Camilo José Cela afirma: “La Catira” es venezolana

Camilo José Cela afirma: “La Catira” es venezolana

El gran escritor español, en entrevista exclusiva para Élite, explica por qué escribió la novela venezolana que después de caída la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, le ganó infinidad de ataques. Y ratifica su amistad con Laureano Vallenilla Lanz. Los textos son el periodista Francisco “Paco” Ortega

Camilo José Cela (1916-2002) fue un vigoroso intelectual español, autor de La Catira, controversial novela encargada por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

Camilo José Cela (1916-2002) fue un vigoroso intelectual español, autor de La Catira, controversial novela encargada por la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

     “Camilo José Cela es un vigoroso escritor contradictorio en toda su humanidad impresionante. Ante todo, es español y como tal, piensa, habla y escribe. Para un intelectual de la talla de este gallego de fina sensibilidad y exquisita pluma, a veces amargo en el concepto, pero sincero y ancho de corazón, los pensamientos íntimos son revelados en una confesión desnuda sin recovecos oscuros ni veladas diatribas que pretenden disfrazarse de lisonja. A un escritor no se le puede pedir parcialidad, puede naturalmente no ajustarse a una exacta realidad de las cosas y estar más o menos equivocado, pero en el fondo la trayectoria de un sentimiento expresado con absoluta sinceridad, es loable, honrado y hasta ejemplar. Cela no es mercenario de una pluma que se vende. El soberbio poeta que existe en “Pisando la dudosa luz del día” nos lo descubre de manera total, desnudo de artificios presuntuosos, ajeno al juicio gratuito de los “consagrados” y exhibiendo su formidable solidez intelectual en una auténtica revelación de las letras contemporáneas de España.

     Resulta pueril intentar restarle méritos como escritor y como investigador del alma. Nadie como él ha narrado sus deliciosas andanzas por los campos de Castilla. 

     Respira míticamente en las noches segovianas pulsando el latido íntimo en las tierras fecundas, en el surco profundo del sentir hispano y se extasía como Gustavo Adolfo pegado a los muros avileños, o acaso como lo hiciera Teresa de Jesús, Camilo José Cela cuya fama universal la alcanzó hace 24 años con su novela laureada “La familia de Pascual Duarte”, respira sinceridad y late al unísono de las cosas bellas. Capta los sentimientos y escribe la verdad sin deslavarla con detergentes comprados a bajo costo en los mercados de la adulación y la especulación mercantil. Esto, para un país donde el trust intelectual está dirigido por los ricos clientes de las Editoriales, resulta un poco raro y hasta confuso. El tiempo se encarga de situar la razón de los incomprendidos en ese sitial donde se habla de tú a la historia y las costumbres, y de “usted” muy respetuosamente a quienes todavía no han salido del burgo provinciano.

     El autor de “La Colmena” debiera ser un exiliado de España. 

     “Pascual Duarte” lo enjuicia y la antes mencionada novela lo condena. Ambas son antiespañolas, ambas critican, ambas se confiesan a un soberbio árbitro de la verdad. Camilo José Cela ni es un exiliado ni un resentido. Es sencillamente un escritor. Ha recogido fielmente unos sentimientos y una confesión, esa espontánea revelación que vive en el ambiente de las cosas, pero que muy pocos saben aprovechar íntimamente y sobre todo exponerla con exactitud. España lo debería repudiar. Ha puesto el dedo en la llaga y hurga, hurga profundo con el escalpelo de su acerada pluma, hasta hacerla sangrar profundamente. Las heridas del alma las curan los nuevos sentimientos, que son el movimiento que causan en ella los motivos espirituales. Si Camilo José Cela no viviera esos emotivos espirituales, su alma sangraría en una agonía infinita de odio, desesperación e impotencia. Pero aprendió a cantar a la vida desde muy joven, allá en las brumosas tierras de su Iria-Flavia curuñesa y en una terca negativa galaica destruyó esta trilogía funesta, para exigir de ella lo bueno que se la pueda extraer, proclamándose trovador de la realidad y heraldo de las cosas que capta su fina sensibilidad de escritor, Sus millones de lectores incansablemente lo leen y esos mismos millones de seres lo critican. ¿Cabe mayor satisfacción para un intelectual confesor de almas?

Cuando Cela escribió La Catira, la prensa llegó hasta el propio baño para entrevistarlo. Aquel baño tibio se transformó luego en un baño de agua helada.

Cuando Cela escribió La Catira, la prensa llegó hasta el propio baño para entrevistarlo. Aquel baño tibio se transformó luego en un baño de agua helada.

Junto al Mare-Nostrum

     Camilo José Cela vive recoletamente en su quinta asomada a las aguas del Mediterráneo. Lo rodea el buen gusto, una inmensa colección de buenas firmas sobre el óleo chorreando de arte, el maravilloso sol de Palma de Mallorca y el almendro en flor que golpea su ventana en el estudio que se asoma al Mare-Nostrum de Don Vicente Blasco-Ibáñez.

     Cuando lo entrevistamos está trabajando. Cela no ha dejado de trabajar desde que le publicaron su primer cuento en un diario provinciano de La Coruña. De esto hace ya 35 años. Desde su enorme altura sonríe a medias. Impresiona y desconcierta. Extiende una mano, ancha, vigorosa, enérgica. No sé por qué me recuerda de inmediato a ese patricio de nuestras letras e inolvidable venezolano que se llamó Rufino Blanco Fombona.  Después su sonrisa se extiende, se hace más humana, más cordial. Ya no es el Camilo José Cela que hemos descubierto de improviso, como el objeto desdibujado a través de la niebla. El rostro de duras facciones se anima, su voz es potente y agradable y su trato el de un acogedor hidalgo. Habla seguro. De manera normal, parece examinarlo a uno. Y sabe mágicamente deshacer la incertidumbre y sobre todo la impaciencia o la incomodidad para iniciar la entrevista que sólo tiene un objeto: hablar de Venezuela y de “La Catira”. Para nadie es un secreto la enorme controversia que originó esta novela, años atrás y en ocasión de gobernar a Venezuela el General Marcos Pérez Jiménez. No vamos nosotros a enjuiciarla en este reportaje. Ya lo han hecho voces autorizadas, pero sí vamos a aclarar ciertos aspectos de aquella pugna literaria que en su debido momento nadie criticó e incluso fue elogiada por una buena parte de “nuestros consagrados”.

