Orígenes de la rivalidad Caracas-Magallanes – Parte I

Orígenes de la rivalidad Caracas-Magallanes – Parte I

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Orígenes de la rivalidad Caracas-Magallanes – Parte I

     Los clubes Royal Criollos y Magallanes iniciaron en 1928, a través de las páginas deportivas de dos diarios capitalinos, lo que se considera como la máxima expresión de la pasión por la pelota en Venezuela. Ahí está el embrión de la pugna que hoy día sostienen Leones y Navegantes. Rivalidad deportiva que mayor pasión y entusiasmo produce en Venezuela, vale decir, el entusiasmo y locura que se genera en el país cada vez que se enfrentan los equipos Caracas y Magallanes en la pelota profesional, está muy cerca de llegar a un siglo.

     Mucha gente se pregunta por el origen de las hostilidades entre estos dos clubes, es decir, ¿cómo se dieron los primeros enfrentamientos que generaron tanto ánimo y locura en la fanaticada?

     Para conocer la leyenda de la bien llamada eterna rivalidad es necesario revisar muchos diarios y revistas, hay que ir un poco más atrás del nacimiento del club Cervecería Caracas, surgido en el año 1942, al calor de la victoria que consiguió la selección nacional en la Serie Mundial Amateur de La Habana, en octubre de 1941.

     El punto de partida de la investigación está en el año 1928, cuando abrió sus puertas el legendario Stadium San Agustín. Con la inauguración de esa primera gran catedral de la pelota caraqueña, los amantes del béisbol de máxima categoría aseguraron que el interés por esta disciplina deportiva se desbordaría por completo, más del que se generaba unas cuantas cuadras hacia el norte, en el Nuevo Circo de Caracas, cada vez que se presentaba una atractiva corrida de toros.

     Pero el elemento político se atravesó para afectar los planes, ya que por los días previos a la apertura del nuevo estadio se produjo una manifestación, encabezada por jóvenes líderes del movimiento estudiantil universitario, como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Raúl Leoni y Guillermo Prince Lara, entre otros, quienes reclamaban cambios a la dictadura del general Juan Vicente Gómez, quien ordenó una cruel ola de represión que condujo a varios de estos muchachos a la cárcel.

     Esta manifestación, cuyos convocantes fueron conocidos como la Generación del 28, obligó a paralizar por varios meses las actividades deportivas, culturales, de entretenimiento y las reuniones públicas en las principales ciudades del país.

     No fue hasta el mes de mayo de 1928 que comenzó a moverse nuevamente la actividad de la pelota en San Agustín, pero sin la presencia del club Royal, divisa que había nacido en el año 1918 por iniciativa de Fernando Pacheco, un año después del nacimiento del Magallanes. Ambos equipos desaparecieron casi inmediatamente y volvieron a surgir en la década de 1920: Royal en 1922 y Magallanes en 1927.

Bolas y strikes en los periódicos

     Con la revuelta del año 28 fueron a parar a los fríos y lúgubres calabozos de la cárcel caraqueña de La Rotunda varios peloteros del Royal. Entre ellos Jesús Corao, mientras que otros se vieron obligados a huir del país, por lo que el equipo quedó completamente desmantelado.

     De igual manera, el Magallanes trataba de reclutar talento con la intención de volver a retar al Miranda, que entonces se ufanaba de ser el mejor equipo del oeste de la ciudad, al cual logró vencer por primera vez, por paliza de 31 a 2, el 29 de julio, con extraordinario pitcheo de Carlos Alvarado. De esta manera Magallanes comenzó a ganar prestigio. La victoria ante el Miranda de Pagüita alborotó a otros buenos equipos de la zona de Catia, como el Sucre de Caño Amarillo, para alzar la copa Las Tres Lunas y ganarse el principal titular de la página deportiva del diario La Esfera ̶ periódico caraqueño de intereses generales ̶ , en su edición del 11 de septiembre de 1928.

