Arevalo Cedeño, último caudillo guerrillero

Arevalo Cedeño, último caudillo guerrillero

Comerciante, telegrafista y destacado opositor al régimen del general Juan Vicente Gómez.

“El general Emilio Arévalo Cedeño murió el 19 de mayo de 1965, cuando se cumplían exactamente 51 años desde que se alzó por primera vez en Cazorla, en 1914. El caudillo guariqueño que había nacido en Valle de la Pascua, 1882, se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero. Su aventura más conocida fue la tercera expedición, en 1921, cuando llegó hasta San Fernando de Atabapo y fusiló a Tomás de Funes, que llevaba 8 años como dictador de la selva. 

Por Víctor Manuel Reinoso

Emilio Arévalo Cedeño se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero
Emilio Arévalo Cedeño se alzó contra Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero

     “El general Emilio Arévalo Cedeño murió el 19 de mayo de 1965, cuando se cumplían exactamente 51 años desde que se alzó por primera vez en Cazorla, en 1914. El caudillo guariqueño que había nacido en Valle de la Pascua, 1882, se alzó contra Juan Vicente Gómez en 1914 y durante 21 años invadió 7 veces el país y nunca lo pudieron hacer prisionero. Su aventura más conocida fue la tercera expedición, en 1921, cuando llegó hasta San Fernando de Atabapo y fusiló a Tomás de Funes, que llevaba 8 años como dictador de la selva. 

     “El miércoles 19 de mayo, cuando Venezuela estaba pendiente de las noticias de Valencia, donde había sido muerto el “Negro Antonio”, en Valle de la Pascua dejaba de existir un viejito pequeño de 83 años, cuyo nombre, en otro tiempo, estuvo en los labios de todo el país. Este viejito arrugado de un metro 50, que terminó de morir el mismo día en que era acribillado el delincuente más famoso de Venezuela, se llamaba Emilio Arévalo Cedeño.

     Desde hace unos cuatro años estaba sumido en la semiinconsciencia y hablaba más con los árboles que con su familia. Pero en otro tiempo este hombre de poco físico, fue el temible general Arévalo Cedeño. El 19 de mayo se cumplían 51 años desde que él, en compañía de 40 jinetes, gritó en Cazorla, estado Guárico, “¡Muera el tirano! ¡Viva la libertad!”.

     Desde ese día no descansó jamás durante 21 años. Dirigió guerrillas en los llanos y cada vez que se vio en apuros, salió al exilio, viviendo mil aventuras para volver a regresar.

     Mientras los caudillos enemigos de Gómez se ponían achacosos en diversas capitales de América y Europa, Arévalo Cedeño siempre volvió. Por eso sus expediciones, que a veces duraban un año entero, con los ejércitos de Gómez detrás, fueron 7. De todas estas expediciones de Arévalo Cedeño, la más famosa es la tercera, que realizó en 1921. Como era su costumbre, esa vez volvió a ingresar a territorio venezolano por el lado del Arauca.

     Con sus hombres bajó desde Colombia por el Meta y al llegar al Orinoco, sus embarcaciones remontaron el río hasta San Fernando de Atabapo. Allí había un dictador de bolsillo que tiranizaba a todo el Territorio Amazonas. Arévalo Cedeño, abanderado de la libertad, se había propuesto librar a ese territorio de ese gobernador tiránico, acusado de haber cometido 480 crímenes en 8 años de salvaje reinado. El general Arévalo Cedeño logró su cometido el 21 de enero de 1921. Funes fue fusilado y la historia alcanzó caracteres de leyenda. Un poeta colombiano, José Eustasio Rivera, que por ese tiempo trabajaba en una comisión de límites, recogió esa historia en su célebre novela “La Vorágine”. Arévalo, 25 días después de ajusticiar a Funes y a su lugarteniente Luciano López, avanzó hacia el centro del país. Sus intenciones eran acabar en Apure con el terrible Soto y después llegar hasta el centro para enfrentarse al mismo Gómez.

     Pero la oposición venezolana –para variar– no era todo lo unida como para dejar de lado las ambiciones personales. Y Arévalo, después de un año de campaña, debió hacer mutis al extranjero una vez más. En esta salida, como en otras, Arévalo fue a distintos países de América y a Europa, Volvió 4 veces más, pero Gómez resistiría siempre.

     Arévalo estaba en Nueva York, en diciembre de 1935, cuando murió Gómez, su gran enemigo. Recién pudo volver y reunirse con Pepita Zamora Arévalo, su prima y esposa, con quien se había casado en 1913, quien lo esperaba con un hijo de 21 años.

     El presidente Eleazar López Contreras, deseoso de ganar amigos entre los más encarnizados opositores del “Hombre de la Mulera”, nombró al general Arévalo Cedeño presidente del estado Guárico. El guerrillero más famoso que ha tenido Venezuela en este siglo, como buen Quijote, al no encontrar molinos en San Juan de los Morros, se dedicó a levantarlos. Tiempo después fue diputado al Congreso Nacional. Pero él, un hombre que ya pasaba de los 50 años, ya había hecho lo fundamental de su vida. El mismo lo comprendió así y en 1936 concluyó un libro de más de 400 páginas, donde cuenta todas sus aventuras, a veces tan fantásticas, como cualquier novela de Julio Verne.

     Ese tomo de memorias se llama “El libro de mis luchas” y ha servido de referencia a cuantos han escrito sobre la encarnizada oposición que los enemigos de la dictadura le hacían a Gómez. Arévalo dedicó su libro a sus viejos compañeros y en especial a su hijo, que nació el 16 de junio de 1914, el mismo día que él era derrotado en “Caño del Medio”; por eso la dedicatoria dice: “Con el deseo de que siempre sea digno y libre como yo”.

El caudillo guariqueño Arévalo Cedeño, nació en Valle de la Pascua en 1882, y falleció en esa población, 83 años después, en 1965
El caudillo guariqueño Arévalo Cedeño, nació en Valle de la Pascua en 1882, y falleció en esa población, 83 años después, en 1965

 Lo que decidió

     Emilio Arévalo Cedeño nació en Valle de La Pascua, el 2 de diciembre de 1882. Su padre, el general Pedro Arévalo Oropeza, había sido una víctima no solo de Antonio Guzmán Blanco, sino también de Joaquín Crespo e Ignacio Andrade. Su madre, Dionisia Cedeño, era bisnieta de Manuel Cedeño, uno de los héroes de la Batalla de Carabobo. El muchacho estudió en Altagracia de Orituco y después aprendió un poco de inglés y otro de francés por su cuenta. Ya convertido en pequeño comerciante se asoció en una tipografía y fundó El Titán, un periódico que solo pudo salir 8 veces. Arévalo volvió a la bodega y cuando esta se le quemó, levantó otra. Comerciante viajero, en San José de Río Chico, fundó otro periódico: Helios, que tuvo menos suerte que el anterior. Pero Emilio Arévalo, además de interesarse por la literatura, era un rebelde, lo llevaba en la sangre. En 1905, en uno de esos actos del llano, cuando le tocó hablar, no se calló lo que pensaba de ese dictador atrabiliario llamado Cipriano Castro. Tres años después, cuando el viaje de Castro fue saludado como una liberación del país, Arévalo estaba en Caracas y fue uno de los que corrió hacia El Constitucionalista, el diario que se había hecho odioso apoyando al caudillo tachirense. A fines del año siguiente, sin tener nada mejor de que ocuparse, ocupó el puesto vacante de telegrafista que había dejado un hermano suyo. Estuvo en varios pueblos de oriente.

     En 1910 estaba en Caicara de Maturín, siempre de telegrafista, cuando se casó con Antonia Ledezma Guzmán. Pero su esposa falleció a los 9 meses. Arévalo, desencantado, dejó el telégrafo y volvió al comercio de animales. En 1913, en Apure, se casaba con su prima Pepita. Pero los caminos de Arévalo se iban cerrando. Juan Vicente Gómez estaba resultando peor que Castro. Todo lo quería para él y sus testaferros. El mismo 1913, una operación comercial de Arévalo iba a decidir el cambio definitivo de su vida. Él pensaba hacer un buen negocio con 200 caballos en Apure, pero nadie se los quiso comprar. Gómez ya había resuelto que esos caballos solo podría comprarlos su hombre de confianza, el general Eulogio Moros. Arévalo tuvo que rendirse a la evidencia. 

     Cuando llegó al hato La Candelaria, Moros lo recibió amablemente, pero debió esperar 8 días para saber que Moros le iba a pagar 30 pesos por cada caballo que a él le había costado 60. Y no solo eso. Moros le pagaría los caballos con toros avaluados a 12 pesos cada uno. Arévalo sabía que esos toros eran vendidos a 6 pesos cada uno, pero ya su suerte estaba echada. Sino le vendía los caballos a Moros sería tomado preso. Cerró el negocio, pero ya había decidido irse a la guerra. Comenzó a prepararse. En mayo de 1914 pasó grandes angustias cuando un burro, que llevaba para Valle de la Pascua, cargado con 80 mil pesos para comprar mil novillos, se le perdió. Pero el animal apareció. Hizo el negocio y cumplió con su socio.

