Trayectoria del automovilismo en caracas

Trayectoria del automovilismo en caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Trayectoria del automovilismo en caracas

En sus inicios el automóvil era solo para la gente pudiente
En sus inicios el automóvil era solo para la gente pudiente

     El general Taborda, viejo y taimado de Los Teques, expresaba “En mala hora llegaron a nuestras ciudades esos peroles, que no obstante el brillo deslumbrante en sus carrocerías, las circunstancias de ser impulsados por una fuerza extraña que llaman gasolina y el postín que se da el hombre que lo maneja, sucede que cuantas veces se accidenta el vehículo en vadear un río, o salvar una charca de las innumerables que ofrecen nuestros caminos, siempre tienen que apelar al par de ‘güeyes’ para que los empuje”. Así le oyeron decir a Taborda frente al primer automóvil que llegó a tierra caraqueña, traído de Europa por el señor Boulton, promediado el año de 1906.

     Aquel vehículo que causó expectativa en los círculos integrados por gentes adineradas, entre quienes, sin estarlo, laboraban para figurar con los ricos en lo referente a la vida arrastrada, era un carro color negro, tipo sedán, con el asiento del chofer colocado de manera tal que éste no escuchase lo que hablaban los señores. El tópico obligado era la política y el hombre de Capacho. Los aurigas lo mencionaban con el mote de “Yon Boulton”, apodo que le tenía sin cuidado al dueño, porque ni quebraba huesos ni dañaba la epidermis. Lo grave estaba en que cuando el automóvil se accidentaba los cocheros reían a más no poder, sin prestarle ayuda al conductor, dizque porque ese aparato venía a erradicarlos del mercado.

     Y así aconteció pues meses más tarde regresaron de París de una gira triunfal los Generales Manuel Corao y Román Delgado Chalbaud, trayendo un automóvil del mismo tipo que el anterior para la primera dama de la República, señora doña Zoila Rosa de Castro; naturalmente que cada nuevo coche de su naturaleza, venía con un conductor; pero cuando menos lo esperaba aprendió a maniobrar el volante Edgar J. Anzola y dejó de ser un mito la conducción de automóviles.

     Existía en ese mismo tiempo establecido en esta ciudad en ramo de óptica el itálico signore Vanzina, quien adquirió un carrito para explotar su físico, con tan mala suerte que el vehículo se accidentaba como el “mozo de la Zarzuela”, “El Pobre Valbuena”, que por entonces ocupaba la atención de los concurrentes a las tandas en el teatro Caracas.

     El pobre Vanzina se desmayaba en la cuesta de veinte y cinco grados que existía entre las esquinas del Hoyo y Los Cipreses. Vanzina descendía del carro y se entregaba a la meditación frente a la máquina, en espera de voluntarios que surgían cuando un billete de veinte bolívares estaba a la vista. Esa era la única manera de poder continuar el paseo, en su flamante automovilito.

     Antes de ser introducido en la ciudad el primer automóvil, suceso que ya hemos dicho que tuvo lugar en el mil novecientos seis, los elegantes y los pudientes eran poseedores de vehículos lujosamente tapizados, y tirados por pencos de bien maiceada presencia. Don Gumersindo Rivas, había adquirido para su mujer y su hija una lujosa victoria tiradas por dos hermosas yeguas americanas.

     Tiempos como eran aquellos en que quien no tenía un apodo podía ser considerado lo contrario de granito de oro, dio margen para que al cochero que guiaba el vehículo tirado por dos yeguas y en el interior del rodante dos elegantes damas, motejaron al auriga con el alias de “suplicio de Tántalo”, que le venía que ni de perlas.

     En 1911, importó Mister Phelps el primer “Ford” que, manejado diestramente por Anzola, fue el mejor señuelo para el gran negocio de automóviles que arrancó de aquella fecha. Al “Ford” de tablitas para ir de Caracas a Petare, había que llevar una perola con agua por si el motor recalentaba como ocurría de vez en siempre; le hicieron la mar de chistes, uno de ellos que causó más hilaridad circuló cuando un fordcito pisó una gallina en plena carretera; la plumífera se incorporó y al sacudir sus plumas exclamó enardecida:

̶ ¡Qué gallo tan bruto, miren como me puso!

     Con ser tan defectuoso el “Ford” de tablitas con la variedad de cambios que había que hacer para que entrase en marcha, se impuso y despertó la animación de Domingo Otatti, quien estableció el primer servicio de automóviles de alquiler. Al módico precio de 10 bolívares la hora. Un viaje a La Guaira costaba cien bolívares y hubo quien los pagó sin pestañear. 

El 1913, un grupo de la aristocracia caraqueña, fundó el Automovil Club, cuyo directiva estuvo presidida por el doctor Juan Iturbe
El 1913, un grupo de la aristocracia caraqueña, fundó el Automovil Club, cuyo directiva estuvo presidida por el doctor Juan Iturbe

     Los elegantes de Caracas creyeron llegado el momento de fundar el “Automóvil Club”, suceso que tuvo lugar en la Estancia La Floresta de Chacao, históricamente famosa por haber sido en sus dominios donde el padre Mohedano plantó el primer cafeto, de donde arrancaron los amigos de la música para fundar lo que filarmónicamente tenemos ahora tantas veces comentado como especialistas en el arte.

