El viejo cementerio de San Francisco

El viejo cementerio de San Francisco

Días de noviembre neblinosos, grises, enguantados de humedad. Noviembre de los muertos, propicio a las rememoraciones, a los recuerdos de los que han traspuesto la plataforma de su viaje final. Días para evocar tradiciones, leyendas, cuentos, consejos de abuelas o historias de fantasmas. Bajo este mes de nieblas, bajo estos días de duelo nació esta crónica de Alberto Caminos sobre el viejo cementerio de San Francisco, ubicado en pleno corazón de Caracas.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

“Los cementerios particulares”

     Cosas del tiempo y de los hombres de ese tiempo era costumbre antaño, en nuestros días iniciales de la colonia, el poseer Cementerios particulares.

     Con un simple impuesto, con el pago de tal o cual renta, tenían su vida de polvo y hueso los Cementerios de Asociaciones, cuerpos, conventos, etc.

     De ahí este viejo Cementerio del Templo de San Francisco (antiguo convento del mismo nombre), el de la esquina de Los Canónigos, el de San Pedro y tanto otro fácil de señalar por medio de viejas lecturas, en el lomo polvoriento de los textos.

     De ahí que no haya por qué extrañarse el que hoy en pleno Siglo XX, y en pleno corazón de Caracas, la cámara del Repórter haya podido enfocar estos aspectos macabros que más bien parecen estar ubicados en sitios desolados, áridos, tristes, lejos de los bocinazos de los automóviles, de los cláxones de los carros de paseo, de la campanilla lenta de los tranvías eléctricos y de la voz chillona del billetero o el pregonero por menor.

Los franciscanos en caracas

     Obra de auténtico valor, labor de cultura, de enseñanza, la de las Misiones Religiosas en tierras caribes. De ellas resalta por su apostolado y perseverancia a pesar de malos fracasos y pérdidas de vidas, la de los Franciscanos.

     Acerca de la fecha en que llegaron a Caracas los primeros franciscanos se menciona (Padre Lodares) el que un empleado del Archivo Nacional encontrara una nota que decía: “Haber sido el capitán Díaz Alfaro quien trajo los primeros franciscanos a Caracas en el año 1569”.

     Otros autores dicen que fue ese mismo año el valeroso Garci González de Silva y es hasta casi posible que intervinieran los dos, pues el primero de los nombrados vivía en Caracas para el año en cuestión, y el segundo colaboró eficazmente en este asunto de las Misiones Franciscanas. Sin embargo, se cree que el convento no se comenzó a fundar sino hasta el año de 1574, ya que en la memoria presentada por el gobernador de Caracas Don Juan de Pimentel, que llegó a esta ciudad el año de 1577, dice a este respecto: “En esta ciudad de Santiago de León hay un Monasterio de San Francisco, de tapias no durables; comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal que vino de Santo Domingo con otros frailes (ha) tres años a el dicho efecto, en cuya fundación le halló Fr. Francisco de Arta, Comisario que por orden de V. Majestad vino con siete religiosos y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”. Y todavía como para darle mayor consistencia a estas afirmaciones añade un plano de la ciudad en el cual no aparece ningún otro convento sino el de San Francisco y precisamente en el lugar que actualmente ocupa el Templo del mismo nombre.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

Ataúdes antiguos roídos por la furia del tiempo.

     Como ya hemos dicho era costumbre sancionada por la ley esto de los cementerios particulares. Debido a eso el Convento de San Francisco poseía el suyo, donde eran enterrados no tan solo los frailes sino todo aquel elemento pudiente, de significación, que se hiciera acreedor a tal honor o que pudiera hacerlo.

     Buena prueba de ello nos la da la visita que hemos hecho al viejo cementerio del Convento franciscano de Caracas, ubicado en la esquina de San Francisco ocupada actualmente por el Templo del mismo nombre.

     Apellidos conocidos y de relieve en la Colonia. Nombres ilustres de elementos españoles de la época, se pueden advertir en las lápidas que cubren las bóvedas que han resistido el embate de los años. penetra el espíritu una especia de recogimiento mezclado con su poco de pavor el presenciar los sótanos del Templo de San Francisco. 

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

Bóvedas en el antiguo convento de San Francisco.

     Ataúdes ruinosos, esqueletos que solo esperan la caricia del viento para espolvorear su hueso centenario, viejas maderas que han probado su calidad, asombran las pupilas del explorador que ignorara la cercanía de paisaje tan grave y tan secular.

     Estrechos pasadizos conducen a los departamentos de los sótanos. Después de la amplia sacristía, caminando poco trecho estamos en ellos. El creyente que reza, el paseante que escampa a las puertas del templo, la muchacha que vino a cumplir la promesa, ninguno quizás sospechará que a pocos pasos suyos se levanta este pequeño cementerio secular, combatido por los años que han hecho mella en su vida de huesos y polvo.

     Los momentos pasados en la tétrica compañía nos han ensombrecido los rostros. Meditaciones, pensamientos, imaginación. Salimos al aire fresco de la calle y ante el paisaje pujante y vigoroso de la vida que ríe y vibra, lo otro parece un sueño”.

FUENTE CONSULTADA

  • Caminos, Alberto. El viejo cementerio de San Francisco. Elite. Caracas, 22 de noviembre de 1949; Páginas 44-45 y 60
Los antiguos patrones de Caracas

Los antiguos patrones de Caracas

Antes de su fundación, Caracas tenía sus santos patronos protectores, a los que la población ha recurrido en busca de ayuda en momentos de zozobras. En esta crónica, Arístides Rojas nos relata la extensa historia de los Santos de la ciudad.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

Nuestra Señora de Caracas, obra atribuida a Juan Pedro López (1766), en ella se pueden apreciar, a la derecha de María, Santiago y Santa Ana; y a su izquierda, Santa Rosalía y Santa Rosa de Lima.

     “Caracas, así como las demás ciudades de la América española, tuvo también sus patronos y santos tutelares, y sus vírgenes milagrosas. Antes de ser fundada y desde que se pensó en conquistar la belicosa nación indígena de los Caracas, ya en la mente del conquistador Losada bullía, la idea de ofrecer una ermita a San Sebastián, si le libraba de las flechas envenenadas en la empresa que iba a cometer. Y así sucedió en efecto, pues en 1567 se fundó a Santiago de León de Caracas y se colocó la primera piedra de San Sebastián en el lugar que ocupa hoy la Santa Capilla.

     Pero al mismo tiempo que se levantaba esta ermita, se daba comienzo al templo que debía servir más tarde de Catedral, nombrado por patrón de la ciudad al Apóstol Santiago. ¿Y qué patrón más noble podía ambicionarse invocado siempre por el pueblo español, que le reconoció como mensajero de Dios en todos sus aprietos, conquistas y batallas? Desde las orillas del mar hasta las cimas nevadas, jamás santo alguno llego a alcanzar culto más grande ni proporcionó frutos más copiosos al hombre. La primera fiesta dedicada al patrón de Caracas fue celebrada el 25 de julio de 1568, poco antes de perder Losada la conquista adquirida.