     El cronista Juan Antillano Valarino (AVJota) llamó entonces al Magallanes, club por el que  comenzaba a mostrar cierta inclinación, como “Ídolo de Tres Parroquias”: Caño Amarillo, Pagüita y Camino Nuevo. De inmediato, el 12 de septiembre de 1928, los lectores fueron testigos de la respuesta de Luis Manuel Hernández (Lord), jefe de la sección deportiva de El Nuevo Diario, el rotativo de más alta circulación del país e identificado hasta los tuétanos con el régimen gomecista, quien señaló lo siguiente: “hay que ser bien neófito en el béisbol para afirmar que ese esperpento de equipo llamado Magallanes, es ídolo de no sé qué cosa. De nada, ese club no es ídolo de nada. Aquí el único equipo que se ha ganado el amor de los venezolanos es el Royal, novena que hoy, desafortunadamente, duerme la siesta, pero que pronto despertará para darnos nuevamente grandes satisfacciones en los campos de pelota. Así me lo informaron recientemente algunos antiguos integrantes de esa novena. Amanecerá y veremos”.

     Tres días después, en la edición de La Esfera del 15 de septiembre de 1928, AVJota le respondió a su colega Lord: “Eso de alabar muertos es pavoso. Magallanes es un ídolo que viene en ascenso. Comenzó siendo el amuleto de tres esquinas: Camino Nuevo, Solís y Marcos Parra, para convertirse en el ídolo de tres parroquias: Agua Salud, Caño Amarillo y  Pagüita. Esa es la verdad, duélale a quien le duela. Lo demás es pamplina de aficionado embriagado”.

Reseña del primer juego entre Royal y Magallanes, publicada en El Nuevo Diario, 22 de julio de 1929

     Tres días después, en la edición de La Esfera del 15 de septiembre de 1928, AVJota le respondió a su colega Lord: “Eso de alabar muertos es pavoso. Magallanes es un ídolo que viene en ascenso. Comenzó siendo el amuleto de tres esquinas: Camino Nuevo, Solís y Marcos Parra, para convertirse en el ídolo de tres parroquias: Agua Salud, Caño Amarillo y  Pagüita. Esa es la verdad, duélale a quien le duela. Lo demás es pamplina de aficionado embriagado”.

     El contrapunteo entre los dos cronistas de los más importantes periódicos caraqueños de finales de los años veinte, se hizo cada vez más frecuente y ácido. Lord llegó a calificar al Magallanes como un “equipo de medio pelo”, mientras que AVJota respondía llamándolo “hablador de pamplinas y defensor de un club que estaba muerto”.

La gran popularidad del Magallanes se debe, en gran medida, al estelar lanzador carabobeño Balbino Inojosa

Primer juego Royal-Magallanes

 

     En medio de esta polémica ventilada en las páginas deportivas de los diarios caraqueños, reapareció el Royal con el apoyo de Jesús Corao, quien al abandonar la prisión de La Rotunda se propuso reorganizar el equipo y convertirlo en una maquinaria conformada de jugadores venezolanos.

     En los primeros meses de 1929 se dedicó Corao a reclutar el mejor talento criollo disponible. Convenció a muchachos de varios clubes para que se incorporaran a las filas del Royal y fue probando a los aspirantes en juegos amistosos o de fogueo. Uno de esos choques preliminares fue contra el Magallanes, el domingo 29 de julio de 1929, en el Stand Nacional de Sarría, sede del club royón. En esa oportunidad consiguieron contundente victoria de 11 carreras por 6 ante la novena de Catia.

     Este primer desafío entre el Royal y el Magallanes renovó la polémica entre los cronistas en las páginas de El Nuevo Diario y La Esfera. Lord hizo chanza en su comentario al decir que Magallanes había perdido con la sombra del Royal, debido a que el conjunto de Corao presentó puros novatos en su nómina y los jugadores magallaneros eran muy experimentados. Incluso le recomendó a los magallaneros que se fueran a descansar al parque de El Calvario, tras pasar todo el encuentro corriendo detrás de la bola y que luego se dieran un baño en la laguna de Catia para ver si se sacudían la pava.

     El 1° de agosto AVJota respondió en La Esfera: “Un traspié lo da cualquiera. Magallanes tiene una gran virtud, sabe perder y lo que es más grande aún, sabe respetar”.

La tragedia de Tacoa

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La tragedia de Tacoa

En 1982 ocurrió el terrible incendio de la planta termoeléctrica “Ricardo Zuloaga” de Tacoa

     El pasado 19 de diciembre de 2020 se recordaron los 39 años del terrible incendio de la planta termoeléctrica “Ricardo Zuloaga” de Tacoa, en la localidad de Arrecife, entonces Departamento Vargas del Distrito Federal, en el cual perdieron la vida centenares de personas.

