Sociedad caraqueña

Sociedad caraqueña

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

Para el periodista estadounidense William Eleroy Curtis, el presidente de la República, Joaquín Crespo, y su señora esposa, Jacinta Parejo de Crespo, son una clara muestra del venezolano mestizo, descendientes de la mezcolanza entre españoles e indios.

     En su libro titulado “Venezuela la tierra donde siempre es verano”, el periodista estadounidense William Eleroy Curtis resaltó que las por él denominadas barreras de color, entre los pobladores del territorio venezolano, no habían sido superadas, pero “no están tan estrictamente delimitadas como en los Estados Unidos”. Situación que corroboró al ver que descendientes de africanos, u hombres de color tal como él los denominó, no estaban privados de honores sociales, profesionales ni políticos. Expuso ante sus potenciales lectores el ejemplo de Joaquín Crespo (1841-1898), presidente de la República (1884-1886 y 1892-1898) y el de su cónyuge, Jacinta Parejo de Crespo al destacar su tipo mestizo o descendientes de grupos españoles e indios.

     En este orden de ideas sumó a sus consideraciones que, la mezcla entre los diversos grupos sociales se mostraba con mayor prominencia entre los conjuntos sociales menos favorecidos económica y socialmente. 

     “Es muy corriente ver que una mujer blanca tenga por esposo a un tercerón o, incluso un mulato, y hasta más corriente todavía resulta ver a un hombre blanco con una Venus de media tinta por esposa”. Presenció que, en reuniones, ágapes, bailes públicos, hoteles, lugares de diversión y encuentros públicos las “tres razas, española, negra e india” se apreciaban y mezclaban sin mayores distinciones.

     Según lo redactado por Curtis, era un verdadero y común espectáculo observar rostros negros y blancos lado a lado en las mesas de los hoteles, restaurantes, escuelas y colegios, lo que “no supone ninguna diferencia en su posición o en su trato”. No conforme con estas consideraciones sumó haber presenciado que abogados eminentes, juristas destacados y publicistas reconocidos “son de sangre negra”. De igual manera, apreció que entre los integrantes del clero tampoco la distinción basada en el color de la piel tenía mayor peso en lo que respecta a las exclusiones.

     Precisó haber visto por las calles a algunos estudiantes de teología negros caminar de brazos con un condiscípulo blanco, “y para el nombramiento de sacerdote para cada parroquia, el Obispo nunca piensa en prejuicio racial alguno”. Por momentos Curtis no deja de mostrar cierta ingenuidad y confianza en los comentarios que al respecto escuchaba, por eso es frecuente leer en su escrito aseveraciones como la siguiente: “Se dice que el actual Obispo tiene sangre india y negra en sus venas. Un domingo por la mañana me reuní con una congregación de fieles en una de las iglesias más elegantes y descubrí que un sacerdote negro oficiaba la misa. No pude distinguir a una sola persona de color entre los fieles, y todos los acólitos asistentes eran blancos”.

     Ratificó estas consideraciones con aseveraciones relacionadas con lo que había observado e información de testigos presenciales que habitaban en la comarca. Asentó que varios de los acaudalados hacendados en Venezuela eran de origen negro, aunque muy pocos de ellos se dedicaban a las actividades comerciales. Éstas más bien estaban en manos de extranjeros, en especial el comercio al por mayor, de lo que se puede colegir que el comercio al detal o de menudeo si contaba con presencia de nativos.

     Un aspecto de la sociedad venezolana que llamó la atención de viajeros, como el caso de Curtis, era que muchos de los habitantes caraqueños de posición social desahogada prefirieran las llamadas actividades liberales o, en su defecto, cargos dentro del Estado. También, que prefirieran dejar en manos de extranjeros el comercio de grandes proporciones entre el país y el extranjero.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

Durante el gobierno del general Antonio Guzmán Blanco se inició el embellecimiento de Caracas.

     En lo que se refiere a la abolición de la esclavitud, señaló que las autoridades políticas venezolanas se habían adelantado a las de los Estados Unidos, “y si a Simón Bolívar se le hubiese permitido gobernar el país, la esclavitud habría sido abolida poco después de la guerra de independencia”. Para dar fuerza a esta aseveración recordó que a Bolívar se le había otorgado un obsequio de un millón de dólares en honor a su desprendimiento, lo utilizó para comprar la libertad de mil esclavos. De inmediato pasó a reseñar el decreto de abolición de la esclavitud del año de 1854, durante el mandato de los Monagas, y recordó que quien había firmado el decreto había pasado los últimos años de su vida en una cárcel.

     Entre sus elucubraciones no dejó de reseñar algunas características de Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) y lo que denominó el embellecimiento de la ciudad ejecutado por este último. 

     Uno de los aspectos de su gobierno que destacó tuvo que ver con las distintas estatuas edificadas, durante su gestión gubernamental, de “todos los hombres famosos en la historia de la República – con la sola excepción del general José Antonio Páez, a quien nunca le perdonó haber sentenciado a muerte a su padre, Antonio Leocadio Guzmán”.

     Una de las efigies que destacó fue la esculpida en honor al Libertador en la plaza central de Caracas. Según sus apreciaciones este tipo de acciones eran propias de la personalidad de Guzmán Blanco quien, al honrar a otros, “se honraba a él mismo, literalmente”. De igual manera expuso ante los lectores que Guzmán no mostraba disposición ni tolerancia frente a quienes preguntaban por el que había mostrado la iniciativa de disponer las estatuas, con la justificación de homenajes. Expuso que Guzmán siempre que llevaba a cabo el desarrollo de una obra, lo fuera un puente, un poste de luz o reja de hierro, le colocaban un anuncio que indicaba cuándo y por quien había sido edificado, “y el nombre del Ilustre Americano aparece en letras de grandes tamaños en la inscripción de todos los numerosos monumentos que erigió en la ciudad para conmemorar los acontecimientos notables o perpetuar la memoria de los hombres igualmente notables”.

     Luego de esta digresión volvió a hacer referencia a los descendientes de africanos en el territorio de Venezuela. Pero esta vez para establecer diferenciaciones con otros grupos de la sociedad caraqueña y, por extensión, de la venezolana. De este grupo étnico ponderó que poseían una mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios, así como que mostraban voluntad y ambición, un mayor grado de instrucción y una posición social y económica distinto al grupo étnico integrado por el indio. “Estos parecen predestinados al peonaje perpetuo” fueron las palabras que delineó en su escrito.

     De inmediato pasó a plantear un conjunto de consideraciones relacionadas con la vida social y económica de los habitantes de la comarca. Indicó que, aunque los gobernantes venezolanos nunca habían elaborado una legislación sobre el peonaje, la relación entre los hacendados y los jornaleros, en especial fuera de la ciudad capital, era equivalente a relaciones de trabajo esclavo, aceptadas como algo natural entre patrono y empleado debido a las precarias condiciones socio económico de unos y la riqueza de otros.

     En lo que se refiere a los distintos estratos sociales existentes, o clases, o castas exhibían una gran variedad al interior del territorio nacional. Pasó a reseñar el mestizaje proveniente de español con indígena y de español con africano o mulato y los zambos de origen africano con los pueblos originarios. “El negro de sangre pura, así como el indio de sangre pura, raras veces tiene más suerte que la de ser peón, y el zambo es la extracción más baja de todos ellos; pero los blancos segundones poseen la inteligencia y la ambición de sus antepasados españoles, llegan a hacer fortuna, a conquistar posiciones sociales e influencia política”.

    Curtis ofreció ejemplos de estas combinaciones originadas de coyundas diversas. Puso a la vista de sus potenciales lectores el caso del ejército venezolano de la época. La tropa o los soldados estaban constituido por negros, indios y zambos, “mientras que los oficiales son, o bien blancos o, al menos, tienen sangre blanca en sus venas”.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

Para Curtis, los africanos en el territorio de Venezuela poseían mayor inteligencia o preparación intelectual frente a los indios.

