La Guaira y Caracas 1800

La Guaira y Caracas 1800

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

     De su visita a la República de Colombia, a principios de la década del veinte del 1800, el coronel estadounidense William Duane redactó sus impresiones en un texto que fue publicado en Filadelfia el año de 1826. El título del mismo fue “Una visita a Colombia entre los años de 1822 y 1823”. Aunque cita a autores del canon de la época sus argumentaciones fueron configuradas a partir de sus propias observaciones y redactadas con un estilo periodístico.

     Entre algunas de sus observaciones se puede recordar los señalamientos respecto al terremoto de 1812. Del que se puede decir que fue una suerte de hito para quienes visitaron Venezuela a lo largo del 1800, Duane no fue la excepción. En las líneas redactadas por este coronel del ejército estadounidense de la época no dejó de ponderar y, a la vez, corregir los señalamientos dispuestos por el naturalista alemán Alejandro de Humboldt. Uno de ellos tuvo que ver con la mortandad que se produjo en la comarca con aquel movimiento telúrico.

     En referencia con este asunto señaló que su intención no era corregir las cifras y números ofrecidos por el ilustrado alemán. “Mi primera impresión fue que los mayores daños del sismo fueron ocasionados por el material con el que están construidas casi todas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra”. Para dar fuerza a su reflexión puso a la vista de los lectores el ejemplo de La Guaira y la casa que ocupaba un anterior cónsul del gobierno estadounidense. Escribió que la parte que se había derrumbado de ella era la que se había edificado con tapia y tierra., mientras que la parte edificada con piedras había permanecido en pie.

     Por otra parte, hizo referencia a los miembros del ejército que conoció por primera vez. De los oficiales expresó que le causaron buena impresión, “pues era evidente que procedían y pensaban como verdaderos militares”. En cambio, en lo atinente a la tropa dejó anotado “en cuanto a los soldados rasos, mi opinión no fue al principio tan satisfactoria”. No obstante, agregó que luego de una mirada y reflexiones configuradas con mayor cuidado, “pude comprobar que había sido errónea la apresurada opinión que me formé en el primer momento en mi condición de recién llegado; y que un incidente pasajero me había impulsado a separarme del sistema que empleo habitualmente para formarme un criterio, o sea eliminando los factores adversos, después de haber sopesado los favorables”.

     El “incidente” al que hacía referencia fue el encuentro con un par de centinelas y uno de ellos le había pedido “un real”. “En la súplica no se traslucía en absoluto la insolencia de la mendicidad, sino más bien cierto airecillo de confiada persuasión, la cual revelaba que no se sentían avergonzados de pedir, y que consideraban más bien que sería una vergüenza para el señor negarse a conceder un donativo tan pequeño como un real”. Ante esta circunstancia contó que no le quedó más que sonreír ante un evento poco usual para él. Al respecto escribió “las diversas ideas que cruzaron mi mente me trajeron el recuerdo de una brigada de Rohillans y Patans, también hombres de tez muy diversa, pero a quienes el servicio de sastrería y la fábrica que suministra los aprestos militares les permiten mostrar la irreprochable limpieza y elegancia que se requiere para llevar con distinción armas y uniformes, cuyo perfecto orden queda asegurado por la diaria inspección a que están sometidos”.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

     Bajo este marco dio rienda suelta a sus recuerdos para llevar a cabo comparaciones con los combatientes de la República de Colombia que tuvo al frente. En este sentido vale la pena citar de modo íntegro su descripción del soldado gran colombiano. Su representación fue como sigue: “fornidos, carirredondos, de anchos hombros, musculosa contextura, rostro oval, y pies descalzos; con sus pantalones y guerreras de dril, cuya calidad sólo podía inferirse a través de las manchas dejadas por lo vivaques, o de la suciedad producida por su único lecho sobre la desnuda tierra: el cuero de res sobre el cual están acostumbrados a tenderse para dormir, cuando disponen de alguno, lo que consideran un lujo; con sus cuellos, puños y pecheras de color amarillo, azul o rojo, donde faltaban muchos botones que se habían despedido sin licencia; sus gorras de cuero, su pelo negro y lacio, cortado casi al rape, con el cuello de la camisa abierto, que probablemente había sido lavada en tiempos muy remotos; con toda la indumentaria cubierta de polvo, y con fusiles y correas que en otra época debieron tener un color definido”.

     Dejó escrito que esta impresión lo llevó a recordar los soldados de las campañas de los espahíes en Massur. Pero sus divagaciones fueron interrumpidas por un toque en su hombro. En ese preciso momento uno de los soldados le recordó lo del real. En su relato contó que les había reprochado que era indigno pedir limosnas por parte de cualquier soldado, a la vez que les intentaba estimular la importancia de la dignidad y de lo que de sí mismos se debían. Agregó que la respuesta que recibió fue de uno de los soldados, quien le preguntó de manera conciliatoria y suave, ¿cómo era posible que un caballero de tan respetable presencia vacilara otorgar un real a unos soldados que habían luchado en las batallas colombianas y que, además, llevaban seis meses sin obtener ninguna compensación monetaria, todo ello debido a que el tesoro público había quedado exhausto por haber sido invertido el dinero en la expulsión del país de los godos?

     Ante esta interrogación a la que Duane calificó como una lógica natural y que hasta un profesor de lógica no hubiera podido exponer sus ideas con tan prístina claridad, añadió que no podía explicar la situación, ya lo fuera por su mala pronunciación del castellano o lo fuera por su expresión desembozada, que produjo en el soldado que le pedía una moneda una leve sonrisa. Según escribió ambos se distanciaron con una mejor opinión acerca del uno con el otro. De nuevo recordó su experiencia y conocimiento de soldados de otros lugares del mundo que había conocido y llegó a otro entendimiento.

     Indicó que luego de un momento de sosiego y en búsqueda de otras explicaciones, para determinar el porqué de lo que había observado, confesó “al contemplar una vez más aquellos rostros ovalados, alegres, satisfechos y mofletudos, así como la hermosa simetría de sus cuerpos que no lograban ocultar del todo sus gastados y desvaídos uniformes, recordé a su vez que, apenas doce años atrás, habían sido llamados desde sus plantaciones de cacao o de maíz para ocupar fortalezas y llanuras, donde la detonación de un fusil debía resonar en sus oídos tan terrífica como un trueno; los volví a ver cómo, a pesar de carecer de formación marcial, y sin jefes de suficiente experiencia para entrenarlos, constituyeron batallones, realizando marchas de tal magnitud que hacían reducir a simples operaciones militares las de Aníbal y Alejandro”.

