Caminata Caracas – Washington

Caminata Caracas – Washington

Perdida en el recuerdo de las hazañas deportivas venezolanas se encuentra la extraordinaria caminata que emprendieron hace 88 años tres integrantes del movimiento scout venezolano, entre enero de 1935 y junio de 1937, para cubrir la distancia de aproximadamente 14 mil kilómetros entre la plaza Bolívar de Caracas y las escalinatas del Capitolio de la capital de Estados Unidos. Bajo el lema de “Llegaremos a Washington o moriremos”, el zuliano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona lograron completar el difícil recorrido en casi 30 meses. En 1955, al cumplirse los primeros veinte años del “raid pedestre”, el periodista zuliano Alejandro Borges, conocido en el ambiente de la crónica deportiva como “El de las Gafas”, dedicó a la gesta un interesante reportaje en la revista “Venezuela Gráfica”, el cual transcribimos a continuación.

Por Alejandro Borges (El de las Gafas)

Los valientes exploradores, Petit (izq.) y Carmona fotografiados durante su paso por San José de Costa Rica, en 1935.

Los valientes exploradores, Petit (izq.) y Carmona fotografiados durante su paso por San José de Costa Rica, en 1935.

     “Cuatro lustros se cumplieron el domingo 18 de junio de la culminación de la extraordinaria hazaña cumplida por dos exploradores venezolanos que transitaron por los caminos de 10 países de las tres Américas, partiendo desde la Plaza Bolívar de Caracas, para terminar su odisea en las escalinatas del Capitolio, de Washington, en cuyo largo e intrincado recorrido emplearon 29 meses y cinco días.

     Los héroes de esta jornada inolvidable fueron el venezolano Rafael Ángel Petit y el español Juan Carmona, quienes en compañía del libanés Jaime Rohl iniciaron su gira pedestre, única en la historia del scoutismo venezolano, una fría mañana del 11 de enero de 1935, desertando Jaime Roll, que fue el organizador de la misma, en la ciudad de Bogotá.

     Anteriormente, en la ciudad colombiana de Bucaramanga, el español Carmona, por desavenencias con Roll, siguió solo su camino atravesando la región del Chocó y la costa de San Blas, que unen a Colombia con Panamá, haciendo luego lo mismo Petit, quien se reunió con Carmona en la ciudad panameña de Colón, donde éste estaba hospitalizado, gravemente enfermo de una pierna, infestada por la picada de una mosca dañina en las selvas del Chocó. Sanado el español de su dolencia, emprendió nuevamente la gira en compañía de Petit, para no separarse más hasta dejar fielmente cumplida su palabra de llegar a Washington. Hacer un recuento minucioso del itinerario cumplido por estos audaces jóvenes, a través de innúmeras regiones que visitaron y de los sinsabores y vicisitudes que confrontaron, sería harto prolijo, pues solo cabe la historia de esta fantástica aventura en las páginas de un voluminoso libro, tal como lo tiene preparado desde entonces Rafael Ángel Petit, con lujo de detalles y gráficas, que se propone publicar dentro de poco y cuya lectura, estamos seguros, apasionará a millares de lectores aficionados a esta clase de libros de tipo autobiográfico.

     A la distancia de veinte años de esa memorable hazaña que rubricaron un español, Juan Carmona, que ahora reside en Chile, y un venezolano, Rafael Ángel Petit, que actualmente vive en Caracas con su esposa y sus dos hijos, entregado a sus labores de instructor de cultura física escolar, el recuerdo de esa jira pedestre, de la cual se hizo eco toda la prensa continental de aquella fecha, cobra rasgos de singular importancia en la actualidad.

     Nuestra intención al rememorar esa odisea cumplida por dos mensajeros de Buena Voluntad que Venezuela envió a Estados Unidos, es refrescar los recuerdos de las gentes de esa época y de ofrecerla como un ejemplo de temple viril y de esfuerzo sobrehumano a las generaciones presentes. Admirable en tono superlativo es el valor y el coraje que desplegaron a todo lo largo y ancho de la ruta que cubrieron estos dos excursionistas, salvando con inquebrantable voluntad todos los obstáculos y penalidades que les salieron al paso en su trayectoria por selvas, montañas, ríos, lagos y caminos plagados de peligros de toda clase, animados por una sola consigna: “Llegaremos a Washington o moriremos con gusto”, que les sirvió de escudo para coronar con éxito sus aspiraciones.

     Los gloriosos caminantes recorrieron 14.000 kilómetros en un lapso de casi 30 meses, firmes en su propósito de salir avante en su arriesgada misión, reponiéndose prontamente a los desmayos, soportando estoicamente las penurias del largo viaje, alimentándose de yerbas en algunas ocasiones en que carecían del bastimento necesario en sus rutas por despoblados, enfrentándose a indígenas semisalvajes en poblaciones fuera del alcance de la civilización, sufriendo humillaciones de guerrilleros montaraces que los, tomaban como enemigos enconados, en su travesía por las regiones de Centro América y, en fin, toda una serie de calamidades que solo la moral física de que estaban superdotados y la audacia de la juventud que los distinguía, pudo vencer de una manera radical.

     Particularmente nos vamos a referir al venezolano Rafael Ángel Petit, que ha escrito sus memorias de esa extraordinaria aventura, las que hemos tenido la oportunidad de leer, y en las que se revelan detalles ignorados de la misma, tan interesantes que parecen arrancados de las páginas de una de esas novelas del gran narrador de viajes fantásticos Emilio Salgari.
La introducción del libro de Petit a que hemos aludido, tiene como presentación la siguiente leyenda:

Foto tomada en la Plaza Bolívar de Caracas, la mañana del 11 de enero de 1935, día de la partida de los scouts Petit y Carmona.

Foto tomada en la Plaza Bolívar de Caracas, la mañana del 11 de enero de 1935, día de la partida de los scouts Petit y Carmona.

     Audaz y arriesgado viaje a pie desde Caracas, capital de Venezuela, a Washington D. C., capital de Estados Unidos del Norte. Dos y medio años a través de Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El salvador, Guatemala y México. 20 meses y cinco días para unir caminando las tres Américas.

     Y después este preámbulo: “14 mil kilómetros a pie atravesando páramos, selvas vírgenes, regiones desiertas e infestadas, ríos y lagos. Dos años, cinco meses y cinco días soportando hambre, sed, plaga y enfrentando a las fieras, durmiendo en las copas de los árboles para protegernos de los animales feroces. Comiendo hasta mono crudo para no morirnos de inanición y bebiendo agua insalubre para aplacar la sed insoportable. Una increíble e inolvidable historia, en la que el honor de la palabra empeñada pudo más que las inclemencias del tiempo y de la abrupta naturaleza.

Dejemos que Rafael Ángel Petit nos cuente en lenguaje sencillo una parte de las aventuras que corrió él durante la travesura del Chocó colombiano y la costa de San Blas:

     Salí de Bogotá sin un centavo, medicinas ni armas, por un pueblo llamado Madrid, pasando Facatativá, Camboa y Armero, por buena carretera, viéndome obligado a internarme por el Líbano y Manizales, pues mi compañero Carmona me había precedido en el viaje, debiendo hacer un rodeo muy largo para no pasar por donde él lo había hecho. De Manizales salí por Salamina, Pacora, Aguadas, Fredonia, Caldas y Medellín; en esta ciudad me quedé 15 días haciendo diligencias para ver si conseguía medicinas y alguna arma. pues esa era la última ciudad que visitaría antes de internarme en el Chocó, pero desgraciadamente nada conseguí, y como carecía de dinero y no podía equiparme como era debido, algunos venezolanos residenciados en la citada ciudad me aconsejaron que desistiera del viaje, porque ellos estimaban que la travesía del Chocó significaba una muerte segura.

     Unos días antes de salir de Medellín se corrió el rumor de que mi compañero Juan Carmona había muerto en la selva del Chocó atacado por fiebres, pero esta desagradable noticia no me desanimó, pues estaba resuelto a morir antes de dar un paso atrás. A última hora y viendo mi irrevocable decisión de seguir adelante, uno de mis paisanos me regaló un revólver, pero sin recursos económicos y sin medicinas partí de Medellín con dirección al famoso Chocó. Penetré por Sopetrán, Frantino, Cañas Gordas y Dabaibo, primer pueblo indígena. Desde Medellín a esta población hay una carretera muy regular que es la que piensa el gobierno sacar al Golfo de Urabá y la cual nombran Carretera del Mar. De este pueblo seguí a Pavarandocito por un camino malo que se hizo peor aún hasta Turbo (Golfo de Urabá), empleando cuatro días en ese recorrido, pues cuando menos había lodo que me llegaba a las rodillas y no se ve el sol debido a las constantes lluvias. De Turbo tuve que ir costeando todo el Golfo de Urabá y cuando llegué a la boca del río Atrato me vi obligado a fabricar una balsa, pues en esa parte el río es muy ancho, siendo su parte más angosta de 50 metros. En la balsa pasé grandes peligros, pues la mayoría de las veces me mantenía con el agua a la cintura y además me azotaba la lluvia. En ese trayecto el primer pueblo que encontré fue a Sautata, que es un ingenio azucarero y en el cual todos los trabajadores son indígenas. De aquí seguí por las regiones de Arquí, Cutí, Cuqué, Tanela, Titimuati y Arcadí, último pueblo colombiano, continuando mi viaje a Puerto Obadía, que es territorio panameño fronterizo con Colombia. De este pueblo salí al día siguiente, no sin antes aconsejarme el señor Alcalde que o me internase en la costa de San Blas, pues era difícil saliera con vida, pero para mí era ya imposible regresar. Me había hecho el propósito de llegar a la meta y llegaré, sí Dios no dispone otra cosa. E toda la costa de San Blas hasta la ciudad de Colón no se consigue un hombre blanco, pues todos son negros e indios. Un día entero caminé para legar a Pumet, en cuyo pueblo hay una plantación bananera donde solo trabajan indios de San Blas, pues no dejan ellos que laboren allí los blancos. Esta plantación pertenece a la United Fruit.

