Pisarello: Una tormenta de entusiasmo

Pisarello: Una tormenta de entusiasmo

El periodista deportivo argentino Luis Plácido Pisarello (1891-1970) fue el primero que narró una carrera de caballos en la TV venezolana.

El periodista deportivo argentino Luis Plácido Pisarello (1891-1970) fue el primero que narró una carrera de caballos en la TV venezolana.

     “Pisarello fue el primer simsombrerista que hubo en Caracas. Además, fue el primer ser humano que vi por estas calles andando con una rapidez casi de rayo, que hacía contraste con el lento andar de los habitantes de esta simpática urbe en la cual se sabe bien que toda prisa trae su despacio. Pero ahora no se notan tanto esos pasos de ráfaga de Pisarello por la sencilla razón de que ya son muchas las personas que andan rápidamente como él, por haber adquirido ese hábito, impuesto por las urgencias de la diaria faena.

     Pisarello es más conocido en Caracas que muchos venezolanos. Durante varios años su voz se metía en todas partes en los perifoneos de las carreras de caballos. Fue uno de los primeros locutores de radio y TV. De uno al otro lado de la ciudad se escuchaban sus modismos argentinos que le brotan inconscientemente, pero le dan tal fuerza a la descripción, que, bajándole el volumen al receptor porque su voz es demasiado llena y vigorosa, miles de personas lo escuchaban con ansiedad. Ahora solamente hace sus charlas hípicas por la Radio Caracas, y los apasionados de las carreras lo sintonizan porque, como veterano cronista deportivo, tiene un puesto bien ganado por aciertos que todos le reconocen.

     Pero la actividad que más le apasiona es indudablemente el teatro, pero el teatro en su forma esencialmente productiva. Tiene magnífica nariz para husmear los buenos negocios teatrales, para enumerarme los cuales le han faltado los dedos y le ha sido preciso recorrer los de sus manos varias veces. Claudio Arrau, Freiedman Ignaz, Sanz de la Maza, Andrés Segovia, Arturo Rubinstein, Lydia de Rivera, los Fakires Blancos, Eusebia Cosme, los Perros Comediantes, Graciela Ramírez, Hugo del Carril, Carlos Gardel, los Niños Cantores de Viena, los Niños de la Cruz de Madera, el American Ballet, la Argentinita, el Cuarteto Aguilar, Nicanor Zabaleta, Jehudi Menuhin, Odnopossoff, Efren Zimbalist, Lio Chang, los Cosacos del Don, Elman Misha, Jasha Heifetz, Spaventa, Slerying Henryk, Grace Moore, Paulina Singerman, Cuarteto Lenner, Cuban Lecuona Boys, Leopoldo Otero, Los Bufos Cubanos, Josefina Diez, Manolo Collado, Fernando Soler, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, hermanos López Alpuente, y varias compañías de ópera, han sido espectáculos traídos al país por este empresario, que las más de las veces ha ganado dinero, sabedor como es, por experiencia ajena y propia, de que lo que perjudica a los hombres son “las malas compañías”.

–¿Qué es lo más extraordinario que te ha ocurrido? –le pregunté.

–Lo más extraordinario fue mi viaje a Europa por prescripción médica. El doctor Cervoni me aconsejó ir para expulsar unas piedras renales y por poco dejo el pellejo, porque en momentos en que me hallaba en San Sebastián sobrevino la guerra civil española y todos los días el “Cervera” y el “España” nos enviaban un desayuno y una merienda de plomo de quinientas libras.

–¿Y tú mayor satisfacción?

En 1925 llegó a Venezuela y dos años más tarde narró, a través de la primera estación radial que existió en el país, AYRE, las simpáticas carreras de perros que tanto entusiasmo despertaron en Caracas.

En 1925 llegó a Venezuela y dos años más tarde narró, a través de la primera estación radial que existió en el país, AYRE, las simpáticas carreras de perros que tanto entusiasmo despertaron en Caracas.

–He tenido muchas, pero como argentino, creo que la más notable es la de haber traído al país dos caballos pura sangre, hace diez años, en un viaje que hice después de una larga ausencia de mi patria. En esa época aquí no se estimaban los equinos de mi país, considerándolos unos completos chongos. Los dos caballos que traje tuvieron un éxito tal que ahora son argentinos la mayoría de los que corren en el hipódromo caraqueño.

–¿Y tú susto más grande?

–¿Mi susto más grande? Me ocurrió cuando traje los Niños Cantores de Viena, con los cuales hice una ceremonia ante la estatua de Bolívar, en colaboración con los Boy Scouts. Se reunió tanta gente que me dio miedo porque hacía pocos días habían ocurrido los sucesos del 14 de febrero [de 1936], en los cuales resultaron varios muertos por los tiros disparados sobre una multitud mucho menos numerosa desde los balcones de la Gobernación.

–¿Y algo cómico de la época de la niñez?

–Siendo Monseñor Mariano Antonio Espinoza, Cura párroco de Santa Lucía en Buenos Aires, en una repartición de premios me habían dado el papel de Cura en la representación teatral acostumbrada. La sotana me quedaba tan grande, que, al caminar, la pisé y dando un traspiés, por poco quedó tendido en el suelo, lo cual me dio tanta rabia que apelé, para desahogarme, a la sublime interjección de España y aflojé un perfectísimo vizcaíno ante quien, años más tarde, habría de ser arzobispo de Buenos Aires.

–¿Y tú debut en el periodismo?