     Con tono de admiración alcanzó a describir a estos soldados que habían combatido a avezados hombres de armas, como lo eran los españoles. Soldados que sin tener el auxilio de cañones o contar con una moderna estrategia de guerra peleaban cuerpo a cuerpo con sus contendientes y los vencieron. “Fueron estos hombres, y otros iguales a ellos, creados por la libertad y la revolución, a quienes se amenazó con el exterminio – amenazas que se llevaban a la práctica, cada vez que era posible, contra los infortunados cautivos – y después de una lucha que se prolongó durante doce años, han vencido, destruido o expulsado a 43.000 veteranos españoles, que habían tratado de intimidarlos con la destrucción total”. Agregó que logró conocer, en Valencia, a soldados de estirpe militar.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

     Bajo estas consideraciones escribió creer que subsanaba sus primeras impresiones respecto a los soldados que había conocido en La Guaira. Agregó que se había dejado llevar por una actitud poco reflexiva y algo apresurada por encontrar que el lugar de entrada a una linda ciudad no contara con una mayor y confiable autoridad militar. Dejó en claro que tanto los espacios territoriales ocupados por La Guaira como los caminos que conducían a Caracas podían ser mejorados con un “desembolso prácticamente insignificante”. Pero invertir en mejoras no era la política de la Corona española, de acuerdo con la opinión de Duane.

     Según lo escrito por este coronel estadounidense, Cartagena, Puerto Cabello, La Guaira, Porto Bello o San Juan de Ulúa no eran más que la entrada o la puerta que representaban las portezuelas de una cárcel, “a través de las cuales debía mantenerse un monopolio mediante la fuerza y el terror”. 

     En el territorio venezolano estas mejoras en los puertos llevarían al aumento de los precios de las distintas propiedades, además de incrementar la seguridad frente a las aún amenazas de invasión española.

     Describió que la vía que llevaba a Caracas estaba en la parte meridional de Maiquetía. Acerca de esta localidad escribió que mostraba un paisaje muy agradable y que por su ubicación y dinamismo llegaría a ser un lugar de prosperidad. Asentó que el viajero se sentía sorprendido al corroborar que la ubicación de Maiquetía, tan idónea para la fundación de una ciudad, no hubiese sido tomada en consideración por parte de los pobladores que decidieron trasladarse a Caraballeda y no aprovechar las potencialidades que ofrecía aquella localidad.

     Por lo demás, escribió que era un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía. En uno de esos días, contó en su relato, él junto al teniente Bache se habían quedado contemplando el paisaje nocturno cuando escucharon una alegre música que llamó su atención. Decidieron ir en dirección al lugar donde se escuchaba la melodía, una pequeña casa, cobijada por grandes palmeras. Al pasar por el frente de ella, estampó Duane en su relato, fueron invitados a pasar a la parte de adentro. En la misma observaron varias mujeres y algunos niños de distinto sexo. Agregó que de inmediato de tomar asiento, una de las damas tomó la lira y continuó su ejecución del instrumento musical.

     Por la descripción que proporcionó Duane, se trataba de la ejecución de un arpa que, según su descripción, del instrumento musical, era muy parecido al arpa irlandesa. Contó que, al cabo de un momento, un grupo de jóvenes comenzó a bailar, “y nos causó especial agrado, conjuntamente con la agilidad y gallardía de los danzantes, el novedoso estilo de sus pasos; era una especie de danza pantomímica, sin ágiles saltos, figuras ni piruetas con los pies, sino a base de movimientos en que se avanzaba y retrocedía de modo cadencioso”. Llamaron también su atención otras danzas ejecutadas por los más jóvenes que integraban la velada por el ritmo cadencioso y el compás equilibrado.

     Resaltó la entonación de coplas y “las habituales canciones patrióticas, en las que no dejaban de figurar las alusiones a Bolívar”. Indicó que una de las jóvenes se retiró un momento para luego aparecer con refrescos y frutas variadas para las visitantes desconocidas. Al ver tan esplendoroso recibimiento ofreció unas monedas como forma de compensar la velada que habían disfrutado él y Bache. Gesto que no fue aceptado por las jóvenes que interpretaban melodías cadenciosas para el baile. Dejó anotado que, “Sea cual fuere la superioridad de los estudios profesionales frente a la formación de estos músicos por naturaleza, confieso que mi placer fue tan completo y agradable como el que haya podido producirme en cualquier época la orquesta mejor combinada. Quizás la buena predisposición en que nos encontrábamos, la hora, el paraje e incluso lo inesperado del acontecimiento, contribuyeron a hacer más vivo el efecto y a intensificar nuestro deleite”.

“El Obispo” y la piqueta de la libertad

“El Obispo” y la piqueta de la libertad

La demolición de la vieja Cárcel del Obispo, decretada por la Gobernación del Distrito Federal, por afrentosa a la dignidad ciudadana, no ha podido ser ejecutada con la rapidez que se hubiera deseado por la falta de otro local adecuado donde puedan ser depositados los ladrones, los escandalosos, los borrachitos y las “mujeres de la vida”, que en un promedio de 510 diarios constituyen la población del espantoso antro **

Por Ana Luisa Llovera *

La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930, pero no entró en funcionamiento sino en 1936, después de la muerte del general Juan Vicente Gómez

La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930, pero no entró en funcionamiento sino en 1936, después de la muerte del general Juan Vicente Gómez.

     “La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930. Cuéntase que el propio general Juan Vicente Gómez, que en verdad no pecaba por exceso de escrúpulos en el tratamiento de los prisioneros, la encontró tan mala, tan incómoda que no la destinó nunca al fin que había determinado su construcción. Se convirtió en depósito de cemento y materiales del Ministerio de Obras Públicas (MOP), donde los Díaz González inauguraban el sistema de las “comisiones” que tan jugosos resultados llegaron a alcanzar durante los últimos años del perejimenismo.

     Enrique Bernardo Núñez, en su delicioso libro “La Ciudad de los Techos Rojos”, refiere que el nombre de “Obispo” le vienen a ese cerro porque allí tenía una casa el Obispo Mariano Martí, donde solía descansar de su largo peregrinaje de visitas pastorales por todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela. Se le llamaba, pues, Cerro del Obispo por la casa del Obispo Martí. Luego de construida la cárcel, o de usada como tal, la designación de Cerro del Obispo, se desplazó a “Cárcel del Obispo”, mientras que las laderas, apretadamente habitadas por gente del pueblo, desde el propio sitio de la cárcel, conservan la designación simple de “Obispo”. Así la gente vive “en el Obispo”, o va “para el Obispo”, o de allí viene.

     No hemos podido dar con los datos precisos, y en el periodismo diario no hay tiempo de consultas detenidas, lo cual es una lástima. A la memoria de Gustavo Machado, veterano de todas las cárceles de Venezuela, hemos tenido que confiarnos para decir que fue probablemente cuando la huelga del 9 de junio de 1936, contra la ley Lara o ley de Orden Público, cuando se usó por primera vez este penal para presos políticos. Aunque –cosa curiosa– esa, la del Obispo, ha sido precisamente la única cárcel de Caracas que Gustavo Machado no ha pisado más que como defensor de otros presos.

     Cuenta Gustavo Machado, que el Obispo tuvo que ser usado porque habiendo sido demolida La Rotunda, en una acción popular que mucho recordó la toma de La Bastilla de París, se hacía necesario tener en algún lugar a los presos de delitos comunes que allí estaban cuando los muros fueron derribados por el furor popular. Así exonera Gustavo Machado al general Eleazar López Contreras de intención malévola al darle uso al Obispo.

     El caso es que, desde ese estreno, en la huelga de junio del 36, la Cárcel del Obispo se convirtió en sitio de detención para políticos. Tal vez con la sola excepción de Gustavo Machado, y de José Tomás Jiménez Arráiz, todos los dirigentes políticos del quinquenio 1936–1941, pasaron alguna temporada en el Obispo.

