la triste ciudad. Nueva ermita es entonces construida al Norte de la de San Sebastián, dedicada a San Mauricio, nombrado al efecto abogado de la langosta. Esta desaparece, pero el pajizo templo es a poco devorado por las llamas, logrando el patrón salvarse del incendio y encontrar refugio en la ermita de San Sebastián.

     Tras de Santiago, Sebastián y Mauricio, viene Pablo el Ermitaño, como abogado contra la peste de viruela que azota a Caracas en 1580. El Ayuntamiento de la ciudad dispone levantarle un templo, y antes de que este comenzara, se ordena que el nuevo patrón fuera festejado con fiesta anual en la Iglesia Mayor, con asistencia de los dos Cabildos. A pesar de esto las viruelas volvieron, y en el cementerio que se construyó contiguo a San Pablo fueron enterradas las numerosas víctimas. San Pablo ha dejado su puesta a Talía. Tras de San Pablo debía asomarse la primera Virgen de origen indiano: la Copacabana, de la cual hablaremos más adelante.

     No debía rematar el siglo décimo sexto sin que Caracas enriqueciera con un santo más la lista de sus patrones. Tristes y llorosos andaban los habitantes de la ciudad por los robos que en la costa hacían los piratas, cuando de repente las sementeras de trigo aparecen, en cierta mañana, cubiertas de gusanos que en pocas horas devoran las espiga y despojan a los árboles de sus hojas. Al verse arruinados aquellos pobres moradores, elevan sus oraciones a Dios, y le piden con lágrimas y promesas les salve de aquel ataque destructor. Reúnese el Ayuntamiento, y resuelve que, antes de abrirse la siguiente sesión, escuchen los pobladores una misa dedicada al Espíritu Santo, de quien esperaban les inspirase la manera de salir de tan comprometido trance. En efecto, el Ayuntamiento abre la sesión después de rezada la misa y dispone que se inscriban en tarjetas los nombres de cien santos, y que el favorecido por la suerte sea el patriarca y abogado de las sementeras de trigo. Sale el nombre de San Jorge, y el Ayuntamiento decreta al instante que la fiesta anual de este santo pertenezca exclusivamente a dicho Cuerpo, no pudiendo ingerirse en ella ni el Gobernador ni el prelado. Desde entonces San Jorge fue celebrado anualmente en la Capilla Metropolitana que lleva su nombre.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

     Al comenzar el siglo decimoséptimo aparecen en Caracas dos santos varones de mérito relevante: San Francisco de Asís y San Jacinto; y en 1636, la Virgen de la Concepción. Eran tres templos más, con sus comunidades que venían a aumentar el cortejo religioso de la ciudad de Losada. Y no contenta todavía la población con tres templos, levanta otro en 1656, que dedica a la Virgen de Altagracia, y recibe una Santa americana, Rosa de Lima, que se pone a la cabeza del primer instituto de educación que tenía la ciudad: el Seminario Tridentino, en 1673.

     En una ocasión, por los anos de 1636 a 1637, los agricultores de cacao vieron desaparecer sus arboledas, devoradas por un parásito llamado entonces candelilla, el cual destruía la corteza de los árboles. Deseosos los caraqueños de tener una patrona que protegiera las hermosas siembras del rico fruto en la costa y valles cercanos a la capital, fijan sus miradas en la Virgen de las Mercedes, a la cual levantan un templo en 1638 y le ofrecen una fiesta anual. Rumbosa era esta y con constancia celebrábase todos los años a la Virgen protectora del cacao, al mismo tiempo nombrada abogada de Caracas, y más tarde en 1766 abogada de los terremotos.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

     Al rematar aquel siglo, en 1696, Caracas es víctima de la fiebre amarilla, que llega a diezmar la población. En medio de la más triste orfandad, una inspiración se apodera de lo poco que había dejado la epidemia. Piensan en Rosalía de Palermo, a la cual llaman con súplicas y esperanzas. La santa acude a la llamada de los desgraciados, y estos le levantan un templo. Era una nueva patrona que venía a sentarse en 1a asamblea caraqueña, donde figuraban Santiago, Santa Ana, Mauricio, Pablo el Ermitaño, Jorge, Jacinto, Francisco, varias vírgenes y Rosa de Lima, que aceptaba la capital donde era venerada su compatriota, la Virgencita de Copacabana.

     Durante el siglo décimo octavo, una nueva Virgen, la del Carmelo, visita a Caracas en 1732 y se hace dedicar un convento. Casi en los mismos días, aparece en Caracas una Virgen más; la de la Pastora, que se hace construir un templo en los extremos de la capital, y en la misma época, al Norte de la Ciudad, se levanta el de la Santísima Trinidad rematado en 1783, después de cuarenta y dos años de trabajo. En 1759 llega San Lázaro a socorrer a los leprosos. Últimamente llegaron los neristas y capuchinos, en 1774 y 1783, para levantar dos templos más, a San Felipe y San Juan, y entrar en competencia religiosa con los franciscanos, dominicos, mercedarios, y la colonia isleña que había levantado a la Virgen de Candelaria un templo en 1708.

