La Odisea de Pompeyo Márquez
Por Jesús Sanoja Hernández
Desde 1950 hasta 1958 la historia de Venezuela tiene que incluir en sitio de honor, el nombre de Pompeyo Márquez (1922-2017).
“1936. En cuántos discursos, en cuántos libros, en cuántos memorables artículos se ha inscrito este año de pasmo para Venezuela. Perdida en los comienzos de un siglo tumultuoso, la dictadura del Benemérito había hilado su red de paz carcelaria durante un período que sólo se compara en elasticidad con el de Porfirio Díaz, y en barbarie con ningún otro, de tan sádicas y dolorosas que fueron las torturas infligidas al bravo pueblo.
27 años que los nuestros juraron no olvidar jamás y que, oh miseria de las experiencias que no enseñan, fueron en su obra olvidados. 27 años que dejaron su llaga física, su llaga moral, su llaga histórica, en cada uno de los hogares de la patria.
Y vino el 36. El entusiasmo, las luchas, la palabra “izquierda”, el Bloque de Abril, los políticos nuevos y los excarcelados, los que regresaban y los que se agazapaban. Vino el deseo de construir y las ganas más profundas, carnales, de enseñar al pueblo la ruta de la libertad. Nacieron sindicatos y organizaciones, y también, al rato de los fragores del civismo conquistado, huelgas y disensiones ideológicas. De la nada –una nada engañosa, plena de gérmenes– se había pasado al todo, un todo también engañoso que a los pocos años se fragmentaría, dando paso a la diferenciación partidista, a la variedad de consignas y a las necesidades de un crecimiento democrático que, por vez primera, se ensayaba.
Por esos tiempos, los 13 años de Pompeyo Márquez empezarían a enredarse en las turbulencias de los nuevos días. Repartidos de la “Botica de los Angelitos” en 1935, bastarían meses para que pasara a la de “Palo Grande” o a la “América Productos”. A la didáctica directa de la agitación de masas que veían por doquier, a la pedagogía fructífera del debate público antes no conocido, la adolescencia de Pompeyo Márquez, entradas ya las semanas ejemplarizantes del 37 y el 38, se nutriría con los primeros libros, esos que arrojan luz repentina o que encienden pasiones heroicas incontenibles, como “La Madre” (cuántos no han caído bajo su urdimbre generosa), como el terrible “Cemento”, como el esquemático y simple “Avanzada”, de Jorge Newton, o como los poemas, todavía recordados por una memoria impresionable, de José Portogalo. Todos los alimentos que pide una vida que ingiere y asimila, todas las confluencias que accidental o vocacionalmente se unen en los lapsos de formación, fueron recibidos por Pompeyo y dejados así, en simiente y precedente, para después brotar digeridos y determinantes en los años en que la lucha fortifica al hombre, en que la serenidad se junta a lo combativo, en que la experiencia se suma a la perspicacia.
Comienzos de estudiante
En 1937 trabaja en una oficina de representaciones. Ya está en la mezcla dura de ganarse el sustento y estudiar. Con ese primer año de bachillerato que después no podría desarrollarse debido al vértigo de la lucha, entra en la F. E. V., aquel organismo alrededor del cual giraban las inquietudes y esperanzas de miles de venezolanos. La dosis de cárcel que en este país parece ser la iniciación de todo combatiente, la recibe cuando es sorprendido repartiendo el manifiesto de protesta por el asesinato de Eutimio Rivas. En cuatro años es encerrado doce veces; conoce varias prisiones; un día está en la Comisaría de “El Conde” y otro en el Jobito, en Apure fronterizo, a donde fuera un 1° de enero bajo órdenes de Pedro Estrada y el Bachiller Castro. Era en 1939 el mismo, que en septiembre vería estallar la guerra mundial. La cárcel, con sus vueltas regulares, llena muchos julios –semanas de exámenes– y los estudios quedan, al menos como carrera hacia el grado, paralizados.
Mas, al igual que el viejo principio de la química, en la vida, en la plenitud del hombre que se da a una causa, nada se pierde, todo se transforma. El álgebra elemental y la biología de Cendreros se apartaron y dieron entrada al libro vivificante de la acción callejera del periodismo político del aprendizaje rápido, variable, tenaz. Edita a “Masas”, vocero estudiantil, junto con otros de aquellos empecinados en abrir caminos, y hace de adjunto a la Secretaría de Universidades Populares de la F. E. V.: frecuenta círculos pedenistas y cuando las mudanzas del curso represivo lo echen a “El Jobito” recibirá, de manos de Ramón Volcán, un impulso marxista que lo llevará a una organización en la que después sería unidad invalorable. Como todo lo que tiene génesis difícil, no hay nada en el futuro político de Pompeyo Márquez que no sea una recompensa a los inicios y una superación de lo recorrido.