     De moda estaba el volante cuando promediado el 1913, se congregaron el doctor Juan Iturbe, Don Alfredo de la Sota, Eduardo Arturo Eraso, Santos Jurado López Méndez y además el Cronel Guillermo Behrens, Isaac Capriles, los hermanos Guzmán Blanco, John Boulton, Gustavo J. Sanabria, Federico Vollmer y otros caballeros amantes del deporte y de las mujeres bonitas. Trataron de la oportunidad que existía para fundar el “Automóvil Club” y quedó instalada la Directiva que presidió el doctor Iturbe, dueño del automóvil que prestigiaban las muchachas del gran mundo caraqueño, cuando a la caída de la tarde tripulaba el vehículo Juan, el chaufer y el precioso mastín traído de tierras nórdicas.
Los caraqueños, que para imponer un mote estaban que no el Padre Cura, hicieron suya la popularidad de que gozaba la columna dedicada a reseñar las cosas de la gente aristocrática en “El Universal” y asignáronle al automóvil de Iturbe el mote “Sociales y Personales”. 

     En la gráfica que ilustra esta crónica está el para entonces elegante automóvil con su perro ocupando el asiento trasero. En “La Floresta” de los Sosa, en los Palos Grandes, sesionaba la Junta; allí tenían lugar bailes, pic-nic, y suntuosas recepciones para homenajear a las personas de patrias lejanas porque entonces era un honor para el caraqueño de alto copete y cuello parado, sentarse al lado del Míster, aunque luego vinieran noticias de buena fuente, poniendo en tela de juicio al “musiú” con pelos y señales.

     La primera recepción dada por la Junta Directiva del “Automóvil Club” en “La Floresta” dejó para el recuerdo la gráfica en que aparecen los miembros de la Junta: el Doctor Juan Iturbe, Miguel Herrera Mendoza, San Jurado, Andrés Mata, director de “El Universal”, Eduardo Arturo Eraso, Panchito Azerm, Doctor Pedro Manuel Reyes y un ilustre desconocido. La nota más espectacular de automovilismo tuvo escenario en la Calle Real, cierta mañana septembrina cuando una dama del gran mundo conducía el automóvil movido por acumuladores, vehículo que era una monería por la pulimentación de sus piezas niqueladas y todo cuanto en él había volcado la técnica germana.

     Dama del mantuanismo tripulaba el rodante con tan mala suerte que los accidentes sufridos por el descargo de los acumuladores, daban motivo para la burla de los peatones y los cocheros enemigos de aquella novelería. Ello dio, como era natural, motivos para que el dueño restara su vehículo a la circulación.

Lucas Manzano (1884-1966), prolifero escritor, autor de numerosas crónicas de corte costumbrista sobre la historia caraqueña
Lucas Manzano (1884-1966), prolifero escritor, autor de numerosas crónicas de corte costumbrista sobre la historia caraqueña

     Un desaire a medias sufrió el “Automóvil Club de Venezuela” en sus primeros días. Esto ocurrió cuando el general Martínez Méndez, cuñado del Benemérito, se hizo precandidato del Club y los miembros alegaron que el propuesto no era deportista, ni general, no chicha ni limonada; por eso lo bolearon.

     Días más tarde le ofrecieron al general Gómez un cóctel en su honor, pero el presidente que no era deportista, expresó que aceptaría una fiestecita social siempre que fuese en Caracas, ya que, por la Constitución, el presidente no podía abandonar la Capital, sin dejar al Vice en ejercicio. Fue entonces cuando Don Alfredo y Doña Concha homenajearon al Benemérito, quien quedó satisfecho y abrumado por las atenciones recibidas.

     El más popular de los automóviles de la época, cuyo propietario fue el inolvidable Domingo Otatti, era un torpedo N° 11 de dos asientos pero que alojaba a cuatro; a bordo de aquel practicábamos visitas a los pueblos de Miranda, Valles de Aragua y otros lugares, los íntimos de Otatti, quien para atender su clientela estableció una Agencia de Carros de Alquiler, la que calzó el mote de “La Veloce”. 

     Seguramente que atraído por el éxito de Otatti, los Paúl importaron las Victorias, automóviles que le daban la vuelta al Paraíso, partiendo del lado este del Capitolio, y regresaban al mismo lugar por un solo bolívar. La actividad de los miembros del “Automóvil Club”, influyó en la compra de autobuses de pasajeros, el más desgraciado de los cuales fue el de la línea “La Vega”, cuyo dueño era Don Carlos Delfino. El vehículo se incendió, ocasionando el primer desastre que se recuerda. Esta vez la familia Carreño compuesta de tres señoritas, murieron incendiadas, debido a que el rodante no tenía puerta de escape para casos de accidentes.