     Hasta la época del Obispo Diez Madroñero, 1757-1769, no se conocía en Caracas una patrona que llevase el nombre indígena de la capital. Ya veremos cuanto hizo el prelado al bautizar a esta con el nombre de Ciudad Mariana y ponerla bajo el patrocinio de Nuestra Señora Mariana de Caracas.

     Otra Virgen protectora debía surgir igualmente en esta época, la de las Mercedes que llegó a figurar como abogada de los terremotos. Y tanto fue el entusiasmo del Obispo por la creación de vírgenes protectoras de la ciudad, que llegó a pensar en Nuestra Señora de Venezuela, bautizando con este nombre la calle que esta entre la Metropolitana y la Obispalía, dando el nombre de Nuestra Señora Mariana de Caracas a la que corre de la Metropolitana a la Casa Amarilla.

     Pero el culto al cual se decidió el Obispo con todas sus fuerzas, fue el del rosario. No hubo durante su apostolado, semana en que no se rezara públicamente, ni casa de Caracas y de los vecinos campos, donde las familias no cumpliesen diariamente, a las tres de la tarde o a las siete de la noche, con aquel deseo y mandato del Obispo”.


FUENTE CONSULTADA

  • Rojas, Arístides. Crónicas de Caracas. Caracas: Ministerio de Educación Nacional, 1946. Colección Biblioteca Popular Nº 16.
La iglesia de Las Mercedes

La iglesia de Las Mercedes

Por José Manuel Castillo

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

     “El primer convento de religiosos mercedarios de Caracas (orden fundada en 1218 por Jaime I de Aragón, San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, para la redención de cautivos) fue instalado por licencia en 1638 en una hospedería que se hallaba en la actual parroquia San Juan, que entonces era un despoblado, en el camino a los valles de Aragua. Nuestra Señora de las Mercedes ha sido reconocida Virgen Redentora de cautivos, patrona de la mariana ciudad de Caracas, por el Cabildo de Venezuela en 1638. Se la invocó como patrona de la ciudad, en una célebre plaga de la ahorra del cacao, deliberando el Cabildo “que convenía tomar y elegir un Santo por abogado que interviniese por Dios N. S. en las plagas”. Desde esa época existía la llamada limosna o diezmo del cacao que todos los agricultores aportaban de sus cosechas, costumbre que ha caído en desuso.

     El terremoto de 1641 arruinó la hospedería y sobre las ruinas se quiso levantar una iglesia; obras que fueron interrumpidas por no tener las licencias, por orden del Ilmo. Sr. Don Fray Mauro de Tovar, Obispo. En 1642 se recibieron las licencias, pero no se empezó a construir el convento hasta en 1651, en un arrabal de la ciudad. En 1681 se trasladó el convento a la represa del Catuche, en la prolongación de la calle de San Sebastián. El 21 de octubre de 1766, la veleidosa naturaleza temblaba de nuevo a las 4 de la mañana, pero no pereció ningún habitante, lo que se atribuyó a especial protección de la Virgen, cuya imagen se encontraba de visita en la Catedral. 

     Esta imagen era la primitiva llamada “La Guaricha”. Después de las reparaciones en el templo, fue llevada a su iglesia y el Cabildo regaló una hermosa plancha o tarjeta de plata con labores doradas, estilo barroco, que se coloca todos los años a los pies de la Virgen en la fiesta conmemorativa. Desde 1766 la Virgen de las Mercedes es reconocida además Patrona de los terremotos. Antes de 1812, el templo era el mejor de Caracas y el edificio era llamado “Casa Grande”. Constaba de tres naves y diez altares. Por esa época Don Andrés Bello visitaba con frecuencia el convento donde hizo sus estudios de humanidades con las lecciones de Fray Cristóbal de Quesada. Sabido es que su tío materno Don Ambrosio López era mercedario.

     El terremoto de 1812 produjo la muerte de la mayor parte de los frailes. Las ruinas persistieron hasta que se demolieron completamente y desde entonces se separaron la iglesia, la residencia y los jardines. La reconstrucción del templo se debe a los esfuerzos del Pbro. Jacinto Madelaine que no tuvo la dicha de ver terminada su obra, pues murió en 1856 y el edificio fue abierto al público en marzo de 1857. El padre Madelaine fue enterrado a los pies del altar de la Virgen.

     Otras obras se realizaron por disposición del 21 de setiembre de 1883, del general Antonio Guzmán Blanco, según planos del arquitecto señor Juan Hurtado Manrique. En dicha disposición se ordenaba la compra de sillas, ternos, araña de 24 luces, de un órgano, del altar mayor y de otras imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y de Jesús Crucificado.

