El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

El escudo de armas de la Ciudad de Caracas

Enrique Bernardo Núñez, escritor, periodista y Cronista de la ciudad de Caracas, publicó, en 1951, en la revista Crónica de Caracas, un magnífico estudio fundamentado en documentos de los siglos XVI y XVIII, y en una investigación de Arístides Rojas

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Enrique Bernardo Núñez

     “Por real cédula despachada en San Lorenzo del Escorial, el 4 de septiembre de 1591, y a petición del procurador general Simón Bolívar, Felipe II concedió por armas a la ciudad de Caracas “en campo de plata de un León de color pardo, puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz roja de Santiago, y por timbre un coronel de cinco puntas de oro”. Esta real cédula ha desaparecido. Por lo menos no existe en el archivo del Ayuntamiento. Quizás pueda hallarse en el Archivo de Indias, de Sevilla, o en Santo Domingo. O sin ir más lejos, en el enorme material no clasificado que se halla en el Archivo Nacional. O entre los papeles sepultado en el olvido de algún afortunado anticuario. Se sabe de ella por la cita que hace José de Oviedo y Baños en el Cap. VIII, Libro V de su Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela. Madrid, 1723.

     La misma descripción se hace en el memorial fecha 21 de marzo de 1763, dirigido por el Ayuntamiento al rey en el Supremo Consejo de Indias. Allí se pide, entre otras cosas, que el nombre de Nuestra Señora ennoblezca el escudo de la Ciudad con estas palabras: AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO CONCEBIDA: “Un león de color pardo puesto en pie, teniendo entre los brazos una venera de oro con la Cruz de Santiago y por timbre un coronel de cinco puntas de oro. . .”

     El Rey Carlos III lo acuerda en San Lorenzo, a 6 de noviembre de 1763, recibida en Caracas el 22 de enero de 1764. Por esta real cédula se declara que la orla del escudo debe ser “en los términos que se previenen por la ley 44, título 22, libro I de la Recopilación de estos Reynos, y no en el modo que proponéis y referís . . .” Suscitóse una discusión acerca de cuáles serían los términos de dicha orla. Sostenía el Ayuntamiento que muy bien podría ser AVE MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ SIN PECADO ORIGINAL EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL (*) El Gobernador José Solano, por auto de 5 de julio de 1765, dispone se consulte de nuevo al Rey. La ciudad lo hace en un largo informe, fecha 1 de julio 1765. Alegaba que por hacer más breve la leyenda habían omitido la palabra ORIGINAL. Desde el Pardo, a 13 de marzo de 1766, el rey dispone que la orla del escudo sea en los precisos términos de AVE MARÍA SANTÍSIMA SIN PECADO CONCEBIDA EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL. Esta real cédula recibióse en Cabildo el 12 de junio de 1766. Disponía además que no se pusiese dicha orla en el real pendón “y solo se pueda poner en las Armas de los Estandartes que construya o tenga esta ciudad…” Y los señores del Cabildo, después de besar y poner sobre su cabeza dicha real cédula dijeron que la obedecían y dieron gracias a S.M. por las mercedes con que se dignaba honrar a esta ciudad. No obstante, el 10 de abril de 1767 vuelven a suplicar al monarca con las más prolijas razones, les conceda añadir en dicha orla” el título tan glorioso de MARÍA SANTÍSIMA DE LA LUZ”. Pero esta instancia no tuvo resultado y la orla quedó definitivamente tal como se halla expresada.

     En ninguno de estos documentos se hace mención del color verde donde el león aparece asentado, tal como se ve en casi todos los escudos de la ciudad, dibujados en épocas posteriores. Este color verde fue probablemente imaginado y añadido por algún dibujante de tiempos modernos y así se estampó sin examen, aun en los grabados del escudo de armas de la ciudad. (Arístides Rojas, Obras Escogidas, p. 722. París, 1907). Allí lo describe en los mismos términos ya transcritos, añadiendo:

     “todo exornado con trofeos de guerra”. Rojas se lamenta de que Caracas hubiese “abandonado el más bello recuerdo de sus primitivos días”. En la procesión cívica del 21 de julio de 1833 –refiere–, el gremio de sastres llevaba un guión de seda blanco con borlas de oro. En este guión, llevado por el señor Pablo Velásquez, se veían pintadas al óleo las armas de Caracas. Se recordaba así el primer Simón Bolívar, a quien Felipe II no hizo sino confirmar las mismas adoptadas por los fundadores. Desde sus primitivos días la ciudad había elegido el león como blasón suyo. El año de 1579, los regidores disponen “que los padrones con que se ha de medir el vino lleven el sello del león de esta ciudad”.

     Y diez años después , en septiembre de 1589, disponen que el fiel ejecutor tenga en su poder “un sello en el cual estén esculpidas las armas de esta ciudad, para sellar todas las cosas que se hubieren de vender ”. (**)

     En conmemoración del Día de Caracas, el gobernador Gonzalo Barrios ha dispuesto que se haga una edición del escudo de armas de la ciudad, conforme a la documentación arriba expresada. (Resolución de 16 de julio de 1947). Para la forma del escudo se adoptó la que aparece en la edición de la Gaceta de Caracas, dispuesta por la Academia Nacional de la Historia. El dibujo es obra de Carlos Uriarte”.

Caracas, 25 de julio de 1947

FUENTES CONSULTADAS

  • (*) V. “Los pendones de Santiago de león de Caracas”, por E.B.N Revista Nacional de Cultura, N° 55.

