Petare

Petare

Por Rhazes Hernández López

Petare se estableció entre el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja quebrada El Loro.

Petare se estableció entre el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja quebrada El Loro.

     “En los Valles de los Caracas, hacia el extremo Este de la ciudad de Santiago de León, existe un viejo pueblecito histórico. En él, a través de casi tres centurias, se han sucedido hechos por demás interesantes. El pequeño burgo está rodeado de estratégicas colinas, en las cuales se libraron batallas hasta no hace muchos lustros, y pertenece hoy día al extenso Estado Miranda. Este pequeño terruño de la nombrada Entidad Federal, tuvo hasta la honra de ser por varios años, en la segunda mitad del siglo XIX, capital del entonces llamado Estado Bolívar.

     Este pueblecito de calles tortuosas y angostas, guarda la imperecedera huella de la arquitectura colonial española. Cuando nos adentramos en el corazón de él, y nos perdemos por las todavía calles empedradas, nos vienen a la mente las serpenteadas y empinadas callejas de la más española de las ciudades de España: Sevilla. Aquí sólo faltan los geranios florecidos sobre los barandales labrados y torneados de los balcones de madera, así como la guitarra andaluza, tejiendo sus arabescos tras el “cante jondo” y la copla del “cantaór” trasnochado. . . En la arquitectura simple y de pequeñas proporciones, vemos las estampas de Extremadura. El alarife de hace diez siglos atrás, nos ha dejado el eterno recuerdo de la Madre Patria.

     Hay en el pueblo una vieja reliquia arquitectónica: la Iglesia de El Calvario, construida en los primeros días en que se formó la feligresía. Posee imágenes valiosas que recuerdan a “Los Primitivos”, muchas de las cuales se conservan intactas, muy especialmente unas esculturas en las que se ven representados al Arcángel San Miguel en lid con el demonio. Algo muy curioso en estas esculturas, es la pintura que las cubre: el Arcángel está pintado de blanco, mientras que el diablo de negro “achocolatado”, valga el vocablo para determinar el color impreciso. En esta misma iglesia, que fuera hace por lo menos 200 años el templo parroquial, hay una cruz grande, de madera, la cual se cree fue traída de España en el siglo XVII. Esta reliquia histórica se conserva en muy buen estado, y numerosos fieles concurren a ella, devotamente, por cuanto se dice “que es muy milagrosa”. El pavimento de este humilde templo, es de ladrillos rojos, es el mismo que le fue colocado cuando fue construida la iglesia. Y a pesar del largo derrotero de años, este enlozado se conserva intacto.

     Siguiendo la costumbre de aquella época de inhumar en los recintos de los templos, podemos apreciar las lápidas de varias tumbas, en las cuales se encuentran enterrados distinguidas damas y nobles caballeros, tal vez fundadores del pequeño pueblecito y dueños y señores de las fértiles campiñas de este extremo de los Valles de Caracas. En los epitafios se ven claramente las fechas que señalan el día en que fueron llevados a la última morada estas connotadas personas. . . 1700. . . 1764. . . 1800. . . Los mausoleos permanecen tal como fueron construidos; el mármol conserva la brillantez del pulimento. Su aspecto nos infunde el respeto que se le tiene a lo hierático y divino. Y ante su presencia, nos hacemos una larga serie de cavilaciones, reconstruyendo en nuestra imaginación aquel pasado oscurantista, cuando se acostumbraba colocar sobre los caballetes de las casas una crucecita de hierro, salvaguarda sobre el enemigo malo, según el decir de las personas versadas en cuestiones religiosas. . . Asimismo, cuando el párroco acudía con el Santo Viático, acompañado de un escuálido cortejo de feligreses y devotos, y los monacillos tocando el lúgubre esquillón, que anunciaba que se le iban a prestar los últimos auxilios a la Santa Madre Iglesia, al moribundo que habitaba en una callejuela húmeda y solitaria, gris-oscura, como un atardecer de invierno.

     Así era el pueblecito de entonces. Así era Petare de los siglos XVIII y XIX, establecido, como siempre, como una isla dentro de un triángulo de agua formado por el majestuoso Guaire, el cristalino Caurimare y la apacible y vieja Quebrada de la Mina de Oro, la que más tarde la voz popular tal vez para abreviar su nombre la llamó El Loro; hoy día continúa llamándose así.

     En algunas casas de esta población se conservan todavía los cuartos, formas de calabozos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical en las faenas del campo, en las propiedades agrícolas de sus señores. En estos “cuartos” pueden apreciarse los barrotes de las puertas, así como las grandes aldabas y pesados picaportes hechos de hierro forjado, igualmente las argollas a las cuales eran encadenados durante la noche los esclavos más rebeldes, cansados de sufrir el látigo infamante y las más duras tareas en el largo ciclo de 12 ó 14 horas consecutivas.

Algunas casas de Petare conservan todavía los cuartos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical.

Algunas casas de Petare conservan todavía los cuartos donde se alojaban a los esclavos después de haber trabajado todo un día bajo el bravo sol tropical.

En los aledaños del pueblo

     Al salir del pueblecito hacia el Norte, por el viejo camino carretero de Guarenas, nos dirigimos hacia los frescos cañamelares de las haciendas circunvecinas. Tomamos el sendero del fundo de “La Urbina”, sendero éste que va casi por la orilla del que fuera el rumoroso Caurimare, cantado por los aedas de la “era parnasiana”, tales como Domingo Ramón Hernández, Gabriel Muñoz y otros que se nos olvidan. En este agradable sitio se encuentra el célebre “Pozo de la Batea”, donde según cuenta la leyenda, tomó un baño El Libertador y otras eminentes personalidades de linaje, pertenecientes a las familias patriotas de Caracas, cuando el famoso éxodo a Oriente en el año 14.

     En esta hacienda existen dos grandes trapiches los que se conservan, aunque algo derruidos por la acción del tiempo – ¡casi dos siglos de existencia! – Sus torreones se yerguen imponentes apuntando hacia el cielo límpido y azul como dos gigantes de piedra. Arrumbados contra los viejos muros se hallan las primitivas maquinarias para la molienda; las enormes y pesadas mazas de piedra que trituraban la caña de azúcar para extraerle el dulce zumo; las ruedas dentadas cubiertas por el moho de varios lustros. 

     La Gran Rueda de casi diez metros de diámetro, por medio de la cual se ponía en movimiento todo el sistema de molienda, era accionada por el agua; las grandes pailas de cobre martillado, donde se cocinaba la zafra de todos los años para hacer el papelón que consumían todos los pueblos de este feraz valle. Hoy emplean estos grandes envases para los bebederos de las bestias de la hacienda. Uno de estos fundos fue propiedad del general José Antonio Páez, y cuenta la tradición que el Héroe de las Queseras. Acostumbraba pasear todas las tardes en una briosa cabalgadura árabe por su finca, llegando a veces hasta el pueblo, donde era recibido con júbilo por los pobladores, quienes sentían admiración y respeto por el bravo paladín de la Emancipación.

Petare, tierra de valientes soldados

     Durante el pasado siglo, Petare era considerado como una tierra de hombres valientes. Allí nacieron el general Luciano Mendoza, adversario del general José Antonio Páez, y a quien derrotara en una batalla librada en los llamados “Cerros de Chupulún”, cercanos a esta misma población; el general Natividad Mendoza, hermano de anterior, y también incansable guerrillero, que cuando se “alzaba”, sembraba el pánico en toda la comarca; el general Fermín Soto, destacado miembro del Partido Liberal Amarillo, y quien se distinguió en varias acciones con valentía y serenidad. En la actualidad vive en Petare su hijo, Jesús María Soto, persona muy apreciada en esa población. Igualmente nació en Petare, el general José María Capote, uno de los mílites de quien se dice ayudó a dar el triunfo a Juan Vicente Gómez en la batalla de Ciudad Bolívar. Este pequeño pueblo era considerado como un nido de “revolucionarios”, quienes a cada momento ponían en consternación al gobierno constituido. Para entonces ir de Caracas a Petare era algo difícil, pues parte del camino –hoy Vía del Este– siempre estaba lleno de grandes lodazales. Todavía se comenta en la nombrada población “el gran pantano que se formaba entre Los Dos Caminos y Petare”; las carretas –transporte exclusivo de carga para la época– se hundían en el lodo, y muchas veces llegaron a perecer las bestias que las tiraban, ante el desespero de quienes las conducían.

Las calles de Petare son, generalmente, empinadísimas.

Las calles de Petare son, generalmente, empinadísimas.