     Hay casos como el de Eduardo Gallegos Mancera, que estuvo dentro de sus muros en 1936, 1937, 1938, y luego en 1950, 1951 y 1952. Tal vez nadie acumule tantas temporadas en el Obispo como Eduardo, ni acaso tantos recuerdos gratos.

     Porque aunque eso de conservar gratos recuerdos de una cárcel, pueda resultar un disparate, la verdad es que quien vivió cárcel en Venezuela de 1936 a 1941, y de 1950 en adelante, no tiene más remedio que confesar que en las primeras temporadas aquello era una especie de club. La verdad es que se divertían en grande. Eduardo, que vive lleno de trabajo en el Concejo Municipal, estamos seguros que lo dejó con mucho gusto para referir algunas anécdotas que tuvieron por escenario el Obispo. Cuando él se encontraba allí sub-judice por los sucesos de la Universidad que condujeron a la muerte de Eutimio Rivas, estaba también preso un sujeto a quien llamaban “el loco Alvarado” y cuyo nombre completo no recuerda.

En junio de 1936, se estrenó la cárcel del Obispo con la detención de numerosos políticos, entre ellos, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Eduardo Gallegos Mancera y Ernesto Silva Tellería, entre muchos otros

En junio de 1936, se estrenó la cárcel del Obispo con la detención de numerosos políticos, entre ellos, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Eduardo Gallegos Mancera y Ernesto Silva Tellería, entre muchos otros.

     El famoso loco estaba preso porque había dado publicidad, junto con Rafael Calderón, primer Secretario General del Sindicato de Periodistas, a una especie de manifiesto en que proclamaba el tiranicidio como la única solución en Venezuela, llamándose naturalmente tirano al general López Contreras, cuando este país no había sabido lo que era un tirano.

     El caso es que Alvarado padecía cierta forma de megalomanía, sabrosamente descubierta por los eternos chaposos que se la estimulaban. Alvarado tenía su gabinete, pues le habían hecho creer que de la cárcel saldría en hombros del pueblo a ocupar la presidencia de la República, cuando se hubiera consumado el tiranicidio que él proclamaba. Dentro del gabinete era Eduardo su Secretario General y Gonzalo Barrios su Ministro del Interior.

     Cuenta que discutían los problemas venezolanos bajo la presidencia de Alvarado y una vez se combinaron con Ernesto Silva Tellería para que planteara el problema del petróleo. Eduardo soplaba al “candidato” las respuestas y cuando pomposamente expuso Ernesto el tema , el “candidato” vio a Eduardo que la apuntó: “Expropiación”. 

     Eduardo puso entonces de manifiesto todos los inconvenientes que podrían derivarse de la expropiación, incluyendo la falta de alimentos para Venezuela, y el petróleo expropiado, pero sin mercado. El “candidato” buscaba afanosamente la mirada de Eduardo y la respuesta, pero éste naturalmente se hacía el desentendido, dejándole a sus propias fuerzas.

     Y fue cuando el “candidato” aflojó su fórmula magnífica:

–Pues si no nos compran nuestro petróleo, tampoco les compramos sus papas podridas. . .

     Es curioso, pero el Obispo no es recordado con amargura por sus huéspedes de los años 30. Lo recuerdan hasta con simpatía, y todos acumulan chistes y recuerdos risueños. Gonzalo Barrios, por ejemplo, recuerda que el Alcaide Henrique Galavís, les llevaba él mismo los periódicos en la mañana, y ordenaba que les dieran café. Estaba precisamente junto con Eduardo Gallegos Mancera en la Biblioteca de la Cárcel, disponían de cómodos asientos, de refrescos, de comida que les llegaba de sus casas y de visitas.

     Eduardo, por ejemplo, dice que en el Obispo estaba cómodo en sus detenciones de 1936, 1937 y 1938; que estaban dos por calabozo, tenían periódicos, revistas, comida, visitas, amplia comunicación entre ellos, una hora de sol en la azotea, y el derecho de echar piropos por las rejas que daban a la calle. En cambio, en sus detenciones de 1950, 1951 y 1952, el panorama era totalmente distinto. Todo eran amenazas y malos tratos, alimentos manoseados en búsqueda de mensajes, encierro total, ratas, mal olor, hacinamiento de 7 y más en un calabozo, y toda suerte de males, incluyendo la promiscuidad con ladrones y homosexuales y con agentes de la seguridad camuflados de presos. La amenaza de llevarlos a “declarar” era constante. Tal vez por este contraste entre los dos Obispos recuerda Eduardo casi con nostalgia sus viejos tiempos de detenido crónico.

     Muchos de los 42 expulsados por López por decreto del 27 de febrero de 1937, habían estado antes y estuvieron en aquella oportunidad en el Obispo, de donde los sacaron para concentrarlos en el Garage de Palo Grande para de allí conducirlos al Flandre el 3 de marzo del mismo año, rumbo a México.

El 8 de enero de 1959, Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el piquetazo inicial para la demolición de la cárcel del Obispo, situada en El Guarataro, Caracas

El 8 de enero de 1959, Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el piquetazo inicial para la demolición de la cárcel del Obispo, situada en El Guarataro, Caracas.

     Aunque el decreto comprendía a 42, nos cuenta José Tomás Jiménez Arráiz, hoy Director de Gabinete del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que solo unos 15 salieron del Obispo: Fernando Márquez Cairós, Valmore Rodríguez, Salvador de la Plaza, Inocente Palacios, Rodolfo Quintero, Jóvito Villalba, Hernani Portocarrero, Manuel Acosta Silva, Miguel Acosta Saignes, Carlos Irazábal, Manuel Corao, Raúl Leoni, Gustavo Machado salió del Rastrillo y José Tomás de la Comandancia de El Conde, donde también habían sido trasladados poco antes Gonzalo Barrios y Hernani Portocarrero, quienes se habían negado a fotografiarse para el pasaporte de expulsión.

     Precisamente la negativa de Hernani a dejarse fotografiar dio origen a que José Tomás inventara un “skecth” que recitaba él solo y que se llamaba “Hernani Portocarrero no ha muerto”, en el cual José Tomás hacía el papel de Hernani, del Cabo de Presos, de otros presos y finalmente de Jóvito Villalba en un discurso.

     Juan Oropesa, Jesús González, Carlos Rovati, Carlos Augusto león, Luis Hernández Solís, Rafael Martínez, a quien llamaban “Madera”, este murió hace algunos años. Escuriana, Jean Piaret, también salieron del Obispo rumbo al destierro, o habían pasado por allí alguna vez. Rómulo Betancourt, que visitó el Obispo varias veces, no puso ser detenido para expulsarlo hasta tres años después. Tampoco fue detenido nunca Alejandro Oropesa Castillo ni Juan Bautista Fuenmayor, comprendidos en el decreto de expulsión, pero que lograron permanecer en el país.

     Por entonces ya el Bachiller Castro operaba en el Rastrillo de la Policía, también frecuentemente visitado por los dirigentes políticos de la época, y se indignaba mucho de que Gustavo Machado fuera al Obispo en plan de defensor de los detenidos y no lo estuviera él.