–Ocurrió cuando yo tenía diez y seis años en “La Argentina”, el primer periódico de cinco centavos que hubo en Buenos Aires, y el cual estaba dedicado únicamente a deporte y sucesos, y era dirigido por los hermanos Mulhall, los mismos propietarios del diario inglés “The Standard”, que es el más antiguo periódico bonaerense en idioma extranjero. Recuerdo que me pagaron cinco pesos por mi primera crónica sobre fútbol. Poco tiempo después fui nombrado redactor permanente por $60 mensuales. Era la época del fútbol sabanero, en que además de cronista, se debería ser boxeador, porque los fanáticos no perdonaban lo que se publicaba sobre sus ídolos. Pero los mayores disgustos en mi vida periodística los tuve cuando me encargué de la crónica teatral, porque trabajando, como trabajaba, en periódicos jocosos, había que tomarles el pelo a las estrellas, y los maridos y mamás de las divas eran más temibles que los forwards y los hinchas.

–¿Y no tuviste oportunidad de ser cronista de boxeo?

–En esa época el boxeo era prohibido en la Argentina, como el duelo, de manera que había necesidad de presentarlo como espectáculo en una forma que, aunque parezca paradoja, era privada. Después esto cambió cuando fue nombrada la primera Comisión de Boxeo. Fundé entonces una revista que se llamaba “Punch”, como la célebre publicación londinense. A raíz de la pelea de Luis Ángel Firpo con Herminio Spalla, italiano y campeón europeo, fue tan mala la actuación de Firpo que, al reseñarle, le cambié el nombre Toro Salvaje de las Pampas con que lo habían bautizado en Estados Unidos, por el de Manso Ternero de las Praderas. A pesar de haber causado esto una gran tomadura de pelo del público para Firpo, ello no enfrió en nada nuestra amistad, pues me debía mucho en su carrera, ya que, desde sus primeros momentos, fui uno de sus más decididos animadores, cuando él aún lavaba frascos en una botica.

Durante varios años, la voz de Pisarello se metía en todas partes en los perifoneos de las carreras de caballos.

Durante varios años, la voz de Pisarello se metía en todas partes en los perifoneos de las carreras de caballos.

–¿Solamente hiciste periodismo deportivo?

–Qué va! Edmundo Calcaño, director de “Unión”, me llamó un día y me dijo: “O haces periodismo de verdad o te vas del diario”. Me obligó a escribir uno o dos reportajes cada día. A los tres meses ganaba $200 y de allí me sacó “La Razón” con $400 y poco tiempo después me contrató “Crítica” para encargarme de los Sucesos con $500 mensuales.

Estando en Crítica me tocó hacer la información del crimen más espeluznante, o sea el conocido con el nombre de Mateo Banks, individuo que mató a doce personas. También me tocó ir en el avión de Marcel Pallete con un fotógrafo para recoger los informes sobre el hundimiento de una lancha llena de gente efectuado por uno de los ferryboats que tropezó con ella en Campana. No había tres para llegar allí por lo cual “Crítica” contrató el avión.

–¿Cuál fue la información más sensacional que hiciste?

–La de un envenenamiento colectivo con pepinos en vinagre, en el cual murieron diez personas. Fue una cosa terrible. Morían en pleno conocimiento mental, ahogándose, y se produjo por el contacto del vinagre con un metal. Un periódico amarillo quiso darle tinte de crimen, pero me cupo la suerte de haber dado la información más verdadera.

–¿Y por qué dejaste el periodismo en la Argentina?

–Cosas del destino. Alberto Méndez me propuso venir como asesor literario con la compañía de operetas y revistas que estaba a punto de salir en jira para toda la América del Sur, y la cual actuaba a la sazón en el teatro Cervantes de Buenos Aires. En ese viaje me sucedieron cosas que jamás había soñado, como dormir en compañía de doce personas en una habitación, en La Dorada, y viajar en el río Magdalena durante un mes, por una tremenda sequía que nos mantuvo todo el tiempo varado en medio de una nube de mosquitos.

–¿Y cuándo llegaste a Venezuela?

–El 5 de julio de 1925. Aquí terminé mi compromiso con la compañía de revistas Méndez y comencé a publicar crónicas deportivas en “El Nuevo Diario”. También actué en la radio, en la antigua Estación AYRE, perifoneando las simpáticas carreras de perros que tanto entusiasmo despertaron entonces en esta ciudad. Desde 1926 he venido escribiendo las crónicas hípicas de ÉLITE, colaborando también en “Mundial” y “La Esfera”.

     Plácido Pisarello y Julio Argain Mateluna, fueron los fundadores de la primera agencia de publicidad que hubo en Venezuela, y que se llamó Arpissa, cuya oficina estaba situada de Palma a Municipal, y se hizo famosa por sus poltronas y sofá color cereza, que eran una incitación al sueño. En 1933 comenzó la publicación del semanario hípico “El Látigo”. En el año de 1932 inició las transmisiones de las carreras de caballos desde el Hipódromo. Hizo las primeras entrevistas por radio que se efectuaron en Venezuela. A raíz de un descalabro financiero en materias teatrales, se ocupó como vendedor de cauchos Dunlop. Y ahora le ha dado por innovar el negocio de los caballos fundando uno, el “Sans Souci”, con el ánimo de facilitar a las familias un lugar de gran lujo donde pasar la noche, viendo muy buenos artistas.

     Pisarello nació en Buenos Aires el 30 de agosto de 1891, día de Santa Rosa de Lima, la patrona de las tormentas. El mismo ha sido una verdadera tormenta de entusiasmo en todas partes. Ahora, en sus nuevas actividades, es casi seguro que triunfará porque es más voluntarioso que un baturro. Se ha empeñado en taladrar con la cabeza un muro y lo logrará. No sé si va a romperse la mollera, pero para este Plácido de las Tormentas no hay Santa Lucía que valga.

     Me alegraré mucho con este nuevo triunfo de Pisarello. Pero si le queda la sotana larga y vuelve a tropezarse, le ruego que no vaya a pronunciar la consagrada palabritra de Vizcaya, ¡porque le van a oír hasta en la China!”.