     El general Joaquín Crespo también dispuso que un altar que se había traído de París fuese destinado a la Catedral y el que había en ésta, se instalase en Las Mercedes. El que había en esta última fue llevado a la iglesia del Corazón de Jesús. Las torres fueron construidas en 1886. En cuanto a la primera imagen, leemos en Arístides Rojas que “aguijoneados los caraqueños por la vanidad, se cansaron de la antigua imagen y resolvieron adquirir una escultura cuyo modelo fuese caraqueño, estimando que ninguna imagen traída del extranjero debería ser reverenciada, sino otra fabricada en el suelo patrio. Fue entonces cuando se colocó la imagen llamada “La Grande” y la primitiva confiada a la señora Mercedes Toro de Jugo Ramírez. El altar de estilo bizantino constaba de cuatro columnas y las cuatro virtudes teologales. En 1891 se autorizó a los PP. Capuchinos su entrada en Venezuela para la civilización de los indios de la Goajira y Guayana. Vinieron a iniciativa del Iltmo. Sr. Uzcátegui y les fue cedido el rectorado de la iglesia. En 1895 se les cedía la iglesia misma con sus dependencias, siendo superior el R. P Francisco de Amorabieta.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

     En 1898 Caracas sufrió una intensa epidemia de viruela y los Capuchinos dieron una muestra más de su constante celo, mereciendo que el Gobernador les diese un solemne voto de gracias, así como a las Hermanas de San José de Tarbes, por la asistencia personal eficaz y graciosa cooperación prestada al Gobierno. En 1893 y 1898 se ejecutaron diversas reformas y se aumentó la colección de imágenes con otras traídas de Barcelona de España: San José, regalo del doctor Rojas Paúl; el Nazareno con su Cruz, bellísima escultura regalada por doña Manuela Gorrondona de Power; Santa Teresa de Jesús, regalo de la señora Pilar de Sabater; San Lorenzo de Brindisi, donación de la familia Cabrera.

     En 1899 se hicieron mejoras en el interior y el decorado fue ejecutado bajo la dirección del señor Corrado.

     La construcción de la gruta de la Virgen de Lourdes fue decidida en 1898 por el R. P. Baltasar de Lodares, Superior de la Residencia. Fue construida por Pedro Barnola, maestro de obras y Terciario franciscano, bendecida el 30 de octubre de 1898, ensanchada en 1900 por cesión del terreno que hizo el Concejo Municipal. La verja exterior fue armada en 1900.

     En 1909 se restauró la fachada. El pintor Agüin fue el autor del cuadro de grandes dimensiones representando el Tránsito de N. S. P. San Francisco que se encontraba en el presbiterio. Una nueva imagen de las Mercedes fue colocada, regalo del doctor Márquez Bustillos. La actual fachada es de estilo Renacimiento, con 8 columnas dóricas, un escudo de la Merced en el tímpano y dos torres estilo corintio.

     Hay un cuadro del “Sermón de la Montaña” ejecutado por Antonio José Carranza; otro sin terminar, “El Misterio de la Anunciación”, por Mauri; otro de “La Huída a Egipto”. Otros cuadros representan a San Ignacio, San Francisco de Paula, la Magdalena, Santo Domingo de Guzmán. El órgano fue traído de Francia, regalado por la señora Rosaura de Santana, y fue consagrado el 17 de septiembre de 1914 por el Obispo del Zulia doctor Arturo Celestino Álvarez.

     En el templo han sido sepultados, además del R. P. Madeleine, en 1872 Don José Rafael Revenga y otras personas de su familia, Don Gerardo Monagas, hijo del general José Gregorio Monagas, el general Francisco Conde, el General José María Otero Padilla. En las torres hay cuatro campanas de 1754 y 1799 del primitivo convento y dos modernas. En la biblioteca de los Padres se cuentan más de 4.000 volúmenes y un hermoso museo de Historia Natural. En esta iglesia se han verificado siempre grandes solemnidades, una de las más señaladas es la de la Virgen del Valle. Los PP. Capuchinos fundaron la V. O. T en 1894. También tuvo lugar en esta iglesia el primer homenaje en Caracas a Santa Teresita del Niño Jesús el 30 de septiembre de 1925. La estatua en la parte superior del frontis es de singular belleza. LA iglesia está actualmente vacía por reformas completas del interior”.

Historia de la iglesia de San Francisco

Historia de la iglesia de San Francisco

Su nombre real es «Iglesia de la Inmaculada Concepción», pero por el hecho de haber estado ahí los Sacerdotes Franciscanos, se le ha llamado desde hace varios siglos “Iglesia de San Francisco”, dando nombre incluso a la esquina en donde se encuentra ubicada, en la avenida Universidad, en el casco central de Caracas. En 1956, esta edificación fue declarada Monumento Nacional.

Por José Manuel Castillo

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

     “Por documento existente en la antigua Contaduría Matriz de Caracas, se sabe que los frailes franciscanos llegaron a esta ciudad en julio de 1577, con orden expresa del rey Felipe II, de fundar un Convento cuya construcción costearía el real Erario.

     También existe una referencia próxima de la fundación del Templo de la inmaculada y convento de San Francisco, hecha por el 1583, en la que el entonces gobernador, Don Juan de Pimentel, decía: “En esta Ciudad de Santiago de León, hay un Monasterio de San Francisco de tapias (no durables), comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal, que vino de Santo Domingo con otros frailes, tres años al dicho efecto, en cuya fundación hallóle Fray Francisco de Arta, Comisario que por orden de Su Majestad vino con siete religiosos, y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”.