     También los luchadores políticos contra la tiranía pasaron en su casi totalidad por el Obispo. Muchos de los que padecieron expulsión sin decreto de la dictadura estuvieron por lo menos una vez en el Obispo.

     Aquí mismo, dentro del recinto de “Últimas Noticias” y en la vecina “Esfera” muchos redactores han padecido detenciones en el Obispo. Miguel Ángel Capriles, presidente de la C. A. Últimas Noticias, estuvo preso allí, en la letra A, en 1955 durante 9 días. Por meses estuvo Manuel Trujillo y Heli Colombani (columnistas de “Últimas Noticias”) pasó dos largos años en aquel antro inmundo. Emiro Echeto La Roche, director de “Ultimas Noticias”, “gozó” también del Obispo en tres oportunidades cada una por varias semanas. Casi siempre se le detenía por titulares del periódico que le caían gordos a Pedro Estrada. Una de esas detenciones fue por un título cuando el alzamiento del 1° de octubre de 1952 en Maturín. Decía: “Rebelión en Maturín”. ¡El gobierno anuncia la sofocó en 24 horas! Lo que no le gustaba a don Pedro era el tamaño del título. . .

     A Miguel Ángel Capriles se le acusó de hacer “oposición camuflada” al régimen para aumentar la circulación de “Últimas Noticias” y de su revista “Élite”. Además –nuevo Hitler– Vallenilla le enrostró que era judío en nota de primera plana en “El Heraldo”.

     Oscar Yanes, director de “La Esfera”, también efectuó visitas forzadas al Obispo.

     Y yo tengo el dudoso honor de haber sido no solo la única política detenida allí en los años 40, sino de haber compartido celda con 68 prostitutas del Obispo renuentes al tratamiento antivenéreo. Lo peor es que se me detuvo porque el policía 737 me “echó” un piropo grosero y me devolví a verle la placa. Enseguida me acusó de “falta de respeto a la autoridad” y me raspó a la Comandancia, de donde me mandó al Obispo el Segundo Comandante por haberse afirmado “falta de respeto”.

     La cárcel del Obispo en trance de ser demolida es asiento hoy de ladrones, ebrios y escandalosos. Sin embargo, el contacto que tuvimos con algunos casos en nuestra visita, que ameritará una nueva información, revela que allí es necesario mientras se le demuela, una persona que tramite algunos casos humanos terriblemente dolorosos. Prostitutas que apenas tienen 17 años; hombres acaso privados de su libertad por error. Una trabajadora social podría estudiarlos.

     Mientras tanto, Venezuela celebrará con júbilo el día que la piqueta derribe ese monstruo de escarnio y de ignominia que es la Cárcel del Obispo, en cuyas listas de detenidos, si se conservaran, podría hacerse un censo de todos aquellos que en Venezuela han luchado y sufrido por la libertad que ahora disfrutamos, y que se ha conquistado al precio de tanto dolor”.

 

* La guariqueña Ana Luisa Llovera (1908-1999) fue una gran luchadora social, periodista y política. En 1941, participó en la fundación del partido Acción Democrática. Fue la primera mujer en juramentarse como diputado Constituyente (1946), así como la primera mujer presidenta de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP, 1960).

** Casi un año después de que Ana Luisa Llovera publicara su interesante artículo sobre la cárcel del Obispo, esta fue demolida, en enero de 1959. Hoy en su lugar existe un jardín de infancia

FUENTE CONSULTADA

  • Últimas Noticias. Caracas, viernes 25 de abril de 1958
La Caracas de 1836

La Caracas de 1836

Por: Rafael Seijas Cook (El Arquitecto Poeta)

Sor Pedro Pablo Díaz

Caracas á 17 sete 1836.

 

     Mi apreciado amigo: la estensa y peligrosa habra de Catia está en acefalía porque según acabo de saber el Juez de paz que le nombró Palencia no solo renunció y le admitió el Gobno su renuncia,  sino que há mudado de domicilio, de que resulta que las medidas de policía no vienen a ejecutarse en aquella parte, siendo el refugio de multitud de esclavos prófugos y otros facinerosos que viven extinguidos de toda persecución; en esta virtud creo indispensable que V. en el próximo consejo haga presente la necesidad de nombrar un Juez de paz, ó por lo menos uno ó dos comisarios de policía que vigilen en aquella parte formando  los padrones que arreglen el vecindario, y por el que conozca la ocupación y procedencia de cada uno. Para esta función me parece indique V. al Sor José D. Gómez a quien no solo importa el buen orden como propietario de aquel lugar sino por sus cualidades cívicas.

     Soy de V. afmo A y S. Tomás H. Sanan G.

(Se ha observado la ortografía del original)

Plano topográfico de las parroquias de Caracas, en 1836

Plano topográfico de las parroquias de Caracas, en 1836.

     “Este precioso manuscrito y cinco planos topográficos de las Parroquias de Caracas para 1836, forman, quizás, el legado más preciado de mi biblioteca, por la deferencia que ha tenido para con ella el jurista Alfredo Machado Hernández, amigo también de achaques históricos. Los tales planos marcan explícitamente las diversas y múltiples comisarías en que se subdividían las Parroquias de Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Candelaria para 1836 estaba limitada de oeste a este por los ríos Catuche y Anauco, desde un puente intersección de las calles de los Bravos y la de Girardot –hoy esquina de Romualda– hasta el puente de Anauco, al presente muy poco modificado. Hacia el norte, llegaba hasta la hoy llamada Plaza España, de un lado; y del otro, hacia el referido Anauco por detrás de la Fábrica de Vidrio.

     Las calles marcadas en la nomenclatura Este 6, Este 4, Este 2, Este 1 y Este 3, se denominaban Orinoco, Sol, Ciencias, Bravos, Margarita y Fraternidad, y en todas sus longitudes oeste-este franco, de la ciudad de Caracas. Y las calles norte-sur que pasan por las esquinas de Romualda, Manduca, Ferrenquín, La Cruz y la Alcabala, tenían los nombres de Girardot, Rivas, Cedeño, Plaza y Campo Elías; y el callejón que delimita la Iglesia de Candelaria por el septentrión se dice Freites.

     “Este precioso manuscrito y cinco planos topográficos de las Parroquias de Caracas para 1836, forman, quizás, el legado más preciado de mi biblioteca, por la deferencia que ha tenido para con ella el jurista Alfredo Machado Hernández, amigo también de achaques históricos.

     Los tales planos marcan explícitamente las diversas y múltiples comisarías en que se subdividían las Parroquias de Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Candelaria para 1836 estaba limitada de oeste a este por los ríos Catuche y Anauco, desde un puente intersección de las calles de los Bravos y la de Girardot –hoy esquina de Romualda– hasta el puente de Anauco, al presente muy poco modificado. Hacia el norte, llegaba hasta la hoy llamada Plaza España, de un lado; y del otro, hacia el referido Anauco por detrás de la Fábrica de Vidrio.

