La Casona, una historia verdadera

La Casona, una historia verdadera

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Casona, una historia verdadera

Eduardo Larralde, propietario original de La Casona, le amplió sus enormes corredores y salones

Por Alicia Larralde

     Considero que es un deber con la sagrada memoria de mis padres Eduardo Larralde de la Madriz y Lola Hernández Tamayo de Larralde aclarar los verdaderos hechos sobre la historia de “La Casona”, convertida en Residencia Presidencial. Voy ahora a relatar lo que sé porque lo viví desde mi más tierna infancia, y lo que me contaron mis padres.

     Comenzando el año 1900 regresó a Venezuela a encargarse de los bienes de su abuela Carlota Mijares y Solórzano, Marquesa de Mijares, mi padre, Eduardo Larralde de la Madriz, quien había estado ausente del país por largos años, ya que cursó estudios en Francia y Estados Unidos de Norte América.

     Una de las propiedades heredadas fue la Hacienda La Carlota que llevaba el nombre de su antigua dueña. Esta hacienda estaba sembrada de cacao y café y tenía poco riego. Mi padre hombre de ideas nuevas y gran amante de la agricultura resolvió convertirla en un fundo de caña de azúcar, pero para lograrlo necesitaba conseguir el agua suficiente que reclama esta clase de siembra. 

     Y por ello compró la Hacienda vecina, llamada Los Pastores, que era propiedad de la sucesión Reina, y estaba atravesada por la rica quebrada de Agua de Maiz.

     Unió y desmontó ambas Haciendas. Esta terrible empresa casi le cuesta la vida ya que adquirió en ella la fiebre amarilla, funesta enfermedad de aquella época. A la Hacienda Los Pastores se le cambió el nombre por el de Santa Cecilia, en recuerdo de su tía Cecilia de la Madriz, quien murió muy joven y bella en París. En 1910, mi padre se casó con su prima Lola Hernández Tamayo y se fueron a vivir a la casa de la Hacienda La Carlota, donde tuvieron la desgracia de perder a mi hermana mayor Carlota Larralde de 4 años de edad. La desgracia de mis padres fue tan grande que no quisieron volver a vivir en esta casa poblada de las risas e infantiles carreras de su primogénita, Mi padre decidió venderla junto con 10.000 metros cuadrados de terreno, la propiedad la adquirió el doctor Gustavo Manrique Pacanins, quien la remodeló convirtiéndola en una bellísima mansión.

     Fue entonces cuando nosotros fuimos a habitar la Casa de la Hacienda Santa Cecilia, hoy día convertida en la famosa Casona. Fue mi padre quien acondicionó esta bella residencia colonial, tratando por todos los medios de conservarle su estilo. Le amplió sus enormes corredores y salones, sus patios internos con frescas fuentes llenas de nenúfares y rojos pececitos. Rodeó la residencia de miles de matas de los más hermosos rosales, sembró numerosos chaguaramos, totumos, guanábanos, aguacates, pomarrosas, mangos y toda clase de frutas tropicales.

En la década de 1960, el Estado adquirió La Casona, para convertir en Residencia Presidencial

     Todavía existe la gran avenida que conduce a la Casona con los caobos de Santo Domingo y palmas sembrados por las manos de mi padre. Él quiso conservarle todo su sabor colonial, dándole la forma que todavía existe. Sus techos eran de caña amarga barnizados al natural y sus pisos rojos. En cada extremo del inmenso corredor principal, se encontraba el Oratorio, donde iba a ofrecer la misa en las grandes ocasiones el padre Martín, cuya esfinge quedó inmortalizada en el cuadro que representa el matrimonio del Libertador en la casa natal de los Bolívar de nuestro insigne pintor Tito Salas. Al otro extremo del corredor se encontraba un acuario rodeado de palmas enanas y hermosos helechos que eran el hobby de mamá. La casa contaba con 20 dormitorios y 7 baños. Las fiestas sociales, celebraciones navideñas y piñatas infantiles ofrecidas por mis padres, todavía son comentadas por su elegancia y savoir faire.

     De lo que aquí relato pueden dar fe los queridos amigos de mis padres Don Henrique Pérez Dupuy y Luisa Margarita Velutini Dupuy, Dr. Cristóbal Mendoza y Tulia Virginia Páez Pumar, Don Eduardo Schlagater y Carme Boulton de Schlagater, los Arismendi, Centeno Vallenilla, García Dávila y nuestros parientes los Erasos, Pérez Monteverde, Larrazábal Blanco, Arroyo Gómez Giménez y otros más…

     Mi padre fue propietario de La Casona por más de un cuarto de siglo y creó un emporio de riqueza, ya que fue fundador del primer Central Azucarero en el valle de Caracas, allí se molían los cañamelares de todas las haciendas circundantes. La Hacienda Zárraga, hoy día los Cortijos de Lourdes, cuyos propietarios eran los padres de nuestros queridos compañeros de infancia José y Mary Giacopini Zárraga; Los Ruices, de José María Ruiz; las Haciendas La Floresta y Bello Campo, de la familia Sosa Báez, La Ciénaga, convertida en el parque del Este, del notable escritor Manuel Díaz Rodríguez, y de la gran amiga de mamá, Graciela de Díaz Rodríguez; el Muñeco, de los Toledo Trujillo; el Güeregüere, de Pablo Guerra, y otras más que escapan a mi memoria.

     Mi padre fue también fundador de la Asociación de Azucareros y Agricultores, durante diez años ocupó la presidencia y al retirarse después de haber vendido sus haciendas, dejó en la caja de la Asociación una fuerte suma de dinero.

     Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi niñez, fueron los grandes preparativos que se efectuaron con motivo del concurrido almuerzo que mi padre ofreció a sus compañeros de peleas de gallos: Don Salvador Álvarez Michaud, José Antonio Villavicencio y José Urbano Taylor, quienes junto con él eran propietarios de una gallera situada cerca de la Plaza de los Dos Caminos, en la que se efectuaban todos los sábados torneos de peleas de gallos. Sus gallos eran famosos, bellos ejemplares provenientes de Cuba, Puerto Rico y España. Esa vez les tocaba la pelea con los gallos de Maracay, del general Juan Vicente Gómez y de Antonio Pimentel, quienes vinieron personalmente a presenciar el evento y luego fueron invitados a almorzar un delicioso sancocho de gallina en la residencia de mis padres.

La Casona contaba originalmente con 20 dormitorios y 7 baños

     Esta fue la primera vez que un presidente de la República visitó La Casona. Luego en otra ocasión, mi padre le ofreció un agasajo a su amigo el Dr. Victorino Márquez Bustillos, cuando también ocupó la presidencia de la República. Parece que estos fueron los primeros augurios para que luego se convirtiera en la Casa Presidencial de Venezuela.

     A fines de 1928, estando mi padre visitandome en el Colegio L’Asumption en París, recibió un radiograma de su primo y apoderado Don Henrique Eraso de la Madriz, comunicándole que las haciendas Carlota y Santa Cecilia habían sido vendidas al señor Alfredo Brandt.

     Papá le había dado instrucciones de venderlas si se presentaba un comprador, ya que el problema era muy serio por lo bajo del precio del azúcar y la competencia desigual con los centrales de Aragua.

     Alfredo Brandt, hombre de gran fortuna y gustos refinados, junto con su bella y fina esposa, Elisa Elvira Ruiz, se dedicaron con entusiasmo a adornar y embellecer La Casona.

     Ella, después de varios años de muerto su esposo, la vendió a la nación para ser convertida por el presidente Dr. Raúl Leoni, en la residencia presidencial. Los terrenos de estas dos haciendas se convirtieron en el aeropuerto La Carlota y las urbanizaciones Santa Cecilia y La Carlota.

     Como se dará cuenta el lector por lo que aquí he narrado, los nombres de mis padres honrarían la historia de La Casona por sus dotes de cultura, caballerosidad y honrados agricultores. Además, ellos fueron los pioneros de esta obra.

La Caracas de fin de siglo

La Caracas de fin de siglo

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Caracas de fin de siglo

Una sastrería y venta de artículos para caballeros

     “Al examinar la interesante serie de fotografías caraqueñas que se publicaron en 1953, en la revista caraqueña EL FAROL, observamos en primer lugar que en ninguna de ellas se ven luces eléctricas, sino Lámparas de kerosene y de gas; esto nos llevó, en una primera conclusión, a pensar que son de una época anterior a la instalación de la luz eléctrica en las casas. Fue en 1883, con motivo del centenario del Libertador, cuando por primera vez se iluminaron eléctricamente algunas calles de la capital. El alumbrado era de arco voltaico.