     Como parte inherente a su estilo de narración agregaba indicaciones de talante moralista y convencimiento personal. Una de ellas está referida a su consideración según la cual no era una desgracia tener sangre mezclada en “las venas”. Tampoco ser fruto de una unión ilegítima. Esto lo expresó al enterarse de la cantidad de hijos ilegítimos que apreció en la comarca. Las ¿razones? De acuerdo con su conocimiento esto tenía su razón de ser en dos situaciones. Una, se podría explicar por los honorarios que hasta hacía poco cobraban los sacerdotes para celebrar y bendecir el matrimonio. Otra, la imposibilidad para los campesinos o cualquier persona de escasos recursos económicos reunir la cifra monetaria exigida para celebrar el acto matrimonial.

     A pesar de haberse promulgado leyes para disminuir relaciones ilegales y el nacimiento de hijo ilegítimos el problema persistía. 

     Otro factor que contribuía con esta situación era que, “entre las clases media y alta la costumbre de mantener queridas de una extracción inferior es bastante generalizada y no es siquiera motivo de chisme. Es una cosa natural y esperada que no sólo un soltero tenga una querida y una familia de hijos, sino que los hombres casados que puedan costearlo, generalmente mantengan dos hogares en los que sus ocupantes parecen tener conocimiento de la existencia del otro”.

     De los trabajadores y clases populares (negros, zambos, indios) en general dejó asentado que eran honestos. Además, mostraban ser obedientes, trabajadores que no rehuían al esfuerzo y que eran joviales. Aunque advirtió que no mostraban la misma energía de los individuos de similar fuerza de las zonas templadas y que no rendían más de un tercio de lo que estos rendían en la misma cantidad de tiempo. A lo largo de su narración señaló, de manera reiterada, que los trabajadores de este territorio preferían depender de la fuerza de sus brazos y piernas antes que utilizar técnicas o instrumentos que aliviaran su faena diaria. Tampoco este uso de la fuerza humana dejaba de ser reiterativo, ya que no vio entre los trabajadores disposición alguna de simplificar sus precarios métodos con el uso de instrumentos o herramientas modernas. Para Curtis, preferían hacer las cosas de manera más difícil y, en cierto modo, con torpeza.

     Respecto a esta aserción, tal cual lo muestra a lo largo del texto, ilustraba al lector con ejemplos que había presenciado durante su estadía. Escribió: “Una mañana me detuve a ver cómo una cuadrilla de peones movía un tubo de agua o de cañería. La habían traído desde algún almacén hasta este punto de la calle a lomo de burro, pero tan inseguramente atado al animal, que se cayó a menos de dos tercios de la cuadra de su destino. Un irlandés o un yanqui lo habría rodado por la calle, pero se necesitó que acudiera media docena de hombres que estaban cavando una cuneta para ayudar a asegurarlo de nuevo al lomo del animal”. Lo que le sorprendió a Curtis fue el número de personas que se utilizaron para el traslado y, mayor aún, que otros individuos, que estaban trabajando en una actividad diferente, a los que trasladaban la tubería, tuviesen que interrumpir su tarea para auxiliarlos.

     Lo cierto del caso, a pesar de lo odioso que pueda parecer al lector de hoy la comparación con irlandeses o estadounidenses, la lectura debe transitar por la diferencia frente a un otro. En este orden no se debe decir de Curtis que sus elucubraciones estaban plagadas de discriminación, sino de una diferencia marcada por la experiencia cultural. Experiencia que, para este caso en concreto, se concentraba en el uso de tecnologías que para el estadounidense promedio eran naturales y lógicas, y no de una forma de asumir labores diarias enmarcadas en una superioridad proveniente de herencias étnicas. En todo caso, es necesaria e imprescindible una lectura desde la esfera cultural.

Mano a mano Julio Mendoza-Eleazar Sananes

Mano a mano Julio Mendoza-Eleazar Sananes

Eleazar Sananes (Rubito) y Julio Mendoza (Julito), dos de los toreros venezolanos más importante de la historia, mantuvieron una enconada rivalidad que dividió al país entre “rubiteros”, que seguían a Sananes, y “juliteros”, partidarios de Mendoza.

Eleazar Sananes (Rubito) y Julio Mendoza (Julito), dos de los toreros venezolanos más importante de la historia, mantuvieron una enconada rivalidad que dividió al país entre “rubiteros”, que seguían a Sananes, y “juliteros”, partidarios de Mendoza.

      En una travesura periodística de Carlos Eduardo Misle (Caremis), se reencontraron, muchos años después de retirarse de los ruedos, los toreros caraqueños Julio Mendoza y Eleazar Sananes, mediante un ameno reportaje de seis páginas que publicó la revista Élite, en su edición del 15 de febrero de 1964. Mendoza y Sananes acapararon el favoritismo de la afición taurina capitalina en las décadas de 1920 y 1930, por ser de los primeros toreros de nuestro país que alcanzaron rotundos éxitos en plazas de América y España.

     Los aficionados de viejo cuño recuerdan con nostalgia los “mano a mano” que estos dos toreros protagonizaron en la arena del Nuevo Circo de Caracas. En su obra “El Toreo en Venezuela” (2007), el periodista y reconocido crítico taurino, Víctor José López (El Vito), afirma que en su época Mendoza y Sananes, “eran los dos toreros venezolanos más importante, por su enconada rivalidad y porque dividieron al país entre rubiteros, que seguían incondicionalmente a Sananes, y juliteros, los partidarios de Mendoza”.

     Para la fecha del mencionado reportaje, de allí la travesura de Caremis, Mendoza se encontraba convaleciente de una intervención quirúrgica en la casa de un cuñado en Catia, y el periodista se presentó de visita junto con Sananes. Juntos, ambos matadores evocaron interesantes episodios de sus exitosas trayectorias.

     Mendoza, nacido en Caracas el 17 de agosto de 1900, falleció unos seis meses después de publicado el reportaje, el 26 de agosto de 1964. Sananes nació en Caracas el 5 de enero de 1900 y murió a los 71 años, el 25 de febrero de 1971. Este es el reportaje de Caremis: Ahora, de nuevo…Los ídolos frente a frente. El encuentro fue un mano a mano de evocaciones y sonrisas. . .

     “Cuando a Eleazar Sananes (Rubito), auténtico y perdurable ídolo taurómaco le propuse que fuésemos a visitar a Julio Mendoza, su eterno rival de los ruedos, hoy postrado por cornadas que no le han dado los toros, me contestó con viva palabra que se le sobrepuso a una mirada nostálgica:

 –¡Vamos!

     De azul intenso los ojos, pelo dorado que a los 65 años se le oscurece de rubio (!), o se le blanquea de canas muy luchadoras ante tal color, Eleazar soltó la lengua. Desbordó su locuacidad especial de amigo de mi padre, de mi abuelo, de mis tíos. De buen amigo mío. Sin precisiones cronológicas, pero con chispa de caraqueño y abundancia anecdótica, evocó su paso por las plazas de Venezuela y el mundo.

     Desde luego que aludimos también a su competencia con Julio Mendoza. Tan apasionante y rabiosa para quienes la protagonizaron, vieron o recuerdan. ¡El gran Julio! Hijo de otro matador de toros venezolanos, Vicente Mendoza (El Niño), que ya había sostenido una llamativa pugna a fines de siglo y principios del presente con Pablo Mirabal (El Rubio). Desde entonces se habían puesto las bases para competencias frenéticas entre toreros venezolanos. Con la ñapa de otro atractivo, que un torero era blanco y otro de color.

     Con caraqueños como estos la ciudad y el país se iban a dividir, entonces y después, en bandos irreconciliables: mendocistas y rubistas; primero, rubiteros y juliteros, después.

     Tales toreros salían a la plaza a matarse o dejarse matar en pos del triunfo. Y los aficionados que formaban esas banderías también se mataban. . . Por lo menos con discusiones interminables dentro y fuera de las plazas de toros.

–¡Pero ¡qué fuerte es ese Julio, caray! –exclama Eleazar de pronto, recordando que Julio hasta hace poco seguía toreando, a pesar de las arrobas y los pitones que tiene el almanaque, inexorable.

–Y tú no le llevas sino un año. . . –le comento.