Los últimos discursos de López Contreras y el gobierno de Medina presencian cómo un hombre llegó a pasar de estudiante castigado por las incertidumbres de la lucha juvenil, a militante de partido y a conquistador honesto, sacrificado, de las primeras plazas dirigentes. Un destino se labraba así, ajeno a providencialismos tropicales, opuesto a la ascensión fugaz de quienes, al poco, ablandan la fibra interior y decaen, seguro del trabajo que lo moldeaba, del pueblo que lo impulsaba y de la vocación que, en lo hondo, hervía.
Períodos de afianzamiento-Rutas de preparación
Penetrado del sentido del partido, sustancia intocable, pero fértil, sin la que ningún marxista puede desarrollarse, Pompeyo Márquez comienza siendo responsable político de una célula a la vez que realiza trabajos de tipo reivindicativo en las juntas Pro-fomento de Luzón, El Observatorio, etc. Ya para llegar el año 1941, es secretario del Comité de Juventud Popular y participa en la fundación del periódico “JUVENTUS”, mimeografiado. Vientos encontrados soplan y ante la nueva situación emigra hacia El Callao, 300 kilómetros más allá de Ciudad Bolívar, su lugar natal. Para esa época la New Goldfield, compañía extranjera que explotaba el oro de la región, era muy importante y en el Hospital a ella adscrito trabaja este hombre que todavía no llegaba a los 20 años. Allí lleva vida semi ilegal y labora incansablemente en la solución de problemas obreros; en el semanario ¡Aquí Está! Hay un reportaje en el que se analizan muchos de estos asuntos.
Entre 1942 y 1945 iba a tener un papel principal en la construcción del partido en la región de Caracas. Justamente durante ese lapso es responsable político del Radio de San Juan, zona tan importante que alguna vez llegó a censar la tercera parte de la militancia partidista de la ciudad. Es secretario de la Unión Municipal en San Juan, para formar parte del Comité Regional y de la Directiva de Unión Popular y, sucesivamente, hace de administrador de ¡Aquí Está!, de funcionario en el “Morrocoy Azul”, de jefe de pregón de “El Nacional”, de jefe de oficina de VIKORA, empresa de Víctor Corao.
Este apretado balance cuadrienal significa, punto a experiencias y a consolidación política, un enrumbamiento decisivo de la vida política de Pompeyo Márquez. Venezuela, en estos tiempos en que el medinismo soltaba las amarras de formas casi tradicionales en la discusión de partidos y en que las polémicas entre los “grupos de izquierdas” y entre éstos y la “reacción” adquirían un fuego combativo capaz de probar el temple de los futuros dirigentes, Venezuela –decíamos– era un vasto campo de experimentación ideológica y de formación de cuadros. La velocidad de aprendizaje, el ritmo de evolución en la forja del líder, el volumen de informaciones necesarias para el adoctrinamiento, eran intensos y sostenidos, Para Pompeyo y para su Partido ese tramo de tiempo constituiría uno de los elementos de referencia más ricos en cuanto a base autocrítica, a partida de construcción, a cimiento de experiencias bien empleadas.
Pompeyo Márquez entró a la clandestinidad con un nombre que se hizo famoso hasta en el extranjero, desde México hasta Europa: Santos Yorme.
Las nuevas tareas
En 1945 es designado suplente del Comité Central y miembro de la Comisión Nacional de Organización que sirvió para adelantar la 4ª Conferencia Nacional del Partido. Viaja a Carabobo y Aragua.
Durante la división pertenece al P.C.V.U. y edita, junto con Gustavo Machado, el periódico UNIDAD. Vienen, afortunadamente, las gestiones para un entendimiento y en la Comisión organizadora del Congreso de Unidad que habría de celebrarse posteriormente participa Pompeyo, e igualmente presenta un informe ante dicha reunión. En 1947 –ya era miembro del Comité Central y del Buró Político– viaja a La Habana, invitado por el Partido Socialista Popular, y aprovecha para conocer casi toda la isla.Es uno de los fundadores de la Editorial Bolívar S. A., donde hace de comisario y gerente redactor de “El Popular”, al poco tiempo devendría en jefe de redacción del que iba a ser el célebre “Tribuna Popular”. Aquí escribió sobre los más diversos temas y empezó a dominar con extraordinaria tenacidad, los secretos del artículo, de la síntesis y la comunicación. Cuando la dictadura clausuró al periódico –13 de abril de 1950– ya Pompeyo había cumplido inmejorablemente con su inclinación natural al periodismo.