      Se instaló la nueva luz en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Municipal), la calle del Comercio, y los bulevares de Capitolio. Sin embargo, esto fue algo ocasional; la verdadera introducción del alumbrado eléctrico en Caracas data de 1895, año en que fue fundada la Compañía Anónima LA Electricidad de Caracas. Dos años más tarde, el 8 de agosto de 1897, fue cuando se inauguró, con asistencia del presidente Joaquín Crespo, el servicio público.

     Pensamos, pues, que nuestras fotografías eran anteriores a 1897. El alumbrado de gas existía en la ciudad desde 1881. Sin embargo, notamos que una de las fotografías representa una tienda capitalina cuyo nombre es “Pretoria”, y esto nos llevó a la conclusión de que son de fecha posterior. Pretoria es el nombre de aquella ciudad de África del Sur que fue capital de Transvaal, y figuraba con frecuencia en las informaciones periodísticas de tiempos de la guerra Boer, lo cual nos lleva a los años 1899-1900. 

     Ha sido costumbre caraqueña poner a las pulperías nombres que se han popularizado momentáneamente por acontecimientos mundiales. Así años más tarde, cuando la guerra ruso-japonesa, aparecieron pulperías o tiendas populares con los nombres de “Puerto Arturo” o “Manchuria”; cuando la primera Guerra Mundial, surgieron nombres como “El Piave”, “El Marne”, y otros semejantes. En consecuencia, llegamos a la conclusión de que estas curiosas fotografías corresponden aproximadamente al año de 1900. Aunque ya existía para entonces el alumbrado eléctrico, éste no se había generalizado. Hasta la iluminación de las calles era mixta para 1905, pues algunos faroles eran de arco voltaico, otros de gas, y hasta algunos de kerosene en los suburbios.

     En las casas de habitación la luz eléctrica fue apareciendo poco a poco. En algunas residencias se puso un bombillo en el comedor, acaso dos en la sala, si era grande, y uno que otro en algún corredor. Fue en los dormitorios donde se instaló la nueva luz en último lugar, pues algunas familias de la época pensaban que podía ser peligroso “respirar con electricidad” mientras se dormía.

     Para fines del siglo pasado la poblaciíon caraqueña no llegaba a los 80.000 habitantes. La vida era apacible y silenciosa. Durante toda una mañana acaso no pasaban por alguna de las calles principales, más de cuatro o cinco coches. En algunas tiendas principales, como sucedía entre las esquinas de Monjas y Padre Sierra, donde existían algunas tabaquerías, talabarterías y otros comercios semejantes, los dueños o gerentes de esos establecimientos sacaban a la calle sus sillas, que casi siempre eran de madera y cuero, y las apoyaban en el suelo en las dos patas de atrás, recostando el espaldar  en la pared,  y allí, sentados con la pierna cruzada apoyada en el palito transversal de la silla, fumaban y conversaban agradablemente, en espera de la llegada de algún posible cliente. Eran las boticas, junto con las tiendas de modas, las de mayor animación. En la botica se conversaba mucho. Había señores que se sentaban en algun estrecho banco que casi siempre tenía toda farmacia, y allí se entregaban a animadas charlas con el boticario; se hablaba de politica, de lo que sucedía en París, de temas literarios y de chismes calejeros. Como  no había mayores diversiones, todo el mundo se la pasaba conversando en todas partes.

El profesor Agustín Aveledo acompañado de un grupo de alumnos de su prestigioso colegio

     Cuando había algún enfermo grave, se llkenaba de opaja toda la calle para evitar el ruido que habcían las llantas de hierro de los coches sobre el empedrado, ciostumbre ésta tal vez improtada de París, donde era usual a mediados de siglo. Los servicios hospitalarios eran muy deficientes. Las famuilias importantes jamás llevaban sus pacientes al Hospital Vargas; las operaciones quirúsgicas se efectuaban en las casas, a las que enviaba el cirujano su mesa e instrumental. Lo mismo sucedía con los alumbramientos, y el partero, o más comunmente la partera, entregaba en la casa su larga lista de todo lo que el jefe de la familia debía comprar en la botica para atender el nacimiento del nuevo niño. Cuando ocurria algun accidente callejero: obrero que caía de un andamio, resbalón y pierna quebrada, ataque cardíaco o epiléptico, etc., la víctima era traslasdada al hospital en una humilde camilla que llevaban dos ayudantes caminando por el medio de la calle, la cual estaba cubierta con una sábana de sospechosa blancura. A veces sonaba la campanilla que agitaba un acólito, mientras el cura llevaba en una pequeña maleta, el viático a un moribundo.

     No hay que olvidar que por aquellos tiempos no había radio, ni fonógfrafos , ni cines. Los teatros estaban cerrados casi todo el año. Eran tres los que entonces existían: el Municipal, el viejo teatro Caracas y el Teatro Calcaño. Fue años más taerde cuando se construyó el Nacional. Una vez al año, con más o menos regularidad, venía una Compañía de Ópera, casi siempre al Municipal, aunque también la hubo en el Caracas. Como los caraqueños eran bastante pobres, había personas que economizaban durante todo el año para poder abonarse a la ópera. Aparte de esas temporadas, ocasionalmente venía algún circo al Metropolitano, y alguna compañía dramática o de zarzuela. Los toros nunca faltaron. Con todo, la mayor parte de las noches caraqueñas carecían de espectáculos públicos. Las familias se reunían a conversar, y los viejos literatos tenían su acostumbrada tertulia en la Plaza Bolívar. En ella había retretas por la Banda Marcial los jueves y domingos por la noche, y por la Banda Bolívar o la Presidencial, los domingos en la mañana. Siempre estaban muy concurridas por gentes de todas clases, y las familias, una vez terminada la música, acudían a “La Francia” o a “La India” a tomarse un helado. Los había de dos tipos: de fruta (guanábana, naranja, fresa) y de crema que eran el mantecado y el chocolate. Los primeros valían un real y los segundos real y medio.

     Las muchachas usaban una falda hasta los pies, pero sin cola, la cual se reservaba a las señoras. Llevaban el talle muy señido y lo de más arriba muy exuberante. Las mangas eran largas y ajustadas a la muñeca, y en los hombros se abombaban mucho. Se usaban grandes sombreros de paja con flores y velos, y al cuello lucían las damas sus boas de pequeñas plumas. Los hombres por entonces usaban conn más frecuencia la camarita que la pajilla, cuyo gran auge fue posterior. Llevaban una levita, un paltó-levita o un simple saco de casimir negro, a veces con pantalones de dril blanco, y sus botines de gomita. Sobre el chaleco se veía la gruesa cadena del reloj.

     “Juan” andaba por la calle con sus alpargatas (Antonio Guzmán Blanco había prohibido años antes el andar descalzo), sus pantalones de dril sujetos por una correa, y a veces por un cinturón ancho que tenía bolsillos y en el que estaba fijo un cuchillo peligroso, una franela gruesa de color crudo y un sombrero que en ocasiones era de cogollo y en otras era de fieltro medio arrugado.

Exterior de una pulpería, situada en un popular barrio caraqueño

     La sala de las casas caraqueñas tenía una personalidad inconfundible; era oscura y fresca, con su pavimento de tablas, sus muros empapelados y su cielo raso de coleta cubierto de papel blanco. Tenía grandes muebles cubiertos por una funda gris ribeteada de hiladilla blanca. No faltaba un gran espejo de marco dorado, a veces cubierto por un velo para protegerlo de las moscas, y que estaba colgado sobre una consola que en algunas casas tenía un paño con orillas de macramé.

     Las sillas podían mancharse con el aceite de macasar que los hombres se untaban en el cabello, por lo cual se les cubría en la parte superior del espaldar con un pañito tejido, cuyo nombre era, precisamente, “anti-macasar”. A los lados del sofá, en el suelo, había a veces sendas escupideras, casi siempre de porcelana o loza con algunas florecillas, pues las que eran todas de metal sólo se usaban en hoteles o barberías. En algún rincón había una mesa, a veces de mármol, llena de estatuillas de cerámica y de bibelots, en torno a una gran lámpara de kerosene. En una de las paredes estaba una repisa, hecha con carreteles de hilo vacíos, obra de algún tío “curioso”, en la que reposaba una botella que tenía adentro un pequeño bergantín. 