Un artista que no se dio a conocer

     En la segunda mitad del siglo pasado, vio la luz en esta población un niño que con el tiempo dio notaciones de tener una gran intuición para el arte de la pintura. Este artista se llamó Jesús María Arvelo. Dicen los que lo conocieron en el pueblo “que tenía una facilidad asombrosa para pintar retratos, así como paisajes y naturalezas muertas”. El gobierno de entonces se interesó por el joven pintor, con el loable propósito de enviarlo a Italia para que estudiara la carrera artística bajo la dirección de buenos maestros; mas, al joven Arvelo, se le presentó la dificultad de separarse de su señora madre, quien desesperadamente le rogaba que no se fuera porque no podía estar sin él. Ante esta calamidad de orden familiar, fue perdiendo el entusiasmo de su viaje a Europa, y el tiempo se encargó de ir apagando sus vehementes deseos de seguir los estudios en una academia. Sin embargo, Arvelo continuó pintando en su pequeño pueblo natal, ya que no vivía sino para su arte, al cual le dedicó la mayor parte de su vida. En Petare se conservan varios óleos de propiedad particular, así como también en la Iglesia Parroquial de esa localidad, sobre hechos de la Biblia y sobre la vida de los santos, e igualmente varias decoraciones en algunas casas. A través de la pequeña obra del artista y de sus escasos recursos técnicos, se observa la disposición y el talento que tenía para tan difícil carrera. Es una verdadera lástima que Venezuela no haya podido contar entre sus hijos a este artista olvidado quien ha podido ser un destacado representante del arte pictórico nacional.

Una reacción contra el Libertador

     En los emocionantes días de la Independencia, cuando el pueblo venezolano se preparaba a sacudir de una vez por todas el yugo de la España oscurantista y ultramontana, en este pueblecito tuvo lugar un triste hecho que ha permanecido perdido en los tantos y olvidados capítulos de la historia patria. Dice la tradición que un grupo de burgueses de la localidad ante el ritmo vertiginoso que estaban tomando los acontecimientos por la Independencia de la patria, agitaron al pueblo contra el Libertador “por su herejía y alta traición contra su católica majestad Don Fernando VII”. Este grupo de reaccionarios señores, obligaron hasta por medio de la fuerza a los esclavos para que se unieran a la protesta por una tan noble causa. El condenable hecho no tuvo una gran trascendencia por fortuna, pero la historia registra este acto como que fue una cosa del pueblo y de los esclavos contra las ideas de emancipación, cuando todo ello fue el producto de los eternos individuos que se han opuesto siempre al progreso de la humanidad. En Petare existe la casa donde se reunieron estos señores. Está situada en la Calle Miranda y en la actualidad hay en ella un negocio de cine y botiquín. Bajo el piso de ella hay unos sótanos profundos que sería curioso visitarlos; se ha llegado a decir que en ellos hay enterrado un gran tesoro. Este rumor popular ha corrido por espacio de muchos años; parece que nadie se ha atrevido a bajar a ellos. Asimismo, se cree que se comunican con una hacienda vecina por medio de un túnel.

 

La hacienda del conde Mestiatti

     En el cerro del Ávila, justamente frente a Petare, existió en un tiempo una gran hacienda. Tres horas se gastaban a pie desde esta población al gran patio de café de la finca. Para subir al patio había que tomar una escalera construida de hormigón, la cual siempre estaba cubierta de musgos y enredaderas y a veces producía cierta grima por la humedad y por haberse encontrado al pie de ella algunas “macaguas” y “cascabeles” que habían ocasionado la muerte a varios campesinos. El propietario de este fundo cafetero era un Conde que se apellidaba Mestiatti, oriundo de Italia, y de quien se decía que había inmigrado a este país por causas políticas en su patria nativa. El Conde era alto, blanco y con una barba gris, tenía los ojos verdi-azules. Caminaba un poco doblado hacia adelante. En fin, su porte era el de un gran caballero.

     El nombrado señor se esmeró porque su hacienda floreciera y aumentara su producción agrícola; pero pasaron largos años y el Gobierno con el fin de evitar los grandes incendios adquirió la propiedad para patrimonio de la Nación. Hoy aquellas feraces tierras están cubiertas de exuberante vegetación tropical. El ramaje de los árboles cobija bajo su sombra los sólidos muros tejidos por las tupidas enredaderas. Las yerbas han ido tragándose el extenso patio, en el cual se ponía todos los años a secar la cosecha del aromoso fruto. Los canales por donde corría el agua para mover el molino han resistido el peso de los años. En ellos florecen las pascuas y algunas plantas de la familia de las orquídeas, así como también las fresas adheridas a la humedad del hormigón. En la parte baja de la hacienda existe una “caída” de agua con una altura aproximada de setenta y tantos metros. Al pie de ella hay un cristalino pozo que parece un espejo verde de nubes y de ramas largas. El agua es completamente helada, y una persona no es capaz de permanecer dentro de ella más de un minuto; de quedarse un tiempo mayor, saldría entumecida y calambreada. Las orillas de esta piscina natural están cubiertas de berros, juncos y musgos acuáticos. Casi no hay peces; pero sería un sitio ideal para la procreación de truchas y otros peces de zonas templadas. Esta cascada merece verse pues a algunos metros antes de caer casi se pulveriza formando un eterno arcoíris que se esfuma bajo la verde vegetación de la montaña. El agua es purísima, y el fondo del pozo es de una arena limpia, llena de piedrecitas blancas. Las algas acuáticas forman arabescos caprichosos y se mueven con una lasitud de anguila adormecida. El camino para llegar a la hacienda serpentea por entre los pastos. Hoy los excursionistas ascienden por “picas”, por hallarse este sendero casi cubierto de malezas y los derrumbes producidos por las lluvias. De la población de Petare puede verse la línea amarilla del camino en zigzag, hasta perderse en el corazón de la montaña. En algunas horas del día, toda la extensión de la finca se cubre de nieblas, y a lo lejos se ve tenuemente el Valle de los Caracas, perdiéndose la vista hasta el Abra de Catia, hacia el Oeste marino. Regresamos a Petare pasando por la antigua “Hacienda Arvelo”, otro recuerdo colonial con su casona señorial y el viejo trapiche ennegrecido, con su vetusto torreón de adobes rojos, como un centinela firme vigilando el silencio de los labradíos. Tomamos la carretera caminando hacia el viejo pueblecito del Indio Tare, perdiéndonos entre sus callejuelas sevillanas, con la mirada puesta en los balcones florecidos”

FUENTE CONSULTADA

  • Elite. Caracas, núm. 985, 13 de agosto de 1944.

Inauguración del primer bloque de El Silencio

Inauguración del primer bloque de El Silencio

El Bloque número 7 está construido frente a la Plaza Miranda y el Circo Metropolitano. El costo del edificio fue 7.000.000 de bolívares. Consta de 106 apartamentos residenciales y 100 locales destinados a comercios. Carlos Raúl Villanueva, el admirable arquitecto venezolano, de la Escuela de Ciencias y Artes de París, fue el autor del proyecto de la Urbanización

El 5 de julio de 1944, se inauguró el Bloque 7, primer edificio de la Urbanización El Silencio que se construyó; está ubicado frente a la Plaza Miranda.

El 5 de julio de 1944, se inauguró el Bloque 7, primer edificio de la Urbanización El Silencio que se construyó; está ubicado frente a la Plaza Miranda.

     “A las personas que gustamos de los libros, de los papeles, de las máquinas de escribir, de las ideas y de los movidos sucesos de cada día, no nos place, en general, el contacto con los números. Nos parecen las cifras algo seco, duro, poco relacionado con la vida tumultuosa y amable, con el torrente poderoso de la humana existencia, que es precisamente el objeto de nuestro trabajo y de nuestro interés.

     Verdad es que los números pueden teñirse de luz cuando se refieren al poder de las estrellas o al calor del sol; verdad es que se miden las sílabas de los versos y un endecasílabo puede ser tan cercano a las matemáticas como la más sencilla operación de sumar; verdad es que los cálculos toman signos de afirmación viva en los ritmos de la música; verdad es todo ello, pero seguimos demostrando la más profunda desconfianza hacia las cifras. Exceptuando, por supuesto, las que nos marcan el monto del salario o, para los afortunados de la tierra, el monto de la renta: de la tan vilipendiada y sufrida renta, de la tan deseada y terrible renta, de la Renta –con mayúscula– enemiga del ministro de Hacienda y del impuesto que sobre ella gravita insistente e incisivo.

     Hablábamos de los números. Los que con la vida tratamos y de la vida hacemos centro y objeto de nuestro trabajo, solemos mirarlos con despectiva indiferencia. Nos encogemos de hombros ante los números: ¿Qué importan los millones si lo que nos interesa no es el dato en sí mismo sino lo que él pudiera encerrar de humana forma huidiza, eterna, poderosa? . . .