     –“Ni la Asociación de Escritores –señala Cela– ni las más preclaras plumas de la literatura venezolana se opusieron a un trabajo que exclusivamente confiado a un extranjero.

El escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1989, no tuvo empacho alguno en reconocer públicamente que fue contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos.

El escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1989, no tuvo empacho alguno en reconocer públicamente que fue contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos.

     Cuando le recordamos ciertos comentarios ligados a la persona del doctor Laureano Vallenilla Lanz en relación con el libro, nos dice rotundamente:

     –“Ni el doctor Laureano Vallenilla ni yo somos bobos, ni a mí se me pasó siquiera por la imaginación el pretender crear un inexistente problema al genio de Don Rómulo Gallegos, a quien admiro profundamente como inigualable escritor y ejemplar venezolano. Ese menosprecio nació de un fruto amargo que jamás debió tomarse en cuenta, entre elementos de muy pesada digestión. Estimo que las novelas deben encajar en su justo lugar y no desplazarlas con denuestos; deben orientar al lector, no predisponerlo taimadamente.

     Yo fui contratado con la condición de que la obra discurriese en Venezuela, bien fuera novela, libro de viajes o de ensayos. Yo fui, repito, un escritor contratado, de ninguna manera un oportunista y estos acuerdos pertenecen al libre cambio. ¿Qué se me puede criticar? Recogí mis notas y la escribí, aquí en Palma. Su nombre brotó de manera espontánea. “La Catira” vive en mi alma de manera entrañable como las maravillosas tierras donde se desarrolla la acción de la novela. ¡Seis meses para escribirla y tantos años para criticarla!”

     Al tocar este tema de la crítica, nos dice: “Pascual Duarte” y “La Colmena” chocan abiertamente con el medio español, son casi anti españolas.

     Yo, efectivamente, debiera vivir exiliado. Esto no quiere decir que establezca paralelos entre España y Venezuela ¡de ninguna manera! –insiste– Sin embargo, dados el momento, la circunstancia y el motivo, tuve que servir de chivo expiatorio o de cabeza de turco, como mejor se interprete. Para la oposición representaba un soberbio argumento contra el General Marcos Pérez Jiménez, donde el “despilfarro y la ausencia de patriotismo” le hacían confiar a un extranjero una obra que no fue precisamente la de “El Escorial”, pero que sí manifiesto con mi modesta opinión es una apología de la mujer y la tierra venezolanas.

“La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente.

“La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente.

Una denuncia

–“Sin ánimos de polémica pienso publicar el vocabulario que ya con anterioridad, fue debidamente autorizado –diríamos por los escritores de Venezuela. Como escritor, si se me forzara a falsear la idiosincrasia de un pueblo, alterando sus valores espirituales, no sólo me negaría de manera rotunda, sino que despreciaría toda mi vida a eso conglomerado estúpido que tan bien sabe especular la ignorancia. ¡Jamás me prestaré a tan vil juego! ¡No puedo avalar un disparate que altere la realidad de los hechos! “La Catira” primero fue alabada, luego silenciada y más tarde atacada frontalmente. Fui blanco –repite– de un determinado grupo político y estoy plenamente convencido de esta maniobra, hasta el extremo de que la encuesta realizada en “El Nacional”, donde figuraron destacadas figuras, fue absurdamente adulterada. Personas que ya han fallecido y otras que aún viven para la política y la literatura me manifestaron su descontento o desaprobación por tan pobre procedimiento, abonando el interés de ese sector político que pretendió hundir malamente lo que ya había sido juzgado con sano criterio y justísima apreciación imparcial. Quiero recalcar de nuevo que, tengo pruebas de que fueron mentiras y falsedades las que aparecieron en aquella oportunidad en la famosa encuesta del mencionado diario. El doctor Laureano Vallenilla Lanz pudo parar esta campaña y si no lo hizo sus poderosas razones tendría.  No trato ahora de justificar nada porque si me contratara el propio Ho-Chi-Min, volvería al Vietnam, siempre que no se me obligara a escribir falsedades. Llegué a Venezuela invitado para dictar una serie de conferencias sobre temas literarios, marginado de la política, porque sobre ese particular tengo mis propias convicciones y mis puntos de vista. El resto ya lo sabe todo el mundo y lo que no ha sucedido ya lo han inventado”.

     –“Valga el momento –prosigue el notable escritor para manifestar al pueblo de Venezuela, por medio de la prestigiosa Revista Élite, que el medio político no cuenta en el profundo cariño y la más alta estima que siento por todos los venezolanos. Ni la detracción, ni siquiera el insulto directo mermaron jamás este cariño. Recuerdo siempre aquella gratísima época que viví entre ustedes y esta misma época que aludo creo que será igualmente añorada por todos los venezolanos. En esto sí están todos de acuerdo conmigo”.

     amilo José Cela sonríe plenamente y ha silenciado su charla. Piensa y observa con un aire de tristeza descansando su mirada lejos, muy lejos entre la bruma madrugadora de un día pleno de sol mediterráneo. Nosotros sabemos en qué está pensando. El escritor nos lo confirma:

     –“Deseo la prosperidad y paz, mucha paz a esa Venezuela que todos los venezolanos y yo conocimos años atrás. Sencillamente la admiro, como admiro el arrogante e hidalgo origen de la lucha por la libertad. Los venezolanos tienen todos los derechos a ser felices, prósperos y libres. Lamento un estado de cosas que no pueden estructurar hoy, ese monumento que yo quisiera para la Patria del Libertador, procera y soberbia cuna de gloriosos soldados y extraordinarios prosistas universalmente conocidos. Vaya mi ofrenda a ellos como reconocimiento sincero de un profundo admirador que venera la patria de Simón Bolívar con el cariño que todos los españoles sentimos por Hispanoamérica”.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Élite. Caracas, 23 de abril de 1966.
Así huyó Juan Vicente Gómez a la gripe española de 1918

Así huyó Juan Vicente Gómez a la gripe española de 1918

La pandemia mató a su hijo más querido (Alí Gómez), pero él no quiso verlo por temor a contagiarse. El general recibía los periódicos previamente desinfectados para enterarse de los “muérganos centrales” que se iban muriendo. . . 

Por José Rafael Pocaterra

Durante la Gripe Española de 1918, el general Juan Vicente Gómez se encerró para evitar el contagio.