–Por eso mismo, por eso mismo. . . –me responde con sonrisa socarrona, que no sé por qué me recuerda la de su tocayo Eleazar López Contreras, que hasta su colega es ya que lidió aquella temporada del 35-36.

Preocupado y a la vez complacido, Sananes toma de nuevo el capote de la palabra:
–Me dicen que las operaciones han sido tremendas y que le viene otra. . . Pero ¡a Dios gracias!, ese Julito es de hierro. . .

–¡Ya lo vas a ver!

     Entonces le cuento una de mis visitas a Julio Mendoza y Palma en la clínica. Y ahora se las narro a ustedes, mientras rueda el carro con “Rubito” a bordo, hacia la casa de Julio, en Catia.

Julito le muestra a Rubito un hermoso capote de su época de torero. Observan, el historiador taurino Carlos Salas y el cronista Carlos Eduardo Misle (Caremis).

Julito le muestra a Rubito un hermoso capote de su época de torero. Observan, el historiador taurino Carlos Salas y el cronista Carlos Eduardo Misle (Caremis).

Julio Mendoza, posiblemente el matador de toros más popular de todos los grandes toreros venezolanos.

Julio Mendoza, posiblemente el matador de toros más popular de todos los grandes toreros venezolanos.

La casta inagotable que agota el papel

     El matador de toros Julio Mendoza Palma, siempre ha sido un profesional de muy desmesurada casta. Precisamente por eso cuando este maestro estaba de cuidado en el Hospital Clínico, no me le iba a aparecer con cara compungida o de circunstancias.

     Sin preguntarse cómo se sentía, así de sopetón, casi le grité con optimista euforia:

–¡Cónfiro, matador, tú eres una cosa seria; hasta aquí en el Clínico agotas el papel!

     Ante el término que equivale al “no hay entradas” que sobre las taquillas enorgullece tanto a los toreros, el viejo ídolo explayó a todo lo ancho de su enflaquecida cara su más desborda sonrisa, requetesatisfecho.

     Y era verdad que había agotado “er papé”. Ante la noticia de que estaba muy grave –y otras más exageradas–, un gentío fue al Hospital y no quedaba una sola tarjeta para visitante en la recepción.

 

Las cornadas quirúrgicas

     La sonrisa de Julio era entonces la de Julito o “Niño II”: esa juvenil y perdurable sonrisa que lo hemos conocido en amarillentos retratos. Esa fugaz sonrisa dio una “vuelta al ruedo” por el cuarto. Pero después lo poco triunfal del recinto y lo nada agradable que persiste cuando se tienen dos operaciones delicadas y se está preparando para la otra, hizo que Julio perdiera el momentáneo centelleo de la mirada. Con esta y con una mano me dijo, porque no puede hablar:

–Mira catire: fíjate en esta dos “cornás”.

     Como un “ecce hommo” señalaba e redondo hueco de la traqueotomía. Arriba a la izquierda, en equis, la otra cornada que no le hizo un toro para quitarle la vida, sino un médico para salvársela.

 

Los quites de la ciencia

     Después de estas intervenciones de la ciencia –más que cornadas son auténticos quites–, se llevaron a Julio a su casa. A la casa de su cuñado Paquito de La Torre, que es como si fuera la que Julio tiene en Madrid o la que ocupaba en la subida del Manicomio antes de irse a radicar un tiempo a España, la tierra de su esposa.

     La de Paquito queda en la Avenida Sucre y en ella también vive la madre del matador, con sus flamantes e incansables 86 años. En estos días preguntaba por teléfono cómo seguía Julio y cuando le enviaba saludos a doña Felicia, el nieto me informó:

–Ahorita está planchando…!

     ¡Como si nada! Pero doña Felicia no solamente es un caso de vigor y entereza, sino también en lo taurómaco; esposa y madre de toreros. De dos grandes y muy valientes matadores de toros venezolanos. Vicente “El Niño”, que tomó la alternativa en el Metropolitano, de manos del viejo Manuel Jiménez Chicuelo, en 1905, y de Julio (“Niño II” en sus comienzos), que la tomó en España en 1927, en la plaza de . . .

Eleazar Sananes “Rubito”, primer torero venezolano que recibió la alternativa en Madrid (1922), y primer ídolo deportivo nacido en Venezuela.

Eleazar Sananes “Rubito”, primer torero venezolano que recibió la alternativa en Madrid (1922), y primer ídolo deportivo nacido en Venezuela.

El abrazo de los ídolos

     Pero vamos a saltarnos a la torera el tema histórico para reanudarlo deseos porque ya estamos tocando en la casa del torero en compañía de otro. Ambos fueron ídolos. Tienen mucho tiempo que no se ven.

     Me adelanto a la habitación donde yace Julio. Este levanta la mirada y me saluda con ella y con un gesto afectuoso. Retribuyendo con una palmada en el hombro menos adolorido por consecuencias de la operación y le digo:

 –Mira, matador, no vengo solo. . . Allí está “Rubito”.

     Julio se incorpora con la mirada brillante, el gesto audaz, la firme decisión de levantarse del todo. “Rubito” casi lo encuentra de pie. Y el saludo es virilmente enternecedor. En el abrazo no están solamente 129 años de edad. La fría cifra de tantos años. . . Están el calor, el color; brilla y calienta el rescoldo de incontables emociones para ellos y los demás. Las tardes de las grandes faenas, de los fracasos, de los toros inmortalizados o incomprendidos: La historia taurina de Venezuela en una áurea etapa de “toro grande y billete chico”, de desprendimientos, retos y competencias palmo a palmo y toro a toro.

 

Ruedo de recuerdos

     Julio no puede hablar. No puede dedicarse a uno de sus entretenimientos preferidos: hablar. Hablar hasta por los codos. Y hablar de toros constantemente. Y muy bien. Porque hay toreros que no saben hablar de toros o no les gusta.

     Julio no puede hablar. Se dedica a oír. Pero se le sale la casta por un minúsculo, imperceptible chorrito de voz, que más se adivina que se oye. . .

     Pero –¡eso sí! –, este negro es un demonio cabal y se ayuda admirablemente con una muleta excepcional: la seña. Y en el ducho manejo de la seña ya ha tomado la alternativa. . .  Algunos gestos se pasan de picarescos. Y como caballitos de batalla ha esgrimido varias expresiones mínimas que normalmente el venezolano remata con un “míííííííí. . . muy sostenido”.

     Se generaliza la charla de toros y de todos. “Villa” exhibe una feria verbal de su motilonismo gitano. El camarógrafo Hugo Díaz, como aficionado novel, se asombra del gran pietaje taurómaco que contienen las dimensiones del cuarto. El historiador vernáculo de la fiesta de toros en nuestro país, el gran curruña de todos los presentes, Carlos Salas, matiza la charla con sus expresiones vividas como julitero en plaza y amigo personal de Eleazar. “Lo cortés no quita lo julitero”.

 

Los avíos del matador

     De repente Julio me hace una seña y me pide lo acompañe a un escaparate. Y lo ayudo a sacar “avíos” . . .  ¡Avíos de torear! Aunque sabía que regresaba a Venezuela para hacerse unas delicadísimas operaciones, aunque va a cumplir 64 años en este que corre, –“porque nací con el siglo”–, Julio Mendoza y Palma no acepta que a su bien ganado título de matador de toros se le coloqué esa “r” de retiro. No admite que a tal rango se le anteponga esa partícula “ex” que es muy ratificadora de añejas e intensas glorias, pero que también es tan definitiva para señalar el tiempo pasado.

     Enseñó la montera, abrió el capote de paseo, quiso decir que el terno era de “la aguja” y no siguió sacando cosas porque se le advirtió que no debía ajetrearse tanto. Todo lo trajo de España. Y seguramente se ilusiona mucho pensando en el estreno de los avíos y en la reaparición de él. El caso es asombroso, pero no se ve fuera de sitio. Por dos cosas. Primero porque Julio nació para torear y –como su padre–, nunca ha pensado seriamente en dejar de hacerlo. Y segundo: porque su prestigio, lo que hizo en los ruedos con los toros que eran unas catedrales en años, pitones y genio, le permite lo romántico del gesto. . .  Comenté al grupo: ¡En cambio hay toreros que sí pueden parecer unos disfraces de tales si les sale un toro como los que Julio se metía en el bolsillo!