     Por otro lado, estaban el álbum de tarjetas postales, que las jóvenes románticas coleccionaban; el álbum de viejos retratos de la familia, que tenía gruesas cubiertas de terciopelo y marfil, y se cerraba con un broche de metal; y el otro álbum, donde amigos y admiradores de la niña de la casa escribían versitos o pintaban una mariposa junto a unos “no-me-olvides”, o una paloma con una carta de amor en el pico. Eran frecuentes las pulgas, sobre todo en los muebles abultados, en estas salas de la “gente decente”, pues en las de las familias de menos categoría, en vez de pulgas se encontraban chinches, las que también abundaban en los asientos de los teatros.

     En el corredor había una mesa de mármol y unas sillas y mecedoras de esterilla. Junto a la pared estaba el colgador de sombreros, que a veces tenía un soporte para poner bastones y paraguas. Sobre una especie de escalera de madera había muchos potes de helechos y plantas floridas, las que también se sembraban en latas de salmón o de manteca, a las que se abrían varios huecos en el fondo para que saliera el agua, y luego se pintaban por fuera con pintura al óleo. En las puertas de los cuartos había cortinas de “Lágrimas de San Pedro”, y en ninguna casa faltaba un caracol grande para sujetar las puertas abiertas.

      Por las tardes y las noches, las niñas, bien acicaladas y perfumadas, se sentaban en la ventana, para mirar a través de su impertinente o lorgnon a los jóvenes que estaban recostados en el farol de la esquina, y que eran señal inequívoca de que había muchachas bonitas en la cuadra.

La célebre botica de Velásquez, ubicada en la esquina del mismo nombre, en el centro de Caracas-

     Desde unos pocos años antes, cuando Herrera Irigoyen fundó su célebre revista “El Cojo Ilustrado”, había comenzado en Caracas un nuevo florecimiento de las letras y comenzaban a destacarse nuevos y brillantes escritores: Díaz Rodríguez, Key Ayala, Andrés Mata, Carlos Borges.

     Pero, desgraciadamente para nuestras letras, vinieron más tarde los treinta y seis años de las dictaduras de Castro y de Gómez, que nada querían con escritores ni con campañas culturales, y así el movimiento literario que comenzó a fines de siglo, no llegó a tener toda la extensión y profundidad que hubiera podido alanzar en otras circunstancias.

     La vida diaria de aquellos tiempos era rutinaria. La gente era alegre, a pesar de su pobreza, y parecía que la vida de Caracas, después de los esplendores guzmancistas, se hubiera detenido en un remanso, sin grandes realizaciones y tal vez sin grandes esperanzas, pero con bastante conformidad.

     Después de la revolución legalista de 1892, que llevó a Crespo nuevamente al poder, y después de varios otros alzamientos menores, iba a desatarse sobre el país la fulminante revolución restauradora que transformaría, en bien o en mal, muchos aspectos fundamentales en la vida de la nación.

Fuentes consultadas:

  • Revista El Farol. Caracas, 1953

 

Biografía del Panteón Nacional

Biografía del Panteón Nacional

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Biografía del Panteón Nacional

     Es el recinto donde se conservan los restos del Libertador y de muchos otros personajes destacados de la historia de Venezuela. Está ubicado en la parroquia San José, en terrenos donde se encontraba la ermita de la Santísima Trinidad, construida en el siglo XVIII por el albañil Juan Domingo del Sacramento Infante, e inaugurada en 1783 y destruida en 1812 por el terremoto que azotó a la ciudad de Caracas.

El 17 de diciembre de 1930, se reinauguró el Panteón Nacional, mostrando su edificio un cambio radical en su fachada y ornamentación

     El sitio donde está situado hoy el Panteón Nacional, era en 1742 un terreno sin mayor uso, situado más allá del río Catuche, en la calle que sale de la Catedral hacia el norte de la ciudad. No existían entonces ni el Cuartel San Carlos, edificado en los últimos años del siglo XVIII, ni el puente de La Trinidad, construido en 1776.

     Relata el ingeniero Edgar Pardo Stolk, en uno de sus múltiples trabajos sobre obras de interés histórico en Caracas, que un modesto albañil que vivía en las cercanías de Catuche, influenciado por el ambiente de religiosidad que dominaba la ciudad, concibió la idea de construir una ermita en homenaje a la Santísima Trinidad, aportando el valor de su único patrimonio, que era el de cuatro casitas, para iniciar la obra.

     El nombre de este humilde alarife era Juan Domingo del Sacramento de la Santísima Trinidad Infante, quien con una fe y constancia ejemplar, se dedicó a realizar la obra.

     En 1740, le comunica su idea al Prelado, quien eleva al Rey su petición; este solicita informes al Gobernador, quien apoya y recomienda la idea, y el 23 de julio de 1744 se le concede la licencia para levantar la ermita, la cual comienza el 15 de agosto de ese año con los dineros habidos por la venta de las cuatro casas y su trabajo personal.

     El 15 de marzo de 1745, Infante solicita al Ayuntamiento que le conceda para su propósito los solares vacíos, los cuales se le otorgaron el 23 del mismo mes.

     El primer Marqués del Toro le cede al artesano ocho y medios solares que tenía en el sitio. En 1747, Infante pide de nuevo al Ayuntamiento que le conceda todas las tierras realengas y el 3 de julio del mismo año, el Ayuntamiento se lo acuerda.

     Luego el albañil, ante el hecho de que el barranco de Catuche impedía el acceso desde la ciudad a su ermita, levanta dos muros que fueron el inicio del puente, el cual fue finalmente ordenado por el general José Solano y Bote, Gobernador y Capitán General de Venezuela.

     El 27 de agosto de 1770 es aprobado el plano del puente del ingeniero Manuel Clemente de Francia; se iniciaron las obras y las terminó en 1776.

     Por fin Infante termina el templo, el cual es bendecido el 15 de julio de 1783.

     Cuenta el cronista Lucas Manzano que “para el año de 1783 cuando vino al mundo Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, habíase inaugurado días antes la Capilla de la Trinidad; a ella lo llevaron sus progenitores luego de haberle echado el agua lustral su tío, el Canónigo Jeréz de Aristiguieta.

     El terremoto del 27 de agosto de 1812 que barrió buena parte de las edificaciones de Santiago de León de Caracas, echó por tierra la Capilla de la Trinidad; apenas quedó de ella en pie, una parte de la pequeña nave que reconstruyeron luego por suscripción popular. Sin embargo, era tal el abandono en que feligreses y autoridades la tenían, que su Excelencia el Libertador, en su última visita a Caracas, en 1827, al pasar el “Puente de la Trinidad”, dijo a su Edecán Ferguzon, aludiendo a la frialdad con que lo recibiera la ciudad que un día le rindiera la más insólita apoteosis:

Perteneciente a la arquitectura neogótica, el edificio del Panteón Nacional fue inaugurado solemnemente el 28 de octubre de 1876

─¿Recuerda usted, Coronel, los primeros días de mi entrada a Caracas?

─Jamás había presenciado entusiasmo semejante, ─ respondióle su fiel servidor. . .

─Hoy, ─ asienta Bolívar ─salimos como derrotados; ─ y agrega ─ “Todo es efímero en este mundo”.

Luego, frente a las ruinas de la Capillita, detiene el héroe su corcel y dice:

─ “Estas ruinas me traen recuerdos de mi niñez”:

     El culto de mi familia a la Santísima Trinidad data de mis abuelos. ¡Cuántos años ─ exclamó el glorioso Paladín ─ transcurrirán todavía para que estos escombros vuelvan a su antiguo esplendor!”

     Del templo de la Trinidad solo quedó un montón de ruinas y algo de los muros exteriores, afirma el ingeniero Pardo Stolk. Al poco tiempo se levantó a la izquierda de las ruinas una modesta capilla, donde continuó el culto al Misterio de la Trinidad.

     Fue en esta capilla, construida al lado de las ruinas, donde pasaron la noche del 16 de diciembre de 1842, los restos de Bolívar, para entrar a Caracas en medio de expresivo homenaje en la mañana del 17. Los despojos del Libertador habían arribado al país procedentes de Colombia.