     Y nos sorprenden, a veces, los números con su carga de gigante significación. Y nos dicen los números con gritos de indiscutible fuerza la violenta sinceridad de las cosas que –también ellos– expresan escueta y simplemente, en el estilo sagaz y exacto de un novelista minucioso.

     A propósito de El Silencio –de la reurbanización de El Silencio, del Bloque número 7, inaugurado el miércoles 5 de julio de 1944– los números han cumplido para nosotros admirable papel de indicadores.

     Se ha vuelto personaje central de un cuento en el que jamás creímos que pudiera intervenir la Aritmética. Porque nosotros íbamos a hablar del milagroso caso de la reconstrucción o reurbanización del barrio de “El Silencio” y pensábamos decir cómo la gigantesca colmena de prostitutas y hampones que era “El Silencio”, habíase convertido en este admirable conjunto de edificios soberbios entre cuyas paredes se encierran nya unos cuantos cientos de vidas trabajadoras.

     El Bloque número 7 de El Silencio –inaugurado, como dijimos, el pasado 5 de julio– está construido frente a la Plaza Miranda, frente al Circo Metropolitano. En lo que es hoy Bloque número 7 –apartamentos, comercio, plaza, jardines infantiles– estaban las prostitutas francesas del llamado Callejón de las Chayotas. En los terrenos de este Bloque número 7 se alzaba antes la casa de juego –montidao y ruleta, bacarat y ajilei y sietimedio– de Chingüinga. En lo que es hoy el Bloque número 7 se encendían, hace ya mucho, mucho tiempo, bailoteos, disfrazaderas y heroicas juergas del Molino Rojo.

Los alquileres de los apartamentos residenciales de la Urbanización El Silencio fluctuaban entre los 100 y 150 bolívares.

Los alquileres de los apartamentos residenciales de la Urbanización El Silencio fluctuaban entre los 100 y 150 bolívares.

     Ya sabemos todos los caraqueños cómo era de febril y canalla la parranda pobre y miserable en los alrededores de “El Silencio”. Ya sabemos los caraqueños todos cómo la enfermedad y el vicio y la miseria se unían para formar en el brasero de la prostitución una sombría llama que encendía en resplandores desvergonzados el costado que Caracas ofrece a la cercana colinilla de El Calvario.

     De ello pensábamos hablar: decir y recordar la atmósfera de pantomima dramática y burlesca desarrollada en aquellos sitios. Pensábamos describir la escena brillante y podrida de la casa de juego, de los centavos hurtados al jornal del trabajador en el truco pintoresco y ladino del tahúr. Pensábamos pintar las sucias cintas colgadas de las greñas de las prostitutas estridentemente pintadas y expresar cómo dolía al buen caraqueño aquel pequeño y sucio rincón donde podía encontrarse cara a cara todo lo que de más asqueante tiene la familia humana. Pensábamos decir la comparación entre dos épocas caraqueñas y hablar de la prodigiosa obra ejecutada por el Banco Obrero en poco más de un año gastado en los trabajos de demolición y reconstrucción. Los números nos han dado el mejor medio de expresión y de ellos nos valemos gustosamente.

La reurbanización de El Silencio es una de las grandes obras que contribuyeron notablemente con la transformación de Caracas.

La reurbanización de El Silencio es una de las grandes obras que contribuyeron notablemente con la transformación de Caracas.

     Para afirmar la capacidad expresiva de las cifras basta saber que los alquileres de los apartamentos residenciales serán de 100 a 150 bolívares. Lo que equivale a poner delante de nuestros ojos el comienzo de la solución del problema de la vivienda para las clases pobres caraqueñas. 

     Pero comencemos seriamente con las cifras, y dejemos al lector la apreciación y las consecuencias de los guarismos.

     Los terrenos donde se está haciendo la reurbanización “El Silencio” costaron 10.000.000 de bolívares. El terreno donde está el trozo destinado a jardín y plaza, en el centro del Bloque número 7, cuesta 1.750.000 bolívares.

     El costo del edificio inaugurado el miércoles es de 7.000.000 de bolívares. Hay en este edificio 1.391 habitaciones, las cuales componen 106 apartamentos residenciales y 100 locales destinados a comercios.

     En la construcción del Bloque número 7 se trabajó durante 345 días lo cual da 1.048.160 horas de trabajo, por las que se pagó en jornales 1.195.000 de bolívares. El Bloque número 7 tiene en su armazón 56.348 sacos de cemento: 421.024 kilogramos de hierro y acero; 17.000 toneladas de granzón y arena; 20.000 metros cuadrados de granito; 155.064 pies de tuberías para conducciones eléctricas; las paredes se llevaron 85.450 metros cuadrados de pintura y en las vidrieras de los locales destinados a comercio hay 4.245 metros cuadrados de cristal. El Bloque número 7 tiene 28.563 unidades de herrajes.

Gráficas del acto inaugural del primer bloque (7) de la urbanización El Silencio, en 1944. En total eran siete edificios.

Gráficas del acto inaugural del primer bloque (7) de la urbanización El Silencio, en 1944. En total eran siete edificios.

     En toda la obra de reurbanización de El Silencio se utilizarán 660.000 metros cúbicos de cemento; 9.000.000 de kilogramos de hierro y acero; 5.000.000 de pies de tuberías sanitarias; 685.450 metros cuadrados de pintura; 157.545 metros de granito para los pisos: 1.475.378 pies de tuberías para conducción eléctrica; 8.109 puertas; 5.357 ventanas; 9.245 metros cuadrados de vidrieras para locales de comercio.

     Al hacer estas obras serán movilizados 76.420 metros cúbicos de tierra y, cuando se llegue al término de ellas estarán a la orden de la ciudadanía 10.457 habitaciones las cuales formarán 1.990 apartamentos residenciales y de comercio.

     Carlos Raúl Villanueva, el admirable arquitecto venezolano, de la Escuela de Ciencias y Artes de París, fue el autor del proyecto, a todas luces magnífico de la Urbanización. La Construcción está de acuerdo con el Plan Urbanizador de Caracas original de Rotival; en materia de higiene sigue las normas establecidas por el Congreso Panamericano de la Vivienda celebrado en Buenos Aires y, también, sigue las pautas urbanísticas del Congreso Interamericano de Municipios.

     En anterior ocasión dijimos que la obra de reurbanización de El Silencio sólo puede compararse por su importancia a las más grandes que se hayan emprendido en Venezuela por el Gobierno Nacional. Recordábamos las que emprendiera Antonio Guzmán Blanco, único presidente que ha dejado marca por muchos años en la viva historia de nuestro país.

     Sólo las obras de Guzmán Blanco se utilizan todavía por las generaciones actuales y, de las que se finalicen durante el período presidencial del general Isaías Medina Angarita, será esta de El Silencio una de las que mejor expresen la voluntad gubernamental puesta al servicio del pueblo, destinada a la solución de los más esenciales problemas, con mirada realmente amplia, no circunscrita al cercano interés del grupo, del terreno del tiempo más inmediato y pequeño. La reurbanización de El Silencio es obra que resistirá el paso de los años. Estará terminada en el primer semestre de 1945.

     El nombre de Diego Nucete Sardi, director-gerente del Banco Obrero, organismo al cual fue encomendado el trabajo de reconstrucción de El Silencio, será bien recordado a través de unas cuantas generaciones de venezolanos, cuando se hable de esta gigantesca obra, pensada para mucho tiempo y para muchas gentes venezolanas.

     Como se dice en la frase ritual de las ceremonias oficiales venezolanas, “Dios y la Patria lo reconocerán”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, Núm. 74, 8 de julio de 1944; Págs. 23-25.

Caracas la ciudad que no vuelve

Caracas la ciudad que no vuelve

Por Guillermo José Schael*

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

Durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, en las últimas décadas del siglo XI, fue que se inició la modernización de Caracas.

     “La gran mayoría, por no decir casi todas, de estas imágenes que en número de 199 integran las páginas del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”, se hallaban dispersas en manos de algunos amigos o en álbumes familiares Pero cierta vez pensamos si acaso no estábamos en el deber de recogerlas editorialmente, y para ponerlas en manos del público para evitar su desaparición. Representan el escenario urbano de la época pre-petrolera, antes de que se iniciara el segundo gran proceso de transformación.

     ¿Es que hubo uno antes?

