Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria

Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria

La idea de crear esta institución surgió en 1943, por iniciativa del entonces presidente de la República, general Isaías Medina Angarita, quien en ese mismo año ordenó iniciar las obras con el diseño del arquitecto Carlos Raúl Villanueva y la asesoría de los norteamericanos Frank Mc Vey y Thomas Penton. El Hospital Clínico Universitario, como también se le conoce, fue inaugurado en diciembre de 1954, pero no fue sino año medio después cuando entró en pleno funcionamiento. Para entonces, era el centro médico especializado más grande del país, contando con 1.250 camas

El Hospital Clínico Universitario contaba con 1.250 camas cuando se inauguró en 1954; era el más grande centro médico del país.

El Hospital Clínico Universitario contaba con 1.250 camas cuando se inauguró en 1954; era el más grande centro médico del país.

     La prensa de la época de su inauguración, recoge amplia información sobre las características del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria. La consideraban entonces la masa arquitectónica más imponente y compleja de Caracas. “Su estructura domina el conjunto de la urbe estudiantil y muestra el nuevo espíritu de la arquitectura funcional en la dinámica concepción de sus ángulos y en la policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises. De este modo el pesado edificio de cemento armado, a pesar de su majestad, pone una nota alegre al fondo de las numerosas construcciones que forman parte del primer centro cultural de la República.

     Esta obra, inicialmente proyectada como hospital simplemente universitario con 450 camas, fue convertida en un centro-base de la asistencia y del seguro social para toda la metrópoli, elevando su capacidad a un total de 1.250 camas. Se concibió y se realizó en consecuencia, en un bloque de 14 pisos y dos entresuelos (para tuberías e instalaciones eléctricas), sobre un área de 45.000 metros cuadrados. Su composición tiene forma rectangular, con dos patios interiores. 

     Una red de pasillos intercomunica las salas y cuerpos del edificio, de 130 metros los laterales y de 60 metros los que van de Este a Oeste. En sus caras oriental y occidental ostenta cuatro salientes, en todos los pisos, que dan al conjunto un bello despliegue de formas. En estas salientes se han ubicado salas colectivas, en las cuales cada cama está colocada angularmente en tal disposición que no puede verse la una de la otra.

     La cocina y la lavandería del Hospital tienen excepcionales proporciones. La primera puede suministrar comidas para 3.500 personas al día, la segunda puede rotar diariamente el inmenso menaje de ropas, mantelería y juegos de cama que requiere una institución de esta clase. Posee, además, una planta eléctrica de emergencia de 350 KW, que mantendrá activa la mecánica del Hospital en cualquier interrupción do los servicios públicos. Porque este instituto, en su funcionamiento’ normal, ha de ser algo como una ciudad concentrada en un solo cuerpo estructural, que tiene 86.000 metros cuadrados de salones y corredores en todos sus pisos, y en los 1.658 cuartos que componen su masa celular. Para unir esas plantas tiene 10 ascensores, dos montacargas y cuatro rampas. Por allí circularán en forma incesante, sobre el silencioso material aislador y absorbente de los pisos, los carros térmicos de la cocina, las camillas rodantes de los enfermos, los médicos, sus enfermeras, el personal de servicio, en su ir y venir desde los salones a los grandes laboratorios y a las farmacias de cada planta, o a una cualquiera de sus 6 salas de cirugía. Estos quirófanos fueron hechos de acuerdo con todos los adelantos que ha logrado hoy la ciencia médica; instrumental finísimo y completo, mesas y equipos de toda clase, iluminación cenital y cúpulas de observación para médicos y estudiantes.

Una de las salas para partos prematuros; equipados con los más modernos equipos médicos de la época.

Una de las salas para partos prematuros; equipados con los más modernos equipos médicos de la época.

La policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises.

La policromada decoración de sus exteriores, en los cuales alternan y se equilibran franjas amarillas y azules de tonos vivos sobre grandes paneles blancos o grises.

     Cada planta tiene, en efecto, sus servicios completos, para hacer más efectiva la funcionalidad de Hospital, desde sus salones de recibo hasta sus albergues para médicos residentes, internos y enfermeras.

     Una compleja instalación eléctrica presta las más variadas facilidades a la vida y al trabajo dentro de la gigantesca construcción: luminosidad indirecta, luces de señales, citófonos, teléfonos, aparatos de calefacción y de aire acondicionado, etc. La cafetería, la panadería y demás servicios similares cuentan con trenes y equipos ultramodernos que harán atractiva y ultrarrápida la presentación de las cosas. Las plantas de asepsia están con la última palabra en su género.

     Además de utilidad obran en el Hospital Clínico los factores de solidez, seguridad y belleza. Los 342.000 metros cúbicos de su masa están fundidos en concreto armado antisísmico; los 35.000 metros cuadrados de sus áreas libres se han convertido en jardines y estacionamientos. Todo aquí concurre al beneficio humano, a las finalidades docentes y al prestigio estético, no solo de la Ciudad Universitaria, sino de Caracas. El costo total de la obra fue de Bs. 100.000.000”.

FUENTES CONSULTADAS

  • El Heraldo. Caracas, diciembre de 1954 

  • Élite. Caracas, 4 de diciembre de 1954

Costumbres caraqueñas de 1830

Costumbres caraqueñas de 1830

En su obraReminiscencias de Sudamérica”, el ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, relata interesantes testimonios de la ciudad en la que vivió durante los primeros años de la década de 1830.

     Resulta interesante traer a colación lo que el inglés John Hawkshaw expresó de su visita a la ciudad de Valencia por las comparaciones que planteó respecto a la ciudad de Caracas. De ambas localidades observó que eran muy parecidas y que gran cantidad de la población había perecido con la “revolución”. A propósito de los lugares que servían de posada indicó que era usual encontrar los constantes “cuarticos en Sudamérica”. El pequeño espacio que le sirvió de morada lo describió como un lugar con pocos artículos de mobiliario, una cama o un catre, acompañados por un trozo de lona clavado a un bastidor de caballete. Sobre éste estaban ubicadas una sábana y una almohada junto con otra sábana plegada sobre la primera. Indicó que, en el lugar, que ocupó al inicio, no había mosquitos por lo que durmió placenteramente. Luego de una expedición por Valencia, Maracay, San Mateo, La Victoria y San Pedro regresó a Caracas. Al cruzar las montañas, camino a la ciudad capital, puso a la vista de los lectores una amarilidácea de nombre cocuiza de la que señaló que la había en abundancia y de ella se producían sacos para transportar café y cacao; “y de los jugos de esta planta se hace un licor espirituoso, que es consumido por los nativos. Lo he probado, y me pareció igual a otros licores ordinarios, antes de ser refinados por la destilación”.

