La Planta “El Encantado”, Monumento Nacional

La Planta “El Encantado”, Monumento Nacional

Gráfica de la instalación de la planta eléctrica El Encantado, en 1896.

Gráfica de la instalación de la planta eléctrica El Encantado, en 1896.

     En el II Congreso de Ingeniería Eléctrica y Mecánica, celebrado en Maracay, estado Aragua, en febrero de 1956, el gerente del departamento comercial de la Electricidad de caracas, doctor Mario A. Aldrey, propuso, en el punto N° 29 de su acta final, lo siguiente:

     “Recomendar al Ejecutivo Nacional que, en honor a la Industria Eléctrica del país, declare Monumento Nacional a la Planta Eléctrica “El Encantado” (Edo. Miranda), construida en 1895”. Esta recomendación al Ejecutivo Nacional honra no solamente a la industria eléctrica del país, sino también en consecuencia, a su promotor y pionero, el ingeniero Ricardo Zuloaga, quien, con una gran visión del futuro industrial de Venezuela, concibió la idea de fundar una compañía de servicio público de electricidad.

     Esta industria se fundó con la instalación de la Planta Eléctrica “El Encantado”, situada en las márgenes del río Guaire, a una distancia de 6 Kms. de Petare, que con una caída de agua de 36 metros y un volumen que fluctuaba entre los 1.000 litros por segundo como mínimo y 3.000 a 4.000 litros por segundo en la época de lluvias, brindó al ingeniero Ricardo Zuloaga la oportunidad técnica para la construcción de la Primera Planta Hidroeléctrica del país.

     La mejor descripción de las instalaciones y equipos de la Planta “El Encantado” se encuentra en la conocida revista de esa época “El Cojo Ilustrado” en su reportaje correspondiente al N° 281 de fecha 1° de septiembre de 1903. De inmediato copiamos textualmente parte de lo que dice el señor Germán Jiménez en el mencionado artículo de “El Cojo Ilustrado”:

 

“Instalaciones hidro-eléctricas de La Electricidad de Caracas

     La transmisión de la energía por medio de la electricidad, una de las maravillas que nos legara la ciencia en los últimos años del siglo XIX, ha sido de resultados tan trascendentales, que apenas hay país civilizado que no trate hoy de utilizar por este medio la fuerza motriz de las aguas para dar vida a las industrias.

     Aunque esta importante aplicación de la ciencia eléctrica data de muy atrás, como que el Telégrafo no es en realidad sino un caso particular de ella, es muy cierto que el sistema no se hizo verdaderamente práctico por corriente alternativa y para grandes instalaciones industriales, son desde las memorables experiencias hechas en 1891, entre Lauffen y Francfort.

     La construcción de la actual planta de “El Encantado” comenzó en 1896 siendo el señor Ingeniero Ricardo Zuloaga promotor de la empresa y director general de los trabajos. Puede decirse, por tanto, que el establecimiento industrial del que nos ocupamos en el presente escrito, es contemporáneo de las primeras instalaciones de su género fundadas en los demás países de América y Europa; circunstancia que redundan indudablemente en honor de Venezuela, que, en esta vez, no ha quedado rezagada en el movimiento universal de la ciencia y de la industria.

     Tiene así esta Empresa un doble interés científico para nosotros; interés que se acrecienta para el observador que visita sus talleres, al contemplar la belleza del paisaje y lo imponente del conjunto de las instalaciones. Véanse allí, en efecto, numerosos edificios enclavados en medio de la abrupta serranía; canales y gruesas tuberías abriéndose paso a través de moles inmensas de durísima roca; espléndidos jardines, poblados de plantas tropicales y exóticas, que han sustituido a peñascales, ayer casi inaccesibles; cables aéreos que facilitan la movilización de obreros y materiales; y todo ello, con el único fin de arrebatar al Guaire la potencia motriz de sus aguas, para ofrecerle luego a los habitantes de Caracas, convertida en luz y en energía eléctrica. ¡Grandioso e interesante espectáculo, y ejemplo extraordinario del dominio que puede ejercer el hombre sobre la naturaleza!

 

Turbinas

     La Sociedad Escher Wyss & Co. de Zurich ha sido la proveedora del todo el material hidráulico de esta empresa. Concretándonos por el momento a la estación generadora de “El Encantado”, diremos que ella consta de cuatro turbinas de 240 a 260 caballos cada una, sistema Girad, de eje vertical, y de dos de 20 a 24 caballos, sistema Jonval, destinados a las excitadoras. De estos receptores, sólo tres grandes y uno pequeño funcionan durante el régimen normal de la Oficina, quedando como reserva una unidad de cada clase. Están colocados en el piso inferior de un vasto edificio, hecho de concreto, que mide 25 metros de largo por 7 metros de ancho; utilizándose una bomba construida debajo, para el canal de desagüe y un piso superior, para la galería de los generadores y cuadro de distribución. Este edificio, así como otros dos situados en su proximidad y que sirven de oficina de teléfonos, alojamiento de empleados, depósitos, etc., están naturalmente protegidos de las crecientes, por ser allí bastante ancho el cauce de las aguas y por estar a 10 metros de altura sobre el nivel del río.

     Las turbinas grandes son del tipo de coronas paralelas, y de libre desviación, de modo que el agua no debe llenar nunca, completamente, los canales formados por las paletas de la rueda móvil; sistema que tiene la ventaja de prestarse a grandes variaciones en el gasto sin que el coeficiente de rendimiento sea sensiblemente afectado. A fin de evitar que lleguen a trabajar ahogadas, en cuyo caso habría pérdida de efecto útil, un sencillo aparato, provisto de un flotador, hace que el aire se introduzca por pequeños orificios debajo de la turbina al subir demasiado el nivel inferior, aparato absolutamente semejante al imaginado por Meunier, ingeniero hidráulico de París, y que en la presente instalación no ha dado resultados satisfactorios.

Montaje de los primeros generadores, en 1897.

Montaje de los primeros generadores, en 1897.

Generadores

     La instalación eléctrica de “El Encantado” está constituida por cuatro alternadores, de los cuales uno es de reserva; de eje vertical, directamente acoplado a las turbinas por acoplamiento rígido. Producen corrientes trifásicas a la tensión compuesta de 5.200 volts, que corresponden a 3.000 en cadafás. Absorbiendo cada uno 260 caballos efectivos y funcionando sobre circuitos inductivos para los cuales el valor del factor de potencia sea igual a 0,85, la intensidad normal, a toda carga, será de 22,76 amperes; pues, si se tiene en cuenta que el rendimiento garantizado de estas máquinas es de 91, resultan las cifras siguientes para la potencia disponible en los botones (bornes): 260 caballos x 0,91=236,60 caballos=174,14 kilowatts; número que es idéntico al producto de 3 x 0,85 x 3.000 x 22,76 amperes.

     La velocidad de rotación es, naturalmente, igual a la de las turbinas: 375 revoluciones por minuto.

     Tanto el inductor como el inducido son fijos; sólo gira una rueda de acero, semejante a un volante, con ocho protuberancias hacia el exterior a manera de dientes. Una gran corona fija, de hierro fundido, está circunscrita a esta pieza móvil; dejando un pequeño intervalo entre las dos; contiene, en su cara interior, tres series de arrollamientos: uno en su parte media, compuesto de una sola bobina, que forma el inductor; y los otros dos, a ambos lados de éste, de 24 bobinas cada uno, constituyendo el inducido.

     Tal género de alternadores ofrece, como se ve, la particularidad de que una masa metálica sin arrollamiento alguno, girando en un campo magnético, es la productora aparente de las corrientes inducidas; mecanismo que llama la atención por su sencillez, en cierto modo, de la rutina de la teoría general de los alternadores, damos en seguida algunas notas explicativas acerca de él. El circuito magnético está aquí formado por tres secciones; la rueda móvil, las armaduras del inducido y la corona exterior; la distancia entre la rueda y cada bobina siendo variable, como que depende de la posición de los dientes de aquélla con respecto de ésta, resulta que el flujo magnético encuentra mayor o menor resistencia para pasar de la una a la otra, de donde provienen variaciones de corrientes inducidas. Cada vez que frente a una bobina pasa un diente, la corriente es máxima; después va disminuyendo, hasta hacerse nula cuando el diente ha pasado completamente y hay un vacío en su lugar. Debido a este modo de generar las corrientes, las presentes máquinas son conocidas con el nombre de alternadores de reluctancia variable.

     Las bobinas que forman los anillos inducidos están ligadas entre sí; de modo que cada uno de estos produce la mitad de la tensión total. Los tres circuitos del inducido son conectados en estrella y están formados por 16 bobinas cada uno; estas últimas contienen 41 metros de alambre de cobre aislado, de 3 milímetros de diámetro. Resistencia de las bombas inductora, 2.227 ohms. La ventilación de este aparato no deja nada que desear; su peso alcanza a 10 toneladas.

     El eje vertical, que sostiene la rueda móvil, termina hacia arriba en una chumacera, la cual está apoyada en cuatro brazos de hierro fundido, atornillados a la corona exterior. Uno de los contratiempos que ha tenido esta planta desde sus comienzos, ha sido el rápido deterioro de estas chumaceras, sin saberse, en el primer momento, a qué causa atribuirlo, hasta que, en el curso de la explotación, se llegó a observar la formación de corrientes parásitas (corrientes de Foucault), entre la rueda móvil, los brazos superiores y la corona fija del alternador; corriente que, al pasar del eje a la chumacera, producía chispas que eran la explicación del fenómeno. Una lámina aisladora colocada en la unión de los brazos con la corona, hará desaparecer la dificultad radicalmente.

