Hábitos, periódicos y ceremonias

Hábitos, periódicos y ceremonias

Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

Para finales del siglo XIX, ya no era necesario en la sociedad caraqueña, la presencia de los padres, ni de una dama de compañía, para que una joven pudiera recibir en su casa la visita de un amigo.

     Venezuela la tierra donde siempre es verano muestra lo que su autor, William Eleroy Curtis (1850-1911), observó de Caracas y algunas regiones del país en las postrimerías del mandato gubernamental de Antonio Guzmán Blanco y la presidencia de Rojas Paúl. Esta crónica sirve para una aproximación a lo que la Venezuela del momento experimentaba a través de varios de los integrantes de la sociedad caraqueña. De los descendientes de españoles directos puso a la vista de sus potenciales lectores que conservaban algunas costumbres de antaño. Sin embargo, los viajes al exterior al lado del contacto con forasteros y la dinámica social de una antigua colonia española ofrecían atributos que Curtis precisó en su escrito.

     Destacó que las rígidas costumbres de la antigua aristocracia española habían experimentado algunos cambios bajo el influjo de dinámicas modernas. Expuso como un ejemplo de estos cambios que años antes se consideraba impropio visitar a una dama de familia sin que estuvieran presentes sus progenitores o esposos. Constató que si alguna dama recibía la visita de un caballero en su casa a solas su reputación quedaba en entredicho. “Pero nada de eso rige ahora. Siempre se espera que los caballeros visiten a las esposas y a las hijas de sus amigos, y como nunca es oportuno hacerlo en días de negocios, se escogen los domingos por la tarde, cuando las señoras permanecen siempre en su casa para recibirlos”.

     De igual manera sucedía si una joven recibía la visita de un joven caballero. Para el momento de la observación de Curtis ya no era imprescindible la presencia de los padres para recibir la visita y tampoco la presencia de una dama de compañía, sino que eran recibidos tal cual sucedía en los Estados Unidos, de acuerdo con sus anotaciones. “Antes solía ser necesario que un joven cortejara a su enamorada a través de su padre, pero hoy día se toma el asunto en sus propias manos y se ´sienta´ con su enamorada igual que lo haría en Massachusetts o en Illinois”.

     Agregó que no era bien visto que una dama asistiera sin compañía al teatro o a otros lugares de diversión públicos, menos a bailes o fiestas ya que para ellos si requerían de una dama de compañía. Aunque durante el día podían caminar solas por la calle, “puede pasear con su prometido y llevarlo de compras con ella, y hasta podrían tomarse un helado si tuvieran una oportunidad”.

     Puso a la vista de los lectores que en Caracas había sitios donde se podía beber una limonada. Indicó que se podía adquirir soda inglesa, aunque la servían caliente. De igual manera se conseguían artículos de consumo llamados helados. Para él no tenían el mismo gusto que los helados de su país y consistían en un poco de jugo de piña diluido y congelado en una copa de hielo. “Es flojo e insípido, pero a los nativos parece gustarle este tipo de cosas y gastan todo su dinero en saciar su apetito que merecería algo mejor, y los que han estado en Nueva York y han tomado soda y han comido helados, siempre hablan de esto como de uno de los encantos de la vida norteamericana”.

     Escribió que las señoras caraqueñas recibían y dispensaban visitas, al igual que las de los Estados Unidos, a parientes y amigos. En sus casas se ofrecían bailes, ágapes, cenas, tés y veladas musicales, entre otros encuentros de “buen gusto” según dejó anotado. Aunque preparaban picnics al aire libre, preferían los encuentros bajo el techo de sus hogares. También las excursiones a las haciendas de café eran muy frecuentes. Según precisó Curtis, los encuentros en el momento de su estadía eran más fáciles de realizarse gracias a la comunicación telefónica. Uno de los sitios de preferencia era Antímano donde la temperatura era mucho más baja que la de Caracas, “y donde hay parques y huertos privados hermosamente dispuestos, embellecidos con plantas, flores y frutas tropicales”.

El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

El general Antonio Guzmán Blanco ofrecía esplendidos agasajos en su mansión de Antímano, en la que pasaba algunas temporadas. Gracias a una ruta de ferrocarril se podía llegar rápidamente a ese lugar situado en las afueras de Caracas.

Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

Los caraqueños de finales del siglo XIX se refrescaban con helados y limonadas. También con sodas, aunque las servían caliente.

Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

Los cementerios caraqueños estaban rodeados de altos muros y el lugar donde se depositaban los ataúdes parecían “palomares muy grandes”.

     A propósito de este lugar anotó que el general Antonio Guzmán Blanco poseía una gran mansión, en la que pasaba algunas temporadas y ofrecía espléndidos agasajos. Gracias a una ruta de ferrocarril de Caracas a Antímano hacía muy fácil el trayecto para llegar a su propiedad, así como el tránsito de carruajes era posible gracias al buen estado de la vía. De la casa que habitaba en Caracas señaló que era muy elegante. La describió como algo parecido a un vapor de cabotaje, con maderas doradas y filigranas, con paisajes y escenas domésticas estampadas en los entrepaños de las puertas y paredes de los salones. “Su comedor es uno de los más imponentes a los que he entrado alguna vez, pero lo arruina el hecho de que este decorado con tanta cursilería y con el despliegue de tanta porcelana china y vajillas de plata dispuestas sobre aparadores y repisas”.

     Llamó su atención de manera especial la cantidad de retratos del mismo Guzmán Blanco a lo largo del salón. Comparó este afán de promoción de sí mismo con Catalina segunda de Rusia quien también tuvo a su servicio una gran cantidad de pintores y artistas para que estamparan sus imágenes en el lienzo. Aunque no era sólo en casa del Ilustre Americano que se podían ver sus retratos, porque en ministerios y oficinas públicas sucedía igual. También pudo apreciar como en casas particulares había retratos del mismo gobernante en las paredes de los salones de ellas. Sumó a su descripción que uno de los ornamentos más llamativos en la casa de Guzmán Blanco era un retrato, del tamaño natural, de James G. Blaine (1830-1893), congresista y secretario de estado estadounidense. Retrato que se había traído de una visita a Washington en 1884.

     Por otra parte, de los periódicos en Venezuela expresó que no circulaban muchos en Venezuela. En Caracas observó que había cerca de media docena en circulación, “pero sólo tres o cuatro merecen llamarse por ese nombre”. De las publicaciones periódicas indicó que surgían en momentos de diatribas locales y que desaparecían cuando las disputas desaparecían. A ello agregó los que circulaban a la luz de campañas políticas. “Sus columnas aparecen atiborradas de los más bajos elogios para el hombre que los mantiene, argumentos en favor de su elección, una semblanza actual de su vida, esquelas anónimas o firmadas por sus amigos recomendándole ante los electores, arengas suyas aquí y allá, y otros artículos calculados para mantener en alto su popularidad y atraerle votos”.