     Aquella mañana dominical el combustible ardiente que se desbordó tras la explosión de uno de los tanques (identificado con el número 9), avanzó cual lava de volcán por cuanto sendero cercano encontró, acabando a su paso con todo tipo de vida humana, animal y vegetal.

     Previamente (6:15 am) estalló el depósito número 8 cuando recibía 15 mil litros de combustible pesado (fuel oil) desde el barco tanquero “Murachí”, perteneciente a la flota de la empresa Maraven, anclado costa afuera.

     De acuerdo con el primer comunicado que dio a conocer la empresa Cadafe, “un error de operación provocó el primer estallido”. La acción del fuego arrasó con todas las personas que estaban cerca del tanque siniestrado: trabajadores, bomberos, policías, efectivos de la Guardia Nacional, personal de diarios y televisoras capitalinas y humildes viviendas que inexplicablemente permitieron construir en esa zona.

     Entre los profesionales de los medios de comunicación que llegaron primero al sitio del siniestro figuraron la reportera del diario Últimas Noticias, Miriam Morillo, junto con el fotoperiodista Román Rosales, la periodista enviada por Venezolana de Televisión, Canal 8, María Adela Russo, junto con su equipos de camarógrafos y asistentes, integrado por José Carrillo, Oscar Guerra y Oswaldo Silva; Carlos Moros y Salvatore Veneziano conformaban la dupla periodista-fotógrafo del diario El Universal y por el canal 2, RCTV, se encontraban el camarógrafo José Machado y el asistente Manuel Osorio.

     Pendientes de captar el mejor ángulo, los equipos reporteriles se acercaron demasiado al tanque que acababa de arder, sin percatarse que el depósito de al lado, totalmente lleno de combustible, estaba a punto de explotar. En total, fallecieron diez comunicadores sociales, según la lista de 160 víctimas que presentaron las autoridades en el informe de la que se considera la peor tragedia ocurrida en La Guaira antes del deslave de diciembre del año 1999.

     Ernesto Estévez sobrevivió a esta tragedia. Formaba parte del Grupo Rescate Venezuela (GRV). Junto con sus compañeros Edgar Palacios, Frank Suárez y Carlos Antolín se trasladaron desde la sede de la institución en Los Palos Grandes, Caracas, al litoral para prestar apoyo. Sus tres compañeros desaparecieron.

     En la última edición de la revista Bohemia de ese año, Estévez contó la experiencia que vivió aquel aciago domingo19 de diciembre de 1982:

     «Llegamos al cruce de la carretera que sigue a Carayaca y la que baja hacia Arrecife y Tacoa. Ya la Guardia Nacional tiene montada una alcabala pero al ver que se trata de una ambulancia nos deja pasar sin inconvenientes.

     Bajamos por la carretera hacia Tacoa. Ya cerca del lugar del incendio, pasamos frente a varios camiones de bomberos y otros vehículos de emergencia. Veo una unidad del CRE (organización voluntaria para-bomberil) y algunos vehículos de medios de comunicación. Seguimos hasta un cruce, antes de llegar abajo del todo, y que a mano derecha (este) permite llegar a la playa por una bajada bastante pronunciada. En el cruce hay buen espacio para estacionar la camioneta, hay árboles que le dan sombra y estamos relativamente cerca de la escena. Conversamos y acordamos dejar todo el equipo dentro del vehículo mientras reconocemos el área y nos ponemos a la orden de las autoridades presentes para definir lo que podemos hacer.

     Por norma interna del GRV, para garantizar la seguridad del vehículo y el equipo, instituimos que siempre alguien debe quedarse con la camioneta. Así que por haber sido el chofer, me ofrezco. 

La gigantesca columna de humo negro indicaba la magnitud del incendio

     Edgar, Carlos y Frank suben por una pequeña carretera de tierra, justo al lado del Tanque Nro. 9, hacia donde solo se ve el humo, ya bastante gris claro. Los sigo un rato con la vista y les hago un ademán. Los pierdo de vista cuando pasan al otro lado de la ladera. Debe ser muy cerca de las 12:30 p.m.