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, 1 de julio de 1944
El suicidio del suavecito

El suicidio del suavecito

Edgar Jiménez (1936 –1965), conocido por el seudónimo “El Suavecito”, fue un actor y comediante caraqueño de cine y televisión, que protagonizó la primera película de Román Chalbaud, Caín Adolescente, en 1959. También el film Un soltero en apuros, coproducción argentina-venezolana (1964), del director argentino Alberto Du Bois

Por Víctor Manuel Reinoso

El exitoso actor y comediante Edgar Jiménez, conocido por el seudónimo “El Suavecito”, se suicidó a los 29 años, en abril de 1965.

El exitoso actor y comediante Edgar Jiménez, conocido por el seudónimo “El Suavecito”, se suicidó a los 29 años, en abril de 1965.

     “El martes seis de abril de 1965, anocheció con una noticia trágica: Edgar Jiménez “El Suavecito”, se había suicidado. Las televisoras daban la noticia y las radios también. Los reporteros de sucesos, ya sentados a sus máquinas para escribir lo del día, debieron salir volando hacia la quinta “Edgeral”, de la calle Porlamar, Urbanización El Cafetal.

     Cuando “Élite” llegó, allí había una treintena de carros y los reporteros seguían llegando. Bomberos y policías franqueaban las puertas de la quinta, aún no terminada, a la que “El Suavecito”, su esposa y sus dos pequeños hijos se habían mudado tres semanas atrás. El cadáver del muchacho de 28 años que venía divirtiendo a los venezolanos desde que tenía once años, estaba todavía en la segunda planta de la quinta de 140 mil bolívares.

–¿Usted quién es?

–Periodista

–No puede subir. Es un pedido de la familia. Lo único que puedo hacer por usted y sus colegas es decirle cuánto sé.

     Quien habló así fue el inspector Guillermo Yanes, de la Policía Municipal de Petare, que franqueaba la escalera, mientras los detectives de la División de Homicidios de la Policía Técnica Judicial estaban arriba haciendo el levantamiento del cadáver con el forense.

–Así es. No pueden subir. La familia está predispuesta contra los periodistas– dijo una señora joven y gorda que se identificó como cuñada del suicida.

     La quinta “Edgeral” estaba llena. Artistas de TV seguían llegando a cada instante y abrazaban a la madre y hermanos del cómico que siempre decía en sus programas: “Yo soy el que se las sabe todas” . . .  o “como decía Cervantes. . .”

–¿A qué hora fue el disparo?

–A las 6 y 15 de la tarde, aproximadamente– dijo el inspector Yanes. Había llegado pocos momentos antes de la casa de sus padres, quienes viven en El Paraíso.

–¿Cuál fue la causa?

–Eso no lo sé. Solo le puedo decir que fue un disparo en el parietal derecho con orificio de salida, con una pistola española Star calibre 9.

–¿Por qué no se lo han llevado aún?

–Porque los familiares y amigos no quieren que se lo lleven en un carro de la morgue, sino en el de una funeraria.

     Como no podíamos subir, avanzamos hacia el interior de la quinta. La cuñada gordita corrió adelante y les fue diciendo algo al oído a cuantos vio. Les decía que n o debían decir nada a los periodistas

Vieja foto de los comienzos de “El Suavecito”, cuando hacía el papel de hijo de Frijolito y Robustiana con el nombre de Alejo Dolores.

Vieja foto de los comienzos de “El Suavecito”, cuando hacía el papel de hijo de Frijolito y Robustiana con el nombre de Alejo Dolores.

Después de una cerveza

     Betty Egui de Jiménez, en ese momento, estaba con una crisis nerviosa en una de las habitaciones de la quinta. La madre de “El Suavecito”, Leonor María de Jiménez, sollozaba:

 –Se me rompió mi cuadro de muchachos. Y tanto que se querían. Y él que me dijo que volviera pronto porque quería verme antes de dejar la casa.

     Edgar Jiménez y su esposa habían estado en la casa de los padres de él. Por la tarde, Simón Jiménez, salió con doña Leonor hacia el consultorio de un dentista. “El Suavecito” se quedó compartiendo con sus hermanos. Como a las 4:30 de la tarde recibió una llamada telefónica. Alguien que se proponía comprarle un terreno en 75 mil bolívares lo llamaba para confirmarle que sí haría el negocio. Eso descarta cualquier suposición de que el cómico se suicidara por motivos económicos. Los que fueron sus compañeros en Venevisión los últimos años comentaban que no había motivos para que “El Suavecito” pusiera fin a su vida así. Oscar García, cuando habló con esta revista, dijo:

–¿Cómo nos íbamos a suponer semejante cosa? Figúrate que estuvo en la planta por la mañana. Siempre haciéndole bromas a todo el mundo, tirando manotones para embromar. Suponte que a mí me hubieran puesto sesenta personas para que dijera quién podría suicidarse y a Edgar sería el último que se me hubiera ocurrido señalar

     Aunque ningún familiar lo confirmó en ese momento, se dijo que Jiménez había llegado a la quinta un poco bebido. Se había dirigido a un refrigerador en busca de una cerveza y su esposa lo había regañado por eso. A ella no le gustaba que bebiera y por eso discutieron muchas veces. Esta tarde, en su dormitorio, “El Suavecito” estaba con su esposa y su suegra María Zirit de Egui. Molesto, salió de la habitación y se encerró en la de su pequeña hija y un instante después se escuchaba el disparo. Cuando su esposa corrió a ver qué había sucedido, lo encontró tirado, desangrado, ya sin vida. Yacía con la sien ensangrentada, la pistola cerca. Betty Egui de Jiménez, llorando, llamó inmediatamente a Venevisión, donde “El Suavecito” trabajaba desde que esta planta televisora se fundó. Allí no quisieron creer la noticia, a pesar de la voz afligida de su esposa. Antes de darla al público llamaron a Néstor Zavarce, otro artista de esa planta, que vive, como Oscar García, en la Urbanización El Cafetal. Néstor Zavarce, a ocho cuadras de la Calle Porlamar, acudió enseguida. Subió a la segunda planta de la quinta y vio a su amigo con unos pantalones oscuros y una camisa a cuadros, sin vida. Se abrazó a él y lloró: “¡Edgar, Edgar, hermanito!, ¿cómo pudiste hacer eso?” Reponiéndose, llamó a Venevisión y a la policía. Cuando ésta llegó no lo dejaron subir. A esta hora comenzaron a llegar siete de los ocho hermanos del suicida con sus padres. Los muchachos, delgados como “El Suavecito”, lloraban por los pasillos de la quinta y se abrazaban a cuantos llegaban, diciendo:

–Se nos mató Edgar!! ¡¡Se nos mató Edgar!!

