La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

La Caracas religiosa de finales del siglo XIX

Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

Para el periodista estadounidense, William E. Curtis, la fachada de la Catedral de Caracas se asemejaba más a una cárcel o a una fortificación que a una iglesia.

     William E. Curtis nació el 5 de noviembre 1850, en Akron, Ohio, Estados Unidos. Entre las actividades que realizara en su vida destacan el papel como presidente del Departamento de América Latina y representante del Departamento de Estado para la Exposición del Gobierno de los Estados Unidos en la Exposición Universal de Colombia, en 1893.

     Curtis fue periodista y corresponsal de los periódicos Chicago Inter – Ocean y Record – Herald, así como autor de unos treinta escritos relacionados con sus investigaciones y viajes a la América del Sur.

     Además, se le considera como un factor fundamental en la creación del panamericanismo en Latinoamérica. En este orden, colaboró en la organización de la primera Conferencia Interamericana en 1889 y 1890. Se le ha descrito como un propulsor del comercio entre su país y América Latina antes de 1898. En sus escritos relacionados con la América hispana describió a sus integrantes como países que albergaban costumbres atrasadas y la necesidad de incluir en ellos nuevas técnicas que, por lo general, los latinoamericanos eludían.

     Durante los acontecimientos de 1898, Curtis dio su respaldo a la expansión territorial estadounidense. Sus escritos llevan la impronta civilizadora cuya misión estaba reservada a los Estados Unidos. Por tanto, la configuración de sus relatos sustentados en la diferencia y la igualdad hizo del panamericanismo una ideología imperial de transición.

     Entre sus obras se tiene Venezuela la tierra donde siempre es verano, publicada en 1896 en Nueva York. En cuanto a las diversas consideraciones que enlazó en la configuración que hiciese sobre Venezuela se encuentra el ámbito religioso.

     En uno de sus capítulos se puede leer el vinculado con la religión en Caracas. En este orden escribió que, al igual que otras ciudades suramericanas, la capital venezolana contaba con “un gran número” de ellas, “en franca desproporción con sus habitantes, y suficientes para un lugar tres veces mayor a su tamaño”. Sin embargo, en Caracas observó un contraste con las del resto de Latinoamérica que había conocido. De las caraqueñas aseguró, “no hay una sola que tenga una arquitectura elegante o que supere un aspecto algo más que ordinario”.

     Bajo estas consideraciones asentó que la denominada Catedral no merecía la importancia que a ella se le otorgaba, dentro de la jerarquía del sistema eclesiástico que representaba. Agregó que, si se le despojara del campanario, su parte exterior se asemejaría a una cárcel o a una fortificación, mientras su espacio interior “es tan desnudo y triste como un depósito”.

     Anotó que había sido edificada en 1641, luego de un fuerte movimiento sísmico. Sus paredes fueron entronizadas con un material resistente a los terremotos. “Por eso resistió la sacudida de 1812 que destruyó casi toda la ciudad, y probablemente dure la eternidad, a menos que algún presidente sea lo suficientemente patriota que ordene su demolición”.

     Expuso que el estilo de construcción de la catedral lo relacionaban con el toscano. Pero, para Curtis, no se podía determinar su estilo y menos determinar bajo que corriente artística ubicarla, porque no guardaba parecido con ninguna construcción existente. De ella puso a la vista de sus lectores que, en lo alto del campanario se había instalado una estatua que representaba la fe, “una figura gentil que mira hacia la plaza principal de la ciudad, imperturbada ante el fragor de un juego de agrietadas campanas que emiten los sonidos más tristes que puedan imaginarse, y que, incluso, repican a los cuartos de hora del reloj”.

En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

En septiembre de 1876, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor del presidente Antonio Guzmán Blanco quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

     También sus repiques servían para mantener despiertas a las personas “dando los cuartos de hora del reloj”. De igual manera, las campanas llamaban a misa a partir de las cinco de la mañana y los domingos y los días santos, “que son unas tres veces por semana”, continúa el repicar hasta las horas de la tarde, “de modo que a los que estén acostumbrados a la tranquilidad les cuesta seguir durmiendo en Caracas al llegar la mañana”. Sin embargo, pudo constatar que a los vecinos de la ciudad no parecía causarles mayor molestia su sonido a lo largo del día como tampoco las del amanecer.

     Del interior de la Catedral indicó que era oscuro, que se asemejaba con una bóveda más que a un lugar de culto, “pues es una nave larga, penumbrosa y estrecha, que parece en realidad más estrecha de lo que es por las dos filas de columnas anchas que sostienen el techo”. Describió que el altar se encontraba en el centro del recinto. La mitad de la iglesia era lo suficientemente espaciosa para cualquier ocasión. Aunque raras veces se lograba llenar todo el espacio, sólo en los días de la Semana Mayor y otros eventos de importancia. “A un lado, hay una fila de naves, cinco en total, como los dientes de un serrucho cuya hoja fuera la galería principal”.