     Busco la mejor vista desde el borde del cruce. Veo hacia arriba la columna de humo que sale desde el otro lado de la ladera, hacia abajo la playa y la Planta de Tacoa. Al frente, nuestra camioneta bajo la sombra.

     Mientras observo y espero, llega un helicóptero Bell Ranger de la Policía Metropolitana (PM). Luego de hacer un corto círculo aterriza en la playa, al lado oeste de la Planta y apaga la turbina. En poco tiempo pasa ante mí un Ford Zephir blanco con placas de la PM que sube desde Arrecifes. Identificó al Cap. Díaz Santamaría (piloto del helicóptero) como uno de los ocupantes del carro.  

     Unos minutos después la columna de humo comienza a crecer, tornarse más oscura, densa y llena de llamas. Siento que la radiación comienza a calentar mis brazos y cara. Ya es inaguantable. Cruzo rápidamente la calle y me protejo con el muro de una de las casas que está un poquito más abajo. No entiendo qué está pasando pero el calor y el ruido se incrementan notablemente. No escucho ninguna explosión, solo un intenso ruido. 

     Agachado y detrás del muro no veo lo que pasa arriba, así que de alguna manera me asomo, tengo que ver qué pasa. Con horror veo como viene descendiendo por la pendiente y hacia mí una capa de líquido negro ardiendo. Parece como una erupción, una película de desastres.

     Las casas que están más arriba ya están envueltas en llamas. Rápidamente y sin dudar opto por correr carretera abajo, hacia la playa. Presiento que detrás de mí viene bajando el líquido hirviente. Pienso en la camioneta y me da mucha rabia. Si hubiera estado más cerca de ella tal vez pudiera haberla salvado.

     La calle por donde corro termina en unas casitas que están muy cerca de la playa. En ellas hay todavía mujeres, niños y hombres. Les grito que corran, que dejen todo, que corran hacia el extremo este de la playa. La gente presiente que algo malo está pasando pero están nerviosos. Algunos tratan de entrar todos en un pequeño carro rojo. Les ordeno que lo dejen y se vayan al otro lado de la playa. Un pequeño hilo de petróleo corre por el medio de la calle de tierra. 

     El petróleo ardiente que escurre por la ladera, donde yo estaba, llega a la playa. Avanza lentamente por la arena pero con llamas intensas. Finalmente alcanza el helicóptero y lo engulle. Las llamas llegan a quemar un par de peñeros que están anclados cerca de la orilla.

     Varias de las personas que están en la playa corren hacia el malecón que está del lado este de la planta.  Llegan hasta el final y varios, por el desespero, se lanzan al mar para nadar hasta el otro lado de la pequeña bahía. Algunos hombres se cansan en la mitad y piden auxilio. Gritan que se están ahogando.

     Luego de orientar a las personas de las casas, trato de ayudar a los que están en el agua. No hay tiempo para quitarse todo el uniforme. Me meto al mar y entre gritos de consternación de la gente, me quito el chaquetón amarillo -no quiero arriesgarme a que se agarren directamente a mi cuerpo y me hundan por desesperación- y entonces arrastro a tres para que lleguen a salvo a la orilla.

     Luego de ayudar a los que estaban en el mar, me voy hasta el malecón a calmar a los que todavía están ahí. Ya el petróleo no tiene llamas y junto con algunos bomberos los evacuamos hacia el lado seguro de la playa. No he dejado de pensar en mis compañeros. Regreso a la zona de las casitas, subo por entre casas y la montaña hasta la carretera principal.

     Llego al pie del «Castillo» que queda cerca de los depósitos de combustible pero que no ha sido alcanzado por la «erupción». Hay muchos bomberos, ambulancias y guardias que llegan desde la vía de Carayaca. Con ellos bajo hasta donde el baño de petróleo lo permite y luego de que apagan un poco las llamas, veo la destrucción y los vehículos calcinados que ha dejado el evento. Un tramo de carretera por donde habíamos pasado poco tiempo atrás con la camioneta del GRV.