Durante la Gripe Española de 1918, el general Juan Vicente Gómez se encerró para evitar el contagio.

     En la extraordinaria obra de José Rafael Pocaterra “Memorias de un venezolano en la decadencia”, consta el capítulo que insertamos en seguida sobre la gripe de 1918 en Venezuela. El gran escritor narra ahí cómo murieron del flagelo mundial, el más querido hijo de Gómez, Alí, y otro miembro de su familia. El dictador se encerró para evitar el contagio; no se tomaron medidas para evitar el contagio; no se tomaron medidas en defensa de la población; hubo hostilidad visible contra Caracas. Todo eso cuenta Pocaterra, en las brillantes frases propias de su estilo; castiga severamente a quienes cree que debe castigar, y fustiga con vehemencia a los responsables de la propagación de la peste.

     “Una mañana la pandemia de gripe que hacía su trágica gira universal, surgida de las miasmas del inmenso campamento europeo o traída en las alas de un soplo de expiación por la vasta iniquidad inútil, apareció en La Guaira. . .  Un caso, dos, tres, seis, cien. Sobre la capital cayó como una niebla. La ráfaga barrió implacable desde los extramuros hasta el centro. Gómez, el amo de los venezolanos, el “hombre fuerte y bueno”, que ama a sus compatriotas y tiene tres lustros sacrificándose por ellos, huyó a refugiarse en su caverna estableciendo prevenciones ridículas. Como la epidemia azotaba a la capital cada vez con mayor furia e iba invadiendo ya los alrededores, el déspota cobarde se aisló aún más severamente en su guarida de Maracay. Allá fue a golpear la muerte. A su puerta. Uno de sus hijos, quizás el más querido, Alí, cayó enfermo y en horas murió. No quiso verle. Temía contagiarse. Luego otro miembro de su familia, Y aquí y allá, enfermos, muertos. 

     La gripe galopaba frenética sobre los nublados de noviembre, caía sobre los villorrios, atravesaba por los valles de Aragua, e iba a hacer presa en Valencia. El “héroe” por falta de abnegación rudimentaria, de noción de responsabilidad, con mayor miedo a las toses que ahogan que a los tiros que oyó siempre de lejos, voló a refugiarse en una aldea de aguas sulfurosas que está ante el abra de los llanos.

     San Juan de los Morros vio a aquel tirano implacable, a aquel hombre tan frío, tan ajeno a la piedad, a la compasión, a la solidaridad humana, refugiarse en las grietas de sus farallones como los jaguares del Bajo Apure que las candelas del llano hacen escapar hacia los riscos. . . Se llevó a su hermano Juancito, Gobernador del Distrito Federal; recogió su tribu y allí se estuvo mientras la ciudad, –de la que el doctor Márquez Bustillos apenas se atrevió a separarse unas cuadras en un burgo vecino, con más miedo de Gómez que de la peste –sucumbía atenida a sus recursos, con una policía brutal que acosaba por temor a motines todas las obras pías de la comunidad, en manos de la parte ejecutiva del gobierno de un tal Delgado Briceño, un pobre diablo aventado a la superficie en aquellos días de descomposición como esos batracios que la creciente arroja a la orilla y engorda de despojos. Ese hombre se volvió loco de inquisición, de enredos, de persecuciones pueriles.

     Un ejemplo, de paso, servirá para dar una idea cómica de ese malhechorete oscuro. Se editaba en Caracas por aquellos días un diario humorístico “Pitorreos”. En cama casi todos los redactores de periódicos hubo semana en que las ediciones se hacían por los cajistas sólo. En esos días había leído una excelente traducción de “la Máscara de la Muerte Roja”, de Edgard Poe, y la di a las cajas del diario citado, de cuya empresa era socio. Y el propietario de la imprenta, el señor Eduardo Coll Núñez, se las vio negras y tuvo que apelar a un Larousse para probarle a aquel infeliz que Poe existía, que había sido un poeta americano. El hombre estaba empeñado en que eso de Poe era un seudónimo mío o de otro “enemigo del gobierno”– y que aquello era una alusión al “general Gómez”.

En la terrible epidemia de gripe que azotó al mundo en 1918, falleció en Maracay el hijo predilecto del general Juan Vicente Gómez, Alí Gómez.

En la terrible epidemia de gripe que azotó al mundo en 1918, falleció en Maracay el hijo predilecto del general Juan Vicente Gómez, Alí Gómez.

     Al fin, entre el prefecto Carvallo y el atribulado Coll pudieron dejarle satisfecho a medias. Detrás de aquella suerte de “Scotland Yard” y del “grand guignol” nuestra labor continuaba enérgica y resuelta. De los nuestros murieron algunos. Una cólera sorda, una indignación general venía en oleajes a chocar con los diques que la reserva misma del proyecto iba imponiendo. El cuadro de la capital abandonaba a la hora de un peligro como aquel y cuyos habitantes en vez de sentir alivio de “la mano fuerte”, sólo conocían los maltratos brutales de los agentes de Pedro García o las sigilosas asechanzas de la prefectura; la actitud insolente del pobrete de la Gobernación en pleno delirio de grandezas, queriendo quedarse con once mil y pico de bolívares de la Junta Recaudadora presidida por el Arzobispo; las historias populares que siempre corren; un tal Véjar, barbero de los Gómez y celador del cementerio, desenterraba los muertos ricos para revender las urnas que como artículo de la primera necesidad estaban por las nubes; la indiferencia, el desdén con que los explotadores de la jarca maracayera escapaban a refugiarse en los pueblecitos recónditos. . . ¡No se les vio en una obra de caridad, en una recaudación pública, en el ejemplo vivo que hasta el último limpiabotas daba llevando víveres y medicinas por los vecindarios! 

En su extraordinaria obra Memorias de un venezolano en la decadencia, José Rafael Pocaterra relata desconocidos acontecimientos ocurridos en Venezuela durante la gripe de 1918.

En su extraordinaria obra Memorias de un venezolano en la decadencia, José Rafael Pocaterra relata desconocidos acontecimientos ocurridos en Venezuela durante la gripe de 1918.