     Describió que cada aspirante propiciaba su propia publicación o también de amigos vinculados con el poder establecido. De estas publicaciones, que Curtis denominó “volantes pasajeros”, solo circulaban en tiempos de elecciones y de ganar el que los auspiciaba podían tener una existencia más duradera. Señaló que hacía poco tiempo no existía la prensa libre, pero al momento de su visita a Venezuela coincidió con la libertad de prensa. Esto fue posible gracias a la salida del poder de Guzmán Blanco. En este orden de ideas, se detuvo en uno de los medios impresos llamado El Diario de Caracas del que expresó había sido dirigido con gran “habilidad”.

La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

La década final del siglo XIX verá surgir revistas y periódicos políticos y de interés general, en un ambiente de recobrada libertad de prensa. El Cojo Ilustrado será una de las publicaciones más importantes.

     La pericia o táctica a la que hizo referencia era la de apoyar al gobernante de turno, tal como había acontecido con Guzmán Blanco en su momento. De este mismo impreso indicó que no recibía despachos cablegráficos, sino que se dedicaba a publicar unos cuantos telegramas que recibía de otros lugares de la república y que recogía de forma gratuita de envíos gubernamentales. De las cartas que se publicaban en él añadió que eran amenas y provenían de Europa y de diversos lugares del país. En el mismo impreso se daban a conocer asuntos relacionados con decretos presidenciales y relaciones de funcionarios del gobierno. Los editoriales iban en tres o cuatro columnas, al igual que las historias que aparecían en serie por cada edición. Del estilo de las crónicas que en él observó indicó que eran amenas y que no mostraban el intento de causar sensación. En lo referente a los ingresos monetarios que sustentaban su existencia expuso que los avisos publicitarios les generaban, a sus editores, buenos dividendos.

     Enumeró las características de otros medios impresos como “El Pregonero” del que expresó que sus editoriales eran temerarios y eran escritos en un tono de gravedad. Otro impreso era El Liberal que mostraba noticias relacionadas con el mercado y asuntos propios de los intercambios comerciales. “En los periódicos se publica una buena cantidad de poemas inéditos, y con frecuencia, ensayos sobre los temas más abstrusos, así como debates políticos, sociales y teológicos. Los anuncios le resultarían graciosos a cualquier lector americano”.

     Luego de reseñar algunos anuncios y obituarios dedicó unas líneas a lo que dio en llamar curiosas costumbres funerarias que, de acuerdo con su percepción, estuvieron presentes en los últimos años y ligadas con la herencia de los españoles. Expuso que los funerales que vio en Caracas se llevaban a cabo a la usanza de los de Estados Unidos. Sin embargo, si los difuntos provenían de la antigua prosapia borbónica la usanza tradicional era la que se imponía. En Caracas se veían las mayores innovaciones en las costumbres, no así en otras ciudades del país.

     Describió que al morir una persona de cierta posición social, se acostumbraba que sus deudos distribuyeran tarjetas de participación e invitación para el sepelio. Las invitaciones se llevaban a casa de los invitados y el encargado de ello era un empleado de la agencia funeraria. “Estos mensajeros van de medias largas, calzones cortos, chaleco y casaca, toda de seda negra, y tricornios de los que cuelgan por detrás largas tiras de crespón. Esta lóbrega librea cobra cierta alegría cuando se le cose un cordón de plata sobre las costuras del pantalón, alrededor de las mangas de la casaca y del sombrero, y si el difunto es un niño, llevan corbata y guantes blancos, en vez de negros, y un chaleco blanco”.

     Por otro lado, se seleccionaba entre los parientes más cercanos al difunto y sus más íntimos amigos para los servicios que se llevaban a cabo en las casas. Mientras que la invitación de los que iban para la iglesia era de un mayor número. Cuando finalizaba la ceremonia en la casa, se tenía la costumbre de escoger a alguna persona, por lo general hombres, para que ofreciera un testimonio escrito a favor de la memoria del difunto. Luego de haber sido leído ante los concurrentes se doblaba y se depositaba en el ataúd antes de ser cerrado de manera definitiva. Describió que el cadáver era luego trasladado hasta la iglesia, donde se oficiaba una misa, y de ahí pasaban al cementerio. Indicó que las personas que habían sido invitadas a la casa volvían, después del sepelio, al mismo lugar para disfrutar de un almuerzo o cena que era acompañada de vinos y otras complacencias.

     Durante los diez días siguientes era usual que los asistentes al funeral se acercaran a dar sus condolencias a la viuda o viudo junto con sus hijos. Sobre los cementerios describió que estaban rodeados de altos muros. El lugar donde se depositaban los ataúdes los comparó con palomares muy grandes. Eran lugares que se alquilaban por un período de un año o se podían adquirir como morada definitiva. Existía, igualmente, un cementerio para personas de menor poder económico, donde existía una fosa común denominada El Carnero. Al final anotó el nombre del cementerio, con curiosidad y gracia, llamado El Paraíso.

Juan Avilán: pionero del periodismo gráfico

Juan Avilán: pionero del periodismo gráfico

El dirigente deportivo Jesús Berra lo condecoró por su prolongada actividad en el mundo de los deportes.

El dirigente deportivo Jesús Berra lo condecoró por su prolongada actividad en el mundo de los deportes.

“El “Viejo” Avilán, como se le conocía entre sus amistades de manera cariñosa, nació en Petare en el año 1896. Hijo de una familia humilde, desde los primeros tiempos en que empezara a corretear por el burgo mirandino, sus progenitores se dieron a la tarea de encauzar al joven Juan Agustín por ese camino por el cual su inquietud artística se perfilaba de manera extraordinaria. Los balbuceos profesionales de la fotografía le atraían con verdadera devoción y bajo la sabia escuela del consagrado Manuel Delhom, aprendió lo que necesitaba para dar el paso definitivo en el terreno de las gráficas fablistanes. La experiencia aprendida en las aulas de sus andanzas por la Caracas aún de techos rojos, le sirvió para que su nombre se mencionara con interés cuando de fotografías se tratara. A los quince años tan solo, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio, en una Caracas nocturna bulliciosa y casi provinciana, con ocasión de celebrarse el centenario de nuestra Carta Magna. Era el año de 1911. De la misma manera que en aquella oportunidad, infinidad de fotografías de inestimable valor fueron tomadas por el bisoño artista, quien ya exhibía con natural orgullo la majestuosa estampa de bronce heroico en la Plaza Bolívar, en otra placa tomada desde los balcones de la Casa Amarilla. Juan Agustín Avilán se hallaba por fin de manera definitiva en ese trayecto que desde su infancia quería trasponer para llegar a donde su tesón y naturales dotes le condujeron.