La clandestinidad, antes que agotar esta vena combativa, la iba a nutrir. En 1949 viaja al Ecuador como delegado fraternal al Congreso del Partido, y también a Colombia donde se realizaba el de Unidad. En Bogotá es asaltado por el SIC (Servicio de Inteligencia Colombiano).
La tormenta, sin embargo, se acercaba. Ilegalizado “Acción Democrática” a instante mismo del golpe militar del 48, el Partido Comunista venía forzando desde entonces una política de unidad y tratando de que el movimiento democrático encontrase en “Tribuna Popular” un vehículo de aglutinación y de acción orientadora. Nadie se hacía ilusiones respecto a que no iba a venir el decreto que colocase a la organización “fuera de la ley”. El tiempo era breve y lo que urgía era cómo aprovecharlo hasta el máximo.
Los últimos meses de 1949 y los primeros de 1950 servirían de fondo a una campaña diaria tenaz de “Tribuna Popular”, encaminada a divulgar las peticiones de los obreros petroleros, a defender sus derechos y conquistas. Este período registraría, paralelamente, conversaciones entre los partidos democráticos tendientes a formar un frente unido en la lucha que inevitablemente se acercaba. El Ministerio del Trabajo hacía, mientras tanto, ofrecimientos falaces y todo, como nube lentamente acumulada, iba a estallar el 3 de mayo, dos días después de la fecha que la Junta Militar de Gobierno –la dictadura– crecía. La industria del aceite permanecería paralizada durante días y, si algo lamentable hubo en esta gran jornada, fue la ausencia de un movimiento de solidaridad amplio en los demás sectores. Una falla que después, sería útilmente aprovechada.
El 13 de mayo es ilegalizado el Partido Comunista. Pompeyo, que figuraba desde antes en la Comisión encargada para preparar el paso a la clandestinidad, entraría entonces en una etapa –ocho años inolvidables– que revelaría en él y que descubriría para Venezuela, un gran dirigente, un organizador de dotes excepcionales y un combatiente que se negó al cansancio y la desesperación, que ayudó preciosamente a la culminación cívica del 21 de enero y al triunfo de un pueblo al que ama entrañablemente. Desde 1950 hasta 1958 la historia de Venezuela tiene que incluir en sitio de honor, este nombre: Pompeyo Márquez.
La clandestinidad
Cuando los agentes de la dictadura decían que el partido Comunista o Acción Democrática “no existían”, lo que querían demostrar era que dos burdos decretos habían barrido con las organizaciones y que algunos años de tiranía y cientos de medidas represivas habían bastado para liquidar a “los núcleos agitadores, propios de épocas destructivas”, que así era como la sociología machetera de Laureano calificaba a lo más honesto de esta tierra, remedando de ese modo la de su padre cuando el 19 de abril de 1930, al instalarse el “congreso” gomecista, afirmaba que los “impenitentes enemigos de la Paz y el Orden”, habían sido exterminados gracias a los “servicios eminentes prestados a la Patria. . . por el Benemérito Caudillo de la Rehabilitación Nacional”. ¡Oh tiempos, oh costumbres!
Pero ambos partidos –y luego URD y COPEI– demostraron que la eliminación “legal” o la “policial” y la real son dos cosas distintas y hasta opuestas. El P. C. V. en la clandestinidad fue un ejemplo vivo de la fuerza organizativa de sus miembros, del calor fraternal de sus integrantes y del sacrificio y capacidad de sus dirigentes. Si alguna duda hubiese, la sola labor de Santos Yorme (Pompeyo Márquez) bastaría para encerrar en una fórmula personal que se confunde con la partidista, toda la validez de esta afirmación en la que sobran pruebas, acciones, demostraciones y documentos.
Pompeyo Márquez entró a la clandestinidad con un nombre que se hizo famoso hasta en el extranjero, desde México hasta Europa: Santos Yorme y, sin embargo, este era uno de los tantos seudónimos (Octavio, José, Ezequiel, Pedro) que usaría, según la circunstancia o el contacto en los oscuros años que se inician el 50. Más de treinta casas verían pasar a Santos, unas por días apenas, otras por meses, en esa penosa y zozobrante migración política que se llama “concha”.