     –Claro, el de Guzmán. Al concluir en 1864 la Guerra Federal, Caracas lucía pobre y arruinada. Todavía podían verse las huellas que había dejado el tremendo terremoto de 1812. Además, en 1858 se desató, para desgracia de sus vecinos, una epidemia de cólera. La población quedó reducida a menos de 40 mil almas, mucho menos de la que había señalado Humboldt en el censo de 1800, postrimerías de la época colonial. Desde el poder, inició Guzmán la primera gran transformación. Derribó, por ejemplo, las viejas tapias de los conventos y construyó en su lugar, edificios, parques y alamedas. El Capitolio y el Calvario, el Boulevard de Santa Teresa; construyó el primer gran Teatro y también el acueducto para suplir a una población de 80 mil habitantes. Ordenó, asimismo, el trazado e instalaciones de patios ferroviarios y modernizó los servicios públicos.

     Con tan modestas transformaciones comienza su vida la Caracas del Siglo XX. Al aproximarse el 1911 y con motivo de cumplirse el Centenario de la Independencia, recibe nuevo impulso al organizarse un programa que comprende la ejecución de una serie de obras de ornato. Joaquín Crespo había complementado parte de las realizaciones del “Ilustre Americano”. En los primeros años de Juan Vicente Gómez, se nota asimismo un incremento en la apertura de algunos caminos, paseos y jardines, como por ejemplo los de la Plaza de la Ley, entre la Universidad y el Capitolio. Son embellecidos los alrededores del Panteón Nacional, y se procede a la pavimentación de algunas calles que antes eran de piedra o, simplemente, de tierra. También se emprende la pavimentación de las carreteras de La Guaira a Caracas, y de Caracas a Petare.

     Entre los años 1911 y 1936 casi no sufre modificación alguna el casco urbano. Permanecen como las obras más importantes, aquellas edificaciones de la época guzmancista y otras realizadas por Cipriano Castro “El Cabito”. Corresponden precisamente a este período, casi todas las estampas que integran la colección ofrecida en el libro. Aun cuando para aquella época no existía la perfeccionada técnica fotográfica del color, el señor J. B. Chirinos –en su Tienda “La Margarita” del Pasaje Ramella– editaba con éxito de circulación esas láminas que recogen diversos aspectos citadinos; y podían encontrarse a la entrada del edificio antiguo de Correos en el Principal, por los alrededores del Mercado y de la Casa Natal y cerca del Capitolio o del Panteón. No pocas de aquellas tarjetas eran enviadas a Europa y Estados Unidos, así como a otras partes del mundo. O al interior del país como simples recuerdos de Caracas o mensajes de felicitaciones de Pascuas y Año Nuevo.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

Entre los años 1911 y 1936 casi no sufrió modificación alguna el casco urbano de la ciudad de la capital.

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

A finales de los años 40 del siglo XX, Caracas comienza a verse como una metrópoli en la que en sus calles abundan peatones, vehículos, buhoneros…

     Con el transcurrir del tiempo, algunas postales regresaron. Por ejemplo, una que le dirige desde Macuto el Dr. Alberto Urbaneja a su amigo Roberto Guzmán Blanco, Calle Víctor Hugo, en París el año 1907; otra que envía a Valera, un allegado de Doña Blanca de Febres Cordero en 1914, con la imagen del primitivo sector de Camino Nuevo y, finalmente, una del ceibo de Macuto que remite Matilde a su esposo en Hannover (Alemania).

     Desde los últimos años fuimos guardando cuidadosamente, en álbumes, estas postales que venían por diferentes caminos a nuestra mesa de trabajo en el diario “El Universal”.

     Sería de justicia mencionar la sugestión que hace algunos años nos formulara el historiador Carlos Manuel Moller en Quinta Anauco:

     –Si no recogemos este magnífico testimonio gráfico de Caracas –dijo– corre el peligro de desaparecer. Usted, que ya tiene una colección, ¿por qué no lo edita?

     Efectivamente, nos pareció que valía la pena hacer el esfuerzo de poner a cada postal su correspondiente leyenda y entregarlas más tarde, editadas al público. . .

     Sería asimismo de señalar la circunstancia de que estas postales reflejan las características predominantes en una etapa interesante; como aquella en la cual comienzan a hacer su aparición los primeros automóviles, los que irían, poco a poco, desplazando a los coches (de caballos), tranvías y ferrocarriles. La narrativa ilustrada llega hasta el año 1943, cuando se produce el fenómeno o impacto de transformación de Caracas.

     Un informe del Concejo Municipal que presenta en 1942 el Gobernador Diego Nucete Sardi, subraya que por las calles de Caracas circulan 7.200 automóviles, cifra considerada como exorbitante. No obstante, en esa época Caracas seguía siendo una ciudad semidesierta. La escenografía urbana conserva muchos de los signos apacibles y de quietud. Por ejemplo, la entrada de la Urbanización “Los Caobos” que acaba de concluir don Luis Roche, como todas las de los “extramuros”, no tiene una sola casa construida; no hay flechados y marchan, indistintamente por la izquierda o por la derecha. Todavía más, en 1944, cuando se termina la construcción de “El Silencio”, frente al Bloque Siete, ángulo Sur-Oeste de la Plaza Miranda, se toma una fotografía y apenas aparecen tres peatones y dos automóviles. Contraste singular ofrece a la presente generación ese sector a las horas meridianas. Una tremenda barahúnda de peatones, vehículos, buhoneros y otros, señalan un incremento del ritmo urbano elevado casi al paroxismo.

     La mayor parte de las postales –como queda explicado en la introducción del libro “Caracas la ciudad que no vuelve”–, llegaron a nuestra mesa de trabajo por diferentes caminos, y han venido a llenar la finalidad de ofrecer un conjunto atrayente a las nuevas generaciones de la ciudad que no vuelve, esa que hemos visto pintada en las páginas ilustradas con breves leyendas explicativas. 

     Esta, además, de manifiesto signo atrayente de la “Pequeña Historia”, siendo así que, junto con los vendedores ambulantes de aves de corral, instalados entre Sociedad y Camejo, podemos ver también a dos Embajadores departir durante una recepción diplomática en el Capitolio, luciendo el pintoresco uniforme de la casaca y el bicornio. Y junto con la fisonomía característica de la Laguna de Catia y sus visitantes, observamos también la sobria elegancia del Teatro Nacional, donde acaba de estrenarse “La Viuda Alegre” de Franz Lehar.

     Es a grandes rasgos la impresión que causa este libro hecho, como dice el autor, “para competir en esta época vertiginosa de la publicidad”.

* Cronista de Caracas. Periodista del diario El Universal, donde publicaba semanalmente su muy leída columna Brújula. Entre sus obras destacan: “Imagen y noticia de Caracas”, “Tres episodios históricos” y “La ciudad que no vuelve”

 

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Líneas. Caracas, núm. 139, noviembre de 1968

Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

Celebración de los primeros 50 años de la Cervecera Nacional1893-1943

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     “En 1943, la Cervecería de Caracas celebró el cincuentenario de su fundación. La historia de esta empresa venezolana se remonta a 1893, cuando un grupo de entusiastas empresarios realizaron una importante inversión para constituir una industria que hoy es ejemplo de perseverancia y tesón.

     La “Cervecería Nacional”, hoy Cervecería de Caracas, cuyo capital actual (1943) es de Bs. 9.100.000 (nueve millones cien mil bolívares) se fundó con un capital de Bs. 600.000 (seiscientos mil bolívares) en el escritorio del señor Juan E. Linares, constituido de la siguiente manera:

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     El libro de Actas que todos vimos en la recepción de la mañana del jueves en las Oficinas de la Cervecería Caracas, parece más bien el diario de una campaña industrial en la cual se observa la fe por lo nuestro como un símbolo, en las respectivas Juntas que en él actuaron.

     Por ello vemos desfilar por la Gerencia de la Empresa a los señores J. A. Mosquera, A Valarino, Carlos Zuloaga, Félix Rivas, E. Henny, M. A. Monteverde, Alfredo Dallacosta, Vicente Marturet, Eduardo Sanabria, Eduardo Röhl, hasta el actual titular del cargo, señor doctor Martín Tovar Lange, quien corresponde noblemente al esfuerzo de sus antecesores.

     El doctor Tovar Lange es un venezolano auténtico. Reviviendo la constancia de nuestros mayores, habló a nombre de la actual Junta Directiva de la Cervecería de Caracas, integrada así: presidente, señor don Luis A. Marturet; vicepresidente, doctor Oscar Augusto Machado; Vocales: doctor Nicomedes Zuloaga, señor John Boulton, doctor Carlos Mendoza, y secretario general, el doctor Martín Tovar Lange; y ha facilitado al público un conocimiento de los pormenores de la fundación de la Empresa, con motivo de su cincuentenario.

