La semana mayor en caracas

La semana mayor en caracas

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa

El naturalista y fotógrafo húngaro Pal Rosti quedó impresionado por la multitud de caraqueños que se congregan en las procesiones y misas de Semana Santa.

     Por lo general al naturalista húngaro Pal Rosti se le ha calificado como geógrafo en las varias semblanzas que de él se pueden encontrar en las redes sociales y Google. Sin embargo, una de sus facetas principales fue la de la fotografía, tal como lo muestran las colecciones de esta práctica artística que llegó a atesorar en su vida. Su viaje por América le sirvió para ejercitar y practicar el arte de la fotografía que había perfeccionado en Francia, en tiempos de un exilio forzado. De él también es preciso indicar que tuvo como referente intelectual a Alejandro von Humboldt a quien cita con regularidad en sus Memoria de un viaje por América (1861), por lo que no resulta exagerado que su periplo, por estas tierras americanas, fue transitado de acuerdo con las referencias estampadas por el naturalista alemán.

     En este orden de ideas, es necesario agregar que fue un escrutador de algunas costumbres de los venezolanos, en especial los caraqueños, que son de necesaria referencia para una aproximación de la cotidianidad de la Venezuela de los Monagas y de la segunda mitad del 1800. Por supuesto, algunas de sus consideraciones llevan la impronta, típica de la narrativa del viajero, de la mirada ambivalente. Por un lado, la disposición atrayente de una exuberante naturaleza y la fertilidad de un suelo que contrastaba con su experiencia de vida. Por otro, las dudas que experimentó ante la supuesta apatía de los nativos caraqueños hacia el trabajo productivo, con lo que no dejó de considerar una forma de ser caracterizada por el desdén y el acomodamiento ante una naturaleza que lo arropaba. Condiciones naturales que, además, se ofrecían amables para el arado y la cría de animales.

     De igual manera, no dejó de lado consideraciones relacionadas con hábitos y costumbres de una ciudad triste y melancólica que lo hicieron sentir la lejanía de Europa y de la vida civilizada. Una ciudad, como la Caracas que conoció, sin teatros, bulevares o paseos ratificó su repulsión. Se debe añadir, en este sentido, que la narración tramada por el viajero está colmada de comparaciones con respecto a su lugar de origen que, a los ojos de hoy, pueden resultar odiosas. Sin embargo, es necesario leer sus figuraciones bajo el contexto del momento en que redactó sus líneas y lo que para el momento se tenía como expresión de civilización.

     En lo que narró Rosti no faltaron consideraciones de orden político y social, menos culturales. Son éstas las que pueden llamar la atención del analista de hoy. En descargo de calificaciones como las de eurocentrismo entre los viajeros es indispensable tener en mente su experiencia como un europeo aristócrata. Además, un individuo formado en el mundo académico húngaro, alemán y francés. Otro tanto debe ser expresado de quienes, como viajeros o exploradores, visitaron América, Venezuela en especial, mostraron ser hijos de la Ilustración europea cuya impronta más generalizada tuvo que ver con el impacto del mundo natural y geomorfológico en la vida humana.

     Por otra parte, dentro del ámbito cultural la vida y prácticas religiosas también fueron objeto escrutador de hombres como Rosti. Éste presenció procesiones y misas de las que no dejó de quedar impresionado por la cantidad de ellas en esta comarca. En una parte de su libro narró que durante una misa que presenció los cañonazos no faltaban. Los sonidos de las balas de cañón comenzaban desde horas muy tempranas de la mañana y se repetían en el transcurso de la misa. Además, indicó, a lo largo del día continuaban los cañonazos. “La misa dura horas; a pesar del calor agotador la iglesia y las calles están repletas y las damas no desdeñan la ruta más larga al retornar a sus casas”.

     Para Rosti, la festividad religiosa de mayor relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa. Observó muy animada a las damas días antes de esta festividad. Agregó que ellas mostraban gran alegría “como entre nosotros lo hacen los niños por la Nochebuena”. Hizo una descripción en la que destacó una magnífica misa llevada a cabo un Domingo de Ramos, la que estaba acompañada de cañonazos y lanzamiento de cohetes y se solían bendecir hojas de palma entrelazadas, las que luego eran colocadas en ventanas y puertas, “para que la maldad y la enfermedad se mantengan a distancia”. Con el Domingo de Ramos se daba inicio a las procesiones que cruzaban la ciudad luego de salir de un templo.

     Las ceremonias solían comenzar a las seis de la tarde. “Delante llevan una gran bandera o una cruz – que cambian todos los días -, luego vienen, formando una larga hilera, los portadores de velas; las pantallas que protegen las velas son de papel y – naturalmente – carecen de utilidad, pues se incendian sin cesar”. Llevaban también los santos, tallados con madera, con ropajes de terciopelo y adornados con oro, en algunas procesiones llevaban a la Virgen María. Detrás solían venir los sacerdotes, varios soldados y gente de la comunidad.

     De la presencia militar indicó: “Apenas se puede imaginar cosa más cómica que la milicia venezolana en estas procesiones” De los integrantes de esta milicia escribió que la gran mayoría de soldados eran mestizos “de estúpida expresión en el rostro”. Del uniforme que portaban lo describió así: contaban con un pantalón azul con rayas vino tinto, frac o chaqueta de tela de lienzo con solapas color vino tinto y cola corta, “- hablo del uniforme de gala – , pero está tan desteñido y roto que más bien parece gris o color de leche; su color originario – a lo más – se puede suponer”.

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa

En el siglo XIX, la festividad religiosa de más relieve entre los caraqueños era la de la Semana Mayor o Semana Santa.

     En lo referente a los zapatos y el uso de corbatas no eran obligatorios en el uniforme del soldado de Venezuela, según su apreciación, pero “el que puede conseguir tan supernumerarios artículos los puede usar libremente”. Agregó haber conocido casos extraordinarios de soldados que habían recibido botas para cumplir sus servicios. “Así tuve la suerte de ver varias botas durante los desfiles, y – según el mayor o menor desgaste de las mismas – pude también calcular el tiempo de servicio del dueño respectivo”.

     Además, identificó en los soldados el uso de una cartuchera, colgada al cuello, y de una deficiente arma lo que daba cierto matiz bélico al que la portaba, “pero la borra totalmente la actitud floja y negligente de los soldados, que podría ser de cualquier cosa menos de militar”. En cuanto a los oficiales de mayor rango puso a la vista del lector que también eran mestizos y que sus uniformes lucían más limpios que el de sus subalternos. 

     Según la información que recabó, en Venezuela había cerca de dos mil hombres incorporados al ejército. 

     En este mismo orden de ideas, agregó: “En la República independiente de Venezuela no existe ningún censo de soldados, ni obligatoriedad del servicio militar como en Inglaterra, pero en lugar de ello hay la recluta, ´libre y voluntaria´ y el atrapar con lazo a ´los voluntarios´, cosa que no existe en Inglaterra. Así se reúne en las filas la chusma”.

     Comentó, no sin dejar de mostrar suspicacia, que, si las cárceles del país se llenaban de malhechores y se requerían efectivos para integrar las milicias, se recurría a los prisioneros a quienes se obligaba a pasar entre ocho o diez años, incluso de por vida, de servicio en el ejército. “La disciplina y los ejercicios militares no los conocen los combatientes venezolanos ni por referencias, y la moral que impera en este ejército, después de lo dicho, ni siquiera creo necesario mencionarla”.

     Luego de haber realizado esta digresión volvió a hacer referencia a la procesión. Añadió que ésta iba acompañada de bandas musicales, integradas en especial por negros quienes de acuerdo con Rosti tenían un sentido especial para la ejecución musical.

     Observó que en el desarrollo de las procesiones las damas se ubicaban en las ventanas de sus casas o de las de algún vecino. También los más jóvenes se agolpaban en las ventanas, aunque luego de haber pasado el desfile corrían por las calles para adelantar la procesión y bailar. Expuso que “el pueblo” se reunía en “cantidad asombrosa” no seguía la marcha del acto religioso y más bien se adelantaba para disfrutar del espectáculo.

     Esto le sirvió para anotar: “En realidad todo esto toma matiz de diversión y los espectadores – aunque se hincan de rodillas, dándose golpes de pecho ante los santos más venerados – apenas pueden aparentar devoción o recogimiento”.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

En la Catedral se concentraban centenares de feligreses durante la Semana Mayor.