     Los conquistadores continuaban con feliz éxito, y vencidas eran las tribus enemigas, cuando en 1574 visitó la langosta los primeros campos cultivados de la triste ciudad. Nueva ermita es entonces construida al Norte de la de San Sebastián, dedicada a San Mauricio, nombrado al efecto abogado de la langosta. Esta desaparece, pero el pajizo templo es a poco devorado por las llamas, logrando el patrón salvarse del incendio y encontrar refugio en la ermita de San Sebastián.

     Tras de Santiago, Sebastián y Mauricio, viene Pablo el Ermitaño, como abogado contra la peste de viruela que azota a Caracas en 1580. El Ayuntamiento de la ciudad dispone levantarle un templo, y antes de que este comenzara, se ordena que el nuevo patrón fuera festejado con fiesta anual en la Iglesia Mayor, con asistencia de los dos Cabildos. A pesar de esto las viruelas volvieron, y en el cementerio que se construyó contiguo a San Pablo fueron enterradas las numerosas víctimas. San Pablo ha dejado su puesta a Talía. Tras de San Pablo debía asomarse la primera Virgen de origen indiano: la Copacabana, de la cual hablaremos más adelante.

     No debía rematar el siglo décimo sexto sin que Caracas enriqueciera con un santo más la lista de sus patrones. Tristes y llorosos andaban los habitantes de la ciudad por los robos que en la costa hacían los piratas, cuando de repente las sementeras de trigo aparecen, en cierta mañana, cubiertas de gusanos que en pocas horas devoran las espiga y despojan a los árboles de sus hojas. Al verse arruinados aquellos pobres moradores, elevan sus oraciones a Dios, y le piden con lágrimas y promesas les salve de aquel ataque destructor. Reúnese el Ayuntamiento, y resuelve que, antes de abrirse la siguiente sesión, escuchen los pobladores una misa dedicada al Espíritu Santo, de quien esperaban les inspirase la manera de salir de tan comprometido trance. En efecto, el Ayuntamiento abre la sesión después de rezada la misa y dispone que se inscriban en tarjetas los nombres de cien santos, y que el favorecido por la suerte sea el patriarca y abogado de las sementeras de trigo. Sale el nombre de San Jorge, y el Ayuntamiento decreta al instante que la fiesta anual de este santo pertenezca exclusivamente a dicho Cuerpo, no pudiendo ingerirse en ella ni el Gobernador ni el prelado. Desde entonces San Jorge fue celebrado anualmente en la Capilla Metropolitana que lleva su nombre.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

Pablo el Ermitaño, fue el protector contra la peste de viruela que azotó a Caracas en 1580.

     Al comenzar el siglo decimoséptimo aparecen en Caracas dos santos varones de mérito relevante: San Francisco de Asís y San Jacinto; y en 1636, la Virgen de la Concepción. Eran tres templos más, con sus comunidades que venían a aumentar el cortejo religioso de la ciudad de Losada. Y no contenta todavía la población con tres templos, levanta otro en 1656, que dedica a la Virgen de Altagracia, y recibe una Santa americana, Rosa de Lima, que se pone a la cabeza del primer instituto de educación que tenía la ciudad: el Seminario Tridentino, en 1673.

     En una ocasión, por los anos de 1636 a 1637, los agricultores de cacao vieron desaparecer sus arboledas, devoradas por un parásito llamado entonces candelilla, el cual destruía la corteza de los árboles. Deseosos los caraqueños de tener una patrona que protegiera las hermosas siembras del rico fruto en la costa y valles cercanos a la capital, fijan sus miradas en la Virgen de las Mercedes, a la cual levantan un templo en 1638 y le ofrecen una fiesta anual. Rumbosa era esta y con constancia celebrábase todos los años a la Virgen protectora del cacao, al mismo tiempo nombrada abogada de Caracas, y más tarde en 1766 abogada de los terremotos.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

Santiago de León de Caracas, la capital de Venezuela, fue fundada el 25 de julio de 1567, día de Santiago Apóstol, primer patrono de la ciudad.

     Al rematar aquel siglo, en 1696, Caracas es víctima de la fiebre amarilla, que llega a diezmar la población. En medio de la más triste orfandad, una inspiración se apodera de lo poco que había dejado la epidemia. Piensan en Rosalía de Palermo, a la cual llaman con súplicas y esperanzas. La santa acude a la llamada de los desgraciados, y estos le levantan un templo. Era una nueva patrona que venía a sentarse en 1a asamblea caraqueña, donde figuraban Santiago, Santa Ana, Mauricio, Pablo el Ermitaño, Jorge, Jacinto, Francisco, varias vírgenes y Rosa de Lima, que aceptaba la capital donde era venerada su compatriota, la Virgencita de Copacabana.

     Durante el siglo décimo octavo, una nueva Virgen, la del Carmelo, visita a Caracas en 1732 y se hace dedicar un convento. Casi en los mismos días, aparece en Caracas una Virgen más; la de la Pastora, que se hace construir un templo en los extremos de la capital, y en la misma época, al Norte de la Ciudad, se levanta el de la Santísima Trinidad rematado en 1783, después de cuarenta y dos años de trabajo. En 1759 llega San Lázaro a socorrer a los leprosos. Últimamente llegaron los neristas y capuchinos, en 1774 y 1783, para levantar dos templos más, a San Felipe y San Juan, y entrar en competencia religiosa con los franciscanos, dominicos, mercedarios, y la colonia isleña que había levantado a la Virgen de Candelaria un templo en 1708.

     Hasta la época del Obispo Diez Madroñero, 1757-1769, no se conocía en Caracas una patrona que llevase el nombre indígena de la capital. Ya veremos cuanto hizo el prelado al bautizar a esta con el nombre de Ciudad Mariana y ponerla bajo el patrocinio de Nuestra Señora Mariana de Caracas.

     Otra Virgen protectora debía surgir igualmente en esta época, la de las Mercedes que llegó a figurar como abogada de los terremotos. Y tanto fue el entusiasmo del Obispo por la creación de vírgenes protectoras de la ciudad, que llegó a pensar en Nuestra Señora de Venezuela, bautizando con este nombre la calle que esta entre la Metropolitana y la Obispalía, dando el nombre de Nuestra Señora Mariana de Caracas a la que corre de la Metropolitana a la Casa Amarilla.

     Pero el culto al cual se decidió el Obispo con todas sus fuerzas, fue el del rosario. No hubo durante su apostolado, semana en que no se rezara públicamente, ni casa de Caracas y de los vecinos campos, donde las familias no cumpliesen diariamente, a las tres de la tarde o a las siete de la noche, con aquel deseo y mandato del Obispo”.


FUENTE CONSULTADA

  • Rojas, Arístides. Crónicas de Caracas. Caracas: Ministerio de Educación Nacional, 1946. Colección Biblioteca Popular Nº 16.
La iglesia de Las Mercedes

La iglesia de Las Mercedes

Por José Manuel Castillo

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

Iglesia de Nuestra Señora de La Merced, o Las Mercedes como se le conoce popularmente, primer convento de religiosos mercedarios de Caracas.