     Luego fue reconstruido el edificio por la caridad pública hasta que, por decreto del 27 de marzo de 1874, el presidente de la República, general Antonio Guzmán Blanco, ordenó terminar la fábrica, levantar la torre que faltaba y destinar el nuevo templo a Panteón Nacional.

     Perteneciente a la arquitectura neogótica, el edificio del Panteón Nacional fue inaugurado solemnemente el 28 de octubre de 1876, día de San Simón, con el traslado de los restos del Libertador Simón Bolívar hasta ese recinto.

Monumento del escultor italiano Pietro Tenerani, el cual representa a Bolívar de pie y realizado en mármol blanco

     La urna fue introducida en un arca cineraria de estilo gótico, construida por el francés Emilio Jacquin.

     El arca era de cedro colocada en sentido norte-sur, elevada sobre el piso del presbiterio y entre la pared del fondo y el monumento del escultor italiano Pietro Tenerani que se trasladó desde la Catedral hasta el Panteón Nacional, el cual representa a Bolívar de pie y realizado en mármol blanco.

     Este monumento, que había sido decretado en la época del presidente José Antonio Páez por el Congreso Nacional, e inaugurado en 1852 por el entonces primer mandatario José Gregorio Monagas.

     A parte de muy modestos trabajos de conservación, pintura, remiendos, goteras, etc., fueron muy pocos los trabajos de reforma que se realizaron al Panteón en las primeras dos décadas del siglo XX.

     En 1930, con motivo del centenario de la muerte del Libertador, el gobierno nacional le solicitó al arquitecto español Manuel Mujica Millán un proyecto para cambiarle el aspecto vetusto al inadecuado edificio del Panteón Nacional.

     Mujica era un excelente arquitecto, tenía imaginación, habilidad y entre otras cualidades, la capacidad de dibujar perspectivas de sus proyectos; las hacía a mano suelta y utilizaba con gusto y destreza la acuarela para presentarlos. Muy pronto comenzó a ser el arquitecto de todo lo que se construía en la capital en esa época. Proyecto urbanizaciones, iglesias, edificios, quintas. Fue el arquitecto de la iglesia de Santa Rosa de Lima y el proyectista de la Catedral de Mérida.

El Panteón Nacional está ubicado en terrenos donde se encontraba la ermita de la Santísima Trinidad, construida en el siglo XVII

     Mujica presentó el proyecto de las fachadas del Panteón Nacional e inició las obras, las cuales deberían estar listas para el 17 de diciembre de ese año 1930, cuando se cumplían los cien años del natalicio de Simón Bolívar. No obstante, el ministro de Obras Públicas, al ver que las obras no podían estar concluidas para esa fecha, rescindió el contrato a Mujica y, aun cuando respetó el proyecto del arquitecto español, y lo designó director artístico de las obras, fueron contratados los ingenieros Guillermo Salas y Hernán Ayala para la culminación de la edificación.

     Se comenzó a trabajar entonces en dos turnos diarios; de 7 de la mañana a 5 de la tarde, y de 5 de la tarde a 2 de la madrugada, incluyendo los sábados.

     La reforma integral incluyó una torre central, dos torres laterales, pórticos nuevos, acabados interiores y exteriores de las torres, ornamentación, fachadas laterales y reparaciones interiores del edificio.

     El 17 de diciembre de 1930, se reinauguró el Panteón Nacional, mostrando su edificio un cambio radical en su fachada y ornamentación.

     Con posterioridad a estas obras, el Panteón Nacional recibió reparaciones menores: pintura varias veces, se colocaron lozas y zócalos de mármol. También se le hicieron manteamiento a algunos monumentos y se erigieron unos nuevos.

     La edificación fue luego declarada Monumento Nacional, el 25 de julio de 2002. En el marco del bicentenario de nuestra independencia y por iniciativa del entonces presidente Hugo Chávez, en el año 2010 se iniciaron trabajos restauración del Panteón Nacional y la construcción de un mausoleo en honor a Simón Bolívar.

     Un día antes del anuncio presidencial sobre la construcción del mausoleo, se realizó la exhumación de los restos de Simón Bolívar, para verificar si la causa de su muerte había sido tuberculosis.

     La Fundación de Estado para Planes y Proyectos Especiales (FOPPE), adscrita al despacho de la Presidencia, fue la encargada de la construcción del mausoleo. Los encargados de la arquitectura fueron Francisco Farruco Sesto, Lucas Pou, Gilberto Rodríguez y Orlando Martínez Santana.

     El mausoleo estaba listo para ser inaugurado el 17 de diciembre de 2012, pero debido a las condiciones de salud de Hugo Chávez, la fecha de inauguración se pospuso. Finalmente y luego de la muerte del presidente Chávez, el 5 de marzo de 2013, la obra fue inaugurada el 14 de mayo de 2013. El acto estuvo presidido por el entonces primer mandatario Nicolás Maduro, y contó con la presencia del alto gobierno.

     Edificio con forma de rampa en ascenso, de tendencia moderna y vinculado al antiguo Panteón Nacional por un pasillo, tiene 54 metros de alto.

     Abarca 2.000 metros cuadrados, con una capacidad para recibir hasta 1.500 personas. La estructura fue hecha con cerámica blanca, acero ensamblado en talleres del país, láminas traídas de Suiza, cerámicas de España, granito negro de Suráfrica y acero corten de Estados Unidos.

     Es de resaltar que cada año, el 5 de julio, en el marco de la firma del Acta de la Independencia, el presidente de la República presenta una ofrenda floral en honor de los que murieron al servicio del país.

     La Constitución Nacional vigente de Venezuela establece que para que los restos de un personaje histórico sean ingresados en el Panteón Nacional, deben haber transcurrido al menos 25 años de su muerte.

     «Esta decisión, de acuerdo al artículo 187 de la Carta Magna, podrá tomarse por recomendación del presidente de la República, de las dos terceras partes de los gobernadores de Estado o de los rectores de las Universidades Nacionales en pleno».

Fuentes consultadas:

  • Pardo Stolk, Edgar: “El Panteón Nacional”. En: Centenario del Panteón Nacional. Caracas: Oficina Central de Información (OCI), 1975; Págs. 167-204

  • Manzano, Lucas. “La Capilla de la Trinidad”. En: Elite. Caracas, 2 de abril de 1937

La Cuadra Bolívar

La Cuadra Bolívar

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Cuadra Bolívar

Está histórica casa está situada entre las caraqueñisimas esquinas de Piedras y Bárcenas

     La casa de recreo de la familia Bolívar-Palacios sirvió de cuna para la emancipación del Continente Sur-Americano. Ella conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar, de sus largos ratos de estudio al lado de su maestro Don Andrés Bello

     La Cuadra Bolívar de Caracas, situada en la parte sur de la ciudad, con frente hacia la calle oeste 18, entre las esquinas de Piedras y Bárcenas, es la antigua casona de los padres del Libertador, la cual aún pasa inadvertida a la vista de muchos transeúntes de nuestra ciudad, no obstante ser ella una de las casas antigua e histórica del país.

La Cuadra Bolívar fue construida por los esposos Bolívar-Palacios para residencia de recreo, por los años 1780. Tenía hermosa fuente de piedra en el centro de su gran jardín y la casa se surtía de agua a través una tubería de barro cocido que había hecho traer desde su casa de San Jacinto, Juan Vicente Bolívar, además de que también existía un manantial que se secó con el terremoto de 1900.

     El sitio escogido por los esposos Bolívar-Palacios para la construcción de su morada de distracción, era célebre, ya que aquel lugar, aún para entonces retirado del perímetro de la ciudad que solo se extendía por ese lado hasta la esquina de Reducto, según la tradición, se efectuó allí uno de los más reñidos combates de la época de la conquista, el cual ha sido descrito por el historiador colombiano José Oviedo y Baños con el nombre de Batalla del Guaire, en el cual perdió valientemente la libertad y la vida el jefe indio Tamanaco.