El cadáver del actor venezolano fue sacado de la quinta “Edgeral”, en la urbanización El Cafetal, por los bomberos de Petare hacia la ambulancia de una funeraria.

El cadáver del actor venezolano fue sacado de la quinta “Edgeral”, en la urbanización El Cafetal, por los bomberos de Petare hacia la ambulancia de una funeraria.

Un veterano de la farándula

     Cuando “Élite” habló con Néstor Zavarce, el conocido cantante y animador seguía desconcertado frente a la muerte tan inesperada de su amigo:

–Todavía no lo puedo creer –dijo–. Él tenía, como yo, 28 años. Nosotros éramos amigos desde antes que el comenzara a trabajar junto a “Frijolito y Robustiana”. Juntos estudiamos primaria en el “Miguel Antonio Caro”. Después, cuando estaba en el liceo Independencia, seguimos siendo amigos. Últimamente en Venevisión animábamos juntos el programa “Ritmo y Juventud”, además de Franklin Vallenilla. Él había dejado de hacer su programa de “El Suavecito”, pero eso, de ninguna manera, lo afectaba económicamente; a él le habían renovado el contrato, incluso con más sueldo, y pronto iba a comenzar otro programa. Como yo también tenía que retirarme de “Ritmo y Juventud” para comenzar otro programa, el domingo pasado él me dijo que se aprestaba a despedirme de “Ritmo y Juventud” con una pequeña fiesta con torta. Ahora, su muerte, tan inesperada, no sé atribuirla a nada que no sea un arrebato de locura. Él no tenía problemas económicos. Estaba viviendo en San José de los Altos y hace tres semanas se mudó a esta quinta que cuesta 140 mil bolívares. Tampoco sé que haya tenido alguna enfermedad incurable que lo haya tenido deprimido. A todos los compañeros lo primero que le decía cuando los veía era:

     “Mi caballo, ¿cuándo va a ir a conocer mi quinta de El Cafetal?” Problemas serios con su esposa, nunca supe que los tuviera.

     Carlos Fernández y Ana Teresa Guinand, “Frijolito y Robustiana”, que iniciaron en la farándula a Edgar Jiménez, llegaron igualmente sorprendidos a la quinta de “El Suavecito”, que había hecho de hijo de ellos en la radio con el nombre de “Alejo Dolores”.

     Mientras el doctor Luis Rodríguez, jefe de la División de Homicidios y el forense Gabaldón ultimaban su labor, los amigos del actor cómico recordaban que se había iniciado en la TV en el programa infantil “Jorge el Águila”, de allí pasó a Radio Caracas TV. Aparte de eso, actuó en piezas teatrales como “Ángeles de la Calle”, donde hizo el papel de “Fosforito”. También actuó en el cine. Tuvo un papel en “Caín adolescente”, una película con libreto de Román Chalbaud, y fue muy aplaudido por su papel en “Sagrado y Obsceno”.

     Últimamente, fue una de las figuras de “Un soltero en apuros”, que le trajo disgustos cuando su nombre fue puesto de segundo. En la televisora donde consiguió su máxima popularidad, aparte de su programa cómico, solía aparecer en el “Consultorio Sentimental”.

     Después que los policías terminaron su labor, en la camilla de una funeraria fue bajado hacia una ambulancia amarilla, placas A3-2805. Sus compañeros debieron repeler con palabras duras a los empleados de las funerarias que querían monopolizar el entierro, Hubo unos, incluso, que querían sacarle metido en un ataúd para que los otros que esperaban llevárselo no tuvieran nada que hacer. Mientras la ambulancia amarilla seguida de otra roja se dirigía hacia el hospital Pérez de León para la autopsia legal, los familiares anunciaron que sería velado en la Avenida Los Jabillos, en La Florida, no lejos de Venevisión. Fue enterrado a las 4 de la tarde del día siguiente.

     “El Suavecito” dejó dos hijos, Geraldine y Edgar. A su esposa, solo le dejó estas últimas palabras: “Hágale el tetero a la reina”. Después se suicidó. El cómico que siempre aseguró: “Se lo dice El Suave, que se las sabe todas”, no supo seguir viviendo”.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Elite. Caracas, 17 de abril de 1965.
La cárcel de El Obispo aterraba a Gómez y a Pérez Jiménez complacía

La cárcel de El Obispo aterraba a Gómez y a Pérez Jiménez complacía

José Rafael Machado, mejor conocido como Juan Vené, el popular periodista deportivo que lleva décadas cubriendo el beisbol de Grandes Ligas para diferentes diarios de América Latina desde Estados Unidos, y que en los últimos años ha generado mucha polémica por posiciones a la hora de votar en la elección anual del Salón de la Fama, cubrió información general en sus inicios en Venezuela, como reportero de diferentes publicaciones de la Cadena Capriles. La siguiente es una breve pero detallada crónica que escribió para la revista Élite, acerca de la cárcel caraqueña de El Obispo, después de un año de derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

Por Juan Vené

La cárcel de El Obispo fue construida en el cerro del Guarataro, en la Caracas de 1926, durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez. La obra estuvo bajo las órdenes del ingeniero Gustavo Wallis.