     Eleazar Sananes decía que sí con la cabeza.

 

Homenaje mano a mano

     El mejor mano a mano que ahora podían torear ambos no sería en el “Nuevo Circo”, sino en un lugar menos peligroso y más merecido: en la esquina de Las Monjas. A este par de caraqueños que dieron tanta gloria al país. El ilustre Concejo Municipal del Distrito Federal debería honrarlos con homenaje que esté a la altura de la gallardía artística, el valor personal y la calidad humana de ellos.

     Casta que les sobró y les sobra. Por eso me cuchicheaba la mamá de Julio, esa indomable Misia Felicia cuando vio a Julio atravesar el patio.

 –¡Ay, caramba: ya Julito se paró! Eso fue porque vino “Rubito. . . pero él debe cuidarse. ¡Ni que fueran a toreá!”

     Y no le faltaba razón a la madre –madre al fin– del torero. Lo de Julio parecía un reto. Torero de reto pertinaz, de permanente competencia: no puede olvidar ni aquel ni esta. No los puede olvidar ni siquiera enfermo, con algunos años y fuera del ruedo, en un cuarto de convaleciente que espera estoicamente otra cornada de bisturíes que quieren ser definitivamente salvadores”.

Primeros periódicos caraqueños

Primeros periódicos caraqueños

La Gaceta de Caracas, primer periódico venezolano. – El Semanario de Caracas. – El Patriota de Venezuela. – El Mercurio Venezolano. – El Publicista de Venezuela. – El Correo del Orinoco. – Nuestros primeros periodistas. – Prensa clandestina durante la Independencia. – Nuestros primeros diarios. – Periódicos de Provincias. –La Gaceta de Gobierno. –

Por: Jesús Antonio Cova*

Gaceta de Caracas, primer periódico impreso en Venezuela y cuyo número inicial circuló el lunes 24 de octubre de 1808.

Gaceta de Caracas, primer periódico impreso en Venezuela y cuyo número inicial circuló el lunes 24 de octubre de 1808.

     “No intentamos aquí en este reportaje escrito especialmente para Élite, descubrir la pólvora sino simplemente dar al lector una visión de conjunto sobre los orígenes de la imprenta en Venezuela, y cómo y cuándo se fundaron los primeros periódicos caraqueños y los otros que posteriormente aparecieron en provincia.

     La primera imprenta en Venezuela se instaló en Caracas en 1808. Fue la misma traída por Miranda en su expedición de 1806. Fracasado en su intento, la imprenta fue depositada en Puerto España, Isla de Trinidad, y fue adquirida allí por los tipógrafos norteamericanos Mateo Gallagher y Jaime Lamb, quienes la trasladaron a Caracas y el mismo año la abrieron al público. Los mismos tipógrafos Gallagher y Lamb fueron los editores de la GACETA DE CARACAS, primer periódico impreso en Venezuela y cuyo número inicial circuló el lunes 24 de octubre de 1808.

     En su primera nota editorial la GACETA advierte que “nada saldrá de la prensa sin la previa inspección del Gobierno y que de consiguiente en nada de cuanto se publique se hallará la menor cosa ofensiva a la Santa Religión Católica, a las leyes que gobiernan el país, a las buenas costumbres, ni que pueda turbar el reposo, dañar la reputación de ningún individuo de la sociedad que los propietarios de la prensa, tienen el honor de pertenecer. . .”

     La GACETA DE CARACAS aparece precisamente en las vísperas de la Revolución y se convertirá alternativamente en órgano de realistas y patriotas durante los catorce años de su existencia. La primera etapa de la GACETA comprende –1808-1810– como órgano realista. En esta primera etapa se llegan a publicar 94 números. En su segunda etapa, ya republicana, adopta en latín este exergo: SALUS POPULI SUPREMA LEX EST y va desde el 27 de abril de 1810 hasta la entrada de Monteverde a Caracas en 1812 en que la GACETA vuelve a ser órgano realista con el exergo latino suprimido.

     En 1813, con la entrada victoriosa del Libertador a Caracas, después de la Campaña Admirable, la GACETA inicia su tercera etapa al servicio de la Revolución hasta 1814 en que de nuevo cae en manos de los realistas con la toma de Caracas por las tropas de Boves. Esta es su cuarta etapa. Prolonga su existencia hasta 1822 en que definitivamente deja de circular.

     En su accidentada existencia –la misma de la República– los talleres de la GACETA DE CARACAS son saqueados y embargados por realistas y patriotas y sus operarios apresados y torturados por los triunfadores de turno. La GACETA es un símbolo de lo que sería después, en la evolución del periodismo, la prensa política venezolana con sus directores y redactores: el saqueo, la destrucción de talleres y maquinarias por los vencedores, después la persecución implacable contra los periodistas en desgracia sobre los que caen sistemáticamente y sin ninguna discriminación, todos los odios, todos los vicios de los malos gobiernos, cuyos representantes y mayores responsables,  –civiles y militares– se convierten después desvergonzadamente, en sus acusadores. Desde los tiempos de la GACETA DE CARACAS, los periodistas venezolanos son los pararrayos de todas las reacciones y en ellas se sacian todas las venganzas, los odios y los resentimientos avivados por la envidia, y las más ruines pasiones.

     EL SEMANARIO DE CARACAS. – Fueron los fundadores y redactores don Miguel José Sanz y don José Domingo Díaz, médico que dio su nombre a la esquina caraqueña así llamada; y después el virulento libelista de Recuerdos de la Rebelión de Caracas. El semanario circulaba los domingos y se editaron muy pocos números, apareciendo el primero, impreso en los mismos talleres de Gallagher y Lamb, el 4 de noviembre de 1810. Su último número circuló el 21 de julio de 1811. Díaz, –furibundo realista– sintiéndose incómodo dentro del régimen republicano. Se separó de Sanz, quien decididamente había abrazado la causa republicana. EL SEMANARIO mantuvo en los días iniciales de la Revolución, un carácter totalmente ecléctico, sin mezclarse, ni en pro ni en contra en las luchas políticas provocadas por la Revolución. Se publicaron allí estudios doctrinarios sobre literatura, derecho y economía.

     EL PATRIOTA DE VENEZUELA. – Fue órgano de la Junta Patriótica y su aparición se debió a la fundación de Vicente Salías y Antonio Muñoz Tébar. El primero fue autor de la letra del Gloria al Bravo Pueblo, nuestro Himno Nacional, y el segundo, el brillante Ministro de Bolívar en 1813, sacrificado después por Boves en la batalla de La Puerta. El periódico llevaba este exergo: Si no es útil lo que realizamos, la gloria que ello nos depare será vana. . .

El Publicista de Venezuela, vocero del Congreso Constituyente de 1811 y donde se publicó el Acta de la Independencia.

El Publicista de Venezuela, vocero del Congreso Constituyente de 1811 y donde se publicó el Acta de la Independencia.

     Solamente se editaron de EL PATRIOTA DE VENEZUELA siete números, y el último lleva fecha de sábado, 18 de enero de 1812. Salías fue también poeta humorístico, hermano de Francisco, el célebre revolucionario de 1810. Es autor del poema satírico “La Medicomaquia”, sátira al médico caraqueño Ángel L. Álamo, poema que al decir del crítico venezolano Juan José Churión, “es la primera sonrisa en verso del ingenio venezolano en los días iniciales de la Revolución”.

     EL MERCURIO VENEZOLANO. – Era una revista mensual, editada en cuadernos de 47, 64 y 68 páginas. Circularon solo tres números y llevaron fechas correspondientes de enero, febrero y marzo de 1811. Su director fue el patriota Francisco Isnardi, italiano natural de Piamonte, quien había hecho de Venezuela su segunda Patria. Hombre de gran ilustración, talento y gran prestigio entonces entre los patriotas, al punto de ser escogido para Secretario del Congreso Constituyente de 1811. Fue Isnardi, junto con don Juan Germán Roscio, de los redactores del Acta de la Independencia. Figuró entonces en primera línea entre los patriotas venezolanos. Llevaba EL MERCURIO como exergo la siguiente frase: La fuerza se adquiere marchando. Fue el MERCURIO VENEZOLANO el mejor y más completo de los periódicos venezolanos que por entonces se publicaron en Caracas.