     “El primer convento de religiosos mercedarios de Caracas (orden fundada en 1218 por Jaime I de Aragón, San Pedro Nolasco y San Raimundo de Peñafort, para la redención de cautivos) fue instalado por licencia en 1638 en una hospedería que se hallaba en la actual parroquia San Juan, que entonces era un despoblado, en el camino a los valles de Aragua. Nuestra Señora de las Mercedes ha sido reconocida Virgen Redentora de cautivos, patrona de la mariana ciudad de Caracas, por el Cabildo de Venezuela en 1638. Se la invocó como patrona de la ciudad, en una célebre plaga de la ahorra del cacao, deliberando el Cabildo “que convenía tomar y elegir un Santo por abogado que interviniese por Dios N. S. en las plagas”. Desde esa época existía la llamada limosna o diezmo del cacao que todos los agricultores aportaban de sus cosechas, costumbre que ha caído en desuso.

     El terremoto de 1641 arruinó la hospedería y sobre las ruinas se quiso levantar una iglesia; obras que fueron interrumpidas por no tener las licencias, por orden del Ilmo. Sr. Don Fray Mauro de Tovar, Obispo. En 1642 se recibieron las licencias, pero no se empezó a construir el convento hasta en 1651, en un arrabal de la ciudad. En 1681 se trasladó el convento a la represa del Catuche, en la prolongación de la calle de San Sebastián. El 21 de octubre de 1766, la veleidosa naturaleza temblaba de nuevo a las 4 de la mañana, pero no pereció ningún habitante, lo que se atribuyó a especial protección de la Virgen, cuya imagen se encontraba de visita en la Catedral. 

     Esta imagen era la primitiva llamada “La Guaricha”. Después de las reparaciones en el templo, fue llevada a su iglesia y el Cabildo regaló una hermosa plancha o tarjeta de plata con labores doradas, estilo barroco, que se coloca todos los años a los pies de la Virgen en la fiesta conmemorativa. Desde 1766 la Virgen de las Mercedes es reconocida además Patrona de los terremotos. Antes de 1812, el templo era el mejor de Caracas y el edificio era llamado “Casa Grande”. Constaba de tres naves y diez altares. Por esa época Don Andrés Bello visitaba con frecuencia el convento donde hizo sus estudios de humanidades con las lecciones de Fray Cristóbal de Quesada. Sabido es que su tío materno Don Ambrosio López era mercedario.

     El terremoto de 1812 produjo la muerte de la mayor parte de los frailes. Las ruinas persistieron hasta que se demolieron completamente y desde entonces se separaron la iglesia, la residencia y los jardines. La reconstrucción del templo se debe a los esfuerzos del Pbro. Jacinto Madelaine que no tuvo la dicha de ver terminada su obra, pues murió en 1856 y el edificio fue abierto al público en marzo de 1857. El padre Madelaine fue enterrado a los pies del altar de la Virgen.

     Otras obras se realizaron por disposición del 21 de setiembre de 1883, del general Antonio Guzmán Blanco, según planos del arquitecto señor Juan Hurtado Manrique. En dicha disposición se ordenaba la compra de sillas, ternos, araña de 24 luces, de un órgano, del altar mayor y de otras imágenes de Nuestra Señora de las Mercedes y de Jesús Crucificado.

     El general Joaquín Crespo también dispuso que un altar que se había traído de París fuese destinado a la Catedral y el que había en ésta, se instalase en Las Mercedes. El que había en esta última fue llevado a la iglesia del Corazón de Jesús. Las torres fueron construidas en 1886. En cuanto a la primera imagen, leemos en Arístides Rojas que “aguijoneados los caraqueños por la vanidad, se cansaron de la antigua imagen y resolvieron adquirir una escultura cuyo modelo fuese caraqueño, estimando que ninguna imagen traída del extranjero debería ser reverenciada, sino otra fabricada en el suelo patrio. Fue entonces cuando se colocó la imagen llamada “La Grande” y la primitiva confiada a la señora Mercedes Toro de Jugo Ramírez. El altar de estilo bizantino constaba de cuatro columnas y las cuatro virtudes teologales. En 1891 se autorizó a los PP. Capuchinos su entrada en Venezuela para la civilización de los indios de la Goajira y Guayana. Vinieron a iniciativa del Iltmo. Sr. Uzcátegui y les fue cedido el rectorado de la iglesia. En 1895 se les cedía la iglesia misma con sus dependencias, siendo superior el R. P Francisco de Amorabieta.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Ruinas de la iglesia de Las Mercedes, tras el terremoto de 1812. Óleo sobre tela, Ferdinand Bellerman. Colección Museo Estadales, Berlín, 1844.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Dibujo de Ramón Bolet Peraza, 1878.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

Vista de la iglesia Las Mercedes desde la esquina de Mijares, en Caracas. Al fondo, el cerro Ávila.

     En 1898 Caracas sufrió una intensa epidemia de viruela y los Capuchinos dieron una muestra más de su constante celo, mereciendo que el Gobernador les diese un solemne voto de gracias, así como a las Hermanas de San José de Tarbes, por la asistencia personal eficaz y graciosa cooperación prestada al Gobierno. En 1893 y 1898 se ejecutaron diversas reformas y se aumentó la colección de imágenes con otras traídas de Barcelona de España: San José, regalo del doctor Rojas Paúl; el Nazareno con su Cruz, bellísima escultura regalada por doña Manuela Gorrondona de Power; Santa Teresa de Jesús, regalo de la señora Pilar de Sabater; San Lorenzo de Brindisi, donación de la familia Cabrera.

     En 1899 se hicieron mejoras en el interior y el decorado fue ejecutado bajo la dirección del señor Corrado.

     La construcción de la gruta de la Virgen de Lourdes fue decidida en 1898 por el R. P. Baltasar de Lodares, Superior de la Residencia. Fue construida por Pedro Barnola, maestro de obras y Terciario franciscano, bendecida el 30 de octubre de 1898, ensanchada en 1900 por cesión del terreno que hizo el Concejo Municipal. La verja exterior fue armada en 1900.

     En 1909 se restauró la fachada. El pintor Agüin fue el autor del cuadro de grandes dimensiones representando el Tránsito de N. S. P. San Francisco que se encontraba en el presbiterio. Una nueva imagen de las Mercedes fue colocada, regalo del doctor Márquez Bustillos. La actual fachada es de estilo Renacimiento, con 8 columnas dóricas, un escudo de la Merced en el tímpano y dos torres estilo corintio.

     Hay un cuadro del “Sermón de la Montaña” ejecutado por Antonio José Carranza; otro sin terminar, “El Misterio de la Anunciación”, por Mauri; otro de “La Huída a Egipto”. Otros cuadros representan a San Ignacio, San Francisco de Paula, la Magdalena, Santo Domingo de Guzmán. El órgano fue traído de Francia, regalado por la señora Rosaura de Santana, y fue consagrado el 17 de septiembre de 1914 por el Obispo del Zulia doctor Arturo Celestino Álvarez.

