“Chivita” Lezama, patrimonio del béisbol venezolano

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“Chivita” Lezama, patrimonio del béisbol venezolano

Desde 1944, Lezama anima la tribuna izquierda ocupada por los seguidores del conjunto caraquista, bien como Cervecería o bien como Leones
Desde 1944, Lezama anima la tribuna izquierda ocupada por los seguidores del conjunto caraquista, bien como Cervecería o bien como Leones

     El conocido animador de los Leones del Caracas que en febrero de 2022 cumplió 103 años, sigue al equipo desde que se estrenó como Cervecería Caracas en el legendario Estadio de San Agustín, en el certamen amateur capitalino de 1942

     Cuando en mayo de 1942 el equipo Cervecería Caracas reemplazó al club Princesa de Maiquetía en la pelota de segunda división, Jesús Alejandro Lezama contaba con 23 años de edad y tenía seis años que había fijado residencia en Caracas tras llegar en el año 1936 de su nativa Tucupita.

     Lezama se convirtió tempranamente en seguidor del naciente conjunto cervecero, pues en sus filas militaban varios integrantes de la selección nacional que había ganado el campeonato mundial de beisbol amateur en la capital cubana, en 1941

Todavía faltaban un par de años para que hiciera el grado como primer animador del conjunto lupuloso, pero ya despuntaba, en las tribunas de madera del legendario Estadio San Agustín como el aficionado que a muy corto plazo sería el partidario más fiel de la divisa de mayor tradición ganadora en la historia de la pelota venezolana.

     Hoy en su residencia de la parroquia San Juan, al lado de sus familiares más cercanos, guardando todas las recomendaciones que imponen los protocolos de bioseguridad en tiempos de pandemia, “Chivita” conmemora 103 años de su nacimiento. Llegó a este mundo en la capital de Delta Amacuro, la mañana del domingo 9 de febrero de 1919.

     Aunque para este 103 onomástico, Lezama no empleará la misma petición que mantuvo por más de treinta años, de exigir que le pagaran sus prestaciones sociales después de pasar toda una vida prestando servicios en el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) como cobrador, gracias a la mediación que en enero de 2022 le prestó el ex pelotero y presidente del Instituto Nacional de Hipódromos (INH) Antonio “Potro” Álvarez. Sus deseos se orientan hacia que la directiva de los Leones del Caracas se esfuerce por armar un equipo que sea capaz de ganar.

     Afirma que tiene esperanzas de festejar el 21° título de los Leones en la temporada 2022-23 porque no soporta la sequía récord de una docena de campañas consecutivas sin alzar el trofeo de campeones.

     A sus 103 años, Lezama goza de una envidiable memoria. En septiembre de 2021, recordaba, en entrevista con el periodista Gerardo Blanco, que hasta finales de los años setenta, pagaba su pasaje para acompañar al equipo cuando jugaban en el interior. Fue a partir de 1977, bajo la gerencia de Francisco Rivero (yerno del “Negro” Prieto), que lo integraron oficialmente a las giras del club. “Me daban viático y habitación, pero jamás cobré un sueldo”, rememoró.

A sus 103 años, Lezama tiene esperanzas de festejar el 21° título de los Leones en temporada 2022-23
A sus 103 años, Lezama tiene esperanzas de festejar el 21° título de los Leones en temporada 2022-23
La longevidad y energía de Jesús Alejandro Lezama son cualidades dignas de admiración de este singular personaje del deporte venezolano
La longevidad y energía de Jesús Alejandro Lezama son cualidades dignas de admiración de este singular personaje del deporte venezolano
“Chivita” ha sido testigo presencial de los 20 campeonatos que ha ganado el Caracas y las dos veces campeón de la Serie del Caribe
“Chivita” ha sido testigo presencial de los 20 campeonatos que ha ganado el Caracas y las dos veces campeón de la Serie del Caribe

     Lezama ha sido testigo presencial de los 20 campeonatos que ha ganado el Caracas en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP) y ha estado en la cueva del club que se ha proclamado campeón de la Serie del Caribe en Hermosillo, México- en 1982, y en Maracay-Valencia- en 2006.

     Como una suerte de ñapa a su resumen curricular pueden agregarse otras cuatro coronas que elevan a 26 su palmarés y el del club. Son la de segunda división que ganó el Cervecería en el año 1942, las dos copas de campeón de primera división que alzó el conjunto lupuloso en las ediciones 1942-43 y 1945 y el gallardete que conquistaron en la Serie Interamericana de 1950.

     Su longevidad y energía son, sin lugar a dudas, cualidades dignas de admiración de este singular personaje del deporte venezolano. Difícilmente en el ambiente deportivo de Venezuela otro equipo puede lucir entre sus seguidores una figura tan emblemática y querida como la tienen los Leones.

     ¡Salud!, “Chivita” y que esa celebración de los primeros 103 años se complemente con el fin de la sequía.

Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

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Jesús Corao llevaba el deporte en la sangre

Jesús Corao (1900-1970), empresario, pionero del deporte organizado en la Caracas de las décadas de 1930 y 1940. Creador de la rivalidad Caracas-Magallanes
Jesús Corao (1900-1970), empresario, pionero del deporte organizado en la Caracas de las décadas de 1930 y 1940. Creador de la rivalidad Caracas-Magallanes

     Pionero del deporte organizado en la Caracas de los años treinta y cuarenta. Fue pelotero y gran promotor del béisbol, de las carreras de caballos y del boxeo; “inventor” del puro criollismo en el béisbol, jinete, empresario, estuvo preso durante la dictadura de Juan Vicente Gómez y llegó a ser hasta Prefecto de Caracas y presidente del Instituto Nacional del Deporte (IND)

     “Jesús Corao es uno de esos hombres civiles sembrado en el pueblo de Venezuela, pero olvidado por la historiografía tradicional, esa en la que solo existen héroes con charreteras y líderes políticos y mandatarios nacionales.

     Ante nuestro comentario él no se atreve a negarlo, sobre todo cuando se da a recordar sus momentos de lucha. Estas tienen diversas ramificaciones, desde empresario hasta deportista: primero jockey, luego pelotero, después campeón de dominó. Sin exceptuar tampoco el deporte del amor, hay quien habla de sus numerosas aventuras amorosas, asegurando que una vez entró por el techo de una casa para contemplar a su amada, lo cual nada tiene que ver con la “Operación Dulcinea”.

     Más, se diría ahora que estamos frente a un diplomático cuidadoso de la ética y estética de su vida. Y fuera de una luz lejana que a menudo hace brillar sus pupilas de hombre maduro, nada denota al hombre con fama de peleador y valiente, de cuyos tremendos “cabezazos” todavía se habla. 

     Ante su perfecta actitud de circunspección, siempre de gentleman, nos damos a recordar para nuestros adentros sus innumerables aventuras, como aquella de 1927 cuando jugaba contra el club de José Vicente Gómez, “29 de Julio Militar”. Jesús Corao bateaba y de repente le pidió “time” al umpire, quien se lo concedió, sin saber que era para agarrarse con alguien que lo tenía molesto con sus rechiflas. Y los cabezazos no tardaron en hacerse sentir.

     El hombre que no era partidario de su equipo y que se congraciaba tal vez con los Gómez cayó al suelo. Y nada hubo que lamentar porque nuestro personaje siguió bateando.

     Jesús Corao prefiere extenderse sobre los recuerdos de su vibrante juventud beisbolera, haciendo de paso la historia del béisbol en Venezuela. El primer club a fines del siglo XIX, bajo el nombre de “Caracas” y el segundo con el mote de “San Bernardino”. Por entonces se jugaba en la placita de la República, donde está hoy la estatua del general José Antonio Páez, en El Paraíso. Pero en ese entonces Corao era un joven estudiante de primaria en Curazao.

     Fue en 1914 cuando surgió fuertemente su afición al deporte, que habría de marcar época. Porque en todos los principales eventos deportivos y siempre que Caracas ha disfrutado del espectáculo de buenos jugadores, se lo ha debido en parte a Jesús Corao, que los ha traído. No tenemos más que recordar a los cubanos Manuel “Cocaína” García y a Pelayo Chacón. Pero por ahora contemplaremos a nuestro joven iniciado en luchas peloteriles en “Los Samanes”. Corao se entusiasma recordando nombres: los Zuloaga (Nicomedes, padre y Nicomedes, hijo), Juan Antonio Pérez, Ramón Feo, Eugenio Méndez, Alfredo Romero, Martín Feo Calcaño, Alberto Machado, Francisco Larrazábal, Alejandrito Ibarra y él. Entonces el equipo se componía de nueve jugadores cuando ahora es de 20, Nicomedes Zuloaga los entrenaba y fue el primero que inició en Caracas la difícil jugada “squeeze play”: cuando hay un hombre en tercera da la señal tocando la bola y el de tercera corre al home plate. (Naturalmente que es difícil imaginarse al acaudalado Zuloaga, que le suministra luz a toda Caracas, haciendo un squeeze play, como no sea para aligerar la marcha de sus negocios)

     Luego surgió el “Independencia” con Francisco José Fernández, José Fernández, el cubano Lázaro Quesada, Pedro Maury, Juan Pérez, Rodolfo Wilhem, Simón Meneses, Cotorra Pellicer y Rafael Brunicardi. Quesada era el catcher, José Fernández el pitcher. Los entrenaba Fernando Pacheco, un entrenador muy popular en Caracas.

     Nuestro personaje no tarda en combinar las brillantes tardes de béisbol con el elemento femenino de primera que asistía a las desbordantes tribunas.

̶ Nunca he visto tanta muchacha junta. Recuerdo a Elisa Elvira Zuloaga. Asistían todas las muchachas de El Paraíso. La entrada era gratis. Y los tranvías tenían que multiplicarse para llevar a tanta gente a los terrenos de “Los Samanes” para presenciar el juego contra el “Independencia”.

     Ya para ese tiempo Jesús Corao se había pasado al “Independencia”, por considerarlo más popular.

̶ Era como la democracia contra la aristocracia y naturalmente nosotros teníamos más de pueblo.

     El fanático del deporte está ya metido en su elemento y sigue hablando sobre el arte de batear donde se precisa tan buena vista como habilidad. Según él, es un deporte que hace a la gente más buena. No tarda en surgir el recuerdo del inolvidable “Royal Criollos” que él formó en 1921 con el Catire Maal, Balbino Inojosa, Nieves Rendón, el zurdo Alvarado, Pablo Rodríguez y otros, prolongándose su existencia hasta 1935. En Caracas no se hablaba sino de jonrones. Le preguntamos cuál ha sido el mejor jugador que ha venido por estas tierras y no tarda en responder: “Sin duda alguna que fue ‘Cocaína’ García. ¡Qué gran bate, qué gran fielder, qué gran pitcher! ¡Todo lo hacía bien!”

     Y añade que estrellas como “Cocaína” y Pelayo Chacón, ambos cubanos, tienen como sucesores a sus propios hijos: Pelayito y Elio Chacón.

     Jesús Corao suspira por la Caracas de entonces y hace una sorpresiva advertencia: Me gustaba más porque todo era más difícil. Ahora todo se encuentra a la vuelta de la esquina. Figúrese que, en esa época de 1932 de lo mejor del béisbol venezolano, surgió también la primera piscina en Caracas: la del club Altamira.

     Por aquella época el personaje se va a Maiquetía a fundar una empresa que ha respondido a su éxito en el correr de los tiempos: su célebre fábrica de Vidrio y la Cervecería. Pero el hombre llevaba el deporte en la sangre y no tardó en formar, en unión de Eduardo Marturet, el célebre equipo “Caribe”, que peleaba contra el “Concordia” de Gonzalo Gómez, en La Victoria. Ese año ganaron el campeonato.

     Fue realmente un año célebre ese de 1932. Jesús Corao fundó también el “Princesa” que pasó a ser luego “Cervecería Caracas”. En 1941 varios integrantes del “Princesa” formaron parte de la selección venezolana que ganó el Mundial en La Habana. Corao decía que cuando fue a pedirle permiso al general Isaías Medina para llevar el equipo a Cuba, el presidente le respondió: “Yo te doy permiso, Jesús, pero siempre que no vayas a dar cabezazos a nadie en La Habana”.

     Desde 1956 Jesús Corao se retiró de fundar teams. Los últimos fueron el “Vargas” con Víctor Trujillo y el “Santa Marta” con Julio Trujillo.

Jesús Corao acompañado del boxeador chileno Víctor Vásquez, quien vino a Venezuela para presentarse en el Circo Metropolitano, en 1933
Jesús Corao acompañado del boxeador chileno Víctor Vásquez, quien vino a Venezuela para presentarse en el Circo Metropolitano, en 1933

El político

     Jesús Corao ha tenido una vida tan agitada como Pancho Villa y aunque aparentemente parezca todo el tiempo dedicado al noble oficio de la pelota, fue varias veces a la cárcel, en época gomecista, lo que en conjunto suma siete años.

     En estos menesteres de “provocar incidentes en el 28”, como él mismo dice, no le valió su gran amistad con Gonzalo Gómez ni con los muchachos Gómez-Núñez. Con Gonzalo había sido compañero en el Hipódromo, cuando montó y ganó con el gran San Gabriel (pata de palo). Los jockeys lo llamaban entonces “gentleman rider”.

̶ El mejor caballo que ha tenido el hipódromo ha sido San Gabriel.

     Todo tiempo pasado fue mejor, Al regresar de la cárcel, o del hipódromo, encontraba siempre a los muchachos Gómez felicitándolo. . . Y la despedida en ambos casos era la misma: “¡Pórtate bien, chico!”

̶ Yo nunca he tenido rencores contra nadie.

     Tal vez fuera el deporte que los hace más puros o su reunión en el Castillo Libertador con Rafael Arévalo González, un verdadero apóstol de la democracia. Jesús Corao fue su compañero de calabozo y recibió sus lecciones. Enumera sus compañeros en la prisión: el general Elbano Mibelli, Rafael Ángel Camejo, Miguel Acosta Saignes, Gerardo Sansón, el Jobo Pimentel, Andrés Eloy Blanco, Raúl Carrasquel y Valverde, José Tadeo Arreaza Calatrava y otros.

̶ Por cierto que en la cárcel nació el primer brote comunista.

 

     Corao nos explica que los presos se dividieron en dos bandos: unos recibiendo lecciones comunistas de presos comunistas, otras lecciones democráticas de Arévalo González. Y ante nuestra sorpresa porque ha aludido de paso a Miguel Acosta Saignes, quien se apartó totalmente de la política para entregarse a investigaciones arqueológicas, añade:

̶ Si usted quiere saber algo más soy de derecha. He manejado en mi fábrica más de 100 obreros y ninguno de queja.

     El hombre de los múltiples recuerdos recoge anécdotas. Fue durante su prisión en La Rotunda. El poeta Arreaza Calatrrava sufría de una erupción y después de haberlo visitado todos sus compañeros, se quejaba de que el único que por allí no había aportado era el Jobo Pimentel. Un día hizo su entrada con estos versos: “Anomalías de la vida. ̶ erupción por aquí por aquí abajo y el volcán por allá arriba”.

     Jesús Corao fue testigo de uno de los acontecimientos que pasaron a la historia como fue la muerte del terrible Eustoquio Gómez. Por orden del gobernador Félix Galavís, Corao, hombre a quien el pueblo caraqueño quería entrañablemente, se fue a aplacar la cólera popular que brotaba en aquel momento contra todo gomecista.

     A su regreso para dar cuenta al gobernador, se encuentra a Eustoquio Gómez enfrascado en una discusión con Galavís. Corao, con su habitual entereza, señala a don Eustoquio, diciendo:  ̶ General Galavís, es imposible aplacar al pueblo de Caracas mientras por la calle anden hombres como éste.

     La temible fiera voltea y mirándole de arriba abajo, le increpa:

 ̶ ¿Quién eres tú?

 

̶ Un ciudadano de la República

 

̶ Pues sos un grosero.

     El aspirante a la Gobernación de Caracas se desata en improperios. El pueblo sigue enfurecido en la Plaza Bolívar. Eustoquio propone emplear la fuerza. Galavís se opone rotundamente, alegando que son otros tiempos, mientras Eustoquio le grita: “no te van a respetar”.

Jesús Corao con el uniforme del Royal, 1927
Jesús Corao con el uniforme del Royal, 1927

     Jesús Corao decide de nuevo salir a la calle. A la puerta de la Gobernación le avisa a un Guardia-teniente:

̶ ¡Suban, que Eustoquio está alzado allá arriba!

Poco después sonaron varios tiros.

̶ No eran dos ni tres, yo conté hasta catorce tiros.

¿Quién los disparó? No lo sabe, pero recalca varias veces ante la periodista:
̶ Galavís fue un hombre muy valiente. . . Nadie se ha detenido aún a analizar su coraje. Hay que ver lo que era parársele a Eustoquio Gómez.

     Y en verdad así fue. Galavís o quien fuera, había librado a Venezuela de otra dictadura aún peor, con la muerte del tirano ciento por ciento Eustoquio Gómez.

     En aquella selección de hombres que respondieron a los deseos populares, Jesús Corao fue nombrado Prefecto. Le tocó actuar en el 14 de febrero y en la huelga de junio del 36. De ello no hemos hablado. Un amigo de su confianza nos ha contado solamente uno de sus gustos cuando era Prefecto, como fue regenerar al célebre ladrón Petróleo Crudo.

     Jesús Corao, por entonces de treinta y pico de años (nació en la Caracas de 1900), con la paciencia más extraordinaria, se dio a convencer por las buenas a Petróleo. Le llevó una vitrola, le enseñó a bailar y sobre todo le mostró el camino del deporte, llevándole un bate.

Se complacía en decirle a los amigos:

̶ Tú verás que después que aprenda beisbol será otro hombre.

     Petróleo Crudo hasta llegó a casarse en la cárcel. Todo el mundo debe recordar que se hablaba de la regeneración del ladrón.

     Hasta que un día el Prefecto lo soltó. A los pocos días el presunto regenerado volvió a las andadas. Cometió un robo peor. Lo cual no habla sino del gran Jesús Corao que batea duro, pero posee un corazón blandito.

     Esa noche de nuestra entrevista, Jesús Corao, con toda la propaganda del abuelo que mira con delectación a su nieto de 14 años, Albertico Feo, campeón de natación, se encaminaba con ánimo juvenil al Stadium de la Ciudad Universitaria, donde se le había pedido servir de “umpire”, en el homenaje a Vidal López, en un juego de veteranos del Cervecería contra veteranos del Magallanes. Allí también estarían los grandes fanáticos de ayer y de hoy.

     Jesús Corao, hoy retirado de empresas deportivas, recordaría a solas los domingos de San Agustín, cuando toda Caracas no pensaba sino en el jonrón, aquellos maravillosos triunfos del Royal y del Cervecería.

     Y a solas también contemplando entre sus manos la pelota que le dio el mundialmente famoso Babe Ruth, murmuraría para sus adentros:

̶ ¡Sin duda alguna que aquellos tiempos eran mejores! Ahora soy apenas Campeón de Dominó.

     Y las tendidas son en el Club Paraíso, donde le ha ganado al doctor Álvarez, a Alfredo Gossen, al doctor Miguel Márquez. Sin un cabezazo”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Ana Mercedes Pérez. Entrevista a Jesús Corao. En: Élite. Caracas, 11 de febrero de 1961; Págs. 6-9

Con el signo del Ávila

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Con el signo del Ávila

Para el célebre escritor Santiago Key Ayala (1874-1959), Caracas se resume en el cerro Ávila
Para el célebre escritor Santiago Key Ayala (1874-1959), Caracas se resume en el cerro Ávila

     Para el escritor y diplomático, Santiago Key Ayala, Caracas es el Ávila. Monte y valle están tan unidos al sentido espiritual de la ciudad, que hasta tanto el forastero no “entiende” los secretos de la policromía avileña, permanece como extraño al discurso ciudadano. El Ávila tiene sus cantores y sus pintores “Poseo tres devociones nacidas en mi niñez y a las cuales he sido fiel por el resto de mi vida. Son el océano, la prensa de imprimir y El Ávila: el Ávila visto desde el valle de Caracas; sentido, admirado desde Caracas. Son devociones sustraídas a la denudación del tiempo y a la oxidación del desencanto. Son a la vez tres espectáculos para mí siempre nuevos.

     ¡Los meses que he vivido en las imprentas y las horas que he pasado contemplando el ir y venir creador de la máquina sabia, multiplicadora del pensamiento! ¡Las horas que he vivido contemplando el ir y venir transformador del bello monstruo azul, creador y destructor, civilizador y unificador de pueblos! ¡Las horas que he vivido soñando bajo la mirada alentadora y crítica del monte cambiante cuya inspiración fue creadora y unificadora de hombres, pueblos y naciones!

     No es cierto que la familiaridad desgaste el prestigio de los grandes seres. A la presencia del océano, de la prensa de imprimir y del Ávila, llego cada vez con el ansia y la certeza de rehallar la primera impresión, tan nueva y tan fresca como en la curiosa adolescencia.
Al correr del tiempo, el autor de este libro se ha vuelto en momentos que él estima, felices y de honra, hacia figuras de venezolanos que amaron la patria, y, muertos, forman su corona de gloria. Momentos aislados, de justicia y afecto. En cada artículo de los que integran el presente libro, se celebra una de tales figuras. 

     Son loanzas, porque el autor las tenía ya juzgadas y las había encontrado dignas de loa. Y no son hueras, porque también el autor ha querido destacar la razón de las loanzas. Ahora, al juntar páginas concebidas en tiempos diversos, ha sido preciso indagar la unidad que permitiese coser espiritualmente tales páginas en un libro. Ya la unidad estaba, por lo menos en potencia, vinculada con sentimientos hondos, puros, libres de oportunismo. Porque estas loanzas son críticas; no son ditirambos. Y, además, porque pueden juzgarse por cierto aspecto, póstumas: han sido escritas muertos los loados, calidad que las distingue de ciertas loanzas. . .

     Cada uno de los hombres aquí celebrados, es en el género escogido para escenario de su talento y de su voluntad, un vértice, una cumbre en Venezuela. Mas sucedió que, sin propósito preconcebido estas loas poseían entre sí una vinculación más poderosa por inmediata, por íntima. Ellos, los loados, recibieron el talento ágil que los hizo artistas, delicados, amplios y fuertes, de un mismo padre. Fueron todos hijos del Ávila, y del Ávila monumento de arte y fortaleza, recibieron el secreto de ser artistas y fuertes.

     El Monte reclamó sus derechos de paternidad. Presente estaba y está en cada uno de ellos. Cada uno lleva en la frente el signo del Ávila. Por mandato del Ávila son gloria de Venezuela entera.

     Al frente del volumen debía ir, pues, el elogio del Monte, como la loanza matriz que explicaría y comprendería a las demás. El Ávila es el Padre fecundísimo, variable, firme, heroico, que traduce en aspectos inagotables su espíritu creador, como un Júpiter proteico enamorado de la belleza y el heroísmo. Sus mayores hijos son glorias de Venezuela entera, porque vivieron para ella con el signo del Ávila.

     Y como todos amaron y rindieron pleitesía al Monte insigne, ha de resultar grato el ser presidido en el elogio por el elogio del Ávila.

     Nacidos del Ávila a él vuelven. Bajo el signo del Ávila nacieron y con tal signo triunfaron. Sea el signo del Ávila todavía por siglos, nuestro signo. Duermen aún cabe el corazón del monte egregio, energías vírgenes insospechadas. Él es el grande. Y aún puede ser, y lo será, maestro y conductor de muchas generaciones.

El Ávila es monumento de arte y fortaleza
El Ávila es monumento de arte y fortaleza

Paisaje de introducción

     No quiero perder ni un solo aspecto de la belleza del Ávila. Hoy está vestido con una luz lila. Ya el Ávila entero es como una enorme amatista. ̶ Manuel Díaz Rodríguez.

     Despierto, y a través de los vidrios de mi ventana, contemplo el Ávila. Escribo y desde mi mesa de trabajo, al levantar la mirada, veo el Ávila. He trepado sobre su dorso. Lo he visto del mar, disminuirse, borrarse, tragado por el horizonte; aparecer, crecer, salirme al paso, cerrar el horizonte, preguntando con majestad imponente: ¿Qué queréis? Lo he visto desde Tócome, alto, alto y tan claro, tan de relieve que parece dispuesto a saltar sobre nosotros. Suelo verlo en escorzo, más allá de Petare, unificadas por la perspectiva las dos cumbres de la Silla, extraño, incognoscible. Cincuenta años hace que el espectáculo de la montaña artista me es familiar y consuetudinario. 

     Y todavía no te conozco bien. ¡oh, taumaturgo que posees la milagrosa virtud de guardar siempre un secreto, y reservar una sorpresa!

     ¿Cómo pintar su belleza cambiante? De una mañana a otra mañana, de una tarde a otra tarde, de una hora del día a la misma hora de otro día, su inagotable talento halla un aspecto nuevo. Hay artistas, hay bellezas siempre iguales a sí mismos. Cuando la administración y la crítica han trajinado por ellos, pueden echarse a descansar. Pero el Ávila no descansa. Asombra su belleza, pero asombra todavía más la versatilidad de su belleza. Como un monarca fastuoso que a cada momento cambiase de traje sin dejar de ser rey, el Ávila cambia a cada momento de belleza sin dejar de ser él: el Ávila, el monte único. Cambia, según las horas, según las estaciones: acaso quizás según los ciclos astronómicos.

 

Ávila, eres un prejuicio

     No; no es un prejuicio. Es una realidad. Tiene existencia dentro de nosotros, pero también la tiene fuera de nosotros. Conquista a los extraños, viajeros, sabios, artistas. Un profesor norteamericano, antes viajero espiritual por nuestra historia y nuestras letras, paseando por los aledaños de Caracas una mañana de enero, me dijo: ¿Cómo no han de ser ustedes los venezolanos poetas y artistas con ese cielo y ese monte? Y un diplomático inglés cuya ventana daba de frente al Ávila, me confesaba: ̶ Vale la pena vivir en Caracas, sólo por tener a la vista ese espectáculo único. Otro profesor profesor de historia de América, visitante de Caracas, nos pedía como un gran obsequio lo acompañáseños a contemplar desde el Calvario las mutaciones del Ávila en el desmayo de la tarde. Un aviador extranjero, de los primeros en volar sobre el paisaje caraqueño, declaraba después no haber contemplado colores más ricos y más luminosos y haber sentido una verdadera embriaguez de luz y de matices.

     Y yo guardo entre los más preciados recuerdos juveniles, el de la ascensión a uno de los picos al oriente del Ávila. ¿Es que el verde y el azul pueden juntos o separados brindar al ojo humano tal asombrosa cantidad de combinaciones? ¿Es que el verde puede, por una gradación casi infinita, fundirse con todos los colores del espectro? Yo lo vi aquel día y nunca más dudaré del milagro, verdes blancos, verdes rojos, verdes negros, verdes de todos los colores. Chevreul se hubiera quedado absorto ante las consecuencias reales de su teoría, como un gramático ante el verbo despeñado de un Martí.

     Sólo en otra parte del mundo he gozado de una embriaguez semejante: oyendo con los ojos la estupenda sinfonía azul del lago de Lucerna. Y cuando la noche en el pico del Ávila y asimismo en el lago de los cuatro Cantones, borró con pinceladas brutales el cuadro maravilloso, resolvió en mi espíritu un grave problema. Puso fin a la indecisión de romper yo mismo el encanto de la suprema belleza.

     Acaso ahora me revelarías el secreto que nunca quisiste confiarme, de cómo cambias el color de tu follaje a cada hora que se te contempla y admira. ̶ Nicanor Bolet Pereza

     El Ávila está tendido de occidente a oriente, en plena zona tórrida, a diez y medio grados geográficos del Ecuador. El mar caribe azota con olas siempre rabiosas a la base del monte. Playa verdadera, no existe. Se da ese nombre a una tira de piedra peñascosa, tan angosta, que el hombre, después de ensancharla robando espacio al mar, apenas ha podido fabricar allí unas cuantas casas y una tentativa de puerto. El monte se alza violento a unos tres mil metros de altura sobre el mar y sus bases se hunden a otros miles de metros en la profundidad de las aguas. Pasa el Ecuador térmico por la playa misma. Desfilan las constelaciones por el cielo, cotejando al monte, y sólo escapan del desfile las de un reducido círculo de ocultación en el hemisferio austral.

     La cara del cerro que se enfrenta al norte es pelada a grandes trechos. La imprevisión del hombre, la exposición a un sol tórrido, la situación de monte en la zona que tiende a ser desértica por su posición geográfica, han expulsado la frescura. Piedras desnudas se hartan de sol y lo devuelven con ferocidad al descenso de la tarde y en la pesadez de la noche. Plantas de los terrenos secos, avanzadas del desierto, los cactus espinosos, señorearon por muchos años la costa desnuda y sólo cedieron el sitio al empuje del poblado.

     Paisaje áspero. Rostro severo. Pero, es capaz de sonreír. Sonríe en efecto. Sólo que su sonrisa es la de los grandes caracteres. Los labios apretados en el centro parecen rebeldes a la placidez, en tanto que al uno y al otro lado como a pesar de la voluntad, por una traición o un desmayo de la energía, el esbozo de una sonrisa ilumina vagamente las comisuras. Es la revelación vaga, indecisa de dominio interior. Sonrisa de esfinge, sonrisa equívoca de las que fijó el genio de Leonardo. Maiquetía al occidente con sus cocales; Macuto, al oriente, con sus almendrones y su río, desvelan el secreto de la esfinge. El Ávila se digna sonriente. No comprendemos su sonrisa. ¿Burla o promete? El extraño no se atreve a decidirlo. Hay que preguntarlo a la esfinge, hay que ir a ella, entrar en su corazón. Sólo entonces dirá su secreto. El secreto del Ávila es el valle de Caracas.

     Merece el valle loanza aparte. Hijo del Monte, posee sin embargo personalidad propia. Es un hijo que honra al padre, lo ilustra y dilata su fama. Son dos entidades que se completan. No se comprenden el uno sin el otro. El valle es el mayor encanto del Ávila. El Ávila es el mayor encanto del valle. No se confunden ni quieren confundirse. Son dos personalidades distintas en perpetuo coloquio; y un poeta ilustre, doctor en Ávila y en Caracas, como in utroque jure, ha logrado descifrar lo que se dicen.

     Para el mar sólo tiene el monte adusteces y el esbozo de una sonrisa ambigua. Para el Valle, para la ciudad nacida de su sangre y de sus huesos, las ternuras y las severidades del creador. Dios bicéfalo y bifronte, siempre está a punto de esquivar una tempestad con un arco iris, y curar con una unción de azul purísimo, las heridas de un terremoto.

     A unos mil metros de altura sobre el nivel del mar, a un poco más de diez mil en distancia horizontal, porque la serranía es angosta, la naturaleza, esta vez sabia y madre como pocas, montó en plena zona ardiente el valle extraordinario. Desde su casa de la Trinidad, Humboldt admiraba la disposición providente que había juntado en el espacio de unas cuantas millas las plantas de los más variados climas y reunido como por un mandamiento dictatorial los más extraños cultivos. A un paso, hacia el norte, del bochorno ecuatorial, a un paso hacia el oeste, del frío latino, templado y civilizador, oscilando en el arco de una primavera constante, el valle de Caracas está bien hecho para su destino de cultura y para albergue de ideas generosas y expansivas.

     Pero el Ávila nos reclama. Es el señor. La esfinge va a revelarnos por qué cambia el color de sus vestiduras a cada hora que se le contempla y admira. El Ávila está tendido de occidente a oriente, en plena zona tórrida, a diez y medio grados geográficos del Ecuador. Es toda la clave del enigma. El sol, versátil, mas no tanto que traspase los límites de la Zona que “le circunscribe el vago curso”, pasa dos veces cada año por el cenit del valle de Caracas. Dos veces en cada año dispara las flechas de Apolo sobre el monte, dejándolas caer a plomo. Pero durante todo el año, cualquiera que sea la estación, el camino diario del sol se aparta poco de la línea del Ávila. En el rotar de las estaciones, en su marcha de seis meses hacia el norte o hacia el sur, hacia el estío o el invierno, el sol lo baña de luces, desde la mañana, cuando logra rebasar los cerros que cierran el valle por oriente, hasta la tarde cuando lo esconden los cerros de occidente. De una hora a otra, en la constante y doble variación del ángulo de incidencia la luz se complace en cambiar la posición de las sombras, en apagar unos detalles y encender otros, con todos los recursos de la perspectiva.

     La complicada y sabia tramoya de la naturaleza tropical funciona a maravilla. El tramoyista posee la sutileza del arte y es dueño de todas las habilidades de la técnica. Aprovecha las variaciones rápidas de un clima que participa de la influencia marina, de la sequedad desértica, que recibe las nieblas de la altura, las brisas húmedas del océano, el soplo frío de los deshielos nórdicos y el cálido aliento de los llanos. Aprovecha la versatilidad de la temperatura que salta muchos grados de la tarde a la noche. Se vale del cielo, no menos versátil, que se arropa de nubes sombrías, o pastorea rebaños de vellones blanquísimos, o se incendia en colores brutales, o funde en gradaciones nobilísimas tintas de lila, y aguas marinas de indecible sutileza. Los pintores exóticos se desesperan ante el monte proteico, ante el cielo que de pronto avienta las nubes y asume transparencia, tal, que Venus comparece en plano día para asombro o alarma de las gentes. Y la luz, enamorada del monte, acerca y confunde los términos, realza los detalles, o se vale de la pantalla de las nubes para atenuar los contrastes demasiado vivos o para atigrar el traje de oro, que también viste el monte. A la caída de la tarde, cuando el sol va a morir, la luz se despide con vívido homenaje. Se detiene en cada árbol y refuerza con trazos resueltos los contornos. Cosas que durante la jornada no advertíamos, ahora se adelantan, emergen del fondo y dicen su palabra de vida como actores que viniesen al proscenio. La visión se hace estereoscópica. Las figuras se recortan sobre el fondo.  Asistimos a un “ballet” de siluetas. Las líneas se destacan nítidas, como trazadas por un lápiz tajante o una pluma agudísima. La luz no se cansa. Hasta aprovecha la insensatez bárbara con que la ignorancia quema faldas y sabanas, para dar al prócer nueva idealidad y nueva belleza. 

     Por la ciudad y para la ciudad amada. Es a manera de amante que exhibe a cada momento una cualidad distinta en un afán inagotable de homenaje y halago. Ya que él no puede rotar, ya que él está firme en su asiento de granito, el sol lo baña de luz bajo todos los ángulos para que pueda exhibir todas las coloraciones y revelar a la ciudad todos sus secretos. Es en la posición geográfica y topográfica donde radica la magnificencia del Ávila. Posición singular que hace de él un monte singular y excepcional.

“Despierto, y a través de los vidrios de mi ventana, contemplo el Ávila. Escribo y desde mi mesa de trabajo, al levantar la mirada, veo el Ávila”

“Padre Ávila”

     Lo han llamado “el Padre”. Lo es. Padre del Valle, de la ciudad, de nosotros mismos. De su sustancia se han formado nuestros cuerpos. De su visión, de su ejemplo, mucho de nuestras almas. Yo prefiero llamarlo “el Abuelo”. Es el padre de nuestros padres y el padre de los ascendientes más distantes. Nosotros somos los hijos de la ciudad, que es su hija. Sienta mejor a su vejez fuerte y risueña el nimbo del abolengo que el cetro de la paternidad. Tiene para la ciudad, para nosotros, ternuras y complacencias que no se dan sino en las faldas masculinas del abuelo. El padre no sabe hacerse niño. Está demasiado cerca del hombre. Siguiendo el mismo camino señalado a las funciones matemáticas que pasan por el máximum, el viejo bien construido, el viejo digno de la ancianidad, torna a los valores de la juventud, con la vista del alma más clara y la serenidad de los otoños. Nuestro viejo Ávila, es el Ávila siempre joven.  

“Como el Apolo belveder,

tiene los músculos de atleta

en suaves curvas de mujer”

Juan José Churion

     Joven y hasta tanto femenino. ¿No lo es también Apolo? Pero cuidaos de ofender al dios. Sabe castigar a los insolentes, confundir a los presuntuosos, desollar a los atrevidos, herir con flechas luminosas. El Ávila tiene la juventud de Apolo. Otros montes parecen amenazar al cielo, no ya con escalarlo, sino también con traspasarlo. Contra él esgrimen picos que son picas y rocas desgarradas cortantes e hirientes que son las lanzas. El Ávila suaviza el ímpetu con que se alabanza a los cielos. Donde otros levantan el ángulo agudo, brusco y categórico, despliega él la curva tolerante, comprensiva y armoniosa. Cual, si temiese rematar en una sola conclusión demasiado intransigente, ofrece al cielo y a la mirada humana una opción. No dice una palabra aislada: dice dos. Verdad es que las dos proposiciones contienen una sola grandeza. Tienen la fuerza doble, concertada al fin único, de las mandíbulas, de las tenazas y de los dilemas.

     Un poeta, nacido a la sombra del Ávila, ofrendó al verso eneasílabo una blanca magnolia de antología. La flor del mármol, robusta, aromada, abrió a la falda del Ávila. A él pertenece. Ningún monte-héroe sabe esconder mejor los músculos de plata en suaves curvas de mujer.

     Visto de la ciudad. Porque desde otras perspectivas, comparece el gigante y no esconde ni el ceño altivo, ni la frente amenazadora, ni los rasgos enérgicos del Hércules dispuesto a los doce trabajos. Desde Tócome, parece ya listo a caer sobre nosotros. Del mar, de la alta mar, parece un soldado bárbaro que da el ¡quién vive! ¿Es el mismo monte que parece complaciente y hasta voluptuoso del lado del Guaire?  No es ya el Sultán enamorado. Es el guerrero. Se ha arrancado a los halagos de la odalisca rendida. Y allí está, fiero para defender la tierra y la ciudad del ataque extraño. Quienes lo ven por primera vez desde el mar lo sienten hostil. Se engañan y no se engañan. El Ávila es Apolo, es Hércules. Sobre todo, es Proteo. . .

 “Más alto, querréis decir. . .”

     «Perdonad, Sire, soy más grande que vos. . .” ̶ “Más alto, querréis decir»” cuentan que replicó el corso. No es el Ávila de los más altos montes de América. Lo aventajan en estatura más de una docena de gigantes. Tampoco ostenta la diadema deslumbradora de los nevados, ni el penacho encendido de los volcanes.

     Pero la grandeza de los montes, como la grandeza de los hombres, no se mide por metros. El elemento humano interviene, en definitiva, y somos los únicos jueces ante nosotros mismos de la naturaleza circundante, la impregnamos de humanidad y fallamos con sentencia antropomórfica. La propia topografía no escapa a nuestro criterio, siempre humano. Nos humillamos ante la majestad de las montañas por ineludible comparación con nuestra pequeñez. El corto vuelo de nuestra vista y de nuestro paso se transforma en admiración por la solemne anchura de los océanos y de las pampas. El ángulo visual nos informa de las alturas y el esfuerzo capaz de escalarlas nos enseña su magnitud y su importancia.

     Aventajan la estatura del Ávila más de una docena de gigantes. . .  Ellos son más naturales. El, más humano. Cuando una tierra recibe la impregnación de humanidad, comienza su historia y su grandeza. Cuando un monte ha prestado sus faldas o su cima para el nacimiento, el desarrollo o la transfiguración de un pueblo, cuando se ha asociado a una gran vida, cuando se ha consustanciado con la estrella de los destinos humanos, crece, como el hombre mismo en igual caso, y descuella, no por la altitud, sino por la verdadera grandeza. Son los grandes Montes, como son los grandes Hombres. Son el Sinaí, el Tabor, el Gólgotha, el Monte Sacro, el Aventino. . .

     El Ávila es uno de esos montes-héroes. Es el Monte-Héroe de la América del Sur. Nacen de él un día hombres de tal fuerza expansiva, con tal espíritu humano, que traspasan las lindes de la provincia, de la localidad, de la patria menuda: se hacen continentales, raciales, universales. Disuelven el egoísmo localista y van al esfuerzo y al sacrificio por el bien, no sólo de los cercanos, sino también de los distantes, no de unos, sino de todos. Son asociadores y unificadores. Son Miranda, el unificador de la idea y de la preparación; Bolívar, el unificador de la acción y del futuro; Bello, el unificador de las relaciones, el verbo y el derecho.

     Para la América, para el Mundo, habló un día el Ávila con otro monte-héroe y alzándose por cima de la geografía y el derecho corrientes, hizo del Monte Sacro un Monte de América que no está en América.

     El Ávila nació de Júpiter. Nació para luchar. Alumbra su destino la necesidad del combate. Al mismo nacer comenzó a pelear con Neptuno. La lucha tuvo comienzo en el punto mismo en que él se alzó como un hombre. Como un hombre dispuesto a jugar la vida, a no permitirse reposo, a ganar y mantener la victoria. ¿Quién tuvo la culpa? ¿Quién inició la lucha? El mar estaba allí desde muchos milenios, como un reino propio. El Ávila se alzó del fondo del mar, rechazó con una sola grandeza el agua. Y donde había un océano, hubo desde entonces una montaña.

     Contra la montaña se volvió el mar iracundo, indignado, invocando derechos consuetudinarios, insultando al monte y clamando contra el invasor. Vieja querella. No habrá quien por el derecho la resuelva. ¿Es el mar quien invadió la tierra y quiere hacer títulos de su invasión? La tierra sostiene que su derecho a la luz no muere, ni prescribe por una ocupación de siglos. La naturaleza impasible, irónica, ha fallado el litigio. ¿Quién ha de tener la razón? El más fuerte. Para ganar en derecho, el mar y el monte usan sus fuerzas.  

     Ese mar, desalojado, despojado, más bien, no es un mar apacible, corrompido por la molicie de las bahías, que se arrastra servil a los pies del monte conquistador. Es un mar fiero, todavía un poco bárbaro, en trato familiar con los ciclones, los indios batalladores, los conquistadores, los filibusteros. Es el mar de los caribes. ¡Si el Ávila no existiera! ¡Si de pronto flaqueara!  Pero, él está ahí y es de granito. La playa casi no existe. El mar y el monte combaten cuerpo a cuerpo. El monte parece inmóvil ante el mar turbulento que no conoce reposo, y bajo el azul de las aguas, se reciben y se vuelven golpes feroces.

     Pero, ¿es de esencia hostil nuestro viejo-joven monte? Él sabe dejarse vencer cuando así conviene. Sabe que tiene deberes en apariencia contrarios que cumplir. Debe cerrar el paso y debe saber abrir el paso. Debe gritar con aire fiero el ¿quién vive? Y debe saber decir con voz suave y como hablando al poeta infeliz de la “Vuelta a la Patria”, ¡Bienvenido! El extraño se siente hostilizado por el coloso erguido que le sale al encuentro con cara de pocos amigos. ¿Qué hay detrás de esa mole, detrás de ese rostro áspero, de esos rasgos ríspidos? ¿Es posible pasar más allá? El monte parece impasible. Empero, guarda no sólo un secreto, sino una sonrisa burlona. 

     Al pie mismo del monte, en la playa estrecha ̶ una tira de playa ̶ está un pueblo comprimido entre dos grandezas. Tiene dura la raza, fuertes los músculos, bien fraguado el corazón. Es hijo a la vez del monte y del océano. El mar lo ha enseñado a ver lejos. El monte, a ver alto. Va sobre el mar y deja muy atrás lo que se ve como horizonte. El hombre, solo, en el cayuco, más estrecho que su playa, se pierde en medio de la noche, sin otra ayuda que la fe en sus brazos y en su fibra, sin más luz que la de las estrellas y la del farol vacilante. De tierra se ve la luz roja que desaparece y reaparece, que se alza y se hunde, como un faro de fe y de esperanza. El hombre, en el día tórrido, entre las nieblas húmedas de las filas, o en la noche más noche de las quiebras, va sobre el monte sin más ayuda que la fe en sus piernas y en su aliento. Pueblo que sabe burlar al tiburón, cargar el peso monstruoso, alumbrar justos y sabios, dar hospitalidad, mantenerse firme en sus amores y en sus gratitudes, como el monte; encresparse libre y fiero, como el mar de los caribes.

     ¿Qué hay detrás de la mole áspera? ¿Qué se esconde tras el aspecto desolado y la faz hosca y altanera de pobre orgulloso? El monte, vuelta la cara del lado contrario del mar, sonso. El monte, vuelta la cara del lado contrario del mar, sonríe. Hay un valle risueño y fresco. Hay un alma fuerte y eglógica. Hay un cielo con todos los azules, un campo con todos los verdes, un jardín con todas las flores. Hay un pueblo de energía extremeña, estoicismo caribe, gracia andaluza, voluptuosidad mora y flexibilidad gala. Están la cuna y el sepulcro de Bolívar, el alfa y el omega del Libertador.

     Si el extraño reflexiona un momento no puede seguir creyendo en la hostilidad del monte. Ve cómo el gigante, deponiendo todo orgullo, deja trepar por sus flancos los casuchos humildes. En la noche, sobre la mole oscura y hosca, ve transformarse la escena. Asiste a un espectáculo de candor y de fe. El monte se ofrece voluntario para un ingenuo pesebre de Navidad. El viajero recuerda el misterio de Belén. Hay algo más de un decorado. El Ávila es ducho en asuntos de redención. 

     El hombre ha surcado de innúmeros caminos la mole del Ávila. Los hay primitivos, espontáneos. Los hay cultos, refinados. El baqueano conoce los primeros. Se los sabe de memoria. El guerrillero, hijo de Caracas o de La Guaira, los recorre intrépido, en la noche, para caer sobre la fuerza enemiga en el tremendo despertar de la madrugada. La carretera y el ferrocarril se ciñen cuando pueden, a los flancos del coloso que se deja adular para que suban. El turista ve cómo se va desvaneciendo el mar, cómo se va acercando el cielo; sondea con admiración los ásperos precipicios que parecen llamarlo. Siente ya las frescuras de la cima. Todavía el monte parece verlo de reojo. Al fin, en las últimas vueltas del camino, se recoge el monte al manto cesáreo, y ante los ojos sorprendidos despliega el suntuoso tapiz del Valle de Caracas.

     Por todos los caminos se llega al secreto del Monte. Cuando se ha llegado al fin, cuando se ha conquistado su confianza, se recibe en premio un paisaje amplio, la hospitalidad de un corazón a toda luz abierto.

     Quizás demasiado abierto porque el Ávila es fiel a su origen. En los dramas geológicos, él, viejo, toma el puesto y la categoría de nuevo. Lo antiguo es el mar que él rechaza y contiene. Así, confiesa debilidades por lo nuevo. Contiene al mar con una mano, y con la otra le da un apretón clandestino de simpatía. En el hecho se sirve de él para dar entrada a lo nuevo. Combate al filibustero, rechaza la escuadra enemiga, pero deja entrar el contrabando de mercancías y el contrabando de las ideas. Cuando llegue la hora, él, que no deja escapar el fuego de su seno, aventará las ideas y su erupción libertadora alcanzará hasta muy lejos en el mar y el continente.

 

Estirpe avileña

     Nació el Valle del Monte. Nació la ciudad, del Valle. No fue el ciego Azar quien unió con vínculos eternos las tres entidades. Las juntó la voz poderosa de la herencia, el hilo sutil del linaje.

     Cuando el Monte se irguió para rechazar al Océano; cuando se plantó altanero y retador para librar de las aguas saladas de la tierra que iba a consagrar para la historia, quedó a sus espaldas una quiebra profunda. El Monte se dedicó a borrarla. Día a día, hora a hora, minuto a minuto; en ocasiones con larga pausa y silenciosa paciencia; en momentos de tempestad, con prisa al parecer devastadora y en realidad creadora, el Ávila se desprende de sus vestiduras de follaje, de su propia carne, de su sangre, de sus huesos, para darlos con desinterés del padre al hijo amantísimo, joven, hermoso y fuerte, que es el Valle de Caracas. El granito de sus entrañas vuélvese tierra fértil, que es luego dulzura en los cañamelares y en las frutas; aliadas de la inteligencia en la semilla de los cafetos; color y matices delicadísimos en las rosas de todo el año; aroma embrujador en las reinas de noche, lirios, nardos y magnolias. 

     Cuando los conquistadores españoles descubrieron el Valle, por intuición certera adivinaron su sentido oculto. Los caribes que lo señoreaban, parecían también haberlo adivinado. La lucha por el dominio del valle fue larga, porfiada, cruenta. El monte se complacía en la pugna, porque él es héroe y advertía bien el heroísmo de las dos razas combatientes, Mas, también preveía el futuro remoto. Para algo mayor había él desgarrado sus entrañas y formado el Valle. Quizás, también, con algo de ironía avileña, pensaba que allí mismo se estaba labrando la cuna donde nacerían los hijos de los triunfadores, para romper la cadena que ahora se estaba forjando. . .

     Los recién llegados comprendieron bien las dos fisonomías y las dos caras. Del lado del mar levantaron fortalezas, castilletes, atalayas. Y como las defensas pudieran ser eludidas, más bien que vencidas, abrieron un camino estratégico entre el mar y el valle; lo sembraron de reductos, y asimismo fortificaron las alturas que dominarían la futura ciudad. Porque apenas habían asentado con alguna firmeza la planta en el Valle, los conquistadores comenzaron a explotar las riquezas del clima y a levantar una ciudad, destinada a ser famosa.   

     Hija del heroísmo castellano, testigo interesado en la contienda heroica, a través de circunstancias eventuales, su destino quedó manifiesto en su bautizo. Quedó bajo la protección del Apóstol guerrero, el león señoril, fiero y noble, la tribu caribe, inteligente y activa, también noble y fiera, de los caracas.

     El Monte había dicho y mantenido su palabra de grandeza. Al hijo, el Valle, tocaba decir nuevas palabras. Si el monte daba su majestad altiva y su condición de capitán, el Valle sin renegar la herencia de heroísmo, tomaría del Padre para legarla a los nietos, la donairosa versatilidad que no excluye la firmeza ni la constancia. El padre se complace en la espiritualidad de sus hijas, que reflejan la belleza variada del Valle; se complace en la travesura de su ingenio. Y abuelo tierno, encantado de su prole, se hace Maestro y les da a todas horas la perpetua lección de la fuerza, la gracia y la belleza.

     Los hijos del Ávila han demostrado a través de tres siglos de historia la persistencia de las cualidades heredadas del Monte y el Valle. Son tan complejas que desconciertan a los observadores menos superficiales. Para comprenderlos bien, precisa comprender bien al Monte. Por no detenerse lo bastante para comprender al Padre-Abuelo, algunos viajeros han errado al tratar de comprender a los nietos. Alguno, encantado de las apariencias suaves y hasta muelles, no los creyó capaces de aventurarse en difíciles empresas, menos de exponer por ellas sus bienes materiales. Y los hijos-nietos del Ávila, llegado el momento echaron al fuego de la revolución sus pergaminos, sus preeminencias, sus ceremonias cortesanas, la tranquilidad de sus siestas, la sangre propia y la de sus familias; sembraron con sus huesos, antes formados del genio del Monte, los caminos del continente y de la historia; y se estuvieron en tales empresas catorce años de su vida.   

     Mas, recordemos que la descendencia del Ávila no es solo eso. Es algo más todavía. Se rehace Ilíadas y Odiseas, también sabe rehacer Eneidas y Geórgicas. Sin recuerda a Homero no olvida a Virgilio. Anda del brazo con Horacio, visita diariamente a Juvenal y departe de tarde con Suetonio.

     La complejidad parece ser el mayor signo de los hijos del Ávila. Si comprendéis al monte, comprenderéis al signo. Tal dualidad no es privativa de los nacidos del lado de tierra. La poseen a título de claros caracteres los nacidos del lado del mar. Encerrada en su tira de playa entre dos grandezas, La Guaira cumple ahora como cumplió antes, su misión de hermana abnegada de Caracas. Fue salvaguardia y dejó estampadas en historia que no es solo suya, páginas gloriosas. Cumplió y cumple la consigna del monte. Fuego y metralla al enemigo. Brazos y pecho cordiales al amigo. Fortaleza hosca y hostil, luego, puerto y puerta por donde Caracas habla y comercia en cosas e ideas con el mundo, La Guaira sabe de trabajar con ánimo, y sabe, como el mar que sacude a su costa, alzarse en olas tumultuosas cuando la tempestad sacude los corazones de sus hijos. Sabe también hacer nacer en la tierra áspera de flores de la vida espiritual. Si ella da a Venezuela, de su sangre, los primeros mártires de la Revolución en marcha, da a la República en dos nombres la prueba de nuestra capacidad civilizadora. Vargas y Soublette, hermanados con imperiosa justicia, guerrero el uno, sabio el otro, entre ambos magistrados puros, convergen para constituir un solo blasón, un emblema de honra y de cultura.

     ¡Cuán maravillosa línea de simetría la de esa fila maestra que no comparte glorias hermanas entre Caracas y La Guaira! Si las aguas del norte llevan directamente al mar los mensajes del Monte, las del Sur recorren el Valle de Caracas, salvan sus lindes y van a confundirse con sus hermanas en nuestro mar, el mar de los Caribes. Símbolo de tal simetría, de tan honda hermandad, dos hombres ejemplares, de aptitudes universalistas, coronan de luz orientadora como dos faros gemelos nuestra Silla del Ávila: José Vargas, Andrés Bello”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Santiago Key Ayala. En: Crónica de Caracas. Caracas, Año 1, Núm. 1, enero de 1951

Una “fría” en El Donzella, parte de la historia caraqueña

Una “fría” en El Donzella, parte de la historia caraqueña

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Una “fría” en El Donzella, parte de la historia caraqueña

En la primera mitad de siglo XX, la Cervecería Donzella, ubicada en el centro de la ciudad, se convirtió en el destino favorito de los caraqueños de todas las clases sociales

     A la famosa cervecería del centro capitalino acudían a refrescarse los más diversos personajes de las décadas de 1920, 1930, 19 40 y 1950. En ese local nació la célebre “Lisa”

     En la primera mitad del siglo XX, un local del centro caraqueño se convirtió en el destino favorito de los parroquianos de todas las clases sociales que acudían a disfrutar de una cerveza bien fría y a divertirse con los cuentos y anécdotas de personajes legendarios de las más diversas profesiones.

     Ubicado al norte de la Plaza Bolívar, entre las esquinas de Torre a Principal, abrió sus puertas por iniciativa del alemán Gustavo Strich, quien lo denominó Cervecería Strich. En la barra atendía un caraqueño descendiente de italianos, José J. Donzella, también conocido como el “Catire” Donzella o “Pepe” Donzella, quien terminó comprándole el negocio a Strich y le cambió el nombre por “Cervecería Donzella”, nombre con el que alcanzó mayor fama y se llenó de historia porque entre sus asiduos clientes figuraban las mentes más brillantes de la época.

     Entre cosas que formaban parte substancial de una Caracas añorada y singular, el recuerdo de los que andamos la treintena siempre tiene especiales menciones o favoritas nostalgias. 

     Así iremos evocando. . . ¡Plazas como la de “El Venezolano” ̶̶̶ hoy convertida en el espacio gris y seco de un estacionamiento ̶ cuyo colorido y algarabía se iniciaba con la venta de pájaros y bastones en San Jacinto! Granjerías como las conservas de “La Cojita”, tan sencillas, ¡pero tan dominantes como los azafates! ¡Vehículos como el tranvía! El amable “morrocoy”, que presumía de “tardío pero seguro” y también de su cabal reivindicación cuando la escasez de cauchos motivada por la II Guerra Mundial. Botiquines como la “Cervecería Donzella”, caraqueñísimo rincón que derramó sus sifones, abrió sus botellas y fue para tres generaciones de venezolanos ̶̶̶ además de refugio ̶̶̶ oficina de negocios, tertulia, redacción, estafeta de correos, banco y hasta casa de préstamo y empeños. La pluma “hereje” y “el reloj en bruto” quedaron en rehenes de copas mal administradas, aunque la casi anti-comercial amabilidad del “Catire” Donzella ̶̶̶ y después la de sus hijos ̶̶̶ era más propicia a aceptar “la firma del vale”, operación que con “los de la casa”, los “clientes de confianza” que formaban legión, llegaba a extremos tan insólitos como el que de seguidas se narra.

     Cierta vez un poeta del que puedo acordarme, pero cuyo nombre no es imprescindible para la veracidad de la anécdota, le dijo a Donzella:

̶̶̶ Mira Pepe, te voy a firmar un vale. . .

̶̶̶ Como no, chico ̶̶̶ le dio el “Catire”, ofreciéndole hasta la pluma.

     Pero el poeta no iba a firmar copas sino un dinero que pedía en efectivo. Como algo normal con determinados clientes, Donzella le entregó un reluciente verdín al poeta, que se despidió.

     Poco después, Donzella salió hasta la acera de su negocio a coger fresco y como divisó al poeta en la fuente de soda de enfrente, lo llamó a voces y le dijo:

̶̶̶ ¡Cónfiro, chico, cuando pidas unos reales en efectivo a la caja, siquiera gástartelos aquí. . .

     Pero se lo dijo en tono comprensivo, pues bien sabía el “Catire” Donzella que si el hombre estaba enfrente sería por algún compromiso de esos ineludibles que se le aparecen de repente al venezolano. Y la “Cervecería Donzella” estaba instalada en Caracas no solamente para “dar de beber al sediento”, sino para hacer infinidad de favores. Gama de favores que iba desde recoger para un entierro, recomendar un libro, conseguirle puesto a un “candidato” con altos funcionarios que frecuentaban la “Cervecería”, hasta recibir la correspondencia de sus parroquianos y prestarle el teléfono a todo el mundo que entraba por un rato o por un día a aquella especie de plaza cerrada cuyo techo decoraba un inmenso ventilador que se parecía a las hélices del avión de Lindbergh.

Última foto del “Catire” Donzella (el de lentes). Se la tomó durante la Serie del Caribe de 1949; lo acompañan Heriberto Herrera, Jaime Vivas (dueño de un célebre restaurante) y Antonio Legorburu

Génesis de la lisa

     La Cervecería Donzella tuvo su origen en la Cervecería Strich, donde J. J. Donzella se inició en el rito de la espuma lupulosa como hombre de confianza de Gustavo Strich. Alternaba con sus clientes en tarros, conversación y cachito, mientras Donzella, como segundo de abordo, estaba atento al negocio de su compadre y amigo.

     Hijo de italianos ̶̶̶ el genovés Antonio José Donzella y Magdalena Zanella, de San Remo ̶̶̶ Pepe Donzella nació, vivió y murió en Caracas, como ciudadano muy del patio. Había nacido en 1883 en la esquina de La Aurora y entre otras esquinas pastoreñas ̶̶̶ Toro a Dr. González ̶̶̶ murió en 1949 a raíz de un ataque cardíaco que le sobrevino al regresar de la primera Serie del Caribe de béisbol, jugada en La Habana, en febrero de 1949. Huérfano a los trece años, el muchacho se puso a trabajar en una renombrada panadería que quedaba en la esquina de San Pablo y después de la entrada de las tropas de Cipriano Castro a Caracas, en 1899, se empleó en La India, donde atendiendo la “selecta clientela”, de la cual se enorgullecía este negocio, iba a empezar a relacionarse con “todo el mundo” en Caracas.

     Cuadra y media más arriba, es decir, en plena esquina de La Torre ̶̶̶ un permanente chorro de cerveza y otro de cordialidad lo harían intimar con literatos, comerciantes, actores de teatro, músicos, toreros, agentes viajeros. . Porque “tutilimundi” pasaba tarde o temprano por la “Cervecería Strich”, la que le daría nombre a la “lisa”. El asunto fue así. . . En la primera guerra mundial empezaron a escasear los grandes tarros de cerveza bautizados por los caraqueños como “pumpás”, así como los chicos llamados “camaritas”, en honor a muchos sombreros de la época.

     Como proseguía la guerra ya quedaban pocos “pumpás” y “camaritas”, cuya importación de Alemania se dificultaba, Strich tuvo que poner en uso unos tarros lisos, es decir, sin los cortes y adornos ̶ ni las tapas ̶ de los tarros alemanes. Mucha gente que prefería el cristal más delgado de los nuevos vasos empezó a diferenciar al pedir su cerveza a los mesoneros:

̶ Mira, Lupercio: dame una bien fría en vaso liso.

O pegándole “chapa” y grito al veteranísimo Romero:

̶ ¡Ah, Cochino: la mía en uno de esos bichos lisos!

Y así, poco a poco, se fue imponiendo el femenino de esa catira con alba melena que es la cerveza:

̶ ¡Viejo Soto: dame una lisa!

    Quedaba bautizado en venezolano el vaso sifonero de cerveza. El ambiente de la Cervecería Donzella fue tema de muchas publicaciones, cuyos caricaturistas, reporteros, columnistas y colaboradores eran asiduos visitantes del local. Algunos de esos genios del ingenio criollo le dedicaron en Élite este soneto para ilustrar una caricatura, con el título: “El Rey de la Cerveza”

Esta que veis, genial caricatura
que nadie, en mi opinión,
mejor la haría es la de un buen señor que cada día
impone en nuestra vida su figura.

¿Quién, en efecto, tras la brega dura
no va a la popular cervecería
a buscar la beatifica alegría
que la virtud de los “pumpás” procura”?

 

 

Tiene en su nombre Don, Pepe Donzella
y don de gentes además revela
en su trato cordial y en su largueza;
y yo, en elogio de tan buen sujeto
quisiera hacerle un singular soneto
con catorce cacharros de cerveza

De izq. a der., el fotógrafo Marcelino Ramírez, Rafael Otazo, José Benigno Hernández (hermano del Dr. José Gregorio Hernández) y el propietario de la Cervecería, Pepe Donzella

La infinidad de los habituales

     De otros versos también estaba muy orgulloso el “Catire” Donzella; no a él dedicados, pero sí escritos a lápiz en el mármol de una mesa de la Cervecería en momentos de inspiración y turbulencia por el padre Carlos Borges (1875-1932). Desde este notable poeta y eminente orador sagradoh asta un Alfredo Sadel de voz adolescente pasaron por aquellas mesas. Novelistas como José Rafael Pocaterra y Andrés Mariño Palacios, para englobar varias épocas. Poetas como Sergio Medina, Andrés Eloy Blanco, Pedro Sotillo, Ángel Miguel Queremel, Luis Pastori y de más recientes promociones. Cuentistas como Joaquín González Eiris y Ramón Hurtado. Saineteros como Rafael Otazo. Dramaturgos como Alejandro Fuenmayor. Actores como Antonio Saavedra, Celestino Riera, Roberto Hernández, hasta Chuchín Marcano que lucía en graciosos cuentos cuando ni soñaba en actuar en televisión. Músicos como un venezolano que ahora es mundialmente conocido como director de orquesta y triunfa en Inglaterra, Edmundo Ríos.

     Un cordialísimo militar que llegaría a la Presidencia de la República: Isaías Medina Angarita. Ministros en ejercicio como los titulares de Obras Públicas, Tomás Pacanins, Enrique Jorge Aguerrevere y Edgard Pardo Stolk. Y abogados, médicos, ingenieros, billeteros de clientela fija que la tenían allí, vendedoras de arepitas como Emiliana, periodistas, empleados públicos.

  ̶ ¡Infinidad de “habitués”!  ̶ como recuerda Gustavo Donzella.

 

La escala zoológica

     Y si del MOP iban los ministros de Relaciones Exteriores iba el Ministerio en pleno, acostumbrado a la buena vecindad de la Cervecería, así como muchos de nuestros diplomáticos que allí se saturaban de venezolanidad cuando pasaban una temporada en el país. Entre tan heterogéneos grupos resaltaban los apodos que el ingenio caraqueño ha puesto a muchos ciudadanos.  Apodos que solamente en el aspecto zoológico y a guisa de unos cuantos ejemplos van de seguidas como retumbaban en los saludos o exclamaciones de la Cervecería:

̶ ¡Mira Guaquita: dile al Mono que lo llama el Conejo por la cabuya!

Eran   ̶ y aquí van ̶   la Guaquita (Oswaldo Rodríguez), el Conejo Ávila, el Mono Aguilar, el Pelícano Almenara, Cucaracha Cabrera, Caballito del Diablo Marcano, el Bisonte Todd (Guillermo), el Cochino Todd (Roberto), el Avestruz Todd (Jimmy), la Guaca Estévez, las otras Guacas   ̶ los Rodríguez ̶ catalogadas como Guaca Mayor, la Guaquita y la Guaca intermedia (Alberto), el Guaro Aguirre, el Macho Lugo, el Chivo Jiménez y tantos otros de diversas épocas.

Recordando todo esto con Gustavo Donzella, él agrega:    

̶ Bueno y todos los “toros” de apellido, que eran bastantes y por asociación de ideas:  

Antonio José Legórburu, “Car’e Ganao”, sin olvidar a mi hermano Tony que era el Búho, yo que era la Foca, e incluyendo (aunque no corresponda a esta escala zoológica) un alias tan sonoro como el de “Pichagua” Jaime y el de aquel Mayor que le gustaba tanto “la noble y vieja” que allá mismo lo bautizaron como el “Mayor de Licores. . .”

 

¡Mira donzella: que nos aparte una mesa. . .!

     Poniendo en juego nuevamente la maquinita esa de la asociación de ideas vienen en tropel rostros, sucesos, chistes, situaciones y a través de todo se memorizan clientes como el coronel Becerra que según Gustavo “se ponía bravo cuando no abrían a las nueve, ya que la Cervecería tenía mucho de oficina para él y allá establecía muchos contactos personales y telefónicos”. Y así como el coronel, “que fue de los que vino con el siglo y con Castro”, un hombre del 28 como Raúl Leoni, un Gobernador como Alberto López Gallegos, un clientazo como “Arepa” Vásquez y aquellos grupos de las colonias extranjeras que desde el viejo Vollmer (cuando cogía el tranvía en la avenida que hoy lleva su nombre para ir a la Cervecería) hasta los inmancables de la Shell, tenían “mesa fija”, o la apartaban por teléfono. Apartado que consistía en encaramarles las sillas a las mesas. Abuelos alemanes, franceses, italianos, ingleses, tuvieron en la Cervecería de Strich o de Donzella sus peñas; y más recientemente ciudadanos menos integrados pero que trabajan¿bnan en el país  ̶ como esos “musiúes” de la Caribbean: Kingsmill, Millar, Kane, Weller, Teasdale ̶  tenían su bien refugió allí con la “beatífica alegría que la virtud de los “pumpás” procura…”

     El imperio de la cordialidad en la Cervecería ̶ donde el viejo Donzella era samario, es decir, furibundo partidario del team guaireño “Santa Marta” ̶ lograba que se entendieran bien royones y magallaneros, como lo habían hecho fanáticos del “Samanes” y del “Independencia” y como lo harían gente apasionada por Julio Mendoza o por “Rubito”. Era un clima de camaradería, de verdadera y cordialísima unidad. Esto permitía, con el sin par igualitarismo criollo, que alternaran un ministro y un billetero. Ni siquiera los odios políticos y los rencores que se sembraron a partir de 1945 alteraron este clima tan especial e inolvidable. Por otra parte: aunque la última dictadura afectó notablemente al negocio y a los sucesores del viejo Donzella allí ̶ lugar con buenas antenas de sensibilidad y negocio de caras conocidas ̶ cualquier sicario o “auditor” por más listo que fuese pasaba más trabajos que un ciego prendiendo un cohete. . .

Caricatura de J. J. Donzella elaborada por el célebre humorista Leoncio Martínez

“Una amable cerveza a tu memoria”

     En medio siglo la Cervecería, que primero fue de Strich y después de Donzella y siempre fue de todo el mundo, hasta del famoso perro “Cenizo” que allí se metía todos los días.  La Cervecería pulsaba la alegría y conjugaba el dolor de la ciudad. Allí se ampliaba la noticia del momento, nacía el chiste, crecía el rumor, se ideaba el ensayo, el capítulo de una novela o brotaba la inspiración de algunos versos.  Y se celebraban grados universitarios, grandes faenas taurinas o triunfos deportivos, como el alcanzado por el equipo venezolano al titularse campeón mundial de béisbol amateur en La Habana en 1941. Entonces se tiró la casa por la ventana y el viejo Donzella llamó a Benito Canónico ̶ padre del “Chino” Daniel héroe desde la lomita de La Tropical habanera ̶ para que con su conjunto y su desquiciante “Totumo de Guarenas” amenizara la desbordante alegría en el local de la Cervecería . 

     Este local de Principal a Santa Capilla vio también la fiesta que con sus señoras dieron los médicos de la promoción de 1920 para celebrar sus bodas de plata en 1945. 

     Veinticinco años atrás estos médicos habían celebrado el grado en la Cervecería. Entre una y otra celebración solo una baja ̶ el Dr. Arístides Tello Olavarría ̶ había sufrido este grupo, integrado por los doctores y clientes Antonio José Castillo, Julio García Álvarez, Pedro del Corral, José Ignacio Baldó, Pedro Blanco Gásperi, Bernardo Gómez h., Pedro González Rincones, Pedro Antonio Gutiérrez Alfaro, Andrés F. Gutiérrez Solís, Guillermo Hernández Zozaya, Héctor Landaeta Payares, Gustavo H. Machado, Pedro Rodríguez Ortiz y Martín Vegas.

     Todos quedaron contentos, pero mucho más el “Catire” Donzella al constatar con gestos como este que el aprecio hacia su negocio no lo borraban ni los años, y que incluso se transmitía de padres a hijos y a través de promociones de tan diversos profesionales que formaban su clientela. Esa clientela, esas amistades, con gran sentimiento lloraron un 3 de marzo de 1949 la muerte del “viejo bregador de Strich”, del gran “Catire” Donzella, a quien otro as del humorismo caraqueño y finísimo poeta, Aquiles Nazoa, despidió desde la primera página de “El Morrocoy Azul” con estos versos:

También tú te nos marchas buen Donzella

te vas de esta Caracas tuya y mía

que bebió en tus sifones la alegría

de los tiempos del coche y la zarzuela

“Todo se está acabando en Venezuela”

me dijiste en la Torre cierto día

recordando unos versos al tranvía

en que yo hablé de “tu mejor clientela”

Y dijiste verdad: feliz testigo

de un tiempo que pasó junto contigo

se muere un poco de local historia

Descansa, pues, en paz, mientras sin llanto

bajo el cielo de marzo yo levanto

una amable cerveza a tu memoria

FUENTES CONSULTADAS

  • Misle, Carlos Eduardo. La Cervecería Donzella, allí nació la lisa. Elite. Caracas, julio de 1967.
  • Fantoches. Caracas, abril de 1923.
  • El Universal. Caracas, 3 de marzo de 1949
Las memorias de Antonio Paredes

Las memorias de Antonio Paredes

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Las memorias de Antonio Paredes

Antonio Paredes recién salido de la prisión de San Carlos, en Maracaibo, después de haber escrito sus Memorias

     Al triunfar la revolución de Cipriano Castro (1899), Antonio Paredes, un valenciano de apenas 30 años, se niega a someterse y se levanta en armas, pero a los pocos días es sometido, apresado y enviado al castillo San Carlos en Maracaibo. En 1902, es puesto en libertad a raíz de la amnistía decretada por Castro con motivo del bloqueo. Paredes se exilia entonces en Trinidad. En febrero de 1907, invade Venezuela por Pedernales; capturado a los pocos días, es ejecutado sumariamente por orden de Cipriano Castro. A mediados de 1908, su hermano, Manuel Paredes, entabla un juicio por homicidio; la Corte, a la caída de Castro, dicta auto de detención contra el ex presidente, pero no se logra concretar una sentencia

Por Ana Mercedes Pérez

     “1899. ̶ Son tiempos inestables. Tiempos en que no se sabe con qué gobierno se va a amanecer. Los hombres quieren ir a la guerra, ser militares y para ello no se necesita sino ser guapo y cambiar de indumentaria. Se cambia la azada por el sable, el martillo por el revólver, la camisa de trabajo por el traje de campaña. De la noche a la mañana hombres humildes simples peones se levantan en armas auto llamándose Generales de una revolución.

     Lo que se necesita es audacia y más audacia, como decía Danton. Audacia para no dejarse quitar la silla y audacia para recobrarla o conquistarla. Audacia para triunfar y audacia para darse a respetar.

     De Los Andes van bajando sesenta hombres para tomar Caracas. ¿Qué llevan consigo para el triunfo? Audacia y más audacia. Bisoños algunos en artes militares pasan por los pueblos entre vítores solo por el hecho de intentar derribar al presidente. Es la revolución restauradora. El golpe de estado no tendrá otro carácter que el de la fuerza nueva contra la fuerza débil. Y esa fuerza será demostrada hasta el exceso por todo el que quisiera unirse a ella.

     Cipriano Castro viene anunciando un gobierno donde todo ha de ser nuevo: “nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”. No se discuten planes ni se sabe en cuál terreno ha de decidirse el triunfo. Por ahora, Tocuyito será la meta. Cuatro mil seiscientos hombres apoyan al Gobierno, mientras el enemigo apenas cuenta con la mitad. Pero esa mitad lleva la fuerza de todos los deseos que arrastran los audaces.

     El presidente Ignacio Andrade es débil, hasta para decir que “no tiene tropas”, cuando un militar le ofrece colaboración. Las tropas se levantan si un gobierno cuenta con simpatías. Y cuando el atrevido Don Cipriano le ofrece amistosamente hacer un convenio entre el Gobierno y los revolucionarios, Andrade se niega prohibido ante la impetuosidad del avance.

     Pronto ya nadie le hará caso al Primer Magistrado, ni siquiera cuando intente libertar a los presos. Un presidente sin ejército es un hombre perdido, un hombre proclive a la derrota. Hasta que un buen día alguien se le acerque para advertirle: “Sálvese, General, que todo está perdido”.

Los padres de Antonio Paredes, el general Manuel Antonio Paredes y doña Manuela Domínguez, gente de tradición y de abolengo

Antonio Paredes

     Dentro de ese ambiente de hombres que se quitaban el poder unos a otros se movilizaba un joven militar de treinta años, egresado de la Academia de Saint Cyr, dotado de personalidad brillante. además de la conferida por la tradición: todos sus antepasados habían sido militares y guerreros gloriosos. La herencia viva no había sido creada por oportunismos revolucionarios. Su abuelo General Juan José de la Cruz había recibido el grado de coronel, en Ayacucho; Juan Antonio Paredes, General de la Gran Colombia, era otro de sus gloriosos antepasados; Manuel Antonio Paredes, su padre, había servido con Páez, venciendo al terrible Rubín.

     Los grados de militares habíanle sido conferidos por méritos ganados en buena lid, peleando por la patria con la espada al cinto, espadas que llevaban grabados en su empuñadura los lemas de Honor y Fidelidad.

     Cuando Cipriano Castro invade Caracas, en 1899, Paredes le sirve a Andrade defendiendo la Plaza de Puerto Cabello: No es hombre de rendiciones y acusa de “traidores” a los que ayer estuvieron con el Gobierno y hoy están con la revolución. Desafía al propio Castro llamándole “cobarde” porque no viene a medir sus fuerzas con él. Muy incómodo había de parecerle al jefe de la Revolución Restauradora la impertinencia de este apuesto General, representante de la aristocracia y de la cultura, educado en Europa y que lo reta a “medir con él sus fuerzas para comprobar que sus soldados serán derrotados”.

     La semilla del odio empezaría a germinar a Don Cipriano. El odio contra la superioridad y la digna altivez de Antonio Paredes. Cuando éste observa que el propio Andrade titubea, no transige con la derrota y le dice: “Apóyeme y venceremos a los traidores”.

     Pero el hombre que ha creado una Táctica Militar y que pelea técnicamente, permanecerá solo. Todos se irán con la revolución. Antonio Paredes por su atrevida y digna actitud irá a purgar a Maracaibo, en el Castillo de San Carlos, el testimonio de una raza que no perdonaba.

 

Sus memorias

     “Diario de mi prisión en San Carlos” no contiene propiamente las observaciones de un militar derrotado. Ni la trágica versión de un hombre atado con grillos, colmado de odio o sediento de venganza. Es la obra de un escritor meduloso, casi a veces de un poeta prisionero que espiritualiza el sufrimiento. El hombre que ha llevado consigo a Moliere, a Corneille, a Racine, a Musset, a Spencer, a Byron, etc., que lee literatura en tres idiomas, que traduce para sus compañeros l’Aiglon, de Rostand, nos va a decir por primera vez cómo vibran encarcelados y carceleros dentro de los oscuros muros del calabozo sin aire, sin luz y sin sol.

     “Memorias” que están plenas de una suave luz interior. Es el hombre metido en la soledad de sí mismo el que escribe, confiriéndole importancia a todo mínimo acontecimiento: “mis ojos ávidos de otros espectáculos están cansados de contar las grandes vigas de mangle rojo mal unidas que a la vez que sirven de asiento a esta lúgubre cueva, forman el asiento de la azotea donde durante el día se pasea el oficial de ronda. Podría decir cuántos huecos de clavos o estacas quedaron en el muro el día de la lechada”.

     Habla con los animalitos que lo visitan como solo puede hacerlo un sentimental soñador, un artista: “entre los muchos lagartijos o tuqueques que veo diariamente, conozco y aprecio de modo particular a uno que tiene la cola dividida en dos como una foca, otro con el rabo mocho que pasa el día cerca, en el túnel de la puerta cazando moscas y un tercero de colores muy vivos y esbelta figura, con la parte posterior de la cabeza de un amarillo subido, que por tantas ventajas debe ser el terror de los papás y los maridos de las lagartijas hermosas”.

     Antonio Paredes fue el primero que publicó en Venezuela un libro de esta índole, el primero que recogió sus memorias en la prisión. Se ha inspirado el estudioso en las Memorias de Silvio Pellico. Hay páginas conmovedoras: “Hoy ha recibido Meaño Rojas una carta de su novia residente en Caracas, en la cual dice ella que ‘ha llorado mucho en estos días’, lo que traducido al lenguaje secreto de los presos significa que la revolución se perdió”.

     Y otras veces es el rumor de la noticia lo que sacude el alma de los prisioneros o la simple y sencilla nueva de que pueden salir al patio a tomar el sol, o la resignación ejemplar del general cargado de grillos.

El teniente Antonio Paredes en la Revolución Legalista (1892)

     “Nadie que no haya estado privado del aire como nosotros podrá comprender nuestra dicha. Hoy he admitido una vez más la grandeza de Dios. Yo habría deseado conservar una fotografía de aquello: el viejo con su larga barba blanca, desnudo de medio cuerpo arriba, caminando a pasos muy cortos, algo inclinado hacia adelante; por detrás Pino, de uniforme, más encorvado aún que el viejo, llevándole los grillos. . .”

     El hombre democrático que es Paredes es un ejemplo sin precedente digno de situarlo ante la juventud que cada día se prepara. Porque Paredes no es solamente el héroe que dio su vida valientemente por la patria sino el ciudadano que dicta desde su prisión sus normas de ética política, con una gran generosidad. Mientras sus compañeros en el calabozo viven exasperados por el deseo de venganza contra “el Mono” (el mono es Don Cipriano), Paredes escucha entre tanto las mil formas con que condenarían a quien los tiene presos. Uno quiere colgarlo, otro quiere darle látigo, un tercero en meterlo en una pipa llena de mugre y desperdicios y ahogarlo en ésta, dándole con un sable en la cabeza cada vez que la saque.

     De pronto ante el asombro de todos ha declarado: “mi mayor placer sería verlo paseando y gozando de toda clase de garantías y seguridades, no porque tenga afecto alguno por él, sino porque así es que conviene en un país bien gobernado que cuando haya un hombre que al llegar al poder haga lo que ha dicho, ése será el día en que comenzará Venezuela a prosperar, porque entonces se acabarán las revoluciones y por eso es de desearse que quien asuma el mando después del atrabiliario Castro, sea enérgico a la vez que justo e inteligente, para reprimir, si fuere necesario, los desmanes de sus mismos compañeros”.

     Sus compañeros se recogen en sus celdas amoscados, no sin replicarle que “mejor es volverse santos para ir derechito al cielo”.

     Se adelantó a su tiempo, no sin adelantarse también a criticar los desfalcos en la administración pública, en donde entra el tan actualizado contrabando.

     “En Venezuela ningún empleado del gobierno se atiene a su sueldo. Los ministros entran en grandes especulaciones de todas clases: los militares especulan con las raciones de sus soldados, los aduaneros cierran los ojos y dejan pasar los contrabandos o pactan con los contrabandistas, el que va a hacer cualquier trabajo público se coge una gran parte de lo que se destina a la obra, solo o en sociedad con otros; todos, todos, hasta los porteros encuentran el modo de aumentar su sueldo con alguna industria o gabela prohibida”.

     Y continúa señalando que el presidente (el Cabito) era un limpio cuando llegó al poder. Al cabo de unos meses ya era propietario de todas las acciones del Ferrocarril del Táchira, de todos los vapores que navegaban en el Lago de Maracaibo, del Hato de La Candelaria, de potreros, haciendas en Aragua, de casas en Caracas y Valencia y no se sabe cuántas propiedades más.

     ¿Qué país puede ir adelante y prosperar cuando todo el tren gubernativo, desde el presidente hasta el empleado más insignificante, no se ocupan sino de fomentar sus propios intereses con perjuicio de los de la comunidad?

 

El humorista

     Para disfrutar del aire del patio a través de su calabozo se fabrica una nariz de tres metros de largo, que pudiera ser sacada a través de la reja como la trompa de un elefante. El modo de confeccionarla, ante la atónita mirada de los carceleros, que no sabían de qué pudiera tratarse y vigilaban hasta su mínimo paso, es digno de la trama de una pieza teatral.

     Primero hace comprar el papel de estraza y el almidón   ̶̶̶ pretextando que era bueno para las erupciones ̶, luego hierve el almidón, pica el papel y toma por molde un palo de escoba. Lo hace en tres secciones que une después y con una caja de fósforos suecos se fabrica entonces la parte principal del aparato, especie de embudo pequeño con la forma de una nariz. Tres días empleaba en fabricarse el aparato y en probarlo por la noche, lo que en conjunto era ̶̶̶ dice Paredes ̶̶̶ una especie de serpiente con las anfisbenas de las arenas de Libia de que nos habla el Dante, de posición recta y cabeza muy desarrollada”.

 

     Todos estos preparativos los observa su carcelero con gran interés. El famoso prisionero parecía regocijarse con su rostro curioso “¿Quién sabe qué se habrá imaginado? ¡Cómo no vaya a creer que ha fabricado un cañón mágico para destruir la fortaleza y matarlos a todos ellos!”.

     El caso de Cristico es el más divertido de todos. Cristico era el muchacho que le traía la comida y las noticias de fuera, impulsándole a que se comunicara con el mundo exterior para unirse a la revolución. Paredes, un gran psicólogo, de inmediato se da cuenta que Cristico es un espía, un agente del alcalde Bello. . . Y resuelve burlarse, antes de ser él burlado.

     Decide entonces entregarle una carta, dirigida a un tal Quiñones en Maracaibo. A Cristico le brillan los ojos de contento, pues por fin ha logrado la peligrosa encomienda. Dicha misiva iba dirigida dentro del sobre al propio Bello en los siguientes términos:
“Señor General J.A. Bello
. . . desde hace algún tiempo viene el teniente Jesús María Rodríguez (alias Cristico) haciéndome insinuaciones en el sentido que yo encabece una sublevación, y me ha dado noticias de supuestos triunfos de los revolucionarios y ha hablado en mi presencia con varios centinelas elogiándome a la vez que deprimía el gobierno existente y me facilitó el lápiz con que escribo a usted, todo con visible, objeto que yo dé alguna prenda que me comprometa para que pueda hacerse todavía más dura mi prisión. . . Pero Cristico es tan lerdo que desde el principio me dejó conocer sus intenciones y para probarle que no es sino un pobre muchacho MUY INOCENTE lo he escogido a él mismo para que lleve a usted esta carta, haciéndole creer que tengo interés en que la mande a Maracaibo. . .
. . . ¡Qué decepción para usted cuando al romper la cubierta no encuentre lo que espera!”

La libertad

     Pero aquel mismo ciudadano que, no obstante su cultura superior, fue siempre un compañero cordial con sus compañeros de prisión, aquel caballero que había vivido en París y comparte su alimento de rico con los más pobres, aquel fraternal amigo que en el día de su salida regala su catre y sus efectos a los más necesitados, seguirá siendo el día de su libertad un hombre altivo ante el Alcalde y sicarios que le han hostilizado su vida: “vi con sorpresa que todos los compañeros que iban saliendo adelante daban la mano a Bello que estaba parado allí y los despedía con la sonrisa amable de quien despidiera a los concurrentes a un banquete o a un baile. Yo he pasado delante de él sin mirarle. . . Luego todos dieron la mano a Pino, como habían hecho, con el otro. Cuando llegó mi turno de bajar, Pino estiró su mano, yo no moví la mía y salté en el bote sin cuidarme de él”.

     Desde entonces su vida resplandecerá bajo la aureola de una leyenda. Al comprender que su libertad ha tenido el precio de salvar a Cipriano Castro de “la planta insolente del extranjero”, prefiere escoger el camino del destierro. No será sino la preparación del retorno por la senda del sacrificio. El sacrificio más heroico y lamentable en nuestra historia política del siglo que pagó con su propia vida.

     Por ello Antonio Paredes pide la epopeya del mármol; fue un dios vencido en plena juventud.

Rómulo Gallegos y su tiempo

Rómulo Gallegos y su tiempo

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Rómulo Gallegos y su tiempo

     Juan Liscano, poeta investigador folklórico, periodista y crítico literario, está preparando una obra biográfica sobre el maestro Rómulo Gallegos, de la cual la revista ÉLITE se complace en publicar uno de sus capítulos. En este nuevo libro, el autor analiza la figura del Maestro de Juventudes y su Tiempo, sus sentimientos y actitudes, tanto humanas como políticas. En el capítulo que reproducimos el lector podrá conocer la estatura moral del hombre que fue derrocado un 24 de noviembre de 1948.

      “Conviene ahora evocar, a grandes rasgos, el proceso político que se inició después de la muerte de Juan Vicente Gómez y desembocó en el derrocamiento del gobierno constitucional presidido por Rómulo Gallegos.

     Una vez fallecido el dictador, se encargó del Poder su ministro de la Defensa, el general Eleazar López Contreras. La perspectiva histórica destaca con aspectos cada vez más positivos, la gestión transicional que le correspondió desempeñar a este gobernante. Durante su presidencia se inició el proceso de conquistas democráticas venezolanas. Se fundaron nuevos partidos, inspirados en ideologías contemporáneas, y sindicatos obreros. López Contreras se propuso equilibrar las contradictorias fuerzas que intervenían en esa etapa de transición. Frenó las impaciencias de la izquierda y las exigencias de la derecha. Encauzó el país hacia un desarrollo democrático paulatino y gradual. 

     Le evitó a nuestra explosiva y extremista colectividad, fácil presa de cualquier radicalismo e intransigencia, las violentas oposiciones y, rectificando el rumbo cada vez, según por donde amenazaran tormentas y vientos fuertes, aparentemente insensible a la crítica, a los reclamos, a las imposiciones, desembocó en el restablecimiento de las garantías individuales y el acatamiento al principio de alternabilidad republicana. En lugar de reelegirse presentó al Congreso donde tenía mayoría, un candidato oficial: el coronel Isaías Medina Angarita, su ministro de la Defensa. La oposición democrática había lanzado ya la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos. Medina Angarita salió electo presidente de la República. Su primer acto político fue permitir la legalización de Acción Democrática, compactada en torno a la candidatura de Gallegos y la del Partido Comunista bajo el nombre de Unión Popular Venezolana. Aceleró el desarrollo democrático del país. La liberalidad cordial del nuevo presidente coincidió con una etapa de alianza entre la U.R. S. S. y los Estados Unidos, impuesta por la Segunda Guerra Mundial. Esa alianza se tradujo en una colaboración entre el Capitalismo y el Socialismo, entre los partidos comunistas y los gobiernos anti-nazistas. Las repúblicas hispanoamericanas establecieron relaciones diplomáticas con la U.R. S. S. Norteamérica estaba especialmente interesada en ello. Venezuela rompió con el eje Tokio-Roma-Berlín. Los Estados Unidos impusieron esa ruptura pues Medina Angarita se inclinaba más bien hacia una neutralidad confortable. El Partido Comunista Venezolano apoyó decididamente el gobierno medinista. Acción Democrática constituyó la oposición.

     La política anti-nazista de Venezuela mereció la aceptación de este último partido, pero en el orden interior, se agravó su descontento frente al gobierno. El objetivo fundamental de A.D. era lograr una reforma constitucional que estableciera el sufragio universal y la elección directa para presidente de la República. Sabiéndose mayoritario en el país, ese partido aspiraba a alcanzar el Poder por la vía del sufragio universal. Pero Medina Angarita no se resolvía a apoyar una reforma, la cual, es preciso decirlo, implicaría la anulación de toda influencia suya o de su grupo. Rómulo Gallegos intervino frecuentemente como mediador entre la oposición adeísta y Medina. Aconsejó a este último la reforma constitucional. Se trataba de una conquista inobjetable, sin dejar lugar a dudas, la cual hubiera acelerado la evolución política de nuestro país. Pero ello equivalía a entregarle el poder a Acción Democrática, partido policlasista que congregaba a las mayorías. El grupo medinista no quería perder sus posiciones. Por otra parte, la candidatura de López Contreras empezaba a ganar terreno en el Congreso. El medinismo tampoco quería pactar con López Contreras. Faltando poco para el nuevo período presidencial, se inició una conspiración entre jóvenes oficiales del Ejército. Este, en verdad, no había obtenido ventaja alguna con el gobierno imperante. Medina colgó el uniforme y vistió traje de civil. La reacción castrense tomó cuerpo en grupos de jóvenes oficiales, en su mayoría contaminados por ideas de predominancia militarista y vaga exaltación fascista. Los modelos a seguir serían los junkers prusianos y las logias militares argentinas. El Ejército debía imponerse a la República como una superestructura. Pero semejantes propósitos, por lo demás harto confusos, mezclados con las peores inclinaciones caudillistas y apetencias de riqueza, fueron cuidadosamente disimulados cuando se trató de iniciar conversaciones con grupos civiles.

     Los conspiradores se acercaron a Acción Democrática, porque era el gran partido de oposición al régimen. Podía garantizar el control de la calle, en el supuesto de un golpe exitoso. Medina Angarita y los jefes militares en que se apoyaba, andaban ciegos frente a los manejos de los discípulos aprovechados que habían estudiado en el Perú, en la Argentina, en España. Acción Democrática oía a los militares, pero hubiera preferido una salida pacífica, hacia la constitucionalidad. Se perfiló una posible candidatura de equilibrio: la del Dr. Diógenes Escalante. El medinismo y el adeísmo coincidieron en apoyarla, pero Escalante perdió la razón, invalidándose para toda gestión intelectual. Los acuerdos se rompieron. Isaías Medina se entregaba de un todo a sus consejeros. Optó por lanzar un candidato propio, sin respaldo alguno de opinión. La conspiración recrudeció. Acción Democrática quedó definitivamente descontenta. El tránsito pacífico de un período presidencial a otro, resultaba cada vez menos probable. Los militares instaban a los civiles a actuar. El 18 de octubre de 1945 se alzaron algunos efectivos militares. En la noche de ese día el movimiento estaba fracasado, pero Medina, inhibido ante un estallido de violencia que había sido incapaz de sospechar, confundido, decepcionado, queriendo evitar derramamiento de sangre, renunciaba a la Presidencia, sin darle tiempo a los rebeldes a negociar su rendición. ¡El golpe había triunfado! Acción Democrática preparó el ánimo de la calle y apoyó la rebelión militar. Arremolinados y disputándose ya el Poder, los líderes militares y civiles constituyeron la Junta Revolucionaria de Gobierno en la que predominaron los segundos.

     En ese mismo momento empezó el descontento castrense. No cabía entendimiento alguno entre unos oficiales, mayoritariamente ambiciosos y reaccionarios, y unos dirigentes políticos con vocación popular. Acción Democrática creyó poder capitalizar para sí y para la causa democrática, la caída de Medina Angarita. Fue su primer error. Los militares, momentáneamente relegados a un segundo plano, se dedicaron, de inmediato, a preparar el asalto final al Poder.

     Acción Democrática había tenido que escoger entre quedarse fuera del golpe o integrarse a él, para imponer soluciones democráticas. Optó por lo segundo. Su vocación de poder fue más fuerte que su condición civilista. No supo o no pudo esperar. Cometió el pecado de impaciencia y comprometió sus ejecutorias pasadas, aliándose con militares que aspiraban, por sobre todo, a mejorar su situación financiera. Su empeño principal consistió, desde el momento de su llegada al gobierno, en limpiarse del pecado original, reformando la Constitución e instaurando un régimen de libertades públicas como nunca antes se había conocido en Venezuela. Cumplió con amplios propósitos. Pero cometió un segundo error. El de negarse a compartir responsabilidades de gobierno. Creyó que bastarían sus intenciones de gerenciar con probidad de Cosa Pública y el apoyo de la mayoría del electorado, para satisfacer a la colectividad y consolidar nuestra democracia. Olvidaba que, en países como el nuestro, de incipiente sentir democrático, de poderosos intereses creados, de tradición dictatorial, se requiere para consolidar cualquier gobierno, el apoyo o la neutralidad de sectores que, aunque minoritarios, pueden decidir las situaciones mejor que un millón de electores desarmados.

     El partido de gobierno se aisló y en lugar de presentarse como parte conciliadora que involuntariamente fuera arrastrada en esa aventura bárbara, asumió, engreídamente, todo el peso del rencor que suscitaba aquel atraco al Poder. Los militares, en cambio, se disfrazaban de ovejas. Finalmente, Acción Democrática carecía de experiencia de gobierno y de administración. Cometió equivocaciones. Se atolló. Creo enemistades inútilmente. No supo destacar sus realizaciones concretas.

     Puso todo su empeño en conceder libertades públicas y preparar unas elecciones impecables. Pero tras de respetar la oposición desatada que, por todos los medios, desacreditó su gestión y enardeció los ánimos, y tras de ganar dos procesos electorales, perdió el poder ante la arremetida de la oficialidad compactada, a la cual tácita e implícitamente, apoyaban los más diversos sectores minoritarios del país, desde agrupaciones de inspiración democrática que “dejaron hacer”, hasta frenéticos reaccionarios que preveían el regreso feliz a tiempos de la tiranía y represiones. Acción Democrática se mostró incapaz de apaciguar esa posición encarnizada.

     Los hechos que rodean la caída del régimen constitucional presidido, en ese entonces, por Rómulo Gallegos, son del dominio público y es poco lo que se pueda ya contar de novedoso sobre esa crisis. Gallegos se integró plenamente a su destino. Durante diez días se encaró con amenazas y peticiones del alto mando militar. Ningún peligro como ninguna proposición de componenda dudosa, conturbaron su riguroso sentir principista. Se le pidió dar la espalda a su partido y exilar a compañeros como Rómulo Betancourt ̶ cerebro y nervio de A.D., figura polémica de jefe de partido que con sus actuaciones abarca los 30 últimos años de vida política venezolana, hoy estadista serenado y superado a quien la mayoría nacional ungió con su voto multitudinario para la Presidencia Constitucional del período 1959-64 ̶ y a oficiales como Mario Vargas, ̶ enfermo a la sazón en los Estados Unidos ̶ ; se le propuso seguir gobernando pero en connubio con el Estado Mayor.

     Su inmensa autoridad moral contuvo momentáneamente, la rebelión. Los oficiales vacilaban ante su intransigencia austera. Su respuesta era: ‘No discuto con alzados. Que la oficialidad deponga su actitud y después veremos’.

     En medio de la confusión de esos días tensos, cinceló, con su actuación, la imagen del magistrado incorruptible. Como Vargas, encarnó la razón de la justicia frente al arrebato de la fuerza bruta. A la par que su figura crecía frente a los militares perjuros (que unos meses atrás habían proclamado la legalidad y pureza de las elecciones vigiladas por ellos mismos), rescató para su partido lo mejor que tuvo su gestión gubernamental: una voluntad consciente de llevar a cabo la primera experiencia de democracia representativa. Gallegos quizás hubiera podido negociar soluciones transitorias. Pero éstas, en el caso de resultar, en vez de servir la causa del civilismo y la democracia venezolana, hubiéranla escarnecido con una componenda que tarde o temprano, desembocaría en un control total del poder por parte de los militares. De modo que Gallegos, al oponerse a toda transacción que implicara una merma del Poder Civil, le devolvía, pese a la derrota inmediata, toda su razón de ser y toda su dignidad perdida. Acto de política trascendente fue ese de no ceder un ápice ante la presión castrense. Gracias a esa voluntad ejemplar, despertó el espíritu mismo de la Resistencia. Antes de ser apresado escribió una alocución que no pudo ser publicada ni leída por radio. En ella ponía a cada quien, en su lugar, para las luchas venideras:

‘En mi residencia particular acabo de recibir la noticia de que ha sido ocupado el Palacio Presidencial de Miraflores por fuerzas militares comandadas por el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, donde se ha practicado la detención de varios ministros del despacho y sé que, llevando a cabo el atropello de las instituciones a que se han decidido las fuerzas armadas, vienen ya a apoderarse de mi persona. Culmina así un proceso de insurrección de las fuerzas de la guarnición de Caracas y del alto mando militar, iniciado hace diez días con un intento de ejercer presión sobre mi ánimo para imponerme líneas de conducta política, cosa que solo puede hacer el pueblo de Venezuela, cuya voluntad represento y cuya confianza poseo. A tales pretensiones me he opuesto enérgicamente en la defensa de la dignidad del poder civil, contra la cual acaba de asestarse, una vez más, un golpe de fuerza dirigido al establecimiento de una dictadura militar. ¡Pueblo de Venezuela!: Yo he cumplido mi deber, cumple tú ahora el tuyo no dejándote arrebatar el derecho que legítimamente habías conquistado de darte tu propio gobierno por acto cívico de soberanía popular.

Los Palos Grandes, Chacao

24 de noviembre de 1948’

     Trasladado de su hogar a la Escuela Militar, quedó detenido por el Estado Mayor felón. El gobernador de Caracas, general Juan de Dios Celis Paredes, le visitó un día, en gestión amistosa pero veladamente semi-oficiosa. Se trataba de encontrar qué hacer con el ilustre detenido. Celis Paredes le pregunta si desearía regresar a su casa de los Palos Grandes. Entonces comprendió que detrás de aquella pregunta estaba el comandante Carlos Delgado Chalbaud, cuyo empeño durante la crisis había sido el de lograr que Gallegos quedara de Presidente, pero ligado al Estado Mayor insurrecto. La respuesta del novelista presidente no dejó lugar a dudas: ‘Dígale a su comandante que hasta el 19 de abril de 1953, en Venezuela no hay sino dos sitios para mí: el palacio presidencial o la cárcel’. Finalmente se le embarcó en un avión  junto con su familia. Durante el vuelo el capitán de abordo le notificó que gozaba de visa para Cuba, México o los Estados Unidos y le preguntó que dónde preferiría quedarse. Gallegos escogió Cuba. Era el 5 de diciembre de 1948.

     Su prestigio brilló más en la adversidad. Reactualizó todos los grandes dramas políticos que arrojaban a hombres justos y probos al inmerecido exilio. Sus primeras declaraciones en el exterior fueron para comprometer a los Estados Unidos en la asonada que derrocara su gobierno legítimo. El Departamento de Estado se vio obligado a rechazar esas sospechas y a aclarar la presencia de un alto jefe de la Misión Militar norteamericana en el lugar de los sucesos. El presidente Truman más tarde, en documento harto importante y significativo, intentó explicar las razones que forzaban a los Estados Unidos a reconocer el nuevo gobierno venezolano y antes de llevar a cabo ese reconocimiento, dejó pasar varios meses, lo cual resulta excepcional en nuestro Continente. Gallegos entró a formar parte de la alegoría de una americanidad dividida entre fuerzas inferiores y superiores, entre impulsos civilizadores y arrebatos primarios. Se identificó en un plano vitral con la tesis mayor de su obra. Fue el personaje de una aventura histórica parecida a una novela suya. Su palabra tuvo inusitadas resonancias. Los países donde imperaban regímenes legales respetuosos de las libertades públicas, se solidarizaron con el Presidente derrocado y con la causa que representaba. Las organizaciones democráticas exaltaron sus ejecutorias y la honorabilidad de su persona trina: el maestro, el escritor y el político. La resultante de esa triple acción, inspirada siempre en una voluntad educadora, daba la suma total de la hombría de bien”.

FUENTES CONSULTADAS

  • Elite. Caracas, 11 de marzo de 1961

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