     Continué mi caminata por muchos pueblos y villorios de orígen indígena cuyos nombres indefectiblemente terminan en “dí: Sacardí, Ligandí, Fortogandí y muchos más. Hasta llegar a Tigu, donde me informaron que es feroz la condición de sus habitantes, diciéndome que allí un destacamento de 40 policías, en un día de rebelión, los hicieron pedazos, ultimándolos a todos. Sin embargo, en Tigu los indios no me molestaron en lo más mínimo”.

     Mientras estuve en la costa de San Blas la mayoría de las veces me vi obligado a dormir en las copas de los árboles y cuando menos lo esperaba, disfrutando de las delicias del sueño, me despertaba un fuerte aguacero, viéndome en la necesidad de cambiarme a otro sitio. Esto sucedía por las noches, dos o tres veces. El primer pueblo, después de pasar la costa de San Blas, es el de Santa Isabel, donde me atendieron muy bien. Después seguí por Palenque, María Chiquita, Puerto Pilón, Cativa y Colón, transitando entre los tres últimos nombrados con el barro más arriba de las rodillas. En Colón supe que el español Juan Carmona se encontraba desde hacía una semana enfermo de una pierna y estaba hospitalizado. Lo visité y después de mucho discutir llegamos al acuerdo de que yo lo esperaría para que continuáramos juntos la jira. Como a los cinco días de habver llegado a Colón me atacó una fuerte fiebre de 40 grados, la que me hizo delirar, pero a Dios gracias no más me duró tres días. Yo sabía que tebía que sucederme eso y me había extrañado que no me huboera ocurrido durante el camino, ya que de Caracas a Colón no supe lo que fue un dolor de cabeza.

El 16 de junio de 1937, en las escalinatas del Capitolio de Washington, son recibidos los gloriosos caminantes por el Dr. Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos.

El 16 de junio de 1937, en las escalinatas del Capitolio de Washington, son recibidos los gloriosos caminantes por el Dr. Diógenes Escalante, embajador de Venezuela en los Estados Unidos.

Portada del libro escrito por Rafael Ángel Petit.

Portada del libro escrito por Rafael Ángel Petit.

     Este patético relato que nos hace Petit de su paso por el Chocó colombiano y por la costa de San Blas, es una pequeña fracción de la narración que hace en su libro de todos los percances que le ocurrieron a él y a su valiente compañero Juan Carmona en toso el recorrido de caracas a Washington, documento real que, repetimos, tiene una gran importancia y será recibido con sumo interés por los que gustan de estas narraciones auténticas de viajes y aventuras.

     Han pasado 20 años de esta inolviodable hazaña, muy difícil de repetirse en estas t ioerras de América en la forma como lo hicieropn estos dos jóvenes que honran a los Scouts venezolanos. Ahora Juan Carmona, con 47 añosm de edad, y Petit con 42 años, aquel en las lejanas tierras chilenas donde fijó su resuidencia y el venezolano en su propia patria, destejerán el hilo de sus recuierdos, hojearán una vez más el album que contiene la historia de esa fantástica aventura, para gozar evocando los años mozos y ponerar ellos mismos, la audacia, el valor, el coraje y la voluntad que los indujo a emprensar una cosa que parecía imposible y que ellos lograron culminarla con todas las penurias, peligros y amarguras que significa recorrer a pie catorce mil kilómetros que encuadram la geografía de diez países del continente americano.

     Aquí en Caracas, Rafael Ángel Petit, fiel a su devoción por las cosas grandes, emplea su tiempo en formar cuerpos sanos y vigorosos por medio de la cultura física en los planteles educacionales, mientras en la apacibilidad de su modesto hogar goza de las delicias del afecto de su dulce y abnegada esposa y de sus dos hijos, ya crecidos, habidos de esa unión entre dos seres felices, merecedores de los mayores respetos y consideraciones”.

FUENTE CONSULTADA

  • Venezuela Gráfica. Caracas, enero de 1957

El general prato revela cómo se escapó de la cárcel

El general prato revela cómo se escapó de la cárcel

La fuga del exgobernador del estado Zulia, exjefe del Estado Mayor y exministro de Educación en el régimen de Marcos Pérez Jiménez, Néstor Prato Chacón*, causó sensación en el país. Durante casi 5 años (1959-1964) fue un misterio el lugar donde residió el alto oficial. La revista Élite es la primera publicación del continente que descubre el refugio del General y obtiene de él la revelación del secreto de la espectacular evasión.

Por Valentín Lara

General Néstor Prato Chacón, importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue gobernador del estado Zulia, jefe del Estado Mayor y ministro de Educación.

General Néstor Prato Chacón, importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue gobernador del estado Zulia, jefe del Estado Mayor y ministro de Educación.

     “He llegado de vacaciones a Madrid cuando los demás regresan de las suyas. Y he ido por calles y cafés que vi al vuelo en otra oportunidad, cuando estuve en el vuelo inaugural de la línea aérea. Me gusta Madrid con su calle de Alcalá, la Gran Vía, la Puerta del Sol, la Carrera de San Jerónimo. También he visitado la Calle de la Ballesta, donde están las boites. Pero el otoño de Madrid me ha resfriado. He regresado al hotel y he solicitado un médico. Así he conocido al doctor Enrique B. “Tengo una numerosa clientela venezolana” –me ha dicho como para darme confianza –. Luego me dice que hay unos 6 mil venezolanos aquí, la mayoría exiliados políticos. Me pregunta si soy otro exiliado. Le digo que no. Y antes de que sigamos hablando ya se me ha ocurrido que me puede relacionar con algún personaje interesante. Le nombro a César y Curro Girón, a Maritza Caballero y Adilia Castillo. No s eme ocurre el nombre de ningún político. Él no los conoce. De repente dice “¿Sabe? Conozco a un militar interesantísimo. Es un desterrado a quien atiendo hace unos 3 años. Sé que llegó en situación precaria, hasta sin pasaporte. Es un perseguido, aquí se ha dedicado a trabajar y a estudiar. Soy, si puedo decirlo, su amigo. Todo le interesa”. Y sigue hablando sin darme su nombre. He tenido que interrumpirlo:

–Doctor, pero dígame de una vez de qué joya venezolana está hablando.

–Es el general Néstor Prato.

     Me sorprendo. La idea que tengo del general Prato es la de un oficial enemigo de hablar. Recuerdo 1959 en Venezuela. Primero en mayo llegando a Maracaibo, para presentarse ante la Asamblea Legislativa que lo había citado. Y la mitad de Maracaibo, con carteles contra él, vociferando. Entonces estuve entre los enviados especiales que acudieron a cubrir el juicio que la Asamblea Legislativa le tenía al ex-Gobernador del Zulia. Recuerdo que el general Prato, a quien el ejército lo había retirado del servicio para que cumpliera con esa cita, estuvo sereno sólo al comienzo. Los diputados de la Asamblea querían preguntarle por todas las cosas oscuras de Maracaibo de toda una década. Recuerdo que el presidente de esa Asamblea era el doctor Gabriel Quintero Luzardo y que los defensores del general Prato eran los doctores Luis Ovidio Quiroz y Augusto Esteban Agudo Freites. Lo recuerdo muy bien porque permanecí dos semanas asándome en la capital del Zulia y el primer día del interrogatorio oí los gritos contra Prato, mientras él, pálido, con 12 kilos menos, espera a que se cansaran para poder salir.

 

El interrogatorio en Maracaibo

     Mientras el médico me preguntaba si me han operado de las amígdalas, yo he olvidado mi resfrío y estoy pesando en entrevistar a Prato: cómo huyó Prato al extranjero. Porque todas las preguntas que tenían los diputados zulianos, quedaron sin respuesta. Prato dijo al comienzo que no iba a poder contestar con precisión, porque no tenía documentos consigo, pero después se atuvo al precepto constitucional. Como sus abogados no podían sino asesorarlo, el general Prato, cuando habló, fue para protestar. Se sentía humillado. Las preguntas eran demasiado claras. Y a veces, ¿por qué no decirlo?, insultantes. El ambiente, aunque hacía 5 meses que Pérez Jiménez había huido del país, estaba muy lejos de la serenidad. Mientras Prato, aunque nervioso, trataba de guardar compostura, por los pasillos de la Asamblea Legislativa, donde se realizaban los actos, la viuda de Zuleta Muñoz, una de las últimas víctimas de la dictadura en el Zulia, se desmayaba.