     En el templo han sido sepultados, además del R. P. Madeleine, en 1872 Don José Rafael Revenga y otras personas de su familia, Don Gerardo Monagas, hijo del general José Gregorio Monagas, el general Francisco Conde, el General José María Otero Padilla. En las torres hay cuatro campanas de 1754 y 1799 del primitivo convento y dos modernas. En la biblioteca de los Padres se cuentan más de 4.000 volúmenes y un hermoso museo de Historia Natural. En esta iglesia se han verificado siempre grandes solemnidades, una de las más señaladas es la de la Virgen del Valle. Los PP. Capuchinos fundaron la V. O. T en 1894. También tuvo lugar en esta iglesia el primer homenaje en Caracas a Santa Teresita del Niño Jesús el 30 de septiembre de 1925. La estatua en la parte superior del frontis es de singular belleza. LA iglesia está actualmente vacía por reformas completas del interior”.

Historia de la iglesia de San Francisco

Historia de la iglesia de San Francisco

Su nombre real es «Iglesia de la Inmaculada Concepción», pero por el hecho de haber estado ahí los Sacerdotes Franciscanos, se le ha llamado desde hace varios siglos “Iglesia de San Francisco”, dando nombre incluso a la esquina en donde se encuentra ubicada, en la avenida Universidad, en el casco central de Caracas. En 1956, esta edificación fue declarada Monumento Nacional.

Por José Manuel Castillo

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

El nombre original de la Iglesia de San Francisco es el de la Inmaculada Concepción.

     “Por documento existente en la antigua Contaduría Matriz de Caracas, se sabe que los frailes franciscanos llegaron a esta ciudad en julio de 1577, con orden expresa del rey Felipe II, de fundar un Convento cuya construcción costearía el real Erario.

     También existe una referencia próxima de la fundación del Templo de la inmaculada y convento de San Francisco, hecha por el 1583, en la que el entonces gobernador, Don Juan de Pimentel, decía: “En esta Ciudad de Santiago de León, hay un Monasterio de San Francisco de tapias (no durables), comenzóle a fundar Fray Alonso Vidal, que vino de Santo Domingo con otros frailes, tres años al dicho efecto, en cuya fundación hallóle Fray Francisco de Arta, Comisario que por orden de Su Majestad vino con siete religiosos, y él ocho, los cuales están de presente en este Monasterio y en las doctrinas de los naturales”.

     El de San Francisco fue el segundo convento fundado en Caracas; y al templo construido junto a él, se le dio por nombre, la Inmaculada Concepción.  

     De manera pues, que la auténtica denominación del hoy llamado templo de San Francisco es el de la “Inmaculada Concepción”, por ser esta, el Titular con que fue erigida dicha iglesia, prueba palpable de ello es, que la imagen matriz del Retablo Mayor, es de la Inmaculada; y de las tres estatuas que exornan la fachada, es la misma virgen, la que ocupa la repisa central.

     Fue una de esas transformaciones impensadas, tan propias de la índole venezolana, que se dio en llamar templo de San Francisco a dicha iglesia, por haberla fundado y servirla, los frailes franciscanos, hecho este, que bastaba por sí solo para darle ese apelativo. Mas como la costumbre se hace ley, usaremos la conocida y ya insustituible denominación, para la que fuera en su erección iglesia de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

     Para 1595, era conocido el templo y el convento de San Francisco, que llevaba el título de Máximo, pues llegó a albergar en su recinto, hasta ochenta religiosos. De este, como de los varios conventos que fundaron los Franciscanos en la Provincia de Venezuela, salían los frailes llamados “doctrineros”, encargados de catequizar a los indios.

     Buena parte de los gastos de la fábrica del templo y convento los sufragó la Orden Tercera de San Francisco, Hermandad fundada allí en 1648. Esa Hermandad hizo construir en el testero del templo, una recia bóveda subterránea con nichos en la pared, para enterrar allí a los difuntos miembros de dicha Orden.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

El 14 de octubre de 1813, en la Iglesia de San Francisco, la Municipalidad de Caracas, a nombre del pueblo, confirió a Simón Bolívar el título de “Libertador” y Capitán General de los Ejércitos de Venezuela.

     Del antiguo convento franciscano, se conserva hoy, entre otros, un libro manuscrito existente en la Biblioteca Nacional, que lleva el siguiente encabezamiento “Becerro o Protocolo de las Memorias que sirve este Convento Grande de la Sma. Concepción de Nuestra Señora de esta Ciudad de Caracas, mandado hacer el año de 1773; hojado, formado y escrito, por Fray Manuel de Jesús Nazareno, religioso lego. . .”

     El protocolo, Becerro o Libro de Memorias, era uno de los varios Libros que se llevaban en los Conventos y en el que asentaban las dádivas y contribuciones de sus fieles para dotar las Capillas de las Iglesias; patrocinar el culto de una nueva advocación y en general para los menesteres del templo. Dichas memorias contienen también las disposiciones testamentarias de los fieles pudientes que dotaban alguna obra piadosa, o fundaban misas perpetuas o conmemoraciones religiosas anuales.

     Las tres estatuas de mármol que exornan aun la fachada de San Francisco, datan de 1655 y fueron donadas al templo por el castellano Don Juan de Agudelo.

     Dichos mármoles corresponden a la Inmaculada, Titular de la iglesia; a San Juan Bautista, santo del nombre del donante; y a San Francisco, patrón de la referida fundación. Diversos hechos históricos han ocurrido en el templo y convento de San Francisco, conservándose de ellos, preciadas reliquias o gloriosos recuerdos. . . 

     En las bóvedas del templo, reposan entre los otros notables de la época, los restos del penúltimo Gobernador y Capitán General de la Madre Patria en Venezuela, Don Manuel de Guevara y Vasconcellos, allí depositados en 1806.

     Se conservan también un pedazo de madera, de la Cruz que el Maestro Nazareno llevó sobre sus hombros; y la secular y venerada imagen de la Soledad, cuyos perfiles delicados, despiertan la mística unción de los creyentes, propiciando la educción ingenua de las férvidas plegarias.

     La comunidad franciscana que además del convento, hacía el servicio del templo, se disolvió en 1893, fecha en que un drástico decreto ejecutivo, hizo cerrar las puertas del Convento. Erigióse entonces el templo en Iglesia Secular, quedando al cuidado de un fraile llamado Carlos de Arrambide, quien estuvo en ella hasta 1882, fecha de su muerte. Entonces, pasó a manos del recordado Padre Calixto, quien con ayuda del gobierno hizo la refacción del local, cambiando el primitivo piso de ladrillos por un embaldosado de mármol. Se abrieron dos puertas laterales en el hastial, ya que n o tenía sino una desde su fundación.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

El retablo del Altar Mayor es del siglo XVIII, considerado una obra del arte barroco, y uno de los más hermosos del país, por su diseño y su forma.

     Después de salidos los frailes del Convento Franciscano, fue instalado en su amplio recinto el célebre Colegio Independencia, fundado por don Feliciano Montenegro Colón, insigne educador venezolano, quien al igual que José Ignacio Paz Castillo, Juan José Mendoza, Agustín Aveledo, Juan Vicente González y muchos otros, contribuyeron eficazmente al desarrollo cultural de Venezuela.

     Más adelante tuvo asiento allí mismo, el Palacio de Justicia, que fue luego trasladado al edificio que hoy ocupa.