     Además de que esta casa-quinta fue, como ya hemos dicho, construida para recreo de la familia Bolívar y que por tal motivo estuvo predestinada a que nuestro Libertador viera correr en ella alegres días de su niñez y de su juventud, recibiendo en sus jardines y corredores las lecciones de su condiscípulo y maestro Don Andrés Bello, debe advertirse que como quiera que Juan Vicente Bolívar para el año de 1802 vendió a don Juan de la Madrid la casa de San Jacinto, o sea aproximadamente para la época en que el Libertador regresara de su viaje a Europa, después de esa fecha, el Libertador se alojó siempre en su casaquinta del Guaire, y en otras ocasiones en su casa de la esquina de Las Gradillas, que es esta última la que forma el ángulo Sur-Este de dicha esquina. Es así, pues, como para el año de 1808 en que el grupo de jóvenes patriotas que quiso aprovechar la difícil situación por que atravesaba el Gobierno de España con la invasión de Napoleón a la Península, proyectara el establecimiento de una Junta de Gobierno que debía reemplazar la Capitanía General para entonces existente. Este grupo de jóvenes que debía reunirse alejado de la vista del Capitán General, había escogido como retiro más propicio y albergador a sus entrevistas, la quinta para entonces de los hermanos Juan Vicente y Simón Bolívar, donde so pretexto de convites, sus entrevistas duraron varios meses sin que fueran sospechadas por la suspicaz vista del Capitán General.

La Cuadra Bolívar conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar

     Descubierto más tarde su intento, los jóvenes conspiradores, se les formó causa, de la cual existen dos procesos, uno de ellos el ordenado por Casas contra Melo–Núñez, Juárez–Manrique y Matos, el cual se encuentra en poder del doctor Vicente Lecuna; y el otro, el que ha sido publicado en Bogotá por el historiador colombiano Jorge Ricardo Bejarano en su obra titulada “Orígenes de la Independencia Suramericana”, quien dice haber tenido la suerte de hallar un infolio escrito en letra pastrana y sobre papel español marquilla con 170 hojas que reposa en poder de Jorge Iragorri Isaacs, el cual contiene la “Causa seguida en Venezuela en el año 1808, a los Bolívares, Marqués del Toro, Marqués de Casa León, Conde de Tobar, Conde de San Javier, José Félix y Juan Nepomuceno Ribas, los Montilla, Palacios, Sojo, Salías, etc., quienes fueron los iniciadores del movimiento revolucionario, de donde surgió la Independencia del Continente”. Este importante proceso esté lleno con las declaraciones tomadas a los testigos, relativas a las reuniones secretas habidas en “La Cuadra de los Bolívares” o “El Palmito”, nombres con los cuales distinguían la casa-quinta.

La Cuadra de Bolívar es la antigua residencia de los padres del Libertador

     Encontramos así, pues, que el valor histórico de la “Cuadra Bolívar”, puede juzgarse como joya inapreciable, por haber tenido la suerte de que fuera el sitio que sirviera de cuna para la Independencia Sur-Americana. Es aún más grande el valor histórico de la Cuadra Bolívar, porque como sabemos entre las casas que sirvieron de alojamiento al Libertador, en esta ciudad natal, es ella la que realmente se conserva con el más exacto ambiente de lo que fue, pues si bien es verdad que sus jardines se han mermado en gran parte, que su preciosa para entonces fuente ha desaparecido, que su manantial quiso el terremoto del año 1900 cegarlo y que la mano del tiempo derribara el célebre Cedro de Fajardo en 1840, el cual dio sombra al futuro Libertador cuando recibía lecciones de su condiscípulo y maestro Andrés Bello, como así lo consagra el magnífico óleo del pintor Tito Salas que se encuentra en la casa natal del Libertador; también es verdad que la Cuadra Bolívar, en su estructura, su división, su sabor colonial, sus viejos paredones inclinados, sus antiguas columnas que circundan sus grandes corredores y que son ellas las mismas que quizá en cuántas ocasiones sirvieron para apoyo del que debía ser más tarde nuestro Libertador, todo ello lo hace, el sitio más evocador de nuestras reliquias patrias.

En 1959, la Cuadra de Bolívar fue declarada Monumento Histórico Nacional

No corrieron la misma suerte la Casa Natal del Libertador, que además de sufrir la modificación que le hiciera Juan de la Madrid, quien para después del terremoto de 1812, según datos, le suprimió un segundo piso que poseía en la parte principal del inmueble y que más tarde, al servir en distintas ocasiones para casa de comercio, fue cambiando en mucho de lo que ella había sido. Después de adquirida para propiedad de la Nación, la Casa Natal del Libertador ha sido en gran parte reconstruida, con la suerte de que se designara para ese fin al doctor Vicente Lecuna, quien la ha llevado a hacerla parecer lo que ella fue para los momentos en que por primera vez viera allí la luz el Genio de América y el cual, con su verdadero interés patriótico, la ha hecho que produzca el necesario recogimiento de todos los que la visitan. 

     La otra casa en que vivió el Libertador en diferentes ocasiones, o sea la situada en la esquina de Las Gradillas, ya citada, que tuvo indudablemente la suerte de ser la habitación del Libertador en varias ocasiones que estuvo en Caracas, es el sitio central que el Libertador habitó después de la venta de su casa natal, y es así como encontramos que la historia nos refiere la visita que hiciera el aun joven Simón, José Ignacio Casas, hijo del Capitán General de la Provincia, en ocasión de los acontecimientos promovidos por las Juntas Secretas del Guaire, en cuya visita le dijo: “(tú sabes que soy tu amigo y te estimo, aunque no te frecuento , y así me sería doloroso que te vieses en alguna aflicción, por lo que te estimaré no admitas sociedades en tu casa, ni comensales, porque éstas te perjudican”. A lo que contestó Simón: “Estoy desesperado de salir de gorrones que me incomodan, yo a nadie llamo y estoy inocente de cualquier calumnia”, y en seguida cuando se despedían le añadió: “que se iba para su hacienda para que no lo nombrasen en nada”.

      Y es así como los hermanos Bolívar tuvieron que suspender sus entrevistas con los otros patriotas en la Cuadra Bolívar, para trasladarse a La Victoria, estado Aragua, donde también las continuaron, y más tarde en Caracas de nuevo, hasta la presentación de la representación que hicieron al Gobierno, que les trajo por consecuencia la prisión de unos y la confinación de otros. La casa de Las Gradillas conserva para todos los venezolanos el recuerdo de la casa que viviera en ocasiones el Padre de la Patria, no obstante que ha sufrido grandes modificaciones.

Esta residencia sirvió de centro de reuniones conspirativas emancipadoras

      La Cuadra Bolívar pues, que sirvió de cuna para la emancipación del Continente Sur-Americano y que al pasar frente a ella su aspecto nos trae inmediatamente el recuerdo de las tantas ocasiones en que los jóvenes patriotas sigilosamente atravesaron su umbral para reunirse en ella por días enteros, como todas las cosas o personas grandes, ha sido y será motivo de críticas y quizá de muchos deseos, pero si leemos la placa que en su vieja fachada ha sido colocada, podremos apreciar la opinión que de ella han hecho y hacen, personas cuyo criterio es lo suficientemente grande y sensato y el cual borra cualesquiera otras opiniones contrarias y de personas menos autorizadas que ellos. La placa colocada en la casa en tiempos de la dictadura gomecista, dice así:

“Esta casa que perteneció a la familia Bolívar, albergó la infancia de un grande hombre y la de una gran revolución. Aquí vivió en su niñez y en su juventud Simón Bolívar. Aquí se prepararon los planes del movimiento cívico de 1808, precursor inmediato de la jornada del 19 de abril de 1810. Cinco visitantes venezolanos, devotos de las glorias nacionales dedican esta lápida en 28 de octubre de 1925”.

     En igual sentido le han sido consagrados artículos por muchos historiadores.

     Ella conserva el recuerdo de las correrías y juegos de infancia de Simón Bolívar, de sus largos ratos de estudio al lado de su maestro Don Andrés Bello, el cual preparó para la casa de su discípulo y amigo una inscripción en latín, que el joven Simón hizo colocar en la fachada de la casa y que decía así: “Ruris Deliths Urbana Adjecta Commoditas”, que traducido al español significa: “Aquí encontraréis hermanadas las delicias del campo y las comodidades de la ciudad”, ella fue siempre la casa predilecta del Libertador y de los suyos; y como tal, fue la que conservó por más largo tiempo en su poder la familia Bolívar.