  • (**) V “La Ciudad de los Techos Rojos. –El León de Caracas”, por E.B.N. Se concibe que el valle de Caracas, pueda, en remotas épocas, haber sido un lago antes que el río Guaire abriese su camino hacia el Este, al pie de las colinas de Auyamas y la quebrada de Tipe se abriese otro, al oeste, hacia Catia y Cabo Blanco.– HUMLBOLDT   

Caracas en la década de 1840

Caracas en la década de 1840

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En la década de 1840, estaban habilitados tres caminos que comunicaban a La Guaira con la ciudad de Caracas

     Durante el 1800 las relaciones diplomáticas entre Brasil y Venezuela tuvieron muy poca incidencia sobre el acontecer nacional y no pasaban del ámbito de las formalidades y tratos propios del quehacer de las cancillerías. El primer Embajador del Imperio de Brasil en llegar a Venezuela, fue Miguel María Lisboa (1809-1881), Barón de Japurá. De las instrucciones que le fueron impartidas por su Gobierno, fechadas el 31 de mayo de 1842, se desprende que el principal objeto de su misión, aparte de mantener y estrechar las relaciones entre los dos países, era concertar la acción de resistencia por parte de Venezuela y Brasil frente a la amenaza contra la integridad territorial de ambos países, constituida por la pretensión inglesa de extender las fronteras de su Guayana por el territorio del Río Branco al sur hasta las bocas del Orinoco. Durante su permanencia de diez años en Caracas, de 1842 a 1852, los cuales no fueron ininterrumpidos por cuanto realizó varios viajes al exterior para cumplir misiones diplomáticas, se dedicó principalmente a la negociación de un tratado de límites entre el Imperio del Brasil y la República de Venezuela.

     Para el año de 1865 fue publicado, en Bruselas, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, el cual había sido culminado por Lisboa en 1853 y que fue estructurado entre 1852 y 1854. Uno de los propósitos de su escrito tuvo que ver con el interés que existía entre los brasileros por conocer el estado social de las repúblicas que tenían frontera con el Brasil, interés que se avivó con la apertura del río Amazonas, lo que permitió un mayor acercamiento comercial con los países limítrofes del país amazónico.

     En el segmento correspondiente a la “Advertencia” de su escrito expuso que, entre otras razones, dar a conocer sus impresiones acerca de estos países limítrofes con la frontera brasileña tenían como motivo desvirtuar el efecto producido en el mundo literario las obras de escritores prevenidos en contra. Su propósito, entre otras razones, era desmentir creencias arraigadas y difundidas por escritores provenientes de distintas corrientes del pensamiento, ya lo fueran a favor de los americanos o lo fueran de quienes sólo divulgaron la idea según la cual la América española estaba sumida en la barbarie.

     En su relato puso de relieve que estaban habilitados tres caminos que se podían utilizar del trayecto desde La Guaira hasta Caracas. Ellos eran, el camino de “carros” de Catia, el de mulas construido por los españoles y el de las Dos Aguas el cual había venido siendo utilizado por los indígenas de la zona. De acuerdo con su versión la de Catia era la de mayor uso y que había sido diseñada bajo el mandato de Carlos Soublette. Subrayó que la construida por los españoles era también un “monumento de la pericia de los españoles, como constructores de caminos”. Acotó que las rampas que la constituían habían sido empedradas por los españoles desde hacía unos doscientos años y que seguían en un excelente estado. “hoy en día no hay en Venezuela obreros que hagan estos milagros”.

     El descenso de la montaña, entre La Guaira y Caracas lo llevó hasta La Pastora desde donde pudo observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire. De La Pastora agradeció haberla visto en horas nocturnas, porque era un camino descuidado, casi abandonado, con casas miserables que, “aún hoy, atestiguan el terrible terremoto de 1812, es muy lúgubre y aprieta el corazón”. Contó que, en los márgenes del río Guaire las tierras eran de rica fertilidad y que en ellas se podían ver haciendas de café, caña de azúcar y plantaciones de maíz, arroz y legumbres. Del lado sur del río la ciudad, indicó, estaba cruzada por tres ríos tributarios del Guaire, Anauco, Catuche y Caroata, los cuales provenían de la sierra que, a la población, “la dan de beber y sirven de colectores de sus despojos”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Desde La Pastora se podía observar una parte del valle de Caracas y el cauce del río Guaire

     Más adelante advirtió su deseo de describir pormenorizadamente la ciudad, pero el temor a errar lo llevó más bien a incluir un plano de ella. Sin embargo, llevó a cabo una descripción en que destacó la existencia de 16 calles longitudinales, que se extendían de la sierra al Guaire, y 17 transversales de las cuales sólo las situadas en el centro de la ciudad estaban edificadas. De igual modo, le llamó la atención su distribución por cuadras y que cada esquina llevara nombres de personas o familias eminentes.

     Puso en evidencia la incomodidad de las calles de la ciudad y se mostró sorprendido que, siendo descendientes de “hábiles españoles” quienes las hubiesen construido del modo como el las reconoció, mostraran una calidad muy discutible. Aunque reconoció la construcción de aceras cómodas para el transeúnte. Reseñó que de las ocho plazas la principal era la de Bolívar o de la Catedral. En ella observó el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas. 

     En lo atinente a las casas subrayó que su exterior no tenía grandes atractivos, pero su interior era bastante cómodo, con espaciosas salas, con techos elevados y con alturas que amainaban los efectos del calor, al contrario de las casas de su país natal. Por lo general contaban con un solo piso porque, según corroboró, se elaboraron de una sola planta por temor a los movimientos telúricos. “Sin embargo, las que se consideran buenas, tienen un piso superior”. 