     En su transito pasó por las Adjuntas de la que dijo que era una pequeña aldea. Contó que al regresar a Caracas la ciudad lucía más activa que de costumbre. “Varios oficiales que habían luchado por la independencia en la guerra revolucionaria, algunos americanos, y algunos ingleses, estaban en la ciudad, empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago”. 

     Puso en evidencia que los que participaban en esta acción hacían referencia a una “conmoción”. Según su apreciación eran veteranos de guerra, nacionales y extranjeros, “viejos generales sin trabajo, quienes habían hallado la guerra más provechosa que la paz, o que habían adquirido hábitos ociosos y disolutos”. En este marco José Antonio Páez había preparado una cena de acuerdo con las costumbres llaneras, para Hawkshaw la misma formaba parte de razones políticas supuestamente, y en la que se ofrecerían uno o más novillos asados enteros, ágape en que “cada hombre iba a cortar la cantidad de carne que quisiera”. Adujo que por razones laborales debió abandonar la ciudad y no llegó a ver el desarrollo de tal acto.

     Entre las distintas reflexiones que plasmó en su libro, John Hawkshaw, las relacionadas con la religión fueron de gran proporción frente a otras consideraciones acerca de los caraqueños y los venezolanos que conoció en otros lugares que alcanzó a visitar. Dijo que, en la ciudad de Caracas, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones. “Pero es evidente, dondequiera, que el papado ha perdido el afecto del pueblo. Independientemente de la cuestión de dogmas, ¿qué otro efecto podría resultar de siglos de impiedad en sus ministros? ¿Qué respeto durable podría imbuirse en el corazón de un pueblo, por una religión, cuyo significado fundamental sus maestros abiertamente menospreciaban? ¿Quién iba a creer en sus doctrinas, cuando los que debían ponerlos en vigor, invitaban, con su propio ejemplo, a hacer todo lo contrario? ¿Cómo enseñar la santidad si los maestros no la conocían; ¿y en qué forma o manera podía inspirarse reverencia por aquello, que en las manos de estos falsos profesores se había vuelto hueco y carente de significación?”.

     Para dar fuerza a estas interrogantes asentó que el celibato era practicado por hombres que tenían amantes y numerosas familias. Además observó que se daba absolución o indulgencia a otros, por parte de sacerdotes “que estaban más necesitados de un proceso de limpieza”. De esta situación expresó que las ideas y dogmas de la Iglesia de Roma tenían poco atractivo para los pobladores del país. Quienes debían profesar su credo exhibían el escaso valor que daban a sus propias creencias, así como el rechazo de los habitantes de la comarca ante tales blasfemos actos.

     Generalizó que en Venezuela el catolicismo era tenido en baja estima, no porque hubiese sido sustituido por otras creencias religiosas que, para Hawkshaw, hubiese significado un alivio. “Están cansados de lo que era su religión nacional, simplemente porque sus corazones nunca han sido alcanzados por sus principios, o más bien por los que deberían haber sido sus principios”. Más adelante agregó que cuando fueron descubiertos, los para este momento venezolanos, “eran un pueblo salvaje; y el precio que tuvieron que pagar porque se les enseñara a hacer la señal de la cruz, fue exorbitante: tuvieron que entregar su patria”. Para él la ignorancia y la falta de “cultura” formaron parte de un aprendizaje de las Sagradas Escrituras ejercitado de memoria y que esto formaba parte del poco valor que profesaban por el catolicismo.

Según apreciación de Hawkshaw, para los años 30, nacionales y extranjeros que habían participado en la lucha independentista, estaban empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago.

Según apreciación de Hawkshaw, para los años 30, nacionales y extranjeros que habían participado en la lucha independentista, estaban empeñados en obtener del gobierno dinero, a cambio de una especie de papel que habían recibido durante la guerra en vez de pago.

     Agregó otra queja, la falta de formalidad en las fiestas de guardar en las aldeas donde los pueblos estaban diseminados. Aún en las ciudades las cosas no parecían ser mejores en este sentido de acuerdo con sus argumentaciones, pero entre algunas personas observó el cumplimiento de algunas formalidades. Puso a la vista del lector que en Caracas se llevaban a cabo dos misas antes del mediodía, “una temprano en la mañana: los principales asistentes son mujeres y ancianos”. Escribió que las mujeres se trasladaban en pequeños grupos de dos o tres de, por lo general junto con ellas iban sus criadas que llevaban tapetes bordados para arrodillarse. Las iglesias no contaban con particiones para arrodillarse ni muebles para sentarse. Dijo que las ceremonias observadas en Venezuela eran parecidas a las que había visto en Europa, pero sin mayor brillantez ni esplendor. “Había señales evidentes de disminución de rentas en todo cuanto se hacía”.

    Indicó que por las tardes los habitantes de la ciudad iban a la corrida de toros y por las noches visitaban el teatro. Respecto a las corridas agregó que era muy apreciada por los ocupantes del país.

     “La principal hazaña en esta clase de exhibiciones es acercarse al enfurecido animal, y cuando está preparándose a atacar a la persona que lo está molestando, echarle un trozo de tela sobre la cabeza, lo cual da tiempo a su atormentador para escapar”. Sin duda, para Hawkshaw, estas prácticas eran nuevas para él, así como otra introducida desde los llanos: los toros coleados de la que destacó la maestría de José Antonio Páez en ella.

     De este último agregó que era una persona con sentido común. Además estaba aún muy “apegado” a sus costumbres llaneras, como la de ofrecer grandes comilonas y la de ser muy buen jinete. Informó haber escuchado que en algún momento Simón Bolívar había tenido la disposición de instaurar un sistema de corte monárquico. “Si así fue, en cuanto a Bolívar concierne, sólo puedo pensar que él contemplaba semejante acto por el consciente convencimiento de que tal forma de gobierno podría ser el más adecuado para un pueblo ignorante y desorganizado como eran entonces los venezolanos”. También rememoró que Páez, al saber de esta inclinación de Bolívar, habría expresado que si tal cosa sucediera el clavaría su puñal en el corazón de un nuevo rey.