     El de San Francisco fue el segundo convento fundado en Caracas; y al templo construido junto a él, se le dio por nombre, la Inmaculada Concepción.  

     De manera pues, que la auténtica denominación del hoy llamado templo de San Francisco es el de la “Inmaculada Concepción”, por ser esta, el Titular con que fue erigida dicha iglesia, prueba palpable de ello es, que la imagen matriz del Retablo Mayor, es de la Inmaculada; y de las tres estatuas que exornan la fachada, es la misma virgen, la que ocupa la repisa central.

     Fue una de esas transformaciones impensadas, tan propias de la índole venezolana, que se dio en llamar templo de San Francisco a dicha iglesia, por haberla fundado y servirla, los frailes franciscanos, hecho este, que bastaba por sí solo para darle ese apelativo. Mas como la costumbre se hace ley, usaremos la conocida y ya insustituible denominación, para la que fuera en su erección iglesia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

     Para 1595, era conocido el templo y el convento de San Francisco, que llevaba el título de Máximo, pues llegó a albergar en su recinto, hasta ochenta religiosos. De este, como de los varios conventos que fundaron los Franciscanos en la Provincia de Venezuela, salían los frailes llamados “doctrineros”, encargados de catequizar a los indios.

     Buena parte de los gastos de la fábrica del templo y convento los sufragó la Orden Tercera de San Francisco, Hermandad fundada allí en 1648. Esa Hermandad hizo construir en el testero del templo, una recia bóveda subterránea con nichos en la pared, para enterrar allí a los difuntos miembros de dicha Orden.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

     Del antiguo convento franciscano, se conserva hoy, entre otros, un libro manuscrito existente en la Biblioteca Nacional, que lleva el siguiente encabezamiento “Becerro o Protocolo de las Memorias que sirve este Convento Grande de la Sma. Concepción de Nuestra Señora de esta Ciudad de Caracas, mandado hacer el año de 1773; hojado, formado y escrito, por Fray Manuel de Jesús Nazareno, religioso lego. . .”

     El protocolo, Becerro o Libro de Memorias, era uno de los varios Libros que se llevaban en los Conventos y en el que asentaban las dádivas y contribuciones de sus fieles para dotar las Capillas de las Iglesias; patrocinar el culto de una nueva advocación y en general para los menesteres del templo. Dichas memorias contienen también las disposiciones testamentarias de los fieles pudientes que dotaban alguna obra piadosa, o fundaban misas perpetuas o conmemoraciones religiosas anuales.

     Las tres estatuas de mármol que exornan aun la fachada de San Francisco, datan de 1655 y fueron donadas al templo por el castellano Don Juan de Agudelo.

     Dichos mármoles corresponden a la Inmaculada, Titular de la iglesia; a San Juan Bautista, santo del nombre del donante; y a San Francisco, patrón de la referida fundación. Diversos hechos históricos han ocurrido en el templo y convento de San Francisco, conservándose de ellos, preciadas reliquias o gloriosos recuerdos. . . 

     En las bóvedas del templo, reposan entre los otros notables de la época, los restos del penúltimo Gobernador y Capitán General de la Madre Patria en Venezuela, Don Manuel de Guevara y Vasconcellos, allí depositados en 1806.

     Se conservan también un pedazo de madera, de la Cruz que el Maestro Nazareno llevó sobre sus hombros; y la secular y venerada imagen de la Soledad, cuyos perfiles delicados, despiertan la mística unción de los creyentes, propiciando la educción ingenua de las férvidas plegarias.

     La comunidad franciscana que además del convento, hacía el servicio del templo, se disolvió en 1893, fecha en que un drástico decreto ejecutivo, hizo cerrar las puertas del Convento. Erigióse entonces el templo en Iglesia Secular, quedando al cuidado de un fraile llamado Carlos de Arrambide, quien estuvo en ella hasta 1882, fecha de su muerte. Entonces, pasó a manos del recordado Padre Calixto, quien con ayuda del gobierno hizo la refacción del local, cambiando el primitivo piso de ladrillos por un embaldosado de mármol. Se abrieron dos puertas laterales en el hastial, ya que n o tenía sino una desde su fundación.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

     Después de salidos los frailes del Convento Franciscano, fue instalado en su amplio recinto el célebre Colegio Independencia, fundado por don Feliciano Montenegro Colón, insigne educador venezolano, quien al igual que José Ignacio Paz Castillo, Juan José Mendoza, Agustín Aveledo, Juan Vicente González y muchos otros, contribuyeron eficazmente al desarrollo cultural de Venezuela.

     Más adelante tuvo asiento allí mismo, el Palacio de Justicia, que fue luego trasladado al edificio que hoy ocupa.

     También, durante algún tiempo, el Congreso Nacional, celebró sus sesiones en el local del antiguo Convento Franciscano, hasta que en 1856 separado el Seminario Tridentino de la Real y Pontificia Universidad, creada por real cédula en 1775, pasó ésta a funcionar en los claustros de San Francisco.