     En 1959, la Cuadra de Bolívar fue declarada Monumento Histórico Nacional y hoy permanece con réplicas y objetos de la época en la que el Libertador Simón Bolívar.

Fuentes consultadas:

  • Bejarano, Jorge Ricardo. Orígenes de la Independencia Suramericana,

  • Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas, N° 56, septiembre de 1926.

  • Ricardo Tello, Luis A. La Cuadra de Bolívar. En: Revista Técnica del Ministerio de Obras Públicas. Caracas, marzo de 1965

El Nuevo Circo de Caracas

El Nuevo Circo de Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

El Nuevo Circo de Caracas

El Nuevo Circo poco antes de su inauguración

     El 26 de enero de 1919 actuaron los toreros “Alé” y “Torquito” en el programa inaugural. El caraqueño “Meri” obtuvo la primera oreja y posteriormente resultó el primer torero herido de muerte. Por el coso agustino han pasado las más grandes figuras del toreo, campeones mundiales de boxeo, estrellas del “bel canto”, grandes atletas en disciplinas como baloncesto y tenis, espectáculos circenses, escrutinios electorales y líderes religiosos y de la política nacional e internacional. Este escenario capitalino también ha servido de mercado popular y de sala de cine

     La construcción del “Nuevo Circo” se llevó a cabo en virtud del contrato celebrado, el 16 de enero de 1916, entre el gobernador de Caracas, general Juan Crisóstomo Gómez, hermano del presidente de la República, Juan Vicente Gómez, y el también general Eduardo Guillermo Mancera. Dicho contrato fue aprobado por el Concejo Municipal, el 27 del referido enero.

     Conforme a la primera cláusula, el general Mancera quedaba autorizado para construir, en terrenos municipales situados al norte del antiguo Matadero capitalino, en la esquina de San Martín, un circo de mampostería, hierro y madera, para corridas de toros, espectáculos ecuestres y otras variedades. En las siguientes cláusulas se reglamentaban distintos aspectos del convenio y se le daba al contratista un plazo de 18 meses para llevar a cabo la obra.

     El citado general Mancera formó, con otros capitalistas aficionados a las corridas de toros, la Compañía Anónima Nuevo Circo de Caracas, los cuales encomendaron la construcción al arquitecto e ingeniero Luis Muñoz Tébar, quien murió antes de ver terminada la obra, víctima de la “peste española”, que cobró 15.000 muertos a la población de Caracas en el año 1918. El arquitecto Alejandro Chataing concluyó la edificación.

Plantado así el Nuevo Circo de Caracas en la portería de la extensa posesión de tierras, desde antaño llamada La Yerbera, propiedad de Antonio Guzmán Blanco, quien la cambió al Municipio por una casa cerca de la esquina de Carmelitas. Antes había sido de Francisco González Jordán, quien allí tenía un bello establo de cabras isleñas. 

     Posteriormente, esa zona se fue transformando gracias a constructores como Juan Bernardo Arismendi, Diego Nucete Sardi y otros adalides del progreso, quienes trazaron calles, y sembraron árboles y cloacas, y levantaron casas y fundaron la hoy populosa parroquia San Agustín.

 

Primera corrida

     Los diarios de la época señalan que “las gradas del Monumental Edificio del Nuevo Circo tienen la grandiosidad y resistencia de los Coliseos Romanos”.

     Por eso, mucho antes del estreno fueron colocados en los tendidos de “Sol” y “Sombra” cientos de sacos llenos de cemento para probar su resistencia antes de permitir la entrada del público.

     Antes de que se levantara el edificio se decidió llamarlo “Nuevo Circo de Caracas”, diferenciándolo del “Circo Metropolitano”, único inmueble taurino existente para aquella época, año de 1919.

El 26 de enero de 1919 se inauguró el Nuevo Circo de Caracas

     Su capacidad fue en principio de 8.500 espectadores, luego el aforo oficial del “Nuevo Circo” se elevó de 11.500 asientos, gracias a las reformas hechas en diferentes oportunidades.

     Arriba de la puerta de cuadrillas y de los toriles tenía el “Nuevo Circo” una especie de palco escénico donde se ubicaba la Presidencia. Allí mismo se colocaba una pantalla para proyecciones de cine mudo, y también desde allí presenciaba el Presidente de la República las corridas a las cuales asistía. 

     Ese palco sobre la puerta de cuadrillas fue derribado y ampliados los tendidos hasta unirlos, separados por una reja de hierro. El ruedo fue reducido como está en la actualidad y se añadieron localidades de barrera abajo de los palcos.

     En el plano original estaba previsto cubrir el redondel y, al efecto, fue encargado en Estados Unidos el techo de material de hierro; más, el despacho no se logró a consecuencias de las restricciones impuestas en aquel país durante la Primera Guerra Mundial.

     El 26 de enero de 1919 se efectuó la corrida inaugural, desfilando las cuadrillas dirigidas por los diestros españoles Serafín Vigiola “Torquito” y Alejandro Sáez “Alé”, se registró buena entrada sin llegar al lleno total. Las reses criollas salieron sin bravura, resultando el festejo gris, sin brillo.

     Es de hacer notar que en esa corrida un asiento de Palco de Sombra costaba 25 bolívares, un tendido de sol 5 bolívares. En los tendidos de ambas localidades había las llamadas “medias entradas” a mitad de precios para damas y niños.

     Al igual del Metropolitano, el Nuevo Circo de Caracas desde el principio fue utilizado también para otra clase de espectáculos. En efecto, como número complementario de los regocijos de la inauguración, se proyectó en la noche la película El Conde de Montecristo.

Primera oreja y primera tragedia

     Cronistas antiguos sostienen que el moreno diestro caraqueño Isaac Olivo “Meri”, recibió la primera oreja otorgada en el “Nuevo Circo”, el 26 de octubre de 1919, día que alternaba con Vicente Mendoza “El Niño” y Arequipeño. En la historia del “Nuevo Circo” cabe destacar el nombre olvidado de “Meri”, torero estilista nacido en Caracas a fines del siglo XIX, y de gran cartel ante los públicos de las plazas americanas.

     La mención obligatoria por haber sido “Meri” el primer toreo en alcanzar la gloria de recibir el apéndice inicial en el mencionado coso, y asimismo sufrir la fatalidad de haber sido el primero en salir del mismo ruedo herido de muerte, el 24 de agosto de 1920, alternando en corrida nocturna al lado de Próspero Herrera “Capita”.

    Uno de los novillos propinó fuerte “palotazo” a “Meri” en el pecho ̶ golpe de pitón sin penetrar ̶ produciéndole derrame interno, falleciendo el 5 de septiembre en su casa de habitación, situada entre las esquinas de San Juan y Angelitos, número 122.

Por el coso agustino han pasado las más grandes figuras del toreo
Programa inaugural

Obra de utilidad y de ornato público

     Así lo manifestó el gobernador Juan C. Gómez en la exposición anual del Concejo Municipal de Caracas en enero de 1918.

     Nadie llegó a imaginarse que la obra que con tanto orgullo se ponía al servicio aparte de lo taurino, llegaría a servir de sede de toda clase de actividades, entre ellas muchas que distan una enormidad de la tauromaquia.

     Entre los eventos presentados en el venerable coso de San Agustín se cuentan basquetbol, en sus tiempos primarios ̶ por falta de canchas ̶ acrobacias automovilísticas, rodeos, patinaje sobre hielo, boxeo, lucha libre, mítines políticos, concentraciones religiosas, circos de caballitos, coney island, escrutinios electorales, presentaciones artísticas y hasta sirvió de mercado libre.

Esas actividades han permitido que por el “Nuevo Circo” hayan desfilado afamadas personas nacionales e internacionales.

Citar todas las luminarias que han desfilado por allí resultaría interminable, por lo que nos limitaremos a mencionar algunas como todas las grandes figuras del toreo venezolano y extranjeras, desde “Torquito” y “Alé”, Arruza y “Manolete”, “Dominguín”, los Bienvenida, “El Cordobés” y César Girón.

Simón Chávez, Sixto Escobar, Ramón Arias, Pascual Pérez, Edder Jofre, Carlos “Morocho” Hernández, en boxeo.

Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Raúl Leoni, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Alirio Ugate Pelayo, Rafael Caldera, Luis Herrera Campíns, en política.