     El médico, sin salir de su mundo, me pregunta si conozco al general Prato. Le digo que de vista y que me gustaría entrevistarlo. Cuando tuve la oportunidad de conversar con él en Maracaibo, me pareció decaído de verdad. Después mandó certificados médicos. Fue a unas citaciones y a otras no. Dijo que los dineros para el plebiscito no los había manejado él, sino el secretario de Gobierno, doctor Gastón Montiel Villasmil. Ni le cuento la historia al doctor, porque me imagino que me preguntará muchas otras cosas y la garganta me duele un poco. Pero estoy recordando a Prato, vestido de civil, con los brazos cruzados, frente a un micrófono y una hilera de diputados al otro lado de la mesa. Vuelvo a oír sus protestas, mientras sus interrogadores sacan informes tras informes. Son declaraciones de oficiales y civiles que aseguran que Prato los mandó a tomar presos y en los interrogatorios se les había querido obligar a que declararan que Quintero Luzardo, que era presidente de los interrogadores, les había dado dinero a los oficiales, unos 4 meses antes de que cayera Pérez Jiménez, para que éstos se alzaran. El mismo médico que certificaba la enfermedad de Prato se refirió a la muerte de Marcial Morales, otro preso político que murió estando preso. Y, si no recuerdo mal, en su intervención también estaba la opinión del doctor Paz Galarraga.

El 2 de octubre de 1959, el general se fugó de la Cárcel Modelo de Maracaibo.

El 2 de octubre de 1959, el general se fugó de la Cárcel Modelo de Maracaibo.

La fuga del general Prato

     Cuando el médico se marcha, le hago prometer que hablará al general Prato, para que me reciba. Su historia tiene ciertas particularidades. Mientras todos los altos oficiales del régimen depuesto se iban lo más silenciosamente posible, el general Prato, que había sido gobernador del Zulia, jefe del Estado Mayor y hasta ministro de Educación, se había quedado en Caracas y sólo había intentado asilarse en la Embajada Argentina, cuando la Comisión permanente del Zulia lo citó a declarar en forma perentoria. De ese interrogatorio, como todos los venezolanos recuerdan, poco se sacó en limpio. El general retirado fue metido en la misma cárcel que había ayudado a construir en Maracaibo y permaneció allí casi cinco meses. Pero el 12 de octubre desapareció. Al lado de su celda estaba su excolaborador, el doctor Montiel Villasmil.

     A las 6 de la mañana, cuando le fue a llevar café con leche, como lo hacía todos los días, encontró la celda abierta. La Guardia Nacional, avisada inmediatamente, no pudo encontrar nada, sino una carta de un recluso que le pedía 20 bolívares prestados, una biografía de Cleopatra, una ley de presupuesto y una decena de revistas de crucigramas.

     ¿Cómo había huido Prato? Tal vez por el hueco de la rejilla de 3 milímetros de espesor que estaba abierta unos 50 centímetros. ¿Y los guardias qué hacían a esa hora? ¿Y quién lo había recogido? Venezuela entera se llenó de hipótesis entonces. Se dijo que Prato había salido vestido de militar y en un Cadillac negro, como en sus mejores tiempos. Se dijo que se había ido a Grano de Oro, donde lo esperaba una avioneta particular que lo había sacado hasta Maicao, el punto fronterizo de Colombia, en la frontera zuliana. Los funcionarios de la cárcel, como siempre sucede cuando huye un preso importante, fueron a ocupar la celda que había dejado el evadido. La fuga quedó siempre sin precisar. Se rumoró que Prato, gracias a la ascendencia que tenía sobre la gente del Zulia, se daba el lujo de salir de su celda 3 veces por semana. Eso es, indudablemente exagerado, porque hubiera aprovechado esa oportunidad para escaparse. Lo que cualquiera podía certificar era que tenía bastante libertad para recibir a sus familiares y abogados en la Cárcel de Maracaibo.

     Y ahora Prato está en Madrid. Se me ocurre una sola cosa: entrevistarlo. Ahora soy yo el que pregunto por algún perezjimenista. Pronto tropiezo con uno: “Supongo que se te puede saludar” – me ha dicho. Nos conocíamos. He levantado los hombros. Él ha dicho: “Si. El miedo es libre. Madrid está lleno de espías. Recientemente no más estuvo por aquí un antiguo jefe de la Seguridad Nacional. Contrató a otros para que lo tengan al tanto de las conspiraciones”. Es un perezjimenista como pocos. Todavía defiende al hombre ahora encerrado en San Juan de los Morros.

     Le pregunto por Prato. Le pido que me lleve a él. Me dice: “Si consigo convencerlo, te veré en el Valle de los Caídos”. Me extraña. Me explica: Tú lo conoces. Es el café Puerto Rico. Le decimos así porque antes lo llenaban los adecos y ahora lo llenan los perezjimenistas.

 

¿Cómo salió de Venezuela?

     Pasan un par de días. Recibo un telefonazo. Es la persona que me citó al café. Me anuncia que pasará recogiéndome a las 9 y 45. Es puntual. Lo acompaña Pedro Guzmán Parés. Vamos a la calle Viriato N° 54. Es un edificio y subimos hasta el cuarto piso. Espero unos minutos en un saloncito, Prato aparece, por fin.

     –Está en su casa, mi amigo –dice–. Mi médico me habló de usted. Nada decidí. ¿Usted cree que soy noticia?

     Está delgado el general retirado Néstor Prato Chacón. Viste un sweater negro y una camisa deportiva, pero sigue caminando marcialmente. Unas canas incipientes acentúan ese aspecto de seriedad y reserva que ya había observado en Maracaibo.

     Quiere ir al grano.

     Pienso en Grano de Oro. Le digo:

     –Quiero hablar de todo con Ud., pero, principalmente, de su salida del país. En Venezuela se dieron muchas versiones. Ud. podría darme la verdadera.

     Prato comienza negándose, y luego toma por las generalidades.

     –Me gustaría no hablar de eso. No es un buen recuerdo –mueve la cabeza, como convenciéndose, para comenzar algo más parecido a un monólogo que una entrevista:

     –Pero, bueno –agrega–. Si Ud. me lo permite, por su intermedio agradezco públicamente, por primera vez, a los generosos compatriotas que me ayudaron en esos días difíciles. Sin ellos, no sé hasta dónde habría llegado el escarnio. Ud. lo vio. Maracaibo estaba lleno de resentidos. Se me atacaba implacablemente. La verdad, no esperaba que se me presentase alguien a correr tantos riesgos por mí.

     –Se ha dicho que a Ud. lo sacaron de allí los militares –le digo.

     Parece no escucharme:

     –Así frustré el show que los adecos y los camaradas querían dar a mi costa. Yo era militar con largos años de servicio. Había ganado mis grados uno a uno y creía en la jerarquía y en la solidaridad del ejército. No tenía por qué salir corriendo. Eso no me ha gustado nunca. Mi administración del Zulia me había hecho acreedor al reconocimiento de la gente. Tengo testimonios recientes, sobre todo, ahora que no hay allí ni orden ni trabajo. El Zulia ha sido declarada en situación de emergencia.

     –No ha contestado mi pregunta, General.

     –Eso no es lo más importante para mí.

     Quiero decirle que mientras caía el régimen, no quise pasarme al nuevo orden. Me aparté voluntariamente. Nada temía. No me había enriquecido. Desde que comencé mi carrera militar, por vocación, no buscaba eso. Observé un modesto plan de vida; por eso pude levantar decorosamente a mi familia. Sólo quería educar a mis hijos y llegar a una situación de retiro gozando del respeto de compañeros y ciudadanos. Nunca fui golpista ni alenté propósitos subversivos. Siempre luché por el respeto a la jerarquía y la unidad entre las Fuerzas Armadas.

Inmediatamente después de su fuga, el general Prato Chacón viajó a México y luego a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes.

Inmediatamente después de su fuga, el general Prato Chacón viajó a México y luego a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes.

Desencantado del Ejército

     –¿Puede decirme dónde se hallaba el 18 de octubre de 1945?

     Bien. Me hallaba en Fort Sill, Estados Unidos, siguiendo un curso. Comprendí que el atentado que se cometió ese día con la Institución Armada, sería fatal. Los agentes de la corrupción y el aniquilamiento de las Fuerzas Armadas, pusieron su primera piedra entonces. Y continúan la obra. Por esa actitud, es por la cual he sido perseguido.

     No comprendo bien: ¿Prato está culpando al Ejército?

     Prato continúa:

     –Vea: yo estaba frente al agrupamiento militar con sede en Maracaibo cuando descubrí los hilos de una conspiración que debía estallar en distintos sitios del país y culminar en Caracas con el asesinato del Presidente. El golpe era para el 12 de octubre y también iban a ser asesinados los ministros. Develada esa cionspiración, varios líderes como Paz Galarraga y Párraga Villamarín, fueron detenidos. Algunos fueron condenados, y otros absueltos. Pero esos señores, después del 23 de enero decidieron perseguirme por dos motivos: para vengarse y desacreditar a las Fuerzas Armadas en una persona de alta graduación. Yo supe todo eso en Caracas y no le di mayor importancia. Tenía fe en la rectitud de mis actuaciones y en la solidaridad de los compañeros, a quienes contribuí a elevar a la nueva Junta de Gobierno.

     Toma un poco de aliento y prosigue:

     – No se me ocurrió pensar, como tampoco lo pensaron otros oficiales que están hoy en el exilio, en que estábamos encumbrando a unos señores que sólo pensaban pescar en río revuelto. Tampoco nos dimos cuenta de su incapacidad. A quienes escogimos para Presidente, por su mayor graduación, puesto que no tenía otro título, el cargo de presidir la Junta le vino grande, y prefirió dedicarse a la canción popular. Pero eso no es raro que me abandonaran, olvidando todo sentido de camaradería. Fue en esas circunstancias en que viajé a Maracaibo por mi propia iniciativa, como antes había ido a la llamada Comisión de Investigación contra el Enriquecimiento Ilícito. Si, mi amigo, fui y pedí que abriesen la investigaciónn que desearan con respecto a mí. De nada deshonesto se me podía acusar. Los hechos posteriores han demostrado hasta qué punto fue conveniente mi actitud.