     Y en “El Constitucional” por vez primera estampa bajo sus fotos ese nombre que durante 68 años ininterrumpidos avalarán avalará sus trabajos profesionales. Después pasará a “El Nuevo Diario”, donde pondrá de manifiesto su clara visión y poco comunes cualidades de periodista, trazando desde entonces las bases para la nueva escuela donde la agilidad y el continuismo de las gráficas, pondrán al reportero en condiciones de mostrar el cambio radical que se estaba operando en la prensa capitalina. Es el periodismo moderno que, al pasar de los tiempos, se hará casi perfecto hasta llegar a la madurez actual.

     Ya ha dejado de colaborar en el periódico del puertorriqueño Gumersindo Rivas, para frecuentar la casona donde Aguerrevere y Juan de Guruceaga, junto con el inolvidable Raúl Carrasquel y Valverde, están dando los últimos toques a una revista que llamarán Élite.

     Otro colaborador y fundador de la popular revista “Billiken”, el costumbrista y gran caraqueño de pintoresca e interesante vida, Lucas Manzano, lo acompaña. Para Juan Agustín Avilán, esta publicación fundada en 1919, también le es familiar y con esa experiencia adquirida en varios años de ardua labor, los editores de Principal a Santa Capilla piensan que su adquisición es casi imprescindible. Desde entonces, nuestro hoy llamado “Viejo” constituyó una institución en el periodismo gráfico, estando considerado ya como fundador de la primera revista venezolana, Élite, la cual, con sobrados méritos, se ha situado a la cabeza de todas las del país.

Avilán nació en Petare en 1896 y falleció en Caracas a los 67 años.

Avilán nació en Petare en 1896 y falleció en Caracas a los 67 años.

     “. . .Una revista más. . . ¿Y por qué no? . . .” Así rezaba la presentación de aquel primer número que apareció un 17 de septiembre de 1925. El teléfono de la redacción –un inefable número 200– está siempre ocupado. Por la reducida sala donde la jocosa conversación del “espadachín” Carrasquel se deja oír sobre todas, desfilan efectivamente la “élite” de los plumarios de entonces: Eugenio Méndez Mendoza, Alberto Arrieta, Fernando Paz Castillo, Francisco Pimentel, Luis de Oteyza, Pedro Sotillo, Rómulo Gallegos. . . y tantos otros que alcanzaron la gloria de los predestinados a exhibirla.

     Los comentarios de la prensa capitalina en una cordialísima pugna de alabanzas, donde aún no se conoce la envidia ni la solapada intención malsana, felicitan a los editores y al personal de Redacción: “El Nuevo Diario” . . . “El Universal” . . . “El Heraldo” . . . “Excelsior” . . . “El Sol” . . . “Fantoches” . . ., son los paladines de la hidalguía y el reconocimiento hacia un colega que hoy a los 39 años de fundado, ha visto desfilar por sus mesas de redacción a los más insignes maestros de la literatura nacional y continental.

     Junto a éstas está inolvidable uno de sus fundadores, Juan Agustín Avilán, el amable “Viejo”.

     La madurez del Maestro está en su cumbre. Un año después de la muerte del general Juan Vicente Gómez, a mediados de 1936, junto a Luis Barrios Cruz, funda con tan amplios conocimientos en esa materia, un diario. 

En 1911, a los quince años, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio.

En 1911, a los quince años, después de quemar infinidad de placas en agotadores ensayos, logró la primera fotografía con luz de magnesio.

     Se llama “Ahora”, dando de manera definitiva el espaldarazo profesional al periodismo venezolano con una nueva tónica, donde con su evolución abre definitivamente las puertas al profesionalismo, desterrando para siempre los manidos moldes de la factura provinciana. Ocho años más dedica sus esfuerzos al mejoramiento del periodismo, mostrando la maravillosa concepción de sus fotografías y rodeándose de una juventud que espera conocer de él lo que con tanto entusiasmo aprendiera en el arte de Lumiere.

     Y en el año 1943, junto a otro veterano en el deporte –que también constituyó su primordial afán profesional– Herman Ettedgui ponen en circulación la revista “Mundo Deportivo”, un semanario distinto, profusamente documentado, con numerosas fotos sobre deportes, donde ambos ponen de manifiesto los amplios conocimientos en este renglón que tanto arraigo ya tiene entre los venezolanos. Mucho les debe Venezuela a estos dos esforzados paladines del deporte, que, en escalas distintas, pero en un mismo paralelo, supieron ensalzarlo con sus valiosas colaboraciones.

Esta foto es una manifiesta demostración de la capacidad profesional del maestro Juan Avilán .

Esta foto es una manifiesta demostración de la capacidad profesional del maestro Juan Avilán .

     Tras un breve paréntesis, después de cinco años de labores, vuelve Juan Agustín a aparecer en “La Fusta”. Habrán de pasar varios años con estas actividades, hasta que hace escasamente dos, decide someter su nervio a un merecido descanso, entreteniendo sus ocios en una casita que ha adquirido en el vecino punto litoralense de Camurí. Muchas veces lo hemos visto bajo la flor de cayena leyendo sosegadamente, extasiándose con el bello paisaje donde tuvieron asiento las bravas comunidades indígenas.

     Acaso pensara en sus andanzas por tierras de la patria o el extranjero, sus afanes artísticos y sus luchas profesionales, sonriendo al recuerdo grato de sus pioneras aventuras cinematográficas, cuando al igual que el inquieto Lucas Manzano con aquel film –casi prehistórico– “La Danza de las Cayenas” también él ensayó el éxito en la pantalla de plata con otro trasunto de rancio sabor hogareño: “El relicario de la abuelita”.

     Murió el “Viejo” Juan Agustín Avilán!!

     En su bolsillo un rollo fotográfico; en su rostro la serena expresión de la bondad y en el recuerdo el imperecedero cariño de los que tuvimos la inmensa fortuna de haberlo tratado.

     No pudo siquiera disfrutar del último retrato que hiciera en el Litoral. A las puertas de su hogar, en la Caracas que tanto amara, cayó fulminado. Sus ojos dejaron de ver los cielos serenos de la patria y el cerebro se negó a concebir la idea creadora de su arte. Un derrame cerebral ha privado a Venezuela de un artista que supo iluminar a centenares de fotógrafos aquella senda que desde el burgo mirandino de Petare aprendió a querer con fanatismo.

