Invasiones contra Gómez

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Invasiones contra Gómez

El general Juan Vicente Gómez se mantuvo en el poder, bajo una férrea dictadura, durante 27 años (1908-1935)

     Entre 1929 y 1931, un grupo de venezolanos se apoderó de tres barcos: uno alemán y dos norteamericanos. El “Falke”, el “Maracaibo” y el “Superior”. Los 3 vinieron con gente dispuesta a derrocar al general Ju¬an Vicente Gómez, dictador que gobernaba a Venezuela por aquella época

     La más espectacular del siglo. Romántica. Única. ¬La aventura del “Santa María” recibe muchos epítetos más. El capitán Enrique Galvao vuelve a recordar a los arrojados portugueses de la época de los descubrimientos: Vasco de Gama, Fernando de Magallanes.
Sobre el “Santa María” se han despachado millares de cables. Los gobiernos de todos los países occidentales han discutido el asunto. Los pormenores son apasionantes.

     De todas maneras, la toma de naves fue costumbre de otro tiempo, cuando la piratería era un negocio protegido por algunos Estados.

     El caso más famoso es la rebelión del Bounty. El buque inglés al mando de Guillermo Blight, recibió la orden de trasladarse a Tahití para recoger semillas del árbol del pan con el fin de aclimatar dicha planta en las Indias Occidentales. Pero Blight era un tirano. La tripulación se amotinó y el 28 de abril de 1787 nombró capitán al contramaestre Fletche Christian. Blight y 18 de sus marineros fueron abandonados en un bote, y medio muriéndose de hambre, debieron navegar más de 5 mil kilómetros para llegar a tierra habitada por blancos.

    Los amotinados del Bounty llegaron a Tahití y se dividieron en dos grupos: el primero fue ahorcado por los ingleses, después de haber sido apresados; el segundo se marchó a una isla deshabitada, junto a varios indígenas. La historia inspiró a Lord Byron “The Island”, y en este siglo, a Nordhoff y Hall para “Motín a bordo”, llevada al cine con Clark Gable y Charles Laughton, premiada por la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood en 1935.

Curazao y Urbina

     Pero volvamos a Venezuela y retrocedamos a 1929, un año violento. Como si la efervescencia estudiantil fuera poca, los militares también conspiraban contra Juan Vicente Gómez. Es el año de la toma de 2 barcos: “Maracaibo” y el “Falke”. El primero fue tomado el 9 de junio en Curazao, después que un grupo de venezolanos se refugió en esa colonia holandesa. El segundo vino de Alemania y después de la aventura que terminó en agosto en Cumaná, hubo un proceso sonadísimo por el rapto de la tripulación.

     La toma del “Maracaibo” no tiene un solo líder. Gustavo Machado dice haber concebido el plan, pero Rafael Simón Urbina, que cayó acribillado en noviembre de 1950, después de matar al presidente de la República, Carlos Delgado Chalbaud, alegaba toda la gloria para sí. Dos años después, en 1931, se tomaría un nuevo barco, el “Superior”, viniendo de Veracruz. En su libro “Victoria, Dolor y Tragedia” dice: “El mismo Machado, quien después en el extranjero, aparece llamándose director del movimiento, fue insinuado por Urbina para Jefe del Estado Mayor y respondió que él no servía para eso y se negó”.

La tercera toma de barcos por parte de venezolanos en este siglo, la realizó Rafael Simón Urbina en 1931

     Urbina había estado preso en Curazao y el año siguiente, cuando la toma de puerto de abastecimiento, lo hizo vengarse de los malos tratos. Había ido a Panamá, pero volvió para esa fecha. El plan estaba elaborado. Ramón Torres logró conseguir 50 machetes, 2 hachas y 2 revólveres. Para que los voluntarios no llamaran la atención, fueron llevados en grupo como si asistieran a un bautizo. Después de la arenga vino el reparto de armas y se formaron tres grupos. En el primero iban Ramón Torres, Gustavo Tejera y Gustavo Machado. Los 27 hombres debían apresar a los guardias del fuerte; el segundo grupo de 8 hombres al mando de Redondo y Marín, en la planta baja, debían apagar todas las luces del fuerte; Urbina y 4 revolucionarios iban a encargarse de la parte alta donde se hallaba el comandante y sus oficiales. A las 7 de la noche entraron en camiones al fuerte. Sorpresa. Tiros. Corto combate. Dominación. Pánico en la isla. Otros venezolanos que trabajaban allí se sumaron a los insurgentes. 300 en total. Los hombres de la fortaleza entregaron 300 fusiles, 2 ametralladoras, 2 mil cartuchos de guerra y 150 mil de fogueo.

 

Rumbo a falcón en el “Maracaibo”

     Entre los estudiantes que se presentaron estaban Gustavo Ponte, Pablo González Méndez, Guillermo Prince Lara, José Tomás Jiménez Arraiz y Miguel Otero Silva.

     El próximo paso fue tomar preso al gobernador Fruyter. El capitán Correr, el Tigre de Amsterdam, por sus horrendas carnicerías en Indonesia, ya se había entregado.

     Ahora faltaba el barco. En Aruba esperan otros descontentos que serán recogidos. En la bahía de Curazao esperaban 6 naves. Los revolucionarios le dieron órdenes al gobernador. A las 12 de la noche estaban camino al muelle.

     El “Maracaibo” fue elegido porque aún tenía las calderas al punto. Acababa de llegar de La Guaira. Machado y Urbina discutían. Pero todo fue mejor de lo que esperaban. A bordo del “Maracaibo” no había tripulación. Solo los oficiales esperaban una orden escrita por las autoridades de la isla para obedecer.

     La tripulación la formaban 150 venezolanos. Fruyter, Correr y algunos militares eran los prisioneros. La multitud que se quedaba los despedía con pañuelos blancos. A las 3 de la mañana ya estaban rumbo a Falcón. Y siguieron las sorpresas. El gobernador y el militar le dijeron al práctico que lo hiciera encallar. Sorprendido, la amenaza de ser fusilados, dejó el proyecto en nada.

     A 3 millas de la vela de Coro fue el desembarco. Comenzó pronto la batalla en tierra. El “Maracaibo” volvió con los prisioneros hacia Curazao y los enemigos de Gómez, después de matar al General Gabriel Laclé, con sus balas a fogueo, perdieron gente y posibilidades. Vino la fuga. La persecución, mientras la prensa extranjera calificaba la aventura de “una hazaña digna de los bucaneros de los siglos XVI y XVII”.

Golpe planeado en París

     Cambiemos de escenario. El general Román Delgado Chalbaud, mientras Urbina y los estudiantes perdían en Falcón, conspiraba en Paris. El cazurro Juan Vicente tenía sus espías donde quiera que hubiera opositores suyos, pero julio es el verano en Europa. Embajadores y policías venezolanos se iban a las playas. Delgado Chalbaud aprovechó los días. El coronel Samuel McGill lo puso en contacto con Kramarsky, socio de la firma Félix Prelau & Co. de Hamburgo, y los banqueros judíos suplieron los fondos necesarios para organizar la primera expedición: la del “Falke”.

     Delgado Chalbaud, que iría al frente de ésta, hipotecó sus pertenencias y las de otros venezolanos residentes en Paris. Con esos fondos compró 2 mil fusiles máuser calibre 8 mm, 2 millones de cartuchos en peines de 5 tiros; 25 carabinas de caballería; 25 pistolas Parabellum alemanas con 20 mil cartuchos, mil cartucheras y 6 ametralladoras. Cuando ya estaba por partir supo la noticia del nombramiento del general Emilio Fernández como Presidente del Estado Sucre. Era un tropezón para sus planes de desembarcar en Cumaná. Pero la suerte ya estaba echada. Después saldría una segunda expedición con mercenarios alemanes. El general Régulo Olivares sería el Jefe de Operaciones de Occidente. El primer grupo, después de largas reuniones en la Ciudad Luz, fue tomando trenes para abordar el “Falke”.

     La historia del secuestro de la tripulación la contó en Puerto España en agosto de 1929, el contramaestre del “Falke”. Delgado Chalbaud desembarcó a destiempo. El contingente de Pedro Elías Aristeguieta no llegó a tiempo y lo arruinó todo. Ambos caudillos murieron en la refriega de Cumaná.

     ¿Cuál había sido el papel del “Falke”?

La tripulación secuestrada

     En Hamburgo el proceso fue gigantesco. Se trataba nada menos que del secuestro de una tripulación. La explicación la da el contramaestre Karl Gietz, declarando al Almirantazgo:

     “A las 9 de la noche del día martes 9 de julio, el “Falke” salió de Hamburgo, Alemania, con destino a Dantzig, en el Báltico, pero no llegó allí sino a 30 millas, a Gdingen, donde esperó cargamento, el día 17 de julio éste llegó y cargadores de muelle polacos lo subieron a bordo. La tripulación descubrió que se trataba de armas y municiones. Se lo preguntaron al capitán porque no estaban en tiempos de guerra”. El capitán Zipplit replicó: “Esas no son cuentas de ustedes. Todo este cargamento está perfectamente en orden, según las declaraciones de aduanas”. El 19 de julio dos dueños del barco contestaron algo parecido a los marineros y que debían conducirlo a un puerto de Surámerica.