     Un tal López trajo el primer “Packard”, reconstruido naturalmente. Habría hecho mejores negocios a no ser que se dejó ver la puerta, como se dice en criollo; y el Benemérito, a quien le vendió ese carro reformado, le retiró el exequatur y tuvo que ausentarse, creo que, sin maletas, por miedo a las consecuencias que el caso ocasionaría.

     Esteban Ballesté asumió la agencia del “Hudson” donde ganó dinero. Luego entraron a competir varias marcas y se fundó otro Club de Automovilistas, cuya presidencia confiaron al Doctor Alfredo Jahn. Estaban en la directiva, entre otros deportistas: Segundo González Jordán, Ángel G. Pinedo, Luis Álamo, Juan Simón Mendoza, Edgar J. Anzola, José Manuel Sarmiento, Gustavo J. Paúl, John Phelps, Alberto Reina, H. J. Brandt, Policarpo Mata Sifontes y Avelino Martínez, quien desempeñaba la Secretaría.

      Allí puede decirse que culminó la fiebre automovilística del viejo tiempo. Así transcurrieron los primeros años del automovilismo en Caracas, cuando era una proeza salirse del perímetro de la ciudad, porque los caminos desconocían el pavimento de concreto con que los dotó el Benemérito, muy acertadamente, por cierto”.

Fuentes consultadas:

  • Manzano, Lucas. Élite. Caracas, 27 de Abril de 1963

Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

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Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

Jesús Corao (1900-1970), empresario, pionero del deporte organizado en la Caracas de las décadas de 1930 y 1940. Creador de la rivalidad Caracas-Magallanes
Jesús Corao (1900-1970), empresario, pionero del deporte organizado en la Caracas de las décadas de 1930 y 1940. Creador de la rivalidad Caracas-Magallanes

     Pionero del deporte organizado en la Caracas de los años treinta y cuarenta. Fue pelotero y gran promotor del béisbol, de las carreras de caballos y del boxeo; “inventor” del puro criollismo en el béisbol, jinete, empresario, estuvo preso durante la dictadura de Juan Vicente Gómez y llegó a ser hasta Prefecto de Caracas y presidente del Instituto Nacional del Deporte (IND)

     “Jesús Corao es uno de esos hombres civiles sembrado en el pueblo de Venezuela, pero olvidado por la historiografía tradicional, esa en la que solo existen héroes con charreteras y líderes políticos y mandatarios nacionales.

     Ante nuestro comentario él no se atreve a negarlo, sobre todo cuando se da a recordar sus momentos de lucha. Estas tienen diversas ramificaciones, desde empresario hasta deportista: primero jockey, luego pelotero, después campeón de dominó. Sin exceptuar tampoco el deporte del amor, hay quien habla de sus numerosas aventuras amorosas, asegurando que una vez entró por el techo de una casa para contemplar a su amada, lo cual nada tiene que ver con la “Operación Dulcinea”.

     Más, se diría ahora que estamos frente a un diplomático cuidadoso de la ética y estética de su vida. Y fuera de una luz lejana que a menudo hace brillar sus pupilas de hombre maduro, nada denota al hombre con fama de peleador y valiente, de cuyos tremendos “cabezazos” todavía se habla. 

     Ante su perfecta actitud de circunspección, siempre de gentleman, nos damos a recordar para nuestros adentros sus innumerables aventuras, como aquella de 1927 cuando jugaba contra el club de José Vicente Gómez, “29 de Julio Militar”. Jesús Corao bateaba y de repente le pidió “time” al umpire, quien se lo concedió, sin saber que era para agarrarse con alguien que lo tenía molesto con sus rechiflas. Y los cabezazos no tardaron en hacerse sentir.

     El hombre que no era partidario de su equipo y que se congraciaba tal vez con los Gómez cayó al suelo. Y nada hubo que lamentar porque nuestro personaje siguió bateando.

     Jesús Corao prefiere extenderse sobre los recuerdos de su vibrante juventud beisbolera, haciendo de paso la historia del béisbol en Venezuela. El primer club a fines del siglo XIX, bajo el nombre de “Caracas” y el segundo con el mote de “San Bernardino”. Por entonces se jugaba en la placita de la República, donde está hoy la estatua del general José Antonio Páez, en El Paraíso. Pero en ese entonces Corao era un joven estudiante de primaria en Curazao.

     Fue en 1914 cuando surgió fuertemente su afición al deporte, que habría de marcar época. Porque en todos los principales eventos deportivos y siempre que Caracas ha disfrutado del espectáculo de buenos jugadores, se lo ha debido en parte a Jesús Corao, que los ha traído. No tenemos más que recordar a los cubanos Manuel “Cocaína” García y a Pelayo Chacón. Pero por ahora contemplaremos a nuestro joven iniciado en luchas peloteriles en “Los Samanes”. Corao se entusiasma recordando nombres: los Zuloaga (Nicomedes, padre y Nicomedes, hijo), Juan Antonio Pérez, Ramón Feo, Eugenio Méndez, Alfredo Romero, Martín Feo Calcaño, Alberto Machado, Francisco Larrazábal, Alejandrito Ibarra y él. Entonces el equipo se componía de nueve jugadores cuando ahora es de 20, Nicomedes Zuloaga los entrenaba y fue el primero que inició en Caracas la difícil jugada “squeeze play”: cuando hay un hombre en tercera da la señal tocando la bola y el de tercera corre al home plate. (Naturalmente que es difícil imaginarse al acaudalado Zuloaga, que le suministra luz a toda Caracas, haciendo un squeeze play, como no sea para aligerar la marcha de sus negocios)