     Acompañando a los restos, los rostros compungidos de muchos alumnos y compañeros de trabajo expresaban con su mutismo el inmenso dolor que les producía ese tránsito inevitable. El insustituible fotógrafo, maestro del periodismo moderno, excelente amigo y mejor patriota, inolvidable caballero para todos los venezolanos que conocieron su bonhomía, ese vacío será imposible de llenar, porque Avilán sólo hubo uno a quien llamábamos “El Viejo”. Y para alcanzar este cariñoso calificativo, tienen que pasar muchos años, lograr su experiencia y exhibir muchos créditos de dignidad profesional. Junto a la fosa abierta y el “aparta inferís” de la liturgia mortuoria, la plegaria muda de los que le acompañaron. Después, los cielos puros de una mañana radiante se abrieron esplendorosos inundando de sol las flores de brillantes colores que adornaron los paisajes de la patria tantas veces recorrida con su prodigioso lente. Eran las mismas que en generosa ofrenda habrían de acompañarle hasta el último recinto donde descansará bajo ellas: Juan Agustín Avilán, “El Viejo”, quien falleció en 1964, a los 68 años”.


* Nombre que, aparentemente, es un seudónimo

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, 21 de marzo de 1964

    Pasaje Edificio Zingg

    Pasaje Edificio Zingg

    Primer centro comercial de Venezuela, en el que "Caracas aprendió a subir escaleras sin levantar los pies", debido a sus novedosas escaleras mecánicas, las primeras del país.

    Primer centro comercial de Venezuela, en el que «Caracas aprendió a subir escaleras sin levantar los pies», debido a sus novedosas escaleras mecánicas, las primeras del país.

         “En diciembre de 1953, este elegante Pasaje, que comunica la calle de Sociedad a Traposos con la de Camejo a Colón. Este Pasaje es para uso de la ciudadanía en general, pueden transitar libremente en él los elementos que así lo deseen, bien para su comodidad, para acortar espacio de tiempo de ir de un lugar a otro, para hacer uso de sus varios servicios públicos, o simplemente porque tenga necesidad de surtirse de cualquier artículo, en los numerosos almacenes que en dicho Pasaje están establecidos.

         El Pasaje está dividido en dos Plantas, provisto de escaleras automáticas, que son las primeras y únicas que existen en Caracas, y tiene 30 locales para comercio, de bella presentación y la mayoría de ellos ya ocupados por distintos negocios.

         En el Pasaje funciona la única sucursal de correos del centro, que todo el mundo puede usar, así como las oficinas de Cables y Teléfonos Públicos. 

         También está instalado el Royal Bank of Canadá, Agencia de Viajes, Agencia de Publicidad, Joyería, Tienda de modas para damas, Tienda de ropa para niños, Artículos de cuero, Foto-Estudio, Negocio de fiambres finos, Establecimiento para la venta de artículos de regalo, Tienda de artículos domésticos, Agencia de Loterías, etc., que proporcionan al pasaje afluencia de público, entretenimiento para los viandantes, y que dan vida a aquel lugar primoroso enclavado en el centro de la capital.

         El Pasaje es ventiladísimo, de bellísimo aspecto, de estructura modernísima, y cuenta con Sanitarios Públicos, que también son únicos en la capital, constituyendo una de las obras más eficientes, más constructiva, más admirable, que se han realizado para embellecer a Caracas.

    El empresario Gustavo Zingg encargó la construcción de la sede de su compañía, en Caracas, al ingeniero Oskar Herz. El edificio Zingg fue el primero que se construyó en el país con estructura de acero, para resistir sismos

    El empresario Gustavo Zingg encargó la construcción de la sede de su compañía, en Caracas, al ingeniero Oskar Herz. El edificio Zingg fue el primero que se construyó en el país con estructura de acero, para resistir sismos.

    Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial

    Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial.

    Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial

    Con la asistencia del presidente de la República, Marcos Pérez Jiménez, y algunos de sus ministros, se inauguró el edificio Zingg y su moderno centro comercial.

         Ha sido iniciador del mismo un ciudadano de grandes méritos, Don Gustavo Zingg, propietario del Edificio que lleva su nombre, que ha demostrado con ello su decidido empeño de coadyuvar a hacer de Caracas una de las ciudades más lindas del Continente Americano.

         El arquitecto que con tanta fortuna diseñó el proyecto es el competente profesional Dr. Arturo P. Kan, habiéndolo construido los mismos que edificaron y planificaron el Edificio en el año 1939-1940: la Oficina Técnica C. Blaschitz, que ha hecho gala de su moderna técnica”.

    FUENTE CONSULTADA

    Elite. Caracas, marzo 1954. Edición especial.

    Curtis y el caraqueño de finales del siglo XIX

    Curtis y el caraqueño de finales del siglo XIX

    El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

    El estadounidense William Eleroy Curtis (1850-1911) fue un escritor prolífico, que publicó más de 30 libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur.

         William Eleroy Curtis (1850-1911) nació el 5 de noviembre de 1850 en Akron, hijo del reverendo Eleroy y Harriet (Coe) Curtis. Se graduó de Western Reserve College en Cleveland, Ohio, en 1871. Más tarde se convirtió en fideicomisario de esa institución.

         Un escritor prolífico, Curtis escribió más de treinta libros, incluyendo muchos manuales de países de América del Sur. Su interés por los países latinoamericanos y la mejora de las relaciones entre América del Norte y del Sur lo llevaron a ser nombrado secretario de la Comisión Sudamericana por el presidente Chester A. Arthur, con el rango de Enviado Extraordinario y ministro Plenipotenciario, en 1884, director de la Oficina de las Repúblicas Americanas en 1890 y jefe del Departamento Latinoamericano de la Exposición Colombina Mundial en 1893.

         De 1890 a 1893, Curtis se desempeñó como director de la Oficina de las Repúblicas Americanas (más tarde conocida como la Unión Panamericana). En 1892 cumplió el rol de enviado especial del Papa León XIII y de la Reina Regente de España. En 1896 se desempeñó como agente especial para el subcomité de reciprocidad y tratados comerciales para el Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

         En 1908, fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo del Comité Panamericano de los Estados Unidos. Curtis murió el 5 de octubre de 1911 en Filadelfia, Pensilvania.

         En lo que se refiere a Caracas y la dinámica social a la que prestó importancia fue la relacionada con el trato que recibían los extranjeros en la capital de Venezuela. De acuerdo con sus propias palabras los provenientes de otros países eran muy bien recibidos y que los caraqueños se mostraban corteses con ellos. 

         Además, indicó que quienes traían consigo cartas de recomendación o presentación no encontraban ningún inconveniente “a la hora de asegurarse una calurosa bienvenida en casa de las mejores familias”. Sin embargo, agregó que quien no contara con carta de presentación le era difícil ser aceptado en la sociedad caraqueña, “debido a la cantidad de aventureros que van a Venezuela, así como a otros países de Suramérica, no sólo oriundos de los Estados Unidos, sino de todas partes del mundo”.