     A medida que se normalizó la vida ciudadana, el incremento cultural fue mayor en Venezuela, creándose nuevas cátedras en la Universidad y fundándose Planteles Privados y Nacionales, para atender a los requerimientos educacionales del país. Si no existieran múltiples motivos, solo por el hecho de habérsele otorgado el glorioso título de Libertador a Simón Bolívar, merecería la iglesia de San Francisco, ser tenida como preciosa reliquia histórica.

     En aquel ámbito, donde hasta entonces solo se habían escuchado los acordes de los cánticos piadosos o el rumor de las fervientes oraciones, resonó con claridad desconocida la diana augusta de la Libertad, para anunciar al mundo, la coronación del Hijo Predilecto de la Gloria, Bolívar.

     Ese 14 de octubre de 1813, la Municipalidad caraqueña, presidida por el doctor Cristóbal Mendoza, y en representación del pueblo venezolano, aclamaba a Bolívar, Libertador.

     En aquella ocasión tan singular dijo Bolívar entre otras cosas: . . . “Me aclamáis Capitán General de todos los Ejércitos y Libertador de Venezuela, título más glorioso y satisfactorio para mí, que el cetro de todos los imperios de la tierra. . .” Y luego, en un bello gesto de generosidad y justicia, Bolívar instituyó la “ORDEN DE LOS LIBERTADORES” y condecoró los pechos valientes de Rafael Urdaneta, José Félix Rivas, Vicente Campo Elías, Luciano D’Elhuyar y otros soldados patriotas. . . Así retribuía el Pueblo, los servicios abnegados de sus hijos heroicos y de su Libertador.

     Al año siguiente, el 2 de enero, ese mismo Bolívar a quien el pueblo había aclamado por Libertador, iba de nuevo al recinto Franciscano a hacer la más genuina instauración de principios democráticos, pues siendo Jefe Supremo, daba cuenta del uso de poderes y del grande título con que la Soberanía Popular lo había investido.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

     En esta nueva y memorable ocasión, el corazón del Padre se volcó en pleno en el corazón de su Pueblo, para instarle a escoger sus propios gobernantes; a elegir y disponer soberanamente su propio camino. . . Por eso, las palabras pronunciadas entonces por Bolívar, son un saludable consejo paterno que enrumba y despeja caminos y una sabia admonición para pueblo y gobernantes. . .  “Yo no soy, decía, el Soberano; vuestros representantes deben hacer vuestras Leyes. . . La Hacienda Nacional no es de quien os gobierna. . . Los depositarios de vuestros intereses deben mostraros el uso que han hecho de ellos. . .” Lección de perenne actualidad histórica y social, encierran estas palabras del Libertador.

      Después de los Informes y Cuentas rendidos por conducto de sus ministros, Bolívar rehusó aceptar el oneroso título de Dictador, pues al asumir el mando en calidad de tal, debería cuidar con más esmero de no menguar su primero y glorioso título. Por ello, esa era la más dura prueba de lealtad que exigía el Pueblo a su Libertador, quien, guiado siempre por el más sincero desinterés y el más alto ideal de libertad, supo ser buen Dictador, sin desmedro de su gloria. Fue así, como a través de las más críticas situaciones, nunca abusó en perjuicio ajeno de la patria, del poder omnímodo que se le había otorgado.

     Muerto el Padre Calixto, que fue el último Capellán de San Francisco, pasó el usufructo de dicho templo a manos de los Padre Jesuitas.

     De medio siglo para acá, pocos han sido los hechos dignos de mención histórica, que han ocurrido en San Francisco, contándose con digno relieve la pomposa conmemoración del centenario de la traída de los restos del libertador, efectuada en 1942, bajo la presidencia del general Isaías Medina Angarita.

      Acerca del interés histórico de las lápidas y objetos que se encuentran en las bóvedas de San Francisco; poco es en verdad lo que podemos decir, por no encontrarse en dicho templo, el catálogo de los personajes allí enterrados, que hizo el padre Calixto González; y los Libros de Gobierno de dicha iglesia y del extinguido Convento Franciscano que probablemente reposan en el archivo de la Metropolitana o de la Curia, según nos dio a entender el reverendo padre Pedro Pablo Barnola hace dos años, cuando fuimos en busca de datos para la presente crónica”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castillo, José, Manuel. “San Francisco”. En: El Nacional. Caracas, 10 de septiembre de 1949; última página
La casa de Humboldt en Caracas

La casa de Humboldt en Caracas

Ubicada frente al Panteón Nacional, en la calle oeste 9, avenida Norte, número 91, en ella vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800. El historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño, Arístides Rojas (1826-1894), publicó a finales del siglo XIX un interesante trabajo sobre esta histórica casa, el cual transcribimos a continuación.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

     “¡HUMBOLDT, siempre Humboldt! . . . He aquí el tema espontáneo, fecundo, inagotable que inspira nuestra pluma por una vez más. ¿Qué tiene este nombre siempre propicio, siempre elocuente en toda ocasión en que la memoria lo evoca para dedicarle algunas líneas? Para nosotros, venezolanos, Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Hay algo más todavía que os hace fraternal su memoria: es la historia de la familia, porque cuando ésta ha vivido aislada, sin contacto con el mundo social, con el arte, con la ciencia; cuando ella no ha tenido por compañeros sino su cielo, sus montañas y sus ríos, su naturaleza virgen, ansiosa de encontrar el hombre que descifrara sus grandes enigmas o del artista que interpretara sus variados panoramas, entonces es cuando la visita del primer huésped ilustre deja en la atmósfera del hogar un recuerdo inefable que se transmite de padres a hijos.