     El lugar que le sirvió de posada lo describió como amplio y que contaba con un amplio patio en la parte trasera, así como que las principales piezas de la casa conducían a él. A su vez, detrás de ese patio había otros de menor tamaño, en uno de los cuales se hallaba la cocina. Agregó que en la mayor parte de las calles corría agua corriente. “Vense, con todo, algunas casas con sobrado, como los palacios del Gobierno y del Arzobispo, la casa del Municipio y algunas otras particulares”.

     Lisboa argumentó no haber visto ningún edificio que valiera la pena como expresión de relevante arquitectura, sólo “el Palacio de Gobierno es una buena casa y nada más, sin ninguna pretensión arquitectónica exterior”. Tampoco lo eran los tres conventos de las hermanas dominicas, carmelitas y las de la concepción. Con mayor espacio y comodidad señaló al antiguo convento de San Francisco, cuyos espacios estaban dedicados a la biblioteca y al palacio legislativo. Otro ejemplo de “buena arquitectura” lo ilustró con la catedral, aunque su exterior estuviese estropeado. De la catedral agregó que “era mezquina e irregular por dentro”.

     Puso en evidencia que la ciudad estaba dividida en seis parroquias. A esta consideración sumó que la Prisión principal tenía apariencia triste e insalubre y que ocupaba el espacio del anterior convento denominado con el nombre San Ignacio. Sobre el río Catuche observó la existencia de cinco puentes designados bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy. Expresó que el Anauco se caracterizaba por ser un puente con buenas dimensiones, mientras el Caroata contaba con dos puentes, “de los cuales uno, el de San Pablo, es también grande y hermoso”. Subrayó que al estar la ciudad ubicada en tierras con inclinaciones y terrenos con declives diversos tenía el riesgo de inundaciones, tal como sucedía con la ciudad brasileña de San Pablo.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Frente a la Catedral de Caracas estaba el mercado principal donde se expendían frutas y legumbres de origen tropical y europeas
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Antiguo convento de San Francisco, en pleno centro de la ciudad

     El agua que bebían los caraqueños provenía del río Catuche, según lo relatado por Lisboa, aunque los más pudientes solían filtrarla. En lo que se refiere al camposanto señaló que estaba situado entre los ríos Catuche y Anauco y que había sido insuficiente, para la inhumación de cadáveres durante el año de 1851, cuando una epidemia de sarampión y de coqueluche había diezmado un número importante de niños de la ciudad. Debió ser clausurado por la municipalidad y se había instalado uno nuevo varios kilómetros de distancia del lugar señalado como la Trinidad. “El nuevo, situado en un terreno sin cercar, repugna tanto a las clases elevadas de la sociedad, que no llevan a él los cadáveres de sus parientes y prefieren, con perjuicio de la salud pública, embalsamarlos mal para poderlos depositar en el interior de las iglesias”.

     Expuso que no existía un teatro en Caracas y que el llamado La Unión no merecía tal calificación. De acuerdo con su afirmación, el mismo era “frecuentado únicamente por la clase ínfima de la Sociedad”. 

     Escribió que existía una plaza de toros la cual estaba inservible, lo que lo llevó a calificar de desgracia el “abominable ejercicio de torear y colear su práctica en Caracas por las calles”. Esta práctica le pareció de gran peligro para quienes transitaban por las calles y también para los habitantes de la ciudad. Más adelante escribió, “y está tan arraigada esta costumbre de torear y colear por las calles, que subsiste a despecho de varios mandamientos y ordenanzas municipales, que se han promulgado prohibiéndolo”.

     Llamó la atención en torno a la afición existente, entre los caraqueños de toda condición social, al “circo de gallos o gallera, y los venezolanos son aficionadísimos a ver luchar esos fanfarrones animales”. De la construcción y edificación de las casas describió que, en su gran mayoría, se habían construido de tierra. Las comparó con el procedimiento utilizado en su país y cuya denominación era Tapial, “que no es otra cosa sino tierra amasada y, en algunos casos, ligada por medio de paja picada (adobes)”. Puso a la vista del lector que la edificación de iglesias, así como las casas de mayor lujo eran las que exhibían una construcción levantada con ladrillos o mampostería.

     Según evidenció, el sistema de tapial lo utilizaban como una forma de prevención ante los movimientos telúricos. Sin embargo, edificaciones como la catedral, la iglesia de San Francisco, las casas de los condes de Tovar y de San Javier, al igual que otras casas, no se habían derrumbado con el terremoto de 1812, cuyos cimientos eran de ladrillos amalgamados. Mientras que, “la gran masa de ruinas que afea la ciudad presenta la triste vista del tapial descarnado”. Respecto a los relojes de la ciudad, agregó que sólo se había restituido el de la catedral luego del terremoto de 1812. En ésta había cuatro relojes y que el del lado norte “aún está con su terrible aguja señalando la hora fatal”.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Sobre el río Catuche había cinco puentes bajo los nombres de La Pastora, Trinidad, Púnceles, Candelaria y Monroy

     Ante la calamidad producida por el movimiento telúrico de 1812 afirmó que por obra del “dedo de la Providencia” que señalaba a los hombres que nada había estable en la tierra. Por otro lado, no dejó de ponderar las bondades naturales que exhibía la capital de Venezuela. De ella dijo que estaba situada entre los trópicos, bajo un influjo benéfico de un sol equinoccial y a una privilegiada altura lo que la hacía un lugar especial y de clima muy agradable. Incorporó a su consideración que las condiciones climáticas caraqueñas eran similares a la de la capital de Brasil. Para reafirmar su reflexión citó algunas cifras proporcionadas por Agustín Codazzi respecto a condiciones climáticas y la temperatura a lo largo del año.