     Alabó la gestión de gobierno de Páez y recordó que los soldados le guardaban aprecio porque en los combates y el trajinar diario compartía infortunios y alegrías con ellos. Como presidente había valorado la paz y haber hecho todo lo posible por mantenerla. Durante el año de 1836, anotó, se había presentado una pequeña revolución. Aunque no era el presidente actuó para sofocar la acción de quienes intentaron desarrollar otro conflicto armado. “Para mí, debo confesarlo, hay mucho que admirar en el carácter de este hombre; una admiración que debería rendirse a todos aquellos que, poseyendo grandes poderes, ejercen dichos poderes para mantener la tranquilidad de su patria”.

     Hawkshaw redactó que uno de los habitantes del país le había proporcionado una pereza, a la que mantuvo viva por un tiempo para estudiarla, luego la sacrificó para utilizar su esqueleto. “La posesión de éste me dio una oportunidad de hacer algunas observaciones sobre sus características, que pueden servir para ilustrar el inigualable designio del gran Creador de todas las cosas, y asignar a este animal su propio rango y posición entre los seres vivos”. Lejos de considerar sus apreciaciones acerca de este cuadrúpedo, resulta de gran interés una aproximación a una mentalidad encerrada en creencias propias de la cristiandad. Esta disposición llama la atención del estudioso del pasado porque permite visualizar la mentalidad dominante, aún en científicos y naturalistas, respecto a la creación de la vida animal y humana por parte de un ser supra terrenal. Además, ofrece la posibilidad de constatar una combinación de la práctica científica y un convencimiento arraigado en la práctica cultural durante el siglo XIX.

En la Caracas de comienzos de la década de 1830, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones.

En la Caracas de comienzos de la década de 1830, el catolicismo mostraba aún algunos rasgos de exposición como el de la imagen de la Virgen que era paseada en largas procesiones.

     Para culminar vale la pena traer a colación algunas consideraciones que estampó Hawkshaw en su escrito acerca de los trabajadores de las minas que conoció y le acompañaron en su trabajo. De éste redactó que rara vez permanecía por mucho tiempo en un solo lugar. Así pudo observar algunas características del trabajador venezolano que llamaron su atención. Ellos se sentían atraídos por los buenos salarios de las minas, pero otros se instalaban cerca de ellas y experimentaban con distintos oficios. Si no encontraban los ingresos deseados desaparecían y volvían a sus lugares de origen. Otros lograban acumular dinero y se dedicaban a los trabajos del campo, negociaban con animales o se hacían arrieros. De este modo fundaban localidades donde vivían con sus familias. Del venezolano en general dijo que eran más apáticos que perezosos, y “más descuidados que incapaces”. En labores a las que estaban habituados no mostraban cansancio con facilidad, “y en ocasiones extraordinarias podían soportar la fatiga, lo cual era notable, si se toma en cuenta su modo de vida”. 

     El alimento de mayor consumo era el plátano al igual que la papa para un irlandés, “aunque creo que es más nutritivo que ésta”. Respecto al consumo de bebidas alcohólicas señaló que los nativos eran sobrios, “y he conocido trescientos o cuatrocientos de ellos que han trabajado por dos o tres meses sin parar, viviendo de pan y carne, sin tomar otro líquido que agua”. No tuvo la misma impresión de aquellos trabajadores empleados en los puertos marítimos o con marineros porque se corrompían con facilidad, “pero la embriaguez no es un vicio característico”. Culminó señalando, en este orden, que los trabajadores no eran difíciles de “manejar” y que se adaptaban con facilidad al oficio que practicaban.

     Hizo una comparación de las casas donde habitaban los “salvajes y selváticos” con las edificadas en las ciudades como Caracas y otras localidades que conoció. De ellas expresó que mostraban un mejor aspecto exterior, por su forma más regular, mejor enyesadas o pintadas, pero en su interior no lucían de la mejor forma. Sus ocupantes utilizaban utensilios de barro no procesado y de muy mala calidad, de acuerdo con su experiencia de vida.

     En cuanto a las casas de familias con mayores ingresos económicos, eran más grandes y tenían un mobiliario proveniente de los Estados Unidos, “dorados y pintados de una variedad de colores”. De las familias que las habitaban señaló que comían temprano, “como necesaria consecuencia de su frugalidad; y sus principales lujos son dulces, cuyo sabor se pierde del todo por el exceso de azúcar”. De sus mujeres indicó que la principal diversión era tocar el arpa española o la guitarra, “pues sus mentes no han sido cultivadas, y quizás menos aún ahora que antes de la revolución”.

Carlos del Pozo, primer electricista venezolano

Carlos del Pozo, primer electricista venezolano

Científico e inventor autodidacta, sobre quien muy poco se ha escrito. Se presume, sin prueba documental alguna, que era guariqueño (c1743-c1813). Alejandro de Humboldt, al visitar Calabozo en 1800, se asombra de encontrar baterías, electrómetros, electróforos, etc., hechos por este ilustre venezolano.

Por Guillermo S. García

A comienzos del siglo XIX, Carlos del Pozo inventó un mecanismo que le proveía electricidad a su pequeña vivienda situada a unos doce kilómetros de la ciudad de Calabozo

A comienzos del siglo XIX, Carlos del Pozo inventó un mecanismo que le proveía electricidad a su pequeña vivienda situada a unos doce kilómetros de la ciudad de Calabozo.

     “El hecho de que subsista la ignorancia para unas cuatro o cinco generaciones de venezolanos, sobre quién fue nuestro primer electricista, inclusive para los que se han dedicado al estudio teórico de la electricidad, y hasta para los que han alcanzado el grado de ingeniero electrónico, se debe más que todo a falta de interés o apatía de carácter investigativo, de quienes en su oportunidad han debido ilustrar nuestros anales patrios, muy especialmente cuando se trata de valores humanos.

     Por esta razón hoy en día se hace difícil lograr fuentes donde encontrar la información que pueda proporcionar el cómo confeccionar un trabajo que permita, con el mayor número de características biográficas, delinear la figura de este ignorado sabio guariqueño, que prestigia la nacionalidad venezolana. Sin embargo, haremos por satisfacer un deseo propio cual es el de bosquejar, en lo posible, con los pocos datos con que contamos, la personalidad de quien es un orgullo para todos los venezolanos y quien debiera de ser hoy en los centros universitarios, símbolo y paradigma para los estudios de la electrónica.