     Las procesiones que comenzaban al terminar la tarde se extendían hasta las ocho o diez de la noche. El Jueves Santo, el arzobispo de Caracas, con la presencia del presidente de la República, sus ministros y el cuerpo diplomático, llevaba a cabo la ceremonia del lavado de los pies. El Viernes Santo presenció el correteo de la multitud por las calles de la ciudad.

     “Las damas nobles – y también las del pueblo que pueden hacerlo – se visten de negro y así mismo los hombres llevan fracs negros; esta costumbre está tan generalizada que yo mismo decidí vestir según esta moda europea desde tempranas horas de la mañana, no fuera a ser que de alguna manera me tomaran por pagano”.

     Sumó a su descripción que a los días de pena se agregaban los de fiesta y regocijo. Para el día domingo se presentaban los actos de coleo de toros. Observó que los “señoritos” divertían a las damas con sus piruetas frente a los novillos. De éstos expresó que se mostraban más asustados que furiosos. 

     Sin embargo, ponderó la habilidad de los jinetes para controlar sus caballos, así como al toro.

     Al final de la tarde los jinetes desfilan y se exhiben frente a las señoritas que más de uno lleva cortejándola. Ya avanzada la noche algunos se reunían para bailar en una de las “casas de un noble”. Contó haber asistido a uno de estos bailes y expresó que, al igual que en La Habana, estaban de moda las piezas musicales provenientes de Europa como el vals o la polka. “Sin embargo – como en Cuba – la preferida es la danza” (72) “A las damas acostumbran pedirles todo un turno, que se compone de tres o cuatro piezas y termina con la danza; pero con el consentimiento del bailarín también se puede obtener un palmito, de la bella señorita, en cuyos ojos radiantes hay mucha más expresión que en sus labios color de rosa”.

     Expresó que había pasado un mes en Caracas y menos tiempo de lo que hubiera deseado convivir con los habitantes de la ciudad capital en sus círculos sociales, “debido a la celosa reserva de los caraqueños hacia el forastero”.

     Recordó haber paseado por las “hermosas montañas de Caracas”, así como por su espléndido valle donde retrató “los más hermosos puntos de la magníficamente ubicada ciudad”. Sus más significativas fotografías, escribió en su texto, las había dejado en el Museo Nacional Húngaro. Luego de su incursión a otros lugares del país estableció tres divisiones regionales que caracterizó así. La de las costas y los valles de la cordillera, adonde la tierra estaba labrada y se encontraban cultivos de café, cacao y añil, árboles frutales, cultivos de caña de azúcar, siembras de maíz y tierras en las que se podían encontrar cultivos de cebada y trigo. Otra, la de las llanuras destinadas casi exclusivamente a la cría de ganado vacuno. Y, la última, las inmensas selvas inhóspitas en las que la vida civilizada escaseaba.

Interioridades del “Barcelonazo”

Interioridades del “Barcelonazo”

Por Víctor Manuel Reinoso

     “Cuatro años después del “Barcelonazo”, en 1965, los presos continuaban defendiéndose de los 30 años de cárcel que ha pedido el fiscal militar. En el cuartel de Barcelona, el 26 de junio de 1961, murieron 18 personas, pero la justicia militar no se ha interesado por establecer quién los mató. Los abogados dicen que los jefes máximos de ese movimiento fracasado están en libertad. Vivas Ramírez y Massó Perdomo son los oficiales retirados a quienes les han sumado varios expedientes. El “Barcelonazo” fracasó porque el gobierno comenzó a detener a los implicados el 30 de mayo de ese año.

     El 26 de junio fue sábado. Para un centenar de venezolanos fue el aniversario de algo triste. Como ya es costumbre, un grupo de familiares y amigos acudieron a un funeral en memoria de Tony Pérez. Ese día se cumplieron cuatro años de su muerte. Pero Tony Pérez fue solo uno de los 18 muertos del “Barcelonazo”.

     Del “Barcelonazo”se ha escrito bastante. El golpe que tuvo por escenario el cuartel “Pedro María Freites” de Barcelona, se produjo el lunes 26 de junio de 1961. Ese amanecer, y por 6 horas, los insurrectos fueron los dueños de la situación en la capital de Anzoátegui. Pero más tarde todo se acabó.   Los conjurados habían soñado con que Cumaná, Maturín, Ciudad Bolívar, La Guaira, Maracay, Valencia y Maracaibo respaldarían el golpe que terminaría con el régimen de Betancourt.

     Y eso fue lo que no sucedió.

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero

El comandante Oscar Tamayo Suárez, sindicado de ser el jefe del “Barcelonazo”, nunca fue hecho prisionero.

     Cerca de las nueve de la mañana, cuando, los oficiales que habían estado con los alzados se dieron vuelta hacia el gobierno, sobrevino una matanza en el patio del Cuartel Freites. Dieciocho hombres que se habían sumado al golpe fueron masacrados dentro del cuartel. Todos eran civiles. Quienes dispararon contra ellos fueron los soldados. Cuatro años después, los, protagonistas de esa intentona, siguen presos. En el Consejo de Guerra han pedido para ellos 30 años de prisión, mientras uno de los oficiales, considerado como uno de los jefes del alzamiento, fue puesto en libertad. El Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Massó Perdomo, quienes tomaron el cuartel de Barcelona, están en el Cuartel San Carlos. Sus juicios, actualmente, están en la evacuación de pruebas. Y mientras los abogados esperan que haya un sobreseimiento general, los expedientes se llenan de alegatos. Los pocos que han salido en libertad se niegan a contar su participación en el “Barcelonazo”.

     Los mismos urredistas, que en junio de 1961 fueron sindicados de estar aliados con los insurrectos, a esta altura tampoco quieren hablar del asunto porque pertenecen a la Ancha Base.

     El “Barcelonazo”, sin embargo, tiene sus novedades, a pesar del tiempo que ha transcurrido. Sus organizadores lo planearon tanto o más que el golpe del 20 de abril del 60, abortado en San Cristóbal, tanto o más que el atentado del 24 de junio del 60, que estuvo a punto de mandar a Betancourt al cementerio.

     ¿Por qué el “Barcelonazo” se acabó apenas comenzó el día?

     La respuesta es simple.

     Porque el gobierno esperaba ese golpe. Sus servicios policiales habían comenzado a dar caza a los conspiradores con un mes de anticipación.

     Los venezolanos fueron despertados el lunes 26 de junio de 1961 con la noticia de que un grupo de Oficiales había tomado el Cuartel Freites de Barcelona. Pero mientras la ciudadanía se quedaba esperando noticias, el gobierno ya sabía quiénes eran sus protagonistas y solo faltaba por saber cómo iban a terminar.

     Después de la intentona del general Castro León en San Cristóbal y del atentado de “Los Próceres”, el gobierno de Betancourt no había perdido de vista a un grupo de oficiales y civiles. Entre los oficiales estaba el teniente coronel Oscar Tamayo Suárez, todo un personaje en la época de Pérez Jiménez. Cuando Tamayo entró a Venezuela para intervenir en el golpe fijado para el año 61, los servicios secretos del gobierno no tardaron en saberlo.

     Y el 30 de mayo de 1961, cuando un grupo de opositores se aprestaban a reunirse en un apartamento del “23 de Enero”, el SIFA comenzaba los allanamientos. A las 5,30 de la tarde de ese 30 de mayo, una comisión de esta Policía Militar se dirigió al bloque 24 del “23 de Enero” y allanó en seguida el apartamento 615 de la letra B, detuvo a un grupo de personas cuyos nombres se pasaron a expedientes, y decomisaron 4 subametralladoras M-2 calibre 30 y una carabina M-1 calibre 30. Uno de los detenidos alcanzó a lanzar una pistola por una ventana. Virgilio Carrera Aray, a cuyo nombre estaba ese apartamento, fue detenido poco después, cuando llegaba a él y dijo que se lo había dado prestado a Juan Bautista Rojas sin saber que lo utilizaria en reuniones secretas.