     Con fácil memoria y precisión, el doctor Tovar, en la mañana del jueves 25, fue describiendo a la numerosa concurrencia las características y aplicaciones de las modernas maquinarias, los procesos de fabricación, la alta eficiencia de los Laboratorios y las perspectivas de la Cervecería Caracas, entre las cuales oímos con satisfacción la posibilidad de fabricar levadura de cerveza en condiciones que pueda ser aplicada a la industria de panadería.

     Con palabra serena y tranquila, cual, si hablara en ambiente familiar, el señor Gerente, haciéndose eco de la Junta Directiva, nos ha demostrado este orgullo de la industria nacional, este empeño de nuestros mejores hombres que hace medio siglo vislumbraron las posibilidades del país.

     Y es que la trascendencia del desarrollo de la Cervecería de Caracas no hay que verla solamente bajo el punto de vista de la fabricación de cerveza, en la cual da trabajo a alrededor de 800 familias. Debemos medirla en sus otros alcances, es decir, por lo que representan para el país sus industrias subsidiarias, entre las cuales, la principal, la Fábrica Nacional de Vidrios, no solamente suple las botellas para la cerveza, sino que fabrica 360 modelos de diversos tipos y para fines distintos, los cuales entran de lleno en la evolución manufacturera de otras industrias, facilitando su desenvolvimiento y proporcionando trabajo a millares de familias.

Patio de la cisterna, 1894.

Patio de la cisterna, 1894.

Salón de máquinas, 1894.

Salón de máquinas, 1894.

     Es de suponer lo que sería la falta de la Fábrica Nacional de Vidrios, en los momentos actuales, para la industria embotelladora del país. Entre los beneficios indirectos que proporciona la Cervecería de Caracas, encontramos, principalmente:

Trabajo a los fabricantes de cajas de cartón y de madera.

Trabajo a los obreros del transporte.

Fletes, depósitos, manipulaciones por transportes locales, etc., etc.

     De alta importancia para el país es el hecho de que la Cervecería de Caracas, en su Departamento de Bebidas Gaseosas, es factor principal en el consumo de azúcar nacional.

     En cuanto a nuestra evolución social la Cervecería de Caracas aplica los principios básicos de la técnica que procura la armonía del capital con el trabajo: fabrica casas para sus empleados y sobrepasa las previsiones de la Ley del Trabajo. Además de las utilidades reparte a sus gremios de trabajadores una cantidad semanal igual a la que resulta recaudada entre los asociados.

     Alguien dijo en un libro injusto que los venezolanos somos tardos en apreciar el mérito propio y no reconocemos el derecho de rectificación, que ejercieron hasta los grandes santos.

     Venezuela parece responder que sí hay un propósito de superación en sus hombres. Su marcha evolutiva es hacia el consumo de lo propio.

     Veamos un hecho cierto: la Fábrica Nacional de Vidrios, con un personal todo venezolano, consume el 84% de artículos de producción nacional. El 16% restante o sea el correspondiente al carbonato de soda, será eliminado de la importación porque se están dando pasos en firme para establecer una fábrica de dicho producto en el país.

     No queremos cerrar esta información sin dar a conocer al público los siguientes datos que demuestran en cifras la gran importancia de estas industrias en la economía nacional:

 

La Cervecería de Caracas y sus subsidiarias en la economía nacional en el año 1942

Al Gobierno Nacional

Primeros presidentes de la Cervecera Nacional/Cervecería Caracas (1893-1943).

     Actos que se efectuaron con motivo del cincuentenario de la fundación de la Cervecería Nacional y de la propia industria cervecera en el país:

Guardianes de las cavas, 1894.

Guardianes de las cavas, 1894.

Día 25 de marzo de 1943

     A las 8.30 a.m. Misa en Acción de gracias en la iglesia parroquia Candelaria para todo el personal de la Empresa.

     10.99 a.m. Apertura de la Convención de Viajeros, Agentes Residenciales y Vendedores en el Distrito Federal.

     11.30 a.m. Los representantes de Comercio, Prensa, Banca, Industrias y favorecedores fueron gentilmente recibidos por su personal.

     A las 4.00 p.m. se llevó a efecto el reparto de juguetes y piñatas como obsequio de la Junta Directiva y del Gerente de la Empresa a los hijos de los obreros de la misma, entregados por las señoras de los directores.

     8.00 p.m. Los empleados de la Cervecería de Caracas, Venezolana de Maiquetía y Nueva Cervecería de Ciudad Bolívar obsequiaron al gerente, doctor Martín Tovar Lange, con una comida de gala en el Club Paraíso, y en este acto le hicieron entrega de una placa de oro, obsequiada por todo el personal, incluyendo el de la Fábrica Nacional de Vidrio.

Día 26 de marzo

De 10.00 a.m. a 12.00 m. continuó iniciada la convención de Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores. A las 4.00 p.m. los Agentes Residenciales, Viajeros y Vendedores fueron recibidos en la Planta de Coca Cola por el Superintendente señor Stull.

Día 27 de marzo

     En la mañana de este día los agentes viajeros y residenciales fueron a Maiquetía a visitar la Cervecería y la Fábrica Nacional de Vidrio. El señor Jesús Corao, en representación de dichas Empresas, ofreció un lunch a los visitantes

 

Día 28 de marzo

     A las 12.00 m. se llevó a efecto en el local de la Planta de Coca Cola el almuerzo criollo y baile que la Junta Directiva y el Gerente de la Empresa ofrecieron al personal de las Compañías.

     En este acto se hizo un homenaje especial a los empleados fundadores de la Cervecería Nacional que aún se encuentran en actividad”.

FUENTE CONSULTADA

  • Élite. Caracas, abril de 1943.

  • El Cojo Ilustrado. Caracas, 15 de agosto de 1894

Vida y costumbres de los caraqueños

Vida y costumbres de los caraqueños

Por Arístides Rojas*

Era costumbre de los caraqueños colocar en sus casas imágenes de santos, en particular la Virgen Nuestra Señora de la Luz. El autor de una de las representativas imágenes de esta virgen fue el célebre pintor venezolano Juan Pedro López (1724-1787).

Era costumbre de los caraqueños colocar en sus casas imágenes de santos, en particular la Virgen Nuestra Señora de la Luz. El autor de una de las representativas imágenes de esta virgen fue el célebre pintor venezolano Juan Pedro López (1724-1787).

     “En las casas de entonces, que eran amplias, frescas y sombrías, se hallaban por dondequiera las imágenes de los santos. Algunos de ellos tenían su sitio bien designado. Sobre la puerta de la calle estaba muchas veces escrito el nombre del santo patrón. En el zaguán había una imagen, ordinariamente la de aquel santo. Al entrar por el “entreportón” al corredor de adelante, se hallaba a mano derecha una pila de agua bendita con un letrero, casi siempre en latín, que decía: “Entrad purificado, buen hermano”. Al pasar por delante de los muebles del corredor, se llegaba a la puerta de la sala, muchas veces llena de adornos de curvas barrocas, y encima de ella casi invariablemente estaba la imagen de la Virgen de la Luz, una de las tres vírgenes caraqueñas. La sala, donde había sofá de damasco, sillas con pata de garra, tapizadas o con asiento de cuero y tachuelas doradas, alfombra o petate sobre ladrillos hexagonales, cortinas de damasco y hermosas arañas de cristal que colgaban de las doradas maderas del artesonado, comunicaba con la alcoba, en la que se veía la gran cama de cuatro pilares con su dosel. En ésta no faltaban el Ángel de la Guarda y las Ánimas Benditas, a las que se dedicaba un Padre Nuestro después del cotidiano rosario. Con frecuencia hacían compañía a las Ánimas, San Miguel o San Antonio o la Virgen de la Merced.

     Si salíamos de la sala, nos quedaba enfrente el gran patio cuadrado y su pila en el centro. Estaba todo empedrado con grandes lujas y en él brillaba vivo el sol para deleite de una turba de moscas que zumbaban con inquietud. En alguna que otra casa había varios tiestos de flores junto a la pila, pero esto era raro, pues las plantas tenían su sitio en el corral.

     Por allí cerca andaba el Oratorio, en las casas más principales. Era un cuarto no muy grande con su altar. Con frecuencia había reliquias de variado origen: el dedo de algún santo, una pequeña ampolla con sangre de pagano convertido, o una calavera desenterrada Tierra Santa. No faltaba aquí una cruz con el sudario, o la Virgen de la Concepción, y el Nacimiento, que era necesario transportar al dormitorio cuando la dueña de la casa iba a tener un nuevo niño.