     EL PUBLICISTA DE VENEZUELA. – Fue creado por el Congreso Constituyente de 1811 y vino a ser el Diario de debates del Congreso. Era Semanario y circulaba los jueves. El primer número tiene fecha 4 de julio de 1811 y en el número correspondiente al 11 del mismo mes, se publicó el Acta de la Independencia. Estaba dirigido por el mismo Francisco Isnardi. Llevaba en el pórtico, un Sol con esta frase latina: LUX UNITA CLARIOR

     La Hemeroteca de la Academia Nacional de la Historia posee una colección completa de EL PUBLICISTA y que comprende desde el número 1 hasta el 22. Este último con fecha 23 de noviembre de 1811. Además de las Actas del Congreso publicó EL PUBLICISTA, artículos sobre libertad de imprenta, prisión por deudas, aspectos de la invasión de Napoleón a España y notas sobre política, historia y economía.

     EL CORREO DEL ORINOCO. – Fue el primer periódico editado en la provincia. Se imprimía en la Nueva Angostura, hoy Ciudad Bolívar, como órgano oficial de la Revolución primero y después como vocero de la República de Colombia. Fue fundado y dirigido en sus comienzos por el propio Libertador en 1818. Su primer número circuló el 27 de junio. Fue el más importante de los órganos periodísticos venezolanos aparecidos hasta entonces y un verdadero periódico a la europea, diagramado por el Libertador quien tenía ideas precisas sobre lo que era y debería ser un periódico. Colaboraron en el CORREO DEL ORINOCO, además del Libertador, Palacio Fajardo, Juan Germán Roscio, Santander, Francisco Antonio Zea, José Luis Ramos, Manuel Gual, José María Salazar y otros escritores patriotas. Fue este periódico, el más eficaz propagandista de la Revolución y su verdadero defensor. Circulaba ocasionalmente y su último número salió el 23 de marzo de 1823 cuando el Libertador hacía la Campaña del Sur. En el CORREO DEL ORINOCO están las primeras manifestaciones del pensamiento político venezolano. Se publicaron allí discursos, decretos y resoluciones del Libertador y sesudos trabajos de Roscio, Gual, Palacio Fajardo y José Luis Ramos.

     PERIODICOS CLANDESTINOS. – Durante la Guerra de Independencia circulan en Caracas y clandestinamente varios periódicos, sin Directores y sin pie de Imprenta. Entre ellos pueden citarse EL FANAL DE VENEZUELA (1820), LA MOSCA LIBRE (1820) y LA MARIPOSA NEGRA (1821).

     LA GACETA DE GOBIERNO. – La Gaceta de Gobierno de Caracas se funda en 1821 y su primer número circula el 17 de mayo de ese mismo año. Se editaba en la Imprenta del Gobierno dirigida por don Juan Gutiérrez.

El Patriota de Venezuela, órgano de la Junta Patriótica, fundado por Vicente Salías, autor de la letra Gloria al Bravo Pueblo.

El Patriota de Venezuela, órgano de la Junta Patriótica, fundado por Vicente Salías, autor de la letra Gloria al Bravo Pueblo.

     EL PRIMER DIARIO VENEZOLANO. – El primer diario venezolano fue LA MAÑANA, editado en Caracas por la Imprenta de Carvallo y Vizcarrondo. Su primer número circuló el 23 de septiembre de 1841. Tuvo muy poca duración.

     EL DIARIO DE AVISOS. – Dirigido por don Mariano de Briceño, comenzó a circular el 18 de enero de 1850. Salía todos los días menos los domingos. Su existencia se prolongó hasta 1856.

     INTERDIARIOS Y SEMANARIOS. – En Caracas se publican interdiarios y semanarios a partir del triunfo de Carabobo, entre otros, EL VENEZOLANO Y EL ARGOS, pero a partir de 1840 con la aparición del otro VENEZOLANO que dirige Antonio Leocadio Guzmán, la prensa comienza a ser verdadero ariete en la arena política. A la aparición de EL VENEZOLANO, siguen EL HERALDO y EL DIARIO DE LA TARDE, de Juan Vicente González; EL FEDERALISTA, de Felipe Larrazábal; EL INDEPENDIENTE, de Pedro José Rojas, y toda una serie de periodiquitos que inspiró don Antonio Leocadio Guzmán tales como EL RAYO, EL ZANCUDO, LA AVISPA, EL RELÁMPAGO y EL SIN CAMISA.

     La Imprenta comienza a difundirse en otras varias ciudades de la República. Así se instalan talleres en Valencia 1811; en Cumaná 1812; en Güiria, en 1813; Maracaibo, 1821; Barquisimeto, 1829; Barcelona, 1835; Coro, 1842; Mérida, 1844; La Victoria, 1845; Obispos, 1851; San Cristóbal, 1855; San Felipe y San Fernando de Atabapo, en 1875.  

     Los primeros periódicos que aparecen en Provincias son: EL CORREO DEL ZULIA, dirigido por Monseñor Talavera (Maracaibo, 1821), EL MANZANARES, dirigido por Pedro José Rojas, en Cumaná, LA AURORA, en Barcelona; EL OBSERVADOR, en Coro; EL ECO DEL GUÁRICO, en Calabozo; LA OPINIÓN, en Trujillo; LA GACETA DE COJEDES, en San Carlos y EL ESPARTANO en La Asunción.

     Tales son a grandes rasgos los orígenes de la Imprenta en Venezuela y la evolución de la prensa hasta mediados del siglo XIX”.

 

* Educador, escritor y periodista, natico de Cumaná (1898-1964). Director de El Nuevo Diario (1934-1935) y profesor de historia en diversos colegios y liceos de Caracas. Autor de numerosas obras de carácter histórico. Su Resumen de la historia de Venezuela y su Geografía física y política de Venezuela alcanzan a más de 15 ediciones y ayudan a formar las generaciones de alumnos comprendidas entre 1940 y 1950. Fue redactor del diario Últimas Noticias (1950-1961), donde publicó una columna regular de crítica literaria. Miembro de la Academia Nacional de la Historia en 1943 y de la Academia Venezolana de la Lengua en 1952

La Guaira y Caracas 1800

La Guaira y Caracas 1800

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

Según William Duane, los mayores daños del terremoto de 1812 fueron ocasionados por el material con el que estaban construidas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra.

     De su visita a la República de Colombia, a principios de la década del veinte del 1800, el coronel estadounidense William Duane redactó sus impresiones en un texto que fue publicado en Filadelfia el año de 1826. El título del mismo fue “Una visita a Colombia entre los años de 1822 y 1823”. Aunque cita a autores del canon de la época sus argumentaciones fueron configuradas a partir de sus propias observaciones y redactadas con un estilo periodístico.

     Entre algunas de sus observaciones se puede recordar los señalamientos respecto al terremoto de 1812. Del que se puede decir que fue una suerte de hito para quienes visitaron Venezuela a lo largo del 1800, Duane no fue la excepción. En las líneas redactadas por este coronel del ejército estadounidense de la época no dejó de ponderar y, a la vez, corregir los señalamientos dispuestos por el naturalista alemán Alejandro de Humboldt. Uno de ellos tuvo que ver con la mortandad que se produjo en la comarca con aquel movimiento telúrico.

     En referencia con este asunto señaló que su intención no era corregir las cifras y números ofrecidos por el ilustrado alemán. “Mi primera impresión fue que los mayores daños del sismo fueron ocasionados por el material con el que están construidas casi todas las casas, y que los estragos habrían sido menos considerables si estas hubieran sido de piedra”. Para dar fuerza a su reflexión puso a la vista de los lectores el ejemplo de La Guaira y la casa que ocupaba un anterior cónsul del gobierno estadounidense. Escribió que la parte que se había derrumbado de ella era la que se había edificado con tapia y tierra., mientras que la parte edificada con piedras había permanecido en pie.