Algunos eventos, por la espectacularidad de los mismos, permanecen imborrables en la memoria de los capitalinos. 

     La representación años atrás de la ópera “Aída” y la puesta en escena de “Carmen” con la participación de grandes estrellas del arte lírico y la actuación de Curro Girón como “Escamillo”, lidiando un toro de “El Rocío”.

     La presentación de aquellas famosas “Estrellas sobre hielo” capitaneadas por Sonja Hennie, fabulosa Campeona Mundial de patinaje. También de personajes de la lucha libre como El Enmascarado de Plata, El Tigrito del Ring, Bernardino La Marca, así como El Chiclayano, Dr. Nelson, El Ciclón Venezolano, El Dragón Chino, Jorge y Bassil Battah, entre muchos otros

     Los encuentros internacionales de boxeo entre los cuales se cuenta el de Oscar Calles versus Phil Terranova, el combate por el título mundial mosca entre Pascual Pérez y Ramón Arias. Y uno por el título mundial welter Jr. disputado por “Morocho” Hernández y Eddie Perkins. Kid Chocolate y Sandy Saddler también brindaron emotivos combates.

     Célebres grupos musicales, artistas de la talla de Cantinflas, de músicos como Johnny Pacheco, Bobby Valentín, Ray Barreto, Santitos Colón, Roberto Roena, Yomo Toro, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Héctor Lavoe, Louis Armstrong, James Brown, y orquestas y grupos musicales como las de Xavier Cugat y la Billo´s Caracas Boys, la Fania All Stars -o las Estrellas de Fania, el grupo de rock Sangre, Sudor y Lágrimas, Los Dementes, Dimensión Latina, Los Melódicos, Sentimiento Muerto, Desorden Público y Zapato 3, entre muchas otros artistas.

Este escenario capitalino también ha servido de sala de cine

     En su época, el Nuevo Circo ocupó el primer lugar entre los locales de espectáculos públicos de la ciudad, seguido del “Teatro Municipal” y el “Teatro Nacional”, respectivamente.

     Su abandono y decadencia actual han sido consecuencia de muchos factores, entre ellos, la apertura del Poliedro, en 1974, y la prohibición de corridas de toro en julio de 2017.

Varios dueños

     Luego de la muerte del general Mancera, ocurrida en la capital, el 1 de octubre de 1927, el hijo del Benemérito Juan Vicente Gómez, Gonzalo Gómez logró adquirir los derechos y acciones de la Compañía Anónima Nuevo Circo, propietaria del coso caraqueño. Después de sucesivas ventas, el circo pasó a manos del empresario Luis Branger, hasta que, en 2005, el Cabildo Metropolitano lo expropia y la Alcaldía Mayor asume la propiedad. Se elaboró entonces un proyecto de restauración que nunca fue concluido. En 2008, el Nuevo Circo pasó a manos de la Alcaldía del Municipio Bolivariano Libertador.

En 1984, el Nuevo Circo había sido declarado Monumento Histórico Nacional por la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación. No obstante, la familia Branger demandó ante los tribunales la ilegalidad de esa medida, dejando sin validez la declaratoria de Monumento Histórico.

Una nueva ordenanza aprobada por la Municipalidad en 1987 promovió nuevamente su conservación. No obstante, esta medida también fue anulada por la Corte Suprema de Justicia, en 1998. Previendo la posibilidad de su demolición, ese mismo año el Instituto del Patrimonio Cultural lo declara “Bien de Interés Cultural”.

Fuentes consultadas:

  • Montefusco, Miguel. 50 años del Nuevo Circo. Élite. Caracas, 1 de febrero de 1969
  • Parra Márquez, Héctor. Sitios, sucesos y personajes caraqueños. Caracas: Empresa El Cojo, 1967; Págs. 229-240
  • Revista Actualidades. Caracas, enero/marzo 1919

Villanueva y la reurbanización del Silencio

Villanueva y la reurbanización del Silencio

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Villanueva y la reurbanización del Silencio

     Carlos Raúl Villanueva (1900-1975), considerado el más importante e influyente arquitecto venezolano del siglo XX, fue el autor de un ambicioso proyecto de transformación de Caracas. Durante el gobierno del general Isaías Medina Angarita, entre 1942 y 1945,  desarrolló lo que se conoce como la reurbanización de El Silencio, que comenzó por derribar el barrio insalubre asentado en el centro capitalino, donde proliferaban la delincuencia y los prostíbulos, y construir lo que hoy es uno de los íconos arquitectónicos de la ciudad. Aquí le presentamos uno de los trabajos más perspicaces sobre esta emblemática obra, escrito por el ingeniero Ricardo De Sola

     “Mi arquitectura, yo no sé. . .  Nunca he tratado de hacer arquitectura. La arquitectura traduce un problema que se ha planteado, traduce un contenido, de qué se trata, qué es, … es la llamada parte analítica, fría, que clasifica y ordena, piensa en las posibilidades del problema que se va a traducir.

     Luego viene la parte sintética, la cual traduce la solución del análisis del problema. Cuando se tienen diversas soluciones se cae en el problema de escoger la mejor y esto es lo difícil. Al desarrollar un proyecto se debe equilibrar el tiempo entre ambas partes, pues cuando se estudian una parte más que otra, entonces la solución es mala, deficiente y no resuelve el problema. Busco la manera de plantear el problema de una manera fría y luego como consecuencia del análisis encuentro la solución y sobre todo busco el equilibrio entre la parte funcional y técnica y luego la parte formal.

     La arquitectura vive del espacio interior, uno debe limitar el espacio, entonces hace la forma, la cual necesita ser construida, hay que saber escoger los materiales, estudiar la circulación, visibilidad, etc.”

     Respuesta de Carlos Raúl Villanueva durante la entrevista realizada el 24 de abril de 1969 por la estudiante Valentina De Sola M.

 

Dirección de urbanismo

     Para el año 1938, en que se crea la Dirección de Urbanismo, ésta se abocó principalmente al estudio de la transformación del casco central de la ciudad de Caracas.

     La Caracas de entonces no llegaba a 300.000 habitantes, estimándose con base a los datos estadísticos que sobre su crecimiento se tenían, que su población llegaría para el año 2.000, al millón de habitantes, estimaciones éstas excesivamente conservadoras ya que para el año de 1955, en octubre, la población del Área Metropolitana de Caracas había alcanzado dicha cifra.  

     En aquel entonces la ciudad empezaba a crecer hacia el Este, en donde se encontraban grandes terrenos libres que formaron las antiguas haciendas que la rodeaban. Era necesario, por lo tanto, crear condiciones para evitar que la vieja ciudad fuese abandonada, de no procederse de inmediato a tomar las medidas tendentes a mejorar el urbanismo de la misma.

      El primer plan de urbanismo para la ciudad de Caracas presentado a la consideración del Concejo Municipal el año 1939 y entre las recomendaciones de mayor importancia se indicaba: “Construir una Avenida Central de treinta metros de ancho que parta de El Calvario y concluya en Los Caobos, comprendiendo la unión de tres plazas de carácter monumental: El Calvario, Santa Teresa y Ño Pastor”, indicándose a la vez que la Plaza El Calvario estará conectada mediante dos diagonales a la carretera a Catia (hoy Avenida Sucre) y a la carretera de Antímano por medio de la Avenida San Martín.

      La zona de El Silencio, donde convergen esas tres grandes vías, de intenso tráfico, sería destinada al desarrollo de un Centro Político-Administrativo.

Barrio El Silencio

     Para el año de 1942, cuando el Gobierno Nacional presidido por el general Isaías Medina Angarita, toma la decisión de destinar los terrenos ocupados por el Barrio El Silencio para el desarrollo de un programa de viviendas y no para el uso del Plan de Urbanismo que se había acordado, se estimó que, dadas las condiciones reinantes en aquel momento, no se justificaba efectuar una gran inversión para la ejecución de una obra que podía ser considerada, si no suntuaria, ciertamente no esencial.

La urbanización de El Silencio consta de 779 apartamentos y 201 locales comerciales

     Este hecho que puede ser considerado de gran significación social y humanística, podría ser cuestionado desde el punto de vista urbanístico, pues si bien es cierto que si cambio el uso de la tierra, no así fue modificada la vialidad trazada.