El odio de esta gente a la ciudad revelado de súbito, desenmascarado su deseo recóndito, al fin, en vías de realizarse, de que Caracas sucumbiese y pagase la risa y la ironía de sus epigramas en una tragedia del destino que mataba a los buenos y respetaba la canallocracia, este conjunto de circunstancias hizo erguirse la vieja Caracas que halló en sí misma recursos y que vio a todas sus clases en una como unión sagrada desde el licenciado Aveledo hasta Juan Nadie, arrojarse valientemente a socorrer a los hermanos en desgracia, sin temor al peligro común. Por algunos días ¡fueron la última llamarada de un gran corazón que se iba a consumir en podredumbres insólitas!, vi desfilar en la hora de la catástrofe ante la expectativa de la patria el alma risueña, dolorida y heroica de la ciudad del Libertador.

San Juan de los Morros vio al tirano implacable refugiarse de la pandemia.

San Juan de los Morros vio al tirano implacable refugiarse de la pandemia.

     Aquel castigo formidable hirió todas las fibras, conmovió todos los corazones, unión todas las voluntades. Y respondiendo a los clásicos organizadores de “cruces rojas” decorativas y de cuerpos filantrópicos con reglamento y junta directiva, en un impulso unánime, el heroísmo de los muchachos de la Universidad, perseguidos, disueltos, ultrajados, desposeídos del derecho a una profesión –pues que el bárbaro había clausurado la Universidad desde 7 años antes– aquellos niños, de última reserva de una sociedad que se marchitó sin florecer, aquellos niños que han enterrado sus líderes con marcas de grilletes en las piernas y devorado su angustia ante el prestigio insolente de media docena de indolentes académicos, aquellos adolescentes, blasón de la raza,  orgullo santo de la madre que les parió y de la patria nutriz de sus ideales, mientras conspiraban para la caída del déspota miedoso, cumpliendo dos santos deberes es un solo impulso, lanzáronse al socorro de la ciudad procera.

     Un grupo de niñas valerosas abrió un local y púsose a la obra de preparar medicinas y organizar servicios de alimentación. Mientras Caracas alimentaba y curaba y hasta remitía dinero y recursos para otras poblaciones del interior atacadas ya por la epidemia, Gómez, sus familiares y sus genízaros engullían en San Juan de los Morros tajadas de buey y esperaban los periódicos de la capital, previamente desinfectados, para enterarse de los “muérganos centrales” que se iban muriendo”.

Procesiones y culto religioso

Procesiones y culto religioso

William Duane, escritor, periodista e impresor de origen irlandés. Autor de unos relatos sobre su visita a La Guaira y Caracas (1822-1823).

William Duane, escritor, periodista e impresor de origen irlandés. Autor de unos relatos sobre su visita a La Guaira y Caracas (1822-1823).

Una percepción del coronel Duane

     William Duane nació en Lake Champlain, Estados Unidos, el 17 de mayo de 1760, y falleció en Nueva York, Estados Unidos, el 24 de noviembre de 1835. Fue escritor, periodista, editor e impresor de origen irlandés, que estuvo activo en cuatro continentes. Trabajó para periódicos Whig radicales en Irlanda y en Londres, y gestionó dos títulos propios en la Presidencia de Bengala. Escribió relatos sobre su visita a Colombia, La Guaira y Caracas (1822-1823). En la última sesión del primer Congreso General de Colombia, celebrada el día 14 de octubre de 1821 en la Villa del Rosario de Cúcuta, se le reconoció por sus constantes esfuerzos en favor de la libertad. El título de su obra publicada luego de visitar la República de Colombia o Gran Colombia fue Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823.

     En su extenso escrito, bastante cargado de digresiones, escribió que, luego de regresar de una visita y muy cerca del anochecer, escuchó el sonido de una música coral. Creyó que los sonidos provenían de una iglesia que quedaba cerca, aun cuando estaba convencido de no haber visto ninguna edificación religiosa en los alrededores por donde con frecuencia había transitado. Al experimentar la cercanía de los sonidos, “me detuve, y me sentí realmente complacido ante la potencia y armonía del canto, en el cual, aunque se advertían los delicados tonos de muchas voces infantiles, estas quedaban felizmente armonizadas con la de un excelente tenor”.

     En su descripción puso de relieve que tanto hombres como mujeres, que se reunían en el lugar, se situaban como acostumbraban, a uno y otro lado de la calle, en el centro de la cual se concentraban multitud de fieles que, a la distancia donde se encontraban, sólo podían ser visualizados y distinguidos bajo el influjo de unos cirios encendidos que cada cual llevaba en la mano, y otras lamparillas, suspendidas en una elevada tarima, ofrecían la iluminación de una imagen, la cual Duane no logró distinguir, pero que él presumió sería la de un santo o, probablemente, la de una virgen.

     En lo atinente a los asistentes, destacó que llevaban la cabeza descubierta y que no observó a ninguna persona de rodillas. En lo referente al cuadro, en el que estaba representada la figura del santo, el mismo reposaba sobre las manos de algunas personas que intentaban mantenerlo en una posición firme, mientras que al frente iba un grupo de jóvenes provistos de cirios. Le seguía la imagen, del santo o virgen, y luego venía el sacerdote quien tenía como indumentaria una sotana oscura y su respectiva banda. Continuaron con su marcha y se detuvieron “frente a la residencia de un opulento vecino, donde hicieron alto y cantaron durante algunos momentos. La puerta de la casa se abrió, se asomó una mujer, quien entregó algo al clérigo, y la procesión continuó.

    Destacó que los integrantes de la procesión practicaban el mismo ritual de detenerse en cada casa y recibir, de la misma forma, la entrega del óbolo o donación. Puso a la vista de sus lectores que la marcha estaba compuesta por más de cien personas, muchas de las cuales, de acuerdo con una arraigada costumbre, se sumaban al coro, que, según Duane, eran el máximo y vivo redivivo de los trovadores del siglo XIII, cuando al canto de romances por las calles era común y que, de acuerdo con sus conocimientos, el ritual que acababa de observar era una herencia de esta tradición que databa de unos seis siglos.

En las procesiones caraqueñas, tanto hombres como mujeres, que se reunían en el lugar, se situaban a uno y otro lado de la calle, para ver a la multitud de fieles caminar por el centro.

En las procesiones caraqueñas, tanto hombres como mujeres, que se reunían en el lugar, se situaban a uno y otro lado de la calle, para ver a la multitud de fieles caminar por el centro.