     Muy rara vez faltaba sobre el caballete del tejado Nuestra Señora de la Guía, que muchos devotos tenía en Caracas, la cual desde aquel sitio eminente protegía contra duendes y brujas, pues era difícil por entonces diferenciar bien entre religión y superstición.

     Pasando el segundo patio se entraba en el mundillo de los criados. Los negros esclavos tenían sus devociones especiales. En la cocina, cerca del largo fogón de bahareque o de mampostería, presidía Santa Efigenia, tan negra como sus devotos. Con frecuencia figuraban por allí cerca San Isidro Labrador y Santa Rosa.

     El dormitorio de los esclavos, llamado el repartimiento, era de recular capacidad, pues allí dormían todos, escasos de vigilancia nocturna, ya que de las intimidades non sanctas que ocurrieren saldrían los amos gananciosos. Presidía el repartimiento San Mauricio, quien compartía la devoción con San Pedro, que era el patrón de toda la casa.

     En el corral campeaba San Silvestre, que por ser el último santo del año tenía el último lugar de la casa. Allí, entre algunos desperdicios, el hacinamiento de piedras para embostar, el botijón del agua y el cepo para los rebeldes, picoteaban las gallinas y circulaban los cochinos, junto a los plátanos, guayabos o naranjos, o por el sitio donde algunos claveles y rosales hacían compañía al frondoso cundeamor o la opulenta parcha granadina.

En las habitaciones no faltaba la imagen de las Ánimas Benditas.

En las habitaciones no faltaba la imagen de las Ánimas Benditas.

     Toda esta colección de santas imágenes, desparramada por toda la casa, requería atención y culto, lo cual a su vez proporcionaba edificante ocupación, principalmente a las damas. Poco a poco fue aumentando el número de los quehaceres domésticos y poco a poco fueron reglamentándose u ordenándose, hasta convertirse en interminable cadena. Había deberes sociales que no debían olvidarse o confundirse, porque podían dar origen a faltas muy graves. Por ejemplo, cuando llegaba algún ausente, era necesario ir a visitarlo, pues ignorar su regreso era un crimen de lesa etiqueta que daba origen a profundo resentimiento y frialdad en el trato. En tales casos era necesaria una reparación. El recién llegado, por su parte, debía corresponder a la visita de manera personal, o por esquela o por mensaje oral.

     A los amigos enfermos había que visitarlos y era obligatorio enviar todas las mañanas a uno de los criados por noticias de la salud del doliente. 

     Un caballero no podía visitar a una señora sin pedirle antes permiso, acaso por un recado matutino. Cuando el visitante llegaba, no podía introducirse a la sala sino después que la señora hubiera entrado por otra puerta y se hubiera instalado ceremoniosamente en el sofá; ya entonces podía la criada abrir la puerta de la sala y hacer entrar al caballero. Este ritual debía cumplirse con cuidado. Las visitas se hacían después de la comida de la tarde, entre las 5 y las 8 de la noche. El caballero, en las visitas de ceremonia, tenía que ir vestido con calzón corto y casaca de tafetán, de raso o de terciopelo laboreado, nunca de paño, salvo en casos de duelo, o cuando el paño estaba realzado con ricas bordaduras; debía llevar además chupa de tisú de oro o plata, o de seda bordada; su sombrero de tres picos, sus medias de seda y zapatillas con hebilla de plata, y su espada con puño de plata o de oro.

     Cuando una familia se mudaba a otra casa, tenía que mandar esquelas a los antiguos vecinos participándoles el nuevo domicilio y expresándoles el hondo pesar de abandonar su compañía, y a los nuevos vecinos otra esquela poniéndose a sus órdenes y expresándoles la honda alegría de vivir cerca de ellos. También se ofrecían a los vecinos los nuevos niños de la familia.

     Ambos ofrecimientos se correspondían con visitas, y si éstas no se efectuaban quedaban rotas las relaciones. Los días de santo se recibían tantas visitas que hubiera sido imposible recordarlas; por esto se colocaba en esas ocasiones una mesa con pluma, tinta y papel cerca de la puerta, para que cada quien escribiera su nombre.

     Estas visitas se pagaban los días del santo de los visitantes, y era un verdadero crimen de sociedad olvidar el día del santo de un amigo, lo que podía dar origen a una franca enemistad.

     Estos innumerables requisitos hacían de los caraqueños de entonces unos verdaderos esclavos de los convencionalismos. Las frecuentes visitas obligatorias, hasta a personas con quienes no se simpatizaba, pero con quienes había que cumplir, llegaron a matar la cordialidad y la franqueza, ahogadas entre ceremoniosos deberes. Todo el mundo era altamente susceptible, y alguna frase impropia, sobre todo si podía interpretarse como desdorosa para los antepasados, podía dar lugar a graves consecuencias. No se acostumbraba el duelo en cuestiones de honor, sino el recurso ante los tribunales, y había numerosos e interminables juicios por supuestas calumnias. En los últimos años del siglo se gastaban, según cálculos bien fundados, 1.500.000 pesos fuertes anuales en procesos tribunalicios. Todo esto contribuía a formar mentalidades cautelosas, y los caraqueños de entonces eran conservadores y de poca audacia en los negocios.

José Antonio Calcaño (1900-1978) compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

José Antonio Calcaño (1900-1978) compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

     Toda la vida familiar quedó sujeta a un programa rutinario. Por las noches, cuando no había visitas, mientras los señores jugaban a los naipes (si no era el tresillo, era el tute o el bobo o la carga la burra), el viejo contaba a los niños innumerables historietas; ya en aquellos tiempos figuraban en esos relatos Tío Tigre y Tío Conejo, que alternaban con Bertoldo y Bertoldino, con Barba Azul y con Pulgarcito, a quien llamaba Juan del Dedo. También eran de entonces la Cucarachita y el Ratón Pérez, y el livianísimo e indigesto Perico Sarmiento.

     Con éstos figuraban cuentos de brujas y aparecidos, la luz del Tirano Aguirre, el Coco, la Sayona, el Burro Pando, y a veces, por variar, algunas historias de santos, y hasta el jueguito indecente de María García, que se narraba abriendo y cerrando un papelito doblado. Al sonar entre el silencio de la noche las campanas de la Catedral dando el toque de ánimas, se arrodillaban los chicos y a la luz del candil hacían sus oraciones para irse luego a la cama, atravesando los corredores oscuros.

     Al día siguiente irían a la escuela de Meso Tacón los que allí estudiaban, para hacer sus palotes, contar hasta mil, leer decorado y repetir algo de doctrina cristiana, mientras Tacón, el terrible, empuñaba su palmeta. Era costumbre de este maestro de escuela dar una buena zurra a los niños los sábados, por las travesuras de la semana próxima. Ese era su sistema. Naturalmente, los que allí acudían eran los varones, pues las niñas de la casa no debían aprender mucho. Algunas madres preferían que sus hijas aprendieran a leer, pero no a escribir, porque esto era peligroso a causa de los novios clandestinos. Aprendían, pues, a coser y bordar, a tocar algo de música, a recitar versos y a preparar algunos platos caseros, como pastel de pollo, plátanos rellenos con queso, sabrosuras, empanadas o pimentones rellenos, que con frecuencia se comían por entonces, lo mismo que el sancocho y las hallacas, todo lo cual se rociaba con vino isleño y se asentaba con aquel chocolate colonial que se tomaba a todas horas, y que en las comidas de ceremonia se servía con bastante espuma, la cual se tostaba pasándole por encima unas brasas en una cuchara.

     Más avanzado el siglo, cambiaron los trajes, y las mismas jóvenes salían con sayas, basquiña y manto negro; los señores salían con chupa o levita de blanquín, sombrero de jipijapa, capote de tablero, o sea de grandes cuadros amarillos y rojos, sujeto al cuello con cadena de cobre. No usaban guantes, pero llevaban los dedos cargados de sortijas y empuñaban un bastón de puño de oro, cuando no llevaban su paraguas rojo de sempiterna o de bombasí; paraguas que era insignia de rango y que tantos años de litigios costó al pobre señor José Cornelio de la Cueva, porque se dudaba que tuviera calidad social para poder llevarlo. El calzón que se usaba era de tapabalazo, que a la par que adornaba servía de bolsillo. Completaban el cuadro borceguíes de tacón y cadena de reloj llena de cuentas.

     Algunas familias tenían la curiosa costumbre de vestir un día al año con casacas a los esclavos, mientras las damas se trajeaban de sirvientas, y les servían la comida en la mesa larga que estaba en la cocina.

     Los sábados abundaban los mendigos con más frecuencia que los otros días, aquellos mendigos de que estaba llena la ciudad y que dormían tendidos en las calles a lo largo de las paredes de las iglesias.