     Busco en medio de toda la gente a mis compañeros, sigo buscando a ver si veo algún chaquetón amarillo –color de nuestro uniforme-. No los veo y presiento lo peor. La destrucción es bárbara. Bordeo la zona quemada pendiente arriba, paso por medio de los jardines de las casas. Subo hasta una terraza donde están unos tanques verdes y veo un camión de bomberos quemado desde adelante hacia atrás. Me asomo al borde del terraplén y veo una escalera que conduce a otros tanques que están más abajo. Todo está negro. Puedo apreciar los cuerpos quemados de siete personas que posiblemente trataron de subir por la escalera. No les dio tiempo. Pienso que si así quedaron estas personas, que estaban más lejos del tanque que vomitó su contenido, los que estaban más cerca deben estar muertos. Empiezo a perder las esperanzas de encontrar con vida a Carlos, Frank y Edgar.

Decenas de bomberos fallecieron en la tragedia de Tacoa

     Bajo de nuevo a la carretera principal, quiero llegar hasta donde los vi por última vez. Siguen llegando bomberos, policías, guardias, gente; pero es imposible entrar a la zona bañada de petróleo. Todos quieren hacer algo pero nadie sabe bien qué hacer. De repente alguien indica que otro tanque está a punto de explotar y se produce una estampida general. La gente y los vehículos corren carretera arriba. Dudo unos segundos y los busco en medio del gentío pero me resigno. Asumo que no sobrevivieron. Salto dentro de un Jeep blanco de los bomberos del Distrito Federal y llego hasta el cruce de la carretera que va hacia Carayaca y la que baja a Arrecife, Tacoa.

     En ese sitio se van concentrando la gente y la ayuda que llega. Se monta un centro de operaciones. Me encuentro a Manuel Santana, oficial de los Bomberos del Dtto. Federal y amigo. Aprovecho que tiene radio HF en su vehículo y le pido que llame al GRV, a través de DC, indicando que yo estoy bien y que los demás no aparecen. Me quedo ahí, esperando y viendo Tacoa desde lejos. Me encuentro a un miembro del Grupo de Rescate Vargas.

     A eso de las 6:00 p.m., alguien informa por radio que un helicóptero se cayó en Camurí Chico. Santana me pide que vaya hasta allá por conocer del asunto. Con un poco de desagrado me monto en una pick-up del Cuerpo de Transmisiones y Emergencia (CTE) y me voy. Llegamos a Camurí y luego de dar algunas vueltas y preguntar nos damos cuenta que resulta ser una falsa alarma.  De regreso nos detenemos en el cuartel de los Bomberos Aeronáuticos en Maiquetía.  Aprovecho que hay teléfono y llamo al GRV. Hablo con Gonzalo Núñez, le ratifico que estoy bien pero que no sé nada de los otros tres, que sospecho que fallecieron. A las 7:00 p.m. regreso al cruce de la carretera de Carayaca en compañía de Luís Díaz Curvelo, el Tte. López del Grupo 10 (FAV) y un bombero aeronáutico. Llevamos varias bolsas para cadáveres.

     Al llegar al cruce me encuentro a Blas González y Andrés Fernández (miembros del GRV) que habían bajado desde Caracas y nos estaban buscando. Les cuento lo ocurrido y junto a George Simon y Gerardo Della Fera, también miembros del GRV, salimos hacia un hospital de campaña que la Cruz Roja había instalado en Mamo. Preguntamos si han visto o atendido a alguien del GRV. No están. Salimos entonces hacia Caracas.

     Llego al GRV y en una reunión donde estaban bastantes miembros, cuento los detalles de lo sucedido y transmito mis conjeturas. Están preparando el plan a seguir. Creo que son cerca de las 10:00 p.m. cuando llego a mi casa. Ya mi familia sabe parte de la información. Yo me acuesto con mucha rabia y la triste sensación de que por alguna razón no fui uno de los elegidos. Los siguientes días son muy, muy duros».

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

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El asesinato de Oscar Calles - Parte II

Calles en el Puesto de Socorro  

     Otra versión señalaba que Calles, después de tropezar con Rosas y llamarlo «lambucio» trató de salir por la otra puerta y Camilo le cortó de nuevo el paso y le dijo algo al boxeador, que éste, furioso, descargó tremendo derechazo que lo mandó contra la pared y le partió la región ciliar. 

̶ Rosas  ̶ dijeron los testigos ̶  tomó un pañuelo, lo mojó en el agua de lluvia que corría por la acera y se limpió el rostro. Sacó la navajita y se fue de nuevo a buscar a Calles. Este iba ya entrando a su automóvil y pensando que Rosas se había retirado para llamar a la policía, le entregó a un amigo el maletín y le dijo: 

̶ Si me detienen, me haces el favor de llevarme el maletín y el carro a la casa. 