     El SIFA estaba bien dateado. Sabía que en esa reunión iban a detener a Adolfo Meinhart Lares, un civil que había entrado clandestinamente al país en diciembre del 60. Juan Bautista Rojas declararía después que a esa reunión acudiría el Mayor (R) Vivas Ramírez, fugitivo del 7 de septiembre del 58; el Capitán Massó Perdomo, a quien Pérez Jiménez había hecho preso el 1° de enero del 58 y el Teniente Hugo Barillas. Rojas se había encargado de llevar esas armas al apartamento para que sus amigos se protegieran. Y el mismo Rojas se iba a encargar de llevar a esta gente a la reunión. ¿Por qué el SIFA no lo detuvo esa misma tarde? Porque Rojas, “Rojitas”, que también se hacía llamar “Cruz”, tenía un aparato de radio que sintonizaba las radios de la Digepol y del SIFA. Cuando ya iba a salir en busca de sus jefes en un Volkswagen negro, escuchó que el apartamento 615 estaba siendo allanado. Rojas y los invitados especiales pasaron un rato después no lejos del sitio del allanamiento y solo se devolvieron cuando se convencieron que habían sido delatados por alguien.

     Allí mismo la policía comenzó a llenarse de nombres y después, cuando la mayoría de ellos ya estuvieron presos, les cargarían 16 atentados terroristas.

     El mismo 30 de mayo, por la noche,después de interrogar a los primeros detenidos, otra comisión del SIFA salió hacia la calle Bolivia, de los Flores de Catia, y allanó la quinta “Carolina”, donde encontró un lote de armas, comenzando por 5 subametralladoras, 8 rifles, 13 fusiles, varias escopetas, 6 cajas de dinamita y proyectiles. Entre la lista presentada por la comisión también aparecieron 50 uniformes de la Guardia Nacional , cizallas y documentos. El propietario de esta casa, Luis Coello Ron, declararía después que él le había arrendado su quinta a Rojas.

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías

El capitán retirado Masso Perdomo cuando salía hacia el exilio. Es el del maletín, a quien abraza su madre, y avanza rodeado de policías.

     Pero la cacería de enemigos del régimen seguía. El 9 de junio del 61, gracias a la información de los detenidos y los papeles encontrados en los allanamientos, fue la Digepol la que se dirigió en la noche hacia la Plaza Altamira con el propósito de allanar el pent-house del edificio “Cadora”, donde habían tenido noticias de que podían encontrar escondido a Tamayo Suárez. Pero en el pent-house de Luis Alfonso Osorio no encontraron al ex-Comandante de la Guardia Nacional. La comisión de la Digepol, de la cual formaba parte su propio director, Santos Gómez, bajó entonces por las escaleras tratando de dar con el fugitivo. Ya estaban en el segundo píso sin encontrar a nadie, cuando vieron una maleta abandonada en el pasillo del edificio. La revisaron enseguida y encontraron una serie de papeles que iban a proporcionar otras pistas, una subametralladora Mudsen y una pistola Browning.

     ¿Por dónde había escapado Tamayo Suárez?

     La policía lo vino a saber mucho después: el Comandante Tamayo había bajado por un ascensor interno.

     Pero la Digepol no había terminado su tarea esa noche del 9 de junio del 61. Después de abandonar el edificio “Cadora” con una maleta, la comisión se dirigió hacia La Pastora y allanó la casa N° 197, ubicada entre Santa Ana y San Pascual. Allí fueron detenidos Juan Bautista Rojas y Noel Flaviano Ayala Bocaranda. Debajo de un colchón, los policías dijeron haber hallado dos subametralladoras, y en la maleta, 5 revólveres, una pistola y dos granadas.

     Después de esto, la policía perdió el rastro de los cosnpiradores.

     Pero el golpe ya estaba casi debelado. “Rojitas”, acusado de ser el encargado de ganar civiles para el golpe y de reunir las armas que los oficiales retirados conseguían en distintas dependencias del ejército, había sido detenido. Tamayo Suárez seguía en libertad, pero la gente partidaria de un golpe no lo aceptaba como cabecilla. Cuando en junio se reunió con algunos conjurados en los Palos Grandes, éstos le dijeron que lo mejor que podía hacer era salir del país. Entre los que le dijeron eso estaba Luis Nouel, quien había entrado en marzo al país, y los capitanes Sánchez Mogollón y Massó Perdomo.

     Pero Tamayo Suárez no salió del país sino un mes y 7 días después del “Barcelonazo”.
Gustavo Adolfo Chirinos González, otro de los indiciados por el “Barcelonazo”, declaró en agosto del 61, cuando fue detenido, que unas 2 semanas antes de lo de Barcelona había sido llamado por, Luis Nouel, citándolo para el apartamento 52 de las Residencias “Mónaco”, frente a Televisa. Chirinos dice que se sorprendió porque no sabía que Nouel estuviera en el país. “Estando yo en el mencionado apartamento me dijo que se avecinaba un movimiento muy grande. . .” El día 25 de junio, Nouel lo citó para el mismo apartamento y a las 11 de la noche le dijo que el movimiento era esa noche. Poco después llegó allí Adolfo Meinhardt con el “Loco Altuve”: “Como a las 12 de la noche me dijeron que yo era el candidato para manejarles un carro, ya que se iban a ir en un convoy para Barcelona”. Chirinos aceptó. Pero un par de horas después llamaban a Meinhardt Lares para decirle que el movimiento había fracasado. La aviación ya no podría sobrevolar Caracas al amanecer del lunes 26, como se había previsto. Meinhardt, cuando fue interrogado, agregaría que la señal definitiva la iba a dar el lunes 26 de junio, entre 5 y media y 6 de la mañana, el Teniente Coronel Martín Parada, cuando pasara en un vuelo rasante sobre Caracas en un B-25.

     ¿Es verdad todo esto?

     El comandante Parada ha declarado que todo este plan jamás existió. Pero los demás dicen que la toma de Maiquetía fracasó y la autopista fue cerrada. Tamayo Suárez, rechazado por muchos oficiales andinos, la noche del golpe se hallaba en Maturín. Su papel era tomar ese cuartel, cuyo Comandante esa noche, quebrantado, dormía en su casa. Pero Tamayo creyó que se trataba de una emboscada y prefirió no hacer nada. Por la mañana, cuando escuchó que en Barquisimeto sí habían tomado el cuartel, trató de llegar hasta allí, pero en el camino ya recibía la noticia por radio de que el golpe era un completo fracaso. Torció el rumbo y logró, una vez más, salvarse de la policía.

     Solo en Barcelona las cosas resultaron bien. Pero no por mucho tiempo.

     El mayor Fidel Parra Rodríguez, comandante del cuartel “Pedro María Freites”, había celebrado el 24 de junio, Día del Ejército, en compañía de sus soldados y las autoridades locales. Como el cuartel carecía de vajilla consiguió una con el capitán Tesalio Murillo, que vivía cerca del cuartel y acababa de volver de Caracas, donde hacía un curso para ser ascendido a Mayor el 5 de julio.

     Eso fue un sábado. Por la noche hubo una velada. Pero el mayor Parra salió en la mañana del domingo para Caracas porque la tarde del sábado había recibido un telegrama, donde le ordenaban que compareciera a Caracas, donde lo condecorarían con la Cruz de las Fuerzas Terrestres.

     Por eso, al mediodía del domingo 25, cuando el Mayor (R) Luis Alberto Vivas Ramírez y el Capitán (R) Rubén Massó Perdomo llegaron a Barcelona, tenían el campo libre. Pronto se reunieron con el Capitán Tesalio Murillo, a quien habían visto en Caracas. La reunión fue en las afueras de Barcelona, en una propiedad de los hermanos Mayor Meneses, cuñados del Capitán Murillo, ex comandante de la guarnición militar de Barcelona.

     El capitán Murillo entró en el Cuartel “Freites” a las 7,30 de la tarde del domingo 25 de junio de 1961. Salió y regresó 15 minutos después, acompañado por dos civiles. Al Subteniente Ramón Carrasquel se los presentó como primos. La tropa se entretuvo viendo una película. Después que terminó, Murillo le dijo a Carrasquel que mandara a buscar a los oficiales que estaban fuera. Carrasquel preguntó para qué. Murillo no le dio razones. Antes de que llegaran los oficiales, se presentaron unos civiles y el Capitán Murrillo, y de acuerdo con la versión de Carrasquel, los hizo pasar al Casino de Oficiales. Cuando todos los oficiales, a excepción del Subteniente Carlos Prato Martínez, estuvieron presentes, el capitán Murillo les explicó que se iban a dar un golpe militar que tenía comprometidos en varias ciudades. A ellos, los oficiales, les quedaban 3 caminos: unirse a los alzados, mantenerse neutrales o ir contra ellos. A uno de los civiles que lo acompañaban lo presentó como el Capitán Rubén Massó Perdomo. El otro era Ernesto Azpúrua. Después de esa reunión cada suboficial se fue a su habitación, vigilado por civiles. A las 3 de la madrugada del lunes 26 los subtenientes fueron despertados. El capitán Murillo arengó a la tropa y a los suboficiales les dio diversas comisiones: al Subteniente Luis Branchi Rodríguez ordenó que se encargara de la defensa circular del cuartel; al Subteniente Emilio Arévalo Braasch, que tomara el Aeropuerto; al Subteniente José Benito Querales, que fuera al cruce de Lechería; y al Subteniente Eleazar Flores León le ordenó que fuera a la ciudad y tomara la Digepol, la PTJ y la Policía Municipal.

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961

Comandante (R) Martín Parada: en el expediente del “Barcelonazo” han declarado que él debía dar la señal sobrevolando Caracas al amanecer del 26 de junio de 1961.

     De acuerdo con las declaraciones de Carrasquel, antes de que estas comisiones salieran ya habían comenzado a entrar civiles que fueron provistos de uniformes y armas. El Mayor Vivas Ramírez, de uniforme y ametralladora, entró a las 5.15 con el Capitán Enrique Olaizola; se hizo cargo del Comando mientras las patrullas salían a tomar lugares claves y a detener a personajes locales. Solórzano Bruce era el Gobernador. Poco después de las 5, en su residencia de Lechería, en el camino a Puerto La Cruz, ya estaba detenido con sus 6 guardias. Pidió que lo dejaran en su dormitorio porque se hallaba enfermo. Sus captores habían cortado los alambres del teléfono, pero el Gobernador tenía su teléfono adentro. Llamó a Canache Mata pero éste no le contestó. Ya había sido detenido. Al no conseguir al Secretario de Gobierno, ubicó a Efraín Landa, Director de Relaciones Interiores. La radio “Barcelona” ya transmitía el manifiesto de los alzados. El Gobernador pudo llamar al Comandante de la Guarda Nacional de Puerto La Cruz. Este le habló de rescatarlo por la playa, con una lancha. Landa, después de dar la noticia a Caracas, se fue a la casa de su jefe, pero fue detenido. Pronto lo llevaron al cuartel con Solórzano, donde ya estaba Canache Mata.

     El subteniente Carrasquel declaró después que él, Brachi Rodríguez y Prato Martínez eran vigilados por los civiles armados, pero que en un momento de descuido le dijeron a la tropa que se colocaran de a dos junto a cada civil y de a 3 junto a cada oficial alzado para recapturar el cuartel al primer descuido. Mientras las radios daban noticias contradictorias, el Teniente Coronel Ramón Blanco González, jefe de la Proveeduría de oriente, salió hacia Lechería a comunicarles el asunto a los Subtenientes Querales y Arévalo.

     A las 8 de la mañana se estaba amontonando la gente frente a la casa de AD. Ya se decía que los aviones bombardearían el Cuartel y el destructor “Almirante Clemente” había recibido órdenes de acercarse a Puerto La Cruz.

     Un par de horas después cuando Murillo y Massó salieron a la calle, llegó el momento de volverse hacia el lado del Gobierno. El Capitán Olaizola fue el primero en ser detenido. El cabo Porfirio Trías Díaz hizo preso a Vivas Ramírez. Inmediatamente comenzaron los tiros. Todos los civiles, aunque uniformados, se distinguían por una insignia en el brazo. El Subteniente Luis Brachi Rodríguez, dijo en sus declaraciones: “Los civiles, al ver detenido al Mayor Vivas Ramírez, comenzaron a disparar. La tropa contestó el fuego, dominándolos, luego de causarles muchas bajas entre muertos y heridos”. Y Carrasquel no fue más explícito: “Aprovechando el momento en que los Capitanes Massó y Murillo salieron de este Cuartel, fue dada la voz de ¡Ya! Y apresados el Mayor Vivas Ramírez y el Capitán Olaizola, quien también había entrado a este Cuartel. A tiempo que esto ocurría hubo una descarga que dejó un saldo de varios muertos, pero lográndose recapturar el cuartel. Poco después apareció aquí el Subteniente Prato Martínez trayendo presos a los capitanes Murillo y Massó”.

     Lo curioso de ese instante, el más discutido del “Barcelonazo”, es que los civiles fueron los que comenzaron a disparar, pero ningún militar resultó herido. Los civiles, en cambio, cayeron como moscas. Allí murieronn 16 y solo 7 resultaron heridos. En la calle habían muerto otras dos personas . Así los muertos aumentaron an 18.

     Los prisioneros, entre los que estaban Solórzano, Canache y Landa, estaban en el corredor en el momento de la matanza y creyeron que no iban a salir con vida. Se arrojaron detrás de las vieja sillas. Landa resultó con una bala en el tórax. El Gobernador Solórzano dijo que encomendó su alma a Dios cuando alguien lo apuntó, pero entonces alguien gritó: “¡A ellos no, son los gobernadores!”

     Ese día fueron detenidos más de cien personas. Por la tarde, mientras los deudos lloraban a sus muertos, algunos con más de 20 balas en el cuerpo, los detenidos fueron trasladados a Caracas.

Las investigaciones siguieron. Se dijo que se investigaría quién había provocado la matazón del cuartel Freites, pero eso no se hizo.

     El 3 de agosto del 61 una comisión de la Digepol mandada por Octavio Corales acudió a la avenida Juan Bautista La Salle a allanar el apartamento 52 de las “Residencias Mónaco”. En la calle detuvieron a Gustavo Adolfo Chirinos y Sixto Gerardo Reiles Piñero, quienes, según la policía, le cambiaron placas a un Mercedes Benz en el que irían enseguida al Hospital Militar a rescatar unos prisioneros. Cuando subieron al apartamento del quinto piso detuvieron a Luis Emilio Nouel Alonso, a Thelmo Naranjo, estudiante dueño del apartamento; el Capitán Simón Sánchez Mogollón y al Sargento Técnico Víctor Colmenares que se había fugado de la Escuela Militar; a Esteban Marcano Guerra y Eliseo Arcila.

     Adolfo Meinhardt Lares fue detenido después. El habló de los sitios donde habían tenido reuniones con los conjurados, y que le había pedido a Tamayo Suárez que se marchara porque la mayoría no quería nada con él. En el mismo mes de agosto fueron allanados el edificio Sucre, de la avenida Francisco de Miranda, donde hallaron algunas armas e insignias que se habrían usado en Barcelona; también el edificio “Los Médanos”, donde encontraron dinamita en el estacionamiento. Pero ese edificio de la avenida Las Palmas, de Boleíta, no fue el último allanado. La quinta “Linda”, de Los Chorros, también fue allanada y decomisaron otro poco de dinamita.

     Por esto es por lo que una treintena de personas siguen detenidas. Y los abogados, aunque han alegado que la pena pedida por el Fiscal es ilegal, confían en una absolución. Alegan que los muertos del “Barcelonazo” no fueron hechos por sus defendidos sino por los soldados que en ese momento se dieron vuelta al Gobierno.

     Massó Perdomo, poco después del “Barcelonazo” escribió, lleno de indignación: “La prensa capitalina afirmó que oficiales y soldados de la democracia reconquistaron el Cuartel, pero nadie señaló que horas antes, esa misma oficialidad al mando de sus tropas, desarrolló un plan que culminó con la ocupación militar de Barcelona. Entonces no eran soldados de la democracia: eran hombres de un movimiento que podía asomarse a la historia, pero cuya pequeñez no alcanzó a integrar la grandeza de los fines con el desprendimiento del corazón”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 3 de julio de 1965. Págs. 32-35

Maríamoñito me convidó

Maríamoñito me convidó

Prof. Jesús María Sánchez*

El arroz ha servido de inspiración para numerosas canciones infantiles

El arroz ha servido de inspiración para numerosas canciones infantiles.

     Plátano y arroz no falla en la mesa del venezolano. El plátano se puede comer frito, asado, horneado y, qué decir de las tajadas que acompañan al famoso pabellón criollo, ese que nunca falla en la mayoría de nuestros restaurantes.

     En algunos pueblos del país, épocas pasadas, se comía mucho arroz con costillas de marrano y se oía una sentencia que decía: “está como el arroz blanco”, es decir, está en todas partes. Era costumbre, en toda Venezuela, en los días de la Semana Mayor, preparar arroz con leche, de vaca, de chiva o de coco. Al arroz también se le identifica con unas pequeñas fiestas caseras, donde participaban pocas personas, denominándoseles “arrocitos”.

     Los que asistían, bailaban al compás de guitarras, arpas y maracas. Este tipo de “arrocitos” se hicieron más alegres y con muchos más participantes, al llegar a nuestro país el tocadisco, bautizado como “picot” con su cantante Agujita, donde los que movían el esqueleto lo hacían al ritmo de guarachas, merengues, pasodobles, mambos, boleros. 

    Los días viernes se comenzaban a preparar las casas donde existía “picot”, para montar el “arrocito” de fin de semana. En esos “arrocitos” era muy difícil, por el orden que mantenían los dueños de las residencias, que se presentara un arroz con mango, léase, desorden, confusión, pleito.

     A la persona que se metía, sin ser invitado a ese tipo de festividades, le montaban lo de arrocero, que nada tiene que ver con un pájaro que le cae sin desmayo a las siembras de arroz. En la ciudad de Maracaibo, con su histórico lago y su famoso puente “Rafael Urdaneta”, sus habitantes se daban banquetes con palomitas en arroz, las cuales se adquirían, ya preparadas, en los mercados de la localidad, como lo señala el fundador y propietario del desaparecido diario caraqueño La Esfera (1927-1967), Ramón David León, en su tratado Geografía Gastronómica Venezolana (1954). Al lado de las palomitas de arroz, también se consumía venado, conejo, lapa, cachicamo, picure, guacharaca, yaguasa, iguana, conejo, guacharaca, perdiz, paují, báquira.

     En la misma obra, Ramón David León señala que un musiú aceitero decía que en Maracaibo podía desaparecer el petróleo, pero que se mantendrán por siempre dos tradiciones inconmovibles: la devoción por La Chiquinquirá y el arroz con palomita. Las palomitas son aves migratorias que procedentes de distintas latitudes, refiere el escritor citado, pasan en espesas bandadas sobre la Península Guajira para rematar su vuelo en los pozos y jagüeyes cercanos a Maracaibo… No olvidar que usted, después de las palomitas en arroz, puede saborear unos sabrosos huevos chimbos, mandocas y caujil o merey.

     En el campo musical, el de nuestro patio, tanto el arroz figura en muchas composiciones, como en “La Ruperta”, de Francisco Pacheco, interpretada por afamadas agrupaciones musicales a lo largo del siglo XX: “Todas las noches La esperaba en aquel sitio, Me traía una perola bien repleta: Asado, sopa y arroz, papita frita y frijol.” De autor anónimo conocemos la canción “Arroz con Coco”, interpretada con mucho cariño por nuestras abuelas y madres para dormir a los niños:

“Arroz con coco
Me quiero casar
con una viudita de la capital
Que sepa coser
que sepa bordar
que ponga la mesa En su santo lugar”

     La combinación de plátano con arroz, la encontramos cuando escuchamos Mariamoñito:

Maríamoñito me convidó
A comer plátano von arroz
Y yo le dije que no quería
Porque venía la policía

Mariamoñito me convidó
A comer plátano con arroz
Y yo le dije que no, que no
Porque mi madre me regañó”

     El maestro Vicente Emilio Sojo, fundador del Orfeón Lamas y de la Orquesta Sinfónica Venezuela, guía de la generación de músicos y compositores más completa del siglo XX venezolano, educador a tiempo completo, ciudadano ejemplar, realizador de una extraordinaria compilación y armonización de obras musicales a punto de desaparecer en nuestro país, recogió otra versión de Maríamoñitos que en su letra dice:

 “Maríamoñito me convidó

A comer plátano con arroz

Como no quise su mazacote

Maríamoñito se disgustó

Petrona, Concha Natividá

Como chorizo sin cociná

Chupa bagazo, como cochino

Y come ají sin estornudá”

     Otra de esas conocidas creaciones, donde la influencia afrovenezolana marcha agarrada de las manos, se conoce con el nombre de “El Negrito Con”, donde el arroz también está presente:

 “Estaba el negrito Con

Estaba comiendo arroz

El arroz estaba caliente

Y el negrito se quemó”

     En lo que se refiere al plátano, en nuestras tierras conocemos el americano y el africano, cuyas hojas se utiliza para vestir las hayacas y los bollos en los días navideños. Arturo Uslar Pietri, novelista, humanista, cuentista, economista, político, en uno de sus ensayos “La Hayaca, como Manual de Historia”, nos refiere que:

Plátano y arroz no falla en la mesa del venezolano

Plátano y arroz no falla en la mesa del venezolano.

     “En su cubierta está la hoja de plátano. El plátano africano y americano en el que el negro y el indio parecen abrir el cortejo de sabores. Luego está la luciente masa de maíz. El maíz del tamal, de la tortilla de la chicha, que es tal vez la más americana de las plantas.”

     En una excelente entrevista que la periodista Milagros Socorro le realizó a Don Armando Scannone, publicada en la revista Bigott, correspondiente a los meses enero-febrero de 2002, quien en su larga vida se dedicó a bucear en los secretos de los fogones, de los olores, sabores y ollas de la cocina nuestra, recuerda la preparación de los frijolitos rojos con plátano, sin dejar de nombrar las delicias de quesos como de mano, cartera, queso amarillo, de bola, de las cachapas, hallaquitas, arepas, perico, caraotas fritas, carne refrita, carne mechada, de la chicha, el carato de parcha, guarapo de papelón, de piña o de limón, del chocolate, de la torta burrera, del café, aguarapao.

     El presidente Rómulo Betancourt, quien siempre manifestó sus preferencias por los platos nacionales, refiriéndose a las guerrillas que aparecieron durante su administración en montañas venezolanas y en algunas ciudades después del triunfo de Fidel Castro en Cuba, movimiento armado que su gobierno derrotó, así como los alzamientos de Carúpano (1962) y Puerto Cabello (1962), entre otras intentonas de golpes de estado, al hacer referencia a los que se encontraban en armas en las zonas rurales y urbanas, sentenció; “Las guerrillas son como un arroz con pollo, pero sin pollo”.

     Otro de nuestros grandes estudiosos del condumio nacional, Rafael Cartay, al hacer referencia al pabellón criollo, nos dice que el mismo es plato producto del mestizaje, con un alto valor nutritivo, popular y urbano.

     Es un plato combinado, dice Cartay, compuesto por cuatro ingredientes principales (carne de res, arroz, caraotas negras y plátano maduro y trece ingredientes accesorios, como aceite vegetal, ajo, cebolla, sal, agua, ají dulce, pimentón, pimienta negra, orégano, comino, tomate, papelón, salsa inglesa).

     Perfecto mestizaje gastronómico, dice el citado autor indicando que de Asia nos llegaron la carne de res, arroz y plátano, cebolla, ajo, pimienta, comino, orégano y papelón de caña de azúcar; de América, ají dulce, pimentón, tomate, caraotas negras.

     Otro de nuestros geniales humoristas, Francisco Pimentel, mejor conocido en el plano intelectual como Job Pim, le rinde homenaje al pabellón, plato de primera de nuestra cocina, así:

 “Es de épocas remotas

El plato de sensación

Carne, arroz y caraotas

Pabellón:

Y si al agregar le manda

De plátano otra sección

Es entonces pabellón

Con baranda.”

  • * Jesús María Sánchez (1938), historiador nativo de Araira, que ha dedicado gran parte de su vida al rescate de las tradiciones mirandinas.

La vida social caraqueña del sigo XIX

La vida social caraqueña del sigo XIX

Pal Rosti le obsequió al naturalista alemán, Alejandro de Humboldt, una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela

Pal Rosti le obsequió al naturalista alemán, Alejandro de Humboldt, una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela.

     El húngaro Pal Rosti (1830-1874), en su escrito titulado Memorias de un viaje por América, publicado en 1861 en su país natal, relató parte de su experiencia como viajero explorador en América. Cuando llegó a Venezuela, en 1857, ya había pasado por Estados Unidos y Cuba, espacios territoriales que le sirvieron de referencia al momento de los señalamientos que estampó en su obra acerca de Venezuela. Luego viajaría a México, adonde permaneció durante siete meses. En el Nuevo Continente estuvo durante dieciséis meses. Tiempo durante el cual logró coleccionar un conjunto de fotografías tomadas por el mismo. En este orden, logró captar la imagen de muchos lugares poco conocidos y que Alejandro de Humboldt había transitado o dibujado. El mismo Rosti le obsequió al naturalista alemán una fotografía, captada por él, de un Samán de Güere que había reproducido durante su estadía en Venezuela.

     En esta ocasión vale la pena hacer referencia a las consideraciones que esbozó sobre el “pueblo de Caracas y su vida social”. Bajo este marco, es preciso tener en mente que para la época estaba generalizado el uso del concepto carácter nacional. Concepto que sirvió de base para examinar la forma de ser de las comunidades humanas, sería como decir las características que se tenían como atributos de los pueblos y que, por lo general, estaban marcadas por las condiciones geomorfológicas de los territorios que ocupaban los compuestos humanos.

     Bajo esta perspectiva, Rosti advirtió la dificultad que existía para examinar con exactitud “el carácter de los caraqueños”. Lo vio de este modo por “las múltiples mezclas, consecuencias – en su mayoría – de las uniones ilegales”. Expresó, en este orden de ideas, que la moral caraqueña mostraba una gran debilidad. Como ejemplo expuso el caso de “muchachitas del pueblo, de 13-14 años, tengan ya su amante” y que esto no sorprendiera a nadie, ni a sus padres, quienes las consideraban algo natural y muy normal.

     Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca. “Pero la buena naturaleza se preocupó tanto de sus criaturas en estos favorecidos valles, que en muchos lugares – verbigracia: los valles de Aragua – es literalmente imposible morirse de hambre. Aun el que no trabaja puede hallar abundante sustento, pues las bananas y otros frutos se dan en enormes cantidades”. De igual manera, anotó que para proveerse de la ropa de uso diario no había que hacer mayor esfuerzo porque “a base de una labor diaria” se obtenía con gran facilidad.

     A estas reflexiones le agregó un comentario, en forma de pregunta, a su escrito y en el que expresaba que la situación comentada con anterioridad, sobre lo barato de vivir en estas tierras, resultaba un espejismo al visitar el mercado de Caracas. Indicó que el mercado principal de la ciudad, “la plaza mayor” tal como se le conocía contaba con una variedad de productos, pero con altos precios. Anotó que se encontraba en un lugar muy aproximado al centro de la ciudad. De las construcciones que estaban en algunos de sus lados mencionó que eran edificaciones sencillas e insignificantes. Ellas eran la Catedral, la sede del Congreso y el Arzobispado.

     Indicó que el “verdadero mercado” estaba cercado y que en él se levantaban puestos techados, en el que se ofertaban cintas, sedas, telas de lienzo, cuchillos, rosarios y retratos de santos, entre otros bienes. También se ofrecían carnes de res seca o cortadas en tiras, secadas al sol y que las denominaban tasajo. “La carne es el comestible principal y más barato en Caracas”, según pudo constatar en su visita. En el mismo lugar observó que se vendía pescado, carne de cabra, “que venden como si fuera de carnero”, aves de corral, huevos, mantequilla, importada de Europa o de Estados Unidos, papelón, dulces variados, como el de membrillo, que a Rosti le parecía muy agradable, de guayaba, “fruta muy sabrosa”, pan de harina de maíz o arepa y también de trigo, toda clase de pasteles, algunos muy sabrosos como el de coco según Rosti.

Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles, Rosti lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca

Al constatar la cantidad de vagabundos que deambulaban por las calles, Rosti lo adjudicó a estas laxas coyundas que solo generaban hijos ilegítimos y abandonados que eran procreados en la comarca

     Se refirió a “otro tipo de pan” cuya base de preparación era la yuca y que tenía forma de una torta enorme. Agregó que el casabe: “Es el alimento preferido del pueblo, aunque – por su sabor – parece que lo hubiesen preparado con virutas desmenuzadas”.

     Luego escribió que el precio de las mercancías “es asombrosamente alto”. De ahí que comparó los precios en el mercado de Caracas con los de su lugar de origen para ofrecer una imagen más clara de los altos precios de los alimentos en la comarca. Por ejemplo, un saco de papas se conseguía a cinco dólares, un pollo a un dólar, un pavo por cinco, “se consiguen cuatro huevos por un real – este precio es tan estable que a menudo lo emplean para fijar el precio de otros productos, dicen por ejemplo que el plátano vale dos huevos, y así entienden que se trata de medio real”. De inmediato se interrogó que siendo este territorio bendito, gracias a su exuberante y variada naturaleza, “y le ofrece al hombre en demasía todo lo que puede desear para su subsistencia, ¿el mercado sea tan pobre y los precios tan altos?”.

     Para dar fuerza a esta cuestión eligió como ejemplo a “un joven “color café”, quien consumía un cigarrillo que le había preparado “una joven mulata”, y le hizo esa pregunta. Éste le respondió: “¿Para qué voy a trabajar?; el alimento necesario se da en todos los árboles; solo debo estirar la mano para recogerlo, si me hace falta una cobija, o un machete o un poco de aguardiente, traigo al mercado algunos plátanos y obtengo abundantemente lo que deseo ¿para qué más?”. Esta idea la culminó al sentenciar “Y así siente y opina cada peón de Venezuela”.

     Determinó que esta actitud llevara a la exageración con los precios de los productos alimenticios y de algunos servicios como el envío de una carta. Contó que le había costado cinco dólares enviar una de ellas de Caracas a La Guaira para un viaje de tres horas, para él una exageración, “así sucede que la mantequilla – a pesar de que en las praderas pastan miles de vacas – la traigan de Norteamérica o Europa; que las mejores verduras y alimentos lleguen a la mesa de los caraqueños distinguidos directamente de Francia; y así se explica que la industria y la agricultura se encaminan hacia la ruina y que la prosperidad del país decae año a año”.

     En un párrafo aparte expresó que le había llamado la atención que “la población blanca de Caracas, los criollos, que forman – en la mayoría de los casos – las capas superiores de la sociedad, no obstante ser también de origen español, se diferencian grandemente – atendiendo a su carácter – de los habaneros”. De los caraqueños subrayó que eran de talla elevada, esbeltos, “de rasgos regulares, su nariz es un tanto arqueada; el color moreno y los ojos brillantes; el abundante pelo negro y el pie pequeño también se dan aquí, como en La Habana”.

     En cuanto a las mujeres subrayó que “es una verdadera belleza o es fea”. La comparación la hacía con respecto a las mujeres que había observado en La Habana, donde, de acuerdo con su mirada “son pocas las realmente hermosas, siendo sin embargo casi todas graciosas, agradables, con sus pequeñas caras redondas”. Aunque no se extendió a explicar el porqué de estos rasgos diferenciadores sumó que a Cuba la habían colonizado catalanes y a Venezuela andaluces. Sin embargo, agregó que era indudable la gran influencia, presente en ambos espacios territoriales, en lo que respecta al desarrollo físico, el carácter, las costumbres y modos de ser, del clima y la ubicación geográfica.

Para mediados del siglo XIX, en el mercado principal de la ciudad, se expendían gran variedad de productos, pero con altos precios

Para mediados del siglo XIX, en el mercado principal de la ciudad, se expendían gran variedad de productos, pero con altos precios.

     En estas regiones, según escribió, se podía encontrar el “carácter criollo” en sus rasgos generales o principales: “la ambición y el deseo de dominio; el orgullo; el apasionamiento; la rudeza, sobre todo en el pueblo; la apatía e indolencia ilimitadas; y – por otro lado – la hospitalidad y una cierta caballerosidad”. Sumó a esta consideración el haber encontrado en México atributos similares, “y en todos los sitios donde el elemento primordial de la población lo constituyen criollos españoles”.

     Advirtió que si se agregaba la actitud de reserva que mostraban los americanos meridionales, su forma de gobierno marcada por sus desventajas, el fanatismo y sus incontables prejuicios y las supersticiones, “que mantienen al pueblo en la ignorancia y permiten una influencia excesiva a ciertas clases, podemos imaginarnos que esta gente está aún lejos de hollar con decisión la senda del acrecentamiento del bienestar nacional, de la evolución espiritual y del progreso. En Caracas sentí – por vez primera – que estoy lejos de Europa y casi aislado del mundo civilizado”.

     De acuerdo con su observación, Caracas concitaba melancolía y tristeza en el extranjero acostumbrado al ruido de las grandes urbes, “un silencio mortal reina en la ciudad semiderruida, donde están ausentes el movimiento comercial e industrial y aún falta el ruido de los carruajes. No hay salas de fiesta ni teatros; ni siquiera paseos; vida social solo puede hallarse en los círculos más íntimos”.

     Bajo este lastimoso ambiente, los caraqueños se solían resguardar en sus hogares para dormir, el almuerzo lo hacían a golpe de cuatro o cinco de la tarde y a las seis de la tarde, las damas “de brillantes ojos se sientan en las ventanas, mientras los señoritos se pasean en sus menudos y ágiles caballos, no tanto por cabalgar a través del hermoso valle, sino por hacer la corte en las silenciosas calles de la ciudad”. Agregó a esta descripción que ya a las ocho de la noche reinaban en las calles profundo silencio y sólo era posible toparse con los “serenos”.

     Aseguró que así era la vida del caraqueño. Anotó que las mujeres no solían salir a la calle y en caso que lo hiciera era durante el día, para llevar a cabo sus diligencias o ir de visita a otra casa, “imitan en sus vestidos – con mal gusto – la moda francesa; aquí pues, vimos de nuevo aquellos sombreros y vestidos llamados altos, que ni remotamente son tan agradables ni van tan bien con los rostros españoles, como la mantilla y el velo habaneros, que las bellezas caraqueñas sólo usan para ir a la iglesia y – en general – para las celebraciones religiosas y de otra índole” . Los hombres más jóvenes usaban por lo general trajes de paño y sombreros de copa alta. Los domingos y días de fiesta vestían fracs de color negro, “y luego refunfuñan continuamente por el gran calor, y con razón, ya que esa moda europea no es propiamente la más conveniente para aquel clima”.

     Según su examen la única diversión de los habitantes de Caracas era visitar las iglesias. En comparación con los parisinos, quienes se reunían en paseos o bulevares para relacionarse con otros o encontrarse con amigos y conocidos, o para alardear de sus vestidos o cortejar al “bello sexo”, “los caraqueños no se pierden ni una visita a la iglesia, para aprovechar la ocasión y lucir sus mantos y mantillas”. Sumó a esta descripción que el almanaque católico español contemplaba abundantes festividades, “pero a estas se añaden en Caracas fiestas locales, procesiones, ciertas fiestas de algunos santos particularmente venerados y las conmemoraciones de terremotos y otros desastres, así como de grandes acontecimientos políticos”.

Núñez Ponte: Maestro caraqueño

Núñez Ponte: Maestro caraqueño

José Manuel Núñez Ponte (1870-1965), meritorio educador y guía de varias generaciones de venezolanos. Director de la Academia Venezolana de la Lengua (1941-1964)

     “Vigilias en la penumbra de las aulas de aquel Colegio Sucre, ubicado en el centro de Caracas y luego en los Dos Caminos, tan suyo y tan venezolano forjando con sus sabias enseñanzas a los hombres que luego harían una parte de la historia patria. Recuerdos perdidos en un mundo pedagógico de vertical existencia, cerebro privilegiado de voluntad monolítica y disciplina férrea. Ejemplar vida de patriota, donde se forjaron tres generaciones y con una pléyade de ciudadanos ilustres.

     Esa obra ingente, fecunda y valiosa se debe al preclaro educador y presidente de la Academia de la Lengua, doctor José Manuel Núñez Ponte.

     Con él se fue toda una Venezuela histórica, con sus intérpretes y escenarios pintorescos de aquella Caracas que cantara emocionadamente el poeta Juan Antonio Pérez Bonalde y que nos legara magistralmente en un puñado de recuerdos el desaparecido cronista de la ciudad, don Enrique Bernardo Núñez, también discípulo del ilustre educador caraqueño.

     El doctor Núñez Ponte, con la perseverancia de su esfuerzo en “ser útil”, la vigorosa estructura de su espiritualismo y su acendrado sentido religioso, dentro de la formación de un ideal patriótico, con la misma trayectoria de nuestros Libertadores, efectivamente, consiguió la cumbre de la gloria en “ser grande”.

Núñez Ponte fue un insigne educador y escritor. Los temas predilectos de su pluma fueron la historia, la religión, el lenguaje y la literatura.

Núñez Ponte fue un insigne educador y escritor. Los temas predilectos de su pluma fueron la historia, la religión, el lenguaje y la literatura.

Nace un educador

     El 5 de mayo de 1870, entre las esquinas de Esmeralda y Mirador, en la casa marcada con el número 93, llegó al mundo un niño con la débil constitución física que pregona ya heraldos de muerte. Sin embargo, al correr del tiempo se convertirá en ejemplo maravilloso de una existencia longeva y ejemplar, a casi un siglo de aquella tarde caraqueña. Los atribulados padres que vieron con este nacimiento, la alegría incompleta en un hogar junto a sus hermanos, poco a poco tuvieron la inmensa satisfacción de verlo desarrollar, no ya solo física, sino intelectualmente con una rara disposición para las cosas, poco común en un infante de tan cortos años. Habían transcurrido cinco años de cuidadas y esmeradas atenciones para que aquella salud, harto quebrantada, recobrara el vigor que su precaria constitución necesitaba.

     El joven Núñez Ponte inició los estudios superiores en el Colegio Sucre, que fundara otro benefactor de la pedagogía nacional: el doctor Jesús María Sifontes. Andando el tiempo, y al fallecimiento de tan ilustre patricio, el doctor Núñez Ponte se hará cargo de la Dirección del Colegio, alternando su labor docente con otro eminente educador que se llamó don Rosendo Noria.

     El doctor José Manuel Núñez Ponte, hasta los últimos momentos de su vida, tenía en su mente el piadoso recuerdo de sus progenitores y en ese cúmulo de un pasado dichoso, evocaba a doña mercedes Ponte de Núñez –su madre– con la palabra dulce del amor filial que siempre puso de manifiesto en todas sus conversaciones: “Yo hice la primaria y secundaria con mi mamá, pero era mi papá –nos dirá con una sonrisa triste que resbala por su apostólica faz– quien me tomaba las lecciones y hasta me reprendía. . . pero sin severidad. . .

     La concluir su bachillerato, comenzó la carrera de derecho en la Universidad Central de Venezuela, obteniendo el título en la Universidad de Valencia en el año de 1895. Un desagradable incidente con otro colega, respecto a diferencias donde la dignidad y el honor profesional se ponían en entredicho, forzaron a tan puro espíritu a renunciar de manera definitiva a la carrera que tan brillantemente había comenzado. Desde aquella fecha se dedicó por entero a la pedagogía. En la ciudad de Valencia, que quería de manera extraordinaria y para la que siempre tuvo un cariñoso lugar en el recuerdo de sus años jóvenes, escribió un soberbio trabajo sobre la esclavitud, que mereció el galardón del primer premio Anual del a Academia Venezolana de la Lengua Correspondiente de la Real Española.

     Más tarde. obtuvo otro triunfo literario. Esta vez, en la ciudad de Lima, y con una obra titulada “San Francisco de Asís”. Núñez Ponte, íntimamente ligado al sentido religioso de las obras pías, se destacó numerosas veces con trabajos de extraordinaria factura cristiana. Fue secretario del eminente prelado Juan Bautista Castro, el “Obispo Bueno”, a quien tantísimo debe la iglesia venezolana. En el Congreso Eucarístico de Caracas como en el Mariano de Coro, el doctor Núñez Ponte dejó constancia siempre de probidad y acendrada fe religiosa.

Entre sus obras las notables de Núñez Ponte, destacan: las biografías del hoy beato doctor José Gregorio Hernández (1924) y del arzobispo Juan Bautista Castro.

Entre sus obras las notables de Núñez Ponte, destacan: las biografías del hoy beato doctor José Gregorio Hernández (1924) y del arzobispo Juan Bautista Castro.

     Contrajo matrimonio en la ciudad de Valencia con la distinguida dama Doña María Isabel Pérez Mujica, hermana del notable pintor-escultor Andrés Pérez Mujica. Como virtuosa representación de una sociedad privilegiada por sus dotes y ferviente patriotismo, doña María Isabel de Núñez dejó el imborrable recuerdo de un pasado similar al de su esposo, dentro de la tarea educadora. Era la más aventajada discípula de la inolvidable Mercedes Limardo, sobrina de don Manuel Felipe Tovar, presidente que fuera de Venezuela y fundador de la colonia que lleva su nombre. El doctor Núñez Ponte, cuando nos habló de estos episodios, nos señaló un sofá que adorna el valioso estudio, regalo del mencionado hombre público. Los recuerdos en la memoria del Maestro, llegan atropellados, con la rica gama de los contenidos históricos, donde los accidentes se suceden y las anécdotas les dan ese brillo peculiar de las cosas que pasarán indudablemente a la posteridad. Es ahora el doctor José Manuel Núñez Ponte quien habla:

     “Eran los años de Joaquín Crespo cuando nos invitó a un desfile cívico de todos los estudiantes, un 12 de octubre de 1892. Celebrábamos los 400 años del Descubrimiento. Delante de nosotros iba el presidente y junto a él, los ministros. El general Crespo era muy bueno con nosotros, tenía un carácter muy en consonancia con su profundo sentido de la pacificación. No olviden que él arregló nuestros problemas con los límites de la Guayana. . .”

     Los años impidieron últimamente recrearse con la valiosísima biblioteca de su casona en la Esquina de Esmeralda, pegada a los muros de la Capilla de La Trinidad. En esa sala, como un museo de preciadas reliquias, el Maestro fue depositando toda su vida:

    Condecoraciones, diplomas, volúmenes escritos por él y centenares de libros donde la filosofía alterna con la psicología y la dogmática, la historia con la novela y los autores griegos con los grandes pensadores de los nuevos credos. 

     Núñez Ponte dominaba el inglés, el alemán, el francés, tradujo el griego y el latín y era un profundo investigador de nuestra historia. Entre sus libros conservó uno, con fecha del año 1546, sobre las obras de Hipócrates, traducido del griego al latín y varios sobre temas políticos y filosóficos de los Siglos XVII y XVIII.

     Cuando el doctor Núñez Ponte mencionaba a personajes que llenaron grandes capítulos de nuestra historia, lo hacía siempre sin herir susceptibilidades, aunque los hubiera considerado poco amigos de sus obras o trayectorias políticas:

     –“Cipriano Castro era un valiente, que olvidó demasiado pronto su ingente tarea política. Juan Vicente Gómez me distinguió con su amistad y aunque poco dado a las letras, era un espíritu muy cultivado de fina sensibilidad y sobre todo un gran psicólogo. López Contreras un excelente militar que supo ser patriota en dificilísimas circunstancias. Isaías Medina representó una democracia incipiente, sin doblez y con elevados sentimientos patrios. Con el General Pérez Jiménez hablé en diferentes oportunidades, me distinguió con su gentileza acostumbrada y reconozco su obra material, como testigo que soy de una época de rudos contrastes”.

El doctor José Manuel Núñez Ponte fue individuo de número de la Academia Venezolana de la de la Lengua.

El doctor José Manuel Núñez Ponte fue individuo de número de la Academia Venezolana de la de la Lengua.

     –Raúl Leoni –continuó– fue siempre buen estudiante y de conducta ejemplar. Todo lo contrario de muchos “mozos” que hoy, incluso, gobiernan, pero que en medio de todo, siempre conservaron el respeto por sus profesores y hasta sabían pedir perdón, en más de una ocasión. Rómulo Gallegos era excelente muchacho; siempre se distinguió por su agudeza y penetraciópn en los temas que trataba. Jamás me dio una queja. Dios ha sabido premiarlo y la patria tiene mucho que agradecerle”.

     Y entre aquella pléyade de escritores, políticos y bohemios que escucharon la sabia palabra del Maestro, el doctor Núñez Ponte recuerda con cariño a uno de manera especial: Cristóbal Mendoza, actual Presidente de la Academia de la Historia. Después nos habló de Monseñor Arteaga, Godoy y hasta del Padre Borges, pasando por Raúl Carrasquel y Valverde y concluyendo con la pía presencia de Monseñor Navarro Ortega. . . y tantos y tantos otros donde Caracas la romántica, dicharachera y popular, va íntimamente ligada al virtuosismo característico de sus hijos, que en boca del doctor Núñez Ponte establece la auténtica dignidad del venezolano , con sus defectos y sus numerosas virtudes. De la misma manera que al Padrr Borges lo llamaba “hermano”, al doctor José Gregorio Hernández, quien fuera alumno y amigo, lo calificaba de “Siervo de Díos”, cuando aun no era conocido en el mundo popular de su trayectoria de santo.  

     El doctor Núñez Ponte jamás fue político. Decía que la política, salvo muy raras excepciones, “embotaba el espítitu para dar expansión a los egoísmos y la egolatría”. Fue un hombre de letras y el más alto exponente de la dignidad educacional del país. Se le atribuyeron actividades políticas, erróneamente por el hecho de haber ayudado a tumbar la estatua del Ilustre Americano que los estudiantes dieron en llamar Saludante, frente a la Universidad Central y el Capitolio; lo mismo que en ocasión de celebrar en la ciudad de Valencia las Bodas de Plata sacerdotales del Presbítero Críspulo Pérez, cuando pronunciara el discurso de orden ausente de tópicos políticos y rebosando profundo sentido cristiano, que las autoridades censuraron con el torpe argumento de que era “subversivo”. 

     Ni el propio General Crespo concedió nunca importancia a aquellas palabras del orador, tan lejos de vilipendiar una obra que realmente no cabía en sus sentimientos, por su absoluta condición apolítica.

     El doctor José Manuel Núñez Ponte, miembro de la Academia de la Historia y de la Lengua durante 35 años consecutivos, llegó a la Presidencia de la segunda, con el resentimiento sincero de los que estimaban que no poseía méritos suficientes para tan honroso cargo, argumentando que existían otras personalidades con mayores créditos que él, para honrar tales presidencias. Entre las numerosas condecoraciones que exhibió en su pecho, con preclara y dignísima representación de nuestras letras, figuran la legión de Honor, la Orden del Libertador y la de Francisco de Miranda, la Medalla de Educación, la orden Papal “Pro ecclesia et Pontifice” y la Orden de San Gregorio Magno, otrorgada por el  Vaticano, en calidad de Comendador. El Ecuador y Chile lo contaron como un “hijo predilecto”, condecorándolo por su extrairdinaria labor docente, y España lo consideró “la mayor gloria venezolana contemporánea de los educadores”.

     De Sola, Carnevalli, Gallegos, Villalobos, Hernández . . . etc . . . discípulos que el maestro recordó siempre con cariño, hoy lloran con toda Venezuela, la desaparición de tan insigne y ejemplar patriota. Pero si la muerte a casi un siglo de plazo ha solicitado su parte en nuestra pobre existencia, con el doctor José Manuel Núñez Ponte el despojo físico solo representa ese tránsito inevitable que tenemos que abordar todos, pero dejando  a la posteridad la utilidad de su inmensa obra que acaso nadie haya podido igualar y, mucho menos, superar. Porque en su prolongada y virtuosísima vida, según sus propias palabras, tenemos que tener en cuenta que: “. . . en la vida hay que considerar dos cosas: la satisfacción de lo que se está haciendo con gusto y provecho de los demás y el resultado de esa labor que ha de dictaminar la conciencia. Yo estoy plenamente convencido de que he dado de mi, todo lo que podía y mi satisfacción mayor es la que me proporcionaron mis discípulos alcanzando lo que ellos se propusieron. Por otra parte, muero con la conciencia tranquila, porque la vida me ha dado muchas satisfacciones y sobre todo el trabajo que he tenido y que siempre deseé ejecutar. ¡Es muy hermoso llegar a viejito con la conciencia en completa paz, sin el recuerdo pesaroso de haber empleado el mal para justificar hacer “de mentiras” el bien. Cuando muera lo haré, a Dios Gracias, tranquilito. . . tranquilito. . .” !

FUENTES CONSULTADAS

  • Francisco “Paco” Ortega. El maestro Núñez Ponte. Elite. Caracas, núm. 2074, 26 de junio de 1965; págs. 42-45

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