La cárcel de El Obispo fue construida en el cerro del Guarataro, en la Caracas de 1926, durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez. La obra estuvo bajo las órdenes del ingeniero Gustavo Wallis.

     “La cárcel de El Obispo, construida a partir de los primeros días de 1926, bajo las órdenes del ingeniero Gustavo Wallis y con sudor y sangre de presos víctimas de Gómez, ha esperado veintidós años que la furia de la piqueta caiga sobre sus gruesas paredes. Porque en 1936 Eleazar López Contreras dijo que, en seguida, después de derruir La Rotunda, caería el castillo del cerro que vigila Nuevo Mundo. No obstante, parece que ningún gobernante ha encontrado martillos mecánicos lo suficientemente apropiados para acabar con el edificio del penal.

     El obispo, nombre que la cárcel robó a la colina, no fue utilizado por Gómez y fue hasta 1936 –después de diez años de construida– cuando López Contreras decidió abrirla para mantener en el interior de los minúsculos calabozos los presos en calidad de “preventivos” y alegaba que “la desaparición de La Rotunda” le hacía utilizar la cárcel del Obispo porque no había otro retén apropiado.

–Ordenaré su demolición cuanto antes.

     Así lo prometió el presidente en 1936. Pero El Obispo continuó guardando presos. Por allí han pasado los hombres más conocidos e importantes de la política nacional: Rómulo Betancourt, Gustavo Machado, Juan Bautista Fuenmayor, Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios, Raúl Leoni, Capitán Bonet, Rodolfo José Cárdenas, Martín Rangel y tantos otros.

     Pero fue desde 1949 cuando la sección “A” del penal del Guarataro comenzó a almacenar presos políticos que vivirían por muchos años allí. Martín Rangel, el estudiante de medicina de Tucupita, permaneció allí cuarenta meses en el calabozo denominado “la nevera”, por el frío intenso que allí debían padecer sus ocupantes; Rodolfo Cárdenas vivió dos años y meses en el primer calabozo que se encuentra al entrar, a mano derecha, y que es el más chico; militares como el capitán Bonet; líderes obreros como Cruz Carneiro; líderes estudiantiles como Otaiza, Loyo, Colombani y muchos más; periodistas como Miguel Ángel Capriles, Manuel Trujillo y Andrés Miranda; inocentes como ese moreno popular, quien se hace llamar “el mejor maraquero de Venezuela” y a quien apodan “El Gardel Venezolano”, un total superior a los 10 mil presos políticos, pasó por el estrecho rincón de los treinta y tres cartuchos.

     Los calabozos de El Obispo miden metro y medio por dos y en cada uno durmieron hasta cuatro hombres, porque en la letra “A” casi siempre hubo más de ciento veinte presos. En la planta baja hay diecisiete calabozos y en la superior, dieciséis, todos con frente a un triángulo, lo que hace decir a los recluidos allí:

–Ni siquiera tenemos el consuelo de estar entre cuatro paredes. . .

Aquí solamente hay tres. . .”

     Los presos de la letra “A” en El Obispo, nunca descuidaron la vida política del país. Seguridad Nacional pretendía asegurarse de la inactividad del centenar y medio de hombres allí mantenidos, prohibiendo toda clase de comunicación con el mundo exterior. Martín Rangel, en cuatro años, pudo lograr una sola visita de su mamá.

En la cárcel de El Obispo estuvieron presos los hombres más conocidos e importantes de la política nacional: Rómulo Betancourt, Gustavo Machado, Juan Bautista Fuenmayor, Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios y Raúl Leoni, entre muchos otros.

     En la cárcel de El Obispo estuvieron presos los hombres más conocidos e importantes de la política nacional: Rómulo Betancourt, Gustavo Machado, Juan Bautista Fuenmayor, Jóvito Villalba, Gonzalo Barrios y Raúl Leoni, entre muchos otros.

En enero de 1959, el dirigente político Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el picotazo con el que se inició la demolición de la cárcel de El-Obispo.

En enero de 1959, el dirigente político Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el picotazo con el que se inició la demolición de la cárcel de El-Obispo.

     No obstante, esta gente siempre luchó contra las injusticias del régimen de Pérez Jiménez. Los cálculos de los ex reclusos políticos de ese penal señalan que solamente un diez por ciento de los hombres que llevaban allí por primera vez eran realmente trabajadores de la clandestinidad, pero al reunirse con los políticos se convertían por lo menos en enemigos del Gobierno.

     Así fue aumentando la oposición y cada preso que lograba salir de El Obispo era una cifra valiosa para el movimiento. Pedro Estrada fabricó su propio centro de reuniones para adiestramiento en el trabajo de oposición.

 

A fines de mayo adiós a el obispo

     La gobernación del Distrito Federal, por medio de uno de sus voceros, anunció que, a partir de mayo de 1958, comenzará la demolición de la cárcel de El Obispo. Cuando el martillo mecánico caiga sobre los muros y las garitas, habrá desaparecido una de las cárceles que junto con la Rotunda y los edificios de Seguridad Nacional en El Paraíso y la Avenida México, han constituido los centros de injusticias y peligros más grandes de Venezuela”.

     No obstante, pasaría un año para que, efectivamente, la temible cárcel de El Obispo fuera derribada. En enero de 1959, el dirigente político Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, y otros dirigentes, dio el primer picotazo.

El onomástico del Libertador

El onomástico del Libertador

De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.

De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.

     La obra de William Duane (1760-1835), un periodista y editor estadounidense, titulada Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823 proporciona un registro histórico valioso de la época posterior a la Independencia en la República de Colombia o Gran Colombia, según la denominación historiográfica con la que se ha dado a conocer este intento de integración de Suramérica. Es preciso reconocer que su libro ofrece una visión detallada de la vida, la cultura y la política de la región durante un momento de edificación republicana.