     Por otra parte, hizo referencia a los miembros del ejército que conoció por primera vez. De los oficiales expresó que le causaron buena impresión, “pues era evidente que procedían y pensaban como verdaderos militares”. En cambio, en lo atinente a la tropa dejó anotado “en cuanto a los soldados rasos, mi opinión no fue al principio tan satisfactoria”. No obstante, agregó que luego de una mirada y reflexiones configuradas con mayor cuidado, “pude comprobar que había sido errónea la apresurada opinión que me formé en el primer momento en mi condición de recién llegado; y que un incidente pasajero me había impulsado a separarme del sistema que empleo habitualmente para formarme un criterio, o sea eliminando los factores adversos, después de haber sopesado los favorables”.

     El “incidente” al que hacía referencia fue el encuentro con un par de centinelas y uno de ellos le había pedido “un real”. “En la súplica no se traslucía en absoluto la insolencia de la mendicidad, sino más bien cierto airecillo de confiada persuasión, la cual revelaba que no se sentían avergonzados de pedir, y que consideraban más bien que sería una vergüenza para el señor negarse a conceder un donativo tan pequeño como un real”. Ante esta circunstancia contó que no le quedó más que sonreír ante un evento poco usual para él. Al respecto escribió “las diversas ideas que cruzaron mi mente me trajeron el recuerdo de una brigada de Rohillans y Patans, también hombres de tez muy diversa, pero a quienes el servicio de sastrería y la fábrica que suministra los aprestos militares les permiten mostrar la irreprochable limpieza y elegancia que se requiere para llevar con distinción armas y uniformes, cuyo perfecto orden queda asegurado por la diaria inspección a que están sometidos”.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

El arrojo de los soldados venezolanos era admirable, pues, eran hombres que, sin el auxilio de cañones, se enfrentaban al enemigo en una lucha cuerpo a cuerpo.

     Bajo este marco dio rienda suelta a sus recuerdos para llevar a cabo comparaciones con los combatientes de la República de Colombia que tuvo al frente. En este sentido vale la pena citar de modo íntegro su descripción del soldado gran colombiano. Su representación fue como sigue: “fornidos, carirredondos, de anchos hombros, musculosa contextura, rostro oval, y pies descalzos; con sus pantalones y guerreras de dril, cuya calidad sólo podía inferirse a través de las manchas dejadas por lo vivaques, o de la suciedad producida por su único lecho sobre la desnuda tierra: el cuero de res sobre el cual están acostumbrados a tenderse para dormir, cuando disponen de alguno, lo que consideran un lujo; con sus cuellos, puños y pecheras de color amarillo, azul o rojo, donde faltaban muchos botones que se habían despedido sin licencia; sus gorras de cuero, su pelo negro y lacio, cortado casi al rape, con el cuello de la camisa abierto, que probablemente había sido lavada en tiempos muy remotos; con toda la indumentaria cubierta de polvo, y con fusiles y correas que en otra época debieron tener un color definido”.

     Dejó escrito que esta impresión lo llevó a recordar los soldados de las campañas de los espahíes en Massur. Pero sus divagaciones fueron interrumpidas por un toque en su hombro. En ese preciso momento uno de los soldados le recordó lo del real. En su relato contó que les había reprochado que era indigno pedir limosnas por parte de cualquier soldado, a la vez que les intentaba estimular la importancia de la dignidad y de lo que de sí mismos se debían. Agregó que la respuesta que recibió fue de uno de los soldados, quien le preguntó de manera conciliatoria y suave, ¿cómo era posible que un caballero de tan respetable presencia vacilara otorgar un real a unos soldados que habían luchado en las batallas colombianas y que, además, llevaban seis meses sin obtener ninguna compensación monetaria, todo ello debido a que el tesoro público había quedado exhausto por haber sido invertido el dinero en la expulsión del país de los godos?

     Ante esta interrogación a la que Duane calificó como una lógica natural y que hasta un profesor de lógica no hubiera podido exponer sus ideas con tan prístina claridad, añadió que no podía explicar la situación, ya lo fuera por su mala pronunciación del castellano o lo fuera por su expresión desembozada, que produjo en el soldado que le pedía una moneda una leve sonrisa. Según escribió ambos se distanciaron con una mejor opinión acerca del uno con el otro. De nuevo recordó su experiencia y conocimiento de soldados de otros lugares del mundo que había conocido y llegó a otro entendimiento.

     Indicó que luego de un momento de sosiego y en búsqueda de otras explicaciones, para determinar el porqué de lo que había observado, confesó “al contemplar una vez más aquellos rostros ovalados, alegres, satisfechos y mofletudos, así como la hermosa simetría de sus cuerpos que no lograban ocultar del todo sus gastados y desvaídos uniformes, recordé a su vez que, apenas doce años atrás, habían sido llamados desde sus plantaciones de cacao o de maíz para ocupar fortalezas y llanuras, donde la detonación de un fusil debía resonar en sus oídos tan terrífica como un trueno; los volví a ver cómo, a pesar de carecer de formación marcial, y sin jefes de suficiente experiencia para entrenarlos, constituyeron batallones, realizando marchas de tal magnitud que hacían reducir a simples operaciones militares las de Aníbal y Alejandro”.

     Con tono de admiración alcanzó a describir a estos soldados que habían combatido a avezados hombres de armas, como lo eran los españoles. Soldados que sin tener el auxilio de cañones o contar con una moderna estrategia de guerra peleaban cuerpo a cuerpo con sus contendientes y los vencieron. “Fueron estos hombres, y otros iguales a ellos, creados por la libertad y la revolución, a quienes se amenazó con el exterminio – amenazas que se llevaban a la práctica, cada vez que era posible, contra los infortunados cautivos – y después de una lucha que se prolongó durante doce años, han vencido, destruido o expulsado a 43.000 veteranos españoles, que habían tratado de intimidarlos con la destrucción total”. Agregó que logró conocer, en Valencia, a soldados de estirpe militar.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

Al viajero Duane le pareció Maiquetía un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía.

     Bajo estas consideraciones escribió creer que subsanaba sus primeras impresiones respecto a los soldados que había conocido en La Guaira. Agregó que se había dejado llevar por una actitud poco reflexiva y algo apresurada por encontrar que el lugar de entrada a una linda ciudad no contara con una mayor y confiable autoridad militar. Dejó en claro que tanto los espacios territoriales ocupados por La Guaira como los caminos que conducían a Caracas podían ser mejorados con un “desembolso prácticamente insignificante”. Pero invertir en mejoras no era la política de la Corona española, de acuerdo con la opinión de Duane.

     Según lo escrito por este coronel estadounidense, Cartagena, Puerto Cabello, La Guaira, Porto Bello o San Juan de Ulúa no eran más que la entrada o la puerta que representaban las portezuelas de una cárcel, “a través de las cuales debía mantenerse un monopolio mediante la fuerza y el terror”. 

     En el territorio venezolano estas mejoras en los puertos llevarían al aumento de los precios de las distintas propiedades, además de incrementar la seguridad frente a las aún amenazas de invasión española.

     Describió que la vía que llevaba a Caracas estaba en la parte meridional de Maiquetía. Acerca de esta localidad escribió que mostraba un paisaje muy agradable y que por su ubicación y dinamismo llegaría a ser un lugar de prosperidad. Asentó que el viajero se sentía sorprendido al corroborar que la ubicación de Maiquetía, tan idónea para la fundación de una ciudad, no hubiese sido tomada en consideración por parte de los pobladores que decidieron trasladarse a Caraballeda y no aprovechar las potencialidades que ofrecía aquella localidad.