Con el riesgo mezclado con el máximo de seguridad, lo primero por la saña que la SN ponía en realizarlo, lo segundo por el empeño y el cuidado que sus compañeros dedicaban para salvarlo.
Y junto a los seudónimos y las “conchas” múltiples estaban todos estos ingredientes tristes, tremendamente crueles, que forman el mundo subterráneo, invisible casi, de la clandestinidad. La persecución a los familiares, el camarada preso o torturado, los días de hambre, la propaganda que no salía a tiempo, las conversaciones con dirigentes de otros partidos (la tardanza, la negativa, las oportunidades, etc.), el artículo para la prensa clandestina (Tribuna, Cuadernos de Educación), las reuniones del Buró Político o del Comité Central (difíciles de preparar), los contactos. Es decir, todo eso que se puede enumerar pero que la imaginación no llega a concebir en su realidad intensa, en sus nudos espirituales, en su fondo de riquísima humanidad y que sólo una voluntad firme unida a una convicción imbatible, sólo un dirigente lleno de fe enlazado con un Partido que lo rodea y cuida, con un pueblo que lo justifica, puede vivir y resistir.
Y para esto hacía falta algo más que heroísmo, pese a que el heroísmo ya es tramo que alcanzan pocos. Hacía falta confiar en Venezuela, en sus gentes; hacía falta confiar en la organización, en sus hombres; hacía falta confiar en los otros partidos, en la unidad. Hacía falta eliminar la desesperación, cuidar las perspectivas, ajustarse al momento y la situación sin avanzar un milímetro y sin retroceder una pulgada que no fueran estrictamente necesarios. Si en más de una oportunidad hubo error en la apreciación de estos elementos –y reconocer las fallas y superarlas fue una de las tareas mejor aprendidas por el PCV y sus cuadros, empezando por el propio Santos– nada de extraño tiene donde la furia de persecución llegó al límite, donde los golpes a sindicatos y organizaciones fueron hábilmente estudiados, donde nada bajó del cielo, por gracia divina, sino que fue conquistado en un penoso proceso de rectificaciones y enlaces, de repliegues y auges. Donde la maduración costó no sólo sangre y torturas sino años de experiencia que estamos obligados a recordar siempre, para que en la hora decisiva no caigamos nuevamente en el abismo de las divisiones.
De Santos quisiéramos dar algunas anécdotas, esas pequeñas islas de fracaso o éxito, de humorismo o tristeza, que contribuyen a situar al hombre en su dimensión terrena, en su colocación y línea de responsabilidad histórica. Las dejaremos para las ocasiones futuras que serán muchas. Ahora abandonemos un poco al hombre –ése que no supo de una Navidad que no fuese asedio, ése que volvió a respirar aire de calle sólo en los días de este enero de 1958– para ver algo de su obra, si inapreciable en todo su contenido, viva por lo menos en su aliento y en sus frutos.
Más de cuarenta números clandestinos se publicaron del periódico Tribuna Popular bajo la dictadura militar de los años 50. Todos bajo la dirección de Pompeyo Márquez.
Unidad por encima de todo
Este fue el oleaje. Iban y venían las circunstancias, retrocedían o avanzaban las conquistas populares, recrudecían o se atenuaban las consecuencias represivas, pero aquí o allá, en ambas situaciones, los comunistas no abandonaron jamás la consigna central: “Unidad. En Tribuna Popular” –más de cuarenta números clandestinos–, en “Cuadernos de Educación” –revista teórica que pasó de la veintena de ediciones–, en publicaciones internacionales –“Fundamentos”, “Teoría”, “Paz Duradera”, etc.– en periódicos regionales del Partido, en documentos públicos dirigidos a otras organizaciones, en conversaciones directas con grandes conductores de nuestro pueblo –un Carnevali, supongamos–, Santos Yorme o Pompeyo Márquez, supo llevar este sentimiento comunitario, esta decisión de unión antidictadura, este propósito de bloques que sostenían en la cárcel y el destierro en la fábrica y la Universidad, los militantes del PCV. La historia con sus lecciones indiscutibles, convertía el deseo en luminosa realidad.