     Además, tiene una destacada importancia por ser una visión de un extranjero quien, sin duda, por las ideas que desplegó en su escrito, sentía una gran admiración por los personajes que protagonizaron la Independencia frente a la monarquía española. En fin, Duane aportó una perspectiva única de los eventos y circunstancias de la época. Sus observaciones pueden ofrecer una visión imparcial y objetiva de los acontecimientos. Aunque una lectura atenta y cuidadosa permite constatar sus simpatías por los americanos y cierta aversión hacia lo ejecutado por los ibéricos españoles en estas porciones territoriales.

     Por tanto, es recomendable indicar que en las líneas por él trazadas se nota una defensa de la independencia. Así, que se pudiera concluir que Duane fue un ferviente defensor de la independencia de América del Sur. Sus escritos no sólo registraron los hechos históricos, sino que también muestran su apoyo a la causa de la independencia.

     Por tal motivo en la última sesión del primer Congreso General de Colombia, se le otorgó a Duane un reconocimiento en favor de su constante esfuerzo por brindar apoyo a la libertad del pueblo de la Gran Colombia. 

     Por lo tanto, la obra de Duane sobre la Gran Colombia es una fuente importante de información histórica y ofrece una perspectiva única sobre este período de la historia sudamericana. En especial, por ser un escritor con una excelente preparación intelectual. La edición en español, preparada por el Instituto Nacional de Hipódromos de Venezuela en 1963, consta de dos tomos que suman un poco más de setecientas páginas de descripciones y argumentos extensos, desplegados en dos volúmenes.

     Duane coincidió, durante su estadía en Caracas, con la celebración del 28 de octubre, día que se mantuvo, por un tiempo, como el del nacimiento de Simón Bolívar. Ello se debió a que el onomástico del Libertador coincidía con la festividad de San Simón en el santoral. El onomástico hace alusión al día en que se festeja algún santo. Durante muchos años, el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria. Se creía que ese día no solo era el onomástico del Libertador, sino también el de su natalicio. Más tarde, una disposición legislativa rectificó ese error, trasladando la fecha nacional al 24 de julio, que es el verdadero aniversario del nacimiento del Libertador. Sin embargo, el sentimiento popular continuó festejando el 28 de octubre, ya que lo que importaba era su nombre, que en el santoral correspondía al 28 de octubre de cada año, día de San Simón.

     Según Alfonso Castro Escalante, historiador del estado Mérida, quien citó a Tulio Chissone quien había presentado una disertación en la Sociedad Bolivariana de Venezuela, el 28 de octubre de 1975, señaló que “por muchos años el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria. Creyó al principio que ese día no solo era el onomástico del Libertador, sino también el de su natalicio”.

El célebre historiador merideño, Tulio Chissone, señaló que, “por muchos años, el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria.

El célebre historiador merideño, Tulio Chissone, señaló que, “por muchos años, el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria.

     Aunque una disposición legislativa rectificó este error, trasladando la fecha nacional al 24 de julio, el sentimiento popular festejaba sin saberlo, y como por instinto, el 28 de octubre, porque era un acontecimiento todavía más grandioso y cuya gloria resonó en toda la América. De ahí que, el historiador merideño agregara: “Bolívar la encarnación del genio de la libertad en el seno de una mujer venezolana”. No importaba el día de su nacimiento, lo que importaba era su nombre, que en el santoral correspondía a la fecha ya indicada.

     De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio. Hoy se agregan aspectos que emanan de sus propias cartas, que demuestran como el Libertador aceptó, con agrado y gratitud, las manifestaciones que se le hacían el 28 de octubre: El 28 de octubre de 1817 fue celebrado en Angostura con un solemne tedeum. 

     El Libertador participó en los actos programados, y al efecto escribió al general. Carlos Soublette, jefe del Estado Mayor lo siguiente: “Incluyo a usted el programa para la fiesta a la que he determinado concurrir mañana en la Iglesia Catedral de esta ciudad. Comuníquelo usted a quien corresponde, especialmente al venerable cura y a quien prevendrá para la colocación de los asientos. Las salvas no tendrán lugar mañana. Lo demás se ejecutará en cuanto sea posible. Y en otra carta fechada el 28 del mismo mes y año, insinuaba al jefe del estado mayor, invitar a todos los generales, jefes y oficiales de los cuerpos, y a los jefes y oficiales sueltos que voluntariamente quieran concurrir, a su casa de habitación para acompañarlo a la iglesia al tedeum a que lo ha invitado el venerable párroco de la Iglesia Catedral “. Esta larga cita proviene de Vicente Lecuna en la edición de Cartas del Libertador y preparada por él.

     Aclarado el punto sobre el 28 de octubre como día del nacimiento de Simón Bolívar, tal como lo escribió Duane, paso a presentar una sinopsis de lo que observó sobre los preparativos para la celebración de este acontecimiento.

     Contó Duane que, por ser 28 de octubre, “el día natal del presidente”, desde tempranas horas del día se escuchaba el retumbar de la artillería desde diversos puntos de la ciudad. En momentos de vida normal, las calles de Caracas lucían muy apacibles y, de acuerdo con este cronista viajero, era muy raro ver las calles con aglomeración de personas, “pero en este día aparecían como un hormiguero cuyos habitantes se hubieran puesto en movimiento”.

     Para la ocasión los miembros de las fuerzas militares hicieron gala de sus mejores uniformes, “aunque dicha denominación no corresponde precisamente a la realidad, pues no se adaptan a ningún corte, patrón o color de uso general; sin embargo, a los ojos de un espectador forastero, formaban un espectáculo atractivo”. De los integrantes del desfile dijo que llevaban guerreras cortas de tonos azules, rojos o amarillos, así como que los pantalones eran también del mismo color o, simplemente, blancos. Muchos de los soldados exhibían estas combinaciones. Mientras los oficiales vestían con pantalones amarillos, blancos o de color carmesí. Llevaban sombrero, algunos, también gorras de cuero o paja, con penachos de pluma de diferentes matices.