     En cada una de las naves estaba instalada una capilla. Sólo una de ellas estaba arreglada con elegancia, pero las demás estaban vacías. Escribió que todas las iglesias gozaban de la protección gubernamental. Esto se había generaliza desde 1876 cuando Antonio Guzmán Blanco decidió cambiar las reglas del juego en la relación Estado – Iglesia. 

     Sumó a estas consideraciones que la mayoría del clero simpatizó con los Conservadores. En este orden de ideas, contó que Guzmán había expulsado los miembros de la Compañía de Jesús, entre quienes se contaban la mayoría de simpatizantes del conservadurismo venezolano. Hizo lo propio con otros integrantes de congregaciones distintas, así como también con las monjas.

     Rememoró que el Capitolio que conoció había sido uno de los conventos más grandes de Suramérica. Igual pasó con otros conventos y lugares pertenecientes al clero. Una gran proporción de bienes de la iglesia fueron pasados a manos del gobierno y éste les dio un destino diferente de lo que habían sido usados hasta el momento. En efecto, para septiembre de 1876 el arzobispo fue expulsado del país, al negarse a oficiar una misa a favor de Guzmán quien, enfurecido, resolvió enviarlo fuera del país y tomar todas las instalaciones eclesiásticas.

     Curtis reprodujo el mensaje de justificación emitido por Guzmán donde éste razonó su acción contra la iglesia católica. En algunos de sus fragmentos se puede leer que el Ilustre Americano declaró a la Iglesia venezolana independiente del Episcopado Romano. De igual manera, exhortó a los integrantes del Congreso a que establecieran un marco legal en el cual se amparara el nombramiento de los sacerdotes parroquiales por parte de los fieles a la iglesia católica, los obispos debían ser nombrados por los rectores de las parroquias y los arzobispos por parte del Congreso, “volviendo a los usos de la iglesia primitiva, fundada por Jesús y los Apóstoles”.

     De acuerdo con Curtis esta acción del gobernante Guzmán Blanco provocó un conjunto de sentimientos y respuestas en toda Suramérica. Por otro lado, comentó que las iglesias elegantes de Caracas estaban destinadas a la devoción de Nuestra Señora de la Merced y a Santa Teresa. De esta señaló que había sido construida bajo patrones estilísticos modernos, con proporciones arquitectónicas adecuadas. “Como está construida en el sector de la ciudad donde residen los más acaudalados, está frecuentada casi siempre por casi toda la aristocracia”.

La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

La única iglesia que restauró Guzmán Blanco, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa.

     Pasó de inmediato a describir que la Madre de la Merced era la santa patrona de las vírgenes. “En toda la América hispana éstas celebran su aniversario”. Expuso que, en algunas localidades, una procesión de mujeres jóvenes se dirigía a la iglesia en su día conmemorativo. De igual manera, era adornada con lirios, “la flor que ha sido escogida como el ideal de la pureza”. Señaló que en otros lugares existía la “hermosa costumbre” entre las novias de arrodillarse, la noche previa al acto nupcial, ante el altar dedicado a la Santa Mercedes y pedir la bendición de la Santa Inmaculada. En otros sitios las jóvenes casamenteras escribían cartas y las depositaban en su altar. Esperaban que los sacerdotes las devolvieran a los padres y en espera de que sus peticiones fueran cumplidas. “Estas costumbres han caído en desuso en Caracas, aunque aún se pueden observar en algunas ciudades del interior”.

     Para reafirmar sus consideraciones agregó que, no había en todo el país una ciudad de considerable dimensión alguna iglesia en la que no se honrara a una Santa patrona de tanta popularidad. De seguida, estampó que Santa Teresa estaba situada en un lado opuesto a la ciudad y que sus feligreses eran personas de alcurnia. Era la iglesia a la que asistían los familiares y parientes de Guzmán Blanco. En este recinto observó un cuadro en el que estaba representada la figura de Guzmán Blanco entre los Apóstoles, “como Napoleón I entre los santos y mártires de la gran Catedral de Milán.

     La única iglesia que restauró Guzmán, durante su gestión gubernamental, fue la de Santa Teresa. Por otro lado, expuso que existían en la ciudad varias instituciones de caridad, como asilos y hospitales. Según la percepción de Curtis, estaban bien administradas y mantenidas y cuyo funcionamiento contaba con la colaboración de los feligreses y del propio Estado. Escribió que el Hospital General era uno de los mejores de la América del Sur. Los cementerios eran denominados Campo Santo, para Curtis una novedad.

     Observó que, en toda la ciudad, las iglesias, hoteles y edificios públicos tenían instaladas unas pequeñas cajas de hierro adheridas a las paredes exteriores, en especial, las de mayor tránsito de personas y que tenían escrito: “Dios bendiga las manos de los que aquí depositen una limosna para los pobres y enfermos”.

     La administración de los hospitales y otras instalaciones de caridad estaban bajo la responsabilidad de funcionarios nombrados por el presidente de la república o por el Ministerio de Instrucción Pública. Aunque cuando Rojas Paúl fue presidente se llevó a cabo una reforma y algunas monjas ocuparon la dirección de estas instituciones de benevolencia.