     Por lo demás, escribió que era un magnífico lugar, en especial al amanecer y al anochecer, en el que la frescura de sus vientos y brisa hacían confortable la estadía. En uno de esos días, contó en su relato, él junto al teniente Bache se habían quedado contemplando el paisaje nocturno cuando escucharon una alegre música que llamó su atención. Decidieron ir en dirección al lugar donde se escuchaba la melodía, una pequeña casa, cobijada por grandes palmeras. Al pasar por el frente de ella, estampó Duane en su relato, fueron invitados a pasar a la parte de adentro. En la misma observaron varias mujeres y algunos niños de distinto sexo. Agregó que de inmediato de tomar asiento, una de las damas tomó la lira y continuó su ejecución del instrumento musical.

     Por la descripción que proporcionó Duane, se trataba de la ejecución de un arpa que, según su descripción, del instrumento musical, era muy parecido al arpa irlandesa. Contó que, al cabo de un momento, un grupo de jóvenes comenzó a bailar, “y nos causó especial agrado, conjuntamente con la agilidad y gallardía de los danzantes, el novedoso estilo de sus pasos; era una especie de danza pantomímica, sin ágiles saltos, figuras ni piruetas con los pies, sino a base de movimientos en que se avanzaba y retrocedía de modo cadencioso”. Llamaron también su atención otras danzas ejecutadas por los más jóvenes que integraban la velada por el ritmo cadencioso y el compás equilibrado.

     Resaltó la entonación de coplas y “las habituales canciones patrióticas, en las que no dejaban de figurar las alusiones a Bolívar”. Indicó que una de las jóvenes se retiró un momento para luego aparecer con refrescos y frutas variadas para las visitantes desconocidas. Al ver tan esplendoroso recibimiento ofreció unas monedas como forma de compensar la velada que habían disfrutado él y Bache. Gesto que no fue aceptado por las jóvenes que interpretaban melodías cadenciosas para el baile. Dejó anotado que, “Sea cual fuere la superioridad de los estudios profesionales frente a la formación de estos músicos por naturaleza, confieso que mi placer fue tan completo y agradable como el que haya podido producirme en cualquier época la orquesta mejor combinada. Quizás la buena predisposición en que nos encontrábamos, la hora, el paraje e incluso lo inesperado del acontecimiento, contribuyeron a hacer más vivo el efecto y a intensificar nuestro deleite”.

“El Obispo” y la piqueta de la libertad

“El Obispo” y la piqueta de la libertad

La demolición de la vieja Cárcel del Obispo, decretada por la Gobernación del Distrito Federal, por afrentosa a la dignidad ciudadana, no ha podido ser ejecutada con la rapidez que se hubiera deseado por la falta de otro local adecuado donde puedan ser depositados los ladrones, los escandalosos, los borrachitos y las “mujeres de la vida”, que en un promedio de 510 diarios constituyen la población del espantoso antro **

Por Ana Luisa Llovera *

La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930, pero no entró en funcionamiento sino en 1936, después de la muerte del general Juan Vicente Gómez

La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930, pero no entró en funcionamiento sino en 1936, después de la muerte del general Juan Vicente Gómez.

     “La Cárcel del Obispo fue construida por el ingeniero Gustavo Wallis en 1930. Cuéntase que el propio general Juan Vicente Gómez, que en verdad no pecaba por exceso de escrúpulos en el tratamiento de los prisioneros, la encontró tan mala, tan incómoda que no la destinó nunca al fin que había determinado su construcción. Se convirtió en depósito de cemento y materiales del Ministerio de Obras Públicas (MOP), donde los Díaz González inauguraban el sistema de las “comisiones” que tan jugosos resultados llegaron a alcanzar durante los últimos años del perejimenismo.

     Enrique Bernardo Núñez, en su delicioso libro “La Ciudad de los Techos Rojos”, refiere que el nombre de “Obispo” le vienen a ese cerro porque allí tenía una casa el Obispo Mariano Martí, donde solía descansar de su largo peregrinaje de visitas pastorales por todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela. Se le llamaba, pues, Cerro del Obispo por la casa del Obispo Martí. Luego de construida la cárcel, o de usada como tal, la designación de Cerro del Obispo, se desplazó a “Cárcel del Obispo”, mientras que las laderas, apretadamente habitadas por gente del pueblo, desde el propio sitio de la cárcel, conservan la designación simple de “Obispo”. Así la gente vive “en el Obispo”, o va “para el Obispo”, o de allí viene.

     No hemos podido dar con los datos precisos, y en el periodismo diario no hay tiempo de consultas detenidas, lo cual es una lástima. A la memoria de Gustavo Machado, veterano de todas las cárceles de Venezuela, hemos tenido que confiarnos para decir que fue probablemente cuando la huelga del 9 de junio de 1936, contra la ley Lara o ley de Orden Público, cuando se usó por primera vez este penal para presos políticos. Aunque –cosa curiosa– esa, la del Obispo, ha sido precisamente la única cárcel de Caracas que Gustavo Machado no ha pisado más que como defensor de otros presos.

     Cuenta Gustavo Machado, que el Obispo tuvo que ser usado porque habiendo sido demolida La Rotunda, en una acción popular que mucho recordó la toma de La Bastilla de París, se hacía necesario tener en algún lugar a los presos de delitos comunes que allí estaban cuando los muros fueron derribados por el furor popular. Así exonera Gustavo Machado al general Eleazar López Contreras de intención malévola al darle uso al Obispo.

     El caso es que, desde ese estreno, en la huelga de junio del 36, la Cárcel del Obispo se convirtió en sitio de detención para políticos. Tal vez con la sola excepción de Gustavo Machado, y de José Tomás Jiménez Arráiz, todos los dirigentes políticos del quinquenio 1936–1941, pasaron alguna temporada en el Obispo.

     Hay casos como el de Eduardo Gallegos Mancera, que estuvo dentro de sus muros en 1936, 1937, 1938, y luego en 1950, 1951 y 1952. Tal vez nadie acumule tantas temporadas en el Obispo como Eduardo, ni acaso tantos recuerdos gratos.

     Porque aunque eso de conservar gratos recuerdos de una cárcel, pueda resultar un disparate, la verdad es que quien vivió cárcel en Venezuela de 1936 a 1941, y de 1950 en adelante, no tiene más remedio que confesar que en las primeras temporadas aquello era una especie de club. La verdad es que se divertían en grande. Eduardo, que vive lleno de trabajo en el Concejo Municipal, estamos seguros que lo dejó con mucho gusto para referir algunas anécdotas que tuvieron por escenario el Obispo. Cuando él se encontraba allí sub-judice por los sucesos de la Universidad que condujeron a la muerte de Eutimio Rivas, estaba también preso un sujeto a quien llamaban “el loco Alvarado” y cuyo nombre completo no recuerda.

En junio de 1936, se estrenó la cárcel del Obispo con la detención de numerosos políticos, entre ellos, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Eduardo Gallegos Mancera y Ernesto Silva Tellería, entre muchos otros

En junio de 1936, se estrenó la cárcel del Obispo con la detención de numerosos políticos, entre ellos, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Eduardo Gallegos Mancera y Ernesto Silva Tellería, entre muchos otros.

     El famoso loco estaba preso porque había dado publicidad, junto con Rafael Calderón, primer Secretario General del Sindicato de Periodistas, a una especie de manifiesto en que proclamaba el tiranicidio como la única solución en Venezuela, llamándose naturalmente tirano al general López Contreras, cuando este país no había sabido lo que era un tirano.

     El caso es que Alvarado padecía cierta forma de megalomanía, sabrosamente descubierta por los eternos chaposos que se la estimulaban. Alvarado tenía su gabinete, pues le habían hecho creer que de la cárcel saldría en hombros del pueblo a ocupar la presidencia de la República, cuando se hubiera consumado el tiranicidio que él proclamaba. Dentro del gabinete era Eduardo su Secretario General y Gonzalo Barrios su Ministro del Interior.

     Cuenta que discutían los problemas venezolanos bajo la presidencia de Alvarado y una vez se combinaron con Ernesto Silva Tellería para que planteara el problema del petróleo. Eduardo soplaba al “candidato” las respuestas y cuando pomposamente expuso Ernesto el tema , el “candidato” vio a Eduardo que la apuntó: “Expropiación”. 