Relato de la fuga

     –General– le digo, cuando hace una pausa– he anotado cuanto ha dicho, pero aun no me ha dicho cómo salió de Venezuela.

     –Diga Ud. más bien, mi fuga –recomienza en tono altivo. Después sigue hablando en un tono más bajo, más de acuerdo con su serenidad: – Ya vamos llegando a eso. Antes tengo que decirle que yo llegué a Maracaibo persuadido de que no se me había llamado para hacerme justicia sino para montar un show al estilo de los de Cuba después del triunfo de Fidel Castro. por eso preparé la salida de la cárcel y del país con modestos y leales amigos. Sabía que no podía recurrir a los personajes de importancia, que hasta hace poco se reunían conmigo. No quería recibir negativas ni despertar sospechas, pues muchos de ellos estaban vigilados. Cuando llegó el momento, me evadí. Y se acabó.

     Quedo un poco en las mismas. No dice por dónde se evadió:

     –¿Se fue por la puerta principal?

     –Usted sabe que no. Nadie iba a abrir las rejas para despistar. Si quiere que le de nombres, no voy a poder. Pero salí. Y no por Grano de Oro, como han dicho. Primero estuve en un alojamiento que tenía preparado a poca distancia de la cárcel. Después pasé unos días en los alrededores de Maracaibo, hasta que dispuse de una embarcación lo suficientemente veloz y resistente para lanzarme al exterior. Ni mi familia sabía una palabra de todo esto. La oportunidad de salir se me presentó el día de la llegada de Rómulo Betancourt a Maracaibo. Toda la gente y la policía estaba movilizada para protegerle. Pude atravesar calles y llegar al mismo muelle si ser reconocido. Y salí con destino a Colombia.

     –¿Y dónde tomó una avioneta?

     –Allí fleté una avioneta y continué hacia otros países donde oficiales amigos me tendieron la mano. Tras no pocas vicisitudes, eludiendo la persecución que ordenó contra mí el propio presidente Betancourt, llegué a España, que sigue siendo para nosotros la Madre Patria.

      –¡Nunca podré pagar la deuda de gratitud contraída con quienes me han brindado asilo y consideración! –dice después– Las autoridades venezolanas contra todo derecho y una saña increíble, me han negado hasta el pasaporte. En vez de resolver los graves problemas que han resicitado con su ineptitud, prefieren seguir cobrándose supuestos agravios, hostigando a sus adversarios en el exilio, cada día, con más espías.

 

Otras opiniones sobre AD

     –Qué ha pensado a propósito de la extradición de Pérez Jiménez?

     –Pienso que es otra parte del mismo programa de venganzas. Betancourt y sus adláteres no pueden perdonarle la obra realizada en Venezuela. Los abruma. Nada pueden achacarle que ellos no hayan cometido en exceso. Los adecos se quedaron en otro tiempo. En los mítines de la última elección han tenido que hablar de los grillos del general Juan Vicente Gómez, de sus heroicidades de estudiantes –muchos no graduados– y de los versos de Andrés Eloy Blanco o de “Doña Bárbara”, que ellos han demostrado seguir llevando dentro. No cuentan los muertos del 45 al 48. Ni los miles de este último período. Siguen invocando a Ruiz Pineda y a Pinto Salinas y a Carnevali. Esa es una manera de ser heroicos mientras usufructúan el gobierno. No apuntan una idea nueva, de un nuevo orden, de una nueva técnica de administración. ¡Son tan viejos como el gomecismo! Irremediablemente, están atados a la época de Eustoquio Gómez. Oropeza Castillo y Montilla, que hicieron carrera criticando a Velasco y a Santos Matute, hacen lo que hacían aquéllos, que no se las echaban de demócratas. ¡Las nuevas generaciones quieren ser conducidas de un modo diferente! Lo lamentable, en cuanto a la extradición de Pérez Jiménez, es que no se ha puesto de manifiesto la solidaridad que muchos debían a su amigo y protector, no sólo para defenderlo a él sino para defenderse a sí mismos, pus muchos otros son tan responsables como él.

     No tengo tiempo de meter una frase:

     –¿Qué cree Ud. que pasará en Venezuela?

     –¡Caramba! –exclama–. Esa es una pregunta para una gitana. Sin embargo, si se analiza con cuidado lo que viene sucediendo en América, donde la lucha se está planteando entre el comunismo armado y las fuerzas armadas nacionalistas que en todos los países le hacen frente, – descartando los gobiernos complacientes e ineptos– no es difícil que en Venezuela se reproduzca la solución que tanto temen Betancourt y sus compañeros de viaje. Siempre hay gente dispuesta a no perecer sin combatir. Ante el hundimiento del país no habrá doctrina Betancourt que valga.

      –Me han dicho que Ud. estudia mucho en Madrid.

     –No vale la pena hablar de eso. Cada quien emplea su tiempo como mejor le parece. Yo he decidido no perder el mío. Europa es un buen campo para adquirir conocimientos y experiencia. Se aprende a ver las cosas desde otros ángulos, con un sentido más universal. Esto hace que muchos detalles, por parroquiales, se desdibujen. Todo el que pase una temporada en el Viejo Mundo, si no es adeco, puede regresar a su patria con una visión más amplia y cierta de sus problemas. Y lo que es más importante, en capacidad de aportar ideas para una solución, tanto en la esfera pública como en la privada.

     Trato de saber de su familia, que no he sentido en el apartamento. Él dice que no hay que mezclarla en sus problemas. Mientras hago unas fotos con una máquina de bolsillo, el general retirado dice:

     –No sé qué más decirle. Sólo me resta desear que los venezolanos tengamos la cordura necesaria para armonizar lo armonizable en bien de nuestra tierra. Todos debemos caber en ella y desterrar la violencia y los odios. Constituimos una nación muy rica y estamos perdiendo el tiempo en dirimir mezquinas cuestiones. No podemos darnos ese lujo. Nuestra patria es digna de un porvenir y antes que comunistas y militaristas debiéramos ser venezolanos y mirar por su grandeza.

     Le pregunto su opinión sobre la organización clandestina que tanta noticia ha hecho el último tiempo. Contesta:

     –Ya se la di. Soy enemigo de la violencia.

     Cuando nos despedimos, me dice que puedo volver cuando guste. Pero para un periodista pobre, es demasiado lujo pasar una larga temporada en Madrid”.

*  Néstor Prato Chacón, importante figura del perejimenismo, fue arbitrariamente sometido a juicio por «peculado», por la asamblea legislativa del Estado Zulia, violando la Constitución Nacional vigente. Es enviado a prisión y, el 2 de octubre de 1959, se fuga de la Cárcel Modelo de Maracaibo. Viajó entonces rumbo a México, donde el presidente Adolfo López Mateos ordenó su salida a otro país, por lo que se trasladó a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes. En 1971, publicó «Memorias de un Hombre, 1929-1971», donde narra su vida pública.  Falleció en Maracaibo, el 10 de mayo de 1983. Había nacido en San Antonio del Táchira, el 14 de marzo de 1907.

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, 8 de febrero de 1964

    La Caracas de Los Monagas

    La Caracas de Los Monagas

    Por José Antonio Calcaño*

    José Antonio Calcaño recibió en 1958 el Premio Municipal de Literatura por su libro La ciudad y su música, del cual extrajimos este capítulo.

    José Antonio Calcaño recibió en 1958 el Premio Municipal de Literatura por su libro La ciudad y su música, del cual extrajimos este capítulo.

         “De 1847 a 1858 los presidentes de la República de Venezuela fueron el general José Tadeo Monagas y el general José Gregorio Monagas, su hermano. Como se ve, no hay mucha variedad de nombres.

         Comenzó Caracas a crecer; algunas de las ruinas del terremoto de 1812 iban desapareciendo. Se construyeron, hasta 1852, más de 400 casas, y no era fácil conseguir alguna en alquiler. El reloj de Catedral, en su cara septentrional, seguía marcando, inmóvil, la hora terrible del pasado cataclismo: las cuatro y siete minutos.

         La transformación del patio de las casas continuó en estos años, y algunos de ellos se habían transformado ya en verdaderos jardines, en los que había numerosas flores exóticas. En la Colonia Tovar había fundado el sabio Karl Moritz unos jardines maravillosos que no tenían igual en el país. Desde allí enviaba el botánico alemán nuevas plantas a sus amigos de Caracas, principalmente a Benitz y Jahnke, cuyos jardines alcanzaron fama ciudadana.

         Fue Moritz quien introdujo los mirtos australianos y las gladiolas, que en un principio se llamaron “vara alemana”, las camelias y las gloxinias. Los alemanes Reinold y Grum plantaron por primera vez en Caracas fuchsias, azaleas, jacintos y alelíes. Desde los cultivos del Ávila bajaron a la ciudad los primeros claveles y azucenas, mientras que el pintor Forjonel fue quien por primera vez pintó una flor de mayo, en un cuadro que perteneció luego a la familia Becker y estaba colgado en la sala alta de su casa, en la esquina de Camejo.