     Los individuos vinculados a la iglesia se vieron en la necesidad de cursar estudios en la Universidad Nacional cuya manutención estaba a cargo del gobierno. Curtis destacó que ellos eran blanco de ataque por las doctrinas asumidas por los catedráticos de la universidad. A pesar de los pedimentos a favor de la instalación de un lugar para la formación de sacerdotes no tenía la venia en la sociedad de letrados en Venezuela. De igual manera destacó que en la prensa escrita, “los curas son blanco de burlas y de escarnios, la mayoría de las caricaturas de los periódicos cómicos aluden a sus defectos y flaquezas, y los ingeniosos del país no dejan de hacerlos el blanco de su humor”. Del obispo de Caracas escribió que nunca lo vio solo por las calles y que siempre estaba acompañado de alguna persona, “ni siquiera cuando sale a caminar”.

     De la iglesia de San Francisco escribió que era un edificio extravagante. Era una edificación cercana a la universidad y que había servido tiempo antes de claustro para los monjes que lo ocupaban. Era el lugar destinado para que los miembros de la tropa del ejército oyeran la misa a tempranas horas del día domingo.

Boletín – Volumen 105

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BOLETINES

Boletín – Volumen 105

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Para este número correspondiente a 1 de agosto de 1922 se inicia con “Situación mercantil” (Pp. 1639-1641), sección en la que se informa sobre los síntomas de desaliento por la crisis que se venía padeciendo a raíz de la Guerra, aunque se presentaron cifras prometedoras de recuperación. A continuación, “La iluminación de las costas de Venezuela para el servicio de la navegación” (Pp. 1641-1645) está dedicado a un proyecto presentado por una corporación internacional al gobierno de Venezuela. Desde la redacción del Boletín se aseguró la conveniencia de aceptar la proposición en lo referente a la instalación de nueve faros, sin embargo, las torres en las que se sostendrían no eran convenientes, porque se pensaba hacer con acero, mejor sería mampostería o concreto. Por otro lado, la energía con la se alimentaría la luz de los faros sería de gas acetileno disuelto. En este orden, se informó que el costo de su instalación alcanzaba el valor de 1.494.792 bolívares que para quien suscribió el informe, Germán Jiménez, podría ser menor.

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     Más adelante, “A los productores españoles – el Congreso de Residentes Españoles en América” (1646-1648), en que Francisco Grandmontagne expone la necesidad de participar en los eventos que se llevarían a cabo a propósito de la “Fiesta de la Raza”, así como la necesaria participación de españoles dedicados a actividades comerciales y económicas en América.

     Le sigue, “Noticias sobre agricultura y cría en Guayana” (Pp. 1648-1649), “Exportación de balatá por ciudad Bolívar” (Pp. 1649-1650), “El petróleo y el asfalto en Venezuela” (Pp. 1650-1655) artículo preparado por Arthur H. Redfield, perteneciente a la oficina geológica de los Estados Unidos, en que su autor hace referencia a las potencialidades petroleras de Venezuela y las dos zonas oleíferas, el Lago de Maracaibo y las costas del Golfo de Paria.

     Se presenta a continuación “Concesiones privilegiadas otorgadas con intervención del ministerio de Fomento” (Pp. 1655-1657), donde se informa acerca de las franquicias y prerrogativas concedidas por el gobierno nacional a la fabricación de muelles y líneas férreas.

     Continúan los apartados de la obra de C. H. Haring titulada El comercio y la navegación entre España y las Indias en época de los Habsburgo, esta vez el Apéndice “La Casa de Lonja” (Pp. 1657-1662).

     En “Sección de correspondencia” (P. 1663) se pueden leer propuestas de intercambio comercial desde Italia, Francia y Alemania. Al final los cuadros: “Café y cacao exportados por La Guaira en junio de 1992”, “Comercio de café en Maracaibo en junio de 1922”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en junio de 1922”, “Valores de las Bolsas de Caracas y Maracaibo en julio de 1922” y “Tipos de cambio en Caracas en julio de 1922”.

Más boletines

Boletín – Volumen 72

Apuntes sobre la riqueza mineralógica de Venezuela.

Boletín – Volumen 122

Para esta edición correspondiente al primero de enero de 1924 sus editores presentaron una salutación por el nuevo año que recién iniciaba.

Boletín – Volumen 156

Abre la edición, página 3469, con “Nuevos miembros de la Cámara”.

La conspiración Savelli Maldonado

La conspiración Savelli Maldonado

Relato fiel de una aventura que comenzó en el “Kilómetro 133” (estado Guárico) y terminó en “Villa Augusta” (Caracas). El general José María Castro León títere del perejimenizmo. Rafael Leonidas Trujillo “el gran acusado”. Un hermano de Carlos Savelli Maldonado, Emiliano, fue un conocido piloto de Viasa que falleció trágicamente en el accidente aéreo de Grano de Oro, en Maracaibo, en 1969.

Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

     Agazapado en el fondo de un closet que iba a resultar su último refugio, el impetuoso Carlos Savelli Maldonado (1929-2021), tuvo escasos minutos para reflexionar. Allí, acosado por sus pensamientos, debió revivir los momentos culminantes de su cruel aventura, mientras en sus oídos retumba el eco de los últimos disparos. Con cada ruido acechado, con cada pisada, debió escuchar el latido isócrono de su corazón apresurado. Y en espera de la mano férrea del policía que se le echaría dentro de poco encima para arrancarlo del fondo de su improvisado escondite, vería desfilar por su mente afiebrada las imágenes de escarnio y espanto que se propusiera con la realización de su tenebroso plan. Dos ojos, cuatro, mil, diez mil pares de ojos les estarían entonces mirando fijamente. Brazos, cabezas rotas, despojos sangrantes de inocentes víctimas de su furia implacable, se revelarían en las sombras de la oquedad donde creyó encontrar ilusorio refugio.

     La pequeña historia suya tuvo como todas, un comienzo.

     Hijo de una familia caraqueña, ex-alumno de una Academia Militar, creyó encontrar cauce al fuego que le anima en el estudio de una disciplina universitaria; terrateniente, reaccionario, ambicioso, su espíritu conformado por una ideología de tipo corte anárquico y fascistoide, entró en rebelión con el ascenso al poder de las fuerzas democráticas y vino a hacer crisis con el anuncio de una reforma agraria profunda, capaz de desquiciar a su clase rezagada y feudal, de su fundamento económico. Escribió uno, dos, tres y hasta diez artículos contra el propósito que comenzara a alentar en los grupos progresistas del país. Y decidió pasar a la acción desde el parapeto de la Cámara Agrícola donde encontró tribuna, recursos y respaldo para poner en marcha sus intentos de sabotaje. Utilizó el arma de la demagogia y sembró la discordia en algunos sectores campesinos.

Se alza el telón: Jaramillo hace resistencia armada

     En el Kilómetro 133, donde se cruzan los caminos del estado Guárico y Anzoátegui, se levantó el telón que iba a revelar a las autoridades la magnitud del peligro que se había cuidadosamente incubado. Rafael Jaramillo, mayordomo de hacienda, al frente de una turba ebria de alcohol, hizo frente a una comisión de la Digepol. Incendió el vehículo en que se transportaba y puso en fuga a los agentes, internándose de inmediato él mismo en la intrincada y vecina selva de Tamanaco.

     Con las noticias de la descabellada acción de Jaramillo vinieron a la prensa los primeros informes sobre éste. Varias cartas suyas provenientes de los archivos oficiales pusieron de relieve que se trataba de un simple soplón de la dictadura perezjimenista. El prófugo, con la complicidad de sus amigotes, pudo evadir la acción combinada de la Guardia Nacional y de la policía que activó su búsqueda desde el mes de septiembre del año pasado.

Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

Terrorismo en Caracas

     Octubre trajo a Caracas una novedad en los métodos golpistas: el terrorismo. En diversos sitios de la ciudad estallaron numerosos petardos y la alarma cundió prontamente.

     La activa acción policial, animada por el apoyo popular, iba a dar prontamente con los autores intelectuales de la conspiración que se fraguaba. Fue entonces cuando cayó por primera vez Carlos Savelli Maldonado, quien, al sobornar a un agente encargado de custodiarlo en el retén de la “Casa Gris”, llenó de titulares y por primera vez las planas rojas de los periódicos. A su fuga siguió un espectacular asalto y robo de los archivos de la Cámara Agrícola, trinchera de lucha de Savelli.

     Con exilio dorado para algunos cuantos instigadores intelectuales, la autoridad creyó resuelto el dilema. Pero he aquí que, una nueva y audaz acción del golpismo iba nuevamente a despertar a la policía de un presunto nirvana: en noviembre el general (r) Néstor Prato, exgobernador del Zulia y enjuiciado entonces por la Asamblea Legislativa de aquella entidad, escapó de la Cárcel Pública de Maracaibo en connivencia con agentes exteriores. Volvió a reinar el desconcierto y las fuerzas populares comenzaron por señalar ineficacia en las autoridades policiales.

Castro León se mueve como un péndulo

     Fue para entonces cuando el general (r) Jesús María Castro León se decidió a dar un nuevo rugido escribiendo su insolente carta al presidente de la República, que concluía invitando a sus compañeros de armas a seguirle en sus planes aventureros. Un consejo de guerra le expulsó del Ejército, pero Castro León ya había decidido jugarse su carta.

     Dos aviadores cubanos mercenarios sobrevolaron Curazao y arrojaron panfletos con la carta de Castro León. La trama estaba inspirada y convenientemente pagada por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Holanda, en evidente gesto hostil, no retuvo a los aviadores y uno de estos viajó a Santo Domingo. El otro se fue a Miami.