Unas pocas muestras para que se vea y palpe la gran verdad. El 13 de diciembre de 1951 el P.C. V., por mano de Santos Yorme, secretario del partido, dirigía a AD una carta en la que se pedía la acción conjunta contra la dictadura militar, por la libertad de los presos políticos, garantías constitucionales y elecciones libres. En abril de 1952, en el número 16 de “Tribuna Popular” clandestino, Santos escribía un editorial. “La mejor enseñanza: la unidad”, donde repasando las lecciones del pasado, insistía en la necesidad de integrar un Bloque Único de todas las fuerzas que se opusieran a la tiranía. En enero de 1953, número 21 de TP, volvía a la carga afirmando, en base a los acontecimientos electorales del 30 de noviembre y a las acciones del 3 y 4 de diciembre, que “esto –es decir, la camarilla perezjimenista– no puede durar” y que para que la predicción se cumpliera faltaba sólo un factor: la unidad. En enero de 1954, justo un año después, editorializaba sobre el mismo tema: UNIDAD y a la pregunta “¿Qué debe hacer entonces el pueblo venezolano, para quitarse esta pesadilla de encima?”, él mismo contestaba:
“Una y mil veces repetimos: por medio de su unidad. Su unidad para organizarse. Su unidad para combatir. Su unidad para derrocar la dictadura. Su unidad para conquistar un régimen de amplias garantías ciudadanas”.
Ya en el XIII Pleno del CC del Partido –y la organización celebró en la clandestinidad seis plenos, desde el IX hasta el XIV–, realizado en febrero de 1957, culmina un proceso autocrítico consciente que incluía la observación de que había que aumentar la amplitud de la política de alianza antidictatorial, dándole cabida a todo aquel que estuviera dispuesto a luchar contra Pérez Jiménez y Cía., sea cual fuera su pasado, y eliminando todo roce secundario o principista con los que participaran en el frente. Como parejamente los otros partidos iban recogiendo idénticos frutos, confirmando así que la historia es implacable y unánime en los sentimientos que le toca dirigir como el mismo pueblo iba con el tiempo acumulando más y más semillas de odio antiperezjimenista, más y más voluntad de combate, y como las circunstancias plebiscitarias, ya conocedoras del exitoso paso de la Junta Patriótica, propiciaban una expansión de la comunidad combativa, esa política unitaria alcanzaría la culminación más hermosa que el civismo venezolano haya conseguido, cuando entre el 21 y el 23 de enero sale a la calle a confirmar la herencia de sus libertadores. La unidad había pasado pues, del proceso lento y difícil al estallido fulgurante y oportuno. Mas, situada ahora en un segmento de más grave responsabilidad, una nueva urgencia nace: la de mantenerla y más allá de mantenerla, consolidarla y ampliarla.
Si no nos equivocamos, Pompeyo Márquez es el hombre, el único hombre que dirigió un movimiento clandestino durante toda su duración. Y es el político además que, dentro de Venezuela escribió e hizo más por la unidad del pueblo y de sus organizaciones de masas. Desde el artículo de dos cuartillas hasta el documento de cien páginas, desde la meditación en alguna casa solitaria hasta la conversación con altos dirigentes. No obstante, Pompeyo insiste en que sus méritos son menos personales que colectivos, en que todo o casi todo su milagro de perseguido y orientador se lo adeuda al cariño y trabajo de los miembros de su Partido, a la conciencia del pueblo venezolano y a la comprensión y sacrificio de cientos de militantes de otras organizaciones.
Hoy no se trata de comprar credenciales entre las gentes que supieron asumir su responsabilidad ante la historia. Sobran en AD en URD en COPEI, entre los independientes, quienes cumplen a cabalidad los requisitos de la honestidad, la firmeza y el trabajo rematado. Si esta vez insistimos en Pompeyo Márquez se debe justamente a que él es una de esas unidades, y lo es en una medida verdaderamente pasmosa. La clandestinidad arrojó un saldo de tremendas consecuencias en este Pompeyo Márquez que en 1950 se enfrentó a problemas partidistas internos, en 1951 a relecturas críticas de Lenin, en 1952 a la farsa electoral, en 1953 a señalamientos de errores y aciertos, en 1954, 55, 56 y 57 a la combinación del estudio, la organización y la lucha, y en todo el período a la responsabilidad máxima de secretario del Partido.
Para él esta pequeña introducción a su vida. Es la de sus camaradas, la de sus aliados. Y así aquella afirmación de que la obra de arte resultará tanto más perfecta cuando más se aleje del modelo real, se esfuma y desaparece en el centro vital de este torbellino clandestino que fue Venezuela y del que se está esperando que surja un novelista, para que se nutra de las esencias gloriosas y del patriotismo moral de hombres que, junto con su pueblo, han entrado en el ciclo heroico”.
FUENTE CONSULTADA
- Élite.Caracas, 15 de febrero de 1958
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