     Agregó que este recorrido por él visto y realizado por parte de feligreses y creyentes, presentaba características propias. Por ejemplo, el de una actividad de mendicidad, en vista de que ninguna iglesia, las que no estaban adscritas a una parroquia, se proveía de recursos conseguidos por medio de la espontánea bondad de las gentes piadosas. Por tal razón, escribió: “imagino que el objetivo de estas procesiones es el de solicitar la ayuda económica de los feligreses”. De acuerdo con sus indagaciones los donativos otorgados eran muy escasos, ya que la suma que se esperaba recolectar por persona no superaba un real, “aunque se dice que el sexo femenino es muy inclinado a hacer el bien de manera oculta, y contribuyen mucho más de lo que se les pide”.

     Para dar fuerza a sus argumentaciones señaló que el grado de instrucción, educación e intelectual, así como el conocimiento que se tenía de estas tradiciones les otorgaban un carácter particular a las manifestaciones de talante religioso. A lo que se debe agregar que estamos haciendo referencia a un hombre con creencias religiosas distintas frente a quienes hacían vida en Sudamérica, De ellas expresó que se realizaban con excesiva frecuencia, pero que no eran perjudiciales, aunque interrumpían la circulación normal por las calles. 

     A la instrucción que hizo referencia era la vinculada con cada una de las variantes religiosas que se habían extendido con las reformas de la Iglesia a lo largo de la historia. Porque las reacciones a que había dado origen la educación recibida entre las numerosas ramas reformadas de la iglesia cristiana, estaban revestidas de ceremoniales, como el uso de cuadros e imágenes menos pomposos y, especialmente, a las prácticas de adoración que se exigía a los fieles, “o que se les impone implícitamente, en el sentido de que deben descubrirse la cabeza y doblar la rodilla cuando pasa la Eucaristía”.

     En este sentido, recurrió a una de sus digresiones para intentar explicar esta situación en la que estaban muy presentes acusaciones mutuas de idolatrías hacia objetos e imágenes. Se interrogó acerca de cómo un posible examen desapasionado llevaría a conciliar la posición de acuerdo con la cual, la madre iglesia no mostraba mayores exageraciones en este orden, que la de los ritos de los judíos. Menos la de estar exentos de misterios, a pesar de que los escritos hebreos se desplegaban como artículos de fe. Sumó este hecho factible con la presencia de cierta alegoría en la celebración de la misa, en que cada acción mostraba, de forma emblemática, algún evento asimilado con la pasión y muerte de Cristo. Sin embargo, resultaría posible, según Duane, que fuese una práctica común en tiempos de cuando con la imprenta se difundieron las prácticas propias de los ritos y rezos, con las características propias de la reforma religiosa.

     A propósito de lo observado como práctica religiosa, al menos en Caracas, se había impuesto y convertido como obligación doctrinaria entre las formas rituales. Esta situación, tal como lo indicó, podría conducir a otro cisma en el seno de la Iglesia. Desde esta perspectiva propuso que lo deseable sería que todas las sectas cristianas convinieran, en los distintos países, en celebrar sus actos, tal como sucedía en los Estados Unidos de Norteamérica, sin ningún tipo de coerción o censura, práctica muy común que llegó a testificar entre 1822 y 1823 en esta comarca. Insistió que las creencias religiosas eran de carácter individual, sin que ninguna persona fuese responsable de los actos erráticos de otros, así como que tampoco debían las personas ser constreñidas a cumplir con actos contrarios a sus creencias, tal como lo testificó durante su permanencia en Caracas.

Duane supuso que el objetivo de estas procesiones era la de solicitar la ayuda económica de los feligreses para el sostenimiento de las iglesias.

Duane supuso que el objetivo de estas procesiones era la de solicitar la ayuda económica de los feligreses para el sostenimiento de las iglesias.

     Igualmente, refirió que la fe se derivaba del contexto dentro del cual, de manera azarosa, se formaran las personas durante sus primeros años de vida. También, la caridad del precepto cristiano exigía, no solamente el derecho a la elección, sino la tolerancia mutua entre quienes profesaban la adoración de una misma divinidad, “ya que el culto, en realidad, sólo difiere en dichos aspectos formales, o en las invenciones pragmáticas de edades místicas o bárbaras”. A estas reflexiones indicó haber sido interrogado sobre la situación religiosa y del papel del clero en la Gran Colombia. Preguntas a la que sumaban sus interlocutores sobre la necesidad de enviar misiones para adoctrinar a los indios, así como a los habitantes de estos territorios sudamericanos.

     Esta digresión le sirvió para criticar a muchos de quienes habían visitado estas regiones del sur y prejuiciosamente describían la práctica religiosa en países como la Gran Colombia. 

     En este sentido, asentó que en este espacio territorial se establecieron legislaciones para impedir manifestaciones religiosas externas que pudieran ser propicias para actos de violencia o inhibición y que por tal razón a ningún extranjero le correspondía calificarlas de injustas o justas. Aunque Duane no mostró un distanciamiento evidente ante la aprobación de leyes que limitaban las prácticas religiosas, distintas a la apostólica romana, en sus consideraciones abogó por un mayor respeto y consideración para aquellos practicantes, de cultos diferentes, quienes decidían radicarse en las antiguas colonias españolas o de quienes venían como visitantes a ella.

     Sin embargo, estas consideraciones muestran su incomodidad ante el alejamiento de la tolerancia religiosa la cual desde el 1700 se venía discutiendo y que en la América española no estaba presente. Duane fue muy equilibrado al ponderar la experiencia de haber estado en un espacio territorial donde ella no era posible. Aunque, se debe agregar que, él sentía un acercamiento hacia lo ejecutado contra el imperio español, pero no con uno de sus resultados.

Rómulo Gallegos nos habla de la filmación de Doña Bárbara

Rómulo Gallegos nos habla de la filmación de Doña Bárbara

Por Alfredo Figueroa

Rómulo Gallegos tuvo también una estrecha y prolífica relación con el cine, adaptando algunas de sus obras como Doña Bárbara, al séptimo arte.
Rómulo Gallegos tuvo también una estrecha y prolífica relación con el cine, adaptando algunas de sus obras como Doña Bárbara, al séptimo arte.

     “Rómulo Gallegos, el magnífico creador de “Doña Bárbara” y tantas otras admirables novelas de prestigio continental, se encuentra en la actualidad acometiendo una empresa de gran aliento y porvenir: el implantamiento de una industria cinematográfica nacional. Este hermoso proyecto de Gallegos, presenta como base inicial la filmación de “Doña Bárbara”, obra ésta mejor que ninguna otra para un ensayo cinematográfico de calidad, ya que contiene todos los elementos indispensables para hacer de ella un excelente escenario fílmico. “Doña Bárbara” con sus personajes, sus episodios y sus decorados profundamente venezolanos ofrece al Séptimo Arte una magnífica posibilidad para la realización de un film estupendo.