     Desde entonces el eje Miami–Santo Domingo–Nueva York se puso al descubierto. Castro León, tras entrevistarse en Europa con Vallenilla Lanz y Pedro Estrada, viajó a los Estados Unidos con el fin de radicarse allí. En Miami se entrevistó por dos ocasiones con Pérez Jiménez y en Nueva York se estableció la cabeza intelectual de la gran conspiración, un fondo común, cercano al millón de dólares estaba puesto a la disposición de ella.

     A comienzos de diciembre otra espectacular noticia iba a conmover a los venezolanos: un grupo de siete militares venezolanos exilados, a cuya cabeza se hallaba el exministro de guerra del dictador, Oscar Mazzei Carta, fue atrapado infraganti por la policía mexicana, momentos en que se disponía a tomar un barco rumbo a Venezuela.

El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

El drama de la “Villa Augusta”

     Concluían los festejos tradicionales para recibir el nuevo año, cuando hizo su reaparición el fantasma del terrorismo. Petardos de relativo poder explosivo estallaron nuevamente en todo el ámbito de la ciudad. Todos ellos parecían colados con un propósito definido: crear alarma a fin de provocar el natural ablandamiento de la población civil. Las fuerzas populares respondieron inmediatamente poniendose en pie de guerra: los partidos y la prensa pidieron enérgica acción al gobierno. Los organismos económicos y de la producción reiteraron su apoyo al gobierno y una noticia feliz vino a poner una nota de optimismo en el agitado panorama: Rafael Enrique Jaramillo finalmente había caído en poder de la policía.

     Los diarios anunciaron que el prófugo había cantado como un canario y ello pareció desesperar a los terroristas que pasaron entonces a realizar acciones de mayor alcance y riesgo. Allí parece que estribó un gran error. Una bomba de especial poder explosivo reventó la tubería mayor que surte a la urbanización Las Mercedes. Otra estalló en una estación eléctrica de Bello Monte. Cargas explosivas estallaron sucesivamente en las casas de habitación del diputado Luis Miquilena y el senador Alberto Ravell.

     Pero ya para entonces las pesquisas habían dado con la “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, suerte de fortaleza de dos pisos, de estilo antiguo y aparentemente dotada de instalaciones especiales para su defensa. Allí, tras un intenso tiroteo donde iba a caer abaleado el funcionario de la Digepol, Héctor Rivero, sería finalmente capturado Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, dueño de la residencia, su hijo Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello. Otros complicados habían sido apresados anteriormente: dos españoles, Manuel Malaguer y Domingo Vásquez, Pedro Aponte, César Augusto Lorenzo, Ramón Antonio Pérez Muñoz, Flor Pérez Muñoz, José del Carmen Crávez, Juan Pares, Nicomedes Febres Moretti, Jesús María Cardona, Carlos Bianchi Ferrero, Otto Pereda Pernía y Manuel Antonio Bogan. La Embajada de Nicaragua dio asilo a un prófugo: Luis Rivodó, mientras otro detenido José Eloy Durán conduciría a pistas seguras.

¿Cuántos han conspirado en la “Augusta”?

     La “Villa Augusta” donde Savelli y sus compinches soñaron encontrar perfecto refugio, tiene una larga historia de conspiraciones. Rafael María Zambrano, su propietario, capataz de presos en las carreteras de Gómez y llamado por sus íntimos el “Coronel”, vio acrecentar con largueza sus bienes económicos al amparo de la dictadura perezjimenista. En su casa se reunieron para fraguar acechanzas contra el régimen entre los años 1945 y 1948, Julio César Vargas, Rafael Simón Urbina, Carlos Pulido Barreto y otros personajes. Allí retumbo con odio el nombre del coronel Carlos Delgado Chalbaud y no f alta quien afirme que en sus pasillos se realizó la conjura del asesinato contra éste.

     La policía ocupó en “Villa Augusta” valiosa documentación. Cartas de Pérez Jiménez para Zambrano desde Miami, ofreciéndole consejos y señalándole la ruta a seguir para coronar con éxito la aventura golpista: “Al principio, no pongan partidarios míos en el nuevo Gobierno”, le escribía Tarugo.

Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

Savelli llevaba un “Diario”

     Pero otros documentos fueron a dar a manos de las autoridades: Un “diario” valiosísimo y minucioso de Carlos Savelli Maldonado iba a poner al descubierto todos los detalles de la conspiración. Su sola lectura debió llenar de estupor a los generalmente fríos técnicos de la policía.

     Los planes comprendían atentados contra dirigentes del Gobierno; contra periódicos, muerte violenta a numerosos periodistas, contra estaciones de radio, instalaciones industriales y puntos vitales de la ciudad, como las vías principales de acceso a la capital, el Túnel de la Avenida Bolívar, los puentes de la autopista Caracas-La Guaira; bloqueo y masacre de estudiantes en la Universidad Central, actos de sabotaje y terror. Los dirigentes de los partidos y sindicatos, de la industria, comercio y actividades agrícolas que han respaldado al gobierno serían llevados al Velódromo de “La Vega”, donde serían rápidamente asesinados.