 ̶ ¡Cuidado Oscar! Cuidado, ¡que te matan!  ̶ gritaron varios curiosos cuando Rosas se abalanzó contra Calles. El boxeador reaccionó rápido y tiró un golpe, pero la navaja se le enterró en el abdomen, por debajo del «bolsillo relojero» del pantalón. 

     La señora Calles volvió a su casa y retornó al Puesto de Socorro a las cuatro de la mañana. 

̶ Su marido acaba de ingresar al pabellón de operaciones,  ̶ le dijo la enfermera. El campeón tenía ya tres horas en emergencia. 

̶ ¿Qué es lo que pasa? ̶   preguntaba Carmen Leonor  ̶ ¿Cuándo me lo entregan? ̶  Las horas transcurrían y nadie le decía nada. Ningún médico sabía nada.  

   A las seis de la mañana la esposa seguía llorando: 

̶ Algo le ha pasado, algo le ha pasado. ¿Por qué nadie me dice nada?  ̶ Una enfermera no pudo resistir más y con los ojos aguados, la abrazó y le dijo: 

̶ Señora, ¡su esposo ha muerto! ¡Oscar Calles ha muerto! 

     Julián Montes de Oca, gran reportero de información política y económica, estaba de guardia en El Nacional cuando Calles fue herido. Montes de Oca tuvo que medirse entonces con los reporteros reyes de la última página: MarconiCarías, Urbina, Ledo PachucoKoesling, Acosta, Fossi. Sin embargo, aunque la información policial no era su especialidad, se mantuvo a la altura de los mejores. 

     Montes de Oca, tranquilo, desde el Puerto de Socorro, comunicó a su periódico:    

̶ «Ni la directora ni ninguno de los médicos que prestaban sus servicios en el Puesto de Socorro, dieron a conocer el nombre del cirujano que operó a Calles». 

     Se supo que Mariano Cabrera, director de la oficina de Prensa de la Policía, estuvo en el centro asistencial en requerimiento de esa información que a su vez, le exigían los diarios capitalinos. Sin embargo Cabrera no logró saber nada. Le dijeron que era el director del Hospital, doctor Guillermo Negretti, quien podría dar esos datos y el doctor Negretti no se encontraba allí, ni pudo ser localizado. 

     Sin embargo, se conoció que el médico de guardia en la madrugada era el doctor Grüber, quien también presta sus servicios en el Hospital José María Vargas, de la Guaira. 

     Este cirujano estuvo presente cuando los médicos forenses, doctores Alejandro Capriles y Vicente Figarella, practicaban la autopsia del cadáver de Oscar Calles, en la morgue del Hospital Vargas. 

     Un reportero de El Nacional preguntó al doctor Capriles el resultado de esa autopsia, pero el forense dijo que ese era asunto que pertenecía al sumario y por ello no podía revelarlo. 

̶ Pero ¿fue la herida la que provocó el deceso? 

̶ Eso no se lo puedo decir, por la misma razón que le di. 

̶ ¿La navaja interesó órganos vitales?  ̶ insistió el reportero. 

̶ Confórmese con saber que presentaba una herida punzante en el abdomen ̶   fue la respuesta del cirujano. 

Oscar Calles fue uno de los más grandes ídolos del boxeo nacional en la década de 1940

     Oscar Calles nació en la parroquia San Juan el 29 de octubre de 1922. Así que iba a cumplir los 29 años. Dejó cinco hijos: Oscar Armando de siete años; Alberto de seis; Rosalía de cinco; Edgar de tres y Gerardo de uno. Su carrera pugilística fue brillante y alcanzó la cúspide logrando el campeonato nacional de boxeo en el peso pluma y luego el campeonato en el peso ligero. En 1949 decidió retirarse del ensogado. A la hora de la muerte no tenía ninguna propiedad y de sus ganancias no guardó nada. Devengaba el sustento como vendedor de artefactos eléctricos, principalmente neveras, y su vida no estaba asegurada. 