     Las calles marcadas en la nomenclatura Este 6, Este 4, Este 2, Este 1 y Este 3, se denominaban Orinoco, Sol, Ciencias, Bravos, Margarita y Fraternidad, y en todas sus longitudes oeste-este franco, de la ciudad de Caracas. Y las calles norte-sur que pasan por las esquinas de Romualda, Manduca, Ferrenquín, La Cruz y la Alcabala, tenían los nombres de Girardot, Rivas, Cedeño, Plaza y Campo Elías; y el callejón que delimita la Iglesia de Candelaria por el septentrión se dice Freites.

     De Ferrenquín al norte, después de Los Desamparados, marca un Palacio Arzobispal que, por sus proporciones, ocupaba un área muy amplia. A su derecha hacen fe una Ermita y un Juego de Pelota y los camnos a Tundor y a la Quinta de Toro.

Para 1836, Caracas estaba dividida en 5 parroquias: Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan

Para 1836, Caracas estaba dividida en 5 parroquias: Candelaria, Catedral, San Pablo, Santa Rosalía y San Juan.

     Estaba circunscrita a 8 Comisarías de a 5 Manzanas cada una. Las esqjuinas de Piñango, Conde, Principal, Torre, Madrices, Marrón, Cují y Romualda, eran las intersecciones de la Calle de los Bravos con las de Lindo, Comercio, Leyes Patrias, Carabobo, Zea, Roscio, Uztáris y Girardot.

     El Plano de la Parroquia de Santa Rosalía comienza en la Calle Este 4, y anota el Hospital de San Lázaro y La Matanza. Esta última tuvo, pues, un siglo prestando servicios en un mismo sitio; pues hace pocos años fue traslatada al Empedrado, dejando su terreno al Nuevo Circo de Caracas, en dionde se continuarán matando reses quién sabe hasta qué tiempo! Diez Comisarías constituían la Parroquia. Juncal, Fraternidad, Unión, Primavera, Agricultura y Delicias, eran las calles que atravesaban la Avenida Sur (entonces Calle de Carabobo) en las esquinas de Santa Teresa, Los Cipreses, El Hotio, Castán, Tablitas, Venados y Piedras. Esta Parroquia de Santa Rosalía llegaba hasta el mismo río Guaire, en el 1836.

     La Parroquia de San Pablo la limitaban la Avenida Sur y el río Caroata y la Calle Este 6 –Puente de San Pablo, Santa Teresa– y el río Guaire. 

     Una apostilla de dicho plano dice: “Población. La mayor parte existe en el espacio comprendido entre la calle de Orinoco, –hoy Este 6– y la calle de la Primavera”. –Hoy Este 14, que atraviesa en la esquina de Las Tablitas. Y dice que las Comisarías pueden organizarse como se ha manifestado, pero no nombra cuántas pudieran haber sido; lo que hace suponer que, para esa fecha, San Pablo no era sino una barriada de la ciudad.

     La de San Juan se aglomeraba hacia la de la gran calle del Triunfo –hoy Calle Real– muy poco poblada. La Iglesia de San Juan la marca el plano, lo mismo que El Calvario y Palo Grande, que ahí se leen con esos mismos nombres. Sus calles norte-sur se llamaban Ricaurte, Berdes. Eras; estas dos últimas hoy atraviesan el Guaire con los Puentes de El Paraíso y Ayacucho. Sus calles este-oeste, Primavera, Agricultura y Delicias. La fecha de este legajo dice: Caracas, 6 de febrero de 1836.– 7° y 26° (años de la separación de la Gran Colombia.–Constitución de la República de Venezuela–y de la firma del Acta de la Independencia). Para esa fecha gobernaba la República José María Vargas, engtre dos presidencias del general José Antonio Páez.

Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos, así era esa Caracas de la tercera década del siglo XIX

Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos, así era esa Caracas de la tercera década del siglo XIX

     En el cliché del plano de la ciudad para el año que corre, hay una parte sombreada que yuxtapone a la capital de 1936 . Las Parroquias de San José, Altagracia y La Pastora, eran, en esos viejos años, terrenos más o menos poblados. La de Santa Teresa fue una creación del Ilustre Americano, en el 1876, eliminando la de San Pablo y anexándole parte de la de Santa Rosalía.

     Los daguerrotipos fotográficos fueron los únicos que pudieron dar fe de las indumentarias del corbatín y del chapeau Bolivár, 1830. Desgraciadamente, los pocos que existen, no se pueden reproducir por los grabados modernos. Suple esta falta las primeras fotografías hechas en Venezuela en el 1864, por el alemán Federico Carlos Lessman.

     Calles tranquilas, cielos sin telarañas de alambres, oídos vírgenes de ruidos y de klaxones, noches oscuras apenas alumbradas por los parpadeantes cocuyos de aceite de coco, portones escandalosos y desproporcionados, llaves de pesos abrumadores inhábiles para complicidades en bolsillos anhelosos de libertad y de libertinaje; y otros tantos atrasos, hicieron de la vida caraqueña del 1836 una sede conventual tranquila y reposada. Se llegaba a viejo a edades caducas, provectas, con salud en el cuerpo y en el alma. Las canas eran blasón indiscutido de reverencias y de pleitesías. Hoy las canas se tiñen porque, al decir de un viejo cronista, nadie las respeta.

     Pero no filosofemos; ni más malos ni más buenos que nuestros antepasados, nosotros llevamos una vida más movida, más llena de colores, más vibrante y mucho más corta. Ellos, en cien años vivían lo que nosotros en cincuenta. Pero, si la vida quisiéramos pesarla, pr la cantidad de veces que la célula cerebral se ha agitado; por la cantidad de emociones que la han sacudido, nosotros, los hijos de la Caracas de 1927, y ellos, los de la de 1836, tenemos la misma cantidad de horas vividas ante nuestras conciencias, y las mismas responsabilidades a la hora de liquidar el paso por esta tierra. Amén”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, 20 de agosto de 1927.

La Caracas de Guzmán Blanco

La Caracas de Guzmán Blanco

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

William Eleroy Curtis, periodista estadounidense, quien en 1896 publicó un titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, donde plasma sus impresiones sobre Caracas.

     En uno de los apartes del libro Venezuela la tierra donde siempre es verano, escrito a finales del siglo XIX por el periodista estadounidense, William Eleroy Curtis (1850-1911), éste llamó la atención de la cantidad de epitafios con los que se rendía honores a los hombres públicos de la República. Por eso escribió que pocos de sus gobernantes pudieron haber vivido o muerto en paz entre los suyos.

     “Mientras la capital de su país está decorada con sus monumentos, los edificios públicos embellecidos con sus retratos y el Museo Nacional lleno de sus reliquias y recordatorio de sus carreras, casi todos han muerto en el exilio o la prisión”.

     Bajo este marco anotó que en el Museo de Caracas existía un salón separado dedicado a Simón Bolívar, “como el del santo entre los santos, para la conservación y exhibición de sus reliquias, reunidas con gran sacrificio en todas partes del mundo”. Así, se había logrado recopilar correspondencia, incluyendo algunas originales, conseguidas en Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia, de los Estados Unidos y Europa.

     Añadió que habían aparecido publicaciones relacionadas con la figura de él como cartas firmadas, edictos, leyes y decretos con el propósito de dar a conocer sus realizaciones, así como un medio para inspirar los sentimientos patrióticos que su imagen representaba entre los venezolanos.