 

Con las flores, la dinamita

     Simultáneo con la caída de Savelli Maldonado, la policía ocupó una fábrica de bombas en la última calle de la urbanización Bello Monte, paralela con la autopista del Este. Allí cayó el fabricante Asdrúbal Araujo, ex-sargento técnico, y se reveló entonces que Luis Nouel, dueño de la floristería “Bello Monte” – espía dominicano, introducido al país por Trujillo – se encargaba de distribuir los explosivos de dinamita en vehículos del establecimiento y convenientemente escondidos, bajo los ramos de flores.

     La prensa señaló por su parte que un grupo de militares, entre ellos el Capitán de Navío Eduardo Morales. Luego, había sido detenido y enviado en un barco de guerra rumbo a “La Orchila”, donde actualmente funciona una instalación de las fuerzas navales.

¿Ha caído el telón?

     En su discurso del día 21 en la noche, el presidente de la República reveló que las autoridades habían debelado el golpe y que sus autores serían enjuiciados a fin de que los tribunales impusieran el castigo que corresponde a sus graves delitos. Al mismo tiempo indicaba que el grupo de militares era pequeño y de escasa relevancia en cuanto atañe a posiciones de mando.

     Así parece haber caído el telón sobre “la conspiración de Savelli”.

     Pero, ¿realmente “la comedia es finita”?

     Numerosos cabos, al parecer, quedan aun danzando. ¿Volverá, pues, a levantarse el telón para un nuevo acto? Los días futuros habrán de decir ciertamente si hemos de contemplar un epílogo.

FUENTES CONSULTADAS

Venezuela Gráfica. Caracas, 29 de enero de 1960.

    La vieja carretera de Caracas – La Guaira

    La vieja carretera de Caracas – La Guaira

    Camino indio, génesis de la carretera Caracas-La Guaira.
    Camino indio, génesis de la carretera Caracas-La Guaira.

         En aquellos remotísimos tiempos, en la edad de piedra, que ni siquiera la historia los señala con exacta precisión, cuando comenzó a haber señales de vida sobre la tierra y surgió la especie humana, antes de compactarse sus integrantes en comunidades solidarias, anduvieron sin rumbo fijo por todos los parajes hurgando aquí y allá en afán exploratorio para acomodarse donde mejor le conviniera. Sus plantas andariegas fueron abriendo sendas, veredas, caminos que llegaron a ser los primeros ensayos de vinculación y de acercamiento entre las razas.

         Así pues, la planta humana y el hacha de piedra fue aplastando la hierba, apartando la paca y tumbando el obstáculo del árbol en el boscaje espeso para avanzar por la pradera y la selva, ascender hacia las altas montañas y bajar a los valles donde detendrían su marcha. Allí al principio se asentaron las tribus y posteriormente los pueblos, las aldeas y las ciudades.

         Como consecuencia de esa movilidad, de esa inquietud viajera, nacieron los primeros caminos a la corteza del planeta, canales necesarios por donde comenzó a correr impetuoso el río del progreso y de la solidaridad entre los hombres, que ya no se detendría jamás pese al odio a la ambición y al egoísmo que también nacerían en su espíritu a medida que se iban haciendo más exigentes, es decir, mayormente “civilizados”. Por eso vemos que cualquier sendero por más insignificante que parezca o por más anónimo y escondido que esté, simboliza un hito en la historia, leyenda, tradición, episodio evocador que le da vigencia de vid en el tiempo.

         Hoy traeremos a la curiosidad del lector como estampa evocadora de ese ayer siempre emotivo, la ligera y breve historia del lejano camino indio, génesis de la antigua carretera Caracas-La Guaira, especie de cordón umbilical que ha unido en el tiempo y la distancia el valle hermoso y la cercana costa del mar.

    Caminito de los indios

         Los belicosos guerreros caribes anduvieron por las aguas de ese mar que heredaría su nombre en canoas y piraguas en un constante deambular a través del archipiélago de islas antillanas. Unas veces las tribus guerreaban entre sí y otras atacaban a las naciones cobrizas de tierra firme en la de piratería o de conquista. En una de esas periódicas incursiones recalaron a nuestras costas frente a los rojizos acantilados del cálido paraje Huaira.

         Pero sin detenerse a pensar que eran hombres de mar, treparon con sus plantas desnudas la serranía cubierta de neblinas y de lloviznas hasta caer al hermoso valle del Catuchecuai, llamado también de los Caracas. La pica abierta por la planta caribe a lo largo de los repechos y hondonadas del murallón cordillerano, sería la primera vía de comunicación que pondría en contacto al valle con el mar.

         El caribe que abría una senda para llevar a las alturas montañosas su propia conquista no pensó que había abierto una brecha para que siglos más tarde a su vez los demonios blancos penetraran a sus dominios y se los disputaran con fiereza.

         Por medio del angosto camino indígena zigzagueante entre la caprichosa maraña de la salvaje jungla, se harían firmes las bases de la conquista española en esta zona central del territorio venezolano.