De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.

De acuerdo con algunos estudiosos del tema, habría sido el propio Libertador quien propició esta identidad entre su onomástico y su natalicio.

     Los oficiales de mayor rango vestían con intenciones de uniformidad. Al respecto subrayó, “Tantas variedades de colores no debían atribuirse por entero a capricho u ostentación; existía ciertamente un reglamento sobre el uso del uniforme, pero como ello solo no significaba que se estuviera en capacidad para importar una cantidad suficiente de tela de un solo color, ni para pagar los gastos de confección, las necesidades del momento autorizaban las innovaciones, embellecidas a su vez por el antojo o la vanidad”.

     Escribió que, a propósito del “festival”, todos los integrantes de la tropa, regulares y voluntarios, acudieron a la cita celebratoria con sus respectivos uniformes, aunque la diversidad no aparecía de manera tan irregular como la de los oficiales del servicio regular. De los “soldados de línea” expuso que portaban chaquetas de dril, pantalones a los “Osnaburg” (tela de textura rugosa y gruesa que era utilizada para elaborar la indumentaria de los esclavos). Añadió que la vestimenta se notaba limpia y en buen estado. De los oficiales, quienes montaban corceles de buena estampa, aunque a algunos les habían cortado la cola, mostraban sus mejores galas. Para esta ocasión se habían distribuido nuevos uniformes y calzado apropiado, incluso alpargatas. Sobre las armas anotó que a simple vista presentaban un aspecto óptimo, “pero algunas sólo resultaban apropiadas para un desfile de gala”.

     En su descripción destacó que todos los templos de la ciudad estaban abiertos. Por otro lado, entre los actos programados para la ocasión estaba “la celebración de un espléndido sarao”. Encuentro al que fue invitado y que aprovechó para mostrar a sus potenciales lectores algunas “costumbres y maneras del país”. 

     Bajo esta intención expresó que todo el día 28 había sido de festejos ininterrumpidos, con un clima templado, muy a favor para las festividades. Indicó que en las calles se veían llenas de “graciosas damiselas”, vestidas con trajes de “vivos colores”. Por un momento, las calles volvieron a su normal trajinar, puesto que las personas se alistaban para un baile programado dentro de la magna celebración.

     Indicó que esta última se llevó a cabo en una de las principales moradas de la ciudad. Lugar al que los invitados llegaron antes de las ocho de la noche. Para esta fiesta se presentaron dos orquestas que interpretaron la contradanza española. Baile caracterizado por la danza que, al principio, le pareció poco animado, sin embargo, con el desarrollo del mismo se le fue tornando atractivo por “ser tan excelente la danza como la música”. Expuso que quienes asistieron al baile lo hacían en parejas y que por ser el salón bastante espacioso tuvo la “oportunidad para admirar las bellezas caraqueñas”.

     Sumó a su observación que había constatado el buen trato de los oficiales para con sus respectivas parejas en el baile. Contrario a las informaciones que difundían los enemigos de la república de Colombia, escribió haber sentido complacencia al ver “la concordia y el espíritu liberal, el buen sentido y la corrección” en la manera de relacionarse las personas en esta oportunidad. Las cordiales relaciones entre éstas, así como las expresiones plagadas de alegría y espontaneidad, “que caracterizaron aquella fiesta”, eran la mejor refutación a los agoreros mensajes que se lanzaban contra los revolucionarios suramericanos.

     A esto agregó el ejemplo de las castas de color y su relación con la nueva elite política y económica. “Se había vaticinado que las gentes de color nunca llegarían a avenirse con quienes ostentaban blanca la tez. Pues bien, en esta ocasión pude ver a beldades tan rubias como Cintia, o tan rubicundas como Hebe, cuyo color blanco y rosa resplandecía, atravesando graciosamente entre los apiñados grupos de la danza, del brazo de ciudadanos cuya piel presentaba todos los matices”. Más adelante subrayó que, las mujeres quienes habían recibido “buena educación” no eran menos estimadas “por el hecho de que su cutis no era totalmente blanco”.

     El objeto de su juicio era lo escrito por el francés Francisco Depons (1751-1812), quien había residido en Venezuela entre 1801 y 1804, quien en su obra Viaje a la parte Oriental de Tierra Firme (1806) representaba las agoreras consideraciones a la que hizo referencia Duane. De los argumentos, desplegados por el francés, indicó que fueron erróneos, ya que “las discriminaciones no existían, sino las debidas a los méritos intelectuales y morales para conquistar el respeto personal o el desempeño de un cargo público”.

El automóvil en Venezuela

El automóvil en Venezuela

En 1962, el escritor José García de la Concha publicó un estupendo libro titulado Reminiscencias, vida y costumbres de la vieja Caracas, en el que relata hechos de la cotidianidad capitalina de comienzos del siglo XX. Entre ellos, destaca un capítulo dedicado a William Phelps y el papel que jugó su negocio llamado Almacén Americano en la importación y venta de artículos que marcaran la vida de los venezolanos, entre ellos, el automóvil.

En 1911, William Phelps se asoció con Henrique Arvelo y fundó en Caracas “Almacén Americano”, uno de los primeros negocios de importación de automóviles en Venezuela.

En 1911, William Phelps se asoció con Henrique Arvelo y fundó en Caracas “Almacén Americano”, uno de los primeros negocios de importación de automóviles en Venezuela.

     “Caracas en su vida íntima, ha contado con hombres que verdaderamente deben remarcarse en su historia. Si bien hay quienes ocupan páginas en su interesante vida militar y política en las letras y en las artes, en la ciencia y en la industria. En su vida social y filantrópica, de la que tanto se debe enorgullecer, uno de estos hombres debe ser don William H. Phelps, uno de tantos ilustres extranjeros que, llegados a nuestro país, se han enamorado de nuestra tierra, de nuestras costumbres, de nuestras gentes, de nuestro cielo, de nuestra flora, y con un cariño y un gran interés han dedicado sus talentos y actividades en pro del bienestar nacional, haciéndose hijos amorosos de una patria que les brinda cordial acogida.