     Un día, en aquellos en que el comercio del mundo estaba cerrado a nuestras costas, en que la presencia del hombre europeo era un acontecimiento para nuestros pueblos, en aquellos en que vivíamos sin prensa, sin comunicaciones que nos enseñaran el progreso del mundo, aislados, silenciosos, viviendo como una caravana del desierto, sin más testigos que la naturaleza, pisó Humboldt nuestras playas. Llegaba vestido de pasaportes reales y armado, no con la espada del mandarín, espíritu pasivo, en cuya conciencia obraban, en aquella época, más las órdenes escritas que las necesidades de los pueblos, sino con los instrumentos de la ciencia, de la benevolencia del sabio, de la justicia del espíritu cultivado, del amor a la humanidad. Llegaba como el legítimo intérprete de una naturaleza fecunda que hasta entonces ningún viajero había explorado.

     A su encuentro le salió el rústico labriego y presentóle, bajo la techumbre de sus cocales de oriente, leche de su rebaños, que el viajero bebió en jícaras indianas; y el misionero, patriarca de las selvas, les ofreció, en seguida, bajo las verdes enramadas del monasterio, la fruta sabrosa de la fértil zona; en tanto que el viejo hidalgo, con la caballerosidad de sus progenitores, espontánea, franca, dadivosa, sin desmentir la nobleza de su raza, descubierta la cabeza, tendióle la mano amiga y le introdujo en el salón de la familia venezolana, en la cual la gracia sobrepuja la cultura del espíritu, e impera el corazón sobre la inteligencia. Humboldt quedó, desde entonces, instalado. Todo le pertenecía; el cariño de la familia, la admiración de los pueblos, el agasajo de las autoridades españolas: le pertenecían también la naturaleza, cielo y tierra que le habían aguardado durante siglos. Desde entonces, data la veneración que se conserva como un talismán en la historia de nuestro hogar. Fue su voz, voz de aliento; en sus obras nos dejó enseñanza provechosa; con su amistad, honra; gratitud en sus recuerdos, siempre rejuvenecidos, aun en sus días de ocaso. Ni la infidelidad ni la inconstancia, ni el olvido en toda ocasión en que se ocupó de Venezuela, porque al estampar en sus inmortales cuadros el nombre de ésta, fue siempre para honrarla, pagando así tributo de justicia y de admiración al primer pueblo que visitó y cuya imagen fue inseparable de su memoria. He aquí porqué le amamos.

     Hace ya setenta y siete años que Humboldt visitó a Caracas. Esta ciudad era la segunda del continente que conocía, pues antes había estado en la de Cumaná. En otro escrito (Recuerdos de Humboldt) hemos dicho que el corazón del joven explorador se llenó de sombría tristeza al atravesar las calles silenciosas de la Caracas de 1800; pero que aquella impresión se desvaneció cuando dejando la casa del conde de Tovar, donde estuvo por algunos instantes, se instaló en la que le había conseguido el capitán general Vasconcelos, en la plaza de la Trinidad.

     En el ángulo donde la calle Oeste 9 corta la avenida Norte, frente al Panteón Nacional, hay unos escombros que sirven de azotea a la vecina casa número 91 de la avenida Norte. La antigua puerta, que hoy es el número 1 de la calle Oeste 9, está tapiada hasta la mitad, pero se conserva el friso de vetusta arquitectura. Las ventanas han desaparecido en ambos lados de las ruinas, y solo muros de piedras, ennegrecidos por el tiempo y cubiertos de paja, indican las antiguas paredes de un edificio. Las salas están al aire libre, y en el suelo de ellas se levantan bosquecillos libres de arbustos conocidos que se han desarrollado al acaso, o sembrados quizá por mano amiga. Algodoneros cubiertos de rosas de oro, granados con flores color de escarlata, papayos y cañas de bello porte levantan sus copas y se mezclan con otros arbustos, mientras que, en la parte terrosa de los muros, gramíneas y tillandsias crecen entre las grietas abiertas por la acción del tiempo. Todo ese conjunto forma un gracioso paisaje cuyos únicos habitantes son, el pájaro viajero, que todas las mañanas desciende de la vecina montaña, el insecto nómade que liba la miel de las flores, el lagarto que fabrica su cueva al pie de los muros. ¡Sabia naturaleza! se desarrolla, espontánea, sobre las ruinas de las ciudades, sobre los despojos humanos, sin cuidarse de la historia, que es obra de un día; pero que le deja osarios, abono preparado por el arte para nutrición de los nuevos seres que aquella tiene en ciernes.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Lo que ella necesita es un terrón de tierra donde depositar el germen fructífero, una rama donde pueda el ave fabricar su nido, una grieta segura donde el ofidiano guarde sus huevos, una hoja donde pueda la crisálida aguardar la hora de la emancipación.