     La clave del descubrimiento del primer electricista venezolano parte desde el 16 de julio de 1799, con el arribo a Cumaná –para entonces capital de Nueva Andalucía– del navío “Pizarro”, el que traía a bordo a las dos más insignes figuras que hayan visitado las colonias españolas a fines del siglo XVII: Alejandro de Humboldt, filósofo, naturalista, astrónomo, físico, sociólogo, geógrafo e historiador alemán, y Aimé Bonpland, médico y naturalista francés. Ambos venían cumpliendo fervorosos deseos de explorar científicamente a la América Latina, y como dijera el libertador Bolívar, le hicieron más bien a la América con su saber que todos los conquistadores. Y decimos que parte de esa fecha el descubrimiento del electricista Carlos del Pozo, porque si a estos cienítficos exploradores no se les hubiera ocurrido visitar a Venezuela, nuestro primer electricista hubiera permanecido ignorado de ese título que como tal le corresponde en la historia.

     Allá en su lar nativo, en el pueblo de Todos los Santos, hoy ciudad de Calabozo del estado Guárico, vivía Carlos del Pozo con la admiración y aprecio de sus coterráneos, cosa que le granjeaba su condición de hombre reposado, de modales cordiales, de múltiples capacidades y sobresaliente inteligencia. Su contextura anatómica semejaba la del célebre hidalgo don Quijote de la Mancha: alto, delgado y de piernas largas, pero con rasgos fisionómicos finos: tez blanca pálida y lampiño.

     Tenía un fundo agrícola y un pequeño rebaño de ganado en la posesión denominada “Gálvis”, a una distancia aproximada de doce kilómetros al suroeste de la ciudad de Calabozo. Estos eran todos sus bienes, con los que vivió modestamente.

     Pero he aquí que aquel hombre, aparte de sus condiciones de agricultor y honrado trabajador, tenía inquietudes de investigador, especialmente en el campo de la física, y con preferencia en los fenómenos de la electricidad, por lo que con pasión escudriñaba sus secretos, aun en pañales para su época. En su casa tenía un cuarto especial, convertido en todo un laberinto de aparatos raros, ideados por su propia imaginación lo que para los legos en la materia que le visitaban y le veían acucioso con tan desconocidos artefactos, le creían de excéntrico espíritu, embebido en extrañas brujerías. No así ocurría para otros que más o menos le entendían sus peroraciones científicas y le vieron colocar, bajo su dirección hacia el Este, Sureste y Suroeste de Calabozo, varios pararrayos para librar a esta ciudad suya de los estragos que todos los años se producían con las tempestades atmosféricas. Igualmente le respetaron, cuando fue él quien dio la idea al Cabildo de la entonces Villa de Todos los Santos, de hacer abrir un canal o zanja por el Este, Sur y Oeste, obra que se realizó por su empeño para salvar a la ciudad de las inundaciones anuales que le ocasionaba las estaciones lluviosas.

     Andando Humboldt en sus exploraciones por la Guayana, en regiones ajenas al movimiento intelectual del mundo civilizado, se sorprende al encontrar salvajes que producían electricidad. “Con gran sorpresa mía –decía el sabio Barón– he podido reconocer que los salvajes de las orillas del Orinoco, una de las razas más degradadas de la Tierra, saben producir electricidad por frotamiento: los chiquillos de esas tribus se divierten en frotar los simientes aplastadas, secas y brillantes, con una especie de planta trepadora hasta que atraen las partículas de algodón o de hoja de caña”. Pero mayormente se soprende cuando llega a Calabozo. Lo primero que le llama su atención es ver protegida la ciudad con una red de pararrayos. Se asombra de que pueda haber nativos tan expertos en electricidad como los estudiosos de ultramar. Se interesa sobremanera en conocer al señor del Pozo, de quien ya le han dado importantes referencias.

Humboldt se asombró con los inventos del venezolano Carlos del Pozo

Humboldt se asombró con los inventos del venezolano Carlos del Pozo.

Visita de Humboldt

     Al enterarse Carlos del Pozo de que el sabio Humboldt le va a visitar, le prepara una de las más inesperadas sorpresas que el físico alemán recibiera en Venezuela: formó un circuito con la carga eléctrica de un Gimnoto o “Temblador”, como vulgarmente llaman a este pez lleno de misterioso fluido, circuito con el que –elaborado con su propia técnica– electrizó la puerta de su casa, la que Humboldr tocaría al llegar a visitarle. Ese fue el saludo de presentación de nuestro ingenioso criollo para admiración del inmortal autor de “Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente” para quien por primera vez en su vida experimentaba en su propio cuerpo el fenomenológico fluido de la electricidad, y como posteriormente él mismo se expresó: “Jamás habré recibido una conmoción tan terrible como la experimentada al poner imprudentemente los pies encima de un Gimnoto acabado de sacar del agua, habiendo padecido todo el día un dolor agudo en las rodillas y en casi todas las articulaciones”.

     Como era lógico, al conocer y tratar Humboldt a Carlos del Pozo, e investigarle sus trabajos, comprobó que indiscutiblemente había dado con uno de sus más valiososo hallazgos en estas aisladas tierras, lo que posteriormente dejó escrito como testimonio de ese descubrimiento que hizo en sus andanzas explorativas por los vericuetos de este hemisferio. He aquí sus testimoniales conceptos:

    “En medio de los Llanos, es decir, en la ciudad de Calabozo, encontramos una máquina eléctrica de discos grandes, electróforos, baterías electrómetros, y una colección de instrumentos, casi tan completa como la de uno de nuestros físicos europeos. No habían venido todos estos objetos de los Estados Unidos: eran obra de un hombre que jamás había visto ningún instrumento, que no podía consultar a nadie, y que no conocía los fenómenos de la electricidad sino por la lectura del Tratado de Sigand y de las Memorias de Franklin. El señor Carlos del Pozo, que así se llamaba aquel hombre estimable e ingenioso, había comenzado a hacer máquinas eléctricas de cilindro, sirviéndose de unos grandes frascos de vidrio, a los cuales había cortado el cuello. Nuestra mansión en Calabozo le fue de la mayor satisfacción; y es natural que la tuviese en recibir los sufragios de dos viajeros que podían comparar sus instrumentos a los que se hacen en Europa”.

    “Yo llevaba conmigo electrómetros de paja de bola de sauco y de hojas de oro batido, y aun una botellita de Leyden, que se podía cargar según el método de Ingerbonss, y que me servía para las experiencias fisiológicas. El señor Pozo no cabía de gozo al ver por la primera vez unos instrumentos que él no había hecho y que parecían copiados sobre los suyos. Nosotros le hicimos ver el efecto del contacto de los metales heterogéneos en los nervios de las ranas. Los nombres de Galvani y de Volta no habían llegado todavía a aquellas vastas coledades”.