     Luego surgió el “Independencia” con Francisco José Fernández, José Fernández, el cubano Lázaro Quesada, Pedro Maury, Juan Pérez, Rodolfo Wilhem, Simón Meneses, Cotorra Pellicer y Rafael Brunicardi. Quesada era el catcher, José Fernández el pitcher. Los entrenaba Fernando Pacheco, un entrenador muy popular en Caracas.

     Nuestro personaje no tarda en combinar las brillantes tardes de béisbol con el elemento femenino de primera que asistía a las desbordantes tribunas.

̶ Nunca he visto tanta muchacha junta. Recuerdo a Elisa Elvira Zuloaga. Asistían todas las muchachas de El Paraíso. La entrada era gratis. Y los tranvías tenían que multiplicarse para llevar a tanta gente a los terrenos de “Los Samanes” para presenciar el juego contra el “Independencia”.

     Ya para ese tiempo Jesús Corao se había pasado al “Independencia”, por considerarlo más popular.

̶ Era como la democracia contra la aristocracia y naturalmente nosotros teníamos más de pueblo.

     El fanático del deporte está ya metido en su elemento y sigue hablando sobre el arte de batear donde se precisa tan buena vista como habilidad. Según él, es un deporte que hace a la gente más buena. No tarda en surgir el recuerdo del inolvidable “Royal Criollos” que él formó en 1921 con el Catire Maal, Balbino Inojosa, Nieves Rendón, el zurdo Alvarado, Pablo Rodríguez y otros, prolongándose su existencia hasta 1935. En Caracas no se hablaba sino de jonrones. Le preguntamos cuál ha sido el mejor jugador que ha venido por estas tierras y no tarda en responder: “Sin duda alguna que fue ‘Cocaína’ García. ¡Qué gran bate, qué gran fielder, qué gran pitcher! ¡Todo lo hacía bien!”

     Y añade que estrellas como “Cocaína” y Pelayo Chacón, ambos cubanos, tienen como sucesores a sus propios hijos: Pelayito y Elio Chacón.

     Jesús Corao suspira por la Caracas de entonces y hace una sorpresiva advertencia: Me gustaba más porque todo era más difícil. Ahora todo se encuentra a la vuelta de la esquina. Figúrese que, en esa época de 1932 de lo mejor del béisbol venezolano, surgió también la primera piscina en Caracas: la del club Altamira.

     Por aquella época el personaje se va a Maiquetía a fundar una empresa que ha respondido a su éxito en el correr de los tiempos: su célebre fábrica de Vidrio y la Cervecería. Pero el hombre llevaba el deporte en la sangre y no tardó en formar, en unión de Eduardo Marturet, el célebre equipo “Caribe”, que peleaba contra el “Concordia” de Gonzalo Gómez, en La Victoria. Ese año ganaron el campeonato.

     Fue realmente un año célebre ese de 1932. Jesús Corao fundó también el “Princesa” que pasó a ser luego “Cervecería Caracas”. En 1941 varios integrantes del “Princesa” formaron parte de la selección venezolana que ganó el Mundial en La Habana. Corao decía que cuando fue a pedirle permiso al general Isaías Medina para llevar el equipo a Cuba, el presidente le respondió: “Yo te doy permiso, Jesús, pero siempre que no vayas a dar cabezazos a nadie en La Habana”.

     Desde 1956 Jesús Corao se retiró de fundar teams. Los últimos fueron el “Vargas” con Víctor Trujillo y el “Santa Marta” con Julio Trujillo.

Jesús Corao acompañado del boxeador chileno Víctor Vásquez, quien vino a Venezuela para presentarse en el Circo Metropolitano, en 1933
Jesús Corao acompañado del boxeador chileno Víctor Vásquez, quien vino a Venezuela para presentarse en el Circo Metropolitano, en 1933

El político

     Jesús Corao ha tenido una vida tan agitada como Pancho Villa y aunque aparentemente parezca todo el tiempo dedicado al noble oficio de la pelota, fue varias veces a la cárcel, en época gomecista, lo que en conjunto suma siete años.

     En estos menesteres de “provocar incidentes en el 28”, como él mismo dice, no le valió su gran amistad con Gonzalo Gómez ni con los muchachos Gómez-Núñez. Con Gonzalo había sido compañero en el Hipódromo, cuando montó y ganó con el gran San Gabriel (pata de palo). Los jockeys lo llamaban entonces “gentleman rider”.

̶ El mejor caballo que ha tenido el hipódromo ha sido San Gabriel.