    Bajo la administración del presidente Antonio Guzmán Blanco se iniciaron los trabajos de ampliación de la nueva vía Caracas-La Guaira, en 1873.

    Bajo la administración del presidente Antonio Guzmán Blanco se iniciaron los trabajos de ampliación de la nueva vía Caracas-La Guaira, en 1873.

         Así como habían llegado los caribes por la senda abierta y ancha del mar a los acantilados del paraje Huaira y luego por las cuestas empinadas al hermoso valle de Catuchecuai, también lo harían por esa misma ruta los otros conquistadores.

         El mestizo Francisco Fajardo con el instinto de su sangre española mezclada con la india, descubrió muy pronto, después de fondear sus canoas frente a los rojizos acantilados, que el caminito caribe lo llevaría también muy pronto al valle del otro lado de las serranías.

         Llegan posteriormente Luis de Narváez, Juan Rodríguez, Suárez, Diego de Losada. Se enciende la guerra entre el arcabuz y la macana, entre la espada y la flecha y los blancos a caballo y los indios a pie transitan una y otra vez por el camino en un ir y venir del valle a la orilla del mar y viceversa. La emboscada y la sorpresa toman desprevenidos a los guerreros de ambos bandos y los pedruscos y yerbajos de la senda estrecha quedan salpicados de sangre y sembrados de esqueletos.

         Procedentes de España otros hombres vienen a reforzar a los fundadores de Santiago de León y de San Pedro de La Guaira, el puertecito asentado en la angosta franja, donde las olas baten con fuerza y es defendida por un cinturón de fortalezas. Tales defensas no son obstáculo para el pirata Amyas Preston y sus feroces seguidores, quienes logran tramontar también la montaña aprovechándose de las ondulaciones, vueltas y hondones del camino y entran a la ciudad que saquean sin miramiento. Regresan luego por la misma vía en busca de sus bajeles de muerte. Entonces el sendero que apenas se había dibujado al comienzo como un réptil alargado y modesto se hace ya más ancho, destacándose mejor su silueta metida entre las verdes lomas, resplandeciente a los rayos del sol o a la pálida luz de la luna.

         Para todos fue amable y cordial este camino, aun cuando a veces su polvo sus neblinas y paisajes recogieron la tristeza, el dolor y el desengaño de no pocos viajeros que dejaron la Patria con nostalgia. A finales del siglo XVIII y principios del XIX, el destino le tendría reservada otra misión a este camino.

     

    Del mar vienen las nuevas ideas

         Los ecos libertarios de la Revolución Francesa iban llegando a través del mar a las tierras americanas. Cuando los barcos españoles fondeaban en nuestras costas, libros y panfletos revolucionarios eran introducidos de contrabando ante las mismas narices de las celosas autoridades reales. Y allí quedaba una parte de ellos en los escondites del puerto guaireño para servir de manjar a mucha gente y el resto con precaución era llevado a lomo de mula o en las alforjas del viajero por el empinado y sinuoso camino hacia Caracas.

         Además, muchos varones ilustres de la clase criolla traían de Europa en sus mentes despiertas un apreciable bagaje de las nuevas ideas. También se podría llamar a esta senda gloriosa, el camino de los conspiradores. El que recogió los sueños y las inquietudes generosas de Gual y de España, del joven Bolívar, del impetuoso Ribas y de toda esa legión de nobles corazones venezolanos que trajinaron sin desmayo por el polvo del camino de La Guaira a Caracas para estructurar el movimiento iniciado el 19 de abril de 1810.

    La "Nueva" Carretera Caracas - La Guaira de 27 kilómetros construida durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez, entre 1911 y 1924.

    La «Nueva» Carretera Caracas – La Guaira de 27 kilómetros construida durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez, entre 1911 y 1924.

    Se vuelve carretera el camino

         El proceso evolutivo en marcha tuvo que llegar a la carcomida estructura colonial de la Venezuela republicana. Caracas, su capital, creía y aspiraba a tener un acceso más fácil y expedito al mar. Por él habían llegado las ideas que le dieron contenido social a la Revolución, por él también debía realizarse un intercambio comercial más intenso. Ya notaba como un anacronismo los arreos de burros trepando en fila india por el caminito estrecho para abastecer a la ciudad o para depositar los productos de las campiñas cercanas Caracas en los galpones del puerto de La Guaira.

         La solución había de ser una carretera amplia y bien trazada que le diera paso a la carreta y al coche eliminando en parte los arreos y el penoso andar a pie del viajero. Bajo la administración del presidente Antonio Guzmán Blanco se iniciaron los trabajos de la nueva vía en 1873, que finalizaron cuatro años más tarde. 

         Fue ciclópea esta labor, ya que el hombre no contaba entonces con modernas maquinarias para abatir la roca y nivelar los caprichos de una topografía de montaña con abismos y riscos peligrosos a los lados. El pico y la pala en las manos de las cuadrillas de obreros dirigidos por recios capataces, convirtieron al fin el tradicional senderillo aborigen en una carretera de mucha importancia para aquella época.