     Terminó este acápite con lo que sigue, “No se sufren allí epidemias permanentes y destructoras como en otros puntos de la zona tórrida, aunque la fiebre amarilla y el cólera la hayan visitado a veces; con todo, el tifus es bastante corriente en la estación de calma, la terrible enfermedad del tenesmo, que reina con mucha frecuencia, es fatal a los europeos, y, en general, la recuperación de las fuerzas perdidas por la violencia de las fiebres, muy lenta y difícil. La mortalidad es desproporcionadamente grande en la edad infantil”.

La Rotunda: Lúgubre Cárcel

La Rotunda: Lúgubre Cárcel

Fue construida entre 1844 y 1854, en Caracas. Estaba ubicada en el lugar donde actualmente se encuentra la Plaza La Concordia. El nombre de la cárcel se deriva de su forma circular. Luego de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, la cárcel fue demolida en 1936 para eliminar con ello cualquier rastro de la crueldad del régimen gomecista

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El nombre de la cárcel se deriva de su forma circular
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Dentro de oscuros calabozos de La Rotunda, pasaron años de sus vidas grandes figuras de nuestra intelectualidad

     “La tristemente cárcel de La Rotunda, lúgubre recinto, fue demolida el año de 1936 durante el gobierno del general Eleazar López Contreras, construyéndose en su lugar una plaza bautizada como La Concordia, diseñada por el genial arquitecto Carlos Raúl Villanueva, el mismo que trazara los diseños de la Ciudad Universitaria de Caracas, de la urbanización El Silencio, de los museos de Ciencias y Bellas Artes, de la plaza de toro La Maestranza de Maracay, entre otras obras. Aquella edificación, La Rotunda, hacia donde eran llevados presos comunes y políticos, alcanzó celebridad durante los gobiernos de los caudillos andinos Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, jefes de la llamada Revolución Liberal Restauradora.

     En el interior de dicha prisión, Nereo Pacheco, guarenero, se encargaba de aplicar tremendas torturas, las que muchas veces le provocaban la muerte a los torturados. Su maldad, al lado de los que lo acompañaban, lo llevó a aplicar torturas conocidas con los nombres de cepo de campaña, las colgadas, el tortol, el acial, las pelas, los grillos, el apersogamiento (ataban al reo a un poste). 

     El sentido criminal de los carceleros, conducidos por Nereo Pacheco, se hacía presente al colocarle vidrio molido y veneno dentro de las comidas. Unos versos que circularon a comienzos del siglo XX retratan el macabro recinto, así:

“La Rotunda de Caracas

es sepulcro de hombres vivos

donde se amansan los guapos

y lloran los atrevidos¨.

     Dentro de oscuros calabozos como los de La Rotunda, pasaron años de sus vidas grandes figuras de nuestra intelectualidad, entre ellos, Rafael Arévalo González, Andrés Eloy Blanco, José Rafael Pocaterra, Leoncio “Leo” Martínez, Francisco “Job Pim” Pimentel, Antonio Arráiz, entre otros, escribiendo, en esos insalubres espacios, parte de sus obras.

     Esa lúgubre cárcel, donde pensadores, políticos, militares, religiosos, obreros, dejaron sus vidas por el solo delito de enfrentarse al tirano de turno, se empezó a construir durante la presidencia del general Carlos Soublette y va a concluirse en la administración de otro caudillo militar, José Gregorio Monagas, según planos del agrimensor Francisco Florentino Tirado y el alarife José Francisco Herrera. Se sabe, a través de declaraciones de los que lograron sobrevivir ese infierno, que, entre los calabozos existentes en La Rotunda, el más temido era el conocido con el nombre de El Olvido, ello porque los presos que allí llegaban eran tan olvidados, que si salían… salían muertos. 

     Nereo Pacheco, quien nació en Guarenas en 1866, barbero de profesión, se desempeñó como Cabo de Presos en La Rotunda entre los años de 1913 y 1920 y fue llevado allí por haberle dado muerte a su concubina. Mientras se producía la sentencia correspondiente, la cual fue paralizada, siempre y cuando se comprometiera a la aplicación de torturas, físicas y mentales a todos los presos políticos que allí llegaran, se ganó, por su trabajo como sádico torturador, el cargo antes señalado. Se dice que de su negra mente salió el mezclar vidrio molido y arsénico en las podridas comidas de los detenidos, produciéndoles la muerte a los que la ingerían, entre ellos el sacerdote, también nacido en Guarenas, Régulo Fránquiz. Este despreciable elemento, se deleitaba tocando arpa mientras escuchaba los gritos de los que estaban siendo torturados. Para esos momentos, verdadero sadismo, su pieza favorita era La Pava, golpe tuyero.

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
En el interior de La Rotunda, Nereo Pacheco se encargaba de aplicar tremendas torturas

     En 1935, al morir el dictador Juan Vicente Gómez, quien se complacía con lo que hacía Nereo Pacheco en La Rotunda, prisión donde pasó 14 años de su vida el general Román Delgado Chalbaud, padre de Carlos Delgado Chalbaud, un grupo de venezolanos que habían estado allí como presos políticos, entre ellos, Víctor M. Juliac, Salvador de la Plaza, Néstor Luis Pérez, Luis Rafael Pimentel, acusaron a Nereo Pacheco de los asesinatos del reverendo Régulo Fránquiz, de Eliseo López, de Calimán y del doctor Jiménez, siendo condenado a 20 años de prisión el 8 de diciembre de 1936 y enviado a la cárcel del Obispo, prisión donde murió el 15 de septiembre de 1941.