     Todo tiempo pasado fue mejor, Al regresar de la cárcel, o del hipódromo, encontraba siempre a los muchachos Gómez felicitándolo. . . Y la despedida en ambos casos era la misma: “¡Pórtate bien, chico!”

̶ Yo nunca he tenido rencores contra nadie.

     Tal vez fuera el deporte que los hace más puros o su reunión en el Castillo Libertador con Rafael Arévalo González, un verdadero apóstol de la democracia. Jesús Corao fue su compañero de calabozo y recibió sus lecciones. Enumera sus compañeros en la prisión: el general Elbano Mibelli, Rafael Ángel Camejo, Miguel Acosta Saignes, Gerardo Sansón, el Jobo Pimentel, Andrés Eloy Blanco, Raúl Carrasquel y Valverde, José Tadeo Arreaza Calatrava y otros.

̶ Por cierto que en la cárcel nació el primer brote comunista.

 

     Corao nos explica que los presos se dividieron en dos bandos: unos recibiendo lecciones comunistas de presos comunistas, otras lecciones democráticas de Arévalo González. Y ante nuestra sorpresa porque ha aludido de paso a Miguel Acosta Saignes, quien se apartó totalmente de la política para entregarse a investigaciones arqueológicas, añade:

̶ Si usted quiere saber algo más soy de derecha. He manejado en mi fábrica más de 100 obreros y ninguno de queja.

     El hombre de los múltiples recuerdos recoge anécdotas. Fue durante su prisión en La Rotunda. El poeta Arreaza Calatrrava sufría de una erupción y después de haberlo visitado todos sus compañeros, se quejaba de que el único que por allí no había aportado era el Jobo Pimentel. Un día hizo su entrada con estos versos: “Anomalías de la vida. ̶ erupción por aquí por aquí abajo y el volcán por allá arriba”.

     Jesús Corao fue testigo de uno de los acontecimientos que pasaron a la historia como fue la muerte del terrible Eustoquio Gómez. Por orden del gobernador Félix Galavís, Corao, hombre a quien el pueblo caraqueño quería entrañablemente, se fue a aplacar la cólera popular que brotaba en aquel momento contra todo gomecista.

     A su regreso para dar cuenta al gobernador, se encuentra a Eustoquio Gómez enfrascado en una discusión con Galavís. Corao, con su habitual entereza, señala a don Eustoquio, diciendo:  ̶ General Galavís, es imposible aplacar al pueblo de Caracas mientras por la calle anden hombres como éste.

     La temible fiera voltea y mirándole de arriba abajo, le increpa:

 ̶ ¿Quién eres tú?

 

̶ Un ciudadano de la República

 

̶ Pues sos un grosero.

     El aspirante a la Gobernación de Caracas se desata en improperios. El pueblo sigue enfurecido en la Plaza Bolívar. Eustoquio propone emplear la fuerza. Galavís se opone rotundamente, alegando que son otros tiempos, mientras Eustoquio le grita: “no te van a respetar”.

Jesús Corao con el uniforme del Royal, 1927
Jesús Corao con el uniforme del Royal, 1927

     Jesús Corao decide de nuevo salir a la calle. A la puerta de la Gobernación le avisa a un Guardia-teniente:

̶ ¡Suban, que Eustoquio está alzado allá arriba!

Poco después sonaron varios tiros.

̶ No eran dos ni tres, yo conté hasta catorce tiros.

¿Quién los disparó? No lo sabe, pero recalca varias veces ante la periodista:
̶ Galavís fue un hombre muy valiente. . . Nadie se ha detenido aún a analizar su coraje. Hay que ver lo que era parársele a Eustoquio Gómez.

     Y en verdad así fue. Galavís o quien fuera, había librado a Venezuela de otra dictadura aún peor, con la muerte del tirano ciento por ciento Eustoquio Gómez.

     En aquella selección de hombres que respondieron a los deseos populares, Jesús Corao fue nombrado Prefecto. Le tocó actuar en el 14 de febrero y en la huelga de junio del 36. De ello no hemos hablado. Un amigo de su confianza nos ha contado solamente uno de sus gustos cuando era Prefecto, como fue regenerar al célebre ladrón Petróleo Crudo.

     Jesús Corao, por entonces de treinta y pico de años (nació en la Caracas de 1900), con la paciencia más extraordinaria, se dio a convencer por las buenas a Petróleo. Le llevó una vitrola, le enseñó a bailar y sobre todo le mostró el camino del deporte, llevándole un bate.

Se complacía en decirle a los amigos:

̶ Tú verás que después que aprenda beisbol será otro hombre.

     Petróleo Crudo hasta llegó a casarse en la cárcel. Todo el mundo debe recordar que se hablaba de la regeneración del ladrón.

     Hasta que un día el Prefecto lo soltó. A los pocos días el presunto regenerado volvió a las andadas. Cometió un robo peor. Lo cual no habla sino del gran Jesús Corao que batea duro, pero posee un corazón blandito.