         Fue por estos años cuando llegaron a Caracas los primeros sombreros de copa o chisteras de resorte, los cuales, por el ruido que hacían al abrirse o cerrarse, fueron llamados pumpás, nombre con el cual se designaron de manera exclusiva; causaron gran sensación y su uso se generalizó rápidamente. Aparecieron las primeras lámparas de kerosene y los ‘’quinqués de Filadelfia”; a mitad de cuadra y en las esquinas centrales de la ciudad, se instalaron faroles de este tipo. El juego de pelota, que antiguamente estaba situado en la esquina que lleva su nombre, fue trasladado luego a la esquina del Algarrobo (después Puente Yanes) y de aquí a la de Pele el Ojo, que por este motivo se llamó en estos años esquina del Juego de Pelota.

         No se veían por esta época tantos leprosos en las calles como anteriormente, gracias al jefe político Pellicer, quien los hizo recoger para recluirlos en el asilo de mendigos levantado por suscripción pública. La gente de buena educación no se dejaba ver fumando por las calles y en las casas, si había señoras presentes, sólo se fumaba cuando existía intimidad con la familia, y eso después de pedir muchas disculpas.

         En la estación seca acostumbraban los caraqueños ir de temperamento, de preferencia a Sabana Grande, para bañarse en el río, y era difícil en esa época conseguir casas de alquiler en aquel pueblo. A orillas del Guaire se levantaban entonces casetas de baño con techo de palma, que serían arrastradas por la corriente al llegar las lluvias. Para atravesar el río se colocaban algunos puentecillos primitivos y provisionales, que sólo servirían durante seis meses, porque después se los llevaría la creciente.

    En la estación seca acostumbraban los caraqueños ir de temperamento, de preferencia a Sabana Grande, para bañarse en el río, y era difícil en esa época conseguir casas de alquiler en aquel pueblo.

    En la estación seca acostumbraban los caraqueños ir de temperamento, de preferencia a Sabana Grande, para bañarse en el río, y era difícil en esa época conseguir casas de alquiler en aquel pueblo.

    Comenzó Caracas a crecer; algunas de las ruinas del terremoto de 1812 iban desapareciendo. Se construyeron, hasta 1852, más de 400 casas, y no era fácil conseguir alguna en alquiler.

    Comenzó Caracas a crecer; algunas de las ruinas del terremoto de 1812 iban desapareciendo. Se construyeron, hasta 1852, más de 400 casas, y no era fácil conseguir alguna en alquiler.

         Todavía no había sillas en las iglesias, y las damas se sentaban a la morisca sobre las pequeñas alfombras que hacían llevar por las criadas. Algunos curas habían pensado en la introducción de sillas o bancos, pero se creía que las diferencias sociales que todavía existían, hacían aconsejable seguir usando las alfombras. Las procesiones religiosas eran frecuentes y animadas; ponían en movimiento a toda la población y abundaban en ellas cohetes y petardos. Tenían fama las de la iglesia de Las Mercedes

         Los caraqueños de estos tiempos son muy caritativos, y los mantuanos que aún existen tienen sus pobres habituales. Las damas atienden a enfermos y ancianos, y algunas envían remedios y alimentos a algunos menesterosos.

         El Teatro del Coliseo, incómodo y no muy capaz, es prácticamente el único de la capital, pues, aunque ya existe el llamado Teatro de la Unión, éste es un sitio de baja estofa, frecuentado por las clases más humildes. Este teatro sería transformado más tarde y alcanzaría renombre como el Teatro de Maderero. La plaza de toros no sirve para mucho, y el pueblo prefiere torear y colear en las calles. Como siempre, en la ciudad es muy concurrida la gallera, y muchos adeptos a este juego tienen gran orgullo en sus “cuerdas”.

         Todavía existen en las paredes exteriores de muchas casas los viejos letreros que se acostumbraban en la colonia: “Nuestra Señora del Carmen, patrona de esta casa”, “Dios, Uno y Trino, patrón de esta casa”524. Funciona en la ciudad una Escuela de Artesanos, a la que asisten más de quinientos alumnos cuya edad va de los doce a los cincuenta años, quienes allí aprenden a ser carpinteros, albañiles, herreros u hojalateros. Estos discípulos estudian de ocho a nueve de la noche, pues durante el día trabajan. El director Castro, Teniente de Ingenieros, ha logrado apoyo de la Diputación, y ha ampliado la enseñanza hasta incluir clases gratuitas de lectura y caligrafía, aritmética, álgebra y geometría. La Universidad de Caracas confiere grados en cinco facultades: Teología, Cánones, Leyes, Filosofía y Medicina.

    Los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio, gobernaron el país entre 1947 y 1958. En la foto, José Tadeo, quien fue presidente durante 8 años, período en el que se reconstruyó gran parte de la Caracas destruida durante el terremoto de 1812.

    Los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio, gobernaron el país entre 1947 y 1958. En la foto, José Tadeo, quien fue presidente durante 8 años, período en el que se reconstruyó gran parte de la Caracas destruida durante el terremoto de 1812.

         Los matrimonios se efectúan siempre en la madrugada, y terminan con un abundante desayuno. El cortejo desfila a pie hasta la iglesia, por las calles, que tienen, lo mismo que los techos, hierbas en abundancia. Los entierros, en cambio, se llevan a cabo por la noche; la urna va sobre una mesa, la que ha sido cubierta de tela negra con algunos bordados de oro. Los acompañantes llevan en las manos cirios negros. La casa del duelo estaba toda enlutada: había lazos negros en los cuadros, en los espejos, las estatuas, las consolas, retratos, arañas, lámparas, y hasta en los platos de postres que se usaban en el obsequio que se ofrecía al cumplirse la “octava”.

         Los bailes no eran tan frecuentes como antes de 1848, pero eran muy rumbosos. Muchas veces duraban hasta las tres de la mañana. Un autor contemporáneo dice que asistió a un baile que contaba con una orquesta de doce músicos, que tocaba obras de Strauss, Herzog, Lanner y Burmeyer, así como también de los criollos Atanasio Bello, Lino Gallardo, Juan José Tovar y José María Montero. En el salón principal, alumbrado por más de trescientas velas, se bailaban contradanzas, que eran las favoritas de las muchachas caraqueñas y se danzaban con mucha vivacidad; también bailaban valses y polkas, y aunque habían aparecido las cuadrillas, éstas no agradaban mucho. La rumba sólo se bailaba en los barrios bajos, y no en los salones. En algún rincón de la casa, algunos viejos que no gustaban de la danza, pasaban el rato jugando al ajedrez. Los criados y los esclavos se apiñaban, vestidos con limpieza, en los patios interiores y seguían la diversión con el más vivo interés; alguna que otra, dos de ellos se entregaban furtivamente al baile. Esclavos y criados eran numerosos en estas ocasiones, porque cada familia llevaba uno o dos de ellos para que, farol en mano, les alumbraran su camino por las calles. Por las ventanas de la sala se apiñaban, asomados, los transeúntes callejeros, formando así la tradicional “barra” criolla.

         Comenzaban a ser frecuentes las veladas literarias o musicales, y las comidas de matiz intelectual. Así, Don José Antonio Mosquera, de quien tendremos ocasión de hablar más adelante, ofreció en febrero de 1856 una comida en su hacienda “La Guía”, en la que pronunció un discurso Antonio Leocadio Guzmán. En las casas de Heraclio Martín de la Guardia, de los Calcaños y de Don Jacinto Gutiérrez, se efectuaban las primeras veladas, que más tarde, durante el Septenio, llegarían a ser toda una institución caraqueña.

         Así comenzaba a tomar forma, por la mitad del siglo, la Caracas que más tarde sería conocida con el presuntuoso apodo del “Petit París”.

    *José Antonio Calcaño (1900-1978), músico, escritor, compositor, profesor universitario, miembro fundador de la Orquesta Sinfónica Venezuela y diplomático. En 1958, recibió el Premio Municipal de Literatura por su libro La ciudad y su música.

    FUENTE CONSULTADA

    • Calcaño, José Antonio. La ciudad y su música. Crónica musical de Caracas. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Ediciones de la Biblioteca, 2019; Págs. 326-330
    “El Mocho” Hernandez

    “El Mocho” Hernandez

    Sin avión ni automóvil hizo la más intensa y novedosa campaña electoral

    Por Ana Mercedes Pérez*

    José Manuel “El Mocho” Hernández realizó la primera campaña electoral moderna en el país.

    José Manuel “El Mocho” Hernández realizó la primera campaña electoral moderna en el país.

         “De Miguelacho a Misericordia, hundida en la pátina del tiempo, hay una pequeña casa con alero de tejas rojas y una sola ventana, que es símbolo de orgullosa pobreza entre tantas modernas construcciones. Por allí pasan hoy venezolanos indiferentes al palpitar de nuestra historia, tan ubicada en ese humilde refugio. Por allí desfiló ayer todo el boato heterogéneo de nuestra política de fin de siglo: lanceros, periodistas, caudillos, escritores y generales, a tributarle honores a uno de los personajes más populares que ha tenido este país: José Manuel Hernández, “El Mocho”.

         Hernández nació en Caracas en 1853, en la democrática parroquia de San Juan. Nació niño normal, es decir, con los cinco dedos completos de su mano derecha, que luego perdió en una revuelta contra Antonio Guzmán Blanco, jugándose a machete limpio la vida en el sitio denominado Los Lirios. Fue su bautizo político. Allí fue dado por muerto; recogiéndolo unos campesinos que lo curaron y lo escondieron. Cuando se despertó, notó que le faltaban el anular y el meñique y que sus otros dedos estaban anquilosados. Desde entonces su prestigio se regiría por el apodo de “El Mocho” Hernández.

         No aconteció así con su espíritu: libre, independiente, rebelde, demostrado en muchas peligrosas ocasiones. Venezuela entera vio pasar su figura de Quijote, líder y guerrero, o desempeñando el oficio de carpintero, herencia de sus padres, canarios que se vinieron a Venezuela a probar fortuna. Guayana era por entonces la suprema aventura de los ambiciosos. Allá va “El Mocho” a inaugurarse también de minero en el Yuruari, donde llega a desempeñar el delicado cargo de Correo del Oro. 

         Pero los tiempos eras zozobrantres de política. Aquellos oficios a campo limpio no constituyen sino la oportunidad para engarzar el engranaje de la conspiración que ya se prepara por losm acontecimientos patrios.

         ¿Quién será el valiente que habría de enfrentarse al continuismo ya proclamado por Andueza? En Guayana los hombres dialogan sobre leyes mientras explotan tierras y están dispuestos a abandonar la búsqueda del oro por armarse de un viejo fusil. José Manuel Hernández está en la efervescencia de la juventud. Tiene treinta y ocho años. Pinta de jefe, con su cuerpo flexible y su dialéctica, aprendida en sus largas lecturas nocturnas. Es un autodidacta. En sus manos de hombre fuerte se encomiendan los “voluntarios” que aspiran a derrotar las fuerzas del Gobierno guayanés. Escogen como campo de lucha la isla de Orocopiche, en el Orinoco, abierta a toda iniciativa. Y logran vencer las bien amunicionadas tropas anduecistas, ganando allí “El Mocho” el título de General.

         La Revolución Legalista ya está entrando a Caracas y su fama de patriota civilista llega a oídos de Crespo. “El Mocho” Hernández es llamado a la capital de la República para formar parte de la Asamblea Constituyente.

     

    El general diputado

         De Parlamentario, andando entre leyes, es cuando resplandecen mejor sus ideales. Acomete desde un principio la campaña de la honestidad política, atacando duramente al Peculado, en los “Juicios de Responsabilidad” que se instalan para acusar a ex- gobernantes y sus acólitos. Le salen enemigos, pidiendo manto de clemencia para Andueza, Villegas, Pulido y Sebastián Casañas. El Diputado-General no transige. Uno de sus colegas, del bando opuesto, pide la palabra para decir en lenguaje bíblico que “todos son culpables y que no hay allí hombres tan limpios como para lanzar la primera piedra”.

         Indognado “El Mocho” Hernández tiene suficiente entereza para contestarle: “pues yo sí puedon tirar la primera piedra porque me siento limpio”.

         Sus enemigos llegan a señalarlo en venganza: “hidra feroz de la oligarquía”. Pues José Manuel Hernández, dentro de su asombrosa popularidad, reprsenta a los godos reunidos en el Partido Liberal Nacionalista que comandaba el Doctor Alejandro Urbaneja.

     

    La campaña electoral

         Terminado el Congreso retorna a la Guayana a refrescar las amistades de su gloriosa campaña. De allí pasa a Estados Unidos. Va a presenciar el democrático ejercicio de las elecciones entrre William McKinley y el famoso orador Bryan. El general no pierde una sílaba ni un detalle. Los líderes hablan al pueblo en lenguaje sencillo y él aprenderá ese lenguaje patrio para desgranarlo entre los campesinos de los cuatro horizontes de su tierra. Ya no irá en actitud de guerrero sino de líder candidato a la presidencia de la República por su partido.

         A su regreso engrosará un quinteto con los otros candidatos que ya se perfilan: Ignacio Andrade, Juan Pablo Rojas Paul, Tosta García, Juan Francisco Castillo. “El Mocho” sin duda ganara –es lo que se decía– arrastrando con su imán de simpatía a todo el mundo. Lo han propuesto importantes personajes como Urbaneja, David Lobo, Miguel Páez Pumar, Cristóbal Soublette.

         Ha llegado pues el momento de iniciar lo que ha visto en la República del Norte, hombres que dominan a las masas por el don de la palabra. A lomo de caballo, por los caminos polvorientos de Venezuela, que están muy lejos de conocer el macadam, “El Mocho” inicia una manera nueva de ganarse la Presidencia de la República, contraria al rutinario golpe militar. De pueblo en pueblo va hablando de la autonomía de la provincia, del voto para los mayores de 18 años, de la libertad de navegación, de la liquidación de las Comandancias de Armas en los Estados, de implantar para siempre un régimen de respeto.

         Mientras tanto su partido le hace propaganda en 42 periódicos; 195 tenía el gobierno para Andrade.

         Su campaña electoral, iniciada sin un solo centavo, pero con una gran dosis de patriotismo, ha sido un éxito. No se habla de otra cosa como no sea de hacerlo presidente a través del voto democrático. A su regreso toda Caracas se vuelca hacia Caño Amarillo a tributarle admiración al prestigioso candidato. Lo llevan entre Bandas de Música a la placita de la Misericordia, donde será el mitin decisivo. Hasta Crespo asiste de incógnito para poder desmentir más tarde a sus Ministros que le dicen para adularlo que allí han ido apenas cuatro gatos. “Es mentira –replícales– porque yo también asistí”. Así lo consigna en una crónica nuestro historiador Ramón J. Velásquez.

    “El Mocho” Hernández (Caracas, 1844 - Nueva York, 1921) fue un caudillo, militar y político de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

    “El Mocho” Hernández (Caracas, 1844 – Nueva York, 1921) fue un caudillo, militar y político de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

    La burla elecctoral

         Llega el ansiado día de las elecciones. Desde la madrugada la placita de Candelaria está colmada de campesinos armados de ruana y machetes. ¿Por quién votarán? Se rumoraba que hasta allí los habían traído “mecateados” y mal entrenados por los jefes civiles en ocasiones habían gritado: “Viva el mocho Andrade”, en vez de: “Viva el general Andrade”. 

         La sorpresa no se hizo esperar. Andrade sacó inesperadamente 406.610 votos; “El Mocho” Hernández solo 2.203. La vena humorística popular comentaba que Andrade se quedó con las mesas, Rojas Paúl con las misas, Tosta García con las con las mozas, Arismendi Brito (candidato independiente) con las musas y “El Mocho” Hernández con las masas. El presidente del partido Nacionalista, visiblemente descontento, ordena en una circular a cada localidad que envíen los documentos de lo sucedido el día de las elecciones. Por su parte, Hernández protesta en un Manifiesto ante la Corte Federal, y aún más se atreve a ir hasta Santa Inés a enrostrarle a Crespo el fraude electoral. 

         Gran cantidad de nacionalistas fueron presos por conspiración. “El Mocho” tiene que esconderse en casa de una familia Sosa, contigua a su morada, desde donde saltara por el corral para ir a la guerra. Eso cuenta su sobrino, nuestro entrevistado, Antonio Hernández, mientras Don Vicente Lecuna, apasionado Mochista, lo sitúa disfrazado con anteojos oscuros y sombrero de copa, pasando entre los despreocupados guardianes que no logran conocerlo, por el zaguán de su casa de la Misericordia.

         Pero de una manera u otra, salvado siempre por los nacionalistas, “El Mocho” Hernández será esta vez polizón del tren de Caño Amarillo, después de haber sido su héroe. Oculto entre un cajón de piano, desde donde puede divisar a su enemigo Crespo, paseándose tranquilamente por Santa Inés, saldrá “El Mocho” para Carabobo, ayudado por sus innumerables amigos que lo animan a ir a la guerra a luchar por una administración más limpia, más honesta.

     

    El grito de Queipa

         Queipa era una hacienda pequeña situada en Carabobo, perteneciente al decidido “mochista”, Don Evaristo Lima. Desde el 2 de marzo de 1898, cuando “El Mocho” organiza allí su Cuartel General, tendrá un sitio en la historia de Venezuela. Lanzo por entonces su célebre Manifiesto contra Crespo, llamado popularmente el “grito de Queipa”, donde le increpa la burla de las elecciones: “El general Crespo”, con felonía sin igual en los anales cómicos de nuestras libertades públicas, después de signar cien veces el juramento no pedido de amparar el derecho de los pueblos, de acatar su voluntad soberana, consumó bajo las sombras de la noche del 31 de agosto, el más trascendental de los crímenes políticos. No es pues un presidente Constitucional el señor general Ignacio Andrade.

         Luego de dirige a la juventud y a sus inolvidables soldados de Guayana para que tomen el pabellón nacional y lo “claven en la cima del Capitolio”.

         La sorpresa en Caracas fue grande cuando se supo que Hernández estaba en Carabobo. Con 45 hombres se declara alzado, entre quienes se cuentan Don Evaristo Lima y sus cuatro hijos. A los pocos días ya suman 200. Venezuela entera es un hervidero de “mochistas” diseminados en diversos lugares. A diez leguas del sur de Tinaco se ha alzado el prestigioso jefe llanero general Luis Loreto Lima con 200 jinetes; en el Oriente el general Zoilo Vidal, “Caribe Vidal”, quien lo secunda. Sucesivamente se alzan Pedro Conde en Bejuma, Eustaquio Rodríguez en Sedeño; Antonio Quintero en Cerro Azul; Manuel Vicente Dorta, en Montalbán; Francisco Lucena, en Nirgua; Bernabé Mora, en Tucuragua; el general Leopoldo Ortega, Jesús María Guerra y muchos otros. Ya Hernández tiene por su parte 500 voluntarios. Van armados de viejos fusiles cubanos, parte del pertrecho está fabricado en casas de familia, pero la consigna es quitar las armas al enemigo en el primer encuentro.

     

    Muerte de Crespo

         Desde Caracas, Andrade ha enviado al general Joaquín Crespo a combatir a “El Mocho”. Viene con cuatro batallones a cargo de Wideman, Donato Rivero, Martín Muguerza y Miguel Hernández. Sumaban 2.500 hombres.

         Hacia Tinaquillo es el camino, abriendo brecha por la sierra de Tiramuto. Serán escaramuzas que van surgiendo al paso de los hatos, donde las tropas, vengan de donde vinieren, obtienen alimento y descanso. Las de Crespo están mejor amunicionadas, pero las de Hernández son más listas. Tienen la experiencia del peligro buscado.

         Varias son las batallas que se libran antes de llegar al Hato del Carmelero: la de Tinaquillo y Pañalito. En ambas, los soldados del Mucho se aprovisionan de buenos fusiles y cápsulas. Pero las campañas se hacen por deducciones. Las tropas de Crespo, que van en persecución de Hernández, pueden desviarse en un momento dado para mitigar su sed a orillas del río Tinaco y espías diseminados a lo largo de las serranías, se avisan mutuamente la táctica enemiga.

         En el hato del Carmelero el primero que escoge sitio para esperar al enemigo es “El Mocho” Hernández. Samuel Acosta a la derecha, a su izquierda Sedeño. Loreto Lima avanza con su caballería a la diestra de Hernández. Pronto se ve venir a Crespo con sus batallones y corre a avisarles a los demás, a sus compañeros de batalla, que ya han mudado de sitio, y han decidido agruparse a la sombra de la trinchera profunda de la mata del Carmelero.

         Decide Crespo avanzar con sus tres batallones, cada uno en tres líneas de tiradores. Fuego cruzado recibían de los nacionalistas, adiestrados por Loreto Lima. Después de una hora de continuo combate se hace un silencio temible. Crespo anda nervioso, mirando inquieto la profundidad del bosque y sobre todo aquella Mata, donde posiblemente se abrigan sus invisibles enemigos. De pronto concibe una idea audaz, que en táctica guerrera es como un suicidio: cruzar solo el misterio de la Mata para desbandar a los contrarios. Deja su mula de campaña para cambiarla por su caballo blanco, el de las grandes ocasiones. Y cuando ya se dispone a acometer su hazaña, una bala nacionalista le atraviesa la clavícula y lo hace caer al suelo.

         Los soldados de “El Mocho” no se dan inmediatamente cuenta de lo que ha pasado, solo observan que los de Crespo se baten en retirada. Hasta creen que se trata de una emboscada, cuando por el camino que han abandonado iban recogiendo fusiles y cápsulas del enemigo. Pero a medida que avanzaban se decía que había muerto un jefe de los Batallones del Gobierno, sin saberse quién era.

         Más tarde se supo que era Crespo y que Andrade había enviado para reemplazarlo a su ministro de guerra Antonio Fernández y al general Ramón Guerra con 4.000 hombres. (Guerra había sido uno de los hombres que le había prometido ayuda meses antes a “El Mocho”).

         “El Mocho” Hernández es hecho preso y enviado a La Rotunda

    “El Mocho” fue un eterno alzado.

    “El Mocho” fue un eterno alzado.

    Reveses de la política

         Desde su calabozo, “El Mocho” seguía con interés la marcha de la política. Ahora es Cipriano Castro marchando con los “sesenta” hacia Caracas. También como él en sus campañas va ganándose adictos a su paso, sólo que el Cabito va de regreso a tomarse la presidencia. A “El Mocho” le llegan noticias maravillosas como de que se le han unido gran número de nacionalistas: Luis Loreto Lima, Salvador Gordil, Jorge Samuel Acosta. Y hasta su celda de prisionero llegan felicitaciones por haber pactado Castro con los nacionalistas con quienes seguramente compartirá si es gobierno.

         Pero pronto la política falaz y acomodaticia muestra sus reveses. Después de la batalla de Tocuyito, Castro cambia de táctica. Ha conferenciado con Manuel Antonio Matos, representante de los “amarillos”, quien le ha hecho ver como un peligro el entregarse a los brazos de los “mochistas”.

         Y cuando la gente de “El Mocho” observa la traición, no siguen con él. Loreto Lima decide quedarse en su hacienda y Gordil en Turmero. El único que decide continuar la marcha es el general Samuel Acosta, para hacer cumplir a Castro su promesa de libertad a “El Mocho”.

         Castro entra a Caracas el día 2 de octubre de 1899 con 3.500 liberales amarillos. A su llegada quiere ganarse la simpatía y manda a decir pomposamente a los presos, en especial a “El Mocho”: “tened un poco de paciencia que yo mismo os pondré en libertad”.

    El eterno alzado

         De nuevo su humilde casita de la Misericordia será el escenario a donde concurren sus amigos y admiradores cuando sale de la prisión. Viejos nacionalistas y caudillos que han ido a la guerra por el triunfo de la justicia y que ahora aspiran a ver a su héroe encumbrado en el gobierno.

         A los pocos días, Castro nombra su gabinete: Juan Francisco Castillo, en Interiores; José Ignacio Pulido, en Guerra; Andueza Palacio, en Exteriores; Víctor Rodríguez, en Obras Públicas; Manuel Clemente Urbaneja, en Instrucción; Tello, en Hacienda y “El Mocho” Hernández, en Fomento.

         El partido no está contento. Se dividen en bandos: unos para decirle que no acepte esa miseria de ministerio, el más insignificante galardón de aquellos tiempos que ha podido dársele. Otros para que lo acepte, a fin de que Castro no tome fuerza. Pero “El Mocho” ya tiene trazado su camino. Otra vez la guerra. Lo importante era no dejar dormir a Castro tranquilo, significar el descontento en alguna forma. Cuando el presidente se encuentra en el Teatro Municipal, presenciando una función en su honor, recibe la noticia del alzamiento de su ministro de Fomento, en compañía de su “jefe del día” Samuel Acosta.

         Pero nadie vendrá a hacer preso al presidente en su palco ni, circundado por bayonetas, le impulsarán a la fuga. El que se va es el alzado, hacia la libertad, por el camino de El Valle, hacia los llanos, buscando el rumbo de los eternos rebeldes como el general Loreto Lima. Siempre lo seguirá un grupo de idealistas que sueñan con la justicia.

         Seis meses después caerá prisionero de las fuerzas del general Dávila.

         Cuando el bloqueo, en 1902, Castro lo pone de nuevo en libertad. Lo invita a deponer las armas en beneficio de la patria. Y “El Mocho” dará órdenes a sus tropas de que se retiren porque “no era natural en momentos de conflictos internacionales”.

         El presidente Castro lo envía a una misión en New York. Allí hace valiosas amistadas y sostiene con Castro una interesante correspondencia donde le dice: “Ojalá llegue pronto el día en que los magistrados de la República, convenciéndose de que son simples comisarios del pueblo, oigan la voz de los hombres honrados y dignos patriotas, manifestada en la opinión pública, y acatando la augusta majestad de la ley, encarrilen la nave política de la administración pública por bonancible vía”.

     

    Honestidad a prueba

         En 1908, cuando Juan Vicente Gómez llama a colaborar a viejos caudillos, uno de ellos es “El Mocho”. Entra a formar parte del Consejo de Gobierno con los generales José Ignacio Pulido, Gregorio Segundo Riera. Nicolás Rolando, Juan Pablo Peñaloza. Son los hombres que aparente mente aconsejan al presidente, por el sueldo inédito de Bs. 600.

         Pero ya Gómez piensa ganar adictos y voluntades con dinero. Empieza por repartir entre su Consejo acciones de la Compañía Cigarrera de Castro, que está muy lejos para protestar. “El Mocho” se indigna, rechaza la oferta. ¿Cómo se atreven a semejante desacato con él, que ha luchado toda su vida por implantar la honestidad?

         Vigilado por los espías gomecistas, tiene que salir a escondidas del país.

     

    Exilio y muerte

         Doce años pasa en el destierro. Su hijo, Nicolás Hernández, alto comerciante en Puerto Rico, lo sostendrá todo ese tiempo. Será el fiel testigo de sus recuerdos de la patria lejana, soñando siempre con “invasiones” para implantar en su país la democracia. La que soñó a través de su limpia campaña electoral de 1897.

         Su sobrino –alto empleado de la Petroquímica– lo visitó en diversas ocasiones, aclarándonos algunos hechos. Nos referimos a su último alzamiento, cuando pudiendo hacer preso a Castro, prefirió huir.

         El general Hernández, interrogado sobre el particular, le respondió que lo había hecho por “no ensangrentar a su amada Caracas, su tierra nativa”, en aquellos días terribles y convulsos con una muerte en cada esquina, que hicieron exclamar a Castro: “Ni cobro andinos, ni pago caraqueños”.

         “El Mocho” Hernández murió en New York el 25 de agosto 1921. En sus bolsillos no se encontró ni un dólar. Su hermano Antonio tuvo que enviar desde Venezuela el dinero para su entierro. El cementerio de Woodland recibió en su seno a uno de nuestros luchadores más puros. Han pasa do treinta y nueve años y aún los venezolanos, tenidos por demócratas, no se han acordado de hacer repatriar sus restos”.

    * Nativa de Puerto Cabello, estado Carabobo (1910-1994), Ana Mercedes Pérez fue una acuciosa periodista, diplomática y poeta, conocida también por su seudónimo Claribel. Su poesía estuvo caracterizada por ser muy femenina

    FUENTES CONSULTADAS

    Elite. Caracas, 27 de febrero de 1960

      Emparan auspició el 19 de abril

      Emparan auspició el 19 de abril

      Por Luis Beltrán Reyes

      Destitución de Vicente Emparan. Cuadro del artista Juan Lovera.

      Destitución de Vicente Emparan. Cuadro del artista Juan Lovera.

           “Parece que todo cuanto sucedió para preparar los sucesos ocurridos el 19 de abril de 1810 en la convulsionada Caracas de aquella época, había sido de acuerdo y en el más riguroso secreto con las principales autoridades españolas que en principio lo creyeron oportuno para los propios intereses de la Corona. Las noticias venidas de España, daban la impresión de que los acontecimientos acaecidos allá, andaban de mal en peor. Los ejércitos de Napoleón Bonaparte, amenazaban a cada instante con destruir el último aliento de aquella monarquía que Carlos IV había jurado como segura y la más respetable del mundo. Así que, para los criollos independentistas, nada de extraño tenía cuanto en la península sucedía. Lo interesante para ellos era formar un Gobierno desligado de todo cuanto tuviera que ver con el Rey y sus disposiciones en tierras de América, pero al mismo tiempo que aparentara como único conservador de los derechos del reino. 

           La carta que había escrito Francisco de Miranda y leído a puertas cerradas en sus reuniones, había despejado lo que la España invadida trataba de ocultar en sus colonias de ultramar.

           “España –decía Miranda en su carta– no tiene Rey. Está dividida en dos bandos. Uno está en favor de Francia y el otro se ha decidido por Inglaterra. Se está tramando la guerra civil. Las colonias ya están maduras para el Gobierno propio. Envíenme agentes y juntos decidiremos el porvenir del continente. Les advierto que no hay que precipitarse. Una pequeña imprudencia puede dar por tierra con esta oportunidad que nos brinda Dios. La falta de unión será la muerte de nuestros planes”.

           Con todo, algunos criollos que formaban el grupo llamado de “los altos secretos”, tenían la seguridad de que nada fallaría llegado el momento de romper para siempre con la “España opresora”, entre éstos estaba José Félix Ribas, temible y ardiente por sus conceptos acerca de la libertad. Para él, cualquier circunstancia en aquellos momentos podía ser favorable cuando se contaba con la propia y decidida aprobación del Gobernador Emparan que ya estaba al corriente de lo que se sucedía en las casas de Tovar, Martín, Méndez y Quintero.

           Pero, claro está –como veremos más adelante– con el verdadero propósito de que existiera un verdadero entendimiento entre nativos y peninsulares. Es de saberse –en contra de lo ya conocido– que Emparan, a pesar de querer imponer a toda costa y muchas veces sin ton ni son sus ideas, era hombre ara plegarse a cualquier momento que pusiera en peligro su vida y sus bienes. Conocido en toda Venezuela por sus audaces imposiciones, por creerse él la “única ley y la única voluntad” que debía prevalecer en Caracas, era sin embargo apreciado por muchos nobles criollos que le admiraban en sus modales que siempre trataba de “lucir en sociedad”, y por algunas razones con que trataba de justificar muchas de sus arrogancias frente a los problemas políticos y sociales que le planteaban sus adversarios. Y no ha de causar extrañeza esta simpatía entre estos criollos de abolengo y respetada fortuna. Y para que veamos claro el origen de este sentir por el Gobernador de Venezuela, trasladémonos a la casa de Valentín de Ribas y Herrera, donde una hermosa tarde avileña había asistido Emparan en compañía de su teniente Anca y de quienes tantos consejos recibían.

      La destitución del gobernador y capitán general, Vicente Emparan, dio inicio al movimiento revolucionario del 19 de abril de 1810

      La destitución del gobernador y capitán general, Vicente Emparan, dio inicio al movimiento revolucionario del 19 de abril de 1810

      Vicente Emparan se asoma por uno de los balcones de la Casa Amarilla y pregunta a la multitud, al tiempo que el sacerdote José Cortés de Madariaga hacia señas negativas con la mano, “Si le querían por gobernador”, y esta respondió: “No, no lo queremos”. A lo que Emparan dijo «Si no me queréis, pues yo tampoco quiero mando”.

      Vicente Emparan se asoma por uno de los balcones de la Casa Amarilla y pregunta a la multitud, al tiempo que el sacerdote José Cortés de Madariaga hacia señas negativas con la mano, “Si le querían por gobernador”, y esta respondió: “No, no lo queremos”. A lo que Emparan dijo «Si no me queréis, pues yo tampoco quiero mando”.

           En efecto, fue allí donde lució Emparan sus mejores galas de orador, de hombre comprensible y humano. ¿Quién dijo entonces ante el selecto grupo de amigos que le habían invitado en la casa de Ribas y Herrera? Oigámosle: “No sabría decirles –exclama con emoción– cuánto sufre mi corazón al ver que las necesidades más urgentes de esta noble y acogedora ciudad caraqueña, no se solucionan como es debido para satisfacción mía y orgullo de nuestro Rey” . . . Pero ha de saberse que toda esta noble y digna sociedad merece otro destino. Por lo tanto, ha de menester una revolución que aniquile los intereses contrarios a su bienestar y felicidad, y que ponga al alcance de todos los buenos oficios que nuestro señor el Rey ha dispensado y manda que así se haga en todas las provincias que unidas a su reino le dan gloria. . . Pero, de ahora en adelante, yo me entregaré en persona a las decisiones más justas que ustedes tengan a bien tomar y exponer ante los representantes del pueblo. No podemos continuar en nuestro mando, siendo indiferentes ante los males que nos aquejan o nos llevan a la ruina total de nuestros actos morales y materiales. La España mía y de todos cuantos han ofrecido ferviente fidelidad a su Señor, el más ungido monarca de la tierra, está dispuesta a ser una sola familia donde no existan parias o desafortunados que arrastren todas las injusticias del mundo. Y, para terminar, diré con el corazón en la mano: Estoy con vosotros en todo. . .”

           Como puede verse en todas estas palabras y después criticadas duramente por su propio consejero el teniente Anca, Emparan estaba de acuerdo con muchos de los proyectos velados que se le daban a conocer por intermedio de sus más allegados en el gobierno.

      Firma del Acta del 19 de abril de 1810, en los salones de Ayuntamiento de Caracas, entonces ubicado en la hoy Casa Amarilla. Cuadro del artista Juan Lovera.

      Firma del Acta del 19 de abril de 1810, en los salones de Ayuntamiento de Caracas, entonces ubicado en la hoy Casa Amarilla. Cuadro del artista Juan Lovera.

           Los sucesos del 19 de abril de 1810 están ligados a ese pensar tan claramente expresado por Emparan. Cuando un “indiscreto” que había logrado colarse en aquella pequeña asamblea revolucionaria y explosiva, logró que estas palabras llegaran hasta el pueblo, muchos se imaginaron que todo cuanto Emparan había dicho en esa ocasión, era un mandato del rey destronado y prisionero de los franceses. Hasta eso llegó a comentarse cuando las noticias corrían de España a América. ¡Fernando VII, el ungido Dios en manos de los franceses! España sometida y humillada por las armas francesas! ¡Ahora el rey en desgracia quería y mandaba que todos sus colonos en las Indias se unificaran para hacer frente al invasor! ¡Sí, eso era y no había otras razones!

          Por otra parte, los revolucionarios en las colonias americanas pensaban y decían otras cosas distintas al pueblo que en todo parecía someterse a la voluntad de sus opresores. Las mismas palabras de Emparan en la casa de Ribas y Herrera, fueron medidas y juzgadas en todo sentido a fin de descubrir cualquier propósito no ajustado a las decisiones de los altos jefes que encabezaban la más noble de las causas independentistas en el Nuevo Mundo.

           Aún más, no contentos con el “buen decir” del gobernador Emparan, dos de estos revolucionarios lo abordaron una noche en su casa. Fueron estos Nicolás Anzola e Isidoro López Méndez, quienes le hicieron volver a confirmar cuanto había dicho en aquella memorable invitación en la casa antes dicha.

           Emparan entonces no titubeó como se creyó que iba a hacer tan pronto se le volviera a preguntar sobre el verdadero contenido de sus palabras. Por el contrario, afirmó rotundamente y con más énfasis, que él en su función de gobernador y capitán general de Venezuela, estaba dispuesto a “cambiar las cosas de su puesto” pues ya era hora, y el tiempo se hacía estrecho para llevar a cabo dicho propósito. Y que, por otra parte, él se hacía solidario de lo que pudiera pasar o suceder con los medios que se pusieran en práctica para el logro de tan altas y santas finalidades. . .”

           Tal aquí, pues, la contribución intelectual del famoso gobernador Emparan, que en una clara mañana de abril y ante el pueblo todo de Caracas, confirmó sus secretas intenciones al renunciar a su mando y dejar el campo libre para que la revolución emancipadora corriera por todos los caminos de América”.

      FUENTE CONSULTADA

      Élite. Caracas, 23 de abril de 1966

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