     La vida se había hecho tan pacífica, en contraste con los azares de la conquista, que los señores principales salían rumbo a sus haciendas de Petare, El Tuy o los valles de Aragua, en su mula, casi siempre sin armas, aunque llevaban talegos de dinero para los pagos de la administración, y jamás había un asalto en el camino, a pesar de que el viaje duraba varios días y se hacía con descanso, deteniéndose en alguna venta o durmiendo en la estancia de un amigo, donde se entretenían con partidas de naipes, aunque esto alargara el viaje por uno o dos días más. Se veían por el cielo con frecuencia bandadas de bulliciosos pericos que cruzaban en busca de otros sembrados, o algún grupo de canarios, azulejos o cardenalitos del Ávila”.

* Caraqueño nacido en 1900 y fallecido 1978, compositor, crítico musical y autor de varias obras históricas relacionadas con la música y las costumbres cotidianas del venezolano.

FUENTE CONSULTADA

  • Calcaño, José Antonio. La ciudad y su música: Crónica musical de Caracas. Caracas: Fundarte, 1980. Págs. 81-85.

Nuestra señora de Caracas

Nuestra señora de Caracas

Por Arístides Rojas*

Retablo con la imagen de Nuestra Señora Mariana de Caracas. En parte inferior figura la ciudad capital en 1766.

Retablo con la imagen de Nuestra Señora Mariana de Caracas. En parte inferior figura la ciudad capital en 1766.

     “Desde el día en que fue demolido el antiguo templo de San Pablo, de 1876 a 1877, y con éste la capilla contigua de la Caridad, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas, tan festejada durante los postreros años del siglo último. En uno de los altares de la Capilla sobresalía cierto cuadro en grande escala, que representaba a la Virgen, la cual recibía con frecuencia la visita de los fieles; mientras que, en la esquina de la Metropolitana, un retablo de la misma imagen, fijado allí desde 1766, servía de consuelo y de esperanza a los devotos de la nueva Virgen. Desde el toque de oraciones hasta las diez y doce de la noche, multitud de personas se arrodillaban y oraban delante del retablo, para ganar de esta manera las indulgencias que desde 1773 concediera el Obispo Martí a todos aquellos que comunicaran a la Soberana de los Cielos sus miserias y necesidades.

     Durante ciento doce años permaneció el retablo de Nuestra Señora de Mariana, ya en la esquina de la Metropolitana, en la casa del municipio, frente a la puerta mayor del templo; ya en la opuesta, diagonal con la torre, donde los vecinos anduvieron constantes en iluminarlo durante la noche. Al dar las siete el reloj de la ciudad, la concurrencia se presentaba numerosas; comenzaba a declinar a las nueve, y desaparecía a las diez; aunque hubo repetidos casos en que corazones penitentes vieron brillar sobre el rostro de la Virgen los reflejos de la aurora.

     ¡Cuántas generaciones se han sucedido desde el año de 1766, en que fue colocado el retablo en la esquina de la Metropolitana, hasta el de 1870, en que fue quitado de su antiguo sitio para ser colocado en un rincón del Museo de Caracas!

     ¡Cuántos sucesos se verificaron durante este lapso de tiempo, y cuántas noches borrascosas, con su hora de angustias, llegaron, en la misma época, a turbar la paz de la familia caraqueña, en tanto que la luminaria de la Virgen, cual estrella de los náufragos, atraía siempre a todos aquellos que con el pensamiento la buscaban en la soledad del desamparo! Ciento doce años de luchas sociales, de cataclismos, de sol y de agua, han pasado por el añejo retablo, que pudo al fin salvarse de la intemperie, ¡para recordarnos la historia de pasadas épocas!

     El retablo es un cuadro de 68 centímetros de largo por 49 de ancho, colocado en un viejo marco, cuyo dorado se ha desvanecido. En su parte inferior figura la ciudad de Caracas de 1766, con tres torres de las que entonces tenía: la de la Metropolitana, la de San Mauricio, y más al Norte, la de las Mercedes, derribada por el fuerte sacudimiento terrestre de 1766. En la porción superior descuella, como suspensa en los aires, María, coronada por dos ángeles. Con noble actitud, la Soberana de los Cielos extiende sus brazos hacia la ciudad, como signo de protección. A la derecha de la Virgen figuran una santa y un apóstol, y a la izquierda, dos santas. Grupos de ángeles que llevan en las manos guirnaldas y lemas con frases de las letanías, llenan el conjunto y parece que celebran a María, en tanto que un arcángel aparece frente a Nuestra Señora y le presentan un objeto. Ya veremos más adelante quienes son los diversos actores que figuran en esta pintura, y cómo el artista sintetizó en ella la historia de Caracas durante los dos primeros siglos de su fundación: desde 1567, en que fue levantada, hasta 1763, en que surgió la Virgen con el nuevo nombre de Mariana de Caracas.

     En los días del Obispo Diez Madroñero, contaba Caracas una abogada de la peste, otra de las lluvias, y otra de las arboledas de cacao y de los terremotos. Reconocía, además, un abogado de la langosta, otro de las viruelas, y a San Jorge como protector de las siembras de trigo. Contaba, igualmente, la capital, con su patrón Santiago; la Catedral, con Santa Ana; y el Seminario Tridentino, con Santa Rosa de Lima; pero la ciudad necesitaba de una virgen que, sin figurar en el martirologio romano, fuese, por excelencia, grande abogada y protectora de la ciudad, cuyo nombre debía llevar.

     Tales sentimientos abrigaba la población de Caracas: eran ellos el norte de los fieles corazones, motivo por el cual los estimulaba el prelado, que aguardaba el momento propicio en que apareciera sin ruido y sin milagros la Soberana de los Cielos, amparando a la ciudad de Santiago de León de Caracas; nombre éste que debía desaparecer ante el de Mariana de Caracas.

Desde la demolición del templo de San Pablo y de la capilla contigua de la Caridad, hacia 1877, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas.

Desde la demolición del templo de San Pablo y de la capilla contigua de la Caridad, hacia 1877, cesó el culto que desde remotos tiempos rindieran los habitantes de la capital a Nuestra Señora Mariana de Caracas.

     Los primeros hechos referentes al nacimiento de la Virgen a que nos concretamos, datan del 25 de agosto de 1658, época en que el cabildo eclesiástico, sede vacante, por sí, y a nombre del clero, decretó defender la pureza de la Virgen María, guardar como festivo su día y no comer carne en su correspondiente vigilia. Era un voto hijo de la gratitud, pues por la intervención de María, Caracas se había salvado de la cruel epidemia que en aquellos días comenzó a destruir la población. Caracas, protegida por María, debía traer a la capital el calificativo de Mariana, es decir, que rinde culto a María. Tan noble propósito continuaba en la mente de los miembros del cabildo eclesiástico, cuando, en II de abril de 1763, el Ayuntamiento de Caracas elevó a la consideración del Monarca una petición, que abrazaba los términos siguientes: 1° que todos los empleados públicos de la Capitanía general de Venezuela, jurasen defender la pureza de la Inmaculada Concepción; 2° que el escudo de armas de la ciudad fuese orlado con la confesión de este misterio; y 3° que en las casas capitulares se edificara un oratorio, en el cual figurara la imagen de la Santa venerada, como Madre Santísima de la Luz.

     Feliz coincidencia de fechas obraba en el ánimo del Ayuntamiento, al pedir cuanto dejamos escrito; y era que Santa Rosalía abogada de la peste, venerada en Caracas desde 1.696, en que se le dedicó un templo por haber salvado la población de la capital, era celebrada por la Iglesia católica el 4 de setiembre. En 4 de setiembre de 1.591 fue concedido un sello de armas, por Felipe II, a la ciudad de Caracas; y, últimamente, en 4 de setiembre de 1.759, Carlos III se ciñó por primera vez la corona de España. Estas y otras razones influyeron poderosamente en el ánimo del Ayuntamiento, para suplicar al Monarca que le concediera la orla mencionada, con el lema siguiente; Ave María Santísima de la Luz, sin pecado concebida.

     El nombre de Mariana, dado a la ciudad de Caracas antes de 1.763, época en la cual lo decretaron ambos cabildos, data desde la llegada a Caracas del Obispo Diez Madroñero, acaecida a mediados de 1.757, Partidario decidido y entusiasta por el culto a María se mostró desde el principio aquel virtuoso prelado, que desde 1.760 fechaba sus comunicaciones en la Ciudad Mariana de Santiago de León de Caracas, según consta de documentos que hemos visto y estudiado detenidamente.