     También, durante algún tiempo, el Congreso Nacional, celebró sus sesiones en el local del antiguo Convento Franciscano, hasta que en 1856 separado el Seminario Tridentino de la Real y Pontificia Universidad, creada por real cédula en 1775, pasó ésta a funcionar en los claustros de San Francisco.

     A medida que se normalizó la vida ciudadana, el incremento cultural fue mayor en Venezuela, creándose nuevas cátedras en la Universidad y fundándose Planteles Privados y Nacionales, para atender a los requerimientos educacionales del país. Si no existieran múltiples motivos, solo por el hecho de habérsele otorgado el glorioso título de Libertador a Simón Bolívar, merecería la iglesia de San Francisco, ser tenida como preciosa reliquia histórica.

     En aquel ámbito, donde hasta entonces solo se habían escuchado los acordes de los cánticos piadosos o el rumor de las fervientes oraciones, resonó con claridad desconocida la diana augusta de la Libertad, para anunciar al mundo, la coronación del Hijo Predilecto de la Gloria, Bolívar.

     Ese 14 de octubre de 1813, la Municipalidad caraqueña, presidida por el doctor Cristóbal Mendoza, y en representación del pueblo venezolano, aclamaba a Bolívar, Libertador.

     En aquella ocasión tan singular dijo Bolívar entre otras cosas: . . . “Me aclamáis Capitán General de todos los Ejércitos y Libertador de Venezuela, título más glorioso y satisfactorio para mí, que el cetro de todos los imperios de la tierra. . .” Y luego, en un bello gesto de generosidad y justicia, Bolívar instituyó la “ORDEN DE LOS LIBERTADORES” y condecoró los pechos valientes de Rafael Urdaneta, José Félix Rivas, Vicente Campo Elías, Luciano D’Elhuyar y otros soldados patriotas. . . Así retribuía el Pueblo, los servicios abnegados de sus hijos heroicos y de su Libertador.

     Al año siguiente, el 2 de enero, ese mismo Bolívar a quien el pueblo había aclamado por Libertador, iba de nuevo al recinto Franciscano a hacer la más genuina instauración de principios democráticos, pues siendo Jefe Supremo, daba cuenta del uso de poderes y del grande título con que la Soberanía Popular lo había investido.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

Las tres estatuas que adornan la fachada son de la virgen de la Inmaculada Concepción.

     En esta nueva y memorable ocasión, el corazón del Padre se volcó en pleno en el corazón de su Pueblo, para instarle a escoger sus propios gobernantes; a elegir y disponer soberanamente su propio camino. . . Por eso, las palabras pronunciadas entonces por Bolívar, son un saludable consejo paterno que enrumba y despeja caminos y una sabia admonición para pueblo y gobernantes. . .  “Yo no soy, decía, el Soberano; vuestros representantes deben hacer vuestras Leyes. . . La Hacienda Nacional no es de quien os gobierna. . . Los depositarios de vuestros intereses deben mostraros el uso que han hecho de ellos. . .” Lección de perenne actualidad histórica y social, encierran estas palabras del Libertador.

      Después de los Informes y Cuentas rendidos por conducto de sus ministros, Bolívar rehusó aceptar el oneroso título de Dictador, pues al asumir el mando en calidad de tal, debería cuidar con más esmero de no menguar su primero y glorioso título. Por ello, esa era la más dura prueba de lealtad que exigía el Pueblo a su Libertador, quien, guiado siempre por el más sincero desinterés y el más alto ideal de libertad, supo ser buen Dictador, sin desmedro de su gloria. Fue así, como a través de las más críticas situaciones, nunca abusó en perjuicio ajeno de la patria, del poder omnímodo que se le había otorgado.

     Muerto el Padre Calixto, que fue el último Capellán de San Francisco, pasó el usufructo de dicho templo a manos de los Padre Jesuitas.

     De medio siglo para acá, pocos han sido los hechos dignos de mención histórica, que han ocurrido en San Francisco, contándose con digno relieve la pomposa conmemoración del centenario de la traída de los restos del libertador, efectuada en 1942, bajo la presidencia del general Isaías Medina Angarita.

      Acerca del interés histórico de las lápidas y objetos que se encuentran en las bóvedas de San Francisco; poco es en verdad lo que podemos decir, por no encontrarse en dicho templo, el catálogo de los personajes allí enterrados, que hizo el padre Calixto González; y los Libros de Gobierno de dicha iglesia y del extinguido Convento Franciscano que probablemente reposan en el archivo de la Metropolitana o de la Curia, según nos dio a entender el reverendo padre Pedro Pablo Barnola hace dos años, cuando fuimos en busca de datos para la presente crónica”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Castillo, José, Manuel. “San Francisco”. En: El Nacional. Caracas, 10 de septiembre de 1949; última página
La casa de Humboldt en Caracas

La casa de Humboldt en Caracas

Ubicada frente al Panteón Nacional, en la calle oeste 9, avenida Norte, número 91, en ella vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800. El historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño, Arístides Rojas (1826-1894), publicó a finales del siglo XIX un interesante trabajo sobre esta histórica casa, el cual transcribimos a continuación.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

     “¡HUMBOLDT, siempre Humboldt! . . . He aquí el tema espontáneo, fecundo, inagotable que inspira nuestra pluma por una vez más. ¿Qué tiene este nombre siempre propicio, siempre elocuente en toda ocasión en que la memoria lo evoca para dedicarle algunas líneas? Para nosotros, venezolanos, Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Hay algo más todavía que os hace fraternal su memoria: es la historia de la familia, porque cuando ésta ha vivido aislada, sin contacto con el mundo social, con el arte, con la ciencia; cuando ella no ha tenido por compañeros sino su cielo, sus montañas y sus ríos, su naturaleza virgen, ansiosa de encontrar el hombre que descifrara sus grandes enigmas o del artista que interpretara sus variados panoramas, entonces es cuando la visita del primer huésped ilustre deja en la atmósfera del hogar un recuerdo inefable que se transmite de padres a hijos.

     Un día, en aquellos en que el comercio del mundo estaba cerrado a nuestras costas, en que la presencia del hombre europeo era un acontecimiento para nuestros pueblos, en aquellos en que vivíamos sin prensa, sin comunicaciones que nos enseñaran el progreso del mundo, aislados, silenciosos, viviendo como una caravana del desierto, sin más testigos que la naturaleza, pisó Humboldt nuestras playas. Llegaba vestido de pasaportes reales y armado, no con la espada del mandarín, espíritu pasivo, en cuya conciencia obraban, en aquella época, más las órdenes escritas que las necesidades de los pueblos, sino con los instrumentos de la ciencia, de la benevolencia del sabio, de la justicia del espíritu cultivado, del amor a la humanidad. Llegaba como el legítimo intérprete de una naturaleza fecunda que hasta entonces ningún viajero había explorado.