     En la obra Recepción a Nereo Pacheco, escrita por Miguel Otero Silva, destacado humorista, poeta, periodista, novelista, político, parlamentario, académico, miembro de la generación del 28, formada por estudiantes universitarios, fundador, al lado de su padre y del poeta Antonio Arráiz, del diario El Nacional (1943), pinta, con su genial sentido del humor, la llegada de Nereo Pacheco a la “Quinta Paila del Infierno”, creación que aparece en la páginas de su obra Un Morrocoy en el Infierno, indicando: “Se trata de una verbena de bienvenida a Nereo Pacheco, verdugo gomecista y tocador de arpa… Al llegar al diabólico dominio, Nereo, escribe el autor citado, acompañándose en el arpa de Nerón, dice:

“Yo no soy de por aquí, Ningún preso que yo tuve
Yo vengo del otro lao, dejó de ser maltratao
Y un cambur en esta paila y aquel que no se murió
Lo tengo muy bien ganao fue porque nació parao.

¡Fue mucho el preso en mis manos! Mi cambur en esta paila
¡Que se murió encortinao, lo tengo bien ganao!»
Le di raciones de arsénico
En el guayoyo mezclao
Y le remaché los grillos
Al enfermo desahuciao”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Sánchez, Jesús María. Historia menuda. Guarenas, estado Miranda, 2022

    El profesor e historiador Jesús María Sánchez, nació en Vega Redonda, Araira, estado Miranda, el 14 de septiembre de 1938. Desde muy joven se interesó en personajes, historias, cuentos, costumbres y tradiciones de Guatire y Araira, que le llevaron posteriormente a investigar y documentar buena parte de la historia cotidiana a través de diversos artículos de prensa, programas radiales y libros, que lo convirtieron en un ilustre guardián de nuestro gentilicio y sus tradiciones autóctonas, defensor de nuestra identidad cultural y reconstructor de nuestra historia.

ACTA

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DEL NUEGO GOBIERNO LEVANTADA POR EL MUY ILUSTRE AYUNTAMIENTO DE CARACAS EL 19 DE ABRIL DE 1810

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Facsímil del Acta del 19 de abril de 1810
José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Revolución de abril de 1810, óleo sobre tela, Juan Lovera, 1835

     En la ciudad de Caracas a diecinueve de abril de mil ochocientos diez, se juntaron en esta sala capitular los señores que abajo  firmarán, y son los que componen este muy ilustre Ayuntamiento, con motivo de la función eclesiástica del día de hoy, Jueves Santo, y principalmente con el de atender a la salud pública de este pueblo que se halla en total orfandad, no sólo por el cautiverio del señor  Don Fernando VII, sino también por haberse disuelto la junta que suplía su ausencia en todo lo tocante a la seguridad y defensa de sus dominios invadidos por el Emperador de los franceses, y demás urgencias de primera necesidad, a consecuencia de la ocupación casi total de los reinos y provincias de España, de donde ha resultado la dispersión de todos o casi todos los que componían la expresada junta y, por consiguiente, el cese de su funciones. Y aunque, según las últimas o penúltimas noticias derivadas de Cádiz, parece haberse sustituido otra forma de gobierno con el título de Regencia, sea lo que fuese de la certeza o incertidumbre de este hecho, y de la nulidad de su formación, no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional; y aunque pudiese prescindirse de esto, nunca podría hacerse de la impotencia en que ese mismo gobierno se halla de atender a la seguridad y prosperidad de estos territorios, y de administrarles cumplida justicia en los asuntos y causas propias de la suprema autoridad, en tales términos que por las circunstancias de la guerra, y de la conquista y usurpación de las armas francesas, no pueden valerse a sí mismos los miembros que compongan el indicado nuevo gobierno, en cuyo caso el derecho natural y todos los demás dictan la necesidad de procurar los medios de su conservación y defensa; y de erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España, y a las máximas que ha enseñado y publicado en innumerables papeles la junta suprema extinguida. Para tratar, pues, el Muy ilustre Ayuntamiento (M.I.A.) de un punto de  la mayor importancia tuvo a bien formar un cabildo extraordinario sin la menor dilación, porque ya pretendía la fermentación peligrosa en que se hallaba el pueblo con las novedades esparcidas, y con el temor de que por engaño o por fuerza  fuese inducido a reconocer un gobierno legítimo, invitando a su concurrencia  al  señor  Mariscal de Campo Don Vicente de Emparan, como su presidente, el cual lo verificó inmediatamente, y después de varias conferencias, cuyas resultas eran poco o nada satisfactorias al bien político de este leal vecindario, una gran porción de él congregada en las inmediaciones de estas casas consistoriales, levantó el grito, aclamando con su acostumbrada fidelidad al señor Don Fernando VII y a la soberanía interina del mismo pueblo; por lo que habiéndose aumentado los gritos y aclamaciones, cuando ya disuelto el primer tratado marchaba el cuerpo capitular a la Iglesia Metropolitana, tuvo por conveniente y necesario retroceder a la sala del Ayuntamiento, para tratar de nuevo sobre la seguridad y tranquilidad pública.