     Esa noche de nuestra entrevista, Jesús Corao, con toda la propaganda del abuelo que mira con delectación a su nieto de 14 años, Albertico Feo, campeón de natación, se encaminaba con ánimo juvenil al Stadium de la Ciudad Universitaria, donde se le había pedido servir de “umpire”, en el homenaje a Vidal López, en un juego de veteranos del Cervecería contra veteranos del Magallanes. Allí también estarían los grandes fanáticos de ayer y de hoy.

     Jesús Corao, hoy retirado de empresas deportivas, recordaría a solas los domingos de San Agustín, cuando toda Caracas no pensaba sino en el jonrón, aquellos maravillosos triunfos del Royal y del Cervecería.

     Y a solas también contemplando entre sus manos la pelota que le dio el mundialmente famoso Babe Ruth, murmuraría para sus adentros:

̶ ¡Sin duda alguna que aquellos tiempos eran mejores! Ahora soy apenas Campeón de Dominó.

     Y las tendidas son en el Club Paraíso, donde le ha ganado al doctor Álvarez, a Alfredo Gossen, al doctor Miguel Márquez. Sin un cabezazo”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Ana Mercedes Pérez. Entrevista a Jesús Corao. En: Élite. Caracas, 11 de febrero de 1961; Págs. 6-9

Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Impresiones de la Caracas de 1878-1881

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Impresiones de la Caracas de 1878-1881

Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta
Las mujeres caraqueñas son muy hermosas y los hombres lucen muy elegantes con esos sombreros de copa alta

     En anteriores oportunidades, desde este mismo espacio, se ha hecho referencia a la obra Recuerdos de Venezuela dado a conocer en París para el año de 1884 y a su autora Jenny de Tallenay. En esta ocasión el énfasis se centrará en sus descripciones de los lugares y aspectos generales de la población y la ciudad de Caracas, durante el itinerario que llevó a cabo entre 1878 y 1881. En esta oportunidad, haremos mención de sus primeras impresiones acerca de la ciudad que visitó entre estos años. Resulta de gran interés llevar el hilo de sus descripciones plagadas de consideraciones éticas y estéticas. Descripciones que pudieran resultar al lector de hoy chocantes. Sin embargo, no deja de ser importante rememorar la visión de un otro relacionada con formas de ser, hábitos o costumbres que para ella resultaban extraños y, por momentos, repulsivos, porque indican algunos atributos que para la historia y el historiador son representaciones retadoras en su verificación y verosimilitud. De ahí la importancia de las páginas escritas por viajeros que pernoctaron en tierra venezolana durante un período de tiempo, como lo es el caso que compete en las siguientes líneas.

     Refirió que a su llegada a Caracas fue alojada en el Gran Hotel y donde le fue servida “una gran variedad de manjares”, de los cuales expresó ya eran conocidos para ella y sus acompañantes. De quienes cumplían labores de atención para los que se alojaban en sus habitaciones expresó que eran cuatro o cinco negros, cuyas vestimentas eran vistosas y limpias. Del jefe de ellos expresó que había sido el encargado de atenderles, de nombre Sánchez quien conocía algunas palabras del idioma francés. 

     “No nos perdía de vista, riendo a carcajadas y enseñando sus dientes blancos al alargarnos los platos”. Escribió que mientras degustaban un café algunos venezolanos, “todos generales o doctores”, les habían sido presentados. De ellos afirmó que sólo hablaban español y que era un idioma de poco dominio para ella y sus acompañantes. Para su primera incursión a algunos lugares de Caracas se había ofrecido para acompañarles, en su travesía, el general Joaquín Díaz, ministro de hacienda, quien vivía en el Gran Hotel.

     Dejó escrito que, desde este hospedaje se divisaban las casas que eran de un solo piso y que el paisaje que se divisaba era bastante pintoresco. Hacia el norte describió la Sierra del Ávila que, según sus palabras, formaba una magnífica línea de barrancos, masas de árboles, torrentes, declives herbosos, rocas desnudas, “todo de un color de oro viejo” y que se teñía de púrpura a ciertas horas. Hacia el sur precisó otra cadena de montañas menos imponente que la del norte, con montículos, y al pie de la cual corría un impetuoso río, el Guaire, rodeado de cultivos y pastos.

     Entre estos dos cortes naturales y de este a oeste, se extendía el valle de Chacao. Éste mostraba varios declives que estaban surcados por tres ríos tributarios del Guaire. En los declives observó el levantamiento de casas blancas y en las que se veían grandes penachos de algunas palmeras o las formas espléndidas de grandes sauces, muy comunes en el valle, cuyo aspecto le pareció de rara elegancia.

La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
La francesa Jenny Tallenay llegó a Venezuela en 1881 y se alojó en el Gran Hotel, donde le servían “una gran variedad de manjares”
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes
Caracas, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para 1881, contaba con 8.194 casas y 55.638 habitantes

     Agregó que la ciudad, desde inicios de la ocupación ibérica, fue extendiéndose de norte a sur. Para el momento de su visita la ciudad ocupaba tres millones seiscientos mil metros cuadrados, con 8194 casas y 55.638 ocupantes. Añadió que las lluvias eran frecuentes, en especial de mayo a noviembre. Indicó, en vísperas del inicio del paseo que había tomado una taza de cacao, acompañada de una rebanada de pan y untada con mantequilla de coco.

     Al salir, en horas de la mañana, destacó haber experimentado una fresca brisa proveniente del cercano litoral. Al ser domingo, la ciudad se mostraba alegre y con ánimo. Al transitar por algunos lugares de la ciudad se topó con unas negras trajeadas con ropas de algodón y señoritas en mantilla que se dirigían a la iglesia de la que se escuchaba el repique de las campanas. A quienes identificó como europeos llevaban sombrero de copa alta y levita. El indio, “con color de bronce”, vestía con pantalón de cutí y camisa de color. Observó a mulatas que conversaban y llevaban sobre sus hombros mantones negros.

     Al llegar al “corazón de la ciudad”, es decir a La Plaza Bolívar, la describió como un lugar dedicado a los héroes de la Independencia. Según sus palabras, estaba rodeada por hermosos caobos cuyos troncos florecían en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo. Observó que la plaza tenía una forma cuadrada. Estaba acompañada de fuentes en las cuatro esquinas y que en el centro de la plaza se había levantado la estatua ecuestre de Bolívar. La calificó de ser una hermosa obra, elaborada en Múnich y encargada por Antonio Guzmán Blanco, que había sido inaugurada en 1874. Según anotó, era de bronce y “aunque un poco exagerada en algunos de sus detalles”, mostraba un conjunto imponente.

     En su relato expresó que de la plaza Bolívar partían cuatro calles principales o avenidas, identificadas de acuerdo con los cuatro puntos cardinales y “formando una cruz perfecta”. Las calles intermedias eran indicadas con números precedidos de las palabras norte, sur, este y oeste. Mientras todas las calles situadas hacia el norte estaban identificadas con números impares comenzando por el 1, las del sur lo estaban con números impares y comenzaban con el número 2. Según su relato, esta forma de organización urbana era muy usual en la América española, aunque para los extranjeros era complicada. 

     Los lugares ocupados por las casas formaban espacios cuadrados o cuadras. Sin embargo, no dejó de hacer notar que para ubicarse en una dirección específica hacía falta estar familiarizado con Caracas. Esto lo corroboró al decir que, el lugar en que cuatro cuadras constituían los ángulos de dos calles que se cruzaban en una esquina, tenían un nombre específico, para ella completamente arbitrario porque no tenía ninguna relación con el sistema urbano establecido.

     Observó que las casas eran solo de una planta baja. El interior de ellas era muy parecido a las de España con un corredor que daba acceso a dos patios rodeados de una galería con columnas, a los cuales daban las puertas de los cuartos, luego otro corredor en dirección hacia donde estaban la cocina, la despensa y los cuartos de los sirvientes. Los patios lucían plantas, poblados de pájaros y “engalanados a menudo con un surtidor de estilo morisco”.

     Contó que, luego de la cena volvió a la plaza para escuchar algo de música ejecutada por una orquesta. Sin embargo, se encontró que quienes amenizaban el acto musical eran “pobres negros, sin uniforme, apenas vestidos, que llevaban lastimosamente sus instrumentos en los cuales soplaban con aire atontado”. Vio a lo lejos a Francisco Linares Alcántara, sentado en su balcón junto con su esposa, quienes desde allí observaban el concierto. Aunque, expresó que no lo divisiva claramente debido a la “luz vacilante” proporcionada por las lámparas de petróleo que iluminaban de modo tenue la calle.

La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo
La Plaza Bolívar es el “corazón de la ciudad” y está rodeada por hermosos caobos en cuyos troncos floren en mayo espléndidas orquídeas, una de ellas denominada Flor de Mayo

     No obstante, ponderó la magnificencia de las noches caraqueñas, al contemplar “millares de estrellas que centellaban en el cielo, y un viento suave y tibio nos traía de paso el perfume de las flores”. Describió una plaza Bolívar, colmada de personas, cuya característica era una mezcla de “razas”, tipos y vestidos “muy extraños”. Observó a las señoritas llevar trajes vistosos, con la cara enmarcada en una bonita mantilla “graciosamente levantada sobre la nuca”, caminaban en grupos de tres o cuatro charlando entre sí y juntas con los brazos. “Casi todas eran de estatura media y tenían los rasgos delicados y regulares animados por bellos ojos negros llenos de viveza y dulzura”. No obstante, le causó le produjo una sensación de extrañeza y repulsión la cantidad de maquillaje con el que cubrían sus rostros.

     En su descripción hizo notar que, los bancos de piedra, colocados debajo de los árboles, los ocupaban negros desharrapados. Sumó a su descripción que jóvenes de pie e inmóviles se formaban en hilera para ver pasar a las señoritas y, en ocasiones, les lanzaban palabras de admiración. 