     La noche del velorio, en la casa de Calles, en la esquina de Lazarinos, se dio cita la flor y nata del deporte y de la crónica deportiva. En una sala humilde, alrededor de la urna, montaban guardia, llorosos, Benigno Iglesias, Conrado Jiménez, Francisco Campos, Juan Franco, Mariñito, José Ramón Cueche, El Culí, Fidel García, «El Fino», Pedro Rizo, Jesús Rodil, Pete Martín… 

     Más de sesenta boxeadores retirados, las grandes figuras del ayer, como Armando Best, Simón Chávez, los hermanos Chaffardett, apoyaron la idea de Raúl Hernández de organizar un gran programa boxístico, con los viejos del ring, a beneficio de la viuda y los hijos de Calles. 

     En el patio de la casita de Oscar, mientras la madre del pugilista muerto, sentada en una mecedora, musitaba llorando: ¡“Dios mío! ¿Por qué tenía que pasarle esto a mí muchacho?”, los grandes de la crónica recordaban las hazañas del sanjuanero: 

      ̶ «El Torpedo», como lo bautizó su biógrafo Franklin Whaite,  ̶ decía Abelardo Raidi a un grupo de periodistas ̶  ostentó a un mismo tiempo los títulos pluma y ligero, y en febrero de 1945, esa biblia boxística que es la revista norteamericana The Ring lo clasificó como primer retador al campeonato mundial del peso pluma. Calles, es la verdad, teniendo un gran físico y fama de noqueador, pocas veces dio prueba de su pregonada pegada. Aunque tampoco fue un estilista. Sencillamente peleaba con calor, con guapeza y hasta con temeridad. Por lo mismo, por ser un peleador sin brújula pero con alma, sin alardes de catedrático pero con el empuje de un gran corazón, pudo ganarse el de todos los fanáticos del boxeo. Y peleador excelso como era, por dolorosa ironía, murió peleando.  

El asesinato de Oscar Calles - Parte II

El asesinato de Oscar Calles - Parte I

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El asesinato de Oscar Calles - Parte I

Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles

     Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó hace casi setenta años el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles, quien perdió la vida en una pelea callejera la madrugada del 10 de julio de 1951. 

     Calles, quien entonces contaba con 29 años de edad, estaba retirado de la actividad pugilística desde hacía un año. Había cumplido una brillante carrera tanto en Venezuela como en escenarios internacionales entre 1938 y 1950, llegando a ganar títulos de campeón nacional en las categorías pluma y ligero. A mediados de los años cuarenta apareció ubicado en la tercera casilla de la clasificación de la revista “The Ring”, en la división pluma. 

      La cobertura periodística del asesinato de Calles en los diarios capitalinos fue tan amplia, que opacó en gran medida la histórica intervención de Alfonso “Chico” Carrasquelshortstop de los Medias Blancas de Chicago, quien ese mismo día se convirtió en el primer jugador latinoamericano que intervino en un Juego de Estrellas de las Grandes Ligas. 

     El recordado periodista Oscar Yanes, en su obra Del Trocadero al Pasapoga, le dedicó amplio espacio al trágico evento con detalles de la cobertura del crimen en el que perdió la vida su paisano sanjuanero: 

     “El reportero policial Freddy Urbina terminó aquella noche su guardia en Últimas Noticias y se fue a comer tostadas en «Noche y Día», en la plaza de Palo Grande, junto con el detective Juan Manuel Romagaza, de la Brigada de Homicidios. 

     Las arepas de «Noche y Día» habían derrotado a las del Club Venezuela, y especialmente ahora, pues en una crónica de Eladio Secades, en la revista  Carteles, de La Habana, se señalaba al negocio Sanjuanero como «la arepa más famosa del norte de América del Sur». 

     Desde las doce de la noche se registraba un verdadero tumulto en la calle que va hacia el cerro del Guarataro, desde la plaza de Palo Grande.  

̶ ¡Una cuajada! 

̶ ¡Una mechada! 

̶ ¡Dame un «payaso»! 

̶ Un dominó, vale, ¡que tengo media hora esperando!   

      En «Noche y Día», abogados, pregoneros, médicos, comerciantes, profesores, maestros y deportistas, participaban frente a un pequeño mostrador en la lucha por conseguir en el menor tiempo una tostada. En «Noche y Día» no había padrinos. Usted recibía su arepa cuando le llegaba su turno. