Entre la atracción y la repulsión

Entre la atracción y la repulsión

Testimonios de tres viajeros que estuvieron en Caracas en el siglo XIX: Consejero Lisboa, Eastwick y Laverde.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, primer representante diplomático brasileño acreditado en Venezuela. Autor del libro “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”, donde narra sus andanzas por tierras venezolanas.

     Sir Francis Bacon (1561-1626) escribió un ensayo sobre los viajes en el siglo XVII. En este ensayo, Bacon ofreció varios consejos para el viajero. Algunos de estos consejos incluyen llevar un diario de viaje, buscar lugares interesantes y actividades interesantes, utilizar libros guía y preguntar a la gente del lugar e intentar vivir diferentes experiencias en cada lugar. Lo que se denominó Arte Apódemica hace referencia a lo que el viajero debía extender, ante sus lectores, de su experiencia en lugares por él explorados. Es bajo este contexto que debe ser leída la literatura del viajero.

     Por ejemplo, Miguel María Lisboa, mejor conocido como Consejero Lisboa, estuvo en el país, primero entre 1843 y 1844, cuando Venezuela era gobernada por Carlos Soublette. Luego retornó en 1852 hasta 1854, entonces mandaban los Monagas, de la mano de José Gregorio Monagas. En la primera ocasión su estadía fue como ministro Consejero del gobierno brasileño. En la segunda, lo hizo como ministro Plenipotenciario del Brasil.

     Sus reflexiones y observaciones las desarrolló en un libro que terminó de escribir en 1853, aunque vería la luz pública en 1865 con el título “Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador”. La primera edición apareció en Bruselas, Bélgica en ese año. Para el año de 1954 se realizaría su traducción al castellano en Venezuela. Lisboa advirtió desde las primeras líneas de su escrito, que el propósito del mismo era ofrecer al lector, en especial brasileño, un conjunto de rasgos de países que limitaban con el Brasil. 

     También advirtió la necesidad de superar el desconocimiento de las cualidades de su civilización, en lo que de ellas debería considerarse de importancia y los elementos de desorden y decadencia que impedían su progreso.

     De igual forma, recordó que la orientación de su relato discrepaba con la de varios europeos, quienes solo se habían dedicado a redactar asuntos bélicos y de la revolución de Independencia. Hizo notar que, al ser un hombre de ideas monárquicas, católico, brasileño y de prosapia latina muchas de sus configuraciones iban a ser objeto de críticas, en las que se expresarían discordancias respecto a sus planteamientos.

     Luego de su primer encuentro con esta comarca regresaría en tiempos cuando la esclavitud había sido abolida, además advirtió que en el país no se mostraban grandes contrastes con lo que había observado la primera vez. Aunque recorrió el litoral central y oriental, entre otros el valle de Aragua, su mayor admiración fue Caracas, el cerro el Ávila el cual recorrió hasta la llamada Silla de Caracas desde donde observó un valle que se extendía con un verdor y riachuelos alrededor de sembradíos diversos. Fue este valle, bañado por el Guaire y otros afluentes que más estimularon su atenta mirada. No dejó de destacar algunos hábitos, costumbres, la composición social y los atributos étnicos de la población de Caracas. Similar a lo que algunos viajeros y visitantes de este valle, provenientes de otros lugares del mundo, les cautivó, se dejó atrapar por la admirable riqueza natural que exhibía la ciudad.

     Describió otros aspectos de la ciudad que mostraban una inclinación desoladora y alejada de la civilización. Entre ellos la inexistencia de teatros y que la plaza de toros no servía. Por otro lado, describió que las casas eran de un solo piso y estaban construidas en mampostería y las calificó como construcciones de lujo. Indicó que no había un registro exacto de la cantidad de habitantes, pero si se sabía que había 880 esclavos. De igual manera, destacó la existencia de una abundante vegetación y la variedad de frutos y bienes provenientes de una pródiga naturaleza.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

Edward Eastwick, diplomático inglés, autor de una serie de artículos sobre Venezuela, publicados en el libro “Venezuela o apuntes sobre la vida de una república sudamericana con la historia del empréstito de 1864”.

     Durante los meses de julio y octubre de 1864 Edward Eastwick (1814-1883) viajó a Venezuela, en calidad de Comisionado de la General Credit Company de Londres, institución con la que Antonio Guzmán Blanco había acordado un empréstito para el gobierno federal. Durante su estadía conoció y describió aspectos relacionados con La Guaira, Caracas, Valencia y Puerto Cabello. Sus impresiones de viaje fueron publicadas en la revista londinense All the year Round entre 1865 y 1866. Para 1868 se publicarían en forma de libro y para 1959 aparecería una versión en castellano de trescientas cuarenta y cinco páginas.

     Una de sus primeras consideraciones la sustentó en consideraciones vertidas por Humboldt. Según Eastwick, La Guaira resultaba ser una localidad en la que se podía constatar la grandiosidad de la naturaleza frente a la pequeñez humana, aunque el calor fuese sofocante. No dejó de mostrar repulsión acerca de las comidas porque en la cocción de los alimentos utilizaban el ajo. No dejó de destacar los nombres de las personas que calificó de extraños y cómicos, como el de una dama llamada Dolores Fuertes de Barriga. Igualmente, el aguacate le pareció combinado de sabores entre calabaza, melón y tipo de “queso rancio”.

     Bajo este mismo marco de ideas indicó que al suramericano no le pasaba por su mente el de llevar a cabo acciones en beneficio de los demás, aseveración que estuvo acompañada de la observación de animales muertos en plena vía cuando, muy bien agregó, pudieran ser arrojados por los abismos y así evitar nubes de moscas y zamuros a su alrededor, así como alejar los malos olores. Llegó a escribir que en Venezuela se practicaba la “perfecta igualdad” con lo que intentó significar la intromisión de sirvientes y harapientos en prácticas domésticas como conversaciones, juegos, bailes y fiestas.

     Con desdén refirió el caso de funcionarios y personas, de nivel acomodado y no acomodado, quienes ejercían sus oficios o se presentaban a reuniones con un tabaco en la boca. En una parte de su escrito no dejó de señalar que, el criollo exhibía excelentes cualidades, pero sentía aversión por “todo esfuerzo físico” y que, por tal circunstancia las haciendas producían gracias al trabajo de indios y mestizos.

     Entre el conjunto de viajeros que llegaron a Caracas a raíz del Centenario en 1883, Isidoro Laverde Amaya (1852-1903) sobresale, para el lector de hoy, por mostrar un talante distinto a otros de los invitados por parte de la administración guzmancista para este evento, y quienes relataron algunas de sus impresiones de la ciudad de Caracas. Distinto entre quienes se dedicaron a narrar algunos aspectos de la sociedad caraqueña por el orden de sus ideas y conceptos. Diferentes porque a unas cuantas de sus aseveraciones las ratifica con citas de autores reconocidos en el canon para la época de escribir sus opiniones. Algunos de ellos: Alejandro de Humboldt, Andrés Bello, Miguel Tejera, Luis Razetti, Lisandro Alvarado y el argentino Miguel Cané. Algunas de sus argumentaciones que acá expondré aparecieron en: “Viaje a Caracas”, editado en Bogotá, en 1885.

     Como todo visitante que arribaba al puerto de La Guaira comentó acerca del “horrible calor” y el embarazoso desembarque que allí se practicaba, en aguas pletóricas de toninas y tiburones. Su primera y grata impresión fue la riqueza de la flora existente en la travesía hacia Caracas. Utilizó el ferrocarril del cual hizo comentarios elogiosos y mostró sorpresa por la audacia de los ingenieros que lo hicieron posible. Sin embargo, le disgustó que la velocidad con la que avanzaba no lo dejara contemplar de mejor manera la bella naturaleza.

     Un dato curioso que ofrece el viajero es la necesidad de llevar a cabo comparaciones. En el caso del europeo es el de ubicarse en un lugar escrutador normativo. Desde esta disposición se ve impelido, por sus convencimientos de vivencia en civilización y lo que se consideraba era la experiencia del progreso, a resaltar las virtudes de la naturaleza ante las carencias que visualizan en el mundo social, al lado de atributos como la belleza natural, la beldad de la mujer caraqueña y la amabilidad de los hombres de Caracas. Contraste de imponderable importancia porque la mirada que ofrecieron, quienes llevaron a cabo la misma tarea, provenientes de Bogotá y quienes sin dejar de tener como referente a Colombia no lo hicieron con una orientación de superioridad.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

Isidoro Laverde Amaya, escritor colombiano que estuvo en la capital venezolana durante las festividades del Centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en 1883. Publicó sus impresiones de la ciudad en el libro “Viaje a Caracas”.

     Una de estas disposiciones la trajo a colación Laverde cuando le correspondió comparar el servicio ofrecido por la compañía ferrocarrilera y lo que había experimentado en su propio país. Para ratificar esta opinión le sirvieron de referente los trabajadores, encargados de hacer llegar el equipaje al pasajero, a quienes se refirió con encomio frente a los de su país porque en éste eran muy dados al hurto. En su ponderación escribió que en Caracas muchos sabían leer y escribir. Los “amos” les entregaban dinero que llegaba sin alteración alguna a su recibidor, al igual que las cartas a sus destinatarios.

     Le impresionó la sencillez en el vestir de los habitantes de la comarca, la decencia en sus casas, el aseo con el que se exhibían, lo que adjudicó a las costumbres de los habitantes de tierras bajas, tal como en Colombia, y no por la cercanía al mar o por vecindad con centros civilizados. En este orden de ideas, rememoró el caso de Tolima a la que comparó con Venezuela, en contextura física, viveza, agilidad y prontos para el trabajo. No podían faltar las alabanzas a la figura de Antonio Guzmán Blanco en lo referente a la ornamentación y cambios en la ciudad. El aseo de la ciudad llamó su atención. Con sorpresa expresó que la policía no tenía que obligar a los habitantes para que no afearan la ciudad, tal como sucedía en Bogotá.

     Dibujó la ciudad caraqueña como un espacio amable para el visitante. Entre sus ventajas puso a la vista de sus lectores las casas de asistencia, hoteles y restaurantes existentes. Entre éstos escogió como ejemplo de su descripción el llamado “sospechosamente” Gato Negro, al que describió como una fondita donde se expresaba el sentimiento democrático, en él vio, en conjunto, empleados, gentes del pueblo y la burguesía saborear las sabrosas hallacas.

     La rutina de este establecimiento la describió así: desayuno de seis a nueve. Almuerzo doce del mediodía. La comida entre seis y siete de la tarde. Los platos característicos eran: hervido o caldo, una sopa que estaba acompañada, en fuente aparte y para ser mezclado en ella, repollo, zanahorias y yuca, según Laverde el denominado Puchero colombiano. Era el plato indispensable de todo almuerzo. 

     Luego venía pescado de “variedad extraordinaria y gusto variado”. Anotó que los platos acá eran más sazonados y con un sabor más fuerte que los de Colombia. Incorporó a su relato que, en sustitución de los tamales de Santa Fe, en Caracas se elaboraban hallacas (son tamales más civilizados, escribió), cuya característica de mayor realce era el uso de pasas pequeñas y una masa más fina. La hallaca figuraba en el almuerzo los días domingo.

     Dejó dicho que el plato que más sorprendía eran las caraotas que se dividían en blancas o negras, siendo éste el alimento preferido del pueblo. En lo atinente al chocolate lo describió como un producto de fama en Suramérica. Alabó el pan que se elaboraba en la comarca, así como al queso de mano, singularidad llanera, y que representaba una especialidad por su buen gusto. El vino tinto para acompañar las comidas costaba dos reales y lo servían con hielo en los restaurantes.

     No dejó de destacar los atributos del clima imperante que lo asoció con una primavera perpetua, a la usanza de Humboldt, así como el carácter imaginativo del pueblo. Gracias a su imaginación gustaban de las bellas artes y en las casas había un piano ejecutado por señoritas. Relató que éstas salían solas a la calle con vestimenta elegante. Había tres o cuatro modistas que traían revistas, cada 15 a 20 días, desde Europa y que servían de modelo para las confecciones elegidas por las damas. Llamó la atención que por el anhelo de seguir la moda muchos padres habían caído en la ruina al endeudarse con el fin de complacer a sus hijas y esposas. Confirmó que era una práctica funesta aupada por el lujo. No obstante, las mujeres mostraban buen gusto y sobriedad.

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Revista Comercio, Marzo de 1981

Revista Comercio, Marzo de 1981

REVISTA COMERCIO

Revista Comercio, Marzo de 1981

Sinopsis

Por: Esther Mobilia

     La edición inicia con la pregunta “¿Despegamos?”, en referencia a las condiciones de la economía venezolana y las proyecciones que de ella se hacían en la década de los 60. Ante el aumento de la inflación y las distorsiones presentes a inicios de los años 80, el gran reto será aplicar las medidas adecuadas para corregir los problemas. El editorial está dedicado a esos problemas, especialmente a la inflación y la su afectación en los salarios de los trabadores. Roger Boulton pone en perspectiva las condiciones de la economía y explica cuáles son los retos de la década para el empresario venezolano. Ana Teresa Arismendi Melchert analiza las condiciones del “despegue” venezolano en términos económicos y lo vincula con el clima presente a inicios de la década de los 80.

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     Enrique Sánchez, de una manera mordaz, explica que el mayor fraude mundial es la inflación, incluso a pesar de que ciertos expertos en el área no la consideren como tal. AgePe también reflexiona sobre la inflación venezolana, poniéndola en perspectiva con lo que fueron las condiciones de la economía alemana luego de la primera posguerra del siglo XX; junto con ello se pregunta si un “milagro alemán” será posible en nuestro país. C. R. Chávez se pregunta si es posible que Venezuela esté dirigiéndose hacia un nuevo modelo de economía de mercado. Luego de su disertación, el experto considera que la vía para que esto se concrete es el impulso real de una reforma en la que la dependencia de la renta petrolera sea cada vez menor. Se registra en la sección de gráficas la conferencia de José E. Porras Omaña, ministro de Fomento, en la cena de la Cámara de Comercio con sus asociados celebrada en febrero de ese año. Se reseña la reunión entre los distribuidores del vestido y calzado con los representantes de la Cámara. Junto con ello, se presentan las imágenes de la charla de Ignacio Moreno León, viceministro de Minas e Hidrocarburos, sobre la explotación de hidrocarburos en la faja del Orinoco. Se registran dos exposiciones de pinturas, una de ellas organizada por las Damas Diplomáticas y otra en honor a los pintores larenses, respectivamente. Se publica un tributo a don José Manuel Sánchez Jiménez, una figura destacada en el ámbito corporativo y gremial. Luis Manuel Peñalver proporciona un enfoque sobre la crisis educativa que afronta el país y sus perspectivas a futuro.

Más revistas

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Emil Friedman no creía en “niños prodigio”

Emil Friedman no creía en “niños prodigio”

Durante una gira de conciertos por Suramérica, el húngaro Emil Friedman, de 37 años, llegó a Venezuela y decidió quedarse.

Durante una gira de conciertos por Suramérica, el húngaro Emil Friedman, de 37 años, llegó a Venezuela y decidió quedarse.

     A mediados de 1945, mientras cumplía una gira de conciertos por diferentes capitales suramericanas, el músico Emil Friedman pasó unos días en Caracas y en entrevista para la revista Élite, con Alfredo Armas Alfonzo, dijo que no creía en niños prodigios de la música y anticipó que le gustaría casarse con una venezolana. Entonces Friedman contaba 37 años de edad. En el lobby del desaparecido Hotel Majestic, que estaba ubicado frente al Teatro Municipal, le confesó al reportero que los grandes genios de la música en todas las épocas, siempre han tenido un maestro genial.

     Otro de los temas que se abordó en la conversación giró en torno al gusto de Friedman por la belleza de la mujer venezolana. Ese mismo año de 1945, el violinista de origen húngaro, nacido en Praga, el 24 de mayo de 1908, viajó a Maracaibo y allí aceptó el cargo de director de la Academia de Música del estado Zulia, en el cual se mantuvo hasta 1948.

     En 1949, animado por el talento musical natural del venezolano y su vocación pedagógica, se trasladó a Caracas y fundó el “Kindergarten Musical Emil Friedman”, donde niños que se iniciaban en la actividad escolar experimentaban con un instrumento clásico como el violín.

     En 1953, ocho años después de la entrevista con Armas Alfonzo, contrajo matrimonio con la pianista zuliana Elvia Elisa Argüello Landaeta. En 1967 la unidad preescolar cambió de nombre a “Colegio Emil Friedman”, institución que sirvió de inspiración para la creación del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela.

     La mencionada entrevista fue publicada el 16 de junio de 1945, bajo el título: CONVERSANDO CON EMIL FRIEDMAN. La transcribimos a continuación: “Cuatro de la tarde. Lluvia.

      En la tarde gris el agua cae, floja, sobre Caracas. Las gotas largas y tímidas van esmaltando el cemento y sobre el bronce herrumbroso de la vieja estatua heroica de la Plaza del Municipal pintan escurridizos brillos metálicos.

     Llegamos al hall del Hotel Majestic bajo la fría llovizna. Y a una muchacha morena de bellos ojos negros, parapetada tras el mostrador, junto al teléfono, preguntamos:

–Señorita, tiene la bondad. ¿Podría hablar con el señor Friedman?

     Y la muchacha, amable, se ha acercado al teléfono, ha marcado un número y nos ha tendido la bocina, luego de establecer la comunicación, y hétenos, aquí, repantigados en una cómoda butaca del hall de entrada, esperando a Emil Friedman, reputado violinista mundial.

En 1945, el escritor, crítico, editor e historiador venezolano, Alfredo Armas Alfonzo, le realizó la primera entrevista que dio Emil Friedman en Venezuela.

En 1945, el escritor, crítico, editor e historiador venezolano, Alfredo Armas Alfonzo, le realizó la primera entrevista que dio Emil Friedman en Venezuela.

     Llueve en la tarde gris. Fría y lenta llovizna de junio. Y esperamos cinco, diez minutos. Fumamos, y a través del humo vemos los bellos ojos negros, la calle esmaltada de fugaces brillos.

     En eso se presentó Friedman, bajo, robusto, una prematura calvicie desalojando de la cabeza inteligente la amarilla mancha de pelo. Trae en las manos un sombrero de panamá y en los labios delgados una palabra de excusa por la espera.

     Emil Friedman, con este traje liviano, fresco y este cuerpo fuerte y sano más bien parece un deportista. Tiene, además, la palabra amena y dicharachera, y el gesto sobrio, enérgico, del deportista. Le hacemos sitio en el mullido butacón de rojos colores desvaídos. Y hablamos. Bajo la tarde de lluvia. El hoy reputado famoso artista nació en Praga, en 1908, y en correcto castellano ha empezado a decirnos:

–¡Caramba! Esta lluvia. A las cuatro debía ir a la Academia de Música. . . Me espera una niña artista…

–¿Una niña prodigio?, preguntamos.

–Oh, no. No creo en niños prodigios.

     Y esto es motivo para que Emil Friedman converse largamente sobre el tema, cite a diversos artistas del violín y concluye afirmando:

–El artista no nace hecho, con el instrumento bajo el brazo. Nadie nace con una profesión determinada. Los grandes genios han tenido maestros geniales. Mi caso, sin ser un genio, es, un ejemplo extraordinario. Mis padres eran médicos y no violinistas; fueron opuestos siempre a mi deseo. Fue a los doce años, cuando el contacto con la gente de la orquesta Sinfónica de Praga me hizo violinista. Y eso estudiando mucho, por muchos años.

     Friedman cuenta así la historia. Él era un muchacho, y un día fue a la claque, esto es con la gente pagada para aplaudir los espectáculos. Los profesionales del aplauso ocupaban en el teatro la parte más alta, la llamada galería del teatro. Pero la mirada del adolescente íbase con frecuencia hacia abajo, hacia el sitio destinado a los músicos de la orquesta. Y un día, cansado de prodigar aplausos, se dejó llegar hasta el sitio objeto de su curiosidad, y allí, escondido tras la persona del contrabajo, seguía con atención desvelada, el manejo del instrumento tan grande, del tamaño del niño. Y un día le dijo de aprender él. Se rió el músico:

–No. Esto es muy grande para ti. Te voy a regalar uno más chico.

–Y me regaló un violín.

En 1949, animado por el talento musical natural del venezolano, el músico húngaro fundó el “Kindergarten Musical Emil Friedman”, institución que años más tarde, se convirtió en el Colegio Emil Friedman.

En 1949, animado por el talento musical natural del venezolano, el músico húngaro fundó el “Kindergarten Musical Emil Friedman”, institución que años más tarde, se convirtió en el Colegio Emil Friedman.

     Su primer maestro en Praga, después del músico del contrabasso, fue Otto Sévcik, el “Ingeniero del violín”, famoso músico checo, creador de un método tan fácil que solamente un idiota podía dejar de aprenderlo técnicamente a la perfección. A los 17 años estaba en la Orquesta Sinfónica. Y a los 19 años salió a París, acompañado allí por Henry Marteau, también famoso como Sévcik. De la Ciudad Luz, siempre actuando en las principales salas, Friedman volvió a Praga como asistente del director de la Sinfónica. Allí estuvo del 38 al 39, como concertino.

     Su arte maravilloso paseó en triunfo Inglaterra, Nueva Zelanda, el cercano Oriente –Damasco, Stambul, Ankara, Beirut, Smirna–, Palestina, Egipto, todo el mundo.

     En Inglaterra lo sorprendió la guerra; en Miami el final era esperado. En marzo del 39, estando en Praga, vinieron las hordas nazistas. El 17 de ese mes abandonó el maestro a la gran ciudad checa, dos días después que Adolfo Hitler profanara el suelo de la República. Finlandia, Suecia, Noruega, vieron pasar al músico, el violín callado y triste, rumbo a Inglaterra.

     Y siguieron los caminos invitándolo. El año 40 estaba en Panamá, de donde lo llaman, ofreciéndole contratos ventajosos, según cables que nos muestra. El 42 volvió de nuevo a Inglaterra. Aquí vivió la trágica angustia de los bombardeos despiadados, y vio como se venía al suelo la vieja ciudad de los Lores.

     Y América. Toda la América, desde la Argentina hasta Cuba, por todos los pueblos del nuevo continente excepto Bolivia, Paraguay, Nicaragua y Honduras.

     La palabra correcta de Friedman nos lleva y trae por todos los cielos del mundo. Habla así de la riqueza del Brasil, de nuestro potencial agrícola, de la fecundidad del medio artístico venezolano, de la cual es exponente la continuada visita de artistas y conjuntos de ballet y teatro.

     Luego conversamos de otras cosas. De la mujer venezolana, en primer término. Emil Friedman no es casado y le encanta la mujer criolla. Bueno, Friedman quería casarse con una venezolana. Un tipo como ése, primorosa morena que atiende la Caja en el Copacabana Club del Majestic.

     Nosotros le hemos dicho riendo, que la tarea es fácil y hasta le prometemos ayudarlo, publicando aquí tal deseo y hablando de la ventaja que el matrimonio con el afamado violinista reportaría a la feliz mujer que le toque en suerte.

     Aún más. Friedman emprenderá dentro de poco una gira por el occidente venezolano. ¿Será tras ese propósito? A nuestro entrevistado le gustaría radicarse en Venezuela: una magnífica oportunidad para contar con un agricultor de promesas artísticas. El genio maestro que impulsaría los pequeños genios criollos. Que aquí los hay hasta en la sopa. Tan impertinente como la lluvia, que cae mansa en la calle”.

 

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