     Eduardo puso entonces de manifiesto todos los inconvenientes que podrían derivarse de la expropiación, incluyendo la falta de alimentos para Venezuela, y el petróleo expropiado, pero sin mercado. El “candidato” buscaba afanosamente la mirada de Eduardo y la respuesta, pero éste naturalmente se hacía el desentendido, dejándole a sus propias fuerzas.

     Y fue cuando el “candidato” aflojó su fórmula magnífica:

–Pues si no nos compran nuestro petróleo, tampoco les compramos sus papas podridas. . .

     Es curioso, pero el Obispo no es recordado con amargura por sus huéspedes de los años 30. Lo recuerdan hasta con simpatía, y todos acumulan chistes y recuerdos risueños. Gonzalo Barrios, por ejemplo, recuerda que el Alcaide Henrique Galavís, les llevaba él mismo los periódicos en la mañana, y ordenaba que les dieran café. Estaba precisamente junto con Eduardo Gallegos Mancera en la Biblioteca de la Cárcel, disponían de cómodos asientos, de refrescos, de comida que les llegaba de sus casas y de visitas.

     Eduardo, por ejemplo, dice que en el Obispo estaba cómodo en sus detenciones de 1936, 1937 y 1938; que estaban dos por calabozo, tenían periódicos, revistas, comida, visitas, amplia comunicación entre ellos, una hora de sol en la azotea, y el derecho de echar piropos por las rejas que daban a la calle. En cambio, en sus detenciones de 1950, 1951 y 1952, el panorama era totalmente distinto. Todo eran amenazas y malos tratos, alimentos manoseados en búsqueda de mensajes, encierro total, ratas, mal olor, hacinamiento de 7 y más en un calabozo, y toda suerte de males, incluyendo la promiscuidad con ladrones y homosexuales y con agentes de la seguridad camuflados de presos. La amenaza de llevarlos a “declarar” era constante. Tal vez por este contraste entre los dos Obispos recuerda Eduardo casi con nostalgia sus viejos tiempos de detenido crónico.

     Muchos de los 42 expulsados por López por decreto del 27 de febrero de 1937, habían estado antes y estuvieron en aquella oportunidad en el Obispo, de donde los sacaron para concentrarlos en el Garage de Palo Grande para de allí conducirlos al Flandre el 3 de marzo del mismo año, rumbo a México.

El 8 de enero de 1959, Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el piquetazo inicial para la demolición de la cárcel del Obispo, situada en El Guarataro, Caracas

El 8 de enero de 1959, Rafael Caldera, acompañado del entonces presidente de la Junta de Gobierno, Edgar Sanabria, dio el piquetazo inicial para la demolición de la cárcel del Obispo, situada en El Guarataro, Caracas.

     Aunque el decreto comprendía a 42, nos cuenta José Tomás Jiménez Arráiz, hoy Director de Gabinete del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, que solo unos 15 salieron del Obispo: Fernando Márquez Cairós, Valmore Rodríguez, Salvador de la Plaza, Inocente Palacios, Rodolfo Quintero, Jóvito Villalba, Hernani Portocarrero, Manuel Acosta Silva, Miguel Acosta Saignes, Carlos Irazábal, Manuel Corao, Raúl Leoni, Gustavo Machado salió del Rastrillo y José Tomás de la Comandancia de El Conde, donde también habían sido trasladados poco antes Gonzalo Barrios y Hernani Portocarrero, quienes se habían negado a fotografiarse para el pasaporte de expulsión.

     Precisamente la negativa de Hernani a dejarse fotografiar dio origen a que José Tomás inventara un “skecth” que recitaba él solo y que se llamaba “Hernani Portocarrero no ha muerto”, en el cual José Tomás hacía el papel de Hernani, del Cabo de Presos, de otros presos y finalmente de Jóvito Villalba en un discurso.

     Juan Oropesa, Jesús González, Carlos Rovati, Carlos Augusto león, Luis Hernández Solís, Rafael Martínez, a quien llamaban “Madera”, este murió hace algunos años. Escuriana, Jean Piaret, también salieron del Obispo rumbo al destierro, o habían pasado por allí alguna vez. Rómulo Betancourt, que visitó el Obispo varias veces, no puso ser detenido para expulsarlo hasta tres años después. Tampoco fue detenido nunca Alejandro Oropesa Castillo ni Juan Bautista Fuenmayor, comprendidos en el decreto de expulsión, pero que lograron permanecer en el país.

     Por entonces ya el Bachiller Castro operaba en el Rastrillo de la Policía, también frecuentemente visitado por los dirigentes políticos de la época, y se indignaba mucho de que Gustavo Machado fuera al Obispo en plan de defensor de los detenidos y no lo estuviera él.

     También los luchadores políticos contra la tiranía pasaron en su casi totalidad por el Obispo. Muchos de los que padecieron expulsión sin decreto de la dictadura estuvieron por lo menos una vez en el Obispo.

     Aquí mismo, dentro del recinto de “Últimas Noticias” y en la vecina “Esfera” muchos redactores han padecido detenciones en el Obispo. Miguel Ángel Capriles, presidente de la C. A. Últimas Noticias, estuvo preso allí, en la letra A, en 1955 durante 9 días. Por meses estuvo Manuel Trujillo y Heli Colombani (columnistas de “Últimas Noticias”) pasó dos largos años en aquel antro inmundo. Emiro Echeto La Roche, director de “Ultimas Noticias”, “gozó” también del Obispo en tres oportunidades cada una por varias semanas. Casi siempre se le detenía por titulares del periódico que le caían gordos a Pedro Estrada. Una de esas detenciones fue por un título cuando el alzamiento del 1° de octubre de 1952 en Maturín. Decía: “Rebelión en Maturín”. ¡El gobierno anuncia la sofocó en 24 horas! Lo que no le gustaba a don Pedro era el tamaño del título. . .

     A Miguel Ángel Capriles se le acusó de hacer “oposición camuflada” al régimen para aumentar la circulación de “Últimas Noticias” y de su revista “Élite”. Además –nuevo Hitler– Vallenilla le enrostró que era judío en nota de primera plana en “El Heraldo”.

     Oscar Yanes, director de “La Esfera”, también efectuó visitas forzadas al Obispo.

     Y yo tengo el dudoso honor de haber sido no solo la única política detenida allí en los años 40, sino de haber compartido celda con 68 prostitutas del Obispo renuentes al tratamiento antivenéreo. Lo peor es que se me detuvo porque el policía 737 me “echó” un piropo grosero y me devolví a verle la placa. Enseguida me acusó de “falta de respeto a la autoridad” y me raspó a la Comandancia, de donde me mandó al Obispo el Segundo Comandante por haberse afirmado “falta de respeto”.

     La cárcel del Obispo en trance de ser demolida es asiento hoy de ladrones, ebrios y escandalosos. Sin embargo, el contacto que tuvimos con algunos casos en nuestra visita, que ameritará una nueva información, revela que allí es necesario mientras se le demuela, una persona que tramite algunos casos humanos terriblemente dolorosos. Prostitutas que apenas tienen 17 años; hombres acaso privados de su libertad por error. Una trabajadora social podría estudiarlos.

     Mientras tanto, Venezuela celebrará con júbilo el día que la piqueta derribe ese monstruo de escarnio y de ignominia que es la Cárcel del Obispo, en cuyas listas de detenidos, si se conservaran, podría hacerse un censo de todos aquellos que en Venezuela han luchado y sufrido por la libertad que ahora disfrutamos, y que se ha conquistado al precio de tanto dolor”.

 

* La guariqueña Ana Luisa Llovera (1908-1999) fue una gran luchadora social, periodista y política. En 1941, participó en la fundación del partido Acción Democrática. Fue la primera mujer en juramentarse como diputado Constituyente (1946), así como la primera mujer presidenta de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP, 1960).

** Casi un año después de que Ana Luisa Llovera publicara su interesante artículo sobre la cárcel del Obispo, esta fue demolida, en enero de 1959. Hoy en su lugar existe un jardín de infancia

FUENTE CONSULTADA

  • Últimas Noticias. Caracas, viernes 25 de abril de 1958
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