     Reseñó las efigies, dedicadas al Libertador, que observó en lugares públicos, plazas y espacios gubernamentales. Además, indicó que en los edificios públicos había retratos. “Su busto en mármol, bronce o yeso se ve en todas partes y las litografías de su rostro cuelgan en casi todas las tiendas y casas. Como su rostro aparece impreso en todos los billetes y acuñado en todas las monedas, resulta muy familiar”. Luego de estas consideraciones se dedicó a elaborar una breve semblanza del Libertador como sus amoríos y visita a Europa.

     Por otro lado, resulta de gran interés seguir al pie de la letra la descripción que tramó respecto a los espacios públicos de Caracas y “los muchos monumentos de Guzmán Blanco”. En este orden, señaló que en una “hermosa” plaza, cerca del mercado, estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán. De inmediato, Curtis anotó la inscripción que acompañaba la representación del padre de Antonio Guzmán Blanco. A renglón seguido indicó: “Nadie reprueba la devoción filial que indujo a Guzmán Blanco a erigir un monumento en memoria de su padre, quien durante su larga y memorable vida fue uno de los políticos más distinguidos y hábiles del país”.

     Agregó, en este sentido, que la línea que recibió mayores críticas era aquella con la que pretendió acreditarle a su padre una porción de la gloria representada por Bolívar. Curtis hizo alusión a una de las líneas que acompañaba al monumento y que rezaba “El congreso nacional de 1822 expresando los deseos del pueblo erigió este monumento”. A Curtis le pareció algo exagerado porque, según escribió, si bien Antonio Leocadio Guzmán había sido secretario de Bolívar, lo había traicionado y además había firmado la orden en la que se pedía la expulsión del Libertador del territorio venezolano.

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

El “Saludante” es uno de “los muchos monumentos de Guzmán Blanco” que hay por diversas partes de la ciudad. Esta estatua estaba frente a la sede de la Universidad (hoy Palacio de las Academias).

     Luego de hacer referencia acerca de algunos hombres públicos de Venezuela como el caso de Páez y los hermanos Monagas, y finalizar con Guzmán Blanco de quien escribió que no era modesto, aunque éste “era quizá el menor de sus pecados”, pasó a reseñar algunos pormenores de la vida política en Venezuela. De la elección de los presidentes expresó que se hacía de “manera muy curiosa”. Al hacer alusión a la oficialidad y altos mandos del ejército le llamó la atención que fueran, por lo general, “jóvenes apuestos de las mejores familias, que se alistan de buena gana en el servicio militar y lo disfrutan. Andan siempre bien vestidos en sus uniformes, se comportan con buenos modales y son casi siempre egresados de la Universidad”.

     En lo que se refiere a las monedas, fuesen de oro o plata, no servían de patrón para un circulante general ya que en ellas no se estampaban el valor de lo que representaban cada una. Contó que en Caracas había sólo dos bancos siendo, uno de ellos, el Banco de Venezuela el centro de pago y de depósito para la secretaría del tesoro.

     Páginas más adelante hizo referencia al pueblo caraqueño y venezolano del que expresó que era “muy musical”. En su relató añadió que en el Teatro Municipal, ubicado en Caracas, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año. En algunas oportunidades se presentaban obras con compañías extranjeras. De las que llegaban a Caracas, y donde eran invitadas el gobierno éste sufragaba los gastos para presentar diversiones públicas.

     Recordó que el Teatro Municipal había sido edificado a instancias de Guzmán Blanco y era “uno de los edificios más vistosos de la ciudad”. Describió que la platea o patio, poseía butacas similares a las instaladas en los Estados Unidos en las que solo se sentaban los hombres. Las mujeres “preferían” la parte baja del teatro, según escribió.

     De igual manera, reseñó que las personas que ocupaban los palcos vestían de forma elegante. En el segundo y el tercer piso, expuso en su relato, había dos lujosos salones de descanso. En éstos las personas se ubicaban o daban vueltas durante los entreactos, aquí se servían helados, dulces, vinos y coñac entre otros productos. De las funciones dijo que eran largas y que, por lo general, comenzaban a las ocho de la noche y se podían extender más allá de las dos de la mañana.

     En lo referente a las inquietudes artísticas y musicales que apreció lo llevó a decir que había mucho talento, tanto en la composición como en la ejecución musical. Añadió que existían varios conservatorios de música, así como la presencia de pianos en casi todas las casas. “Los barrios residenciales de la ciudad recuerdan a cualquier hora del día, excepto aquellas dedicadas a la siesta, los corredores de los internados de señoritas, porque a través de las ventanas abiertas de casi todas las casas fluyen los inconfundibles sonidos de una diligente y enérgica práctica”.

     Contó que a horas de la noche, los días jueves y domingo, una banda musical perteneciente a la comandancia del ejército ejecutaba distintas piezas musicales en la Plaza Bolívar, desde las ocho hasta las once de la noche. Según observó, en ella se agolpaban multitud de personas quienes paseaban por los bulevares que mostraban buena iluminación o se sentaban en círculo para conversar. En la misma plaza unas señoras ofrecían en alquiler sillas por unos cuantos centavos y algunos jóvenes ofrecían bebidas, helados y dulces.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

Cerca del mercado de San Jacinto estaba erigida, confeccionada con bronce, una estatua de Antonio Leocadio Guzmán, padre de Guzmán Blanco.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

En el Teatro Municipal de Caracas, inaugurado por Guzmán Blanco en 1874, se presentaban funciones de ópera dos veces a la semana y durante todo el año.

     En lo que denominó uno de los lugares más vistosos y concurridos de la ciudad como lo era Puente Hierro le llamó la atención que en él también se reunían personas. El lado sur de la ciudad que pasó a describir no sólo fue el puente que había mandado a construir Guzmán Blanco durante su mandato. Puso a la vista de los lectores la exhibición de palmeras imponentes a lo largo de la avenida, además de una estación del ferrocarril, una alameda de mangos, “varios botiquines más o menos respetables, e innumerables diversiones baratas”.

     En esta parte sur de Caracas había visto a varias personas que se reunían entre las cinco y siete de la tarde. “Pero los días sábados al atardecer y casi hasta la medianoche es cuando, con la música de fondo de alguna banda militar de la ciudad, se reúne un conglomerado de las clases media y baja que se dedica a jugar, comer, beber y divertirse. Las señoras de la aristocracia permanecen vigilantes en sus carruajes junto a la alameda, siguiendo con cuidado las situaciones que son siempre graciosas y hasta, muchas veces, cómicas, mientras los hombres y, en particular, los jóvenes, se mezclan entre la multitud y se pavonean ante alguna muchacha del pueblo, de entre las que, por cierto, las hay muy guapas”.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

Antonio Guzmán Blanco, fue presidente de la República en varias ocasiones entre 1870 y 1888.