     Después de las máquinas eléctricas elaboradas por la industriosa sagacidad de los habitantes de los Llanos, nada podía ya fijar nuestra curiosidad en Calabozo, sino en los torpedos y gimnotos, que son otras tantas máquinas eléctricas animadas”.

     Naturalmente, es cierto, que este descubrimiento de Humboldt no se supo acá en Venezuela sino muchos años después, cuando se conoció la nota en referencia, incluida en las narraciones de sus viajes. Para la fecha en que se leen las obras de Humboldt, ya del Pozo hacía tiempo había muerto. A esto se agrega los tantos años que ocuparon toda la atención de los venezolanos con la guerra de la emancipación, y los posteriores vividos en intrigas políticas, que privaban toda acción de investigaciones históricas de nuestros valores humanos, y si las hacían, le daban mayor preferencia a los hechos ocurridos en nuestra contienda independentista.

El merideño Tulio Febres Cordero, tras conocer los hallazgos de Humboldt, fue uno de los primeros historiadores que se ocupó de divulgar los inventos de Carlos del Pozo

El merideño Tulio Febres Cordero, tras conocer los hallazgos de Humboldt, fue uno de los primeros historiadores que se ocupó de divulgar los inventos de Carlos del Pozo.

Febres Cordero y del Pozo

   El primer historiador nativo que se ocupa de Carlos del Pozo, luego de haber conocido el testimonio de Humboldt, es nuestro insigne Tulio Febres Cordero, quien en el periódico El Lápiz del año de 1891, publicó un breve opúsculo titulado “Un Telegrafista del Siglo Pasado”, donde además de hacer resaltar los comentarios del notable físico guariqueño, descubierto por Humboldt y Bonpland, trata de las observaciones y experiencias realizadas por estos sabios con el pez eléctrico Gimnoto, propio de nuestros ríos. Tal vez Tulio Febres Cordero denominó a del Pozo como telegrafista, porque la electricidad donde vino a dar sus primeros frutos fue con los sistemas de aparatos telegráficos, que se inventaron aprovechando la electricidad estática por frotamiento, como fueron los sistemas del escocés Marshall, del ginebrino Lesage y del español Salvá a mediados y fines del Siglo XVIII, no tuvieron alcance positivo, más aún cuando, los aparatos eléctricos ideados por del Pozo, distaban mucho de los sistemas telegráficos aludidos, y para cuando tuvieron éxito los sistemas telegráficos con el triunfo del descubrimiento de la electricidad dinámica, ya Carlos del Pozo no existía.

     Después, en 1910, Luis Antonio Díaz publicó en el periódico El Bazar un artículo sobre la personalidad de Carlos del Pozo, donde además de citar los comentarios de Humboldt, dice que, aun cuando se ignora por completo las fechas de nacimiento y muerte de tan ilustre guariqueño , es muy probable que haya nacido por los años de 1750 a 1775, y su muerte haya acaecido a fines del primer cuarto del siglo XIX, pero lo que sí se sabía con certeza era de que descendía de los primitivos pobladores del entonces pueblo de Todos los Santos, hoy Calabozo, y de donde era oriundo. Además, informa Díaz que, “en el año de 1810, fue Teniente Justicia y Mayor Corregidor del pueblo de Camaguán según aparece de una certificación que con tal carácter expidió ahí en aquella fecha”.

     Respecto a este último dato, Carlos del Pozo fue colaborador del gobierno real, pues Enrique Bernardo Núñez, también lo afirma, cuando en relación a su obra de “Calles y Esquinas de Caracas”, en 1949 escribió una nota que trataba sobre las construcciones de los antiguos teatros den Caracas y nuestro primer electricista aparece destacado al decir Núñez:

     “. . . El proyecto de poner techo al Coliseo forma larguísimo expediente y por ellos se ve pasar la figura escurridiza de Carlos del Pozo, subdelegado de la Real Hacienda de la Villa de Calabozo, el mismo que sorprende a Humboldt con sus máquinas eléctricas y le hace sentir la experiencia de los peces tembladores. En noviembre de 1805 se hace nuevo reconocimiento, pues no estaba aún comenzado el techo. Parreño se hallaba ausente. Francisco Jacot se disculpa en virtud de cierto artículo del Reglamento del real Cuerpo de Ingenieros. El ayuntamiento designa a Carlos del Pozo “por cuyos notorios conocimientos espera se realice aquella operación”. Pero del Pozo se había marchado a su Villa de Calabozo. Otro guariqueño, don Luis Corrales, preocupado en 1911 en recopilar datos de sus ilustres coterráneos, indagó, escudriñó archivos e hizo todo a su alcance por lograr una fotografía del notable físico Carlos del Pozo y lo único que apenas pudo adquirir fue, solamente, la información de que una honorable matrona calaboceña dijo haber visto un retrato de tan célebre personaje así: “casaca negra, chaleco morado mapuey, pantalón azul ajustado a la pierna bajo la rodilla con medias blancas y zapatos bajos, traje que se usaba en aquella época, como lo vemos en antiguos retratos y en el cuadro de nuestra independencia”. Además, logró don Luis Corrales los otros datos de ser “alto, de cuerpo delgado, de largas piernas, etc., y de algo tan valioso, como el único recuerdo de la existencia de este ilustrísimo venezolano, como es un facsímil de su firma, que publicamos en este trabajo”.

     Concluyendo hacia un análisis de lo que para el mundo civilizado constituyen los precursores de la electricidad desde sus orígenes en la época de filósofo Tales de Mileto, en donde en cada país o región del globo terráqueo se vanagloria de haber sido cuna de aquellos genios de la humanidad, como de ellos Inglaterra engalana las páginas de su historia con Guillermo Gilber, Roberto Boyle, Esteban  Garay, Guillermo Watson y Miguel Faraday; como Holanda se hace eco con su catedrático Muschanbroek; Italia se siente complacida con el aporte con sus dos predilectos hijos, célebres en la materia: Galvani y Volta; como igualmente a Dinamarca se le reconoce la fecunda imaginación de su Profesor Juan Cristian Oerste; Francia se asoma orgullosa por este ventanal de la ciencia con su extraordinario Andrés María Ampere; y Alemania con sus tantos físicos y químicos de renombre contribuye con el mayor de los teóricos de las corrientes eléctricas: Jorge Simón Ohm.