 

Arévalo y Funes

     El 19 de mayo de ese año lanzó en Cazorla el grito de libertad. Desde ese momento comenzó su gran aventura. Un día era el guerrillero triunfante que tomaba un pueblo y al día siguiente el que tenía que salir huyendo sobre curiaras por los caños de los ríos del llano para escapar de los hombres de Gómez. Después de tomar los pueblos más importantes del Guárico debe salir huyendo, solo, hacia Trinidad, engañando a jefes civiles a quienes les decía que era enviado del gobierno. En Trinidad encontró a varios exilados de nota, entre ellos a los generales José Manuel Hernández y Cipriano Castro. Castro decía tener 1.200 fusiles en Barbados, pero decía que solo se los daría a quien reconociera a él como jefe de la revolución. Arévalo no aceptó eso y después de intentar hacerse a la mar con 30 fusiles y ser descubierto, no le quedó más remedio que esperar hasta 1915, ir a Cartagena y seguir al Arauca, donde el doctor Carmelo París le entregará 87 fusiles y 10 mil tiros.

     Horacio Ducharne se está batiendo en el Oriente. Arévalo pretende encender la guerra por el llano. Toma Caicara y otros pueblos y avanza hacia Valle de la Pascua. Los generales de Gómez, sorprendidos, n o alcanzan a prepararse, tienen que huir mientras telegrafían a Maracay que ya están derrotando al faccioso. Arévalo, que halla estos telegramas, se burla de Gómez, poniéndole otros telegramas donde le dice que ya tiene al ladrón Arévalo en su poder y quiere saber qué debe hacer con él. Cuando se tropieza con gente de Ducharne sabe que ya no puede hacer nada. En 3 meses ha tomado 4 estados. Pero quedarse mientras las demás fuerzas se dispersan, es suicidarse. Y Arévalo sale por segunda vez al exilio, esta vez por Colombia.

     Conseguir dinero para nuevas aventuras lleva tiempo. Arévalo tiene que viajar por Centro América y después a Europa. Solo está en condiciones de volver a entrar a Venezuela a fines de 1920. Esta vez Arévalo quiere librar al Territorio Amazonas de Funes, el hombre que aterroriza a los caucheros desde 1913. Piensa que será un buen golpe de propaganda. Funes, que ha gobernado asesinando, cobra impuestos prohibitivos y elimina a los que bajan por los ríos con alguna carga de consideración. Arévalo, de nuevo desde Colombia, ahora con casi 200 hombres, baja por el Meta en curiaras y falcas hasta Puerto Carreño. Allí apresa al tesorero de Funes y requisa 375 fardos de balatá. La expedición ha comenzado el 30 de diciembre de 1920, pero no es ningún paseo. Hasta naufragios ha habido y después quedan los raudales que hacen imposible la navegación del Orinoco en 60 km.

     Hambrientos, con sus embarcaciones a la rastra, pasan muchas penurias hasta la madrugada del 17 de enero, cuando llegan a la confluencia de los ríos Guaviare y Atabapo. Pasan el pueblo hasta Tití y después comienza el ataque a San Fernando de Atabapo. La batalla se prolonga 28 horas, pero Arévalo se impone. Funes ofrece dinero, Luciano López, su lugarteniente, también, pero Arévalo quiere hacer las cosas en forma. Un Consejo de Guerra delibera y el dictador de la selva y su brazo derecho son fusilados en la plaza del pueblo a las 10 de la mañana del 21 de enero. Después de eso, los oficiales que acompañan a Arévalo lo quieren nombrar jefe único de la revolución, pero él no acepta eso para que los opositores de Gómez no sigan separándose más. Sin embargo, el divisionismo y la ambición saldrán adelante poco más tarde cuando aparece el general Roberto Vargas, dándose títulos de jefe. Las esperanzas de vencer al presidente de Apure se esfuman. Arévalo, antes de regresar a Colombia ordena la captura de los generales Vargas y Alfredo Franco para someterlos a Consejo de Guerra.

El gobierno del general Juan Vicente Gómez nunca pudo atrapar al legendario caudillo guariqueño
El gobierno del general Juan Vicente Gómez nunca pudo atrapar al legendario caudillo guariqueño

Otras expediciones

 

    Los hombres que siguen a Arévalo son 400, pero no todos están dispuestos a volver a esas caminatas de día y de noche. Unos se quedan en el otro lado de la frontera, pero Arévalo vuelve a cumplir con su cuarta campaña, donde obtiene un éxito tras otro hasta llegar en septiembre a Valle de la Pascua, su pueblo natal. Arévalo avanza hacia el centro antes de devolverse por la Pascua para buscar la costa para ofrecerle batalla al ejército que avanza en su búsqueda. Arévalo sigue avanzando, siempre con éxito; se pasea por los Estados costeños y alcanza hasta el mismo Estado Miranda, a las puertas de Caracas. Cuando ocupó El Guapo el jefe gomecista local se suicida. Vuelve al llano. Del Guárico pasa a Cojedes. Lanza proclamas. Le dirige mensajes a Gómez a propósito del pedido de libertad hecho por USA. Sigue adelante. Es aclamado en 7 Estados antes de recogerse hacia la frontera.

     Arévalo sale en 1922 hacia Panamá y Nueva York. Se reúne con los viejos caudillos, pero estos, aunque tienen fondos, se niegan a proporcionarlos si no les prometen de antemano que ellos serán los amos del país. Arévalo grita, se molesta, pero no se desanima. Concurre a hablarle de la revolución a otros grupos. Pero después de los aplausos hay muy poco más.

     El hondureño Marco Aurelio Herradora, todo un agente de la United Fruit, le dice a Arévalo que la bananera que ha conseguido contratos increíbles en varios países del Caribe, le podría financiar una expedición, pero con el compromiso de que, derrocado Gómez, le dejará entrar al país como lo habían dejado entrar en los pequeños países del Itsmo. Arévalo, naturalmente, no puede aceptar eso. Recibe cartas. Sabe de ofertas. Se hablan de miles de dólares que pondría Leopoldo Baptista o cualquier otro exilado. Pero al final, nada. Cuando vuelve a Colombia ya es el comienzo de 1924. Arévalo vuelve a entrar a Venezuela, esta vez con 87 hombres. De nuevo los ríos, la toma de los pequeños pueblos y subir hasta San Fernando de Atabapo. Vence al nuevo gobernador de allí, coronel Domingo Aponte. Se ha apoderado de un extenso pedazo de Venezuela. De allí podría seguir tomando otros estados, con la ayuda de los enemigos de Gómez, pero los enemigos no quieren arriesgarse demasiado si no son ellos las vedettes. Arévalo se pasa 6 meses en eso, pero la ayuda no viene. A fines del año 24, Arévalo y su gente tienen que darse a la fuga hacia Brasil, porque el gomecismo se las ha arreglado para pedir permiso a Colombia para pasar su ejército para vencer al caudillo guerrillero.

     Después de esa aventura, Arévalo una vez más se aleja por los caminos del exilio. Ya es demasiado conocido como para pasar sin dificultades en los países e islas, más cercanas a Venezuela. Tiene que ir a USA y Europa. A comienzos de 1929 está de nuevo en el Arauca para comenzar su sexta invasión. Arévalo sueña con libertar a una serie de jóvenes prisioneros que están en los trabajos forzados de la carretera de El Palenque, pero cuando llega a este punto, los prisioneros han sido trasladados. Arévalo avanza una vez más hacia el Guárico y Anzoátegui. Los presidentes de Apure, Bolívar, Anzoátegui, Gupárico y Monagas corren detrás de él. Antes de que Arévalo y su gente logren salir del oriente son derrotados en Anzoátegui por el general Lino Díaz. La causa de la oposición no ve una. Las expediciones fracasan. Fracasa Gabaldón en su hacienda Santo Cristo. Fracasa Román Delgado Chalbaud en Cumaná. Arévalo, después de dos meses de caminata, logra llegar al Arauca.  

     Arévalo intenta su séptima invasión en 1931. Con 80 hombres se oculta de los aviones por Apure y por Bolívar desde marzo hasta agosto. Los revolucionarios le hacen frente al vapor Arauca, que lleva soldados de Gómez. Una derrota. Muertos. De nuevo la fuga hacia la frontera.

     Después de esta aventura, Arévalo vuelve a recorrer los países de Latinoamérica. Pero Gómez, gobernante infernal, solo será derrotado por la muerte. Arévalo, a comienzos de 1936, toma el barco hacia Venezuela. López Contreras le dice en un telegrama que será bienvenido. Ya en el país, se le tributará un gran recibimiento, se le llamará héroe y se le rendirán honores. El tiempo se encargó de sumirlo en las sombras.

FUENTES CONSULTADAS

  • Arévalo Cedeño, Emilio. “Viva Arévalo Cedeño: el libro de mis luchas”. Caracas: Seleven, 1979
  • García Arriechi, Guillermo. Emilio Arévalo Cedeño. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar, 1989 
  • Rivera, José Eustasio. La Vorágine. Colombia, 1924
  • Elite. Caracas, 29 de mayo de 1965
Ciudad Vacacional Los Caracas

Ciudad Vacacional Los Caracas

Inaugurada en 1954, esta ciudad recreacional, ubicada frente al mar, cuenta con numerosos edificios, clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos

Para construir esta moderna ciudad recreacional, se escogió un paraje a 17 kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito, frente al mar Caribe
Para construir esta moderna ciudad recreacional, se escogió un paraje a 17 kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito, frente al mar Caribe

     Fue proyectado, en 1939, por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva y el médico Martín Vegas, como un centro agrícola para enfermos de lepra, en la que hubiera bloques de apartamentos de 28 a 40 habitaciones con todos sus servicios. Posteriormente, en 1944, durante el gobierno del general Isaías Medina y bajo la tutela del ingeniero Armando Vegas, se pensó en convertirlo en una Ciudad Hospital. Luego, durante el mandato de Rómulo Gallegos, se planteó darle a ese espacio de la hacienda Los Caracas, ubicado a 17 kilómetros de la población guaireña de Naiguatá, un uso recreacional. No obstante, el derrocamiento de Gallegos (24/11/1948), sepultó durante algún tiempo las intenciones de construir en el mencionado terreno litoralense.

     No fue sino en 1952, cuando el entonces presidente de la Junta de Gobierno, Germán Suárez Flamerich, propuso construir en los terrenos de la Hacienda Los Caracas, una Ciudad Vacacional. Los arquitectos Miguel Salvador, José Sánchez, Pedro Riquezes, Carlos Olmos iniciaron en aquel momento los estudios. Al año siguiente, ya instalado en el poder el coronel Marcos Pérez Jiménez, le dio gran impulso a las obras, las cuales fueron culminadas casi dos años después, en diciembre de 1954.

     En febrero de este último año, se creó el Instituto de Capacitación y Recreación de los Trabajadores (INCRET), ente que asumiría la responsabilidad gerencial de la Ciudad Vacacional de Los Caracas.

     En poco más de un año, se construyó un nuevo centro de población que se uniría a los nombres de Turén, Puerto Ordaz y Ciudad Piar, pero en contraste con las tres poblaciones anteriores, fundadas como centros de trabajo, esta nueva ciudad fue hecha para el descanso y el esparcimiento de las clases trabajadoras.

 

Topografía de la Ciudad Vacacional

     “Para construir esta moderna zona residencial y veraniega, se escogió un paraje ideal. A diecisiete kilómetros al este del pueblo de Naiguatá, entre las vegas y valles del río Botuco, el río Grande y el río Chiquito (que al unirse forman el río Los Caracas), frente al mar Caribe, se levantaron numerosos edificios, clubes sociales, restaurantes, hoteles, bloques de apartamentos y casas individuales que formaron el conjunto de la Ciudad Vacacional de Los Caracas.

 

Servicios

     Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional. Se construyeron los edificios del mercado, de los depósitos generales, de la panadería, del matadero, al mismo tiempo que se fundaron granjas para abastecimiento de los temporadistas. Para el servicio de vigilancia que ha de mantener el orden y asegurar la tranquilidad, se levantó un edificio con capacidad para tres oficiales y doce agentes de policía; para los católicos se construyó una capilla con capacidad para 500 feligreses. Se estableció un puesto de salud para atender los casos médico-quirúrgicos de urgencia, al mismo tiempo que se extendió por todos los terrenos de la inmensa edificación la red de un moderno sistema de alumbrado y se estableció un servicio de aseo urbano dotado de modernos incineradores. Un gran centro cívico-social, con sala de cine y toda clase de comercios.

Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional Los Caracas
Todas las exigencias y servicios que el organismo moderno impone para comodidad de las ciudades, fueron cumplidas al construirse la Ciudad Vacacional Los Caracas

Clubes Sociales

     Cuenta la Ciudad Vacacional de Los Caracas con dos magníficos centros sociales: el club de la zona de Los Caracas y el club de la zona del río Botuco. Ambos edificados a la orilla del mar y provistos de cocinas, restaurantes, casetas y duchas, todo con el propósito de hacer agradable la permanencia de los bañistas en la playa.

 

Bloques de apartamentos

     Al pasar de la portería de la Ciudad Vacacional, en la margen izquierda del río Los Caracas se encuentra el primer grupo de edificaciones, el cual está integrado por algunos de los edificios que ya mencionamos al referirnos a los diversos servicios generales que ella ofrece a sus visitantes: el edificio de la policía; la proveeduría; la lavandería y una estación de servicio. Enfrente, en la margen derecha del río, está otro grupo compuesto por el club-restaurante, las casetas de baño, y el edificio para los huéspedes de honor.

     Siguiendo aguas arriba el curso del río Los Caracas, se llega hasta la zona denominada de los servicios comunes. Está integrada por el centro cívico-social, dos jardines de infancia con capacidad de 75 a 100 niños, la vivienda del maestro y la capilla.

     Allí mismo se levanta el primer bloque de apartamentos. Enseguida de la zona de los servicios comunes se encuentran dos edificios de dormitorios colectivos, un bloque de 28 dormitorios; el mercado; el depósito y otro edificio de once dormitorios para tres personas cada uno.

     En la margen izquierda del río Los Caracas, frente a los edificios descritos, en la zona denominada “Campo Alegre”, hay un bloque de 24 dormitorios individuales, otro de cuatro apartamentos y dos casas.

 

Casas individuales

     En la zona de “Campo Alegre” tiene lugar la confluencia de los ríos Grande y Chiquito que dan lugar al nacimiento del río Los Caracas. De allí en adelante las edificaciones de la nueva ciudad cambian, reduciéndose de manera casi exclusiva a casas individuales de dos o tres dormitorios, formando diversos grupos en los lugares más bellos y los cuales se les ha dado el nombre con que tradicionalmente se conocían dichos sitios en la región.

La Ciudad Vacacional Los Caracas cuenta con clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos
La Ciudad Vacacional Los Caracas cuenta con clubes sociales, restaurantes, hoteles, piscinas, apartamentos y casas, espacios de esparcimiento y comodidades para el disfrute de los obreros y demás trabajadores venezolanos

     Las casas de este sector fueron construidas pensando en que los trabajadores y empleados públicos y sus familiares quisieran continuar su vida hogareña lejos del hotel y del club y por eso dichas viviendas están dotadas de cocina, lavandero y de todos los servicios indispensables.

     Continuando a lo largo del Río Grande se encuentra Vega Larga. Allí hay un primer grupo de treinta y tres casas y un bloque de veinticuatro dormitorios individuales, que se pueden unir de dos en dos. En la misma Vega Larga se encuentra más adelante un grupo de cuatro casas y otro de veinte. Siguen después, en el sitio denominado “Flamenco”, dos grupos de ocho y quince casas respectivamente; más adelante han en “Vega Luna” diecisiete casas, en “Ventura”, seis, en “El Corozo”, cuatro, y por último en “Cristóbal”, seis.

     A lo largo de Río Chiquito, remontando su cauce encontramos en “El Infiernito”, doce casas, la Granja y el Matadero. Luego en “La Pradera”, hay un grupo de siete y otro de cinco casas. Por último, en “El Níspero”, ubicado entre Río Chiquito y “Vega Larga” hay diez casas y dos bloques de veinticuatro dormitorios cada uno.

Apartamentos en la zona del río Botuco

     En cambio, en la zona del rio Botuco no se construyeron casas individuales, sino bloques de apartamentos, cada uno con su cocina y comedor colectivos. Cada apartamento cuenta además con su propia cocina. Existen además en la zona del río Botuco tres bloques de 28 apartamentos cada uno, y uno de cuarenta.

     Hay también en esta zona un edificio para hotel con capacidad para cuarenta y ocho huéspedes, y a orillas del mar, el club, que cuenta con todos los servicios para la comodidad del visitante, entre otros el bloque destinado al vestuario con 56 duchas para bañistas.

     En el conjunto de realizaciones de carácter social que ofrece a las clases trabajadoras la Ciudad Vacacional de Los Caracas, ocupa junto con el programa de la vivienda obrera adelantado por el Banco Obrero, puesto de valor presente e histórico.

     El costo total de la Ciudad Vacacional de Los Caracas fue de Bs. 67.000.000,00 (sesenta y siete millones de bolívares). 

FUENTES CONSULTADAS

  • El Heraldo. Caracas, diciembre de 1954

  • La Esfera. Caracas, diciembre de 1954

  • Élite. Caracas, 4 de diciembre de 1954

Caracas y las ruinas del terremoto de 1812

Caracas y las ruinas del terremoto de 1812

Apreciaciones del húngaro Pal Rosti, recogidas en su obra “Memorias de un viaje por América”. Rosti fue fotógrafo, naturalista y viajero que visitó Venezuela entre 1856 y 1858.

Pal Rosti, influenciado por la obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente”, de Alejandro de Humboldt, viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, Venezuela y México entre 1856 y 1859
Pal Rosti, influenciado por la obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente”, de Alejandro de Humboldt, viajó a los Estados Unidos de Norteamérica, Cuba, Venezuela y México entre 1856 y 1859

     Quizá uno de los más citados y cuyos estudios ha sido de mayor profusión entre los analistas sociales se encuentra en el caso de lo configurado y tramado por Pal Rosti, luego de haber visitado una porción del territorio venezolano a finales de la década del cincuenta del 1800, durante los últimos años del mandato de los Monagas. Salió de Francia un cuatro de agosto de 1856. Su destino: América, en especial la visita a los lugares menos explorados por otros viajeros o cronistas que habían pasado por estas tierras.

     Existen tres temas, convertidos en hitos, que los visitantes llegados a Venezuela utilizaron como una especie de corte para la construcción de sus frases narrativas. Ellas fueron la guerra de Independencia, el terremoto de 1812 y la exuberante naturaleza que no dejaron de exaltar, al lado de la censura de actos, hábitos o costumbres que les resultaban extraños y, por tal circunstancia, mostraban repulsión al ser descritos por ellos.

     Sus Memorias de un viaje por América, las inició Rosti con una descripción sobre la situación en la época colonial, el período de la independencia y la edificación republicana, hasta alcanzar lo que experimentó en su estadía en el país en los últimos años del mandato de José Tadeo Monagas, hacia el año de 1857. Al llegar al puerto de La Guaira lo describió como una rada y que las olas del mar eran tumultuosas, donde no era propicio anclar. Los negros eran los encargados de trasladar el equipaje de los viajantes de la embarcación a la orilla, al igual que el traslado de las personas que llegaban a él.

     Es importante indicar que durante el siglo XIX aún se hacía referencia a Sudamérica como un espacio territorial cuya frontera norte comenzaba con el norte de México hasta Cabo de Hornos. 

     El concepto Mesoamérica y América Central se extendió en el 1900. América se describía a partir de una región septentrional, la parte anglosajona, y otra meridional, la española. Por eso es común que los escritos de esta época sólo hicieran referencia a Suramérica y Norteamérica.

     Luego de describir el paisaje que iba observando en su traslado desde La Guaira a Caracas, no dejó de ponderar la exótica y exuberancia de la vegetación por su belleza y variedad. Expresó que al llegar a esta ciudad sintió tristeza o más bien melancolía, cuando comenzó a cruzar “el hermoso valle” y sus largas calles que estaban cortadas en ángulo recto, “que antaño tal vez estuviesen empedradas, más ahora semejan el cauce de un arroyo de montaña”. Sin embargo, puso a la vista del lector el calor sofocante, aunque no como el experimentado en La Guaira, que concitaba a guarecerse de los rayos verticales provenientes del sol y a dormir mientras permanecía la etapa de mayor calor.

     Sus primeras impresiones las redactó así: “Parecía que hubiésemos llegado a la ciudad de los muertos; aquí y allá, cual almas errantes, algunas negras – con largos y blancos velos en sus cabezas, que destacaban más aún la negrura de sus rostros – llevaban silenciosas algunos recipientes de agua o frutas a las casas de sus amas”. Trajo a colación el profundo silencio que se experimentaba en la capital de Venezuela. A esto agregó que acá nunca podía oírse el ruido producido por un coche, “porque el coche y la carreta son allí cosas desconocidas; las personas andan a caballo o en mulas; las cargas y los equipajes los hacen transportar sobre asnos o mulas”.

Durante su estadía en Venezuela, Pal Rosti escribió notas de viaje e hizo las primeras fotografías paisajísticas que se conocen en el país.
Durante su estadía en Venezuela, Pal Rosti escribió notas de viaje e hizo las primeras fotografías paisajísticas que se conocen en el país.

     Hizo un comentario según el cual las calles eran rectas, aunque bastante anchas y que tenían una dirección, en pendiente, de occidente a oriente. Las casas que primeramente observó eran de ladrillos, de un solo piso, con techos de tejas. Agregó que todas las casas eran de reciente construcción y las viejas yacían entre ruinas. “Entre los abandonados muros destruidos de los conventos, iglesias y demás casas altas de antaño, echaron raíces cactos y enredaderas, que acentuaban más el efecto entristecedor que tuvo en mí la ciudad sin vida, recordándome aquel terrible cataclismo del cual son resultados esas ruinas”.

     Agregó a este comentario que la Caracas anterior al movimiento telúrico era suntuosa y hermosa. Puso a la vista de sus lectores que el terremoto de 1812 formaba parte de la historia reciente de la ciudad capital. En este orden de ideas citó a Alejandro von Humboldt quien en su libro Viaje a las regiones equinocciales al Nuevo Continente describió de manera pormenorizada lo acontecido un jueves santo de aquel año. Recordó que la ciudad no se había recuperado del todo de las secuelas de aquel sismo.

     La Caracas que conoció estaba apenas emergiendo de la tragedia y la destrucción urbana. A esto sumó: “las continuas guerras civiles y la triste situación del país no permiten su florecimiento, su renacimiento”. Por eso vio que no había calle que no mostrara restos de construcciones y algunas partes de la ciudad solo estaban ocupadas por ruinas. Había otras construcciones, por lo general sin techo y casi destruidas, que estaban ocupadas por negros y mulatos, “las capas más bajas de la población, en fin, en medio de la mayor miseria”.

     Abrigó un concepto favorable de la vegetación que comparó con una pintoresca vista, similar a una escena de novela. De la Silla de Caracas rememoró su presencia majestuosa. De igual modo, anotó que el río Guaire se abría camino rodeado de olorosos arbustos de Berbería y sauces. Asoció el rocío de la neblina y las sombras provocadas por la luz de la luna con un velo de hada y embrujo. De la ciudad agregó que era un valle rodeado de espléndidas montañas, con un agradable y templado clima, “comparable aproximadamente al de Hungría en el mes de junio”. Recordó que varios denominaban al clima caraqueño como el de la eterna primavera. Agregó que ofrecía condiciones favorables para el desarrollo de cafetos, palmeras, plátanos, naranjas y el cultivo de manzanas, durazno y trigo.

La obra más notable de Pal Rosti se titula “Memorias de un viaje por América”. Fue publicada originalmente en húngaro, luego se realizaron varias ediciones en español e inglés
La obra más notable de Pal Rosti se titula “Memorias de un viaje por América”. Fue publicada originalmente en húngaro, luego se realizaron varias ediciones en español e inglés

     Aunque el clima agradable y templado que experimentó no era regular, “lo que es bastante malo”. Agregó que algunos caraqueños le habían informado que en ocasiones en un mismo día la temperatura variaba de manera considerable y que los cambios eran bruscos. El clima caraqueño era favorable para la irritación del sistema nervioso. Recordó que una noche en Caracas había experimentado las alteraciones climáticas, a inicios del mes de abril, cuando el calor se hizo casi insoportable que el ánimo de él y sus acompañantes fue de tal sofoco que tuvieron que interrumpir la conversación que venían desarrollando.

     Comentó que cuando llegó a Caracas en 1857 el período de lluvias había comenzado en el mes de mayo, aunque a veces se iniciaba en abril. “Durante los tres primeros meses de ese período las lluvias y las tormentas son muy frecuentes, en ocasiones tienen lugar hasta dos o tres tormentas en un mismo día”. Comparó el cultivo de la caña de azúcar en Venezuela con respecto al de Cuba donde había estado antes de llegar a Venezuela. Del producto de ella aprovechada expresó que en Venezuela sólo preparaban azúcar morena, impregnada de una melaza de mala calidad que denominaban papelón. De este expresó que era más barato que la azúcar blanca. Del consumo preferido entre los pobladores de la ciudad era el papelón.

     El fruto de mayor producción entre los agricultores era el café, según su relato. Sumó a sus consideraciones que el viajero europeo que permanecía cierto tiempo en la zona tórrida “queda agradablemente sorprendido, cuando llegando al valle de Caracas encuentra entre la tropical vegetación los árboles frutales de su tierra”. Esto lo refrendó al poner como ejemplo cultivos de mora, melocotón y manzanas. Un dulce que le pareció de excepcional calidad fue el membrillo, golosina preferida por los caraqueños, “quienes gustan – en general – excesivamente de los dulces, pues creen que el agua sólo cae bien cuando antes se ha provocado la sed con ellos”.

     En él el clima caraqueño era muy favorable para la reproducción de la flora, pero no así para los forasteros o extranjeros que se establecían en Caracas. “Las oscilaciones bruscas de la temperatura y la fluctuación frecuente de la traspiración corporal ocasionan diversos catarros y fiebres”. Sin embargo, el europeo que se lograra adaptar a estas fluctuaciones alcanzaría un estado de salud bastante favorable, según puso en evidencia, para el caso de lugares donde la humedad atmosférica no fuese tan brusca como la de la “eterna primavera”. “Por lo que a mi persona se refiere, no puedo quejarme del clima de Caracas, pues pasé un mes en esa ciudad y no me atacó ni el menor mal”.

     Expuso ante sus lectores el caso de la fiebre amarilla. De ésta expresó que era muy común en La Guaira y que atacaba de manera muy fuerte a los europeos que recién se instalaban en Caracas. Aunque ella no atacaba de forma tan fuerte en la ciudad de Caracas y que, por lo general, los contagios se sufrían en el puerto de La Guaira.

     De acuerdo con cifras por él recopiladas Caracas contaba con 40000 habitantes para el año de 1800, 50000 en 1810, 23000 en 1823, 35000 en 1840 y para el momento de su estadía tenía cerca de 40000 personas. Una pequeña porción de lugareños era de “raza” blanca, incluidos los criollos. La mayoría de los nativos eran de “raza mezclada”, es decir, mestizos, mulatos y zambos. Indicó que además se concentraban “innúmeros cruces” de estos últimos, así como los “negros puros, esclavos antaño, libres hoy”.

     Escribió que los indios se habían extinguido “no solo en Caracas y sus alrededores – sino en general en la parte más poblada y culta de Venezuela; únicamente en el interior del país y a orillas del Orinoco y del Apure pueden encontrarse algunos poblados indígenas; y asimismo – en la inmensa selva – aquí y allá ciertas misiones o tribus todavía salvajes, que habitan en míseras chozas y – según sus costumbres ancestrales – se embadurnan el cuerpo y andan desnudos”.

     Por eso anotó que: “A Caracas sólo le quedó de su origen indígena el nombre”.
Rosti dejó una interesante obra relacionada con Caracas y otros lugares que visitó en Venezuela. Estuvo en los Llanos para conocer de cerca a los llaneros a quienes comparó con los caraqueños. Dejó una interesante colección de fotografías. Arte que había comenzado a cultivar cuando estuvo de visita en Francia, antes de su viaje por América.

Guerrilleros asaltan el museo de Bellas Artes

Guerrilleros asaltan el museo de Bellas Artes

En 1963, cuatro operaciones de alto impacto puso en práctica el movimiento guerrillero venezolano, por intermedio de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), con el apoyo del régimen comunista cubano de Fidel Castro, contra el gobierno democrático de Rómulo Betancourt. El robo de cinco importantes obras de artes (enero), el secuestro de un barco (febrero), la retención del famoso futbolista Alfredo Di Stéfano (agosto) y el ataque al tren de El Encanto (septiembre) fueron las cuatro acciones más notables de la guerrilla venezolana en ese año 1963.

Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas
Un comando guerrillero, en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas

     El miércoles 16 de enero de 1963, el comando de guerrilla urbana “Livia Gouverneur” de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), en una audaz acción de propaganda política, se llevó cinco cuadros de la exposición “Cien años de pintura francesa”, que se exhibía en el Museo de Bellas Artes de Caracas. Las obras robadas eran de Vincent van Gogh (Flores en un vaso de cobre), Pablo Picasso (Naturaleza muerta), Paul Cézanne (Bañistas), George Braque (Naturaleza muerta con peras) y Paul Gauguin (Naturaleza muerta).

     Los cuadros habían sido enviados, en calidad de préstamo, por el Museo de Louvre, para ser expuestos en la mencionada muestra.

     La acción tuvo repercusión informativa y rechazo de la comunidad mundial, incluso llegaron a compararla con el robo de “La Gioconda”, de Leonardo Da Vinci, del Museo de Louvre, de Paris, en el año 1911.

     Afortunadamente, gracias al operativo que emprendió la Policía Técnica Judicial (PTJ) los autores fueron identificados, capturados en muy poco tiempo y recuperadas las obras.

     La policía informó que solicitaba a cinco jóvenes, cuatro hombres y una dama. El entonces Ministerio de Relaciones Interiores declaró que «ocho mil policías están tras las pistas de los culpables».

     La noticia del secuestro de los famosos cuadros franceses recorrió la primera página de la prensa mundial, y fue reseñada ampliamente por las agencias de noticias internacionales.

     Las obras hurtadas del MBA estuvieron desaparecidas por 74 horas aproximadamente antes de su recuperación. El sábado 19 de enero de 1963 son devueltas al Museo de Bellas Artes. La exhibición, que había sido inaugurada el 21 de diciembre de 1962 y cerrada el 16 de enero tras el espectacular robo, fue reabierta al público el 7 de febrero y clausurada cinco días después, el 12 de febrero.

     Cerca de 25 guerrilleros participaron en el robo de los cuadros, 10 de ellos de manera directa en el lugar de los acontecimientos. Uno de los cabecillas que planificó el asalto fue el comandante Máximo Canales, cuyo verdadero nombre era Paul Del Río, quien, ese mismo año, participaría en los secuestros del barco de carga “Anzoátegui” y del famoso futbolista argentino del club español Real Madrid, Alfredo Di Stéfano. 

    Una extraordinaria crónica sobre este suceso fue escrita por el periodista Víctor Manuel Reinoso, en la edición de la revista Elite del 26 de enero de 1963, cuya transcripción ofrecemos a continuación.

 

El robo de los cuadros
Por Víctor Manuel Reinoso

      Una edición extra de cierto pasquín extremista [Tribuna Popular] dio la pista para que la Policía Técnica Judicial (PTJ) detuviera a los asaltantes cuando se dirigían a la casa del senador Arturo Uslar Pietri para devolver los cuadros, asegurados en poco más de 3 millones 300 mil bolívares.

     Eran las 8 y 5 de la noche del sábado 23 de enero. Entonces se produjo un silencio en la conferencia de prensa que ya terminaba. Un hombre delgado, de suave mirada y cara roja, había hecho su entrada a esa sala del piso 11 del edificio de la PTJ.

–Adelante, profesor. Aquí le tenemos sus cuadros completos.

     El que dijo esto fue Remberto Uzcátegui, director de la PTJ, quien separado de los reporteros locales y los corresponsales extranjeros, había terminado de contar cómo habían sido recuperados los 5 cuadros franceses.

     Miguel Arroyo, director del Museo de Bellas Artes, se acercó. Le dio la mano al jefe policial, saludándolo en voz baja. Inmediatamente se inclinó sobre cada una de las 5 obras maestras, cuyo robo había hecho vivir 75 horas del más espectacular suspenso a Venezuela.

     Los fotógrafos se atropellaban tomándolo junto al van Gogh, al Cézanne, al Gauguin, al Picasso o al Braque. Por fin se volvió hacia los periodistas que esperaban sus palabras como una sentencia. Su cara estaba más roja con el calor de las potentes lámparas de los noticieros de TV. Dijo, feliz:

Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889
Uno de los cinco cuadros robados fue “Flores en un vaso de cobre”, valiosa obra del artista neerlandés, Vincent van Gogh, elaborada en 1889

–Están intactas. No han sufrido deterioro alguno. –Se inclinó de nuevo sobre “Flores en un vaso de cobre”, cuadro pintado por Vincent van Gogh en 1889, y agregó–: Solo éste tiene dos rayitas muy fáciles de hacer desaparecer.

     Así desapareció la última sospecha de que las 5 telas aseguradas en 750 mil dólares no fueran las auténticas. A esa hora ya se había hecho el primer intento de guardarlas en las mismas cajas de cartón donde las tenían embaladas los miembros de las llamadas Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), organización terrorista de los comunistas locales. Pero esa exposición inusitada de cuadros de Louvre y del Museo de Arte Moderno de París en un piso de la PTJ, no se iba a volver a repetir. Los periodistas estaban allí desde las 7 y media y tuvieron que quedarse hasta después de las 9 para recoger las palabras y hacer las fotografías de las personalidades que se asomaron a celebrar el triunfo policial.

     Cuando Uzcátegui comenzó la conferencia de prensa estaban con él Santos Gómez, director de la DIGEPOL, y Abraham Baíz, jefe de la Dirección Nacional de Información. Después de Miguel Arroyo, apareció por allí el escritor Arturo Croce, director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, en representación del ministro Reinaldo Leandro Mora, quien se hallaba en el interior del país. A nombre de la Embajada de Francia concurrió el señor Maurice Castell. El ministro de Justicia Miguel Ángel Landáez, quien había estado llamando a Uzcátegui cada media hora, tampoco resistió la tentación de acudir a la cita triunfal. Había recibido la noticia en su casa y lo primero que hizo fue llamar a “Los Núñez”, al presidente Rómulo Betancourt. Este recibió la noticia con entusiasmo. Durante la semana había llamado varias veces al día no solo al ministro de Justicia sino también a Carlos Andrés Pérez, titular del Ministerio de Relaciones Interiores.

     Funcionarios policiales, a esa hora, sacaban copias fotostáticas de una carta de casi dos cuartillas dirigidas por el Comando Nacional de las bandas armadas comunistas al senador Arturo Uslar Pietri, como también del recibo que llevaban para que lo firmara, apenas le fueran entregados los cuadros.

     Cuando los periodistas se retiraron a sus redacciones, a teclear las crónicas que aparecieron en los diarios del domingo, comisiones de la PTJ llegaban con detenidos o salían con sus ametralladoras colgando de los hombros, a capturar otros, cuyos nombres y direcciones iban saliendo de los interrogatorios a 3 presos: José Hilario Monterrey, que había sido detenido la noche del viernes y los universitarios Winston Bermúdez Machado y Luis Alberto Monsalve Valdés, apresados después de  una balacera, cuando se dirigían al domicilio del doctor Uslar Pietri.

 

La tarde del miércoles

     El suceso que hizo aparecer día a día el nombre de Venezuela en los periódicos de todos los países del mundo, comenzó a las 3 y 15 de la tarde del miércoles 16 de enero. El Museo de Bellas Artes casi estaba repleto de estudiantes de varios liceos que habían concurrido en masa a ver la exposición “Cien años de pintura francesa”, inaugurada el 21 de diciembre por el presidente Betancourt y asegurada antes de que saliera de Paris con destino a México, en 50 millones de dólares.

     Esa tarde llovía en Caracas y cuando el portero del Museo, Gustavo Pérez, vio entrar a 4 civiles con ametralladoras, no se sorprendió. Normalmente, al Museo solo lo cuidan sus vigilantes desarmados y algún policía municipal. Con la traída de esos 143 cuadros de maestros franceses, era distinto. Pero entonces uno de los 4 con ametralladoras, un trigueño alto, de pelo crespo, se le acercó, imperativo.

Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición
Al fondo de la sala se encontraba el cuadro de Van Gogh, donde el presidente Rómulo Betancourt se detuvo largo rato el día de la inauguración de la exposición

– ¡Suelte ese aparatico! ¡Suéltelo ya!

     El portero protestó. Con esa especie de reloj de bolsillo que tenía en sus manos contaba el número de visitantes. Hasta ese día eran poco más de 20 mil. Cuando lo hubo soltado, fue obligado a acercarse a la pared. Pronto, los otros 3 que habían pasado con ametralladoras, trajeron encañonados a los 4 guardias nacionales que se hallaban dentro. Junto a vigilantes y secretarias fueron encerrados en la sala ubicada a la derecha de la entrada. Más adentro, en otro cuarto ubicado a la izquierda, ocupado por Lázaro Díaz, el jefe de personal que trabajaba desde 1935 para el Museo, encerraron a otros. Aparte de los de ametralladora, los vigilantes vieron a otros 4 con revólveres y a dos mujeres, armadas también. Los cables de los teléfonos habían sido arrancados y cuando Gustavo Pérez trató de comunicarse con la policía, nada consiguió. Adentro del Museo reinaba la confusión. Los que vieron pasar a los hombres armados creyeron que se trataba de policías. 

     Ellos mismos decían eso. En la sala VI, ubicada a la derecha, más allá de la fuente, su vigilante Carlos Rodríguez vio entrar a una mujer con un revólver en la mano. Era de baja estatura, trigueña, vestía blusa gris y falda anaranjada. Lo mandó a entrar. Otros dos hombres armados mandaron a los estudiantes que tenían más cerca: “¡Ayúdennos a bajar ese cuadro!”. Al fondo de la sala estaba el van Gogh, donde el presidente Betancourt, el día de la inauguración, se había detenido largo rato. Los muchachos, en la confusión, trataban de descolgar el que tenían más a la mano. Los de los revólveres decían “Ese no. Ese Gauguin y ese Cézanne. Queremos los cuadros de más valor”. Así consiguieron la “Naturaleza muerta del abanico”, de Paul Gauguin, las “Bañistas”, de Paul Cézanne, y “Flores en un vaso de cobre”, de Vicente van Gogh. Antes de que los 3 cuadros fueran sacados de la sala VI, la muchacha con revólver que gritaba: “No se asusten. Somos el Movimiento de Liberación Nacional”, hizo entonces un disparo. Enrique Martínez, un liceísta entretenido en hacer unas anotaciones, lo recibió en la pierna izquierda. Los presentes, paralizados, se apresuraron a prestarle auxilio. Los otros salieron en ese instante hacia la calle.

     En la sala XIII, ubicada unos 15 metros hacia el interior izquierdo del Museo, en esos instantes se desarrollaba una escena parecida. Carlos Antonio Ojeda, el vigilante, vio como otros dos hombres y una mujer maciza, de pelo castaño y vestido rosado, tomaron a los espectadores por sorpresa. Ojeda había visto a esa mujer alta y pecosa en la mañana, mirando atentamente los cuadros y haciendo anotaciones. Estuvo más serena que su compañera de la sala VI. Hizo saber que pertenecían a la banda subversiva que usa las iniciales de FALN y gritó algunas consignas. Los hombres sacaron de allí la “Naturaleza muerta” de Pablo Picasso, y la “Naturaleza muerta con peras”, de George Braque.

     Toda la operación no duró más de 10 minutos. Un sacerdote había visto pasar con su revólver en la mano a una de las mujeres y le preguntó a un vigilante de qué se trataba: “Es de la PTJ. Dice que busca a un ladrón que quiere llevarse un cuadro”.

     Miguel Arroyo, el director del Museo, había estado ausente, ocupado en una sala del fondo donde la mayoría de los 28 empleados del Museo preparaba una exposición de arte checoeslovaco. Tres carros que esperaban en la puerta se habían dado a la fuga. Alguien vio que se trataba de un Ford verde modelo 59; otro anotó un par de placas. Fue la primera pista que tuvo la policía un rato después para iniciar sus investigaciones. De los 400 asistentes al Museo, una centena podía hablar de 10 ó 15 asaltantes. El propio Arroyo, avisado del asalto, alcanzó a divisar a 3. Los datos no eran muchos.

Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida
Los guerrilleros tenían planeado hacer la entrega de las obras en la residencia del entonces senador Arturo Uslar Pietri, en la urbanización La Florida

La noche y la universidad

     Los cables cubrieron al mundo con la noticia, y el asalto al Museo fue comparado inmediatamente con el secuestro del campeón mundial de automovilismo Juan Manuel Fangio, 5 años atrás, en La Habana. Era indudable que la sustracción de los famosos cuadros no era con fines de lucro económico porque a nadie podían vendérselos, sino con fines políticos. La exposición “Cien años de pintura francesa”, que había permanecido dos meses en México, iba a ser devuelta a París cuando la Fundación Fina Gómez hizo las gestiones entre los gobiernos venezolano y francés, para que alcanzara a Caracas. Ahora el gobierno venezolano estaba en un serio compromiso con Francia. Los cuadros desaparecidos estaban asegurados en 3 millones 375 mil bolívares. La suma no iba a dejar en bancarrota a Venezuela si llegaba el momento de pagar, pero era un asunto de prestigio. Cuando las patrullas policiales llegaron al Museo, nadie sabía qué vía habían tomado los carros de los asaltantes.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados.

     En la noche las autoridades resolvieron allanar la Universidad Central por haber fundados indicios de que allí habían sido llevados los cuadros robados. El Juez Francisco Villarte, del Primer Juzgado de Instrucción, entró a la UCV a las 8 y 30 de esa noche con un grupo de 8 patrullas y llamó al Rector Francisco de Venanzi por teléfono diciéndole que iba a efectuar una inspección ocular. Mientras el juez Villarte, que iba en una patrulla de la PTJ, acompañado por el inspector Fernando García, jefe de la división de Atracos de la PTJ; Gabriel Arteaga, de la DIGEPOL  y Carlos Vera, hacía su entrada por la puerta de la Plaza Venezuela, por la puerta de Las Tres Gracias entraban otras patrullas. Un buen número de estudiantes y visitantes estaban a esa hora escuchando una conferencia sobre yoguismo. Salieron asustados al escuchar los violentos frenazos de los vehículos negros. De allí en adelante, hasta las 3 de la mañana, se iban a suceder una serie de hechos que crearon una controversia. El Ministerio de Relaciones Interiores iba a sacar un comunicado al día siguiente diciendo que “estudiantes armados trataron de agredir a una patrulla policial y se produjo un intercambio de disparos con un saldo de 4 heridos leves”; y que los funcionarios judiciales fueron practicamente secuestrados, por lo cual el allanamiento solo se pudo hacer 3 horas después, cuando acudió refuerzo policial. Las autoridades universitarias dijeron que los culpables fueron los allanadores al proceder a hacer la revisión armados. Para confirmar o negar esas versiones, dentro de la Universidad, en ese momento, solo había dos corresponsales extranjeros: el representante en Caracas del “Daily Express”, de Londres, y Tony Valbuena, de la UPI. Estos asistieron a la entrevista del juez Villarte y el rector de Venanzi y vieron las residencias cuidadas por vigilantes de la UCV. Los estudiantes, aglomerados en las residencias o fuera de ellas, no veían el allanamiento con buenos ojos. A las 11 de la noche las cosas se pusieron peor cuando un estudiante reconoció en uno de los efectivos de la DIGEPOL, con chaqueta de cuero anaranjada, a un ex condiscípulo suyo y se produjo un incidente entre los dos, el cual degeneró en escaramuza general y hubo varios disparos y detenciones. Luis Ghersy salió de un carro, donde había sido retenido y recibió un balazo en la pierna derecha. Ghersy, militante de Copei, fue a dar al Puesto de Salas, mientras otros 5 estudiantes también resultaban heridos. Tony Valbuena, subgerente de una agencia periodística internacional, que se hallaba presenciando estos hechos, fue detenido. No podía telefonear la noticia porque los teléfonos de la UCV estaban intervenidos. Salió de la DIGEPOL 10 horas después.

Carros y rumores

     El jueves amaneció lleno de rumores. El comunicado de prensa de la Dirección Nacional de Información no solo dijo que los estudiantes armados trataron de agredir a la policía; dijo que la residencia N° 1 era reducto de grupos extremistas, que la policía había encontrado hasta un paquete de marihuana y que el gobierno llamaría a las autoridades  universitarias a discutir las graves irregularidades que se vienen produciendo en la UCV, donde, según la policía, los cuadros permanecieron más de 5 horas.

     En la madrugada apareció la camioneta Chevrolet 57, de color verde y placa H6-6748, en Quebrada Honda, que había sido robada el día martes al repartidor de leche Lucas González; en la avenida Bogotá, de Los Caobos, fue encontrado poco después el Ford verde, modelo 59, placa A6-1385; el Chevrolet 59, color gris y placas C5-4923 apareció en El Valle. Este último, con una antena de radio en el lugar del techo donde debía tener el distintivo de taxi, había hecho las veces de radiopatrulla. Los vehículos fueron trasladados a la central de la PTJ y los técnicos los pasaron al interior del edificio donde los examinaron con el cuidado que un médico chequea a un paciente importantísimo. Allí surgieron las primeras huellas. Los policías empezaron a susurrar el nombre del delincuente Alejandro Gil Bustillos como uno de los participantes en el asalto al Museo.

     La ciudad estaba llena de rumores. Se decía que los ladrones de los cuadros querían cambiarlos por presos políticos, que Arroyo sería destituido.

Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite
Miguel arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y Juan Calzadilla, uno de los empleados, conversando con el reportero de la revista Élite

“Mientras Betancourt prosiga en el poder”

     El anochecer del jueves, las agencias noticiosas tuvieron una noticia que no lograron los diarios de Caracas. Las bandas armadas comunistas hicieron llegar un comunicado. A la “France Presse” lo llevaron dos muchachas; a la UPI, asaltada por ellos hace dos años, le tenían menos confianza, llamaron por teléfono: “Escuchen. Habla un miembro de la FALN. En el pipote de la basura, frente a la Jefatura Civil de la Plaza Candelaria, hay un sobre para ustedes”. La agencia está frente a esa plaza. Los empleados bajaron y pasó una hora antes de que hubiera una nueva llamada. El sobre había sido cambiado de pipote. Fue hallado. Contenía un manifiesto. En el pedían “disculpas” al pueblo francés y señalaban que no se trataba de un robo, sino de una acción contra el gobierno del presidente Betancourt. Indicaban que las pinturas no sufrirían daño alguno y que serían retenidas mientras el presidente Betancourt prosiguiera en el poder.

     Eso hacía más serio el golpe. Pero la banda de terroristas que se llama a sí misma “Destacamento Guerrillero Urbano Livia Gouverneur”, que a fines del 61 tomó el avión de Avensa y en septiembre del 62 asaltó El Hatillo, iba a cambiar de opinión el viernes, cuando José Hilario Monterrey fue allanado en la tarde y detenido en la noche.

     En Francia los diarios llenaban páginas enteras con los pormenores del secuestro de los cuadros. La Dirección de Museos de Francia sacó un comunicado diciendo que las telas no eran de primera importancia, pero sí sumamente características en la obra de cada uno de los autores. En Caracas, el Museo de Bellas Artes permanecía cerrado, con una camioneta de Guardias Nacionales al frente. Las fronteras estaban cerradas. Se temía que los cuadros fueran sacados a Cuba. 

     Cada publicación hacía historia de todos los robos de obras de arte realizados en la historia. El robo de los cuadros en Caracas era comparado con el robo de la Gioconda en 1911, desde el Museo de Louvre, por el italiano Vicente Perrugia para “devolver a Italia una obra que le pertenece por derecho propio”, “La Gioconda”, que ahora es huésped de USA, estuvo desaparecido dos años. ¿Los cuadros desaparecidos en Caracas irían a estarlo por el mismo tiempo?

     El tema apasionaba. De Europa y Estados Unidos las publicaciones importantes no vacilaban en hablar media hora por teléfono con sus representantes en Caracas, pidiéndoles el material que querían. Se hablaba de delegados del Lloyd, el más grande asegurador del mundo, de los famosos detectives de Scotland Yard, la Sureté de Francia y del FBI.

Miguel Arroyo en la PTJ

     Para las policías que trabajaban unidas, con la PTJ a la cabeza, las huellas dactilares encontradas en los vehículos señalaron al dirigente sindical José Hilario Monterrey como cabecilla de los asaltantes. 50 radiopatrullas andaban por la ciudad la noche del viernes.

   Monterrey fue detenido en una avenida de la parroquia Sucre, junto a José Montero. Nieves Trujillo fue detenida en la calle Los Alpes de El Cementerio. Las llamadas anónimas ya llegaban a las 500, dando siempre direcciones de dónde se hallaban los cuadros. El sábado amaneció prometedor. La PTJ esperaba que Monterrey diera nombres. Hasta el mediodía no le habían sacado nada. La policía tenía una sola certeza: los cuadros estaban en Caracas. Sus ladrones eran estudiantes y las patrullas empezaban a mirar con especial cuidado y pedir documentos a cuanto vehículo circulaba con más de un joven. Monterrey fue pasado a un calabozo de la PTJ al mediodía del sábado. Para la policía ya estaba clara su participación en el asalto al Museo, pero, fuera porque no quisiera soltar prenda a los reporteros o porque nada concreto sabía, solo prometía noticias importantes para después.

   Un inspector, que estaba trabajando en el caso, dijo a “Élite”, a las 4 de la tarde del sábado: “Estamos sobre la pista. Es casi seguro que vamos a tener los cuadros antes de 24 horas”. Un reportero alcanzó a oír y comentó: “Por supuesto: mañana en la Rinconada, después que se corran todas las carreras del 5 y 6”. Fernando García, el jefe de la sección de Atracos, que llevaba 3 noches sin dormir, se rió cuando supo el comentario. A esa hora, Miguel Arroyo y la totalidad de los empleados del museo, hacían antesala para declarar por los pasillos de la PTJ; después fueron pasados a la celda donde se hallaba Monterrey. Fueron a ver si reconocían a éste como autor del robo. Estuvieron casi una hora detrás de la reja de la fatídica celda de reconocimiento. Por un momento parecía que la policía había decidido dejarlos detenidos. Cuando salieron, nada quisieron decir. Después de las 5, las secretarias y vigilantes del Museo seguían contando lo que habían visto. Era lo mismo que ya habían dicho a los periódicos. Los que interrogaban resolvieron: “Váyanse. Seguiremos el lunes”. Arroyo salió por la puerta sur del edificio con su gente. Los fotógrafos disparaban sus flashes una y otra vez. Todas las fotos perdieron su valor una hora más tarde.

 

“¡Los cuadros! ¡Los cuadros!”

La mayoría de los reporteros se había retirado a escribir sus pistas. Pero a las seis y doce minutos hubo un tiroteo en La Florida y 20 minutos después llegó a la central la patrulla 567, que siempre ocupa el doctor Uzcátegui. El chofer frenó con estruendo, y Bolívar, uno de los dos agentes que participaron en la recuperación de los cuadros, en la avenida Ávila, al llegar al segundo puente, gritaba, loco de júbilo:

– ¡Los cuadros! ¡Los cuadros! ¡Los recuperamos! ¡Los cuadros!

Las dos cajas de cartón fueron subidas al tercer piso, a la sede de la sección Otros Delitos.

El director Uzcátegui llegó en 5 minutos.

   Los cuadros fueron subidos al piso 11 y allí fueron sacados cuidadosamente. Pronto llegaron Santos Gómez y Abraham Baíz. El inspector Casadiego completaba los datos precisos. Los periodistas habían recibido la noticia por una emisora, que llegó a hablar de 3 muertos. A las 7 y media los reporteros y fotógrafos llegaban a la treintena. Uzcátegui comenzó diciendo que la recuperación de los 5 célebres cuadros había sido un triunfo de la policía nacional. Y dio detalles. A las 6 de la tarde la patrulla estaba en su casa cuando la radio del vehículo dijo que un Dodge 55, placas C4-2071, color blanco y azul, llevaba los cuadros por La Florida. El chofer y los dos funcionarios que estaban allí pidieron permiso y corrieron al lugar, ubicando pronto el vehículo e interceptándole el paso. Un policía saltó con su metralleta:

–Salgan con las manos en alto.

   Los ocupantes del vehículo eran dos muchachos y una mujer. Ella dijo no tener cédula. Ellos mostraron sus carnets de estudiantes de la UCV: Luis Alberto Monsalve Valdés, cédula de identidad 1.897.085, tiene 25 años y es estudiante de arquitectura; Winston Bermúdez Machado, cédula 2.063.631, de 21 años, estudiante de ingeniería.

   A Monsalve le hallaron una pistola checa de 9mms. Fueron metidos en la radiopatrulla. Uno de los agentes estaba pidiendo refuerzos para acudieran a llevarse los cuadros que estaban en el asiento trasero del vehículo blanco-azul. Entonces Bermúdez, que había conservado su pistola Supermatic, calibre 22, le apretó el cuello al que llamaba y le puso la pistola en la sien. En ese instante Monsalve y la muchacha huyeron. Bermúdez también lo iba a hacer, pero fue derribado de un golpe. Disparó y los otros ocupantes de la radiopatrulla hicieron fuego con sus metralletas. Los estudiantes fueron heridos: Monsalve en la región lumbar; Bermúdez, en el muslo derecho. La muchacha, de unos 19 años, saltó por un puente y no la pudieron capturar. Todas las patrullas de Caracas convergieron al lugar y rodearon el sector. Hasta la tarde del domingo, cuando fue redactada esta crónica, la muchacha no había sido capturada. Trasladados los cuadros a la PTJ y los heridos al Puesto de Salas, solo faltaba el recuento. Uzcátegui dijo: “En unas horas más, habrá más novedades. Se las diremos”. “Élite” le preguntó:

–¿Nos puede decir si los cuadros estuvieron o no estuvieron en la Universidad?

–Esa será una de las novedades.

–¿Les seguirán un juicio interno a los policías que hicieron fuego en la UCV?

–¿Por qué habría de seguírseles juicio? Ellos respondieron disparos, se defendieron. No hicieron otra cosa que defender sus vidas y cumplir con su deber.

–Las autoridades universitarias dijeron en su comunicado que los estudiantes no tenían armas…

–No tendrían revólveres, pero tenían granadas.

     Los periodistas supieron que el senador Uslar Pietri no estaba en su residencia cuando los estudiantes extremistas se dirigían a ella para entregarle los cuadros. Luego trascendió que la recuperación de los cuadros y la captura de los asaltantes se había adelantado porque un “periódico” extremista los había delatado al publicar la carta que le habían escrito al Senador, aunque en la publicación habían omitido intencionalmente su nombre.

Breve noticia sobre Antímano

Breve noticia sobre Antímano

Por Enrique Bernardo Núñez (Cronista de la Ciudad)

     “El pueblo o estancia de Antímano, en el camino de Caracas a Los Valles de Aragua, abundaba en árboles frutales, particularmente duraznos, como toda la zona de Macarao, San Pedro, Los Teques y El Jarillo. En cambio, La Vega producía buenos dátiles.

     Al describir este camino Humboldt se refiere a ciertas muestras de roca primitiva de un verde oscuro, con granates, de gran espesor y en forma de balas de cañón que envió al Rey de España para sus gabinetes de Historia Natural. Era pueblo doctrinero “de indios tributarios”. Sitio obligado de los conquistadores de todos los tiempos.

Avenida con viejos árboles en el callejón de la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952
Avenida con viejos árboles en el callejón de la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952

     Cuando Joaquín Crespo hacía su entrada a Caracas en el año de 1892, se detuvo en Antímano a causa de lluvias torrenciales, aunque adelantó una fuerza a fin de prevenir desórdenes en la ciudad, que se hallaba sin autoridades. El Guaire registró entonces una de sus mayores crecidas.

     Diego de Losada se desvió un poco desde Las Adjuntas, por tierras de Caricuao, a fin de evitar las emboscadas que podían hacerles a orillas del río, y en busca de la tierra llana salió al valle de Cortés Rico, llamado desde entonces Valle de La Pascua.

    En los comienzos del Siglo XVII se hallan en Antímano las encomiendas de Nicolás Sainz de la Varguilla y Leonor Muñoz de Rojas, viuda del Capitán Luis Blanco de Villegas, encomienda que tuvo después Alonso de Hostos Díaz de Alfaro, y la de Domingo Vera de Ibargoyen, indios de nación toroymana.

     En San Pedro de Antímano la del Alférez Juan Fernández del Corro, de nación guayqueri. Del Corro tenía también encomienda en Naiguatá, de Indios Caracas. En La Vega poseía una Ruy Fernández de Fuenmayor.

     Antímano y La Vega tenían por Patrona a N. S. del Rosario. La Vega se distinguía con el título de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Para 1772 (Visita del Obispo Don Mariano Martí) Antímano tenía una población den quinientos trece habitantes, de los cuales ciento cincuenta y uno eran indios, setenta y ocho españoles, aparte de doscientos ochenta y cuatro entre españoles y “de otras castas”, dispersos en sus sementeras y haciendas de caña de azúcar. Martí hizo la visita de los naturales y conoció la instrucción que tenían de la Doctrina.

     Confirmó veintiocho personas. La iglesia era de tejas, con paredes de tapia y mampostería y disponía de cuatro altares, uno de ellos, el del lado de la Epístola, dedicado a N. S. de Guía. El libro de bautizos más antiguo se remonta al año de 1668. Otro más antiguo halló en La Vega, destruido en parte por la polilla. La primera partida legible era de 10 de marzo de 1652.

     Antímano es erigida en Parroquia el mismo año de la muerte del gobernador Guevara Vasconcelos. Se hallaba en posesión interina del gobierno del teniente del Rey, Don Juan de Casas, y del Arzobispado, sede vacante, el doctor Santiago Zuloaga (24 de noviembre de 1807). Como no había dotación para el alumbrado del Santísimo, la señorita Ana María Vega se obligó a entregar los alquileres de una casa de su propiedad en el pueblo, los cuales sumaban cincuenta pesos anuales. Cuarenta para dicho alumbrado y los diez restantes para una de las fiestas de Minerva, en el mes señalado por el señor Cura. Lo era en propiedad el doctor Pedro Echezuría y Echevarría, a quien dio posesión el presbítero Juan Nepomuceno Quintana, el 2 de junio de 1808 (1).

     Antonio Guzmán Blanco no lo eligió por simple capricho para una de sus moradas favoritas. Sus aires y aguas gozaban fama de ser los más puros que podían hallarse en el Valle de Caracas. Pasaba allí largas temporadas desde los días del Septenio. Sin embargo, su casa, a la salida del pueblo, donde estuvo en años recientes una fábrica de cerámica, no vino a ser construida sino a partir de 1880, durante el Gobierno llamado de la Reivindicación. La compra de los terrenos entre el Guaire, Montalbancito, el callejón que conducía al pozo de “La Vieja”, y el camino real, frente al cerro del Calvario, se efectúa el 13 y 15 de octubre de aquel año. El primero a las señoras Obdulia de Montes de Oca y María Montes de Oca de Talavera, y el segundo a la señora Amalia Arismendi de Briceño y otros, apoderados del doctor Mariano Briceño. Posteriormente, a 14 de diciembre del mismo año, adquiere otro más pequeño de los señores Rafael, Carlos y Pedro Yanes. El valor de estos terrenos fue de Bs. 16.400, Bs. 8.000 y Bs 400, respectivamente.

     Antímano vino a ser entonces durante las temporadas de Guzmán Blanco, el centro de la vida oficial del país. Los coches levantaban nubes de polvo en el camino de Caracas al pueblo llamado “el Versalles del Ilustre”. Criados, muebles, cocina, todo allí era francés.

     Alirio Díaz Guerra cuenta en su libro “Diez años en Venezuela”, lo ocurrido cierto domingo que el presidente quiso tener por invitados a los colombianos notables residentes en Caracas. El encargado de hacer las invitaciones fue el general León Landaeta. Tan estrictamente quiso cumplir, como se hacía generalmente, las órdenes recibidas, que consideró de su deber no hacer excepciones, y a varios de ellos equipó con dinero y trajes nuevos. 

Cerro cubierto de magnífica vegetación frente a la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952
Cerro cubierto de magnífica vegetación frente a la estación del ferrocarril. Fotografía de Rafael Hueck Condado (Supermán), 1952

     Entre los presentes se hallaban la señora viuda de O’Leary, doña Josefina Ospina, y los doctores Felipe Pérez y Nicolás Esguerra. Diógenes Arrieta no pudo asistir por hallarse enfermo. Al pie de la escalinata, un portero francés “se mantenía inmóvil como una estatua”. La confusión fue grande cuando se presentaron otros invitados en gran número, algunos de ellos indios encogidos y maltrechos. El mayordomo se inclinó ante la señora de Guzmán Blanco para anunciarle que la mesa estaba servida. El presidente apenas podía ocultar su enojo. Se improvisó un servicio aparte para aquellos invitados y se les hizo regresar cuanto antes. A Landaeta no le valieron disculpas –en vano alegaba que se le había ordenado invitar “a todos”–, y, cayó en desgracia. Cerca de este sitio de la casa de Guzmán Blanco, se halló Antonio Leocadio Guzmán de regreso de La Victoria, una noche de luna llena, con la patrulla del Juez Felipe Rodil.

Postal de la estación de Antímano, 1910
Postal de la estación de Antímano, 1910

     El nuevo templo de Antímano, levantado según los planos del ingeniero Augusto Lutowsky, fue inaugurado el 1 de enero de 1882. La línea férrea, cedida después a las obras del ferrocarril Caracas-Valencia, el 27 de abril de 1887. Juan Pablo Rojas Paúl y Raimundo Andueza Palacios heredaron esta predilección del Ilustre Americano por Antímano. Como en los tiempos antiguos estaba rodeado de tablones de caña. Famosas eran las haciendas “Caricuao” y “La Elvira” del general Manuel Antonio Matos, cuya casa estuvo situada en la calle real, que le separaba de un magnífico parque y jardín. Tenía Antímano arboledas dignas de un rey o de un artista. Vimos caer la de la plaza hace algunos años”.

NOTA: Posteriormente a la publicación del presente artículo consultamos el Libro 1 de la Parroquia de Antímano por cortesía del párroco, Pbro. Antonio Acuña

FUENTES CONSULTADAS

  • El Nacional. Caracas, 28 de noviembre de 1957
  • José de Oviedo y Baños. Historia de la Provincia de Venezuela
  • Alejandro de Humboldt. Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente
  • Vicente Dávila. Tomo I de Encomiendas
  • Relación de la Visita del Obispo Don Mariano Martí
  • Propiedades de Antonio Guzmán Blanco en Caracas.
  • (Libro manuscrito por el señor Don José Quintero). Cortesía del señor T. Sánchez Hurtado
  • Francisco González Guinán. Historia Contemporánea de Venezuela
  • Alirio Díaz Guerra. Diez Años en Venezuela (1885-1895)
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