     En su descripción acotó “Caracas es como una París de un solo piso”. De acuerdo con la perspectiva de su mirada, las tiendas mostraban productos provenientes de la capital francesa. Además, los que administraban y atendían en ellas eran originarios de esta comarca de Francia. “Nada tiene de extraño ver a todas las damas en vestidos importados durante una comida, y cuando salen de paseo, aquellas que pueden permitírselo, llevan puesto un sombrero de París, como lo harían sus hermanas y primas en algunas latitudes más al norte”. Puso a la vista de sus potenciales lectores que, cuando las damas iban a misa no exhibían trajes o sombreros nuevos. “Cuando atienden al servicio de la mañana, la mayoría de ellas, las señoras de Caracas van vestidas, por lo general, con un sencillo traje negro con un lazo blanco o negro anudado a la cabeza. Algunas de las matronas anticuadas llevan simplemente un chal negro que hace las veces de una mantilla española”.

     De inmediato pasó a describir algunas características de las casas que observó en Caracas. De las ventanas agregó que eran amplias, que estaban protegidas con rejas o barrotes que sobresalían hacia las aceras. Por lo general, tenían un antepecho donde se sentaban las damas, en especial jóvenes, que desde esa posición entablaban conversación “con el primer conocido que pase. Si se pasea una tarde por las elegantes calles residenciales es casi seguro que uno descubra todas las ventanas ocupadas por una o más señoras luciendo sus más atractivos vestidos, y son muchos los amoríos y galanteos que se hacen de esta manera”.

     Más adelante destacó la extrañeza que experimentó por los nombres que se utilizaban en estos territorios y los que se exhibían en centros de moda, lugares de trabajo, casas y personas. Destacó el nombre de una “modistería” de la ciudad que combinaba el inglés, el francés y el español. El cartel de este establecimiento decía así: “High life parisien salón para modes y confections”. De lo que denominó “nombres extravagantes” lo ostentaban algunas casas de campo como “La Rosa de Sharon”, “La Esmeralda” un comercio atractivo para él, mientras “La Fuente del Placer” y “La Gracia de Dios” eran nombres de pulperías o botiquines.

     Bajo este mismo marco, hizo referencia a los nombres que eran utilizados para bautizar a los niños. “Por lo general, se les da el nombre del santo cuyo aniversario esté más cerca del día de su nacimiento y todo niño que nazca en vísperas de la navidad, se llama Jesús”, aunque añadió que el nombre más común era Salvador. En cuanto a las niñas evidenció que los nombres que se les daba se relacionaban con algún episodio de la vida de la Virgen Santísima o en las de los santos como Concepción, Anunciación, Asunción o Trinidad.

     Llamó la atención de sus potenciales lectores que cada niño tuviera un “protector” denominado Padrino y una “protectora” llamada Madrina, “de quienes se espera que cumplan literalmente con los juramentos que hicieran ante la fuente bautismal, y que, por lo general, lo hacen”. 

     Pasó de inmediato a reseñar el papel que ambos debían cumplir al faltar uno de los progenitores del niño o la niña. Por ser costumbre que ambas figuras atendieran las necesidades espirituales de sus ahijados, así como las económicas la tendencia era a buscar personas pudientes. “Es por esta razón que los hombres adinerados y los políticos se ven siempre tan solicitados por sus ambiciosos e indigentes amigos; aunque generalmente limitan sus favores a sus parientes y aquellos por los que sienten un especial interés”.

27 años de pesadilla: Juan Vicente Gómez en el poder, 1908-1935

27 años de pesadilla: Juan Vicente Gómez en el poder, 1908-1935

Dos meses después de la muerte del general Gómez, el diario El Heraldo, en su edición del 12 de febrero de 1936, reprodujo, tal y como aparece en la revista quincenal chilena “Ercila”, un reportaje acerca del actual momento venezolano. “No hemos querido enmendar ni una sílaba a esta página que, en cierto sentido, refleja lo que de nosotros se piensa en el exterior y a la cual hemos procurado conservar hasta su fisonomía tipográfica, indicó el mencionado diario caraqueño

En 1908, cuando Cipriano Castro se marchó a Berlín, para tratarse su delicado estado de salud, dejó a su compadre, Juan Vicente Gómez, al frente de la primera magistratura.

En 1908, cuando Cipriano Castro se marchó a Berlín, para tratarse su delicado estado de salud, dejó a su compadre, Juan Vicente Gómez, al frente de la primera magistratura.

     “El final de la tiranía de Juan Vicente Gómez, en Venezuela, por el medio natural de la muerte, ha puesto sobre el tapete el debatido tópico de la clase de su gobierno, y han vuelto a la memoria del público aspectos total o parcialmente olvidados de su paso por el poder.

     A fuerza de leer informaciones oficiales, se había llegado a pensar que no era exacto el estado de fuerza de Venezuela, y que el número de desterrados, presos, perseguidos y muertos no era otra cosa que una ficción de escritores apasionados. Muchos periodistas cayeron en el garlito de encomiar la “labor nacionalista” de Gómez, el “desarrollo material” de Venezuela y otras cosas. La realidad permite, ahora, revaluarlo todo, y a eso se concreta este artículo objetivo, de mera información.

Ascenso y golpe

     Juan Vicente Gómez pertenecía a los “andinos”. Cooperó activamente con Cipriano Castro y pronto se destacó entre sus tenientes más esforzados. Cipriano Castro era un presidente con ocurrencias de Roses, con respecto a los europeos. También a él lo atacaron las potencias y él solía sonreír de todo ello.

     Tipo de neurótico, especia de Calígula tropical, se cuentan de Castro anécdotas innumerables. Su lascivia no conocía dique. Refieren que se hacía llevar a su habitación a las mujeres que eran de su agrado sin averiguar más. Un día que hubo un fuerte temblor de tierra en Caracas, saltó por el balcón de la Casa Amarilla (Ministerio de Relaciones Exteriores) y se quebró una pierna. Dicen que en plena “juma”, o sea, borrachera, se bañaba a veces desnudo en la fuente pública de una plaza caraqueña.

Promesas y halagos 

     El propio general Gómez refería que cuando subió al poder quiso dar un viraje a la política venezolana, pero que los “malucos” se lo impidieron. Uno de sus consejeros de entonces fue cierto político venezolano Bautista, con quien enseguida se peleó. El escritor Rufino Blanco Fombona corrió igual suerte. Quien desee pormenores de esta etapa de la vida venezolana puede recurrir al prólogo de los poemas de Fombona, a “Con la mitra en la mano”, o a “Judas Capitolino” de José María Vargas Vila. También puede recurrir a “Vidas oscuras” de José Rafael Pocaterra.

 

Un relato trágico

     Fombona fue recluido en la cárcel. Refiere que tuvo ceñido al pie los grillos de sesenta kilos. Un compañero suyo permaneció unido por los grillos a su camarada de celda, quien había muerto, y así tuvo que soportar el hedor varios días.

     Exasperado Fombona, mató con una varilla de catre a uno de sus guardianes. Más tarde, logró fugarse. Y anduvo por el mundo, ejerciendo diversos oficios, hasta llegar a París, y, luego, a Madrid.

     “El hombre de oro” y “El hombre de hierro” encierran dos relatos gráficos de la situación venezolana de entonces.

Para disfrazar el estadazo de miseria en la que se encontraba el país, Gómez propugnó una política de reconstrucción material, sobre todo de carreteras, hechas, muchas de ellas, con trabajos forzados de los presos políticos.