     Y así como Norte América expande su nombre a través de los tiempos, con la singular figura de Benjamín Franklin, que le robó al cielo los rayos eléctricos mediante su ingenioso cometa asimismo, se hayan o no se haya divulgado ante el mundo, América Latina también tiene su timbre de orgulloso, su puesto honroso en la galería de las grandes celebridades de la electricidad ya no con el instinto travieso de los indios de las orillas del Orinoco, sino con el nombre propio e ilustre de Carlos del Pozo, eminente físico venezolano que como electricista avanzado en su época, Humboldt y Bonpland no encontraron en sus célebres viajes otro igual en parte alguna de Oriente a Occidente”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Pérez Marchelli, Héctor. Carlos del Pozo y Sucre. En: Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas: fundación Polar, 1989

  • Díaz, Luis Antonio. Don Carlos del Pozo. En: Revista Telegráfica de Venezuela. Caracas, 5 de julio de 1911

  • Elite. Caracas, núm. 2064, 17 de abril de 1964; págs. 30-32

Las torres del Centro Simón Bolívar

Las torres del Centro Simón Bolívar

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970. El Centro Simón Bolívar contaba con más de 300 locales comerciales, restaurantes, salas de fiestas, oficinas, garajes y muchas otras instalaciones. Era el referente comercial más importante de la época.

     Con la inauguración de las dos Torres, el domingo 5 de diciembre de 1954, que las unió con la prolongación de la Avenida Bolívar hasta conectarla con la Autopista del Este, la ciudad capital adquirió un nítido rostro de modernidad.

     Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra, contemplada en lo que se conoce como Plan Rotival, proyecto de transformación urbana de Caracas, presentado en 1938 por el arquitecto francés Maurice Rotival.  

     Tras el derrocamiento de Gallegos, en noviembre de ese año 1948, la Junta Militar de Gobierno que asumió el poder, le dio continuidad a la cimentación de dichos edificios, los cuales, finalmente, fueron concluido en el segundo año de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. 

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970

Conocidas también como las Torres de El Silencio, fueron el corazón y símbolo de la Caracas de los años 50 hasta la construcción de las Torres del Parque Central, en la década de 1970

Características de la obra

     “Dentro de las características esenciales del estilo moderno, las Torres del Centro Simón Bolívar ofrece un conjunto arquitectónico en el que están combinados los volúmenes y los colores, el sentido funcional y el aspecto decorativo, para fundir lo bello y lo útil en una composición equilibrada que merece parangonarse con las mejores realizaciones del urbanismo continental contemporáneo.

     Al terminarse el revestimiento de las Torres y la construcción del edificio-puente que las une, apareció en todo su valor el imponente aspecto general, que mantiene la unidad en medio de la diversidad de ángulos y perspectivas que caracteriza al conjunto. Bajo los rascacielos de 103 metros de altura, la horizontal arquitectónica del puente le da armonía y solidez a su doble silueta. Es el Centro Simón Bolívar un adorno de Caracas y al mismo tiempo un organismo funcional, con sus edificios, sus avenidas exteriores y sus vías subterráneas y con sus diversos planos de sótanos en donde ha nacido una ciudad bajo techo de intensa actividad comercial.

     Las Torres tienen 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. El techo del piso 30 marca la cota 1.007,25. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla. La superficie útil de la Torre Sur es de 57.122 metros cuadrados, la de la Torre Norte de 53.105, y la del puente que las une 14.193. El área total de las torres tiene capacidad para 18.000 personas.

     La obra de revestimiento de las torres se comenzó el 3 de febrero de 1954 y sus estructuras fueron cubiertas con 71.200 metros cuadrados de vermiculite. En el enchapamiento de las fachadas se invirtieron 39.919 metros cuadrados de cerámica y en el de los plafones y pisos 23.000.

     Las paredes, parte de los pisos y las columnas fueron revestidos con 26.000 metros cuadrados de mármol. Tienen sus propios depósitos de agua, uno en el sótano de cada edificio con capacidad para 230.000 litros y otro en cada piso 29–, para 130.000 litros. Las tuberías de agua y desagües alcanzan a 3.500 metros en cada Torre.

     La corriente eléctrica que consume cada Torre es de 3.000 KW., que serían suficientes para una población de 40.000 almas. Esta carga circula por 200 kilómetros de cables, mueve en cada Torre 12 ascensores y alimenta 7.000 puntos de luz.

     Los edificios Norte y Sur fueron completamente terminados, son grandes construcciones de ocho plantas, con sus juegos de ascensores, vestíbulos, pasillos y salones.

Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra

Diseñadas por el arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, sus primeros esbozos datan de 1948, cuando el entonces presidente de la República, Rómulo Gallegos, ordenó la construcción de dicha obra.

Las Torres tienen una altura de 102 metros, con 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla.

Las Torres tienen una altura de 102 metros, con 30 pisos fuera de tierra y 3 en los sótanos. Sus estructuras de acero pesan 7.397 toneladas y, en las placas, escaleras y obras de concreto se utilizaron 14.682 metros cúbicos de material y 2.797 toneladas de cabilla.

El Centro Simón Bolívar cuenta con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, oficinas, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior

El Centro Simón Bolívar cuenta con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, oficinas, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior.

     La prolongación de la Avenida Bolívar, desde la calle Sur 11 hasta la calle Sur 25, en donde se conecta con la Autopista del Este a través de un trébol y dos puentes sobre el Guaire, costó Bs. 10.264.423 en sus obras estructurales, sin contar el valor de los inmuebles adquiridos para despejar la zona en el barrio de El Conde, que fue de Bs. 41.939.308. La longitud de las prolongaciones de 1.030 metros en los cuales se conserva la anchura y demás características del primer sector de la Avenida. La obra requirió puentes, muros de contención, rellenos, demoliciones, acondicionamiento de subrasantes, tuberías, pavimentos, brocales, cloacas, alcantarillas, impermeabilización e iluminación.

     Las obras, que practicaron el enlace de la Avenida Bolívar, por una parte, con la Autopista Caracas-La Guaira y con la Avenida San Martín, y por la otra con la Autopista del Este, resuelven el problema vial de Caracas a todo o largo del sinclinal del río Guaire y en el cuerpo central de la ciudad, permitiendo comunicaciones ininterrumpidas desde Petare y desde el Sur en busca de la salida hacia el Litoral. La Avenida Bolívar es, por tanto, la parte fundamental de esta red de comunicaciones urbana.

     El costo de las Torres Norte y Sur, el puente de unión entre las torres, la prolongación de los edificios Norte y Sur y el paso para peatones fue de Bs. 107.539.134,27. La prolongación de la Avenida hasta la calle 25 sur tuvo un costo de Bs. 52.614.676,05”.