     Para el viandante que pasa todos los días por estos escombros ellos no tienen significación alguna: son una de las tantas casas en ruinas, recuerdos de la catástrofe de 1812. Pero para el hombre que conoce los pormenores de la estadía de Humboldt en Caracas, aquellos representan una época, un nombre preclaro, porque hace setenta y siete años que en esta casa hubo una constante recepción, porque en ella moró durante dos meses, el hombre más extraordinario del siglo, Alejandro de Humboldt.

     ¡Cuántos sucesos verificados en Caracas, después que la visitó Humboldt en 1800! A los seis años bajó al sepulcro Vasconcelos, el amigo oficial del sabio, el cual honró a España honrando al recomendado por el monarca castellano. Dos años más tarde, comienza a prender la chispa revolucionaria que produjo el incendio de 1810. En 1812, viene al suelo la ciudad de Losada, y un montón de ruinas la convierte en osario. Cayeron los principales templos, entre estos, el que estaba frente a la casa de Humboldt, no quedando sino las paredes, la columna que sostebía las armas de España y también la horca que estaba en la plaza. Todo fue desolación en torno a la casa del sabio: sepultadas quedaropn las tropas en el cuartel de San Carlos, en la calle Oeste 9, y las que estaban al sur de la misma casa en el parque de artillería. La ciudad de 1800 había desaparecido casi en su totalidad.

     Sesenta y cinco años han corrido, y ya Caracas esta otra vez en pie; pero la casa de Humboldt permanece aun en ruinas. Estas recuerdan no solo días de llanto y de tribulación, sino también la historia de nuestras guerras, la acción del tiempo sobre la naturaleza, el cambio de nuestra civilización, el renacimiento de la antigua ciudad, la mano benefactora del hombre. No es la Caracas de 1877 la Caracas de 1800. Todo ha cambiado. 

     El Ávila ha visto desaparecer sus bosques y agotar sus aguas. Talado fue el bosquecillo que a espaldas de la casa de Humboldt , sirvió a éste en sus horas de meditación, y de los viejos árboles del Catuche, solo se conserva el Samán del Buen Pastor. La famosa calle de cinco leguas que, desde la casa de Humboldt, unía a Caracas con el mar, según el parte del gobernador Osorio al monarca de España en 1595, esta destruída, conservando aun sus desagües y algunos pedazos. Obra admirable fue esta calle sólidamente empedrada, que conducida al través de una cordillera, ha resistido a la acción del tiempo. El Castillejo de la Cruz, al comenzar la subida a La Guaira, está aun en ruinas y en ruinas las fortalezas del camino que dejaron pasar, en su retirada, a los filibusteros de Preston en 1595. La antigua torre de 1800, fue rebajada en 1812. El Convento de San Francisco, donde reposan los restos de Vasconcelos fue convertido en universidad y museo, y en mercado público, el de San Jacinto.

     Desaparecieron los antiguos monasterios de monjas y fueron substituidos por edificios modernos, ornato de la ciudad. El Templo de la Trinidad se ha transformado en Panteón Nacional, y al osario de 1812, descubierto durante muchos años, sucedió el osario histórico, oculto bajo el pavimento.

     Allá, al noreste están las ruinas de San Lázaro, donde Humboldt fue obsequiado en repetidas ocasiones. Con el pretexto de fundar un lazareto, levantaron los españoles un palacio, que a veces fue lugar de orgías; pero el tiempo que es el reparador de todas las faltas, ha dejado en escombros al Lazareto del deleite, mientras Antonio Guzmán Blanco ha levantado al pie de las ennegrecidas ruinas el Lazareto de los desamparados. La escabrosa colina del Calvario, lugar histórico donde defendieron con heroico valor su nacionalidad Terepaima, Caricuao, Conocoima y demás tenientes de Guaicaipuro, contra el invasor castellano, se ha convertido en jardines, con juegos de agua surtidos por el río Macarao, nombre de aquel cacique que en este mismo lugar detuvo las huestes de Losada; y sobre la roca solitaria donde Paramaconi desafió al jefe de sus contrarios a un combate personal, se levanta hoy la estatua de Guzmán Blanco. Ya todos los templos derribados por el terremoto de 1812 están reconstruidos, salvadas las antiguas zanjas de la ciudad por nuevos puentes, reedificadas las casas, abiertos los caminos. Talado fue el cedro de Fajardo, a orilla del Guaire, visitado por Humboldt; pero aun existen los cipreses seculares de la vecina Basilica de Santa Teresa. Refieren que cuando Humboldt salía de Caracas, le preguntaron sus amigos, cuándo regresaría: y que el gran sabio contestó, con calma: “Cuando esté cocluido el templo de San Felipe”. Hace pocos meses que fue concluida esta obra y ya Humboldt tiene diez y siete años en el sepulcro. Así pasa el tiempo, que resuelve todos los enigmas.