     William H. Phelps entra al país humilde, silente; se dedica a trabajar tesoneramente, con inteligencia, con cálculo y economía, con método, y va agigantándose tanto en sus labores, que pasados unos años ve fructificados todos sus empeños, amasados en una sólida fortuna que no empleará en satisfacciones de su holgada vida. Ahora trabajara más, pero esta vez por el desvalido, por el huérfano, por el menesteroso. Hombre dotado de sensibilidad, altruismo y filantropía, no desmaya en figurar en cuantas sociedades, juntas y recolecciones caritativas se organizan en Caracas, y particularmente trabaja por el bienestar del prójimo.

     A comienzos del siglo, entre las esquinas de Traposos y Colón, hay un pequeño taller de reparaciones de máquinas de coser y de escribir (escasas en aquel tiempo), y creo que hasta relojes. William H. Phelps es un joven alto, delgado, de ojos azules y pelo rubio, agradable, simpático; con un overall azul de trabajo, un alicate y un largo destornillador, atiende a sus clientes. Más tarde importa sus máquinas de escribir y algunos artefactos americanos.

     Para 1911 ya lo tendremos asociado con el señor Henrique Arvelo en el ángulo sudeste de la esquina de Sociedad: “Almacén Americano”, de Arvelo & Phelps. Allí se comienza la importación de automóviles en Caracas. Y viene el Ford modelo 1912, y llegan las máquinas registradoras, que ningún pulpero quiere quedarse sin ellas. Y comienzan a instruirse jóvenes en el desempeño de las funciones de vendedores ambulantes. Y llegan las pianolas y las cajas fuertes, y bicicletas, máquinas de escribir, de moler carne y hacer salchichas; cajas de hielo, bocinas y cornetas, acumuladores y bujías para autos y toda clase de repuestos para Ford.

     Phelps es el alma del negocio, que marcha como dicen los marinos, “viento en popa, a toda vela”. También comienzan sus actividades sociales y filantrópicas, pues ya casado con doña Trina Ticker, de origen inglés, pero gran dama y señora de la más culta raigambre venezolana, ya en holgada situación, no deja de imponer su espíritu altruista y de interés por la cultura, artes y ciencias nacionales.

     Y la firma Arvelo & Phelps inunda el comercio con sus máquinas registradoras; inunda las oficinas con las máquinas de escribir; ya por todas las esquinas se oyen las cornetas de los automóviles; en las casas se meten botellas de vino o cerveza, o simplemente de agua, a enfriarse en las cajas de hielo y descansa Lozamno Pompa y su ayudante, porque ya las niñitas no quieren bailar sino con la pianola. Si en una casa escucha usted la marcha de “Tannhauser”, en otras los cadenciosos compases del vals “Creola” o partituras de la “viuda alegre”.

Aviso venta de discos Víctor, entre ellos, Alma Llanera, en Almacén Americano, 1925.

Aviso venta de discos Víctor, entre ellos, Alma Llanera, en Almacén Americano, 1925.

Aviso venta de automóviles en el Almacén Americano, 1927.

Aviso venta de automóviles en el Almacén Americano, 1927.

En el Almacén Americano se podía conseguir desde un automóvil Ford hasta máquinas registradoras, pianolas, cajas fuertes, bicicletas, máquinas de escribir, cajas de hielo, bocinas y cornetas, acumuladores y bujías para autos, entre muchas otras cosas más.

En el Almacén Americano se podía conseguir desde un automóvil Ford hasta máquinas registradoras, pianolas, cajas fuertes, bicicletas, máquinas de escribir, cajas de hielo, bocinas y cornetas, acumuladores y bujías para autos, entre muchas otras cosas más.

     Llega el fin del contrato y la separación de los socios. El “Almacén Americano” continúa bajo la razón social de William h. Phelps y Cª. Ahora serán sus socios los empleados. Henrique Arvelo se establecerá de Torre a Madrices con el “Bazar Americano”, bajo la razón social de Arvelo y Cª. Ambos en competencia: si Phelps trajo el Ford, ahora Arvelo trae el Federal y los mismos artículos, pero de diferentes marcas.

     El “Almacén Americano” abre sus puertas entre Pajaritos y la Palma, ensancha sus negocios, comienza el radio e instala la primera estación. Y si en este departamento Edgar J. Anzola hace las delicias de la chiquillería caraqueña con sus oportunas, sanas y graciosas intervenciones. Nino Mosquera atiende otro departamento, Amengual otro y así sucesivamente; son encargados y socios, jóvenes, viejos empleados que, por su tesonera labor y buen comportamiento, discípulos de Phelps, han llegado a integrar el más grande almacén de la época. Ya con sus hijos, fieles retratos de su padre en lo moral, físico y buenas costumbres. Y con estos colaboradores puede el viejo retirarse de los negocios. Pero ahora surge una nueva vida.

     Ciencias, artes y filantropía ocupan su inteligencia y su imaginación. Viste traje de marino, acondiciona una embarcación y se da a estudiar las islas y costas de Venezuela. Se interesa por la pintura y la escultura, por las antigüedades y obras de arte, por la botánica, flora y fauna venezolanas; monta un museo donde la rama ornitológica es una maravilla, organizada por su nuera Kati de Phelps y de la que se puede decir es conocida mundialmente.

     Honor a este ilustre caraqueño de corazón. Caracas, y con Caracas Venezuela entera, te admira y agradece cuanto has hecho en tu meritoria existencia en pro de nuestra cultura y ciencias naturales, por nuestros ricos y nuestros pobres, y por habernos hecho conocer parajes encantadores, unos ignorados y otros recordados”.

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