     En muy poco tiempo, el Centro Simón Bolívar contó con restaurantes, salas de fiestas, locales comerciales, servicios de todo tipo, garajes y muchas otras instalaciones en su interior. Los espacios de oficinas fueron ocupados por instituciones del Estado y por algunas de las empresas de mayor prestigio en Venezuela.

FUENTES CONSULTADAS

  • El Universal. Caracas, 6 de diciembre de 1954

  • La Esfera. Caracas, 6 de diciembre de 1954

  • El Heraldo. Caracas, 4, 5, 6 y 7 de diciembre de 1954

Caraqueños, comerciantes, misas y fiestas

Caraqueños, comerciantes, misas y fiestas

Testimonios recogidos en la obra “La República de Colombia en los años 1822-23”, cuyo autor es el viajero estadounidense Richard Bache

El viajero estadounidense Richard Bache dejó para la posteridad la obra: “La República de Colombia en los años 1822-23”, donde relata costumbres de los caraqueños de entonces
El viajero estadounidense Richard Bache dejó para la posteridad la obra: “La República de Colombia en los años 1822-23”, donde relata costumbres de los caraqueños de entonces

     Bache describió a los hombres que vio en Caracas como personas de baja estatura, menor a la corriente según sus propias palabras. Respecto al tono de su piel la calificó como cetrina, amarillenta obscura, de pelos y ojos negros y “bien conformada contextura”.

     En lo que respecta al comercio por mayor y de quienes lo administraban, en las ciudades más pobladas e importantes, eran comerciantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania.

     En las calles principales se encontraban establecidos los comercios regentados por negociantes provenientes de estos países. Eran almacenes surtidos con una variedad de artículos europeos de lujo, “y las mercancías están convenientemente colocadas para exhibirlas al público”. Las tiendas que surtían al detal eran administradas por algunos criollos, “y en ellas pueden conseguirse mercaderías extranjeras de menor precio, así como los tejidos del país”.

     En expendios de “menor categoría”, administrados por oriundos del país, se podía conseguir aguardiente, chicha y guarapo. De estas dos últimas, Bache escribió que eran de sabor agradable, “se parecen a la sidra y a la cerveza floja, y que se fabrican con maíz fermentado y papelón”. En cuanto a la chicha puso a la vista del lector que era muy común encontrarla en cualquier paraje del camino, “y constituye una bebida de sabor muy grato para el fatigado viajero”. Añadió que en estos expendios reposaban abundantes y diversos víveres, así como carnes preparadas, salchichas, frutas y legumbres. También se conseguía pan, tabaco y otros productos “en surtido tan heterogéneo como el que puede hallarse en las abacerías campestres norteamericanas”. Las horas más idóneas para los negocios, observó, eran las de la mañana, “a causa del calor que hace después del mediodía”. 

     A partir del amanecer, incluso antes, vio que los más devotos se dirigían a los templos, mientras las gestiones de compra y venta que debían hacerse en la calle eran realizadas antes de la hora del desayuno, “después la mayoría de los habitantes se dedican a las gestiones que pueden realizarse en el interior de comercios y edificios públicos hasta el mediodía, cuando se hace el almuerzo”. Luego de esta hora, comenzaba la siesta.

     Mientras las personas hacían la siesta expuso que las calles permanecían desiertas y las tiendas estaban cerradas, “sin verse alma viviente, salvo algún curioso extranjero dotado de infatigable espíritu de investigación, quien confiado en el ´vigor de sus músculos’ y en la robustez de su no debilitada constitución septentrional, se aventura a desafiar los rayos verticales del sol”.

     Indicó que esta costumbre de los “forasteros” había dado lugar a un proverbio muy usado entre los criollos, para él más caracterizado por la verdad que por la cortesía, y que decía que en las horas postmeridianas sólo se veían circular por las calles los perros y los ingleses, “denominación esta última que abarca a todos los extranjeros”. Según su indagación este uso indiscriminado de la palabra ingleses “puede atribuirse a la circunstancia de haber sido ellos los primeros que llegaron al país en número considerable, comerciantes en su mayor parte u oficiales al servicio de las armas de la República”. De acuerdo con Bache, regados “por todos los sectores sociales, no se han mostrado cortos ni perezosos para hacer uso de sus influencias”. En este sentido subrayó, no sin enfado, que constantemente se referían a Inglaterra, “poniendo por las nubes su poderío y su riqueza”, y denominando inglesa a todo producto que llegara a ultramar independientemente que fueran de origen francés, alemán u oriental, “han logrado hacer arraigar la convicción, entre los criollos mal informados, de que todo lo que no es español debe ser necesariamente británico”.

Los principales comercios de la Caracas de comienzos del siglo XIX, estaban regentados por negociantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania
Los principales comercios de la Caracas de comienzos del siglo XIX, estaban regentados por negociantes provenientes de Inglaterra, Francia y Alemania

     La consecuencia de esta creencia era que cuando los originarios de “Colombia” se topaban con alguna persona que no hablara bien el español, considerada entre los nativos signo y expresión de supina ignorancia, no dudaban en ningún momento de adjetivarlo como inglés.

     Según llegó a observar, el pueblo caraqueño mostraba “gran inclinación por las formas externas de la religión. Menudean las festividades litúrgicas, con cauda de gastos, pompa y dispendio de tiempo”. De acuerdo con sus pesquisas recogió la versión según la cual, al año, ocupaban ciento cuarenta y cinco días de sus vidas, sin contar los días domingo, “de modo, que, si se incluyen los otros días de descanso, resulta que más de la mitad del año es tiempo perdido para la industria”.

     Agregó que las ceremonias religiosas, junto con los bailes y la música, formaban parte de las distracciones y diversiones públicas, de las que, para Bache, los “colombianos” mostraban gran afición y pasión. En lo que se debe leer que al hacer alusión a los colombianos era realmente a los caraqueños que se refería.

     Anotó que los días feriados se abrían las puertas de un teatro “con capacidad para ochocientos espectadores aproximadamente, y que se llena de bote en bote, a pesar de la baja calidad de la representación”. 