     Rómulo Gallegos, con la amplitud y el desinterés que le caracterizan, ha puesto su talento y su dinamismo al servicio de una hermosa idea que merece la colaboración de todos cuantos nos interesamos por el desarrollo cultural de nuestro país, de todos cuantos vemos en el Cine el vehículo por excelencia para una amplia difusión de nuestros valores naturales y artísticos. En la precisa exposición que nos hace Gallegos de su proyecto, salta a la vista que ha estudiado detenidamente todos los aspectos del mismo y que, por tanto, las probabilidades de éxito descansan sobre bases firmes. 

     Tanto desde el punto de vista artístico como del económico, el proyecto de Gallegos representa un serio esfuerzo para el implantamiento entre nosotros de una industria destinada a incrementar nuestra producción artística, al par que nuestro progreso material. Todo un vasto sector nacional se pondrá en marcha con esta empresa que presenta un amplio programa de realizaciones: films musicales, históricos, documentales, etc.

     Pero cedamos la palabra al propio Gallegos.

–La filmación de “Doña Bárbara”, proyecto que he venido acariciando desde hace mucho tiempo, es una inmediata realidad, pues actualmente tengo a mano todos los elementos necesarios para acometer esa empresa. El propósito central que me ha impulsado a la realización de ese proyecto no es, como quizás se imaginen muchos, el solo deseo de trasladar mi novela a la pantalla, sino principalmente el implantamiento en Venezuela de una industria nacional cinematográfica, organizada sobre bases sólidas y capaz, por tanto, de poner en marcha una serie de actividades de diversa índole, de vital importancia colectiva. La filmación de “Doña Bárbara” será, pues, el punto de partida de una empresa de largo aliento, cuyas proyecciones son incalculables desde todo punto de vista.

–El objeto de mi reciente viaje a Hollywood, fue el familiarizarme con el mecanismo de la producción cinematográfica y entrar en contacto con todos los elementos que intervienen en la complicada elaboración de los films: directores, productores, actores, fotógrafos, escenaristas, etc. Gracias a la circunstancia de habérseme brindado toda suerte de facilidades, pude formarme rápidamente una idea exacta de todo cuanto se requiere para la producción de films de calidad. A tal punto que hoy día estoy seguro de que la filmación de “Doña Bárbara” podremos llevarla a cabo en Venezuela, sin otras dificultades que aquellas que son inherentes a la realización de un buen film.

Doña Bárbara fue la obra que le abrió a Rómulo Gallegos las puertas del público iberoamericano, además de ser la obra suya llevada al cine que tuvo mayor resonancia.
Doña Bárbara fue la obra que le abrió a Rómulo Gallegos las puertas del público iberoamericano, además de ser la obra suya llevada al cine que tuvo mayor resonancia.

–A pesar de las proposiciones que me han sido hechas, por parte de empresas productoras de Hollywood y México, no he vacilado un momento en desecharlas para consagrarme por entero a mi primitivo proyecto de filmar a “Doña Bárbara” en Venezuela.

–El aspecto económico de la filmación está prácticamente resuelto, puesto que ya se encuentra suscrito el 80% del capital indispensable. Este halagador resultado ha sido obtenido sin mayores esfuerzos de mi parte, gracias al interés que el proyecto ha despertado entre un grupo de amigos, quienes contemplan la empresa sin miras de lucro y aspiran solamente a brindar su cooperación monetaria como una colaboración y un aporte necesarios. En cuanto al resto del capital inicial, espero obtenerlo en breve, gracias al entusiasmo que el proyecto ha provocado.

–Descartando la utilización forzosa del equipo técnico extranjero imprescindible para la filmación de “Doña Bárbara”, ésta se llevará a efecto con elementos venezolanos en su totalidad. Desde la dirección hasta la mano de obra, pasando por los intérpretes, arreglos musicales, escenaristas, etc., nuestro primer film será una empresa acometida y rematada por venezolanos. Por tanto, innecesario me parece advertir que dicha empresa requiera la colaboración de un vasto sector nacional para dar cima a sus propósitos.

–Las circunstancias actuales son muy propicias para la implantación de una industria cinematográfica nacional. Los anteriores ensayos efectuados entre nosotros constituyen una preciosa experiencia que es necesario aprovechar, ya que su éxito parcial permite comprobar principalmente la existencia de inestimables recursos artísticos que no pudieron ser utilizados a fondo por ausencia de una organización racional sobre bases económicas estables. Por otra parte, el ejemplo de otros países americanos, tales como Argentina y México, así como los ensayos realizados hasta la fecha en Hollywood, en lo que a cine en español respecta, deben estimularnos para incorporar nuestro país a esa próspera actividad artística e industrial.

La filmación de Doña Bárbara, Rómulo Gallegos se propuso implantar en Venezuela de una industria nacional cinematográfica.
La filmación de Doña Bárbara, Rómulo Gallegos se propuso implantar en Venezuela de una industria nacional cinematográfica.

–El campo que se ofrece a una industria cinematográfica nacional, es realmente espléndido. Si tenemos en cuenta que el cine es un excelente vehículo para la difusión de nuestros valores culturales y la exaltación de nuestras riquezas naturales, llegamos a la conclusión lógica de que una industria semejante es altamente beneficiosa. No solamente podremos compensar y limitar el tributo exagerado que venimos haciendo a la industria cinematográfica extranjera, sino que también fomentaremos y desarrollaremos múltiples actividades que son el complemento necesario de esa industria y en las cuales participarán desde el artista hasta el obrero. Sin incurrir en exageración alguna, nos permitiremos señalar una de las insospechadas proyecciones de dicha industria: el fomento del turismo entre nosotros.