Para disfrazar el estadazo de miseria en la que se encontraba el país, Gómez propugnó una política de reconstrucción material, sobre todo de carreteras, hechas, muchas de ellas, con trabajos forzados de los presos políticos.

La “inteligencia” gomecista

     Naturalmente, hubo un gran sector de intelectuales que se sometieron a Gómez. Y escritores de primera fila, seducidos por el confort y atados por el temor, no trepidaron en prestarle sus servicios, aunque no siempre su elogio público. Entre ellos figuran, José Gil Fortoul, César Zumeta, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, Diego Carbonell, Manuel Díaz Rodríguez, Vicente Lecuna y otros más.

     El conductor de todo ello era Vallenilla Lanz, director de “El Nuevo Diario”, que acaba de ser destruido por el pueblo en represalia por la forma cómo apoyó y aún más, sugirió todos los desmanes de la tiranía. Vallenilla Lanz fue el autor de la teoría del “Gendarme necesario” en “Cesarismo Democrático”, teoría de la que se jacta Arcaya, que se la disputa a Vallenilla.

     “El Universal”, otro diario caraqueño, dirigido por el poeta Andrés Mata, también se distinguió, aunque menos que el anterior, en el apoyo de Gómez. Mata murió en 1931, como Díaz Rodríguez, en 1927. En la intimidad, casi todos, excepto los más enconados, manifestaban su “descontento” espiritual con el régimen.

El caso de Tito Salas

     Tito Salas es uno de los grandes pintores americanos. Premiado en París, muy joven y después de cosechar grandes triunfos, fue contratado por el gobierno de Gómez para decorar la Casa Natal del Libertador.

     Ahí permaneció hasta hoy. En 1924, el gobierno de Perú le invitó, pero prácticamente no se le dejó salir porque se tenía la seguridad de que no volvería. Tito Salas ha vivido en cárcel de oro, sin pintar casi, muerto de hastío, quemándose en alcohol su genio evidente.

     Y como Tito hay tantos con cárcel de oro.

El general Juan Vicente Gómez estuvo 27 años en el poder (1908-1935).

El general Juan Vicente Gómez estuvo 27 años en el poder (1908-1935).

Entre 1908 y 1935, hubo un sector de intelectuales que se sometieron a Gómez, entre ellos, escritores de primera fila como José Gil Fortoul.

Entre 1908 y 1935, hubo un sector de intelectuales que se sometieron a Gómez, entre ellos, escritores de primera fila como José Gil Fortoul.

La obra material

     Para disfrazar este estado de cosas, Gómez propugnó una política de reconstrucción material y, sobre todo, la política vial, cuya clave es estratégica, a fin de facilitar el develamiento de cualquier sedición.

     Los caminos fueron hechos con trabajos forzados de los presos políticos. Los estudiantes tenían que trabajar bajo el sol canicular permanente y sin salario o salario de hambre, sometidos al palo del caporal. Así se hicieron los caminos de Venezuela, pero no se incrementó su producción. La fortuna pública creció en cuantía y en monopolio. No se distribuyó nada. Unas cuantas familias fueron las dueñas de todo.

     La fortuna personal de Gómez se calcula en más de 200 millones de dólares, o sea 1.000 millones de bolívares. Y al entrar al Gobierno, no tenía nada. Sus familiares poseen tierras, ganado, negocios enormes.

     Se inició la explotación del petróleo, especialmente en Zulia. El origen del incremento de esta industria, está vinculado a México. Cuando este país, por medio de su legislación petrolera, redujo las liberalidades que se tenía para con el imperialismo, Venezuela abrió las puertas. El capital imperialista prefirió un país en el que no era controlado al contralor mexicano, y México pasó a ocupar un puesto inferior en la escala de producción petrolera, subiendo el de Venezuela.

     El gobierno impresionó pagando la deuda externa, pero lo hizo sin previsión, cuando más alta era la moneda extranjera. Por otra parte, trató de cautivar a los ingenuos atesorando dinero improductivo en el Banco de la Nación. Cada año, el mensaje presidencial asentaba: tenemos tantos millones más guardados que el año anterior. Lo económico habría sido invertir esos millones en obras públicas, en las provincias, favorecer un gran adelanto agrícola, industrial, sanitario, levantar el standard de vida del ciudadano común. Pero eso no se hacía. Y se atesoraba en vez de invertir.

El general Eleazar López Contreras, ministro de Guerra y Marina, asumió el poder luego de la muerte de Gómez.

El general Eleazar López Contreras, ministro de Guerra y Marina, asumió el poder luego de la muerte de Gómez.

 Año del colapso

     En 1923, fue asesinado misteriosamente Juancho Gómez, hermano del dictador. Desde entonces, el Gobierno aumentó su severidad.

     En 1927, los estudiantes insurgieron en manifestaciones públicas, pidiendo más libertad, ayudados por las damas de Caracas. Estudiantes y mujeres fueron a la cárcel, sufriendo mil torturas. Gonzalo Carnevali y Rómulo Betancourt han referido las que vieron y sufrieron: colgados de los órganos viriles sufrían interrogatorios y flagelamientos; se les bañaba a medianoche; se les sometía al suplicio de no dejarles dormir, interrumpiéndoles el sueño a cada rato; se les colgaba de los dedos; se les tenía atados a grillos pesados, sin permitirles aire ni ninguna comodidad humana. . .

 

Los desterrados

     Quien haya viajado por el norte del continente, sabe cómo son de numerosos los desterrados venezolanos. En Barranquilla y en la frontera colombo venezolana hay varias decenas de millares. Hoy el cable habla de millares de desterrados que están en Barranquilla. En Panamá no bajan de varios centenares. En Ecuador igualmente. En Puerto Rico, Costa Rica, Santo Domingo. Curazao son numerosísimos. Los desterrados en Nueva York son una verdadera colonia.

     Entre los desterrados han tratado de ejercer comando los generales Rafel Arévalo Cedeño y Simón Urbina, pero los grupos jóvenes tienen hoy predominio.

 

La herencia de Gómez

     El general Eleazar López Contreras ha recogido la herencia de Gómez. El apresuramiento porque el Congreso elija antes de cumplirse el “período” de Juan Vicente Gómez, que es en abril de 1936, indica que se teme a la maduración democrática de cuatro meses.

     Seguramente, Venezuela pide hoy elecciones populares en vez de la elección por el Congreso. Esta nueva etapa o nuevo aspecto de la conciencia ciudadana tendrá que conjurarlo el general López Contreras, tanto más difícilmente cuando que, habiendo salido los presos de las cárceles –y son varios militares– y regresando los desterrados, y perdido el temor los amordazados, resulta que un sector considerable de la ciudadanía venezolana se encuentra en situación beligerante y atenta a la política.

     Los desórdenes en las petroleras de Maracaibo, indican que el movimiento antiimperialista es agudo. La fuga de los Gómez anuncia que el gobierno o no ha querido o no ha podido protegerlos contra la ira de sus víctimas de antaño.

     En todo caso, la situación venezolana es una incógnita, y plantea una crisis más en la serie de crisis que aquejan al continente americano”.

Loading
Abrir chat
1
¿Necesitas ayuda?
Escanea el código
Hola
¿En qué podemos ayudarte?