     Al pie del Pavila yacen los huesos de dos generaciones, y donde sucumbieron los patriotas al hacha sanguinaria en las noches pavorosas de 1814 a 1817, se levantan cruces y obeliscos circundados de árboles. De los amigos de Humboldt, todos desaparecieon unos en el campo de batalla, otros en el ostracismo, otros en la miseria, y solo uno se ha conservado en la historia: Bolívar y que está de pie en el Panteón, y a caballo en la plaza donde fue levantada sobre una picota la ensangrentada cabeza del vencedor de Niquitao.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

     Como hemos dicho, desde la plaza del Panteón hasta La Guaira construyeron los castellanos en 1595 una calle de cinco leguas. Esta entrada a la ciudad fue la única que quedó después del terremoto de 1812, por hallarse toda la parte alta de la población reducida a escombros hacinados. Las ruindas de la casa de Humboldt fueron por lo tanto testigos de cuanto por ella pasó y ha pasado durante setenta y cinco años. Por esos escombros pasó Bolívar después de su derrota en 1812; y por ellos pasaron también Miranda y Bolívar, cuando en la misma época salieron fugitivos. Por esos escombros pasó Morillo en 1815 y pasaron Morales, Moxó, Cagigal. Por esas ruinas pasó Bolívar en 1821, cuando llevaba en mientes la libertad del continente, y por esas ruinas salía en 1827, después de haber realizado su obra inmortal. Le aguardaban los sucesos de 1828 y 1829 y el ostracismo de 1830. Pero le estaba reservada que por las mismas ruinas pasarían sus restos doce años más tarde, conducidos en hombros de sus compañeros y veteranos de qjuince años de infortunio y de gloria.

     Fue una tarde, 16 de diciembre de 1842. Los últimos rayos del sol en occidente se reflejaban sobre la Silla del Ávila cuando el tañido de todas las campañas anunció a la ciudad que los restos del Grande Hombre entraban al suelo natal. 

     Miles de almas llenaban las avenidas Sur y Norte, la plaza del Panteón y la prolongada calle que se extiende hasta el Templo de La Pastora. Banderas, oriflamas, pendones enlutados, trofeos de guerra, pebeteros, se levantaban en toda la carrera por donde debía pasar el fúnebre cortejo. Aquella población flotante iba y venía como dominada por un sentimiento extraño: pero cuando el cañón anunció a la población que los despojos del Libertador habían pasado la antigua puerta de la ciudad, lágrimas silenciosas brotaron de todos los ojos, y en actitud imponente todas las cabezas se inclinaron a proporción que pasaban los restos mortales del mártir de Santa Marta.

     Un arco colosal, frente a las ruinas de Humbodt, teniendo los nombres de cien batallas y de los compañeros de Bolívar, dominaba la carrera de la procesión que iba a efectuarse en el siguiente día. Más atrás del arco se destacaban las ruinas del Templo de la Trinidad, que para aquel entonces estaban pobladas de arbustos y de huesos, restos de las víctimas de 1812. Bolívar debía esta noche reposar enfrente de la casa de Humboldt, en una modesta ermita que servía de templo hacía algunos años. Cuando desapareció el sol ya el libertador estaba en su capilla ardiente, acompañado de sus veteranos. ¿Quién podría describir las impresiones de aquella noche transitoria, precursora de un gran día, y ese estado del alma, en que el sueño huye, porque el corazón presiente?. . . Al amanecer del 17, los primeros rayos del sol fueron saludados por el toque de los clarines, por la música marcial y la población en las calles, en las ventanas, en los escombros, en las azoteas, vio desfilar y acompañó a Bolívar muerto.

     Treinta y cuatro años han pasado, y Bolívar, después de haber permanecido durante este lapso de tiempo en la tumba de sus antepasa, ha vuelto de nuevo, 28 de octubre de 1876, al sitio donde reposó en la noche del 16 de diciembre de 1842. Ha vuelto, no a la capilla mortuoria que ha desaparecido, sino al Panteón Nacional que ha substituido al antiguo Templo de La Trinidad. En este recinto todos los muertos están ocultos, solo Bolívar está visible presidiendo este osario histórico donde reposan sus compañeros de gloria.

     En tanto la casa de Humboldt permanece en escombros, y las especias vegetales y animales se suceden, cambiándose el paisaje.

     Esas ruinas ¿qué aguardan?. . .  ¿Quién abrirá esa puerta por donde entró Alejandro de Humboldt? ¿Quién renovará la tierra de esas paredes, tostadas por el tiempo? ¿Quién techará esas salas donde estuvo la generación de 1800? ¿Cuántos sucesos importantes se sucederán antes que ellas vuelvan a lo que fueron? Aguardemos; entre tanto el pájaro viajero continúa sus visitas matutinas buscando los granados floridos, el lagarto está en sus grietas calentando sus huevecillos y la crisálida, en su hoja, aguardando la hora de la emancipación.

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