–Sería absurdo que, al intentar la filmación de temas y ambientes genuinamente venezolanos, copiemos o imitemos a Hollywood. La producción yanqui no puede ofrecernos otra cosa que su concepción técnica del film, la cual utilizaremos ampliamente por ser excelente. Fuera del elemento técnico –humano y mecánico– nada tenemos que importar de Hollywood.  Así, en la filmación de “Doña Bárbara”, acoplaremos el equipo técnico al conjunto de elementos exclusivamente venezolanos que intervendrán en su elaboración para obtener un equilibrio armonioso. De esta manera, sobre todo desde el punto de vista artístico, estaremos en condiciones de producir un film que podrá competir ventajosamente con aquellos otros que se vienen produciendo en Hispanoamérica. Además, en las sucesivas producciones, hasta el equipo técnico dejará de ser extranjero en lo que respecta al elemento humano del mismo, pues gradualmente se formarán técnicos venezolanos, Así, a vuelta de algún tiempo, nuestras producciones serán nacionales en su totalidad.

–Una industria cinematográfica nacional, como la que proyectamos, no debe ser otra cosa que una vasta cooperación de todos cuantos nos interesamos en una actividad próspera y de grandes perspectivas. Esa cooperación no solamente la anhelo, sino que la exijo de todos. Para mí, tal cooperación es vital y necesaria para lograr producir en gran escala films venezolanos. “Doña Bárbara” no es sino el paso inicial, pues todos los escritores venezolanos pueden comenzar, desde ahora mismo, a concebir escenarios para trasladar a la pantalla nuestras costumbres, nuestra naturaleza, nuestra realidad. En el plan de producción entra igualmente la realización de films históricos que utilicen nuestra rica Epopeya, y films documentales que hagan conocer, de propios y extraños, nuestras inagotables riquezas naturales.

–Considero tan vasto el campo que se ofrece a la producción cinematográfica en Venezuela, que la coexistencia de varias industrias productoras redundaría en beneficio de la calidad de los films nacionales. Deseo sinceramente que tal empresa sea acometida por cuantos aspiren a situar decorosamente nuestro país en el cuadro de los países productores de Hispanoamérica

–Me entusiasma sobre manera el pensar que nuestra industria pondrá en marcha muchos brazos y muchos cerebros hasta ahora inactivos u ocupados en labores que no son las más apropiadas a las apetencias profundas de cada quien. Asistiremos, estoy seguro, a un florecimiento de actividades artísticas insospechadas y también a la formación de nuevas especializaciones, útiles para el desarrollo de la capacidad productiva de todo un vasto sector nacional.

     Después de escuchar a Rómulo Gallegos tenemos la íntima convicción de que su empresa será coronada con un éxito cierto. Su exposición, plena de atinadas observaciones y estudiados detalles, permite formarse una idea cabal de la empresa en ciernes, la cual descansa sobre bases artísticas y económicas, igualmente sólidas.  Al agradecer a Rómulo Gallegos su gentileza en confiarnos largamente su proyecto, nos apresuramos a ofrecerle toda nuestra decidida y entusiasta colaboración, la cual, esperamos, sea unánime por parte de todos los venezolanos enamorados de la cultura y el progreso patrios”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, 26 de febrero de 1938.
Las haciendas de café en Caracas

Las haciendas de café en Caracas

En su obra, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el Consejro Lisboa comenta la importancia de los cultivos de caña y café en Caracas.

En su obra, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el Consejro Lisboa comenta la importancia de los cultivos de caña y café en Caracas.

     El Consejero Lisboa, como se le motejó en Venezuela, fue un diplomático de origen noble que vivió entre 1809 y 1881. Fue el primer y único barón de Japurá y representó a Brasil en varios países de América y Europa. También fue un aficionado y estudioso de la espeleología y de la poesía. Estuvo en Venezuela entre septiembre de 1852 y enero de 1854, aunque había estado en el país en 1843. Su estancia en territorio venezolano fue con fines diplomáticos al igual que comerciales, a propósito de la apertura de una nueva ruta de navegación por el río Amazonas. Por tal razón, también estuvo en Colombia y Ecuador.

     Aprovechó esta circunstancia para redactar un libro, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Resultó ser una obra única en su género para el momento cuando fue publicada. Si bien la calificó como del género de los viajeros va mucho más allá.

     En su escrito se nota el conocimiento de la poesía del momento y de aspectos relacionados con su experiencia como diplomático. Desde los 18 años entró en el servicio diplomático del Reino del Brasil. En 1851 fue nombrado ministro en Misión Especial para los gobiernos de Nueva Granada, Venezuela y Ecuador. La misma representación administrativa fue llevada a cabo en Lima (1855), Washington (1859), Bruselas (1865) y Lisboa (1869).

     Según las líneas redactadas por Lisboa, el propósito de dar a conocer su libro, el cual fue publicado en Bruselas en 1866, era ofrecer las características y pormenores de países desconocidos para sus paisanos. Fue una motivación más política frente a otra consideración. Su intención se concentró en ofrecer a la opinión pública sus vivencias, aunque no dejó de advertir que sus argumentaciones las había estampado de manera imparcial. Esperó trece años para dar a conocer su escrito, no sin fuertes trabas ante las empresas editoriales. Pero, advirtió que lo que en su libro había expresado, todavía para 1866, estaban vigentes porque a los países que hacía referencia habían experimentado pocas transformaciones.

     En este orden, expuso ante sus potenciales lectores sobre los reproches que tendría que resistir por una obra culminada en 1853, pero dada a conocer en 1866. Sin embargo, fue enfático en cuanto a la importancia de ofrecer públicamente la experiencia de su estadía en los países que llegaron a ser una república en tiempos de inicios de la Independencia. En especial, por el desconocimiento de lo que había de apreciable del “estado de su civilización, así como de los elementos de desorden y decadencia que retardan su progreso”.

     De igual manera, presentó como excusa la de enfrentar escritos europeos que sólo ponían de relieve las revoluciones, la falta de garantías en ellas presentes y su decadencia material. Países que, de acuerdo con su percepción y examen, a pesar de cincuenta años de desórdenes y mal gobierno presentaban condiciones para alcanzar la prosperidad y la grandeza. Además, la situación en esos países continuaba presentando desórdenes, así como que tampoco se había publicado un libro que destacara lo que él observó.

     En esta oportunidad voy a destacar lo que escribió sobre el cultivo del café en Venezuela. Contó que el primer establecimiento de este tipo se encontraba en los linderos del lado oeste del río Anauco y en los límites de la ciudad. Lo colocó en primer lugar porque era uno de los de mayor prosperidad y el que daba buenos dividendos a su dueño. Sin embargo, advirtió que con la abolición de la esclavitud en 1854 (el libro fue escrito antes de esta fecha) debió haber sufrido grandes pérdidas. La entrada del establecimiento estaba sobre el camino de Sabana Grande, “inmediatamente después de pasar el puente de Anauco”.