     A su encuentro le salió el rústico labriego y presentóle, bajo la techumbre de sus cocales de oriente, leche de su rebaños, que el viajero bebió en jícaras indianas; y el misionero, patriarca de las selvas, les ofreció, en seguida, bajo las verdes enramadas del monasterio, la fruta sabrosa de la fértil zona; en tanto que el viejo hidalgo, con la caballerosidad de sus progenitores, espontánea, franca, dadivosa, sin desmentir la nobleza de su raza, descubierta la cabeza, tendióle la mano amiga y le introdujo en el salón de la familia venezolana, en la cual la gracia sobrepuja la cultura del espíritu, e impera el corazón sobre la inteligencia. Humboldt quedó, desde entonces, instalado. Todo le pertenecía; el cariño de la familia, la admiración de los pueblos, el agasajo de las autoridades españolas: le pertenecían también la naturaleza, cielo y tierra que le habían aguardado durante siglos. Desde entonces, data la veneración que se conserva como un talismán en la historia de nuestro hogar. Fue su voz, voz de aliento; en sus obras nos dejó enseñanza provechosa; con su amistad, honra; gratitud en sus recuerdos, siempre rejuvenecidos, aun en sus días de ocaso. Ni la infidelidad ni la inconstancia, ni el olvido en toda ocasión en que se ocupó de Venezuela, porque al estampar en sus inmortales cuadros el nombre de ésta, fue siempre para honrarla, pagando así tributo de justicia y de admiración al primer pueblo que visitó y cuya imagen fue inseparable de su memoria. He aquí porqué le amamos.

     Hace ya setenta y siete años que Humboldt visitó a Caracas. Esta ciudad era la segunda del continente que conocía, pues antes había estado en la de Cumaná. En otro escrito (Recuerdos de Humboldt) hemos dicho que el corazón del joven explorador se llenó de sombría tristeza al atravesar las calles silenciosas de la Caracas de 1800; pero que aquella impresión se desvaneció cuando dejando la casa del conde de Tovar, donde estuvo por algunos instantes, se instaló en la que le había conseguido el capitán general Vasconcelos, en la plaza de la Trinidad.

     En el ángulo donde la calle Oeste 9 corta la avenida Norte, frente al Panteón Nacional, hay unos escombros que sirven de azotea a la vecina casa número 91 de la avenida Norte. La antigua puerta, que hoy es el número 1 de la calle Oeste 9, está tapiada hasta la mitad, pero se conserva el friso de vetusta arquitectura. Las ventanas han desaparecido en ambos lados de las ruinas, y solo muros de piedras, ennegrecidos por el tiempo y cubiertos de paja, indican las antiguas paredes de un edificio. Las salas están al aire libre, y en el suelo de ellas se levantan bosquecillos libres de arbustos conocidos que se han desarrollado al acaso, o sembrados quizá por mano amiga. Algodoneros cubiertos de rosas de oro, granados con flores color de escarlata, papayos y cañas de bello porte levantan sus copas y se mezclan con otros arbustos, mientras que, en la parte terrosa de los muros, gramíneas y tillandsias crecen entre las grietas abiertas por la acción del tiempo. Todo ese conjunto forma un gracioso paisaje cuyos únicos habitantes son, el pájaro viajero, que todas las mañanas desciende de la vecina montaña, el insecto nómade que liba la miel de las flores, el lagarto que fabrica su cueva al pie de los muros. ¡Sabia naturaleza! se desarrolla, espontánea, sobre las ruinas de las ciudades, sobre los despojos humanos, sin cuidarse de la historia, que es obra de un día; pero que le deja osarios, abono preparado por el arte para nutrición de los nuevos seres que aquella tiene en ciernes.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Lo que ella necesita es un terrón de tierra donde depositar el germen fructífero, una rama donde pueda el ave fabricar su nido, una grieta segura donde el ofidiano guarde sus huevos, una hoja donde pueda la crisálida aguardar la hora de la emancipación.

     Para el viandante que pasa todos los días por estos escombros ellos no tienen significación alguna: son una de las tantas casas en ruinas, recuerdos de la catástrofe de 1812. Pero para el hombre que conoce los pormenores de la estadía de Humboldt en Caracas, aquellos representan una época, un nombre preclaro, porque hace setenta y siete años que en esta casa hubo una constante recepción, porque en ella moró durante dos meses, el hombre más extraordinario del siglo, Alejandro de Humboldt.

     ¡Cuántos sucesos verificados en Caracas, después que la visitó Humboldt en 1800! A los seis años bajó al sepulcro Vasconcelos, el amigo oficial del sabio, el cual honró a España honrando al recomendado por el monarca castellano. Dos años más tarde, comienza a prender la chispa revolucionaria que produjo el incendio de 1810. En 1812, viene al suelo la ciudad de Losada, y un montón de ruinas la convierte en osario. Cayeron los principales templos, entre estos, el que estaba frente a la casa de Humboldt, no quedando sino las paredes, la columna que sostebía las armas de España y también la horca que estaba en la plaza. Todo fue desolación en torno a la casa del sabio: sepultadas quedaropn las tropas en el cuartel de San Carlos, en la calle Oeste 9, y las que estaban al sur de la misma casa en el parque de artillería. La ciudad de 1800 había desaparecido casi en su totalidad.

     Sesenta y cinco años han corrido, y ya Caracas esta otra vez en pie; pero la casa de Humboldt permanece aun en ruinas. Estas recuerdan no solo días de llanto y de tribulación, sino también la historia de nuestras guerras, la acción del tiempo sobre la naturaleza, el cambio de nuestra civilización, el renacimiento de la antigua ciudad, la mano benefactora del hombre. No es la Caracas de 1877 la Caracas de 1800. Todo ha cambiado. 

     El Ávila ha visto desaparecer sus bosques y agotar sus aguas. Talado fue el bosquecillo que a espaldas de la casa de Humboldt , sirvió a éste en sus horas de meditación, y de los viejos árboles del Catuche, solo se conserva el Samán del Buen Pastor. La famosa calle de cinco leguas que, desde la casa de Humboldt, unía a Caracas con el mar, según el parte del gobernador Osorio al monarca de España en 1595, esta destruída, conservando aun sus desagües y algunos pedazos. Obra admirable fue esta calle sólidamente empedrada, que conducida al través de una cordillera, ha resistido a la acción del tiempo. El Castillejo de la Cruz, al comenzar la subida a La Guaira, está aun en ruinas y en ruinas las fortalezas del camino que dejaron pasar, en su retirada, a los filibusteros de Preston en 1595. La antigua torre de 1800, fue rebajada en 1812. El Convento de San Francisco, donde reposan los restos de Vasconcelos fue convertido en universidad y museo, y en mercado público, el de San Jacinto.

     Desaparecieron los antiguos monasterios de monjas y fueron substituidos por edificios modernos, ornato de la ciudad. El Templo de la Trinidad se ha transformado en Panteón Nacional, y al osario de 1812, descubierto durante muchos años, sucedió el osario histórico, oculto bajo el pavimento.