     Los marineros tenían recelo: el cargamento era peligroso. El capitán prometió doble paga y 500 marcos extras en bonos cuando el barco hubiese cumplido el viaje: “Esto no es peligroso, muchachos ̶̶ le advirtió ̶̶ . Tan pronto como lleguemos la gente vendrá por el cargamento y se mostrará muy contenta en recibirlo”.

     Antes de salir de Gdingen 22 hombres subieron al “Falke” como pasajeros. Cuando el buque ya estaba a la salida del canal inglés, esos pasajeros izaron la bandera venezolana en el palo mayor y se vistieron de uniforme.

     El contralmirante Kierl cuenta esto:

 ̶     Un día y vio al capitán Zipplit de pie en el comedor, llevando en la mano izquierda una bandera, mientras la derecha señalaba hacia arriba con los dedos del medio extendidos. Una carabina de caza pendía de sus hombros y una espada colgaba de su cinto. No pude entender qué habló en español, pero vi claramente que se trataba de una ceremonia.

      Después le dijo a la tripulación:

 ̶̶      Ustedes están locos si de ahora en adelante no me obedecen.
Durante 7 días los tuvo limpiando rifles.

Pedro Elías Aristeguieta, uno de los encargados del ataque por vía terrestre a Cumaná, cae muerto en Carúpano, el 27 de agosto de 1929

El “falke” llega a Cumaná

     Dos días antes de llegar a Cumaná los venezolanos hicieron que la tripulación sacara al pasadizo del puente 34 cajas de 45 rifles cada una. La noche antes de llegar a Cumaná el capitán llamó al contralmirante y le ordenó que montase una ametralladora en el castillete de proa.

     Mientras para la tripulación todo era misterioso, los venezolanos se disponían a tomar Cumaná y quitarle el gobierno a Gómez. El barco alemán se detuvo a 3 horas del puerto oriental. Unas 15 gabarras, llevando a unos 500 hombres, se acercaron entonces a recibir rifles y municiones. Unos 120 subieron a bordo pidiéndole al capitán que les diera de comer. A la mañana siguiente el barco llegó a Cumaná. El capitán les ordenó bajar. La tripulación se negó. Fueron intimidados con revólver. El contramaestre permaneció a bordo porque alegó que su puesto estaba allí. El barco siguió hasta casi 200 yardas de la playa. En tierra muy pronto y muy cerca las descargas eran cerradas. Veinte minutos después volvió el primer bote. La gente comenzó a llegar por grupos con heridos. El barco zarpó. En Puerto España, donde la tripulación amotinada se negó a seguir bajo las órdenes de Zipplit, terminó la historia del contramaestre: “Tan pronto como salimos del puerto, el capitán nos ordenó tirar al mar el resto del cargamento que no se había repartido. Tiramos al agua cerca de mil rifles y 1.500 cajas de municiones y salimos para Granada. Los dueños del barco son Félix Prelau & Co. De Hamburgo y el navío está registrado en Altona, Hamburgo.

Urbina viene de México

     La tercera toma de barcos por parte de venezolanos en este siglo, la realizó Rafael Simón Urbina en 1931. Sus ajetreos comienzan a mediados de abril en la capital mexicana, haciéndose pasar por Carlos Martínez. Su lugarteniente es el zuliano Isidro Muñoz. En julio cae preso por 2 días. Pero en ese tiempo las relaciones diplomáticas entre México y Venezuela estaban rotas. Urbina, después de pagar mil pesos de multa, puso salir en libertad y seguir contando su historia. Según ella, él era el representante de una poderosa compañía cauchera de Yucatán. Comenzó a reunir gente y planeó tomarse el “Superior” en alta mar. Comenzó a entenderse como un gran señor con los agentes navieros. Se consiguió 30 mexicanos y a los que no podía engañar con su historia, les decía que la revolución tenía muchos financiadores. Urbina, como buen golpista profesional, cuidaba los detalles. Mandó llamar a Nueva York a un italiano para que se hiciera cargo de la nave cuando llegara la hora. Pero el “Superior” demoraba. Debía zarpar el 26 de septiembre: demoró 5 días. Los mexicanos enganchados eran 300 más en ese lapso solo se quedaron 137. Ya en alta mar intimidaron al capitán y sus oficiales. Carotti se hizo cargo de la ruta y “las herramientas” embarcadas para la explotación cauchera, fueron sacadas a cubierta. El rumbo era Falcón, pero había otra orden secreta de desembarcar más allá de Paraguaná. La toma del “Superior” había sido el día 2 de octubre a la 1 de la tarde. Urbina siempre bajo su seudónimo le dijo a los mexicanos: ̶̶ Esta es la última vez que almorzaremos de pie.

     Y después de oír los 3 pitazos comenzó la operación. El capitán Prevé se encargó del capitán del “Superior”: el capitán Campos y el coronel Julio Ramón Hernández, de las máquinas; Cano y varios hombres cuidaron la proa, y el coronel Ojendis, la popa. Los ayudantes se dedicaron a comer en primera clase junto al telegrafista, esperando el momento. Cuando todo se fue cumpliendo cronométricamente, Urbina bajó al comedor con una pistola 45: ̶̶ ¡Nadie se mueva!

     Y como un árbitro de fútbol, llevándose el pito a los labios, tocó con todos sus pulmones. Los mexicanos entraron en acción. Se zarandeó el barco. Los pobres mexicanos vitoreaban la revolución y daban vivas al coriano Urbina sin saber que era el hombre que los mandaba. El coronel Torres Guerra, ex ayudante de Pancho Villa, estaba en su elemento. Para que nadie los sorprendiera, el “Superior” fue pintado de rojo y negro, en vez del amarillo y azul, bautizado con el nombre de “Elvira”, y enarbolada una bandera argentina.

El “superior” y una nueva derrota

     El programa era sacar bandera blanca si se veía otra nave y volarla cuando se acercara. Las intenciones de Urbina eran llegar a Puerto Cabello, libertar a los presos y seguir a Maracay para ofrecerle combate al ejército de Gómez.

     A los 5 días de navegación, al barco secuestrado se le descompuso una caldera y solo pudo andar a 18 millas por hora. Entonces se dirigió a la costa de Falcón. A bordo iban 60 mil pesos mexicanos en mercaderías para Yucatán, pero los improvisados combatientes tomaron únicamente los alimentos. El 11 de octubre por fin divisaron tierra venezolana. A las 4 de la tarde se le acabó el petróleo al barco y entonces avanzó penosamente, echando fuego por su chimenea. Pero ya estaban cerca de la playa y los oficiales se peleaban por ocupar la vanguardia. Como se tenían dudas de la eficiencia estuvo a punto de hundirlo. 

     Después del desembarco la gente de Urbina tuvo algún principio de victoria, pero pronto el fracaso volvió a ser suyo. La batalla comenzada en la noche prosiguió a las 4 de la madrugada del 12 de octubre a 6 kms de allí, en Capatárida. Borregales, con sus 300 hombres, retrocede a Coro en busca de auxilio.

     Los guerrilleros seguían vitoreando a Urbina y a Bolívar. Después todo terminó. Murieron los principales cabecillas y Urbina, disfrazado de mendigo, por la sierra, como lo había hecho antes, volvió a desaparecer hacia el destierro por las fronteras colombianas.

     Gómez, sin embargo, se portó magnánimo. No solo no encarceló a los mexicanos, sino que les dio un regalo en el Pabellón del Hipódromo, antes de devolverlos a México en el mismo “Superior”. Muñoz fue confinado a su tierra, Maracaibo, y la gente de Falcón rezó dos rosarios por mucho tiempo: uno por los venezolanos y otro por los mexicanos que entonces perecieron.

 

FUENTES CONSULTADAS

  • Fernández, Carlos Emilio. Hombres y sucesos de mi tierra, 1909-1929. Caracas, Tipografía Vargas, 1960
  • Reinoso, Víctor Manuel. Los venezolanos luchaban con Gómez. En: Elite. Caracas, 4 de febrero de 1961
  • Urbina, Rafael Simón. Victoria, dolor y tragedia: relación cronológica y autobiográfica de Rafael Simón Urbina. Caracas, 1946
  • Vegas, Federico. Falke. Caracas, 2005
La generación del 28 está más vigente que nunca

La generación del 28 está más vigente que nunca

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La generación del 28 está más vigente que nunca

     La primera referencia que se conoce para erigir un monumento al Libertador data del primero de marzo de 1825, cuando la municipalidad de Caracas decidió aprobarlo luego de recibir noticias del triunfo apoteósico de Simón Bolívar en la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. El monumento seria ecuestre, de bronce, sobre columna de mármol y estaría ubicado en la Plaza de San Jacinto, cuyo nombre cambiaría por el de Bolívar. Desafortunadamente este acuerdo quedó sin cumplim

     A principios de 1965, ante diversos actos de violencia protagonizados en el país por el movimiento guerrillero contra el gobierno del presidente constitucional Raúl Leoni, dirigentes políticos de la vieja guardia aprovecharon para recordar la férrea lucha del movimiento estudiantil que 37 años antes, en febrero de 1928, marcó el inicio oficial de la lucha contra Juan Vicente Gómez, dictador que domó a la nación entre 1908 y 1935.

     Una dama, Belén Blanco Yepes de Veloz Mancera, publicó el sábado 27 de febrero de 1965, en la página 8 del diario La Esfera, una interesantísima crónica reflexiva, sobre la acción de aquellos muchachos, conocidos como la “Generación del 28”, cuyos ideales de libertad hoy, 93 años después están más vigentes que nunca. El título del mencionado trabajo es: “Los Estudiantes del 28 pasaron el carnaval presos”, cuyo texto ofrecemos a continuación.

     “En 1935 murió JUAN VICENTE GÓMEZ, dejándonos una patria analfabeta y despoblada, hermosa y campesina, una Venezuela que despertaba después de una larga noche de 27 años.

     Pasaron meses, años, crecimos, formamos nuestros hogares y esta vibrante juventud del año 28, a quienes unía un ideal y marchaban compactos hacia una misma meta, se dispersó, tomaron caminos distintos, caminos opuestos, caminos errados; compañeros de una misma celda, hijos de una misma madre, hermanos de un mismo ideal, hoy van muchos por la vida rencorosos y dispersos, llenos de pasiones malsanas y de bajos pensamientos.

     ¡Estudiantes del 65! Venezuela hoy como hace 37 años, los necesita unidos y fraternos, sin lastres mezquinos y doctrinas extrañas, con la mente abierta y la palabra valiente, para el repudio colectivo de posibles dictaduras, con la conciencia limpia y la frente muy alta, conscientes de la responsabilidad que tienen en el destino de la Venezuela del mañana.

Mi canto es para la fuerza atolondrada.

La pupila serena

La turba mezcolanza de candor  de ciencia

EL SACALAPATALAJÁ

Y la boina del estudiante,

(“La Boina” del estudiante Antonio Arráiz, 1928)iento.

     Hubo otras propuestas también incumplidas, una de ellas en 1842, cuando los restos del Libertador llegaron a Caracas procedentes de Santa Marta, Colombia. En esa ocasión, al menos quedó el nombre de Bolívar para la Plaza Mayor.

     Treinta años más tarde, el 18 de noviembre 1872, el entonces presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco decretó la construcción de una estatua ecuestre al Libertador Simón Bolívar.

     El gobierno encargó la ejecución del mencionado decreto a la Compañía de Crédito constituida en Junta de Fomento, bajo la responsabilidad de su presidente Juan Röhl.

     La estatua fue moldeada en la fundición real de Múnich (Alemania) bajo la dirección del señor Ferdinando Von Müller y por el modelo ejecutado por el escultor italiano Adamo Tadolini en 1858, en Roma, y erigida al año siguiente en la plaza Constitución de Lima, Perú.

En la sede antigua de la UCV, en el centro de Caracas, los estudiantes de la boina azul, unidos por una misma razón, por un mismo ideal, en 1928

     Corría el trágico año 1928, Venezuela desangrada y oprimida vivía sus largos años de oprobio y dolor bajo una de las dictaduras más crueles que registra la historia de América.

     El optimismo y la rebeldía era una pequeña llama que vivía latente en el corazón de la juventud venezolana; se conspiraba, se hacían planes que siempre fracasaban lamentablemente, las terribles cárceles de Venezuela, la fatídica “ROTUNDA”, el Castillo LIBERTADOR y SAN CARLOS se llenaban más y más de hombres que soñaban con ser libres.

     El día 6 de febrero comenzó la “SEMANA DEL ESTUDIANTE”. Beatriz Peña Arreaza fue la bella y juvenil REINA que eligieron para este efímero reinado; la consigna era ésta: “Boinas azules para todos los estudiantes, y el SIGALA y BAJALA en todos los labios juveniles”. 

     Desde las primeras horas de la mañana se reunió un numeroso grupo de estudiantes a las puertas de la vieja UNIVERSIDAD, desde allí portando numerosas banderas con la gloriosa insignia de la FEV se dirigieron al Panteón Nacional, donde Beatriz colocó una ofrenda al padre nuestro Simón Bolívar, eran rosas de GALIPÁN. El estudiante Jóvito Villalba habló a los presentes en cálidas y emocionadas palabras, explicando el sentido de esa fiesta estudiantil, luego la inmensa multitud se encaminó a la casa de Don Andrés Bello, donde hizo uso de la palabra el estudiante Joaquín Gabaldón Márquez, quien rememoró en bellas frases el gesto de aquellos heroicos estudiantes de 1814,  al incorporarse gozosos a las filas de los derrotados patriotas, en momentos trágicos para la Patria que recién comenzaba a ser libre. . . describió en palabras viriles aquel alegre desfile de estudiantes y seminaristas, que en una madrugada de febrero marcharon heroicos hacia LA VICTORIA… y también hacia la muerte, bajo la mirada angustiada de José Félix Ribas.

     En la noche se llevó a efecto la coronación de BEATRIZ I en el Teatro Municipal, el estudiante Juan Bautista Oropeza obsequió en nombre de sus compañeros a la reina la insignia en oro de la FEV. En este magnífico acto fueron dedicados a Beatriz Primera poemas de los estudiantes Jacinto Fombona Pachano y Pio Tamayo.

     A las 5 de la tarde del día 7, se efectuó el recital en el Cine Rívoli, donde hablaron brillantemente los estudiantes Gonzalo Carnevali, Jacinto Fombona Pachano, Joaquín Gabaldón Márquez, Antonio Arráiz, Fernando Paz Castillo, Miguel Otero Silva y Manuel Noriega Trigo. Beatriz primera leyó alegremente su real decreto: “Único es mi real mandato y orden que todos los estudiantes universitarios, mis súbditos, lleven como emblema de su alta condición la BOINA AZUL. Dado en Caracas, a los siete días del mes de febrero de mil novecientos veinte y ocho. Yo, Beatriz Primera”.

El Castillo Libertador, en Puerto Cabello, y el Cuartel San Carlos, en Caracas, se llenaron de estudiantes presos que soñaban con ser libres, en

     Luego el estudiante Rómulo Betancourt, en cálidas y vibrantes palabras, clausuró el acto. El ambiente se caldeaba por momentos, se hablaba en voz alta, nos atrevíamos a opinar sobre política y nos hacíamos la inmensa ilusión de que comenzábamos a ser libres. El presidente de la Federación de Estudiantes, Raúl Leoni, hoy Presidente de Venezuela, fue llamado por el Gobernador, el temible Rafael María Velasco, para hacerlo responsable de los actos de la semana del Estudiante.

     Gómez, el Zar de Venezuela, el cruel Dictador, dueño de vidas y haciendas. Estaba alerta en Maracay. Lorenzo Carvallo y Rafael María Velasco lo mantenían informado de esas tímidas manifestaciones de libertad. Ordenó las primeras detenciones, comenzó una dolorosa agonía para las madres, hermanas y novias de estos heroicos muchachos, que estaban luchando por algo desconocido para ellos, por algo que conocían por referencias: LA LIBERTAD. 

     El martes de Carnaval son detenidos y encarcelados en el Cuartel El Cuño el valiente tocuyano Pío Tamayo, Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt y el bachiller Guillermo Prince Lara.

     El 23 de febrero en un valiente y hermoso gesto de protesta por la prisión de sus compañeros, se entregan a la policía un numeroso grupo de estudiantes. Fueron encarcelados en el Castillo Libertador de Puerto Cabello, en la celda N° 6, en horrible hacinamiento, el grupo más numeroso de estudiantes: Pedro Scarchiofo, Martín Valdivieso, Félix Luciani, Rafael Soto Iribarren, Cipriano Domínguez, Luis Felipe López, Héctor Garrido, Florencio Robles, Cecilio Terife, Felipe Urbaneja, Epifanio Pérez, Rafael Ángel Camejo, Antonio Domíguez, Rafael Monagas, Guillermo Prince Lara, Antonio Noguera, Jaime Ruiz, José Arcay Tortolero, Juan Pablo Pérez. En otras celdas se encontraban Jacinto Fombona Pachano, Raúl Soulés Baldó, Luis Eduardo Chataing, José Tomás Jiménez Arráiz, Carlos Pérez de la Cova, José Antonio Marturet, Ambrosio Perera, Raúl Prag, Fidel Rotondaro, Antonio Anzola Carrillo, Jóvito Villalba, Julio Mac Gill, Joaquín Gabaldón, Rafael Vegas, Carlos Eduardo Frías, Rafael E. Chirinos Larez, Armando Zuloaga Blanco, Agustín Fernández, Germán Tortosa, Humberto Arroyo Parejo y muchísimos más. Fueron puestos en libertad el día 5 de marzo, la prisión aunque corta, los convirtió en hombres que ahora sí sabían lo que querían, que ahora sí estaban conscientes de su misión.

     De esta prisión en el Castillo Libertador conservo un maravilloso recuerdo, el original, muy maltrecho, por cierto, de las COPLAS DEL ESTUDIANTE PRESO, que me obsequió un estudiante amigo, son así: 

COPLAS DEL ESTUDIANTE PRESO 

Por Miguel Otero Silva e Israel Peña, en el Castillo de Puerto Cabello

Tengo una tristeza honda

Como nunca la sentí

Estoy pensando en mi novia

Que está rezando por mí

 

Mi tristeza se mitiga

Con la de aquel compañero

Como un lucero que brilla

Del brillo de otro lucero

 

Con alegría o con dolor

Cantar, cantar y cantar

De día cantamos nosotros

Y de noche canta el mar

 

No importa que tenga hambre

No importa el suelo tan duro

No importa que esté tan lejos

Siendo mi amor tan profundo

 

El recuerdo de la madre

Se nos despertó muy hondo

Porque el rayito de sol

Se metió por la ventana

 

Vuelven nuestras esperanzas

De la reja hacia la playa

Y el mar se las lleva lejos

Donde la están esperando

 

Y la paloma tan libre

Que en el alero se para

Cual si la hubieran mandado

Para que nos torturara

Belen Blanco Yepes de Veloz Mancera, fue una de las jóvenes activistas de la Generación del 28

     Nuevas prisiones dos meses después del fracasado complot del Cuartel San Carlos, siguió una sorda lucha clandestina, y en octubre del mismo año se efectuó la prisión en masa de todos los estudiantes; en tres grupos con intervalos de pocos días, fueron enviados a “LAS COLONIAS” a setenta kilómetros de Caracas. Por la larga y polvorienta carretera, salieron una madrugada a pie para Guarenas, primera etapa del más humillante castigo planeado por Gómez, “para corregir a los muchachos”, como dijera en un corrillo de Las Delicias. 

     A lo largo del camino cantaban los gallos en los corrales de los ranchos y ellos alegres y optimistas entonaban el SACALAPATALAJÁ. A la mitad de la jornada ya estaban sedientos y agotados, muchos de ellos se habían quitado los zapatos y habían comprado alpargatas en las pulperías del camino, para estos fue peor la jornada no acostumbrados a usar la criolla alpargata, tenían los pies hinchados y sangrantes, bajo un sol implacable caminaban lentamente, tristemente, aquella larga columna de estudiantes, que salieron   aquella mañana cantando junto con el sol. Detrás marchaban varios automóviles con las madres, hermanas y novias de los muchachos, le suplicaban al coronel Varela, que comandaba la guardia, que permitiera a los más cansados, subirse un trecho en los estribos de los carros. Corina Ruiz le pidió angustiosa, le permitiera a su sobrino Carlos Ibarra Ruiz sentarse en el automóvil solo por diez minutos para curarle los pies sangrantes y le contestó: “¿No se las estaban echando de hombres?, que lo prueben ahora, pues tienen que seguir a pie hasta que se mueran. Así entró a Guarenas a las cuatro de la tarde aquella dolorosa caravana después de un recorrido de 40 kilómetros; hambrientos, con su alegría y optimismo reducidos a su más mínima expresión; recuerdo que solo el más joven del grupo, Silvio Colimodio, “el loco Colimodio”, como le decían sus compañeros, hacía chistes para hacerlos sonreír, se había hecho afeitar la cabeza con navaja y solo tenía 17 años.

     Los acuartelaron en una casona desocupada de Pueblo Arriba, que para ironía del destino, fue la casa donde durmió por una noche El Libertador. Las señoras se hospedaron en mi casa, la casa de los Blanco Yepes, mi padre, el general Manuel Blanco, recién salido del Castillo de Puerto Cabello, expuso de nuevo su libertad, al alojar en nuestra casa, a petición de mi madre, a todas estas madres, hermanas y novias desesperadas y llorosas. Lucía Olavarría, Corina Ruiz, Josefina y María Juliac, la señora Benedetti, la señora Parpacén, María Teresa Castillo, Antonia Palacios y muchas más que no recuerdo. Ellas pasaron largas horas de angustia en nuestra casa; a los muchachos les hicimos naranjada, café, sándwiches  y agotamos en la botica los cepillos y pasta de dientes.

     Le suplicamos a Varela nos dijera la hora en que seguirían hacia Guatire para llevarles café antes de irse, nos respondió que a las cinco de la mañana y con toda la crueldad de que él era capaz, los hizo poner en marcha las dos de la madrugada, a las cuatro nos avisaron que se los habían llevado, en un camioncito de repartir hilo, les dimos alcance cerca de la hacienda Santa Cruz, a pesar de los insultos de Valera les repartimos el café que habíamos llevado en termos, así seguimos hasta Guatire, donde les permitieron descansar en las gradas de la iglesia; Ostos, el Jefe Civil de Guatire, puso una custodia para no dejarnos acercar a los muchachos, a pesar de eso logramos repartirles comida, limonada y cigarrillos; más tarde los acompañamos a la salida del pueblo, hacia la última etapa, LAS COLONIAS.

     Nunca olvidaré las tristes escenas de despedida, las lágrimas de las mujeres, la sonrisa valiente y consoladora de los muchachos, y el regreso a nuestra casa llenas de rebeldía y rencor.

     También conservo las coplas que hiciera en LAS COLONIAS Pablo Rojas Guardia

NUEVAS COPLAS DEL ESTUDIANTE PRESO

Como me vine sin novia

Mis coplas van a llevar

Para la madre lejana

Lo que digo en mi cantar

 

Con el Sígala en los labios

Me fue metiendo en la historia

No tenía otro ideal

Que darle a mi Patria gloria

 

Ruidos en la carretera

Palas al sol muy brillante

Se ha hermanado con su tierra

El alma del estudiante

 

Copos de espuma en el cerro

Luz de luna en la prisión

Se está metiendo una pena

Dentro de mi corazón

 

Las rencillas que alteraron

Un momento nuestra fe

Se olvidan con el anhelo

De protestar otra vez

 

Pena pequeña y sincera

Que se va haciendo lejana

Pues mi madre antes de serlo

Fue mujer venezolana

 

Cuando se cante esta copla

Ha de cantarse en voz baja

Para que se vaya el alma

En un Sígala y Balaja

Belen Blanco Yepes de Veloz Mancera, fue una de las jóvenes activistas de la Generación del 28

     A fines de noviembre, nos avisaron que trasladaban a un grupo de estudiantes para Palenque, los que consideraban más rebeldes y peligrosos. Mis hermanas y yo, regamos gran cantidad de tachuelas en un trecho de la carretera cerca de nuestra casa, nos sentimos felices cuando al pasar el autobús oímos el primer reventón de un caucho, logramos lo que deseábamos, obligamos a detenerse unos momentos mientras reparaban el caucho.

     Nos acercamos al autobús y reconocimos a casi todos los del grupo, flacos, con barba, pero llenos de optimismo conversaron con nosotras, nos regalaron figuritas de madera talladas por ellos en LAS COLONIAS, recuerdo que eran 16: Rafael Enrique Chirinos Lares, Pedro Juliac, José Antonio Marturet, Inocente Palacios, Antonio Anzola Carrillo, Luis Villalba Villalba, Luis Felipe Vegas, Ricardo Razetti, Germán Stelling, Nelson Himiob, Enrique García Maldonado, Guillermo López Gallegos, Clemente Parpacén, Juan Gualberto Yánez, Eduardo Celis Sauné y Antonio Sánchez Pacheco, ya fallecidos algunos de ellos, un guardia molesto nos apartó groseramente, los pasaron a otro autobús y a poco vimos con tristeza muchas manos diciéndonos adiós y unas pequeñas luces que se alejaban en la noche. . .

Telares Palo Grande en Caricuao

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Telares Palo Grande en Caricuao

Depósito para la planta de tratamiento de agua

     Con una inversión de aproximadamente 25 millones de bolívares, se construyó en 1960, en Caricuao, Caracas, la más moderna fábrica textil de Sudamérica.

     A mediados de 1960, culminó la construcción de una de las fábricas textiles más modernas del Continente, cónsona con el auge industrial que entonces vivía Venezuela.

     En la obra trabajaron afanosamente 400 obreros. La construcción de esta fábrica y sus instalaciones industriales significaron una inversión de veinticinco millones de bolívares, capital totalmente venezolano aportado por los grupos de accionistas de Telares Caracas y Telares de Palo Grande. Estas dos empresas de vieja raigambre industrial —Telares Caracas fue fundada en 1908, bajo la razón social “F. de Salas Pérez y Cía” y Telares Palo Grande en 1920— se fusionaron para realizar este ambicioso proyecto.

     La Compañía Anónima Telares de Palo Grande recibió un crédito de la Corporación Venezolana de Fomento por la suma de seis millones y medio de bolívares.

     El lugar escogido para el emplazamiento de la nueva fábrica textil —la planicie de Caricuao— cuenta de un clima excelente y está inmediato a una vasta zona industrial que se convierte rápidamente en una Ciudad Industrial, satélite de la de Caracas.

     Adyacentes a los terrenos que ocupa la nueva planta, se encuentran terrenos del Banco Obrero y de la C. A. Telares de Palo Grande, donde se levantarán modernas viviendas para los obreros. El Banco Obrero tiene planes de construir seiscientas casas, aproximadamente.

     El terreno que ocupa la C. A. Telares de Palo Grande en Caricuao alcanza los 80.000 m2.

     El diseño de esta nueva fábrica fue hecho sobre las bases de las modernas normas de Estados Unidos, tomando en cuenta los últimos conceptos de índole técnica y de ambiente agradable para el personal que ha de trabajar en la misma.

     Todo el complejo de la fábrica fue construido en forma de U y ocupa 34.000 metros cuadrados. La entrada del algodón y la salida de la tela terminada y empaquetada es por un mismo lado de la factoría, permitiendo así el control desde la oficina tanto de recepción de materias primas y otros artículos como del despacho de las manufacturas.

     Las áreas que ocupan las secciones industriales más importantes que integran el complejo de la nueva fábrica, son las siguientes:

  • Depósito de algodón 1.500 m2
  • Hilandería 8.200 m2
  • Tejeduría 5.400 m2
  • Tintorería 5.000 m2
  • Preparación 4.800 m2
Plaza Bolívar. Caracas, 1874

     Los depósitos de algodón los constituyen tres naves, construidas a prueba de fuego, capaces para almacenar la materia prima necesaria para un año de funcionamiento de la planta.

     La fábrica tendrá 20.000 mechones y 400 telares. Componen sus instalaciones industriales un aporte de las más modernas máquinas textiles esmeradamente escogidas y adquiridas por técnicos de la empresa en las recientes exposiciones de Alemania, Estados Unidos, Inglaterra e Italia, y cuyo valor de compra alcanza los 10.000.000 de bolívares, además de esta maquinaria nueva, contarán también con las máquinas antiguas que están en funcionamiento en las fábricas de Telares de Palo Grande y Telares de Caracas. El equipo industrial de esta nueva planta textil incluyó, entre otras novedades, telares europeos muy rápidos, blanqueado continuo, teñido continuo, sanforizado y equipos para acabados inarrugables.

     El diseño del amplio edificio de la nueva fábrica textil ofrece el singular aspecto de aparecer sin ventanas, a excepción de la tintorería, donde se trabaja con vapor, y en las oficinas; esta circunstancia no obedece a un capricho arquitectónico sino a poderosas razones técnicas aceptadas en Estados Unidos y en Europa; es el tipo de construcción industrial específica para industrias textiles que requieren un clima controlado para la producción.

     Gran parte del secreto de la calidad que desde muchos años ha caracterizado a las telas inglesas, consiste en el clima de una determinada humedad constante que existe en las regiones industriales como Manchester; hoy, la técnica permite establecer esas mismas condiciones ideales para la producción textil mediante un sistema de aire acondicionado central.  De ahí que en la nueva planta industrial de Telares de Palo Grande se haya instalado un sistema completo de aire acondicionado industrial, y que se hayan seguido normas de arquitectura industrial tales como: planchas de concreto aislantes en los techos, revestidas por encima de corcho para aislar completamente el interior de la fábrica de los rayos calientes del sol y la comentada supresión de ventanas, para así lograr el medio ambiente que es necesario a una industria textil que pretenda hacer hilados y tejidos de calidad. 

     El control absoluto de la humedad mejora la eficiencia de la hilandería y la tejeduría hasta un 20%, dando un hilo más uniforme y con menos roturas y por consiguiente una calidad constante en las telas producidas.

     Además, toda la fábrica tiene cielos rasos con sus lámparas embutidas y todos los ductos de aire acondicionado, cables eléctricos, etc., se colocaron entre el cielo raso y el techo a fin de facilitar la limpieza de la fábrica, factor también muy importante en la producción de tejidos de óptima calidad. En la tejeduría el cielo raso es de material aislante de ruidos con el fin de dar a ese salón, normalmente muy ruidoso, un ambiente muy favorable para los obreros que trabajan en el mismo.

     Asimismo el aire acondicionado central hace más agradable el trabajo a los obreros para los cuales, según corresponde a las modernas realizaciones industriales, se han previsto en la novísima planta, todas las facilidades, comodidades y servicios, tales como: una enfermería con consultorios médicos y odontológicos, una confortable cafetería, en la cual se sirve comida caliente, al día, a todo el personal; salas modernas de duchas, lockers, etc.

     Dentro de los terrenos que ocupa la nueva fábrica textil se instaló una planta muy completa de tratamiento de agua para el necesario acondicionamiento de líquido elemento a las necesidades de la tintorería, a fin de asegurar unos teñidos claros y uniformes

     Por medio de controles eléctricos y básculas de pesaje instaladas en cada departamento fabril de la factoría, se establecen rígidos controles de calidad para producir telas que compitan favorablemente en calidad con las importadas.

     En esta fábrica textil se utiliza únicamente algodón producido en los campos venezolanos, constituyéndose así la Fábrica de Telares de Palo Grande, en una industria básica y completa, pues se empieza con la materia prima, el algodón nacional, pasando por los hilados, tejeduría, tintorería y sección de estampados y acabados, hasta entregar la tela terminada.

     Los principales renglones que se producen en la nueva fábrica textil son: los driles de Palo Grande, ya muy conocidos en nuestro mercado; telas para sábanas; toallas; telas para camisas; telas estampadas de varios tipos y lonetas. Todas estas telas, como queda dicho, son hechas con algodón nacional sin intervención de otras fibras.

     En el funcionamiento de esta gran factoría textil se consumen 3.000 KWA = 2.000.000 KWH/mes y 1.200.000 litros de agua al día.

     La planta le dará trabajo a casi mil venezolanos, entre obreros, técnicos y empleados administrativos. 

 

Fuente consultada: Revista Producción. Caracas, N° 131, 1960

La Plaza Bolívar de Caracas

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La Plaza Bolívar de Caracas

La estatua ecuestre de la Plaza Bolívar de Caracas, fue elaborada por el escultor italiano Adamo Tadolini

     La primera referencia que se conoce para erigir un monumento al Libertador data del primero de marzo de 1825, cuando la municipalidad de Caracas decidió aprobarlo luego de recibir noticias del triunfo apoteósico de Simón Bolívar en la Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. El monumento seria ecuestre, de bronce, sobre columna de mármol y estaría ubicado en la Plaza de San Jacinto, cuyo nombre cambiaría por el de Bolívar. Desafortunadamente este acuerdo quedó sin cumplimiento.

     Hubo otras propuestas también incumplidas, una de ellas en 1842, cuando los restos del Libertador llegaron a Caracas procedentes de Santa Marta, Colombia. En esa ocasión, al menos quedó el nombre de Bolívar para la Plaza Mayor.

     Treinta años más tarde, el 18 de noviembre 1872, el entonces presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco decretó la construcción de una estatua ecuestre al Libertador Simón Bolívar.

     El gobierno encargó la ejecución del mencionado decreto a la Compañía de Crédito constituida en Junta de Fomento, bajo la responsabilidad de su presidente Juan Röhl.

     La estatua fue moldeada en la fundición real de Múnich (Alemania) bajo la dirección del señor Ferdinando Von Müller y por el modelo ejecutado por el escultor italiano Adamo Tadolini en 1858, en Roma, y erigida al año siguiente en la plaza Constitución de Lima, Perú.

     El pedestal fue construido en Weissenstadt, Baviera, por Edwards Akermann y llegó a Venezuela en 34 cajas, abordo del bergantín Annani, la mañana del 24 de septiembre de 1874. El pedestal era de mármol, de tres metros y medio de alto, con dos gradas concebidas en piedra sienita de color negro con la inscripción:

“Nació en Caracas el 24 de julio de 1783, murió en Santa Marta de Colombia, el 17 de diciembre de 1830. Sus restos fueron trasladados a Caracas el 17 de diciembre de 1842”.

El 11 de octubre de 1874, el presidente Guzmán Blanco, acompañado por diversas personalidades, procedió a la ceremonia de instalación del pedestal, en cuya fosa se colocaron en unas cajas metálicas los siguientes objetos:

“Acta de la colocación de la piedra fundamental de la estatua.

Copia del decreto del 18 de noviembre de 1872 mandando construir la estatua con la firma autógrafa del Ilustre Americano, General Guzmán Blanco

Una pieza de un venezolano

Una pieza de cincuenta céntimos

Una pieza de veinte céntimos

Una pieza de diez céntimos

Una pieza de cinco céntimos

Una medalla del busto del Libertador

Una medalla conmemorativa del 28 de octubre de 1874

Dos medallas del Capitolio

4 tomos de Historia y Geografía de Venezuela de Agustín Codazzi

Recopilación de leyes y decretos de los Congresos de Venezuela, 1830-1850, 1 tomo

Recopilación de leyes y decretos mandada a hacer por el General Guzmán Blanco, 1874, 5 tomos

Mensaje y documentos de la Cuenta rendida por el General Guzmán Blanco, 1873, 1 tomo

Primer Censo de la República, 1874, 1 tomo

Una fotografía del Ilustre Americano

Plano topográfico de Caracas

Cuadernos de las Constituciones de 1857, 1858, 1864 y 1874

Acta de la Independencia del 5 de Julio de 1811

Periódicos del 10 de octubre de 1874: La Opinión Nacional, Diario de Avisos

y una colección de periódicos de los Estados

Plaza Bolívar. Caracas, 1874

     Un día antes del acto de instalación del pedestal, el vapor danés Thora, que traía la estatua del Libertador, encalló a pocas millas de la isla venezolana Los Roques. El capitán y la tripulación de la embarcación notificaron al cónsul danés que habían perdido “toda esperanza de salvarlo”, ya que “tenía éste tres pies de agua en la bodega.”

     Cinco días más tarde, el jueves 15 de octubre de 1874, comenzaron las labores de rescate; la goleta Cisne al mando del capitán Adolfo Prince salió para Los Roques. Abordo se encontraban Vicente Ibarra y el general Juan Francisco Pérez quienes llevaban 38 hombres. También zarparon para el lugar de los acontecimientos el vapor Pacificador y la goleta Faro. De igual manera Alejandro Ibarra, jefe de las artillerías del Distrito Federal, acudió con un destacamento de la guarnición para evitar que otras expediciones pudiesen saquear el Thora.

     El lunes de 19 de octubre la prensa caraqueña anunció el remate del referido buque con su “carga, velámenes y aparejos”. Ese mismo día, la ardua labor de la expedición oficial dio sus frutos.

     La estatua fue rescatada de las aguas por Vicente Ibarra y el general Juan Francisco Pérez. De igual manera el contramaestre de la barca italiana Eduardo, Felipe Groot, y Adolfo Prince, capitán de la goleta Cisne, habían tenido una destacada participación. Catorce de las quince cajas fueron llevadas ese 19 de octubre para La Guaira; la decimoquinta caja, por ser la más voluminosa, debido a que contenía la pieza del caballo, arribó a ese puerto la mañana del martes 20, en la mencionada goleta Cisne.

     Los restos del Thora nunca fueron rescatados, por lo que aún permanecen en las profundidades de las aguas del archipiélago.

El chorrito del caballo

     Debido al lamentable incidente del vapor danés, el monumento a Bolívar no pudo ser inaugurado para la fecha prevista, miércoles 28 de octubre de 1874, día de San Simón.

     Ferdinando Von Müller vino expresamente a Caracas para dirigir los trabajos de colocación del monumento. Cuenta el escritor y coleccionista Carlos Eduardo Misle (CAREMIS) que “existe una versión que refiere un hecho curioso sobre tales trabajos, y es que pareciéndoles a los que estaban levantando el monumento, que la estatua pesaba demasiado, pensaron que pudiera haberse llenado de agua del mar, en el momento del encallamiento y casi naufragio de la nave que la transportaba. Para convencerse abrieron un pequeño agujero en el anca derecha del caballo, por ser la parte que en aquel momento presentaba el nivel más bajo, y se dice que por espacio de varias horas un chorrito de agua de Los Roques estuvo remojando el piso de la plaza”.

 

Inauguración de la estatua

     Finalmente, el 7 de noviembre un repique general de campanas y el estruendo del cañón, resonando desde la explanada del Paseo Guzmán Blanco (El Calvario), daban la señal de que las fiestas para celebrar la erección de la estatua iban a comenzar.

     A la siete de la mañana, el triple estampido del cañón les anunció a los empleados públicos y demás habitantes de una Caracas que despertó engalanada con lujosos atavíos, que debían concurrir a sus localidades respectivas.

     A las 8 de mañana se inició la programación, cuyos detalles fueron descritos por el historiador Francisco González Guinad:

     “A la hora indicada se presentó el Ilustre Americano en gran uniforme, acompañado de su esposa y familia, del cuerpo de edecanes y empleados públicos. El cuerpo diplomático, los ministros del Despacho y los representantes de las corporaciones estaban allí con sus insignias, banderas y ofrendas.

     El presidente Guzmán Blanco leyó una breve alocución. Posteriormente sus edecanes pusieron en las manos del primer mandatario una corona de laurel batida en oro, la cual colocó al pie del pedestal”.

(…) “Llegó, por fin, el suspirado momento. Descorrióse el velo que cubría la estatua del Libertador, y ante aquella multitud entusiasmada apareció Bolívar, como un semidiós, sobre su corcel de batalla, saludando al pueblo”…

FUENTES CONSULTADAS

Libros

  • González Guinad, Francisco. Historia Contemporánea de Venezuela. 2da Edición. Caracas: Presidencia de la República, 1954; 15 v.
  • Misle, Carlos Eduardo. Plaza Bolívar, corazón de la Patria. Caracas: Procter & Gamble, 1999; 231 p.
  • Palenzuela, Juan Carlos. Primeros monumentos en Venezuela a Simón Bolívar. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1983; 193 p.

Periódicos

  • Diario de Avisos. Caracas, octubre-noviembre de 1974
  • La Opinión Nacional. Caracas, noviembre de 1872
  • La Opinión Nacional. Caracas, octubre-noviembre de 1874

Un país sin empleados públicos

Un país sin empleados públicos

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Un país sin empleados públicos

     De este modo tituló uno de los capítulos del libro, denominado Fueros, civilización y ciudadanía (UCAB, 2006), configurado por Elias Pino Iturrieta (Maracaibo, 1944) quien se ha destacado en las letras venezolanas como escritor, profesor e historiador. Es individuo de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, a la cual se incorporó el 27 de febrero de 1997 bajo el sillón N. Fue director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello desde 1999. Se graduó de la Universidad Central de Venezuela en 1962, y realizó el doctorado de El Colegio de México en 1969. Entre algunas de sus obras se pueden mencionar: La mentalidad venezolana de la Emancipación, Contra lujuria y castidad, País archipiélago y El divino Bolívar. Las líneas que siguen forman parte de una sinopsis de lo que Pino examinó respecto a la escasez de funcionarios públicos en los primeros tiempos de la república.

     En este aparte de su obra destacó algunas experiencias, en el contexto de los inicios republicanos, relacionadas con la ocupación de cargos públicos en los tiempos fundacionales de la república. Anotó que, algunas curiosas respuestas, ofrecidas por candidatos propuestos para cargos de cierta envergadura fuesen negativas, muchas de ellas llenas de jocosidad. Varias contestaciones fueron estudiadas y mostradas por Pino. Las mismas también dan cuenta del “agobio que significó la construcción del país” en tiempos cuando ni Fernando VII ni Bolívar los mandaren y ordenasen a cumplir con deberes de la patria. Muchas de las respuestas destacadas por este historiador venezolano se caracterizaron por la distancia, la apatía, por la ridiculez “y aún por la trampa, signar una relación gélida entre el sector público y los factores humanos que se requieren para la dirección y la atención de la sociedad”.

     Entre las variadas consideraciones que permite visualizar Pino, en este escrito, se encuentra aquella según la cual todo gobierno debía gobernar con las personas adecuadas. Requería de subalternos rectos y eficaces que con su empeño ayudasen a los respectivos gobiernos a desarrollar sus propósitos. Si se daba el caso de no encontrar servidores públicos idóneos quienes, si no aceptaban cargos por mandatos políticos o muestras de lealtad, “lo harán para conseguir el salario de las cajas oficiales”. En especial, en un país caracterizado por la bancarrota, la parálisis comercial y la falta de estabilidad en todos los ámbitos de la sociedad, “no cae mal el flaco emolumento ordenado por los poderes públicos”.

     En su examen, recordó que no era mal negocio mostrarse como “mandamás” en un país en que el personalismo estaba tan arraigado si quien ocupase un cargo público, en cualquiera de las instancias gubernamentales, le supiera sacar provecho a un trato caudillesco, muy propio de este período. 

     Mostró que, en los primeros momentos republicanos, la apatía, falta de compromiso y actitudes reactivas hace suponer que los asuntos propios del Estado no fueron fáciles de resolver, al menos, para tratos y aspectos administrativos requeridos de un personal adecuado. Por esto asentó la existencia de un “desinterés por el ejercicio de las funciones públicas es una constante en los primeros treinta años de autonomía”.

     Hizo notar en estas líneas los casos de Valencia y Mérida en los primeros días del mandato de José Antonio Páez. Agregó a esta consideración lo sucedido para 1837 cuando las asambleas habían elegido a los funcionarios dependientes del Concejo Municipal de Caracas, pero hubo una abultada respuesta de quienes intentaron desprenderse de las asignaciones otorgadas. Según su relato, basado en periódicos de la época, un licenciado de nombre José Rafael Blanco interpuso una “excusa legal” con la que justificó la no aceptación para ejercer la Alcaldía Primera de Altagracia porque recién había contraído matrimonio. Otro, Miguel Tejera se había excusado de aceptar el cargo para ejercer como Alcalde Primero de la parroquia San Pablo al mostrar certificación médica donde se constaba de una irritación pulmonar que le aquejaba. Don Francisco Ignacio Carreño había sido requerido para la Alcaldía Segunda de la parroquia San Juan, sin embargo, adujo que sufría de una oftalmía crónica y así se libró del incómodo nombramiento. 

     Pino rememoró que la prensa de la época hizo chanza con la cantidad de impedimentos que sirvieron de excusa para no aceptar los nombramientos oficiales. Una de ellas apareció en El Conciso, el 21 de enero de 1837, en el que se decía que en Caracas existía una especie de “Canciller de inválidos” de nombre Esculapio, que se beneficiaba con altos estipendios ante la cámara edilicia. No obstante, Pino reseñó el caso del abogado Felipe Fermín Paúl quien tomó en sus manos corregir las imposibilidades aludidas por parte de algunos ciudadanos que se negaban a cumplir su papel como administradores públicos. Este jurista aseguró que las solicitudes de rechazo resultaban irrelevantes y que se apoyaban en extravagantes leyes y antiguas como “las de Indias”. 

     Ante las desatenciones de los demandados para actividades administrativas, requeridas por un Estado que buscaba afianzarse, Pino se interrogó acerca de si estas negativas no tendrían que ver con objeciones de conciencia. En este mismo orden de ideas, también se preguntó si ellas no tendrían que ver con el libre albedrío en el que se amparaban como ciudadanos para no asumir imposiciones gubernamentales. No deja de ser objeto de curiosidad la negativa en distintos lugares del país, por parte de individuos que pudiera pensarse, según lo informado por cierta historiografía militante, deberían mostrar mayor compromiso con la república anhelada, en especial cuando esa historiografía insiste en que los procesos que llevaron a la emancipación fue obra de las “masas populares”, o, al menos, representan la edificación republicana como emanación de una sociedad integrada alrededor de la construcción republicana.

Por lo general, en los inicios republicanos, el venezolano rechazaba ocupar de cargos públicos

     Pino rememoró el caso expuesto en una comunicación oficial enviada a Monagas en 1857, que “incluye una elocuente estadística de indiferentes y renuentes”. De acuerdo con esta comunicación se habían presentado catorce justificaciones por matrimonio y dos por razones de salud, para rechazar el ejercicio de cargos concejiles en Caracas. Prosigue este historiador venezolano, en 1853 diez personas se habían mostrado reticentes a ejercer cargos como escribientes de tribunales situados en distintos lugares, debido a que “sufrían todas”, sin excepción, afecciones asmáticas que se agravarían con el contacto permanente de los papeles polvorientos que reposaban en los archivos. En 1854, seis jóvenes escogidos, según refiere Pino, para trabajar en los hospitales de Caracas y Valencia, se disculparon por la carga de numerosos achaques y dolencias, a pesar que ninguno superaba los veinte años de edad.

     Para 1855, nueve negativas se sustentaron en “enfermedades” como “torcedura de una pierna, pasmo barrigal, sarna y granos regados en cara y cuerpo, fueron razones suficientes para rechazar cargos de maestros de primeras letras. 

     Pino citó el caso de un informe, fechado en 1857, en que su redactor mostró sorpresa ante el caso de Julián Méndez quien se negó a aceptar el cargo de juez porque no tenía caballo, Mariano Solarte se negó a trabajar como aseador en la magistratura porque no tenía con quien dejar a su abuelita y el caso de Eloy Torres que se negó a tomar una vacante como administrador del correo porque le temía al invierno. Razonó, en este contexto, el de no contar con una bestia para su traslado. Quien había elaborado la Memoria, en la que se expusieron estos casos ante el gobernante de turno, el doctor Ángel Santos cerró el informe con las palabras siguientes: “En todos aparecen grandes irresponsabilidades y falta de ganas de trabajar, esperando instrucciones para corregir el grave mal”.

     Pino refirió otro caso, correspondiente al año de 1856, de un individuo llamado Juan de Dios Millán respecto al cargo de comandante de la policía que se le ofreció. En una comunicación firmada por Millán se puede leer cosas como las que siguen: ser policía no era equivalente a trabajar, “porque todos hacen lo que quieren y uno queda de adorno, como son adorno los jueces que se ganan la plata sin trabajar”. En la misma comunicación, con la que justificó su negativa para asumir el cargo policial, agregó Millán que los ladrones se mantenían en la cantina y que los secretarios de las dependencias públicas no hacían nada en los cargos que se les asignaba. De adorno acusó a los soldados que no poseían un sable para su defensa, también a los diputados que no sabían del sudor producido por el trabajo. “trabajar es lo que hago yo, escribiendo este oficio para no querer trabajar. Trabajar es poner un negocio, o cuidar una herencia, o arar en la hacienda, y eso lo hacen muy pocos en esta tierra amada y llena de maravillas, y mientras sigamos así, yo no trabajo en la policía”.

     En virtud de estas consideraciones, Pino trajo a colación la aceptación de las variadas excusas para desprenderse de compromisos nacionales. En este sentido, las numerosas vacantes que debió sortear la administración pública y la indiferencia de las autoridades para hacer cumplir los cargos asignados son expresiones que, para Pino, deben llamar la atención para cualquier persona que examine asuntos relacionados con los primeros tiempos de una república recién fundada. Bajo estas circunstancias, no se dio a conocer ninguna orden de amonestación para con los desobedientes, tampoco alguna fórmula para despertar su interés o para superar una tendencia tan perniciosa. “Hay testimonios de la búsqueda de empleados y de la reacción negativa de un funcionario por los prospectos que se esconden, pero nada más”.

     De acuerdo con este analista de la historia de Venezuela, las fuentes de información no registran la respuesta que pudieron haber tenido los representantes gubernamentales ante las negativas reseñadas, o de las razones aducidas por parte de quienes se negaron a cumplir con un deber para el que habían sido encomendados por autoridades nacionales. En este sentido, agregó la dificultad de asumir estas negaciones como una expresión de conciencia, en especial, por lo trivial de los razonamientos y por lo poco fiables de los mismos. Uno de los razonamientos que proporciona el autor a este respecto fue, quizás, el que los demandados para las actividades públicas no se sentían comprometidos con el país, es decir, no tenían arraigado un sentido de pertenencia que les constriñera a cumplir con exigencias nacionales.

     En este marco de análisis, agregó que el historiador solo podía verificar cómo una porción importante de venezolanos se desentendió de obligaciones con el Estado y el país, anteponiendo sus requerimientos y su bienestar individual entre 1830 y 1858. Estudios como el expuesto en estas cortas líneas ponen en evidencia la debilidad de los gobiernos representados por hombres recios, de acuerdo con los relatos de la historia de Venezuela, como José Antonio Páez y José Tadeo Monagas o institucionalistas como Carlos Soublette. Pino subrayó que estas desatenciones muestran unos gobernantes que no atraían “acólitos a su templo” si los invitaban a trabajar. Fueron hombres que no tuvieron respuestas claras ante la indiferencia de los gobernados. “Las versiones de un presidente lancero todopoderoso a quien siguen las multitudes y alaban los propietarios, o sobre unos autócratas venidos de oriente ante quienes se rinden los partidos políticos, quedan mal paradas”.

     Gracias a la exposición que ofrece Pino, en este relato, es dable un acercamiento a la historia olvidada del siglo XIX. Se ha hecho habitual la representación de la Emancipación como un hecho positivo y, por tal circunstancia, lo estructurado en su nombre se ha divulgado como compromiso generalizado. Una de las vías de interpretación de este tipo de historia ha sido cultivada por Pino quien con elegante prosa desmiente muchas de las fábulas construidas respecto a la historia de Venezuela, en los primeros tiempos de construcción republicana.

Pulperías y espacios públicos

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Pulperías y espacios públicos

     Ángel Rosenblat fue un filólogo de origen polaco que a los seis años de edad, había llegado con su familia a Argentina, donde cursó sus estudios de filología. Por intermediación de Mariano Picón Salas llegó a Venezuela en la década del cuarenta del 1900. Se había doctorado en filosofía y letras en la universidad de Buenos Aires. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos durante una corta pasantía por Madrid. Sus estudios expuestos en “Buenas y malas palabras”, artículos que había redactado en medios impresos de la época, se constituyeron en un libro de obligada exploración para una aproximación a un conjunto particular de palabras o venezolanismos que a él le interesaron como un personaje cercano a la lengua, su historia y uso.

     Rosenblat dejó escrito que comprender lo que la palabra pulpería guardaba como significado histórico, requería de un examen etimológico y filológico. Desde un inicio presentó su asociación con pulpero y pulpo. Según este filólogo dos autores correspondientes, uno, al siglo XVI y, otro, al XVII presentaron esta conexión. El primero, el Inca Garcilaso, lo hizo en Historia general del Perú, texto que se dio a conocer en 1647. Garcilaso llegó a escribir que en la creciente presencia de pendencieros y disputas particulares entre soldados, aunque también entre mercaderes y comerciantes, así como a los que llamaban pulperos, era un nombre impuesto a los vendedores más pobres porque en la tienda de uno de ellos se ofertaban pulpos.

La pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos

     El segundo, fray Pedro Simón, en su “Noticias historiales», publicado en 1627, expresó que a los pulperos les habían llamado de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pies. Sin embargo, Rosenblat no otorgó mucho crédito a estas aseveraciones, al advertir que parecía una “humorada”, cuya inspiración se encontraba en la antipatía hispánica por el trabajo o actividad comercial. Basado en los estudios filológicos de Joan Corominas, autor de “Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana» (1954) reduplicó lo que este había examinado acerca del término en cuestión, al que asoció con pulpa. Para ratificar este supuesto recordó el caso de Cuba, donde al vendedor de pulpa de tamarindo se le llamaba pulpero. No obstante, advirtió que era una designación muy reciente. No parecía muy común en tiempos de colonización y conquista, porque en tiempos del Antiguo Régimen los españoles no se dedicaban a la venta de pulpas de frutas y tampoco, las pulpas eran el artículo principal ofertado por las pulperías.

     Rosenblat agregó una tercera posibilidad. En los prístinos días de la conquista de México los establecimientos donde se vendía el pulque, una bebida fermentada a partir del maguey o agave, se les dio el nombre de pulperías. 

     Así, desde estos tiempos la pulquería se ve como una institución en el país centroamericano. Rosenblat se interrogó acerca de si no cabría la posibilidad de considerar que españoles viajeros pudiesen haber llevado el nombre a otros lugares de la América hispana. En este sentido, señaló que muchos conquistadores y primeros pobladores de México se trasladaron a Perú y a otros espacios territoriales de la América española. Advirtió que una pulquería fuera de México tendría que ofrecer otro tipo de bebida distinta al pulque. A partir de estos razonamientos planteó otra hipótesis según la cual, en otros lugares del Nuevo Mundo, pudiera haberse dado el caso que el nombre de pulquero se asociara con pulpo o pulpa, “por etimología popular, y se transformara en pulpero. Es una hipótesis, ¿pero acaso hay alguna más plausible?”, se preguntó este filólogo de origen polaco.

     Lo cierto resulta ser su generalización en América. Rosenblat recordó que el Cabildo de Caracas estableció límites al funcionamiento de pulperías en Caracas. Para el 15 de marzo de 1599, al haber muchos pulperos en la ciudad, se impuso que debían funcionar sólo cuatro pulperías en ella. Durante el Antiguo Régimen hubo un gremio de pulperos. Los bodegueros y pulperos tuvieron importante actuación en algunos levantamientos civiles como en el de 1749 con la insurrección de Juan Francisco de León. En Los pasos de los héroes de Ramón J. Velásquez puso en evidencia que, los viajeros que visitaron Venezuela aludieron de alguna forma a las posadas, mesones y pulperías que se encontraron durante su estadía por el país.

     Velásquez puso de relieve la diferencia entre bodega y pulpería. Mientras la primera se asoció con dependencias de categoría, las pulperías eran bodegas de poca monta e intercambio al menudeo, entre ellas mencionó las que funcionaron hasta el período gomecista dentro de las haciendas. Expresó que la pulpería fue toda una institución en Venezuela como las que se instalaron en tiempos de la Guipuzcoana o los almacenes que desarrollaron los alemanes en San Cristóbal, Puerto Cabello, Ciudad Bolívar y Caracas. El inmigrante que pisaba estas tierras le quedaban dos alternativas: “la guerra y el comercio”, de acuerdo con sus aseveraciones. Muchos inmigrantes pasaron de pulpero a bodeguero o almacenista, aunque con pocas posibilidades de ascenso social. “Uno de los pocos pulperos en saltar el mostrador hacia más altos destinos fue Ezequiel Zamora. En cambio, Rosete fue pulpero de mala ralea”.

     Este mismo historiador indicó que la pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos. Dentro de sus prácticas es posible ratificar el despliegue de un espacio público. En ella se ofertaba diversidad de bienes y también se conversaba de multiplicidad de cuestiones. En un espacio territorial de predominio rural, como la Venezuela decimonónica, se medía la distancia con la mediación de una pulpería a otra. La distancia se medía por cada diez horas de jornada a caballo. Este mismo historiador expresó que, junto a la pulpería estaba el corralón para la arria. Después de la cena, se presentaba un intermedio musical y artístico en que la copla era la invitada estelar. No faltaría el Guarapo, el cocuy, la menta o el malojillo, al interior de las pulperías.

     La fama de las pulperías estuvo marcada por altibajos. Algunas llegaron a tener buena fama, otras no por escenificarse en ellas actos virtuosos. Velásquez mencionó algunas que conservaban nombradía desde tiempos de la colonia: La Venta, Las Adjuntas, Corralito, Cerca de San Mateo, Cantarrana que había servido de cuartel general y de hospital a las tropas de Boves.

A los pulperos los denominaron de este modo porque ofrecían muchas cosas en sus tiendas, a la manera que los pulpos poseen varios pie

     Se debe insistir que lo más importante, de acuerdo con los estudios señalados, en este tipo de venta de bienes residió en la función social que cubrieron. Se debe suponer que no contaban con frontispicios llamativos y menos que fuesen lujosas. Velásquez las describió como sigue: “carecían de fachadas características y hasta de las muestras que indicaban el mote que las distinguía. Caserones como los de cualquier sitio. Techos que fueron rojos, ahora patinosos. De los aleros, colgaban hierbajos descoloridos. Un largo corredor frontal con barda divisoria y grupos de campesinos platicando del tiempo, las siembras, los sucesos. En el corredor, armellas para colgar hamacas. Un camino que llega y otros que siguen. Grasosas piernas de cerdo colgando de los ganchos. Carnes de chivo blanqueadas por la sal. Rumas de pescado seco. Rimeros de torta de casabe. Unos bastos sobre burros de madera”.

     En su interior, estaban las mesas de madera rústica protegidas con hules estampados de flores y no manteles de tela, sobre ellas el ajicero tradicional. Para sentarse, sillas de cuero. Servían para descanso del viajero por el tránsito en caminos agrestes y rudos, y de pendientes pronunciadas. Vale decir que la pulpería formó parte de un espacio público, aunque limitado. Los habitantes de Caracas, aún en tiempos de la colonia, no contaban con lugares de esparcimiento y distracción. 

     Por eso en los actos ceremoniales y litúrgicos se agolpaban personas que más de las veces concurrían a las iglesias no precisamente a cumplir con el sagrado deber que en ella era propicio.

     El historiador Rafael Cartay, en su texto” Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana” (Caracas 1870-1980), señaló que la vida caraqueña en las postrimerías del siglo XVIII se caracterizó por su sencillez y simplicidad. Citó a Arístides Rojas para ratificar que era una experiencia vital que podía resumirse con cuatro palabras: comer, dormir, rezar y pasear. Se comía en familia varias veces al día y en horarios distintos a los de ahora. A partir del mediodía hasta el final de la siesta, a las tres de la tarde, todas las puertas de las casas estaban cerradas y, tanto plazas como calles, se encontraban solitarias.

     Cartay destacó que en casi todas las casas se rezaba el rosario, a las siete de la noche. Para inicios del siglo XIX el espacio público seguía siendo restringido. Cartay rememoró que Francisco Depons había observado una ciudad en la que no existían paseos públicos, ni liceos, ni salones de lectura ni cafés. Por eso subrayó que cada español vivía en una suerte de prisión, solo salía a la iglesia y a cumplir con obligaciones laborales. Sin embargo, las fiestas no sobraban, aunque monopolizadas por la iglesia.

     Este historiador recordó que la moral criolla cabalgaba sobre las Constituciones Sinodales. No obstante, era transgredida. Citó el caso del Cabildo caraqueño cuando en 1789 criticó la apertura de bodegas y pulperías, donde se dispensaban bebidas alcohólicas, incluso en celebraciones religiosas. También, se hicieron eco de queja al criticar el que mujeres visitaran esos lugares. De igual modo, citó el caso del sacerdote Francisco Ibarra, quien había sido rector de la Universidad de Caracas, entre 1754 y 1758 y primer arzobispo de Caracas en 1804. Este clérigo, según Cartay, había condenado la pública y escandalosa difusión de los pecados desplegados con la vestimenta de las mujeres, bailes lascivos y la permisividad que permitía que hombres y mujeres se agarraran de las manos.

     Lo cierto e indicado por Cartay fue que luego de la Guerra Federal en la ciudad se fueron creando espacios para el entretenimiento público, a partir de 1865. Se comenzaron a construir plazas bañadas por árboles, algunos jardines públicos y lugares para paseos. Con esto se puede constatar que la vida del caraqueño comenzó a diversificarse y la vida nocturna cobró vigor gracias a las lámparas de gas. Fueron acciones que muestran, tímidamente, la ampliación de un espacio público.

     En tiempos del mandato guzmancista la ciudad capital fue testigo de este ensanchamiento. En su narración, Cartay puso de relieve lo que un ministro guzmancista expresó acerca de las diversiones, a las que dividió entre bárbaras y civilizadas. Entre las primeras, José Muñoz Tébar, resaltó las que “salvajizan” a las personas, entre las que mencionó los toros coleados y las peleas de gallo. Las apropiadas serían el teatro que “civilizaba”. Sin embargo, el único teatro, inaugurado en 1854, era el Teatro de Caracas, al que se sumaría el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) abierto en 1881.

     Las diversiones de los sectores populares se reducían a las peleas de gallo, los toros coleados, los juegos de baraja y naipes y los encuentros en bodegas y pulperías donde sus asiduos visitantes se dedicaban a hablar de política, hablar de religión, hablar mal del prójimo y averiguar la vida ajena, según lo expresara Delfín Aguilera en 1908. Quizás, lo más importante de una aproximación a la historia de la ciudad por medio de la pulpería es que ofrece la oportunidad de visualizar cambios. Cambios que se fueron desplegando con el ensanchamiento del espacio público, aunque también permite apreciar la cotidianidad de un país cuando la ruralidad y sus inherencias fueron las dominantes.

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