     Esta situación presentaba para el arquitecto Villanueva un gran reto, que fue resuelto por él mediante una solución arquitectónica que podríamos catalogar de genial, y que originó grandes cambios en la vida de la ciudad al eliminarse un barrio que era vergüenza para Caracas, dadas las condiciones infrahumanas, tenebrosas e insalubres en que vivían sus tres mil cien habitantes, presos de la más mortal miseria, inadaptados a la sociedad y del ejercicio de la prostitución más repugnante. Un sesenta y cinco por ciento de esos habitantes padecían de sífilis y otras enfermedades venéreas y un quince por ciento de tuberculosis. Se le encomendó al Banco Obrero el llevar adelante el desarrollo del proyecto. Este instituto preparó unas bases generales que sirvieron de guía a los arquitectos llamados a Concurso. Este programa fue nuevamente ampliado por la Comisión que fue nombrada a los fines de estudiar los proyectos y escoger el más conveniente.

     El programa se componía de catorce puntos entre los que se establecía que el proyecto a ejecutarse debía tener no más de mil unidades entre apartamentos y locales comerciales, destinándose la planta baja de los edificios a los locales comerciales y los pisos siguientes a vivienda, divididos así: veinte por ciento a viviendas de dos habitaciones; cincuenta por ciento a viviendas de tres habitaciones y treinta por ciento a viviendas de cuatro habitaciones. Esta exigencia correspondía al hecho de que en la clase media en Venezuela la familia era numerosa.

     Así mismo se especificaba que un treinta por ciento del área a urbanizarse debería ser destinada a calles y avenidas, un treinta por ciento a espacios libres y un cuarenta por ciento a las construcciones.

     Se recomendaba una ventilación directa a todas las dependencias de los departamentos y que los edificios no tuvieran más de cuatro pisos sin ascensor, y en caso de alguno de más de cuatro pisos debían instalarse ascensores. 

     El proyecto escogido fue el presentado por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Es de advertir que el primer proyecto presentado por Villanueva, el desarrollo se componía de ocho bloques, no se contemplaba la Plaza Urdaneta y la Avenida Bolívar se trazaba ampliando la avenida Oeste-Este 8.

     En el segundo proyecto, Villanueva diseña la Plaza Urdaneta, punto de convergencia de las tres avenidas: Catia, San Martín y Bolívar y traza la Avenida Bolívar tal como fue recomendada en el Plan de Urbanismo de 1939, o sea en el centro de las manzanas comprendidas entre las Avenidas Oeste-Este 6 y Oeste-Este 8.

Postal del croquis de la Reurbanizacion de El Silencio

Proyecto Villanueva

     El segundo proyecto de Villanueva contempla siete bloques de apartamentos multifamiliares, seis de ellos de cuatro plantas y uno de siete plantas. La planta baja en la mayoría de los casos se destina a locales comerciales y los restantes a viviendas. Los edificios de cuatro plantas, servidos solamente por escaleras y el de siete plantas contaba además con ascensor. Cada escalera daba acceso a dos apartamentos por planta en los bloques 4, 5, 6 y 7. Para los bloques 1, 2 y 3, cada escalera sirve a cuatro apartamentos por planta.

     Todas las dependencias tenían iluminación y ventilación directa, y el arquitecto en su diseño le dio una gran amplitud a las zonas destinadas al trabajo del hogar, como fueron: la cocina, el lavadero y el corredor, pues estimó que ciertas actividades productivas pudieran efectuarse en la casa por otra parte, esta zona de trabajo (corredor y balcón) daba su frente a los jardines interiores a los fines de que las madres pudieran tener vigilancia permanente sobre sus hijos, cuando éstos se encontraban en sus actividades recreativas en los parques y jardines del edificio.

     Villanueva, al diseñar el conjunto arquitectónico de El Silencio, y tomando en cuenta el clima y las costumbres de Caracas, optó por el estilo llamado Colonial, de portales, arcadas, rejas, molduras y en concordancia con ellos los espacios verdes que predominan en los patios y jardines interiores de cada grupo de viviendas y en las venidas. El arquitecto proyecta al Oeste de la Avenida Bolívar y frente a la Plaza Monumental (Plaza Urdaneta con sus dos grandes fuentes, obra del escultor Francisco Narváez), un edificio de gran masa, el bloque 1, hoy Carlos Villanueva, cuya parte central tiene siete pisos y los laterales cuatro. Al Sur y al Norte de la Avenida Bolívar los bloques 2 y 3 con cuatro pisos cada uno, con la posibilidad de aumentar su altura si fuese necesario.

     La mayor altura del bloque 1 tenía por objeto hacer un fondo decorativo a la avenida principal, armonizando con la plaza. Se diseñaron espacios libres de tres tipos diferentes, divididos así: 

  1. Los propios de cada bloque destinados a parques infantiles y zonas de descanso, lejos de todo tráfico y del ruido de la calle.
  2. El espacio libre al Oeste del bloque 1, destinado a centro de deportes para adultos, así como también espacio para los niños.
  3. La Plaza Miranda, adyacente al bloque 7 y la plaza principal, Plaza Urdaneta (hoy Plaza O’Leary).

     Al adoptar el sistema de patios abiertos se facilita la renovación del aire, cosa que no ocurre con los pequeños patios cerrados difíciles de ventilar. La arquitectura como ya dijimos, es del estilo Colonial, y en la construcción se optó el tipo mixto: estructura de concreto armado y espacios intermedios de ladrillos tubulares o algún otro material liviano aislante del calor.

     Villanueva, al diseñar el conjunto arquitectónico de El Silencio, y tomando en cuenta el clima y las costumbres de Caracas, optó por el estilo llamado Colonial, de portales, arcadas, rejas, molduras y en concordancia con ellos los espacios verdes que predominan en los patios y jardines interiores de cada grupo de viviendas y en las venidas. El arquitecto proyecta al Oeste de la Avenida Bolívar y frente a la Plaza Monumental (Plaza Urdaneta con sus dos grandes fuentes, obra del escultor Francisco Narváez), un edificio de gran masa, el bloque 1, hoy Carlos Villanueva, cuya parte central tiene siete pisos y los laterales cuatro. Al Sur y al Norte de la Avenida Bolívar los bloques 2 y 3 con cuatro pisos cada uno, con la posibilidad de aumentar su altura si fuese necesario.

Descripción de la obra

     El proyecto definitivo constó de un total de 779 apartamentos y 201 locales comerciales. Los 779 apartamentos se distribuyeron así: 29 de una habitación (3.72%), 389 de dos habitaciones (49.94%), 260 de tres habitaciones (33.38%), 89 de cuatro habitaciones (11.42%) y 12 de cinco habitaciones (1.54%). El área ocupada por los edificios, incluidos los jardines interiores, es de 55.074,65m2, o sea el 54.97% del área de la reurbanización.

     Ese primer gran proyecto que se desarrolló trajo consigo la organización de las primeras grandes empresas de ingeniería constructora del país y a la vez quedó demostrada la capacidad técnica de la ingeniería venezolana. Tan es así que la construcción total de la reurbanización El Silencio, iniciada el 4 de enero de 1942, quedó totalmente terminada e inaugurada el 20 de agosto de 1945, o sea que la obra fue realizada en 32 meses a un costo de total de 54.927.537,88 bolívares, incluidas las inversiones en la adquisición de los inmuebles, demoliciones, obras de urbanismo y construcción de edificios.

     Se trabajó a un ritmo acelerado a pesar de la situación reinante en aquel entonces, en que había dificultades para la adquisición de los equipos y materiales de construcción, a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial que estaba en pleno desarrollo. 

     Deseo para terminar citar un párrafo de Juan Pedro Posani en su obra “Arquitectura de Villanueva”, por compartir totalmente lo que en él se anota: “Para Carlos Raúl Villanueva la arquitectura, el diseño, representaron algo mucho más amplio que la simple actividad enmarcada en la rutina profesional. Para él, diseñar y construir eran la actividad humana por excelencia. Con una coherencia cabal, con una adherencia perfecta a su carácter, sus sentimientos y preferencias anímicas y sensoriales, Villanueva concebía la acción de delimitar el espacio, de organizarlo y entregarlo a la vida de los demás, como la acción suprema, dotada de todo el valor simbólico del constructor, el ser más positivo”.

 

Fuentes consultadas:

Historia de la Construcción en Venezuela. Caracas: Enzo Papi Editor, 1994

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