     Allá, al noreste están las ruinas de San Lázaro, donde Humboldt fue obsequiado en repetidas ocasiones. Con el pretexto de fundar un lazareto, levantaron los españoles un palacio, que a veces fue lugar de orgías; pero el tiempo que es el reparador de todas las faltas, ha dejado en escombros al Lazareto del deleite, mientras Antonio Guzmán Blanco ha levantado al pie de las ennegrecidas ruinas el Lazareto de los desamparados. La escabrosa colina del Calvario, lugar histórico donde defendieron con heroico valor su nacionalidad Terepaima, Caricuao, Conocoima y demás tenientes de Guaicaipuro, contra el invasor castellano, se ha convertido en jardines, con juegos de agua surtidos por el río Macarao, nombre de aquel cacique que en este mismo lugar detuvo las huestes de Losada; y sobre la roca solitaria donde Paramaconi desafió al jefe de sus contrarios a un combate personal, se levanta hoy la estatua de Guzmán Blanco. Ya todos los templos derribados por el terremoto de 1812 están reconstruidos, salvadas las antiguas zanjas de la ciudad por nuevos puentes, reedificadas las casas, abiertos los caminos. Talado fue el cedro de Fajardo, a orilla del Guaire, visitado por Humboldt; pero aun existen los cipreses seculares de la vecina Basilica de Santa Teresa. Refieren que cuando Humboldt salía de Caracas, le preguntaron sus amigos, cuándo regresaría: y que el gran sabio contestó, con calma: “Cuando esté cocluido el templo de San Felipe”. Hace pocos meses que fue concluida esta obra y ya Humboldt tiene diez y siete años en el sepulcro. Así pasa el tiempo, que resuelve todos los enigmas.

     Al pie del Pavila yacen los huesos de dos generaciones, y donde sucumbieron los patriotas al hacha sanguinaria en las noches pavorosas de 1814 a 1817, se levantan cruces y obeliscos circundados de árboles. De los amigos de Humboldt, todos desaparecieon unos en el campo de batalla, otros en el ostracismo, otros en la miseria, y solo uno se ha conservado en la historia: Bolívar y que está de pie en el Panteón, y a caballo en la plaza donde fue levantada sobre una picota la ensangrentada cabeza del vencedor de Niquitao.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

     Como hemos dicho, desde la plaza del Panteón hasta La Guaira construyeron los castellanos en 1595 una calle de cinco leguas. Esta entrada a la ciudad fue la única que quedó después del terremoto de 1812, por hallarse toda la parte alta de la población reducida a escombros hacinados. Las ruindas de la casa de Humboldt fueron por lo tanto testigos de cuanto por ella pasó y ha pasado durante setenta y cinco años. Por esos escombros pasó Bolívar después de su derrota en 1812; y por ellos pasaron también Miranda y Bolívar, cuando en la misma época salieron fugitivos. Por esos escombros pasó Morillo en 1815 y pasaron Morales, Moxó, Cagigal. Por esas ruinas pasó Bolívar en 1821, cuando llevaba en mientes la libertad del continente, y por esas ruinas salía en 1827, después de haber realizado su obra inmortal. Le aguardaban los sucesos de 1828 y 1829 y el ostracismo de 1830. Pero le estaba reservada que por las mismas ruinas pasarían sus restos doce años más tarde, conducidos en hombros de sus compañeros y veteranos de qjuince años de infortunio y de gloria.

     Fue una tarde, 16 de diciembre de 1842. Los últimos rayos del sol en occidente se reflejaban sobre la Silla del Ávila cuando el tañido de todas las campañas anunció a la ciudad que los restos del Grande Hombre entraban al suelo natal. 

     Miles de almas llenaban las avenidas Sur y Norte, la plaza del Panteón y la prolongada calle que se extiende hasta el Templo de La Pastora. Banderas, oriflamas, pendones enlutados, trofeos de guerra, pebeteros, se levantaban en toda la carrera por donde debía pasar el fúnebre cortejo. Aquella población flotante iba y venía como dominada por un sentimiento extraño: pero cuando el cañón anunció a la población que los despojos del Libertador habían pasado la antigua puerta de la ciudad, lágrimas silenciosas brotaron de todos los ojos, y en actitud imponente todas las cabezas se inclinaron a proporción que pasaban los restos mortales del mártir de Santa Marta.

     Un arco colosal, frente a las ruinas de Humbodt, teniendo los nombres de cien batallas y de los compañeros de Bolívar, dominaba la carrera de la procesión que iba a efectuarse en el siguiente día. Más atrás del arco se destacaban las ruinas del Templo de la Trinidad, que para aquel entonces estaban pobladas de arbustos y de huesos, restos de las víctimas de 1812. Bolívar debía esta noche reposar enfrente de la casa de Humboldt, en una modesta ermita que servía de templo hacía algunos años. Cuando desapareció el sol ya el libertador estaba en su capilla ardiente, acompañado de sus veteranos. ¿Quién podría describir las impresiones de aquella noche transitoria, precursora de un gran día, y ese estado del alma, en que el sueño huye, porque el corazón presiente?. . . Al amanecer del 17, los primeros rayos del sol fueron saludados por el toque de los clarines, por la música marcial y la población en las calles, en las ventanas, en los escombros, en las azoteas, vio desfilar y acompañó a Bolívar muerto.

     Treinta y cuatro años han pasado, y Bolívar, después de haber permanecido durante este lapso de tiempo en la tumba de sus antepasa, ha vuelto de nuevo, 28 de octubre de 1876, al sitio donde reposó en la noche del 16 de diciembre de 1842. Ha vuelto, no a la capilla mortuoria que ha desaparecido, sino al Panteón Nacional que ha substituido al antiguo Templo de La Trinidad. En este recinto todos los muertos están ocultos, solo Bolívar está visible presidiendo este osario histórico donde reposan sus compañeros de gloria.

     En tanto la casa de Humboldt permanece en escombros, y las especias vegetales y animales se suceden, cambiándose el paisaje.

     Esas ruinas ¿qué aguardan?. . .  ¿Quién abrirá esa puerta por donde entró Alejandro de Humboldt? ¿Quién renovará la tierra de esas paredes, tostadas por el tiempo? ¿Quién techará esas salas donde estuvo la generación de 1800? ¿Cuántos sucesos importantes se sucederán antes que ellas vuelvan a lo que fueron? Aguardemos; entre tanto el pájaro viajero continúa sus visitas matutinas buscando los granados floridos, el lagarto está en sus grietas calentando sus huevecillos y la crisálida, en su hoja, aguardando la hora de la emancipación.

Caracas se modernizó con los tranvías eléctricos

Caracas se modernizó con los tranvías eléctricos

El desarrollo del sistema masivo de transporte público en la ciudad de Caracas se acerca a los 120 años. A finales del año 1906, los poco más de cien mil habitantes que tenía la capital venezolana, comenzaron a hacer planes para movilizarse en modernos vehículos eléctricos, servicio que estuvo en actividad entre 1907 y 1947.

El 15 de enero de 1907, se inauguró en Caracas el sistema de transporte de tranvía eléctrico. La primera ruta fue entre Los Flores (Puente Hierro) y El Valle.

El 15 de enero de 1907, se inauguró en Caracas el sistema de transporte de tranvía eléctrico. La primera ruta fue entre Los Flores (Puente Hierro) y El Valle.

     La empresa Tranvías Eléctricos de Caracas comenzó a hacer pruebas con sus vagones marca Stephenson en octubre de 1906 e inició operaciones al sur de la ciudad, entre las estaciones de Las Flores y El Valle, el 15 de enero de 1907, marcando así un hito en la historia del transporte urbano en Venezuela.

     Antes de este novedoso sistema, la población caraqueña empleó los tranvías de tracción animal, guiados por un cochero que se encargaba de tratar muy bien a los caballos, los llamaba por su nombre, les daba instrucciones de avanzar o detenerse y les colocaba grandes piezas de gruesa tela de colores para protegerlos de la lluvia, así como cascabeles en los arneses, los cuales hacía sonar cuando los carros se aproximaban a las estaciones.

     Pero con la entrada del siglo XX, la electricidad acabó con el negocio. Las empresas Tranvías Bolívar y Tranvías Caracas, fundadas en las dos últimas décadas del siglo XIX. La primera cubría la ruta entre la plaza Bolívar y Palo Grande, y luego abrió otra línea de circulación entre Caño Amarillo y Quebrada Honda, mientras que la segunda ofrecía servicios entre La Pastora, Puente Hierro, El Paraíso y Palo Grande, se vieron obligada a cerrar, e incluso pusieron en la venta los animales. Comenzó así una nueva etapa en el transporte colectivo capitalino. 

     Al iniciar actividades en 1907, la compañía Tranvías Eléctricos de Caracas ordenó 30 tranvías eléctricos. Eran modelos con escaleras de ocho peldaños para acceder y las dimensiones adecuadas para recorrer las curvas cerradas de las angostas calles de la ciudad: 7,3 metros de largo por 1,6 metros de ancho.

     Tan orgullosos estaban los caraqueños de las bondades de su nuevo sistema de transporte, que desarrollaron una suerte de “cultura del tranvía”, al igual que ocurrió a finales del siglo XX, cuando abrió operaciones el Metro de Caracas.

     Las empresas a cargo de los tranvías los mantenían pulcros y en perfecto estado de funcionamiento. Operadores y colectores siempre estaban muy bien uniformados. El pasaje mínimo tenía un costo de 0,25 céntimos (medio) y la ruta que llegaba hasta la parroquia foránea El Valle tenía tarifa de un real o 0,50 céntimos.

     A continuación, ofrecemos interesante reportaje, publicado en la edición de la revista “El Cojo Ilustrado” del 1 de julio de 1908, en el cual se ofrecen interesantes detalles técnicos de los equipos, dirección de oficinas y de orden administrativo de la compañía que manejaba las operaciones de los tranvías caraqueños.

     “Publicamos hoy diversas fotografías de los edificios y líneas de los Tranvías Eléctricos de Caracas. Esta Empresa representa un progreso efectivo en el ornato y en la comodidad del tráfico de la capital; y durante los meses que tiene funcionando han podido apreciarse las numerosas ventajas que ofrecen y la ausencia de inconvenientes que se hubieran podido tener.

Cada tranvía de Caracas tenía una ruta específica y la central estaba ubicada en la plaza Bolívar.

Cada tranvía de Caracas tenía una ruta específica y la central estaba ubicada en la plaza Bolívar.

No siendo posible usar los tranvías ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales.

No siendo posible usar los tranvías ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales.

     El edificio construido por la Empresa en la Avenida Este consta de las oficinas de la Compañía, una sala de maquinarias; un vasto salón con diversos baños para el uso de los empleados de las líneas; un depósito para los carros y vastos talleres.

     En la sala de maquinarias están montados los tres generadores de la corriente directa, que es la que mueve los carros. Cada generador es de 150 kilowatts y la corriente sale con una tensión de 550 voltas; posee dos motores distintos –uno movido por la corriente que viene de El Encantado, y otro que usa como combustible el petróleo crudo– cada uno de 240 caballos de fuerza. Además de los dos tipos de motor, la estación generadora está provista de una batería de acumuladores, que consta de 260, con una capacidad suficiente para mover los carros dos horas en el caso fortuito de un accidente en las maquinarias. De este modo la estación resulta compleja; pues está montada con suficiente maquinaria de reserva para remediar cualquier obstáculo y evitar toda interrupción del servicio.

     Los depósitos tienen un espacio suficiente para contener 30 carros, con una fosa debajo de dos de las vías para el examen y composición de los frenos y motores de éstos. Los talleres están compuestos de carpintería, salón para la pintura de los carros, herrería y taller de mecánica. En este último están montados 2 tornos, máquina de taladrar, ruedas de esmeril, prensa hidráulica para quitar las ruedas, etc.

     La vía permanente y las líneas aéreas están construidas con el mejor material y con los últimos adelantos de la industria.

     No siendo posible usar los carros ordinarios en las angostas calles de Caracas fue preciso construir unos especiales; pero después de muchos estudios se ha logrado obtener un tipo adecuado a las necesidades de la ciudad, y elegante al mismo tiempo. Están construidos de una madera de la India, «Teak», la cual es a prueba contra los insectos. Cada carro está provisto de dos motores de 75 caballos de fuerza los dos; y en vista de las fuertes pendientes de las calles, tienen un freno eléctrico, además del freno de mano. Los fabricantes de los carros son Milnes Voss & C°. de Inglaterra.

     La Junta directiva de la Compañía está compuesta de los señores Doctor Nicomedes Zuloaga, Edgar A. Wallis, Albert Cherry y E. H. Ludford, Gerente. El capital de la empresa es de Bs. 5.000.000.

Antes del novedoso sistema de tranvías eléctricos, la población caraqueña se transportaba, entre 1882 y 1907, en tranvías de tracción animal, guiados por un cochero.

Antes del novedoso sistema de tranvías eléctricos, la población caraqueña se transportaba, entre 1882 y 1907, en tranvías de tracción animal, guiados por un cochero.

     El señor Wallis había concebido desde años atrás, el proyecto de dotar a Caracas de una línea de Tranvías eléctricos; pero las dificultades eran numerosas; entre otras la de adquirir de las Compañías existentes el derecho para poner por obra el pensamiento. Adquirió, sin embargo, en 1903, la mayor parte de las acciones del «Tranvía Bolívar», y de hecho quedó administrando esta Empresa. En 1906 adquirió las que le faltaban. Había comprado ya en 1905 el activo del «Tranvía Caracas» y el del ferrocarril de El Valle. 

     Como las sendas concesiones que tenían estas Empresas eran distintas, hubo de alcanzar del Ejecutivo Federal y del Distrito la unificación de estas varias concesiones en una sola, en la cual resultó el público beneficiado, tanto por la disminución del precio del pasaje, como por la comodidad y presteza del nuevo servicio. Luego el señor Wallis obtuvo en Europa el capital necesario para realizar el útil proyecto que había concebido.

     En los empeños y afanes de su empresa el señor Wallis ha tenido un colaborador activo, eficaz e inteligente en el señor Ludford, notable ingeniero electricista, que ha intervenido en los trabajos de instalación y construcción con una competencia y acuciosidad incansables. El señor Ludford es al presente gerente de la Empresa.

     La dirección del tráfico está encomendada al señor Eugenio Mendoza, el cual, con múltiple actividad e inteligencia ha logrado hacerlo cada día más regular y satisfactorio”.

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