     Y entonces, aumentándose la congregación popular y sus clamores por lo que más le importaba, nombró para que representasen sus derechos, en calidad de diputados, a los señores  doctores don José Cortés de Madariaga, canónigo de merced de la mencionada iglesia; doctor Francisco José de Rivas, presbítero; don  José  Félix  Sosa y don Juan Germán Roscio, quienes  llamados y conducidos a esta sala con los prelados de las religiones fueron admitidos, y estando  juntos con los señores de este muy ilustre cuerpo entraron en las conferencias conducentes, hallándose también presentes el señor don Vicente Basadre, Intendente del ejército y Real Hacienda, y el señor Brigadier don Agustín  García, Comandante Subinspector de Artillería; y abierto el tratado por el señor Presidente, habló en primer lugar después de su señoría el diputado primero en el orden con que quedan nombrados, alegando los fundamentos y razones del caso, en cuya  inteligencia dijo entre otras cosas el señor Presidente, que no quería ningún mando, y saliendo ambos al balcón notificaron al pueblo su deliberación; y resultando conforme en que el mando Supremo quedase depositado en este Ayuntamiento Muy Ilustre, se procedió a lo demás que se dirá, y se reduce a que cesando igualmente en su empleo el señor don Vicente Basadre, quedase subrogado en su lugar el señor don Francisco de Berrío, fiscal de Su  Majestad en la Real Audiencia de esta capital, encargado del despacho de su Real Hacienda; que cesase igualmente en su respectivo mando el señor Brigadier don Agustín García, y el señor don José Vicente de Anca, Auditor de Guerra, asesor general de Gobierno y Teniente Gobernador, entendiéndose el cese para todos estos empleos; que continuando los demás tribunales en sus respectivas funciones, cesen del mismo modo en el ejercicio de su ministerio los señores que actualmente componen el de la Real Audiencia, y que el Muy Ilustre Ayuntamiento, usando de la Suprema autoridad depositada en él, subrogue en lugar de ellos los letrados que merecieron su confianza; que se conserve a cada uno de los empleados comprendidos en esta suspensión del sueldo fijo de sus respectivas plazas y graduaciones militares; de tal suerte, que el de los militares ha de quedar reducido al que merezca su grado, conforme a ordenanza; que continuar las órdenes de policía por ahora, exceptuando las que se han dado sobre vagos, en cuanto no sean conformes a las leyes y prácticas que rigen en estos dominios legítimamente comunicadas, y las dictadas novísimamente sobre anónimos, y sobre exigirse pasaporte y filiación de las personas conocidas y notables, que no pueden equivocarse ni confundirse con otras intrusas, incógnitas y sospechosas; que el Muy  Ilustre  Ayuntamiento para el ejercicio de sus funciones colegiadas haya de asociarse con los diputados del pueblo, que han de tener en él voz y voto en todos los negocios; que los demás empleados no comprendidos en el cese continúen por ahora en sus respectivas funciones, quedando con la  misma calidad sujeto el mando de las armas a las órdenes inmediatas del Teniente Coronel don Nicolás de Castro y Capitán don Juan Pablo de Ayala, que obraran con arreglo a las que recibieren del Muy Ilustre Ayuntamiento como depositario de la Suprema  Autoridad; que para ejercerla con  mejor orden en lo sucesivo, haya de formar cuanto antes el plan de administración y gobierno que sea más  conforme a la voluntad general del pueblo; que por virtud de las expresadas facultades pueda el Ilustre Ayuntamiento tomar las providencias del momento que no admitan demora, y que se publique por bando esta acta, en la cual también se insertan los demás diputados que posteriormente fueron nombrados por el pueblo, y son el Teniente de Caballería don Gabriel de Ponte, don  José  Félix  Ribas y el Teniente retirado don Francisco Javier Ustáriz, bien entendido que los dos primeros obtuvieron sus nombramientos por el gremio de Pardos, con la calidad de suplir el uno las ausencias del otro, sin necesidad de su simultánea concurrencia. En este estado notándose la equivocación padecida en cuanto a los diputados nombrados por el gremio de Pardos se advierte ser sólo el expresado don José Félix Ribas. Y se acordó añadir que por ahora toda la tropa de actual servicio tenga sueldo doble, y firmaron y juraron la obediencia debida a este nuevo gobierno.

     Vicente de Emparan; Vicente Basadre; Felipe Martínez y Aragón; Antonio Julián Álvarez; José Gutiérrez del Rivero; Francisco de Berrío; Francisco Espejo; Agustín García; José Vicente de Anca; José de las Llamozas; Martín Tovar Ponte; Feliciano Palacios; J.  Hilario Mora; Isidoro Antonio López  Méndez; licenciado Rafael González; Valentín de Rivas; José María Blanco; Dionisio Palacios;  Juan Ascanio; Pablo Nicolás González, Silvestre Tovar Liendo; doctor Nicolás Anzola; Lino de Clemente; doctor José Cortes, como  Diputado del Clero y del Pueblo; doctor Francisco José Rivas, como Diputado del Clero y del Pueblo; como Diputado del Pueblo, doctor Juan Germán Roscio; como Diputado del Pueblo, doctor Félix  Sosa; José Félix Ribas; Francisco Javier Ustáriz; Fray Felipe  Mota, prior; Fray Marcos Romero, guardián de San Francisco; Fray Bernardo Lanfranco, comendador de la Merced; doctor Juan Antonio Rojas Queipo, Rector del Seminario; Nicolás de Castro; Juan Pablo Ayala; Fausto Viana, Escribano Real y del nuevo Gobierno; José Tomás Santana, secretario escribano del Ilustre Ayuntamiento y diputados del pueblo que lo representan! Lo que ponemos por diligencia, que firmamos los infrascritos escribanos de que demos fe.

Fray Tomás Santana, Secretario Escribano.

La sociedad caraqueña de 1812

La sociedad caraqueña de 1812

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Las mujeres caraqueñas eran graciosas, espirituales y simpáticas

     Para el año de 1812, Robert Semple presentó, en Londres, Bosquejo del estado actual de Caracas. Incluyendo un viaje por La Victoria y Valencia hasta Puerto Cabello. Lo poco que se conoce de él es que era de origen escocés quien había redactado textos relacionados con sus viajes a España, Sudáfrica, Turquía y Canadá, donde falleció. También de él se puede agregar que lo escrito alrededor de la Independencia de Venezuela muestra que experimentó una disposición positiva frente al movimiento que llevaron a cabo los americanos frente a la monarquía de España. No obstante, puso a la vista de los lectores que la ruptura del nexo colonial no mostraba, en un futuro cercano, un mejoramiento del modo de vida de los habitantes de esta parte del Atlántico.