     Por real cédula de Carlos III fechada en San Lorenzo a 6 de noviembre de 1.763, y que encontramos en las actas del Ayuntamiento de 1.764: “Su Majestad se digna manifestar a la ciudad de Caracas, haber diferido a sus instancias sobre que juren, los que ejerzan empleos públicos, la pureza original de María Santísima; que puede poner la orla que se expresa en su escudo, y erigir oratorio en las casas capitulares, sacándose del caudal de propios el que se necesite para su fábrica, aseo y permanencia”.

     Los señores del Ayuntamiento dijeron, en sesión de 22 de enero de 1.764: “que celebrando, como celebran, la nueva honra que debe a S. M. esta ciudad, y principalmente el que, para gloria del culto y veneración de la Inmaculada y Santísima Madre de la Luz, pues, desde aquí en adelante, con nuevo título, ser y llamarse Mariana esta misma ciudad, tan obligada a su piedad, y tan reconocida a sus inmensas misericordias, a la que confiesa deber cuantos progresos ha logrado y de la que los espera en adelante mucho mayores, constituida con nueva, honrosa y distinguida marca, y el más ilustre blasón por su virtuoso pueblo…”

“Desde hoy en adelante —agrega el Ayuntamiento— deberá la ciudad titularse, y se titulará así: Ciudad Mariana de Santiago de León de Caracas.»

     Ya en diciembre de 1.763, el mismo Ayuntamiento, al acusar recibo de la real cédula de 6 de noviembre del mismo año, había dicho: “La amantísima ciudad de Caracas tiene ya, con razón, nuevo título, y con orgullo se llama Ciudad Mariana, por haberla dedicado con tamaña honra V. M.…” Y a tal grado llegaron el entusiasmo, la humildad y la adulación de los miembros del Ayuntamiento, que, en uno de tantos oficios dirigidos por ésta al Monarca, llegaron a decirle, que S. M. poseía un mariano corazón.

     Después de dar a Carlos III las más expresivas gracias con frases más o menos parecidas a las últimas copiadas, el Ayuntamiento pidió al Gobernador y Capitán general de la Provincia, en vista de la real cédula y de las actas del Cuerpo, se sirviera dictar las providencias que tuviese por convenientes, para la más devota publicidad de las nuevas obligaciones, que, para con la gran Madre de Dios, contraía esta su Mariana ciudad.

     En 27 de enero de 1.764, el Ayuntamiento presenta al cabildo eclesiástico la real cédula de Carlos III, que fue acogida con señales de satisfacción. Ofrecieron los señores del capítulo el sacrificio de sus personas a la Majestad divina, “por la continuación del augusto patrocinio de la Madre Santísima de la Luz sobre esta su Mariana ciudad». Y a nombre del Rector y Claustro del Real Colegio Seminario y de la Real y Pontificia Universidad de Santa Rosa, de esta ciudad Mariana de Caracas, “ofrece celebrar las nuevas honras que ha recibido esta misma Mariana ciudad’’. En los propios términos se expresaron al siguiente día todas las comunidades religiosas existentes en Caracas. (1)

(1) Véanse las actas del Ayuntamiento y del cabildo eclesiástico, correspondientes a los años de 1763 y 1764.

Cuente Arístides Rojas que desde el siglo XVII se le rendía culto a la Virgen de Nuestra Señora de Caracas.

Cuente Arístides Rojas que desde el siglo XVII se le rendía culto a la Virgen de Nuestra Señora de Caracas.

     Nunca concesión alguna llegó a Caracas en época más propicia que en los días de Diez Madroñero. El espíritu religioso dominaba los ánimos; quería el Obispo ensanchar la obra que había comenzado, y todo llegaba a medida de sus deseos. Una virgen que llevara el nombre indígena de la capital de Venezuela, iba a colmar la ambición de los moradores de ésta, acostumbrados a reverenciar a María bajo todas sus advocaciones.

     Levantóse el oratorio, y colocaron en él a María Santísima de la- Luz; comenzaron el lema que debía brillar en los pendones de la ciudad, y, después de conciliarse las opiniones, quedó por lema, no el que propuso el Ayuntamiento, sino el que indicó el Monarca; es, a saber: Ave María Santísima de la Luz, sin pecado original concebida en el primer instante de sil Ser Natural. Desde esta época aparece, ya en las actas de ambos cabildos y de las comunidades religiosas, ya en los documentos públicos de otro orden, el nombre de Ciudad Mariana de Caracas; en otros, Ciudad Mariana de Santiago León de Caracas.

     Creada la Virgen, ¿cómo figurarla en el lienzo o en la escultura, para que fuese reverenciada de los fieles y reconocida de las generaciones? Desde luego era necesario que descollaran al lado de la Virgen algunos de los patronos venerados en la ciudad, y que aquella sintetizara a Caracas en sus diversas épocas. ¿Cómo hacer esto? Opinaban unos por colocar en el retablo que representara a la Nuestra Señora, a San Sebastián, o San Mauricio, o San Pablo y a San Jorge, como primitivos abogados de Caracas en sus primeras necesidades: opinaban otros por darle cabida solamente a las santas y sabios doctores de la Iglesia. En esta situación estaban las cosas, cuando el obispo invita a los devotos y devotas de Caracas, y presentándoles la cuestión en la sala de su palacio, les obliga a escoger el cortejo que debía acompañar a la Virgen bajo la nueva advocación de Nuestra Señora Mariana de Caracas. Debían figurar en el cuadro la ciudad de Caracas, el escudo de armas concedido por Felipe II, y reformado por Carlos III, y los patronos y patronas que en diversas épocas la habían favorecido.

     Después de una discreta y prolongada discusión, hubieron de triunfar al fin las mujeres sobre los hombres, haciendo que el Obispo aceptara, entre los cuatro personajes que debían acompañar a la Virgen, a tres santas de las protectores de Caracas, y el asunto del retablo quedó decretado de la siguiente manera: arriba, en las nubes, descollaría la Virgen coronada por dos ángeles; a la derecha de María, Santa Ana, su madre, patrona de la Metropolitana de Caracas; y después, el Apóstol Santiago, patrono de la ciudad. A la izquierda de la Virgen estarían Santa Rosa de Lima y Santa Rosalía; la primera, como representante de los estudios eclesiásticos, al fundarse, bajo su advocación, el Seminario de Santa Rosa en 1.673; y la segunda, como abogada contra la peste, por haber salvado de ella a la capital en 1.696. En derredor de este grupo se colocarían los ángeles de la corte celestial que celebran a María, debiendo llevar en las manos cintas en que estuvieran los diversos y versículos de las letanías. Y para representar a la antigua Caracas, en medio de los ángeles debía aparecer un querubín que presentase a la Reina de los Cielos el escudo de armas concedido por Felipe II a la Caracas de 1.591. Consistía éste, como hemos dicho alguna vez, en una venera que sostenía un león rapante coronado, en la cual figuraba la cruz de Santiago.

     Arriba de todas las figuras colocaría el lema que dice: Ave María Santísima, para recordar la concesión hecha por Carlos III a la ciudad en 1.763, mientras que abajo estaría Caracas con la fisonomía que ostentaba en esta época.

     Diversos pintores dieron a luz sus obras, y fueron aceptadas. El primer retablo, cuyo destino ignoramos, estuvo en la capilla de la Caridad, contigua al derribado templo de San Pablo. El segundo fue colocado en la esquina de la Metropolitana, y está hoy en el Museo.

     Así continuó el entusiasmo religioso, con más o menos intermitencias, hasta que, para fines de siglo, casi había desaparecido el nuevo título de la ciudad. La muerte del Obispo Diez Madroñero, acaecida en 1.769, adormeció el entusiasmo por el culto de Nuestra Señora Mariana de Caracas. El Obispo Martí quiso levantarlo y restituirlo a su prístino esplendor, pero todos sus esfuerzos fueron infructuosos, y algún tiempo después el referido culto había desaparecido por completo.

     El nombre de Ciudad Mariana de Caracas no ha quedado sino en los documentos públicos y en las actas de los cabildos y comunidades religiosas. Igualmente ha desaparecido el de Santiago de León de Caracas, que durante tres siglos llevara la capital de Venezuela. Pero si Nuestra Señora Mariana de Caracas no puede ya salir de los archivos, Santiago tiene aún, por lo menos, su día: aquel en que lo celebra la Iglesia Metropolitana de Caracas.

     En los tratados públicos, en las leyes, en todos los documentos de Venezuela independiente, la capital de la República no figura sino con su nombre indígena, el de Caracas, nombre que llevó aquel pueblo heroico que supo sucumbir ante sus conquistadores”.

 

* Historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño (1826-1894), autor de innumerables y valiosos trabajos de carácter histórico. Sus restos reposan en el Panteón Nacional

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