         Se alejó de una percepción generalizada acerca de los suramericanos y de acuerdo con la cual los habitantes de estas tierras eran personas “escasamente civilizadas”. Recordó el caso de algunos individuos que habían perdido su fortuna en otros lugares y venían a Caracas a enriquecerse, disposición que Curtis calificó de errónea. A esto agregó: “No hay ciudad en el mundo donde el carácter y la conducta de un extraño, se escudriñe y se critique más severamente que en Caracas y antes de aceptar a alguien en la santidad de su hogar, el caraqueño desea conocerlo bien”.

         De igual manera, existía una actitud muy similar en los tratos comerciales. Anotó que los comerciantes le venderían a cualquier cliente que los visitara, “pero no le comprarán a quien no conozcan”. Según su percepción le tratarían de manera deferente y cortésmente, “pero esto no significa nada”.

    Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

    Tras su visita al país, Curtis publicó en 1896 su libro “Venezuela, la tierra donde siempre es verano”, donde relata interesantes aspectos de la vida cotidiana del caraqueño.

         Entre las expresiones de cortesía recordó el hecho del ofrecimiento, por parte del caraqueño, de sus propiedades y las instalaciones de su casa, “pero esta es simplemente una muestra convencional de cortesía”. Anotó que, si un extraño tocaba las puertas de un propietario o encargado de negocios sin una carta de presentación, se le pediría, “en nueve casos de diez, que regrese al día siguiente, despachándolo sin la mayor satisfacción”. No obstante, si un forastero se presentaba ante un potencial comprador con la debida carta de presentación será recibido con beneplácito no sólo por parte de esa persona, sino de todos aquellos allegados a ella.

         Ponderó que una carta de presentación en América del Sur tenía un gran valor a diferencia de lo que con ella se podría lograr en los Estados Unidos. Curtis la asoció con una garantía de la buena reputación y de la condición social del forastero, “la seguridad de que su portador es digno de confianza y un reconocimiento a la hospitalidad de aquél a quien va dirigida”.

         De igual manera, puso a la vista de sus potenciales lectores que, algunas características de las que denominó las “viejas familias de la república”, es decir las descendientes directas del linaje ibérico, eran visibles aún. De estas familias expresó que eran de enfáticas ideas de decoro y que eran consecuentes con sus habituales modales y actos ceremoniales. “preferirían morir antes que violar las leyes de etiqueta y esperan los mismos escrúpulos de los demás”.

         Agregó que las uniones matrimoniales, por lo general, se llevaban a cabo entre parientes y que, gracias a esta práctica, tanto los prejuicios como las preferencias se extendían con extremada frecuencia y facilidad. “Hay como una masonería social entre ellos, y la aceptación de algún extranjero, por parte de la familia, le hará ganarse con toda seguridad la confianza y la atención de todos sus parientes conocidos”.

         En lo que respecta a sus inclinaciones y participación política puso de relieve que era de escasa importancia entre estas familias. En cambio, existía entre sus integrantes una fuerte disposición hacia el trabajo en sus haciendas de café, cacao y azúcar y, entre algunos, las actividades comerciales.

         De igual modo, si ejercían una actividad profesional como médicos, abogados o ingenieros lo hacían sin combinarlas con las actividades políticas, “y evitan hacer comentarios sobre la actuación del gobierno”. A partir de esta consideración, aseveró que la política era muy diferente para quienes hacían vida a su alrededor. Agregó que ella resultaba de provecho para algunos y que uno de los principales propósitos de “todos los dirigentes revolucionarios” era apoderarse del erario público para provecho personal y de sus acólitos.

    Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

    Para Curtis, el caraqueño, independientemente de su condición social, era muy simpático y cortes.

         En este sentido, sumó que el presidente de la República tenía control absoluto de las finanzas nacionales. Tenía la potestad de firmar contratos fuesen buenos o no para la República, “y con solo una orden puede retirar en cualquier momento todo el dinero de las bóvedas del tesoro”. Agregó que para llevar a cabo tal acción no requerían de la aprobación del Congreso de la República ya que sus gastos estaban contemplados en ella como parte del presupuesto nacional. “Pero se explican de una manera plausible y los opositores entienden que no está considerado de buenos políticos indagar muy de cerca los por qué y los por cuánto de los actos del ejecutivo”.

         Del proceder político dijo que cuando algún caudillo llegaba al poder postulaba a sus adláteres para los cargos de mayor importancia en Caracas. Los hace gobernadores y agentes aduaneros. Luego de los nombramientos les procura concesiones para que tengan un sustento. Al saber que esos cargos son temporales y que pueden salir de ellos en medio de una nueva asonada militar y “se benefician tan rápido como puedan sin miramientos de ninguna especie en cuanto a medios o métodos”. Tanto así que algunas penas o multas impuestas se eludieran a favor de los funcionarios de turno.

         Puso el ejemplo de un familiar de Antonio Guzmán Blanco quien tenía el privilegio de importar cemento y que el gobierno se lo pagó al precio impuesto por el importador. “De modo que cada barril de cemento usado para pavimentar las aceras le reportaba un beneficio de cinco a seis dólares a su bolsillo con lo que se hizo rico”. Recordó otro caso en el que Guzmán Blanco había colocado a un amigo en la aduana y le permitió el privilegio de traer un tipo de mercancías con lo que también se enriqueció.

         Luego de hacer estos señalamientos pasó a describir una “iglesia amarilla” al lado del cerro El Calvario, para él un poco aislada y casi inaccesible. Constató que la mayoría de las personas exclamaban sorpresa al verla por primera vez y se preguntaban por qué se había erigido una iglesia en semejante lugar. De inmediato pasó a contar la historia de esta edificación. Según sus palabras cuando Joaquín Crespo era un ciudadano más, su esposa, hizo una promesa de que si su esposo llegaba alguna vez a la presidencia ella mandaría a erigir una iglesia en honor de la Virgen de Lourdes, aunque logró la presidencia gracias a Guzmán Blanco y no por la intercesión de la santa, la hizo construir, dejó escrito Curtis. En suma, esta edificación, así como la vía que se construyó para llegar a lo alto del cerro fueron propulsadas por Joaquín Crespo y con la contratación de amigos para su culminación.

    Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

    Según Curtis, el presidente Joaquín Crespo era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas.

         De inmediato Curtis pasó a describir algunas situaciones relacionadas con la vida de este último. De él expresó que era poseedor de una de las haciendas más productivas de café en el valle de Caracas. Llamó la atención respecto a los nombres o denominaciones de cada una de estas estancias o propiedades que, para Curtis, tenían nombres poéticos, “que demuestran la imaginación o el buen gusto del propietario. Algunas se llaman en honor de personajes famosos en la historia, otras, conmemoran acontecimientos notables. El nombre puede inspirarse en la ficción o la poesía, o en que a cierto miembro favorito de la familia se le distinga bautizando la plantación en honor de él y más a menudo, en honor de ella”.

         Agregó a sus consideraciones sobre los pobladores de Caracas que cuando se visitaba a “un nativo puro de verdad”, aquel que mantenía inveterados hábitos y que no se había alterado a lo largo del tiempo y por contactos con extranjeros, “lo reciben a uno con una solemne e impresionante formalidad”. Al llegar cualquier visitante a casa de una de estas personas lo primero que recibía era un apretón de mano. Luego de atravesar el dintel de la puerta junto con la bienvenida ponía a disposición del visitante la casa y lo que en su interior se encontraba. Describió una de estas casas del modo que sigue. Dentro de ella se pasaba a un gran salón de cuyas paredes colgaban cuadros de familiares vivos o muertos, así como grandes espejos.

         Entre los adornos observó globos de cristal con flores en su interior y también la existencia de pianos en algún lugar de la sala. De los muebles señaló que eran lujosos y que se forraban con tela de lino para protegerlos del polvo. En el interior un gran sofá donde se acomodaban los visitantes, mientras los anfitriones ocupaban las sillas dispuestas en el lugar. La conversación, según escribió, giraba alrededor de asuntos de salud y muy generales. Nunca de negocios los que eran eludidos por los nativos y preferían adquirir mayor conocimiento del forastero para iniciar un diálogo en este orden. “A pesar de todo es un buen precepto, aunque su forzosa observancia les causa a menudo disgusto a los yanquis que vienen a estas partes”.

         De acuerdo con sus observaciones, la vida en Caracas se parecía bastante a la practicada en algunas ciudades europeas. De acuerdo con sus cálculos, cerca de un 16% de la población se había radicado en algún país de Europa y desde allí despachaba sus negocios. Dejó escrito que los originarios del país, caraqueños en especial, viajaban bastante, “han pasado mucho tiempo en Norteamérica y Europa y han aprendido muchas de las saludables ideas acerca de la civilización moderna. De igual manera, muchas familias enviaban a sus hijos para estudiar fuera de las fronteras nacionales. Los lugares de mayor preferencia eran Filadelfia, Viena, Alemania y otros lugares de Francia. “Se han casado en aquellas ciudades y han traído de vuelta esposas ilustradas y de saludable influencia que han hecho mucho por extender los privilegios de su sexo y liquidar las viejas restricciones”.

    Ellos tumbaron a Gallegos

    Ellos tumbaron a Gallegos

    El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

    El 15 de febrero de 1948, Rómulo Gallegos tomó posesión del cargo de presidente de la República de Venezuela, después de haber ganado las elecciones el año anterior. En la gráfica, de izq. a der., el teniente coronel Mario Ricardo Vargas, el presidente Gallegos, Rómulo Betancourt y el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud.

         “El doctor Domingo Alberto Rangel nos advierte que sólo tres personas pueden tratar con todo detalle los hechos ocurridos días antes y días después del golpe del 24 de noviembre de 1948 que derrocó al presidente constitucional, Rómulo Gallegos. Ellos son: Alberto Carnevali, quien lamentablemente está muerto, Gonzalo Barrios, cuya palabra sería interesantísima porque es muy inteligente, y Luis Augusto Dubuc. De entre los tres, nos da el teléfono de Barrios.

         Y arrellanados en el pequeño “recibo” de su domicilio, situado en la avenida Ávila de la urbanización Altamira, el doctor Gonzalo Barrios, una de las figuras civiles más prominentes de la democracia venezolana, accede condescendientemente a aclarar los puntos oscuros que quiero proponerle.

    –¿Cuándo tuvieron Uds., la primera evidencia de que se conspiraba?
    El 20 de octubre de 1945, –responde con acento humorístico.

    –¿Cuándo empezaron a dudar de Marcos Pérez Jiménez?
    En la misma fecha, ¡o un poco antes!

    –¿Por qué no lo eliminaron a tiempo?
    Porque en las conspiraciones debeladas antes, no aparecía clara la mano de Pérez Jiménez.

    –¿Las guarniciones del interior apoyaban el golpe o estaban con el gobierno legítimo?

         Las guarniciones no contaban en ese alzamiento. Aquel fue un golpe de oficina, que se desarrollaba y combatía a no más de 15 metros de distancia, es decir, desde las oficinas del presidente, en Miraflores, y las del jefe del Estado Mayor, en el edificio de enfrente.

         Sólo dos guarniciones tuvieron cierta notoriedad esos días: la de Maracay, cuyo comandante era Jesús Manuel Gámez Arellano, quien estaba al lado del presidente, y la de La Guaira, cuyo jefe era Tomás “Mono” Mendoza, uno de los principales y más rabiosos conjurados.

         La agitación entre los militares había empezado, según todas las evidencias, durante el viaje del presidente a los Estados Unidos. Mientras allí recibía el homenaje de admiración de las más altas instituciones sociales y culturales del mundo americano, un pequeño grupo de ambiciosos fomentaba maniobras conspirativas enfrente de Miraflores.

         “El 17 de noviembre, Gallegos fue informado de que el complot estaba a punto de estallar”, explica el líder. El “Mono” Mendoza, comandante de la guarnición de La Guaira, había invitado a un marino a alzarse y éste había reportado la invitación al presidente de la República.

         Gallegos ordenó entonces al ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud llamar a Mendoza y detenerlo, pero Delgado, a cuyo amparo corría el curso de los sucesos, deslizó una proposición sibilina:

    –¿Por qué no habla usted mejor con ellos, mi presidente?

         Y Gallegos decidió hacerlo en el momento y lugar que Delgado le propusiese.

    Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

    Los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, cabecillas del movimiento conspirativo contra el presidente Gallegos.

         El presidente Gallegos y los tenientes coroneles Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, quien era jefe del Estado Mayor, convinieron en que la reunión sería en el Cuartel de caballería “Ambrosio Plaza”, en Caracas.

         El propio Gonzalo Barrios y el doctor Raúl Leoni se empeñaron en acompañar al presidente a la peligrosa asamblea, pero él se opuso tenazmente.

         Como un maestro, les habló del drama político que es la historia del país, y de las formas como la ambición y la indisciplina de los hombres de armas, han quebrantado la paz de la Nación y entrabado su desarrollo y prosperidad.

         Gallegos, indicó Barrios, “se creció” con su autoridad moral y con su palabra elocuente. Al regresar al Palacio, Delgado Chalbaud le dio un abrazo. ¡Gran abrazo!

    –¡Qué bien, mi presidente! ¡Así es como hay que hablarles a esos sujetos!

         Pérez Jiménez cargaba las manos en los bolsillos. Manoseaba internamente un papel, pero no se atrevió a sacarlo.

         ¿Qué pasó, que al día siguiente Delgado Chalbaud, Pérez Jiménez y Llovera Páez se anunciaban en el despacho del presidente para presentar su “pliego conflictivo”?

         Se fijó una entrevista para el 19 de noviembre. El doctor Barrios asistió a ella, en su carácter de Secretario Presidencial y amigo de Gallegos.

         “Los militares visitantes fueron introducidos en el despacho presidencial y los invité a tomar asiento en un ancho sofá, adosado a una de las paredes, casi frente al escritorio del presidente”, narró el mismo secretario en una carta al biógrafo norteamericano de Gallegos, quien la publicó en su libro hace varios meses (1). “El presidente se sentó pausadamente en un sillón, separado de aquel sofá por una mesa, y a su lado ocupé otro asiento”.

         “Como guardaban silencio, Gallegos los excitó a hablar. Esperábamos que Pérez Jiménez sacara del bolsillo aquel papel que parecía ser el pliego del Ejército, y que había demostrado llevar consigo en el ‘Ambrosio Plaza’. Pero fue Delgado quien, para sorpresa nuestra, extrajo un papel manuscrito y con voz vacilante planteo:

     1°– Expulsión de Betancourt;

    2°– Prohibición de regreso del comandante Mario Ricardo Vargas;

    3°– Remoción del comandante Jesús Manuel Gámez Arellano, de Maracay;

    4°– Cambio en los edecanes del presidente; y

    5°– Desvinculación del gobierno y Acción Democrática.

    Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

    Rómulo Betancourt entre dos golpistas: Marcos Pérez Jiménez y Mario Ricardo Vargas.

         El presidente dijo que iba a contestar de inmediato tales peticiones. Señaló que, de acuerdo con la Constitución, los únicos poderes ante quienes tiene que dar cuenta de sus actos son el Congreso Nacional y el Poder Judicial, si contra él fuere incoado juicio en forma legal. “Lo que ustedes me proponen en cuanto a Betancourt es la inconsecuencia entre amigos personales y políticos, clásica en la historia de Venezuela, y en la cual no voy a incurrir por dignidad propia; el comandante Mario Vargas, compañero de armas a quien ustedes llaman simplemente Mario, es un hombre honesto y patriota, gravemente enfermo en Nueva York, y si quisiera venir a vivir sus últimos días en su patria, no sería yo quien se lo impediría por cuestión de dignidad propia; en cuanto al comandante de la Guarnición de Maracay, contra quien se ensañan Uds., porque los saben leal al gobierno legítimo, podría ser que lo removiera, pero no por imposición de Uds., respecto a los jóvenes edecanes militares que se sientan a mi mesa, no puedo renunciar al derecho de escogerlos personalmente; respecto a Acción Democrática, si le doy la espalda, además de cometer una deslealtad, quedaría expuesto a las maniobras de cualquier ambicioso, y ya no serían ustedes sino el, portero de Miraflores quien me impediría la entrada cuando quisiera. 

    Así que los dejo aquí (levantándose) para que tomen unas determinaciones conforme con mi respuesta. Mi suerte personal está echada y la de la República queda en las manos de Uds.”.

         Pasado un momento, volvió Delgado Chalbaud a la Secretaría, donde se encontraba el presidente, y dejó caer su segunda gran emoción de aquella historia. Felicitó al presidente y le anunció, trémulo, que el Ejército respaldaba y no se metería más en política, pero pedía solamente que no hubiera intervención de los políticos en el ascenso de los militares.

         Gallegos le dijo a Delgado Chalbaud:

         “Pues si es así, hemos perdido todo el día, pues mis conclusiones no son cuestiones personales sino mandato de las leyes que he jurado cumplir y hacer cumplir”.

         Y Delgado, emocionado y contrito, se retiró silenciosamente.

         Después de esta entrevista, el presidente fue llamando a su despacho a todos los militares que juzgaba leales a su gobierno. Se convenció de que no tenía apoyo. El jefe del Batallón Motoblindado, el mayor La Rosa, le dijo que su deber era resguardar la persona del presidente pero que “no le pidiera llegar al extremo de hacer armas contra sus compañeros porque habían concertado un pacto para no combatirse”.

         Algunos capitanes como Zamora Conde y Roberto Moreán Soto y casi todos los oficiales de la Casa Militar manifestaron estar al lado del presidente, pero éste leyó en los ojos de Delgado Chalbaud que había sido traicionado y que el Ejército ya no le obedecía.

         Cuando Pérez Jiménez fue al Perú en “misión especial”, fuerzas oscuras decidieron en favor de su regreso.

    Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

    Los tres integrantes de la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder tras el derrocamiento de Rómulo Gallegos: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud Y Luis Felipe Llovera Páez.

         Gonzalo Barrios cree que este es uno de los puntos más difíciles de explicar. Pérez Jiménez no podía volver sin la autorización del presidente y a éste lo presionaban sus amigos para que no decidiera el regreso. Pero Pérez Jiménez regresó de improviso y en esto jugó papel principal el ministro de la Defensa.

         “Comprendimos que habíamos perdido con ese regreso un episodio de la pelea, que iba a influir mucho en el desenlace de ella”, señaló Barrios.

    –¿Es cierto que el presidente tenía más confianza en Delgado que en su partido?

         Tenía confianza en Delgado, no hay duda. En los asuntos de índole militar, la palabra, la persuasión de Delgado era decisiva. Pero esto no quiere decir que esa confianza estuviera en pugna con la confianza de su partido. Lo que ocurría es que para la fecha había una serie de problemas políticos en los que los dirigentes del partido tenían diferentes opiniones, y no había unidad por esas mismas razones.

    –¿A quién responsabilizaría usted en primer término del derrocamiento de Gallegos: a Delgado o a Pérez?

         Delgado y Pérez eran dos naturalezas opuestas: el uno, de naturaleza escurridiza e indecisa, ni totalmente leal ni totalmente traidor. Trataba simplemente de sobrevivir. Pérez Jiménez, una naturaleza taimada, fría y que sabe esperar. Delgado despreciaba a Pérez Jiménez y le temía. Sentía que era el verdadero jefe de la máquina militar que él, Delgado, cuidaba nominalmente.

    –¿Las virtudes de Delgado?
    Era culto, cuidadoso de las formas, ajeno a crímenes y a saqueos al tesoro público.

    –¿Las virtudes de Pérez Jiménez?
    Calculador a plazo largo, taimado, impasible y paciente, como el general Juan Vicente Gómez.

         Para probar esto último, está patente su venganza lenta en las siguientes anécdotas: Sin que Oscar Tamayo Suárez lo supiera, Pérez Jiménez, desde muy temprano, era su enemigo vehemente.

         Sucedió que el comandante de la Guardia Nacional había presentado un informe estrictamente confidencial al presidente de la República sobre el aumento de los efectivos de la Guardia Nacional, para atender los servicios civiles a que la Guardia Nacional estaba destinada, y al mismo tiempo para “contrabalancear” la influencia del Ejército.

         Solo tres personas, el presidente, su secretario general y el ministro del Interior, sabían de la existencia de dicho informe. Pues bien, me sorprendió enormemente el que, durante las disputas de noviembre, una vez en el despacho de Pérez Jiménez, frente al Palacio de Miraflores, nos acusara de estar conspirando “con cierto oficial”, “para lesionar el Ejército”.

         Y sacó de una gaveta el proyecto de Tamayo Suárez y lo puso ante los ojos de todos.

         Era que en el despacho del comandante Tamayo Suárez había deslizado un capitancito, que hacía de mecanógrafo-archivero-secretario, quien le pasó copia del informe. Desde entonces quedó con la manía de que “queríamos lesionar a la institución castrense”.

    El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

    El secretario del presidente Gallegos, Gonzalo Barrios, testigo fundamental en los sucesos del 24 de noviembre de 1948.

         A los 9 años, después que permitió a Tamayo Suárez gozar de la vida y enriquecerse, fue cuando vino a darle el golpe que le tenía preparado desde aquel momento.

         En cuanto a Mario Vargas, a nadie temía más que a éste. Aún en Saranak Lake, donde Vargas pasaba sus últimos días por culpa de la tuberculosis, tenía un espía de su confianza controlando sus pasos, y era un capitán de apellido Sánchez, de ingrato recuerdo en los anales de aquellos momentos.

    –¿Por qué no apelaron ustedes al pueblo?
    Porque sabíamos que el pueblo sería masacrado y porque habíamos dominado tantos cuartelazos de oficina hasta aquel momento, que teníamos razón en esperar y dominar uno nuevo.

         El anuncio al pueblo de que “estuviera tranquilo”, que “todo se había arreglado”, se debió a que realmente estábamos seguros de controlar la situación conforme la habíamos controlado hasta entonces. Pero un hecho impremeditado, ¡un imponderable trágico!, echó a perder nuestra estrategia y propulsó el golpe.

         Los conjurados estaban en camino de pacificarse, al prometer el gobierno que Mario Ricardo Vargas no sería llamado. De hecho, todo estaba arreglado pacíficamente, pero el 23 en la mañana me llama Pérez Jiménez por teléfono para recriminarme.

    ¡Ahí está! ¡Esa es la forma como Uds. cumplen su palabra! ¡¡Mario Vargas vino!!

    ¡Es imposible! Nadie ha autorizado ese regreso, le respondí.

    Pues vino y está en La Guaira. –contestó Pérez Jiménez fuera de sí.

         Ocurría que Mario Ricardo Vargas había llegado en efecto para sorpresa de todos, y el comandante de la Guarnición de La Guaira, el “Mono” Mendoza, lo detuvo y le expresó su indignación porque Pérez Jiménez se había tranzado y lo había dejado a él, al “Mono” Mendoza, haciendo el papel de “bandido” de la historia.

         El 22 había venido a Caracas el comandante y había visitado al presidente para anunciarle de la Guarnición de Maracay, Gámez Arellano, su disposición de sostener a todo trance al gobierno legítimo.

         La de Vargas fue una locura. Si hubiera avisado su viaje le hubieran hecho aterrizar en Palo Negro para robustecer a Gámez Arellano. Pero cayó en la boca del lobo, y todo por actuar imprevistamente.

         El “Mono” apresó a Vargas, pero éste le solicitó que lo dejara en libertad para venir a Caracas y arreglar el asunto entre Pérez Jiménez y el “Mono”. O sea, para decidir si se daba por fin el golpe o se pacificaban los ánimos.

         Pero la presencia de Vargas en Caracas encendió de nuevo la mecha del polvorín. Los conjurados no creyeron conveniente esperar más y le plantearon a Vargas la necesidad de apoyar el golpe para decidir de una vez todos los problemas.

         Entonces Mario Vargas apoyó el golpe, teniendo, como tenía, gran ascendiente personal sobre el comandante Gámez Arellano, de Maracay, le escribió una carta de su puño y letra, ordenándole plegarse a los acontecimientos.

         La carta a Gámez Arellano fue llevada a Maracay por el mismo capitancito Sánchez que espiaba a Mario Ricardo Vargas en Saranak por orden de Pérez Jiménez.

         Esto quiere decir que, si Mario Ricardo Vargas no regresa, el “Mono” hubiera hecho el ridículo por adelantar un golpe que estaba para ese momento pacificado o aplazado.

         Explica el secretario del expresidente Rómulo Gallegos que todo está tan claro ahora, y cree que es buena labor explicar la verdad de estos hechos a Venezuela.

    –¿Por qué suspendieron las garantías constitucionales?
    No quiero decir nada que turbe la sagrada unidad de este momento, pero las garantías tuvieron que suspenderse parcialmente porque había demasiadas voces estimulando el golpe.

         El miércoles 24 de noviembre, a las 11 de la mañana, Alberto Carnevali llama de Miraflores a la casa del presidente para anunciar “que ahora si es verdad que la gente está entrando al Palacio”. Gallegos telefoneó urgentemente a Gámez Arellano a Maracay y algunos dirigentes partieron, entre ellos Valmore Rodríguez, Edmundo Fernández y Luis Lander, pero ya Gámez Arellano había recibido la carta de manos del capitán Sánchez y Mario Ricardo Vargas había apoyado el golpe.

    –¿No es duro destruir a esta hora la leyenda de la lealtad de Mario Ricardo Vargas?
    Esta es la narración verídica de los hechos.

         En resumen, fue una estrategia fracasada a última hora por causa de Vargas, quien se apareció clandestinamente con la intención de “ver qué pasaba” y “qué haría” y solo logró atemorizar más a Pérez Jiménez y hacerlo precipitar un crimen contra la Constitución, que de hecho estaba ya atenuado por la hábil estrategia de Palacio. . .”

    (1) Dunham, Lowell. Rómulo Gallegos, vida y obra. México: Ediciones de Andrea, 1957

    FUENTES CONSULTADAS

    Élite. Caracas, 22 de febrero de 1958

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