     “Algunos políticos graves y reservados platicaban misteriosamente en la sombra, y por encima de los ruidos de pasos y voces se oían por momentos las notas jadeantes de la banda que tocaba por deber y con toda conciencia de la disciplina”. Apreció que entre la multitud de los “elegantes” se veían, de vez en cuando, entre los sombreros de fieltro y panamá, algunos sombreros europeos de copa alta. De acuerdo con sus palabras y conocimiento, en Venezuela estos sombreros de estilo europeo se habían extendido desde hacía veinte años y que habían causado buena impresión desde un inicio. Recordó que se había introducido el sombrero de resortes. “De modo que los negritos persiguieron en las calles a los que se atrevieron primero a llevarlos, gritando a voz en cuello: ¡Pum – Pá! ¡Pum – Pá!, por alusión al ruido que resulta de la tensión repentina de la tela del sombrero desplazada por los resortes”. De acuerdo con ella, el nombre se habría popularizado y generalizado y para el momento de su visita una de las grandes tiendas de sombreros de Caracas llevaba por nombre: “La Rosa y el Pum – Pá”.

     Otro de los aspectos que reseñó fue luego de su visita a la Casa Amarilla ocupada, para el momento, por el presidente Francisco Linares Alcántara. 

La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar
La Casa Amarilla es la residencia presidencial. Tiene un solo piso, con una estructura regular y sus doce ventanas que dan hacia la plaza Bolívar

     Como contexto de su narración reflexionó que en Suramérica los cambios “repentinos de fortuna” que permitían a personas de condición muy humilde alcanzar rangos de alta investidura, eran muy usuales. Del presidente expresó que era uno de los cazadores más atrevidos del país, insensible a la fatiga y las privaciones. Había sido cestero en su vida juvenil y su madre era de origen africano, aunque se equivoca al determinar su supuesto origen humilde. Destacó la autora que, gracias a su participación en guerras civiles había alcanzado notoriedad como el de asumir la presidencia de la República.

     Señaló que lo había conocido dos días después de llegar a Caracas. De la residencia presidencial expresó que era una hermosa casa de un solo piso, con una estructura regular y que sus doce ventanas daban hacia la plaza Bolívar. Las seis ventanas superiores estaban adornadas de balcones de hierro y coronadas por una cornisa sobre la cual, en la parte del centro, se levantaba un medio punto en forma de concha que portaba las armas de Venezuela. Al igual que otras casas de la ciudad, tenía el patio orlado con un surtidor, sombreado de plátanos espléndidos, según su opinión. “Nada hay más gracioso, más fresco y más verde”. Refirió que fueron recibidos, ella y sus acompañantes, en un pequeño salón del primer piso, “amueblado con bastante lujo, pero sin demasiado buen gusto”. Del presidente Linares Alcántara comentó: que estaba en uniforme y que le acompañaban dos edecanes, quienes se ubicaron uno en cada lado del presidente. “Era un hombre joven aún, de estatura elevada; aunque mulato, tenía las facciones finas y regulares”. Indicó, además, que el pelo “un poco crespo” revelaba sus raíces africanas, de lo contrario se le pudiera atribuir un origen indio, subrayó. De su esposa expresó que era una mujer joven y encantadora, cuyo origen se remontaba a las antiguas familias españolas que se habían asentado en el país. Por sus bellezas y encantos se distinguía entre otras de su género. 

     Como queda dicho, en las palabras esbozadas a partir de sus iniciales apreciaciones, es posible corroborar una percepción particular y no ajena de valoraciones éticas y estéticas frente a otro, distinto, pero atractivo en la medida que permite esbozar una realidad llena de exotismo, extrañeza y encanto.

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

Palabras del Presidente de La Cámara de Comercio, Industria y los Servicios de Caracas En el acto central de celebración del 75º Aniversario de la Bolsa de Valores de Caracas

     Hoy, y con la venia de estilo del Presidente de la Bolsa de Valores de Caracas, sus directores y del público asistente, voy permitirme, a partir de un breve relato personal, comenzar esta intervención, que más que protocolar tiene impreso el deseo de dejar constancia de afecto y cercanía institucional, entre la joven septuagenaria institución en la que nos encontramos y la supercentenaria Cámara que represento, vinculadas por la historia y por el compromiso con el país, que desde hace algunos años nos genera admiración y cada día empeñan nuestra actuación.

     Corría el año de 1986, y quien les habla, siendo un joven profesional, con el motor a su máxima potencia, afanado en aprender y cargado de las ilusiones orientadas en el desarrollo profesional, tuve la oportunidad de entrar, por primera vez, en contacto con la entonces Cámara de Comercio de Caracas, en esa oportunidad como Director de Inspección y Fiscalización de Rentas del extinto Concejo Municipal del Distrito Sucre.

     Pasaron los años, y estando en el ministerio de Hacienda, acompañé al entonces titular del Despacho Pedro Rosas Bravo, en mi condición de Coordinador Legal de la Reforma Tributaria a efectuar una presentación del Plan Maestro de Reforma Tributaria, inserto en el Plan de ajustes económicos, conocidos como el «Gran Viraje». Este fue mi segundo contacto con la Cámara de Comercio de Caracas.

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