     En este orden hizo referencia al anterior teatro que se había derrumbado con el terremoto de 1812, y que era de un aforo mayor, para alrededor de 2000 espectadores. En lo referente al teatro que él presenció, cuya construcción se le había comunicado era provisional, los palcos estaban separados unos de otros a la usanza de estos establecimientos. Anotó que las familias que concurrían a los espectáculos debían traer sillas u otros asientos porque la edificación carecía de ellos. “El patio no tiene techo y el piso es la tierra monda y lironda”. En cuanto al costo de las entradas ascendía a veinticuatro centavos, “y la policía del espectáculo consiste en seis o siete soldados, al mando de un oficial, apostados cerca del local y armados de arcabuces”.

     Refirió que la declamación de los actores era pomposa, aparatosa, presuntuosa y afectada, “totalmente desprovistos de gracia o naturalidad”. Describió que, en el desarrollo de la función, un bufón se apoderaba prácticamente del escenario. El mismo hacía grandes esfuerzos para apoderarse de la atención total de los asistentes lo cual hacía con zafias y toscas muecas junto con chocarrerías o chistes, “y la asombrosa cantidad de pliegues que le va dando a su chambergo”.

     Puso a la vista del lector que los que deseaban divertirse concurrían, de forma mayoritaria, a los salones de billar. Agregó, en este sentido, que los “colombianos” dedicaban demasiado tiempo a los juegos y que para él no eran nada beneficiosos. De acuerdo con su percepción la inclinación lúdica ejercía “una extremada atracción sobre todas las clases sociales, y que pueden ser imparcialmente considerados como el más dañino de los vicios que poseen los colombianos, afortunadamente compensado por virtudes como la sobriedad y la templanza”.

     Le causó extrañeza que en Caracas sólo hubiese dos hoteles, “uno pertenece a un francés y el otro a un criollo de las islas”. Sus huéspedes eran en especial de origen inglés. Eran oficiales, según precisó, que ofrecían sus servicios al ejército colombiano. “Las costumbres domésticas de los españoles, y su espíritu de economía y moderación, hacen que les resulte muy ingrata la estancia en un bullicioso hotel, a los que sólo acuden en caso de extrema necesidad”.

En su obra, Bache advierte que, en raras oportunidades, a las damas se le ve en las calles caraqueñas
En su obra, Bache advierte que, en raras oportunidades, a las damas se le ve en las calles caraqueñas

     Observó la existencia de cerca de seis u ocho lugares donde se desarrollaban actividades de tipo mercantil en la ciudad de Caracas. Había unos pocos administrados por franceses y ciudadanos de otras nacionalidades. Añadió que existían dos casas comerciales regentadas por estadounidenses, quienes gozaban de alta estima en la ciudad, según pudo constatar.

     Describió la existencia de algunos históricos aristócratas que “aún continúan ennobleciendo a la sociedad de Caracas son objeto de mayores distinciones que las que pueda conferirles un simple riband, pues el amor y la confianza de sus paisanos es la mejor recompensa por su desinteresada consagración a los intereses de la patria”. De inmediato, hizo referencia a algunos de estos aristócratas. Del Conde de Tovar recordó que había votado, en la primera asamblea constituyente, por la erradicación de los títulos nobiliarios. El Marqués del Toro fue uno de los primeros en renunciar a su título en los inicios de la revolución. De este último expresó que había invertido una fortuna principesca en beneficio de la república. “podemos formarnos una idea de la regia magnitud de la heredad del Marqués del Toro antes de la revolución, con solo señalar el hecho de que en sus dehesas pastaban a un tiempo alrededor de mil corceles de raza; y en cuanto a su ilimitada generosidad de anfitrión, baste mencionar un célebre festín con que agasajó a un numeroso grupo de invitados, el cual duró veinte días, estimándose el gasto diario en un millar de pesos”.

     En lo referente a las damas advirtió que en raras oportunidades se les veía en las calles caraqueñas. Salvo a horas muy tempranas del día, cuando se dirigían a misa. Las observó que siempre iban en compañía de parientes y por criadas que cargaban con las alfombras que les servirían para arrodillarse en la iglesia. 

La chicha es una de las bebidas por excelencia de los caraqueños; su sabor es muy grato, apunta Bache en su libro
La chicha es una de las bebidas por excelencia de los caraqueños; su sabor es muy grato, apunta Bache en su libro

     “Como las iglesias carecen de bancos o reclinatorios… el elegante tapete constituye un elemento indispensable en el tren litúrgico de una delicada devota, pues sin él – aparte de la extrema incomodidad de la posición adoptada, si se prolonga en exceso – probablemente su salud podría resentirse a causa de la humedad del frío pavimento de mármol o ladrillos”.

     Acerca del traje que lucían las damas para cuando iban a la misa matutina “no contribuye ciertamente a realzar su belleza, pues consta únicamente de velo y falda negros”. Anotó que en un tiempo anterior se había hecho obligatorio que la indumentaria debía estar elaborada en “tela barata y de la misma calidad para todas las clases sociales”. Esto se hacía, según sus palabras, para recordar a las damas ricas la igualdad que tienen todas las categorías sociales “en presencia del Creador”. Pero con el pasar de los años el atuendo se había ido haciendo cada vez más costoso al ser diseñado con seda, terciopelos y encajes. 

     “También existe un vivo sentimiento de rivalidad en materia de trajes; y las que carecen de recursos para hacer el gasto respectivo se someten a toda clase de privaciones y sacrificios para igualar el magnífico atavío de quienes disfrutan de mayor prosperidad económica”.

     Dejó escrito que la belleza de las féminas resaltaba mejor en el seno de los hogares, ya lo fuese en banquetes o fiestas que se llevaban a cabo en las noches, cuando exhibían sus indumentarias a la usanza europea. “Aunque su tez no es tan blanca como en los climas septentrionales, es bastante clara para producir grata impresión en quienes las contemplan”. Admiró el color oscuro de sus cabellos y el suave y húmedo color negro de sus ojos. De seguida, adjudicó la carencia de una idónea formación cultural de las nuevas generaciones femeninas, así como de los integrantes de la comarca, a la guerra a muerte que se había presentado en el país durante períodos anteriores a su visita. No obstante, testificó haber conocido a varias mujeres “que poseen algunos conocimientos de inglés, y muchas más saben hablar francés, aunados estos méritos a los modales más amables y cautivadores y a otras prendas femeninas”.

     De acuerdo con lo que evidenció, los bailes, la música, la religión y el tocador absorbían la mayor parte del tiempo de las caraqueñas. “Su educación es completamente femenina”. Para él era evidente que las damas de otros países superaban a las caraqueñas en el cultivo de la inteligencia, “también lo es que las criollas las aventajan a su vez en las gracias y encantos que son gala típicamente de su sexo”.

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