 

Líneas de alta tensión

     La línea de transmisión entre “El Encantado” y la entrada a Caracas (puente de Anauco) presenta un desarrollo de 16 kilómetros y es doble, constando, por consiguiente, de seis alambres. De suerte que esta planta, en régimen normal, puede hacer uso de ambas líneas, reduciendo así las pérdidas en la transmisión, o utilizar una de las dos, dejando la otra de reserva, cuando la instalación no funciona a plena carga. Entre “Los Naranjos” y “El Encantado” la línea es simple, por ahora, y tiene una longitud de 3 kilómetros. No hay dificultad de asociar en paralelo las dos instalaciones, usando los mismos alambres hasta Caracas y elevando en ambas la tensión a 10.000 volts, pero sería más conveniente establecer nuevos conductores para la segunda, a fin de no disminuir sensiblemente el coeficiente de rendimiento y de tener mayor seguridad en el servicio.

Montaje de los primeros generadores, en 1897.

Montaje de los primeros generadores, en 1897.

     Todas las líneas están provistas, a la salida de las respectivas estaciones, de cortocircuitos fusibles y son apoyadas en postes de hierro, de 100 kilogramos de peso, por el intermedio de cruceros de madera y de aisladores de porcelana de doble campana. La distancia normal entre los postes es de 40 metros y la máxima de 250 metros en un sitio cercano a “Los Naranjos”.

     Los conductores son de cobre, con una cubierta aisladora en los trayectos colocados en la ciudad y en las plantas generadoras. Este aislamiento, de la fábrica Tedeschi & Ca. de Turín, consiste en capas de algodón de guttita y de caucho vulcanizado, con un espesor de 1 1/3 milímetros, y su resistencia está garantozada en 150 megohms por kilómetro.

     La sección adoptada por el alambre desnudo es de 33 milímetros cuadrados, o sea, un diámetro de 6½ milímetros; corresponde al calibre N° 2 en el sistema Brown & Sharpe, empleado en América, y a 66.373 circular mils en el sistema Edison. Su peso por metro lineal es de 295,33 gramos y la fábrica garantiza para el metal una conductibilidad de 98 p.

     El sistema de pararrayos aquí adoptado es el de cuernos, que describimos sucintamente por haber dado excelentes resultados. Consiste en dos cuernos divergentes, cuya distancia mínima debe ser de un milímetro por cada 1.000 volts de tensión, pero que en todo caso no ha de ser menos de 3 milímetros para instalaciones colocadas en lugares cubiertos y de 10 para las situadas a la intemperie. Uno de los cuernos está unido a tierra y el otro a la línea de transmisión, continuando esta última perpendicularmente a su dirección general. En tiempo ordinario la corriente pasa siguiendo el conductor; pero al venir la descarga atmosférica por el alambre, en lugar de desviarse, tiende a escaparse en línea recta, salvando, por una especie de velocidad adquirida, la pequeña distancia existente entre los dos cuernos y continuando enseguida hacia la tierra.

     Las dos líneas de transmisión antes de su entrada a Caracas, van a una pequeña Estación de interruptores, situada al este de la ciudad, en Sarria, donde alimentan un sistema de barras colectoras, de las cuales parten tres ramales: uno para la Cervecería Nacional; otro para toda la parte Norte de la población, y un tercero para la parte sur de la ciudad, que se prolonga hasta la curtiembre de los señores Paúl & Ca., situada en Catia. Tanto las líneas de entrada a esta pequeña Estación como los ramales de salida, están provistos de sus correspondientes interruptores. El largo total de los ramales de alta tensión distribuidos en la ciudad alcanza a 9½ kilómetros; ellos están protegidos en toda su longitud por una malla o red de alambres, situada debajo de los conductores para evitar los accidentes que pudiera producir la ruptura de alguno de los hilos. Las mallas son apoyadas en los mismos postes por medio de aisladores y están relacionados en trozos independientes.

 

Subestaciones

     Estas son simplemente puestos de transformación, donde se convierte el alto voltaje en tipos bajos, adecuados a las necesidades de los consumidores. Unas veces, el transformador es montado en el sitio mismo en que está colocado el motor; y otras, un solo transformador, situado en un local céntrico, sirve varias instalaciones por medio de líneas secundarias de baja tensión. La longitud de estas últimas, en toda la ciudad, no alcanza a más de un kilómetro.

     La alta tensión de 4.550 volts, es bajada en los transformadores actuales a cifras que varían entre 190 y 208. Cada aparato está protegido por corta circuitos fusibles y generalmente pararrayos.

     Las subestaciones más notables establecidas hasta hoy, son: la de la Empresa del Gas y de la Luz Eléctrica, cuyos transformadores tienen una capacidad total de 500 kilowatts; la de la cervecería Nacional con 110; y la instalada en la oficina misma de la Compañía, en la calle norte 3, con 140 kilowatts. Las líneas secundarias que parten de la última alimentan 11 motores, siendo, desde este punto de vista, la Subestación de mayor importancia; se ha montado además en ella, un taller mecánico, que ya consta de un motor eléctrico, un torno, una máquina de cortar hierro, una de taladrar, una fragua y un horno de fundición de cobre.

     Fuera de las 3 Subestaciones principales enumeradas, existen las siguientes: 1 en la hacienda “Las Mercedes” (Chacao), 1 en la estación del Ferrocarril Central, 6 en el ramal del norte de la ciudad y 10 en el del sur. Total: 21 Subestaciones, que alimentan los motores de 42 suscriptores.

     La capacidad de los transformadores en las dieciocho subestaciones menores varía de 3 a 30 kilowatts, y en las grandes, de 40 a 100. Haciendo el cómputo aproximado de los coeficientes de rendimiento respectivos, resulta para el valor medio de ellos la cifra 0.94.

 

Esfuerzo inteligente y tenaz de Ricardo Zuloaga.

     Damos aquí término a la tarea que voluntariamente nos hemos impuesto, de hacer conocer los principales detalles e informaciones técnicos relativos a las instalaciones que pertenecen a la Compañía “La Electricidad de Caracas”. Como habrá observado el lector, alguna vez hemos entrado en la explicación de ciertos fenómenos y principios lo cual, innecesario, sin duda, para las personas doctas. Nos ha perecido conveniente y oportuno, no solo por tratarse de una empresa nueva en el país, sino con el fin de lograr que estas líneas puedan ser leídas con fruto aun por aquellos ajenos a los estudios que se relacionan con las ciencias hidráulica y eléctrica.

     Al concluir estos apuntes, tributamos con el mayor placer los aplausos a que son acreedores los dueños de la Compañía y muy bien en especial, al director de los trabajos, señor ingeniero Ricardo Zuloaga, a cuyo esfuerzo inteligente y tenaz se debe, en su mayor parte, la realización de una obra que marca un progreso efectivo en el desarrollo industrial de Venezuela. Por lo demás, la empresa de que tratamos no ha menester de nuestras alabanzas, pues la simple descripción de las obras ejecutadas y el recuento de los inconvenientes de todo género que ha sido necesario vencer, constituyen el mejor elogio a sus labores”.

Caracas, abril de 1903
GERMÁN JIMÉNEZ

FUENTES CONSULTADAS

  • Boletín Líneas de la Electricidad de Caracas. Caracas, marzo de 1956
Barlovento, la película

Barlovento, la película

Vidal López y Luis “Mono” Zuloaga, peloteros pioneros en el cine. La película, dirigida por Fraiz Grijalba, se estrenó en Caracas el 18 de abril de 1945. Fue la primera gran producción de “Bolívar Films”

En un pasaje de la película Barlovento, aparecen los conocidos deportistas Vidal López y Luis “Mono” Zuloaga, siendo esta la primera vez que unos jugadores venezolanos de beisbol intervienen en un film.

En un pasaje de la película Barlovento, aparecen los conocidos deportistas Vidal López y Luis “Mono” Zuloaga, siendo esta la primera vez que unos jugadores venezolanos de beisbol intervienen en un film.

     La fiebre por la pelota venezolana alcanzó tan altas temperaturas en la década de 1940, especialmente después de los títulos que ganó la selección nacional de mayores en los campeonatos Mundiales de 1941, 1944 y 1945, que varias de las figuras principales incursionaron en otras actividades, como campañas publicitarias y hasta en la pantalla grande.

     Mucho antes de que bigleaguers como Baudilio Díaz, David Concepción y Jesús Marcano Trillo participaran en la cinta “Pa’ mi tú estás loco” (1978), dirigida por César Cortez, con un reparto encabezado por Hilda Carrero, Joselo y Napoleón Deffit, entre otros, y que Oswaldo Guillén protagonizara, junto a María Alejandra Martín, el unitario de Radio Caracas Televisión, “La Raya de Cal” (1990), escrito por César Miguel Rondón e Ibsen Martínez, los peloteros Vidal López y Luis “Mono” Zuloaga, se convirtieron en deportistas pioneros en la cuestión cinematográfica.

     En 1945, López y Zuloaga, así como Yolanda Leal, reina del deporte venezolano en la época, el periodista deportivo Candelario Rivera (Chato Candela) y el caricaturista Manuel Martínez (Manuel), muy vinculado a la actividad deportiva nacional, participaron en la película “Barlovento”, dirigida por Franz Grijalba, con Henrique Benshimol y Elisa Soteldo en plan de principales figuras.

     En la edición del 17 de marzo de 1945 de la revista Elite, el periodista Jesús Eduardo Lizarraga, con el título BARLOVENTO, ofrece interesantes detalles de la producción de la cinta. A continuación, transcribimos el reportaje.

     Las producciones cinematográficas venezolanas, hasta ahora no han tenido gran aceptación entre el público. Siempre le encontramos algún defecto que nos hace pensar cómo todavía el cine en Venezuela está en “pañales”. Pero ante todos los escollos y los obstáculos han surgido hombres que verdaderamente se han preocupado por llevar a la gelatina buenos argumentos y excelente técnica. BARLOVENTO es la primera de las producciones que lanzan estos decididos hombres al público venezolano, y estamos seguros que esta película sí tendrá la aceptación deseada dentro del círculo de críticos del pueblo mismo.

     BARLOVENTO es una producción que nos trae un pedazo de esa tierra venezolana que quedó inmortalizada en la pieza del mismo nombre y de la cual es su autor el notable compositor venezolano Eduardo Serrano, director musical de la película.

 

La técnica

     Respecto a la parte técnica, BARLOVENTO no deja nada que desear. Cuenta con los hombres que actualmente están considerados como los mejores técnicos en el ramo peliculero venezolano. Frank Giovanelli, con la cámara, ha sabido corresponder a la confianza que han puesto en él los productores.

     Luis Capriles, “la primera autoridad de sonido en Venezuela”, estará a cargo de recoger en el micrófono todos los diálogos y conversaciones que en la película se desarrollan. Frank Giovanelli Jr. es ayudante de sonido y se desempeña magníficamente.

Aviso de prensa anunciando el estreno de la película Barlovento, en el cine Principal, el 18 de abril de 1945.

Aviso de prensa anunciando el estreno de la película Barlovento, en el cine Principal, el 18 de abril de 1945.

La reina de la Serie Mundial de Beisbol Amateur de 1944, Yolanda Leal, hace el papel de una muchacha del pueblo.

La reina de la Serie Mundial de Beisbol Amateur de 1944, Yolanda Leal, hace el papel de una muchacha del pueblo.

Elisa Soteldo, Lala Gil Bustamante y Luz Manzano, tres principales artistas que intervienen en la película Barlovento.

Elisa Soteldo, Lala Gil Bustamante y Luz Manzano, tres principales artistas que intervienen en la película Barlovento.

Los artistas

     BARLOVENTO cuenta con elementos que han sabido corresponder muy bien a las aspiraciones en ellos puestas. Sí es verdad que estos actores no serán consumados, pero en la interpretación de sus respectivos papeles se han revelado como verdaderas promesas cinematográficas.

     Henrique Benshimol, como galán; Yolanda Leal como una muchacha de pueblo; Lala Gil Bustamante, como una rica señorita de sociedad; Elisa Soteldo, la muchacha que con sus encantos ha sabido conquistar el corazón del famoso compositor (Henrique Benshimol); León Bravo, Luz Manzano, Luis M. Poleo y además la actuación especial de Vidal “Barlovento ” López, Luis “Mono” Zuloaga, Anésimo Onato, Manuel Martínez, quien interpreta estupendamente el papel de coronel Bermúdez, Candelario Rivera (Chato Candela), Risela Alegría, y varios más, todos, absolutamente todos, han dado muestras de mucha comprensión artística.

 

Dirección, producción y realización

     He querido dejar para último el comentario sobre las tres personas a las cuales debe Venezuela esta gran producción.

     Franz Grijalba, director, ha sabido con su mano maestra llevar con calma y paciencia a todos los actores que hasta ahora no tenían ninguna experiencia cinematográfica, para que alcanzaran el máximo rendimiento.

     Grijalba es también autor del argumento y del guión cinematográfico, de lo cual debe estar orgulloso por haber transcrito en el papel los sentimientos de Venezuela, esta Venezuela, que no siendo de él quiere como a su propia patria.

     La producción se la debemos al dinamismo y buenos deseos de Pedro Paiva Ravengar, quien es bien conocido de todos los públicos por ser uno de los más fieles intérpretes de la música venezolana.

     Juanito Martínez Pozueta, ha sido la base principal de esta película; con su gran amor por Venezuela, ha querido hacer de esta cinta una producción que agrade a todos los venezolanos, y lo ha conseguido.

     Juanito Martínez, Franz Grijalba y Pedro Paiva, una tripleta de éxito en el nacimiento de la cinematografía venezolana, y los cuales están dispuestos a seguir adelante sin amilanarse para conseguir que Venezuela figure entre las principales naciones productoras de películas.

     Según hemos podido saber, “Barlovento” será estrenada el próximo 19 de abril en el Teatro Principal, ya los toques de corte y montaje están finalizados.

     Así pues, tenemos lista ya otra producción venezolana, otra película más que sale de los estudios de Bolívar Films, el primero que se fundó en esta capital con el nombre de Venezuela Cinematográfica.

     Con “Barlovento” y “Dos hombres en la tormenta”, actualmente en filmación, el cine nacional afirma condiciones de calidad, buscando la clave de su destino cierto, el camino de su implantación definitiva”.

William H. Phelps una vida dedicada a Venezuela

William H. Phelps una vida dedicada a Venezuela

Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país.

Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país.

     Interesante entrevista-reportaje con el científico y empresario William H. Phelps, realizada por Julio Navarro y publicada en la edición N° 926 de la revista Élite, de fecha 3 de julio de 1943, en la que ofrece interesantísimos detalles de su exitosa trayectoria en Venezuela.

     El señor Phelps, quien nació en Nueva York el 14 de junio de 1875, visitó nuestro país por primera vez, a la edad de 21 años, en 1896, mientras elaboraba su tesis doctoral de la Universidad de Harvard. En ese primer viaje se dedicó a la recolección de datos sobre la variedad de aves que habitaban el cerro Turimiquire, en el estado Monagas.

     En 1897 regresó a Venezuela y se hizo residente de nuestro país. Continuó con sus estudios científicos en materia de ornitología, los cuales alternó con el oficio comercial.

     El mencionado trabajo periodístico de la revista Élite fue publicado cuando Mr. Phelps contaba 68 años de edad, estaba retirado de sus actividades empresariales y se dedicaba a darle los últimos toques a su largo trabajo sobre las aves en Venezuela, recopilación detallada de más de un centenar de expediciones por diversos lugares del país, para clasificar la más variada colección ornitológica.

     Entre otras anécdotas de su prolífica actividad profesional, revela que a principios del siglo XX laboró como corresponsal en Caracas del diario New York Herald y como agente de la marca de automóviles Ford marcó exitosa actividad al introducir el novedoso sistema de venta por cuotas.

     El señor William H. Phelps falleció en Caracas, a la edad de 90 años, el 9 de diciembre de 1965. Seguidamente ofrecemos la transcripción de la entrevista-reportaje con quien en diciembre de 1930 fundó la emisora radial YV1BC Broadcasting Caracas, primera estación radial privada de Venezuela.

VIDA EJEMPLAR DE WILLIAM H. PHELPS

     –Yo me hice comerciante porque tenía hambre –dice reflexionando este hombre notable que hizo una de las mayores fortunas del país; que lanzó a nuestras gentes por primera vez en automóvil cuesta abajo –tardamos varios años en lograr que los carros subieran las pendiente, nos dijo más adelante en el curso de la conversación; –que estableció el sábado inglés entre nosotros; que inició en Venezuela y en el mundo el sistema de venta de automóviles a cuotas; que estableció la primera caja de ahorros para sus empleados y que dio un impulso enorme al comercio del país.

     Mr. William H. Phelps agrega inmediatamente, como si fuera parte de una misma sentencia, como si fuera algo indisoluble:

     –Sin embargo, han sido los pájaros lo que siempre me ha interesado. Vine a hacer plata para dedicarme luego a mi verdadera inclinación. Creí que dos o tres años bastarían para mi propósito; pero tuve que esperar largo tiempo. Desde julio de 1897 en que llegué a Venezuela. ¡Cuarenta y seis años!

     ¡El comercio y las aves! Ahí, como en una parábola de los tiempos modernos, quedaban sintetizados los elementos esenciales de la vida de este pionero de la ciencia y de la acción, cuya existencia llena de sacrificios, inquietudes y perseverancia, serviría de tema para una biografía magnífica y aleccionadora que, al estilo norteamericano, debería titularse: “De la nada a millonario”.

     El comercio y las aves. Nada de esto tiene valor por sí mismo. La teoría de la utilidad marginal y la ornitología, desde un diván, sobre una terraza que da a un rincón umbrío del jardín o desde la columna de un periódico, constituyen abstracciones desconcertantes. Superfluas.

     No es posible detener el vuelo del pájaro, dejarlo suspendido en el vacío para capturarlo más tarde, ni se asientan los libros de contabilidad con frases de propaganda: “No hay hogar feliz sin frigidaire o siga el desarrollo de la guerra con un radio X”.

     Es necesario seguir el vuelo del ave y es necesario, por otra parte, obtener la mercancía, convencer al público de su utilidad, dar facilidades de pago, vencer al rival, luchar. La vida es todo lo contrario de la abstracción. Es inquietud, esfuerzo constante, noches en vela, es quizá, como en este caso del comercio y las aves, de la plusvalía y ornitología, paradoja.

     La vida es realidad. Y la vida de este norteamericano notable, figura noble, erguida, de guedeja blanca que parte irregularmente su frente amplia, rostro de ojos vivos e inquietos –escrutadores– y nariz afilada que sugiere perfiles de águila, está hecha de realidades extraordinarias.

 

El hombre de ciencia

     –¿Usted cree que puede interesarle a alguien esa entrevista que me pide? –pregunta después de recibirme e invitarme a sentar en el cuarto de trabajo de su museo particular, construido a prueba de humedad e incendios, en un ángulo tupido, frondoso de su extenso parque.

     –Estoy seguro.

     Una perrita extravagante, ladra agudamente desde un rincón. Su cabeza es delgada, de largo pelo blanco. Los ojos rojizos le asoman tímidamente entre los rizos ofreciendo una divertida interpretación de señora de edad con gorro de dormir.

     –¡Está bueno! !está bueno! –reprende su amo para calmarla. Se acerca. La toma delicadamente sujetándola bajo el brazo, como un paquete, la lleva hasta una mesa distante en la que aparece un mullido almohadón y un teléfono y la abandona. Luego me hace una seña invitándome a entrar en lo que viene a ser un recinto sagrado: las naves del museo donde miles de pajarillos de brillante color y extraña contextura duermen un sueño de alcanfor.

Phelps fue el fundador de El Almacén Americano, uno de las tiendas más importantes del país, donde también comenzó a venderse automóviles Ford, en 1911.

Phelps fue el fundador de El Almacén Americano, uno de las tiendas más importantes del país, donde también comenzó a venderse automóviles Ford, en 1911.

     Mr. William H. Phielps sintió desde su infancia una fuerte inclinación por la vida de las aves. En la Universidad de Harvard se dedicó con ahínco al estudio de la zoología y, especialmente, de la ornitología. Fue eso lo que le trajo a Venezuela, según nos va refiriendo entre el abrir y cerrar de sus grandes arcas de plumas. Formaba parte de una comisión científica dirigida a Maturín para estudiar especies desconocidas. Además de naturalista, Mr. Phelps era un gran observador de las cosas de los hombres. Nadie sabría decir qué le impresionó más: si la riqueza de nuestra fauna, el tornasol de nuestros pajarillos o las posibilidades comerciales de esta inmensidad terrestre.

     Su viaje como naturalista encierra una doble o triple importancia. Si se contara cómo estancia en el país el tiempo de su expedición, indiscutiblemente sería el residente norteamericano más antiguo en Venezuela; pero si no es así, si solo se toma en cuenta la fecha de su llegada como residente, un año después, en julio de 1897, habría perdido ese rivalizado lugar a manos de Mr. Rudolph Dolge. En uno u en otro caso es siempre el norteamericano más rico residente entre nosotros.

     –Hay pájaros que sólo se encuentran, en el mundo, en un cerro, –exclama con énfasis, haciendo resaltar lo extraordinario del estudio y de la empresa, mientras con el dedo índice señala una mancha oscura en la sierra Roraima y luego otra sobre el Auyantepuy.

     Cada una de esas expediciones obtiene, generalmente, diez o quince especies nuevas. En un catálogo general se anota su entrada. Luego, una vez determinada la especie, se llena una ficha que lleva un cuadrito de color, determinado, según que la especie haya sido clasificada o no, o que sus subespecies aparezcan claramente fijadas. En este caso, o en el de no determinación, se envían los ejemplares al museo ornitológico norteamericano para su estudio comparativo.

     El descubrir una especie nueva constituye una emoción difícil de expresar. Las alas rígidas de esas nuevas especies originan un revuelo en el mundo científico. Varios números de un folleto titulado “American Museum Novitates” que aparece sobre la mesa de trabajo, hablan de las nuevas especies descubiertas por este hombre de ciencia.

 

Un tesoro bien guardado

     Tres, cuatro vueltas. Comienza a girar la rueda del complicado mecanismo. Primero a la izquierda. Otra vuelta. Ahora a la derecha. Finalmente tira de una manivela y se abre la caja de caudales. Del fondo extrae dos gruesos volúmenes. Uno se titula “Icones Aviv Mon”. Es el primer volumen sobre ornitología publicado en el mundo. La fecha de edición es de 1560. Su autor es Conradus Gernerv. El otro de los libros, en inglés, lleva por título “A Natural History of Birds”. Es mucho más moderno. Está impreso en 1750.

     Sentado en un sofá situado en una galería cerrada con tela metálica, al fondo del museo, examina con verdadera fruición las obras ante nuestros ojos. No nos permite tener los libros en nuestras manos ni aún tocar sus hojas. De vez en cuando se detiene ante una lámina y nos da una explicación. Transcurre un momento de vacilación y nos revela algo sobre su tesoro.

     –Quizás los colores hayan sido dados a mano posteriormente.

     A mí no me parecen ni muy brillantes ni muy acertados. Al fin, exclamó.
     –Bien pudiera ser.

     Mr. Phelps parece no recibir con agrado aquella opinión de un profano, aunque corrobora su aserto, y replica vivamente:

     –Bueno, yo no sé. Puede ser así o quizá no. Yo no sé. Yo no sé.

     Se produce un silencio que viene a convertirse en intermedio político.

     –El libro me lo regaló mi yerno, Pierre Cot, ministro francés que ocupó varias carteras. Fue ministro de Aviación del gobierno de Daladier. Pierre –agrega– fue siempre contrario a la colaboración o a la política de apaciguamiento del Eje. Renunció cuando esa tendencia se hacía demasiado manifiesta en el premier francés. Cot perteneció al Frente Popular y es, quizás, uno de los políticos galos que más odia a Hitler.

     De las cosas terrenas pasamos a las divinas. Al “A Natural History of Birds”, el otro de sus valiosos volúmenes. Un curioso libro publicado por entregas, cada una de las cuales va dedicada a una figura notable. La dedicatoria viene a contribuir al pago de la edición. La entrega que guarda Mr. Phelps tiene la dedicatoria más extraordinaria aparecida en libro alguno: “A Dios, el Único, el Omnisciente, el Omnipotente. . .” Mientras leo noto cómo se esboza una sonrisa en mi interlocutor, que al fin exclama:

     –¿No le parece que le echa una pila de flores?

     Transcurren unos segundos y le pregunto:

     –¿Cuál es su idea de Dios?

     –¡Ah, no no! Yo no me voy a zumbar con eso –exclama en perfecto criollo.

William Phelps fundó en 1930 la emisora YB1BC Broadcasting Caracas, que posteriormente pasó a llamarse Radio Caracas Radio.

William Phelps fundó en 1930 la emisora YB1BC Broadcasting Caracas, que posteriormente pasó a llamarse Radio Caracas Radio.

El hombre de empresa

     Es una sensación topográfica. El mundo, para la mayoría, es una pendiente; escarpada: cuesta arriba. Más para los fabricantes de automóviles y sus agentes o quizás mejor para Williams H. Phelps comenzó siendo cuesta abajo. Al menos, según nos confiesa ahora, ese fue su sistema de venta en un principio. El vehículo diabólico era colocado al extremo de las pendientes en aquel rellano, frente al local de la empresa, entonces situada en lo que es hoy el Royal Bank. Ante las ruedas del Ford se extendía un largo camino en bajada: Camejo, Santa Teresa, Cipreses. Era todo un descenso hasta la misma orilla del Guaire.

     ¿Qué artefacto con ruedas no marcharía en estas condiciones? Sin embargo, existía una dificultad. Convencer al candidato a subir al aparato infernal. Obtenido esto, todo lo que había que hacer era quitarle los frenos y dominar el vértigo de la velocidad hasta llegar al último trozo en vertiente en que indefectiblemente, el agente de automóviles repetía la misma frase después de levantar el asiento delantero y destapar el tapón del depósito de gasolina, colocándose de modo hábil para que el presunto candidato no se diera cuenta del engaño: “Se nos acabó la gasolina”.

     Eso era en 1908 y este norteamericano notable que había de pasar a ocupar una de las posiciones económicas más fuertes del país, residía aquí desde hacía varios años. Cabía por tanto preguntarse: ¿qué ha sido antes, el Ford o los pájaros? La respuesta, la respuesta personal de William H. Phelps está henchida de sabiduría. Ni sacrificó su ambición ni dejó de percatarse que para realizar ésta es necesaria una base práctica. La existencia es imaginación, ilusiones, proyectos, ambiciones y unos dólares en el banco.

     –¿El Ford o los pájaros?

     –¡El paludismo!

     Los primeros seis años había sido un morirse de fiebre en el interior, sosteniéndose difícilmente con la pequeña utilidad de una máquina para beneficiar café. Existía un factor con el que nuestro hombre parecía no haber contado: ¡el clima! Por aquel entonces no existía defensa. La alternativa era cruel: o regresar a Norteamérica o morir. Volvió a Estados Unidos y regresó de nuevo a Venezuela. Esta vez, además de ornitólogo, ya graduado en ciencias de la Universidad de Harvard, era representante exclusivo de varias casas comerciales y periodista.

     –El “New York Herald” me pagaba 150 dólares mensuales. Eran los tiempos de Castro con las confiscaciones de los intereses extranjeros y parecían abundar las noticias.

     Fue en esa época, diez años después de su llegada, que Mr. Phelps había quitado el freno del pedal al Ford y se lo había puesto a la adversidad. Las pianolas, las máquinas de escribir, las cajas registradoras –antes de separarse de su socio Arvelo– comenzaron a abrirse paso entre nosotros. Las cosas marchaban bien. Surge la primera agencia en Ciudad Bolívar y poco más tarde, en 1912, otra en Maracaibo. Los negocios progresan. Hay que perseverar. Sobre todo, es necesario incrementarlos. La máquina extraña llega a Rubio, llega a Tovar, llega a todas partes. No por sí sola, sino desarmada, en piezas, sobre la cabeza de los peones contratados; pero llega. No es posible desmayar, no es posible conformarse. Y algo inesperado ocurre.

     Ford mismo se asombra. Uno de sus agentes en un país llamado Venezuela ha revolucionado su sistema de ventas. Ya no es necesario tener dinero para comprar un Ford. Basta con tener una pequeña cantidad y pagar luego proporcionalmente. Es el sistema de cuotas aplicado a la venta de automóviles. Es también, para muchos, la ruina segura. Todos los pronósticos fracasan. William H. Phelps, agente de la Ford, ha visto aumentar sus ventas al quíntuplo. Es más, hasta ha logrado que el Ford, no solo anduviera en terreno plano, sino que subiera las cuestas, acontecimiento este último debido al señor Lewis J. Proctor, Gerente de la New York and Bemudez Company. William H. Phelps ha triunfado. Los pájaros se encuentran ahora más al alcance de su mano.

     Ha sido un triunfo gradual. Sin golpes de suerte. De un modo racional, casi mecánico. Como un cambio de velocidad.

     El Ford y Mr. Phelps han subido la cuesta. Ya todo es agua pasada. El negocio, llevado con sufrimiento e inspiración, ha concluido en un poema en dólares: “El Automóvil Universal”, el “Almacén Americano” y la “Compañía Anónima de Automóviles”. Varias de las más poderosas empresas del país controladas por aquel joven del paludismo y la máquina de beneficiar café.

     –¿Cuál considera que ha sido la base de su éxito comercial?

     Se quita los lentes y los hace girar sobre una de sus piernas:

     –¡La venta a cuotas!

     Ese ha sido el factor esencial pero no exclusivo. El decálogo comercial de Phelps abarca otros principios:

     “La exclusividad del producto”

     –Si hay que competir con un artículo análogo en manos de otro, forzosamente se tiene que llegar a una baja de precios para competir. Con precios bajos no hay ganancia.

     “Inversión de las utilidades en la ampliación de la empresa”.

     –Es el único modo de prosperar.

     “Eliminación del socio capitalista”

     –De no ser así la plata va a otra persona, sin justificación alguna.

     “Espíritu de pionero”

     –Es necesario tener visión. Saber prever. Anticiparse a los hechos.

     Son las cinco de la tarde. Comienza a declinar. Nuestro interlocutor da señales de cansancio. Es verdad que desde hace cinco años se encuentra retirado de los negocios y encerrado en su museo, entregado a lo que ha sido su inclinación durante toda la vida; pero también es verdad que, como de costumbre, se ha levantado a las seis de la mañana y ha estado trabajando en sus libros desde las ocho.

     Regresamos al cuarto de trabajo. Cierra amorosamente uno de los gruesos volúmenes repleto de datos acumulados por él con los que prepara su monumental estudio sobre nuestras aves, que aparece encima de la mesa.

     –¿Cree usted terminarlo pronto?

     Este hombre, nervio, voluntad y ambición, que nos ha ofrecido la más valiosa de las enseñanzas con su sentido armonioso, equilibrado, de la vida, con el juego maestro del deseo y de la realidad, no le agrada ser interrogado sobre sus planes.

     –¡No sé! Quizá cinco, diez años.

     Luego añade con serenidad.

     –¡Quizá lo venga a terminar mi hijo!

     Hay un silencio, la situación ha creado nuevas preguntas.

     –¿Siente haberse apartado por cuarenta años de lo que constituía su verdadero interés? ¿Está satisfecho de la vida William H. Phelps a estas alturas?

     La respuesta es sencilla, rápida, serena:

     –¡Creo que hice lo que debí!

     La luz se ha cernido. ¿Es el ocaso? Un leve gorjeo se eleva. Mr. Phelps, el hombre que supo hacer millones y reunir a la vez veinticinco tomos sobre la vida de las aves, ya no solo sigue el vuelo de las aves. Escucha su trino.

     La luz es oscuridad. De los mangos cuajados a la orilla de la avenida de la “Casa Blanca”, apenas se distinguen las lenguas ígneas de sus hojas.

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, Núm. 926, 3 de julio de 1943.

    El reloj de la catedral de Caracas

    El reloj de la catedral de Caracas

    En 1944, casi todos los habitantes de Caracas escuchaban diariamente la voz sonora del reloj de la Santa Iglesia Catedral, pero son muy contados los que han oído palpitar su corazón. Es el mismo caso del amigo que vemos y con el cual hablamos a menudo y cuya intimidad, sin embargo, desconocemos. Este reportaje fue escrito desde las entrañas de la torre guiados por uno de los mejores relojeros de Caracas, encargado desde 1937 de velar por el buen funcionamiento de los relojes públicos.

    El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732.

    El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732.

         “Nosotros hemos oído y hemos visto de cerca el corazón metálico del viejo reloj. Tiene el sonido seco de la gota de agua que horada la piedra: tac. . . tac. . . tac. . . Son los pases del tiempo avanzando implacable y silencioso de una eternidad a otra eternidad, por encima de los hombres y de las cosas.

         Encerrado en una gran caja de madera barnizada, suspendido a unos treinta metros dentro de la vetusta torre, sobre un polvoriento entarimado, se mueve incesantemente desde hace 56 años [1888], dando vida a las agujas y a las campanas que anuncian a los caraqueños la marcha de las horas.

         Ascender hasta el corazón del reloj catedralicio es una “excursión” por demás interesante. A nosotros nos sirvió de guía un hombre familiarizado con la vida íntima del viejo reloj. Un hombre que lo admira y lo cuida con cariño. Este es Simeón Pérez Yanes, uno de los mejores relojeros de Caracas, encargado desde 1937 de velar por el buen funcionamiento de los relojes públicos. Se entra en la torre por una pequeña puerta. Una rampa de madera y ladrillo se eleva en torno a una enorme mole maciza de ladrillo y argamasa, cuya altura aproximada es de treinta metros. Estamos en todo el centro de la Caracas bullanguera y, sin embargo, al subir por aquel oscuro túnel en espiral construido hace cientos de años, creemos hallarnos alejados de todo ser viviente, y por extraña sensación nos parece que en vez de subir bajamos a las entrañas de la tierra. Las angostas ventanillas que se abren en los gruesos muros de la torre, nos vuelven a la realidad al mirar a través de ellos retazos del abigarrado tráfico urbano y las verdes copas de los árboles de la Plaza Bolívar.

         Pérez Yanes se detiene repentinamente y nos muestra a la luz de una ventanilla varios pequeños agujeros en la robusta mole central.

    –Son tiros –nos dice. –Aquí se hicieron fuertes unos piratas ingleses que saquearon a Caracas allá por el 1500 y pico.

         Pero dudamos de la exactitud del dato. Cierto que cuando la Catedral no había sido elevada a tal categoría y era todavía la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, unos corsarios ingleses se atrincheraron en ella. Esto sucedía en la última década el siglo XVI. Se cuenta también que cuando la guerra de los “Azules”, algunas fuerzas se encerraron en la torre y desde allí disparaban. ¿Cuál, pues, fue el origen de aquellos pequeños agujeros? ¿Habrán sido abiertos por los arcabuces de S. M. el Rey de España o por los viejos fusiles de los soldados de una de nuestras tantas guerras civiles?

         A medida que vamos ascendiendo nos asaltan multitud de recuerdos históricos relativos a la S. I. Metropolitana de Caracas que en sus 300 años de ida ha sido sacudida por cuatro terremotos. La Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol fue elevada a la categoría catedralicia en 1637. Apenas terminada de reconstruir en 1641, un terremoto la destruyó casi por completo. Refiérese que, al producirse el sismo, el Obispo Tovar, quien se encontraba en su habitación, pudo escapar a través de una grieta, entró en la Catedral y fuese hasta el Sagrario, lo abrió y tomó en sus manos a la Divina Majestad y salió a la calle pidiendo misericordia. Cuentan las crónicas que una anciana llamada María Pérez (dueña de los terrenos situados al Este de Caracas que han conservado su nombre en la contracción “Maripérez”), mujer rica y muy religiosa se hallaba en la Iglesia al ocurrir el terremoto y al ver al Obispo Tovar sacar el Santísimo Sacramento lo acompañó por las calles con una vela encendida.

    El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl.

    El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl.

         En 1665 se comenzó la construcción de una nueva iglesia y en 1674 otro terremoto le causó daños de consideración. Ampliada en 1709, vuelve a ser conmovida por un sismo en 1766. Reparada una vez más llegó el año 1812 en el cual se produjo el histórico terremoto que los curas realistas trataron de aprovechar políticamente atribuyéndolo a un castigo de Dios por la declaración de la Independencia, provocando la célebre respuesta de Bolívar: “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. El terremoto del año 12 causó tales estragos en la Catedral que hubo necesidad de hacerla de nuevo en su mayor parte. Después de esa última reconstrucción su fachada se ha conservado hasta la fecha actual sin grandes alteraciones.

         La Iglesia Catedral de Caracas carece por completo de valor arquitectónico. Y en nuestro concepto no valdría la pena conservarla. Ya en 1762 se la consideraba inapropiada para su categoría. Y en 1804, Francisco Depons se expresaba de esta guisa: “Causa asombro no hallar en una ciudad tan popular como Caracas y donde se venera tanto la religión cristiana, una Catedral que corresponda en realidad a la importancia del Arzobispado y de la ciudad misma”, añadiendo que la arquitectura y la construcción no tenía nada de majestuosa ni imponente. Después de las reparaciones que en su interior hizo el arzobispo Silvestre Guevara y Lira, en el año 1868, últimamente hicieronse en ella trabajos con el objeto de mejorar la construcción. Pero se ha seguido pensando en levantar una nueva y moderna catedral

    Los relojes de la Catedral

         Ya estamos al fin de la rampa que trepa hasta un poco más arriba de la mitad de la torre. Ahora hay que subir por unas estrechas escaleras. Pasamos junto a las grandes campanas que llaman a misa y repican alegremente en las festividades religiosas. También doblan a muertos. Otra escalerilla más; Pérez Yanes levanta una tapa de madera encima de nuestras cabezas. Ascendemos a través del negro boquete. En la oscuridad llega hasta nosotros el seco palpitar del viejo reloj tac. . . tac. . . tac. . .

         El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732. Lo trajo de España el Obispo José Félix Valverde al venir a encargarse de la diócesis. Por esa fecha se creó la plaza de relojero con un sueldo de 50 pesos anuales y se nombró para desempeñarla a Juan Sánchez, clérigo tonsurado. Inutilizado este reloj, en 1778 se instaló el que debía marcar las horas históricas del nacimiento del Libertador, la Revolución de Abril y la declaración de Independencia.

         En 1856 el reloj que vio nacer la República fue sustituido por otro cuyo costo fue de 3.000 pesos. Este es el que actualmente se halla en la Iglesia de San José.

         El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl. Lo construyó en Londres un famoso relojero español, J. R. Lossada, por encargo de Antonio Guzmán Blanco, a la sazón ministro de Venezuela en París, quien en su último gobierno había pensado en adquirir en Europa un buen reloj para la Iglesia Metropolitana de Caracas. Lossada fue también el constructor del actual reloj de la Abadía de Westminster. El precio de la obra se ajustó en 1.881 libras esterlinas. En setiembre de 1888 comenzó los trabajos el operario James Gossling, bajo la dirección de Lossada y en diciembre del mismo año el reloj estaba listo. Su peso es de 7.217 kilos. Tiene 11 magníficas campanas y un cilindro que adaptado a un mecanismo especial deja oír los acordes del Himno Nacional. Según parece, este cilindro funcionó hasta los años 1902 y 3.

         Da lástima que, por abandono de los anteriores Gobiernos, el mecanismo que hacía funcionar el cilindro no se hubiera reparado a tiempo. En la actualidad tiene varias piezas rotas y está cubierto de orín, pero es posible arreglarlo. Hay otro cilindro para siete piezas musicales religiosas cuyos nombres que aparecen grabados en una placa de cobre adherida a una de las paredes de la caja que encierra la maquinaria del reloj, son las siguientes: “Repique de Campanas, El Corazón del Niño Jesús, El Misericordioso Jesucristo, Canción de la Virgen, letanía de Santa Brígida, Adeste Fidelis y O Santísima”.

    El reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente.

    El reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente.

         Este cilindro parece que nunca fue tocado. Cubierto de polvo y oxidado, hallase dentro de una caja de madera.

         Nos acercamos al corazón del viejo reloj a la luz de una vela que sostiene en sus manos Pérez Yanes. Ruedas dentadas, volantes, cadenas, se mueven pausadamente. La maquinaria mide aproximadamente un metro 50 de longitud, por uno de alto y uno de ancho. En la base hay una inscripción: “J.R. Lossada, Londres 1888. –A.D.”

    –El material es finísimo – dice Pérez Yanes. – fíjate en los “levees” del áncora–añade empleando frases técnicas, –están en perfecto estado, no se nota ningún desgaste, pese a que tienen más de 50 años.

    –¿Cuánto crees tú que durara este reloj?

    –Bien cuidado puede durar cien años más

    –¿Qué clase de mecanismo mueve la maquinaria?

    –Este reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente. Darle cuerda a este reloj consiste sencillamente en enrollar de nuevo la guaya con esa manilla que está ahí –nos dice– señalándonos una manilla más grande que las que se usan algunas veces para poner en marcha motores de explosión.

    –¿Cada cuánto tiempo hay que “darle cuerda”?

    –Cada tres días y tardo media hora en el trabajito. Es un poco pesado.

    –¿Y el mecanismo de sonido?

     –También funciona por el sistema de pesas. El mecanismo de los cuartos tiene una pesa de 300 kilos y el mecanismo de la hora una de 150 kilos. Las campanas de este reloj –agrega– suenan exactamente como las de Westminster, por eso a esta combinación de notas musicales se llama “Sonido de Westminster”, que aquí conocemos por “Catedral”.

         En la parte superior de la maquinaria observamos dos hélices de más o menos 50 centímetros de longitud. Le preguntamos a Pérez Yanes, ¿qué papel desempeñan?

    –Son frenos de aire –responde– para regular el mecanismo del sonido. Si no existieran, al desprenderse la pesa se oiría un ruido loco de campanas. Gracias a esas “mariposas” se distancia una nota de otra, según la inclinación que se les dé.

    –¿Nunca se ha detenido este reloj?

    –En el tiempo que ha estado a mi cuidado, jamás ha dejado de marcar las horas. El mecanismo de sonido sí estuvo detenido por una semana, pues tuve que reparar algunas piezas. Posiblemente en 1945 tendré que limpiarlo y entonces estará parado por varios días.

         El corazón del viejo reloj no se altera porque algunos intrusos nos hallamos inmiscuidos en su vida privada. Sigue golpeando quedamente: tac. . . tac. . . tac. . . mientras hablamos. De repente oímos un sonido extraño en la maquinaria, se mueven más velozmente que se costumbre algunas ruedas.

    –Ya van a sonar las campanas –exclama Pérez Yanes.

         En efecto. Encima de nuestra cabeza recias campanadas anuncian las cuatro y tres cuartos de la tarde. Una de las hélices da vuelta con rapidez, gira el cilindro donde se arrolla la guaya que sostiene la pesa de los “cuartos” y ésta desciende unos metros. De nuevo, silencio. Solo escucha el golpe seco de la maquinaria.

         Unos metros más arriba, directamente bajo la cúpula que corona la torre, están las 11 lenguas sonoras del reloj. Son unas campanas finísimas sobre la cual golpean 27 martillos, de los cuales solo cinco funcionan en la actualidad. Un ligero toque de la yema de los dedos sobre las enormes campanas, arranca un suavísimo sonido de cristal, tal es la calidad del material con el cual están construidas.

         Desde esta parte de la torre, a unos 30 metros de altura –debe tener 35 en total– se divisa íntegra la ciudad de Caracas, a excepción de la barriada de Catia. Por el Este se alcanza a ver casi hasta Petare. El viejo Ávila aparece imponente ante nuestros ojos, cual un gigantesco monstruo de piel verdiazul que se hubiese tendido a descansar. La ciudad nos parece ahora más pequeña. Casi en nuestras manos tenemos las cúpulas amarillentas de la Iglesia de La Pastora. El Nuevo Circo está ahí mismo, detrás de las lomas de zinc del mercado público; ´podríamos tocar si quisiéramos la fachada desteñida del Hotel Ávila; ¿y ese anillo dorado al suroeste? Es el Hipódromo Nacional. A nuestros pies la gente se aplasta contra el asfalto y en la brisa fresca de la tarde asciende hacia nosotros el bullicio callejero. Por entre los matices verdes de la arboleda emerge la cabeza de bronce del Libertador. Avilán Jr. se harta de abrir y cerrar el obturador de su maquinilla.

         Al golpe de las cinco de la tarde comenzamos a descender por las escalerillas. De nuevo oímos el seco palpitar del corazón del reloj. Pasamos cerca de las esferas de vidrio lechoso, 150 centímetros de diámetro tienen cada una. En los gruesos muros de la torre hay varias firmas de personas que han subido hasta allí y han querido dejar constancia de su presencia, en la seguridad de que serán muy pocos los que ascenderán por la vieja torre catedralicia. Leemos: Tito Salas, 1919; Luis Correa, 1919, Francisco José Simonpietri, 1912. No resistimos la tentación de estampar también la nuestra.

         Dando vuelta en torno a la mole de ladrillo y argamasa llegamos de nuevo a tierra firme. Ha terminado nuestra “excursión” por la histórica torre. Arriba queda palpitando el corazón del viejo reloj”.

    FUENTES CONSULTADAS

    Élite. Caracas, núm. 957, 5 de febrero de 1944.

      Caracas crece hacia arriba

      Caracas crece hacia arriba

      A finales de los años 30, comienzos de los 40, la capital comenzó un proceso acelerado de modernización urbana. Las costumbres de los caraqueños de vivir en amplios caserones fueron sustituidas por las de habitar en apartamentos construidos en altos edificios. Fueron años en los que Caracas comenzó a crecer hacia arriba.

      En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

      En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

           “Casas de apartamentos que son casas verticales. –Magníficas inversiones para los capitales. – Se necesitan apartamentos baratos. –Es el momento de rebajar el 20 por ciento a los alquileres

           Para 1943, en Caracas, cerca de 26.000 familias en estos momentos están pasando las de Dios es Cristo por causa de la escasez de cauchos. Para ellas es urgente ubicarse en el centro de la ciudad. En casas de apartamentos, de cinco pisos, cada una de las cuales es una calle vertical, podrían alojarse doscientas mil personas en cuarenta y tres manzanas, en vez de las ciento veintidós que exigen las viviendas actuales de un solo piso, con ventanas enrejadas a la calle, patios corrales y piezas oscuras e inútiles.

           La agrupación de las viviendas en bloques abarata la distribución de los alimentos, acortando las distancias, economiza transportes, facilita los servicios y va educando al público en el sentido de guardar solamente lo necesario en la casa. El caraqueño es poco amigo de andar a pie, hasta el punto de tomar un vehículo para trasladarse cuatro cuadras. Cuando había facilidad de transportes, lo ideal era la Urbanización campestre; pero existe un sector importante de masa esencialmente urbana, para la cual la vida es una urbanización es muy costosa en tiempo y dinero.

           La crisis actual de los transportes afecta de manera directa la parte más vulnerable de la economía familiar: la comida. En ¿qué forma? Veamos; un alto porcentaje de las familias envía a la criada a efectuar diariamente la compra en el mercado, porque allí se obtienen los víveres con una economía del veinticinco por ciento. En la actualidad las paradas de autobuses son muy lejanas al mercado. Solamente los tranvías llegan cerca, pero su capacidad es limitadísima. Total, que a la criada “se le fue el día” en hacer la compra, los alimentos se retrasaron con el consiguiente trastorno para las personas que trabajan. El sistema del horario corrido puede ser una solución para los transportes, pero grava al empleado con un lunch extra, pues los gastos de su casa siguen siendo los mismos.

           Vamos a dar dos opiniones completamente diferentes sobre los apartamentos: Una dama que vive en su amplia casona colonial, nos dice:

      –Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja. Me hacen falta mis flores, mis palmas, el oratorio, porque no puedo rezar encima de la cama, el cuarto para coser, el saloncito azul, el cuarto para lavar, el cuarto para planchar, el escritorio, el recibo, la ventana para comprar la lotería, la sala, el departamento para el servicio, el corral para las gallinas en donde está el mono que me regalaron y una venadita.

      –. . . Además, prosiguió, ¿en dónde se guardan las sillas rotas, los zapatos viejos, las tazas desportilladas, los trajes fuera de uso y la ropa sucia? A propósito, hace poco fui con mi marido a visitar una pareja de recién casados a uno de esos apartamentos. Cuando llegamos nos sorprendió verlos en la puerta, pero como advertimos movimiento de corotos en el interior, preguntamos: –¿Ya están de mudanza? –No, replicó mi amiga con gran ingenuidad. Sé que el apartamento es tan chico que tenemos que salirnos para que los muebles quepan. Y nos recibieron la visita de pie, allí mismo.

      En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

      En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

      La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

      La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

           En cambio, una señora que habita un apartamento con su esposo, está encantada de su nueva vida. Dice que no necesita servicio para la limpieza y la cocina, pues todo lo hace ella personalmente y le sobra tiempo para bordar, leer, recibir una visita o ir al cine. La vida caraqueña tiene que transformarse, y está en plena transformación, dice ella. Los ojos tienen que ver cosas nuevas. Agrega que el apartamento es mucho más tranquilo, ya que los ruidos de la calle no llegan allí. Ni autobuses, ni los destemplados gritos de los pregoneros de lotería, ni la voz de las personas que a la media noche se eternizan hablando en la puerta. Además, está cerca del mercado, la botica, las tiendas, los teatros y el correo. El aislamiento es mayor que en las casas, pues los vecinos rara vez se ven unos a otros.

      –Cuando yo vivía en una casa de un piso, dice la señora, la cocina distaba de la puerta por lo menos treinta metros. Tenía yo una persona que se encargaba únicamente de regar las matas del patio y atenderá la puerta. Una vez se marchó la cocinera y se enfermó de gripe el muchachito que atendía la puerta. ¡El desastre! Me tocó hacerlo todo. Treinta veces tocaron la puerta: que si el lechero, que si el carbonero, “que si compran mandarinas”, que si compran caramelos, que si quieren hallaquitas, que le vendo una alfombra, que si necesitan una cocinera sin certificado de salud, un cuotero ofrece perfumes, que si aquí vice don Fulano, etc. Por fin recibí una criada nueva y una chica muy lista para atender la puerta. A los tres días, la muchachita, cuando llegó el empleado de la luz eléctrica, a controlar el medidor, le dijo: – ¡No se moleste caballero, que el amo de la casa le puso ayer un bichito para que no corriera!

      –“Un día me trajeron de regalo una lora, prosiguió la dama, La pusimos en el patio, La lora escuchaba con atención. Como invariablemente la chica contestaba en voz alta: ¿Quién?

      La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

      La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

           ¡Los amos no están! ¡No compramos nada!, pronto aprendió y mi esposo reía de la ocurrencia. Pero un día llegó un amigo con un negocio urgente. Repetía la lora la cantaleta y se perdió el negocio. Entonces la lora fue colocada en una pieza desde cuya ventana se oía la tertulia de unos choferes, que se reunían a pasar el tiempo en una oficina de automóviles que se hallaba frente a la casa. La lora se enteró demasiado pronto de la vida rodante, por lo cual la regalé a un musiú cuotero, pocos días antes de mudarnos al apartamento. ¡El nuevo inquilino me telefoneó hoy diciéndome que el musiú quería que yo le explicara algunas cosas que decía el animalito!”

           Los apartamentos en la actualidad varían entre ciento veinte y trescientos bolívares. Son más caros que una casa muchos de ellos. El clamor es general para que la Junta Reguladora fije unos precios menos altos. Ya hay una población de clase media muy grande en Caracas que ocupará rápidamente todas las casas de apartamentos que se vayan haciendo, las cuales, hoy por hoy, constituyen la mejor inversión urbana, de acuerdo con las informaciones de peritos en la materia.

           La primera casa de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood, pero las primeras que se hicieron en el Distrito Federal fueron en Bellavista. Después vinieron otras en el centro de Caracas, en El Paraíso, en La Florida, etc. Hay en construcción en la actualidad cerca de diez casas de esa clase y si hubiera mayor facilidad de obtener materiales, el número sería mucho mayor.

           Cuando los bloques de apartamentos del Silencio estén terminados, la transformación de esta Caracas que crece hacia arriba, será completa, porque determinará un importante movimiento de otros sectores de la ciudad hacia los edificios de varios pisos, a los cuales hasta hace poco había una aversión grande por temor a los temblores, que en Caracas se han registrado cada cien años”.

      FUENTES CONSULTADAS

      Brown, Dick. Caracas crece hacia arriba. Élite. Caracas, Núm. 915, 17 de abril de 1943.

        Miraflores: Testigo silencioso. . .

        Miraflores: Testigo silencioso. . .

        Eleazar López Contreras tenía un vicio: fumar tabaco negro; Isaías Medina Angarita trabajaba hasta 24 horas seguidas; Rómulo Gallegos “escribía a mano”; Marcos Pérez Jiménez le temía más a la huelga que a los aviones

        Por Aurora Martínez*

        El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

        El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

             “Acariciado por la brisa que sopla del abra de Catia, el Palacio de Miraflores, desde lo alto que ocupara una antigua Trilla, pareciera mirar imperturbable el paso de más de cincuenta años de historia contemporánea, muchos de cuyos episodios principales se han producido justamente en sus vetustos corredores y ornados aposentos.

             El proyecto de construirlo fue concebido por el general Joaquín Crespo años antes de ocupar la presidencia. Para el caso canceló la cantidad de treinta y siete mil bolívares a los antiguos dueños de los terrenos –entre Camino Nuevo y la subida de Moreno– debiéndose desalojar de allí las instalaciones de la Trilla donde se descerezaba el café proveniente de Galipán, una vieja vaquera y hasta un puesto de la diligencia de Antonio Delfino, cuyos coches realizaban el tránsito de pasajeros y equipaje entre La Guaira y Caracas.

             Un arquitecto catalán, Juan Soler, fue el autor de la obra que se comenzó a construir en 1884, bajo la dirección del ingeniero venezolano J. Manrique, muy al gusto del general y de su esposa doña Jacinta.

             Recuerda el cronista Lucas Manzano, por haberlo oído de un hijo del general, de nombre Estacio, que los tesoros del palacio se guardaban en una caja de caudales, a la que se tenía acceso tan sólo mediante el uso de un resorte secreto escondido bajo el grifo de una de las fuentes de agua que exornaban uno de los patios interiores. Accionando el resorte mágico, las puertas, hasta entonces muy bien disimuladas, procedían a abrirse para dejar al descubierto los tesoros de manera tan celosamente guardados.

             Por cierto, que estos tesoros debieron ir a parar a manos del propio arquitecto Soler y varios de sus ayudantes, a quienes se les vio muy activos en el palacio la noche posterior al conocimiento de la noticia de la muerte infausta del Caudillo en la “Mata Carmelera”, en ocasión de haber salido en campaña contra las fuerzas del general José Manuel Hernández, “El Mocho”.

             Poco, pues, fue lo que disfrutó su original propietario, el famoso hijo de San Francisco de Cara, de las delicias de su Palacio, construido en un todo a semejanza de otro visto en Barcelona de España, cuando anduvo de gira por el Viejo Continente. Mucho menos iba a gozarlo su viuda, la desde entonces melancólica doña Jacinta, quien, a más de la ausencia de su amoroso esposo, iba a sufrir desde entonces los asaltos rapiñosos de una verdadera nube de acreedores.

        Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

        Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

             Doña Jacinta y sus hijos casados permanecieron poco en Miraflores. En 1900 iba a cederlo en alquiler, por una exigua renta de dos mil bolívares mensuales al presidente Cipriano Castro, que conmovido en sus nervios por el terremoto de aquel año recordó la existencia en el Palacio de un cuarto –maravilla del nuevo siglo – levantado por Crespo a prueba de temblores.

             Castro – de quien el general Crespo había dicho una vez que era “un indio que no cabía en su cuarto” – jamás canceló a los dueños de Miraflores ni una sola de las cantidades mensuales que se había convenido su arrendamiento, y doña Jacinta hubo de soportar además el embargo de su Palacio decretado por un tribunal mediante la triquiñuela legal de un tal Vicente S. Mestre, quien cobraba a los herederos del general honorarios por la redacción de un supuesto Código Militar que había realizado por encargo de aquél.

             A tal estado llegaron las tribulaciones de la viuda de Crespo y su Palacio que aceptó el consejo de sus amigos y concluyó por venderle al general Félix Galavís por medio millón de bolívares. En 1911 y por igual cantidad el general Galavís decidió cederlo a la Nación en operación verificada por ante el procurador Villegas Pulido y desde entonces el aposentamiento de la antigua Trilla pasó a ser residencia oficial del presidente de la República.

        Allí mataron a don Juancho

             Miraflores vivió uno de sus momentos más emocionantes cuando la madrugada del 30 de junio de 1923 apareció muerto en su alcoba el gobernador de Caracas, general Juan C. Gómez, hermano del “Benemérito” y candidato a sucederle en el mando.

             Decenas de personas que alcanzaron a pasar ese día por las calles vecinas al Palacio se vieron apresadas y muchas de ellas remitidas a La Rotunda, donde algunas fallecieron y otras, con más suerte, volvieron a ver la luz de la ciudad en 1936 a raíz de la muerte providencial del Dictador.

             Desde entonces, los caraqueños se acostumbraron a mirar con recelo hacia el viejo Palacio, por cuyos corredores, aseguraban viejas consejas, solía pasearse el célebre muerto de la “Carmelera”.

             Juan Vicente Gómez gustaba poco del Palacio y de Caracas en general. Prefería Maracay y allí fijó su residencia por largos años. Miraflores se destinaba entonces a asiento de oficinas. El doctor José Gil Fortoul, Victorino Márquez Bustillo, el doctor Juan Bautista Pérez, el doctor Arminio Borjas y el doctor Pedro Itriago Chacín, que ocuparon el sillón presidencial por diversas circunstancias durante el mandato del señor de “La Mulera”, despacharon en aquel.

        El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

        El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

        López Contreras fumaba tabaco negro y Medina Angarita prefería “La Quebradita”

             Don Víctor Abad es empleado del Palacio desde 1936. Él ha sido testigo silencioso a partir de aquel año de cuantos acontecimientos mayores y menores han ocurrido en Miraflores. De su boca, con palabra sencilla y precisa, la reportera escuchó por más de dos horas el relato minucioso de las costumbres impuestas a la vida de Palacio por sus sucesivos ocupantes.

             El general Eleazar López Contreras, por ejemplo, vestía siempre traje civil. Muy raramente de uniforme. Prefería colores oscuros. Recibía a los Embajadores de levita y pantalones de fantasía; cuello alto de “pajarita” y, por todo adorno, una perla, muy grande y hermosa, en la corbata de seda.

             Llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Y tan sólo se marchaba cuando las sombras comenzaban a caer. Vivió con su familia por mucho tiempo en “Los Teques” y luego en “La Quebradita”.

        –¿Descansaba el general?

        –Si, naturalmente. Entre audiencias se tomaba media y hasta una hora a veces. Creo que vi echarle un “sueñito”, sentado en su silla, en la propia oficina donde acostumbraba despachar –nos dice.

             Y, luego agrega:

        –Fumaba cigarrillo negro. Nunca le vi beber alcohol. Muy sobrio en las comidas. Tomaba café negro.

        –¿Y el presidente Medina?

        –Ah, ese era otra cosa. . . Muy cordial, ¿sabe? Dispuso comidas colectivas para el personal. Él y su esposa vivieron un tiempo en Palacio. En la capilla se efectuaban frecuentes ceremonias. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran. Luego se mudaron para la casa que construyeron en “La Quebradita”. Yo fui llevado allá como empleado. Allá nos cogió la revolución de octubre, pero la gente no se metió con nosotros.

        –El general Medina trabajaba mucho. Los empleados nos íbamos a las casas en horas de la noche y cuando regresábamos por la mañana, muchas veces nos encontrábamos conque “el presidente continuaba despachando asuntos”.

             Rómulo Gallegos paseaba por los corredores y Pérez Jiménez le temía a las “huelgas”. Don Víctor, que ahora acaba de cumplir sesenta años, recuerda al presidente Gallegos con especial distinción.

        –Don Rómulo era muy correcto y gustaba de charlar con los empleados. Paseaba frecuentemente por los corredores. Para hacer “ejercicio”, creo yo. No gustaba del atuendo y parecía incómodo con los jefes de protocolo. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina. Parecía quererlo hacer todo él solo.

        Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

        Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

             Dejamos que don Víctor hable sin interrumpirlo. Mirándonos de frente como si dudáramos de que creyéramos lo que iba a decir, comenta:

        –Don Rómulo prefería estar solo o con pocas personas. Los rebullicios no eran de su agrado; no obstante, al principio hubo algunas fiestas. Luego, cuando lo tumbaron, esto se llenó de mucha gente armada. Igual que en la revolución en que tumbaron al presidente Medina. A mí no me gusta ver a gente civil exhibiendo revólveres. Creo que a don Rómulo Gallegos tampoco.

        –¿Gallegos usaba revólver?

        –Bueno, yo no recuerdo haberle visto portar nunca ningún arma. Creo que le bastaba con las que llevaban sus edecanes

        –¿Y Pérez Jiménez?

        –Bueno. . . eso era otra cosa.

              La reportera ha hallado un filón noticioso y no espera soltar su presa.

        –¿Cómo era Pérez Jiménez? Cuéntenos.

        –Un poco mujeriego, ¿sabe? Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo. El presidente Betancourt los mandó a derribar. –Ahora están allí unas oficinas.

             Luego dice que Pérez Jiménez al principio “trabajaba”. A las siete llegaba al Palacio. En los libros de visita figura por mucho tiempo Pedro Estrada como primer visitante a diario.

        –¿Le gustaban las fiestas?

        –Si, mucho. Pero no aquí en Miraflores. . . A veces se ausentaba por muchos días. Se iba de jira. Siempre estaba rodeado de gente y en la cocinase gastaba mucho. La comida se botaba.

        Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

        Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

        –¿Cómo anduvo la cosa en Palacio durante los días de la revolución de enero?

        –Bueno. El día primero yo vine a Palacio a visitar a los amigos para darles el abrazo de “año nuevo” y me encontré con que la cosa estaba prendida. Desde la esquina de Bolero hasta el Palacio estaban apostados los cañones antiaéreos y los aviones pasaban cerquita. Aquí todo estaba revuelto. Pérez Jiménez, en su despacho y los ministros en él. Los ministros se marcharon a las doce y solo Vallenilla se quedó todo el día.

             “A las tres de la tarde. Pérez Jiménez salió de su despacho y se fue al Palacio Blanco. Luego, cuando regresó, preguntó en la puerta si había llegado el general Fernández, le dijeron que no, y entonces vi que estaba contrariado.

             Cuando llegó Fernández, Pérez Jiménez dijo, como para que todo el mundo oyera, que iban a bombardear Miraflores y que él se iba de nuevo al Cuartel Blanco. Como a las cinco y cuarto, dos aviones aparecieron y ametrallaron el Palacio. Murió el portero José Pérez. El general durmió en el Cuartel Blanco.

             “Al otro día, muy temprano se apareció en Miraflores. Estaba pálido y me parecía que no había dormido.

             “Le oí claramente cuando dijo: –Los ataques de aviones no deben preocuparnos; a lo que temo es a la huelga. . .

             “Luego se metió con algunos ministros y militares en su despacho. El 23 de enero en la madrugada, se fue para Santo Domingo en la “vaca sagrada”, y creo que ya no vuelva”.

        FUENTES CONSULTADAS

        Venezuela Gráfica. Caracas, 5 de febrero de 1960


        * Periodista de televisión y radio, realizadora del destacado programa “La tierra y su Gente con Aurora”. Autora de diversos reportajes en revistas y periódicos venezolanos y extranjeros. Primera esposa del político Teodoro Petkoff.

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