     En él estaban dos fundaciones, una denominada Nuestra Señora de la Guía que se extendía hasta el río Guaire. La otra, se encontraba por los lados de San Bernardino hasta la base de la Sierra. A partir de su observación en ambas fundaciones dio a conocer que en Venezuela se cultivaban dos tipos de café, “que muy bien puede ser que conviniera que fueran estudiadas y aplicadas en el Brasil”. El café que se cultivaba en lugares montañosos y en climas de menos calor se le llamaba de tierra fría. El otro tipo era el denominado de tierra caliente y que era cultivado en las mismas tierras donde se sembraba la caña de azúcar.

En San Bernardino, quedaba una de las principales haciendas de café de Caracas.

En San Bernardino, quedaba una de las principales haciendas de café de Caracas.

     Expresó que el de tierras frías estaba expuesto a los rayos solares, mientras el de tierras calientes se cultivaba bajo la sombra de un frondoso árbol conocido con el nombre de Bucare, con el que no se permitía que los rayos solares penetraran de modo directo sobre los cafetos. De estos últimos cultivos señaló: “No hay duda que en las plantaciones de café de tierra caliente en Venezuela lo útil está maravillosamente combinado con lo agradable, porque los parques de San Bernardino y de Nuestra Señora de la Guía muestran la diversidad de los verdes y en la vida y movimiento que les da la ondulación de los penachos de las elegantes palmas reales, de las espigas del maíz y de los bambúes. En el mes de febrero estos mismos bucares pierden todas sus hojas y se visten con una flor roja, dando al paisaje un aspecto de novedad y de variedad que encanta”.

     Las máquinas donde se procesaba el fruto, según escribió Lisboa, descansaban en la fundación de Nuestra Señora de la Guía. El lugar donde estaban instaladas se dividía en dos partes. Una donde se encontraba el despulpador con su respectivo tanque. El otro donde se hallaban los pilones con su ventilador.

     El primero era utilizado para separar el grano de la baya o pulpa del café, el tanque servía para lavar la baba o mucílago, mientras los pilones cumplían la función de sacar la película o pergamino y el ventilador para separar este último.

     Luego pasó a describir con gran detalle la máquina con la que se procesaba el fruto. De ella indicó que reposaba sobre un pedestal construido con ladrillos y a su lado, con un fondo más profundo, un tanque para el lavado. Según la información que le fue proporcionada, la mejor oportunidad para despulpar el café era al momento de la recolección, pero, añadió, que existían otras opiniones según las cuales el proceso debía hacerse doce horas después de la recogida de los granos, cuando había pasado por una ligera fermentación.

     Describió el procedimiento de la siguiente manera. Un trabajador trasladaba el fruto en un canasto y lo depositaba en una plataforma plana. Luego, otro, con el uso de una pala de madera, lo arrojaba por una rampa que lo conducía hacia una cuchilla de donde se extraía el grano. Había otro trabajador que recogía el fruto que se escapaba de la cuchilla y lo volvía a colocar en la rampa para que el grano fuese extraído.

     Con el grano ya juntado en el interior del tanque, debía permanecer allí algunas horas. Por lo general, se distribuía en horas de la tarde, al día siguiente se comenzaba a lavar en horas tempranas de la mañana. Posteriormente se pasaba al secado, acumulado en hileras de tres o cuatro dedos de altura. De este modo debía pasar dos días expuesto al sol. Más adelante se recogía en sabanas para un secado de dos días más, tomando en cuenta de que no se mojara. Al final, era transportado a unas plataformas, donde se secaban hasta que se pudiera apreciar que los pilones podían separar del grano toda la película o pergamino.

     Dejó anotado que el pilado era muy parecido al proceso ejecutado en Brasil. “Sólo observo que en Venezuela utilizan morteros de hierro en lugar de nuestras canoas de madera”. En lo que respecta a los ventiladores que se utilizaban para procesar el café subrayó que sólo los vio de mano, “y en general se considera superfluo el gasto de los que van unidos a los pilones”.

El café que se cultivaba en Caracas era de muy buena calidad.

El café que se cultivaba en Caracas era de muy buena calidad.

     Agregó que la recolección la practicaban las mujeres y que se pagaba por tareas y no por jornadas. El café se distribuía en dos formas. El descerezado (despulpado) y el llamado quebrado. Este último era el más utilizado para ser exportado a los Estados Unidos de Norteamérica y valía la mitad del descerezado.

     Según sus pesquisas este procesamiento presentaba dos ventajas. Una, la calidad puesto que el grano conservaba mayor cantidad de su aceite esencial, el cual se evaporaba más secando el café más tarde con su cáscara. La segunda ventaja era que el peso aumentaba con el mismo procedimiento y conservando su aceite esencial, “de manera que la misma medida de café en baya que produce, secándolo con cáscara, cien libras de café, puede producir despulpándolo, 110, 115 y hasta 125 libras. Aun otra ventaja se puede sacar de este sistema, aprovechando la cáscara fresca, de la cual será fácil de destilar un licor alcohólico”.

     Sumó a su descripción que los pilones de la hacienda la Guía estaban instalados de una manera especial que había sido estudiada para aprovechar el terreno. En lugar de haberse colocado en hileras, se había optado por una ubicación en círculo. El eje que los movía, en lugar de estar de manera horizontal, estaba movido por una rueda baja. De los ejes indicó que poseían unos dientes o púas que hacían funcionar los pilones en la concavidad de los morteros. Otra diferencia que puso a la vista de los lectores fue que entre los pilones brasileños y los utilizados en Venezuela, era que en Brasil en vez de ser recipientes de metal eran de madera. No obstante, subrayó haber escuchado que el café pilado en mortero metálico salía con un mejor pulimiento y así se podía vender a un precio mayor.

     Para finalizar sus consideraciones sobre el café anotó que si se seguía el camino de Sabana Grande se llegaba a Petare. A lo largo de este camino estaban instaladas otras haciendas de café, “mas ninguna en tan buena condición como la de Guía”. Por otra parte, en, lo relacionado con el uso de máquinas no observó nada notable, “apenas en la que está en la parroquia de Sabana Grande vi una que hacía accionar el despulpador con la fuerza de un asno, cosa que me pareció ingeniosa”.

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