         Entonces el movimiento de carruajes a tracción de sangre con carga y pasajeros fue un medio pintoresco de movilizarse y estimuló al progreso económico. Surgieron a los recodos y curvas de la carretera, posadas y viviendas, granjas y paradores y los nombres tradicionales de Curucutí, Guaracarumbo, Pedro García, Ojo de Agua, Blandín, Plan de Manzano, Boquerón, se hicieron aún más familiares, más vigentes en la evocación y en el recuerdo.

     

    La carretera vieja

         Las polvaredas que levantaban a su paso los coches y carretas en la vieja carretera guzmancista se hacían cada vez más insoportables y además las lluvias tan frecuentes en la zona producían derrumbes peligrosos. Se hizo necesario entonces hacerle a la vía ya muy transitada, defensas, desagües, alcantarillado, puentes y eliminarle algunas vueltas innecesarias. Además, era preciso remozarla con la innovación del piso de macadam. Juan Vicente Gómez llevaría a cabo esta nueva obra. Sería el punto de partida para la iniciación de un plan más ambicioso de construcción de carreteras en el país.

         Ahora el roncar de los motores y el sonido de bocinas herían la soledad de aquellos pintorescos parajes. Automóviles y camiones cruzaban raudos por los 35 kilómetros que separan y unen a Caracas con La Guaira.

         Época romántica e inolvidable con sus viajes al puerto, los paseos al balneario de Macuto, a los baños tradicionales de Maiquetía, a todas esas playas del litoral bajo la sombra grata de sus palmeras.

         La autopista moderna y fastuosa acortando a la mitad la distancia y a una cuarta parte el tiempo del trayecto, no desplazará jamás la vieja carretera, que sigue siendo una vía transitada por mucha gente, sobre todo por quienes gustan de admirar los paisajes y descansar en las vueltas del camino para respirar el aire puro de los montes. Es actualmente la vieja senda tan amada de Caracas, una típica carretera de turismo y de emergencia también, cuando llegue a fallar la autopista.

    FUENTE CONSULTADA

    • Venezuela Gráfica. Caracas, 25 de marzo de 1960

    Boletín – Volumen 104

    Boletín – Volumen 104

    BOLETINES

    Boletín – Volumen 104

    Sinopsis

    Por: Dr. Jorge Bracho

         Esta edición del primero de julio de 1922, en su página 1607, abre con “El juramento presidencial”. Ante la toma de posesión y nombramiento de ministros se puede leer: “La organización actual es fianza segura de la continuación en el país del orden, la estabilidad y el progreso”. Entre las páginas 1607 y 1610 está incluido “Situación mercantil” donde se expresó que, luego de la expectativa política “la situación mercantil sigue su curso normal”.

         Un escrito, refrendado por S. R. García González, da a conocer las potencialidades que tienen para la industria algunos ríos del estado Trujillo, en “Los Andes. Sus energías hidráulicas. Hoyas del estado Trujillo. Ríos Boconó y Burate. Importancia del distrito Boconó” (Pp. 1610-1611). De seguidas, “El paludismo en Venezuela” redactado por el médico de un asentamiento petrolero, Mené Grande, Leopoldo García Maldonado quien refiere asuntos relacionados con la “terrible enfermedad” (Pp. 1611-1619).

         A continuación, “Apuntaciones sobre balatá, corozo y apicultura”, en que su autor, Félix Aune, comerciante radicado en Tucacas, proporciona algunas consideraciones para el aprovechamiento de recursos naturales y así alcanzar el progreso económico de distintas localidades venezolanas (Pp. 1619-1620). 

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         Le sigue otro capítulo de la obra de C. H. Haring correspondiente a la segunda parte de “Naos y navegantes” (Pp. 1620-1631). En la página 1632, “Estadística de ganados del estado Yaracuy”. En la 1633, “Comunicación radiotelegráfica con el exterior” referido a la tarifa aprobada por el uso del cable inglés. Entre las carillas 1633 y 1634 se encuentran insertos los cuadros: “Comercio de café en Maracaibo en mayo de 1922”, “Café y cacao exportados por La Guaira en mayo de 1922”, “Comparación de la deuda de Venezuela con las de otros países latino –americanos en la Bolsa de Londres en abril de 1922”.

         En la página 1634 en “Situación mercantil en Barinas” se presenta la difícil situación comercial que atraviesa esta localidad llanera y que se adjudicó a la baja de precios del ganado vacuno.

         De la página 1635 a la 1638 se publicaron los siguientes cuadros: “Valores de las Bolsas de Caracas y Maracaibo en junio de 1922”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en mayo de 1922”, “Importación y exportación de Venezuela en 1921” y, finalmente, “Tipos de cambio en Caracas en junio de 1922”.

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    En el mes de setiembre hubo mayor movimiento mercantil por causa de la proximidad de las cosechas.

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