     Antes de hacer referencia en torno a sus consideraciones respecto a la emancipación americana, me parece importante tomar en cuenta lo que describió de la sociedad caraqueña para 1812. En lo atinente a la mujer caraqueña asentó que eran graciosas, espirituales y simpáticas. “A sus encantos naturales saben unir el atractivo de sus vestidos y de su andar donoso. 

     Son, generalmente, bondadosas y afables en sus maneras, y cualquier falla que un inglés pueda observar frecuentemente en su conducta doméstica, no es otra cosa que la costumbre heredada de la vieja España”.

     Por otro lado, reseñó que Caracas contaba con un teatro de un tamaño más o menos grande y aceptable, “aunque con pobres decoraciones, y rara vez se llena”. Agregó que los actores que en él se presentaban eran de “las clases humildes”. Quienes fungían de histriones lo hacían en horas de la noche, mientras en el día se dedicaban a sus actividades habituales. “Considerando esta circunstancia, su actuación es aceptada con lenidad y, en general, el público no tiene dificultad en sentirse agradado”. En este orden, sumó a su descripción haber presenciado canciones patrióticas que eran entonadas en ocasiones para deleite del público asistente. A este respecto refirió haber presenciado que espectadores del teatro premiaban a los actores con aplausos y el lanzamiento de monedas. “Esto trae, en veces, inconvenientes” tal como anotó cuando presenció que una de las monedas alcanzó la cabeza de un actor quien interrumpió su puesta en escena para recoger “una amigable moneda”.

     En una ciudad de escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música. “Cuanto a ésta, los pobladores de Caracas tienen un gusto excelente y hacen rápidos progresos en el arte musical, aunque no lo habían cultivado extensamente hasta hace veinticinco años”. En contraste, sumó que dudaba que en alguno de los Estados angloamericanos ejecuciones musicales, como los que él escuchó en Caracas, hubiesen alcanzado el grado de perfección logrado en esta comarca.

     Según su pesquisa, este gusto por el arte de la interpretación musical se debía a la religión que se practicaba en las colonias de la América española, porque en sus ritos era usual el empleo de la música sagrada como de la profana. Escribió que en los países católico – romanos la distracción más importante provenía de las procesiones religiosas. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
Caracas tenía escasos espacios públicos y lugares para la diversión y distracción de sus habitantes, sólo exhibía gustos por el billar, los juegos de naipes y la música

     “La baraja y el billar ocupan a unos pocos, pero las procesiones de imágenes, la ornamentación de los templos con adornos y vasos de oro y plata y derroche de luz, la iluminación de las calles, las salvas de artillería y el repicar de las campanas, todo en conjunto forma una brillante exhibición que mueve el interés de todas las categorías, desde la del más rancio español hasta la del negro recién importado”. Sin embargo, presentó una consideración según la cual “el valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad”. Con lo que no dejó de criticar la pompa y el lujo del que se hacía gala por medio de los representantes de la iglesia católica en los ritos que se practicaban por estos lares.

     Al regresar de su incursión a Valencia, La Victoria y Puerto Cabello llegó de nuevo a Caracas de la que describió del modo como sigue. A unos veinte kilómetros al este de Caracas observó una apacible aldea cuyo origen era por “entero indígena”. Del lado oeste, opuesto al de La Guaira, observó una blanca torre de iglesia, la cual estaba rodeada de chozas, “señala un establecimiento formado por los Misioneros”. Además, a través del valle vio plantaciones de azúcar, café y maíz, las cuales tenían buena irrigación y “su uso general es favorecido por la naturaleza del terreno que va en declive hacia el este”. 

Este sistema de riego venía desde las partes altas de la montaña y se practicaba, de igual manera, en las plantaciones cercanas al río Tuy, aledañas a Las Cocuizas, en La Victoria y en los valles de Aragua.

     Agregó que el arado no era común ni frecuente en la comarca. “Todo el trabajo es hecho con la pala y la azada, generalmente por esclavos”. El transporte estaba en manos de indígenas y trabajadores libres, “cuya clase está aumentando rápidamente”. En cuanto a la alimentación refirió que era muy común el plátano y el maíz, a los cuales se sumaba la carne y el ajo. Contó que el maíz se consumía en “forma de torta”, cuyo procesamiento estaba a cargo de las mujeres. La carne de res se conseguía a dos peniques la libra, “aunque algunas veces, por días consecutivos, no se encuentra debido a la falta de regularidad en los envíos del interior, o a la sequía en el verano, cuando los pastos no pueden obtenerse a lo largo del camino”.

     Puso en evidencia que para conservar en buen estado la carne se la separaba en trozos, se le salpicaba sal y luego se colgaba en estacas a la intemperie para que se secara. Por otra parte, sumó que las aves de corral eran escasas y a precios muy altos, “un peso español es frecuentemente el precio de una gallina corriente”. Desde su perspectiva advirtió que la carne de carnero era desconocida. Le pareció extraño que un país que había sido colonizado desde hacía tres siglos por ibéricos no tuviese ovejas. En cambio, vio carne de cabra, “aunque es agradable cuando está tierna, nunca puede compararse por el sabor, lo delicada y lo nutritiva con la de carnero”.

     En cuanto al pescado logró precisar que en Caracas era difícil conseguirlo de buena calidad. Explicó que un esclavo debía dedicar de seis a siete horas para el traslado de pescado desde la costa a la ciudad. Lo que, sin duda, era poco estimulante para cualquier negociante. Respecto a los hábitos culinarios subrayó que eran de talante español y que en toda cocina el aceite y el ajo eran esenciales. De estos últimos señaló que eran importados en grandes cantidades. Agregó que los criollos eran muy aficionados a los dulces y confituras. “En vez de estas confituras, el pueblo corriente utiliza azúcar ordinaria en forma de panes, llamada papelón. También es costumbre en los banquetes, aún en los más elegantes, que los invitados tomen frutas y otras golosinas para sus bolsillos, como he podido verlo con gran sorpresa”. 

José Gil Fortoul (1861-1943) fue uno de los más importantes historiados de la Venezuela de finales del siglo XIX y principios del XX
El valle de Caracas ofrece un amplio campo para la meditación y la piedad

     Puso en evidencia una costumbre que el adjudicó a los ingleses y que los lugareños habían tomado para sí. Al evocar los banquetes expresó que las personas, por lo general sobrias en su vida cotidiana, en estos banquetes consumían bebidas alcohólicas fuertes en abundancia, en especial, en actos políticos. En estos ágapes, indicó, los hombres conversaban de pie o caminando por el salón, mientras las damas permanecían en un cuarto aparte y las puertas abiertas. En lo tocante al contenido de la conversación señaló que era libre, “para un inglés, frecuentemente, demasiado. Todo puede ser dicho a condición de que sea ligeramente encubierto. Las más ordinarias alusiones se justifican como una pequeña ingenuidad”.

     Puso en evidencia que maneras y costumbres de la provincia eran las propias de España, “de ningún modo mejoradas al pasar el Atlántico, o por la mezcla de las sangres india o negra con la de los primeros conquistadores”. Bajo el influjo de esta consideración aseguró que podría sostenerse como un axioma “que dondequiera que haya esclavitud, hay corrupción de maneras”.

     Reflexionó, en este orden de cosas, que la esclavitud, o quienes la padecían, mostraban actitudes reactivas del esclavo contra sus dueños. Así como que con su abolición la actitud perversa, tal como calificó esta relación, frente a sus dueños no desaparecerá de inmediato. Aunque se había establecido una legislación que prohibía la trata de esclavos “muchos tienen todavía la opinión de que ellos son necesarios para la prosperidad del país”.

     Anexó a estas consideraciones el que los dueños de esclavos mostraban poco interés por el modo de vida que ellos experimentaban, sólo en momentos cuando debían rendir cuentas administrativas o en actos ceremoniales, los amos mostraban cierta preocupación para demostrar el cumplimiento de las reglas establecidas por las instituciones administrativas. Consideró esta actitud como una expresión de deshonestidad. El esclavo podría dejar de serlo si pagaba a su amo una cantidad de dinero, así como que tenía la posibilidad de encontrar un nuevo dueño y “puede venderse por sí mismo”.

     Semple estampó algunas consideraciones inherentes al comercio del que observó estaba en manos de europeos, españoles y canarios. Observó, igualmente, que entre ellos existía un espíritu de unión y que manifestaban “un impenetrable dialecto provincial”. Expuso que el europeo que esperara contar con un alto número de compradores debía esperar la realización de las primeras transacciones para que otros interesados aparecieran. “Los naturales del país, lejos de considerar esta transacción de sus negocios hecha por extranjeros como un reproche a su indolencia, tornan el hecho en una fuente de orgullo nacional”. Le sorprendió escuchar de varios habitantes de la provincia quienes llenos de ufanía expresaban que no tenían necesidad de ir a Europa a adquirir bienes, pero que los europeos si requerían y necesitaban de los productos venezolanos. Según expuso escuchó frases como la siguiente: “Nuestra riqueza y abundantes productos los atraen hacia acá y los convierten en nuestros siervos”.

     Asentó que las costumbres en las ciudades y en el interior mostraban grandes diferencias, “o al menos pertenecen a diferentes períodos del progreso de la sociedad”. La situación que tomó como referencia para llegar a esta conclusión fue lo visualizado en los llanos venezolanos. Lo primero que llamó su atención fue que los dueños de hatos y haciendas de los Llanos no residieran sino en Caracas, mientras dejaban sus propiedades en manos de esclavos o “gentes de color”.

     En comparación con lo observado en Caracas, en los llanos del país observó una población muy distinta a la proveniente del europeo y de los nativos de la costa. Mientras en lugares como Caracas y La Guaira precisó usos cercanos a la herencia española, en los Llanos observó a gente temeraria y que vivían sin leyes, “casi en estado salvaje, errante por las llanuras”. Los habitantes de estas tierras, agregó, acostumbraban a asaltar a los viajeros y ya se estaban conformando bandas de asalto. Vio que eran grandes consumidores de carne, la cual obtenían fuera de la ley. Culpó a quienes estaban dedicados a aplicar la ley por su lenidad.

     Adjudicó la actitud lejana de la moral y las buenas costumbres a la “mezcla de razas” y un clima que inducía a la indolencia y una relajación total para pasar el tiempo. “La mayor delicia tanto para los hombres como para las mujeres es mecerse en sus hamacas y fumar tabaco”. Este aparte que tramó como “Vista general” lo concluyó expresando que los detalles acerca de las razas que poblaban Venezuela, así como otras de las antiguas colonias de España habían sido objeto de estudio por otros estudiosos. Lo que sí aclaró es que no era apropiado expresar que la mayoría de la población la engrosaban los españoles o sus descendientes directos sino la de los mestizos.

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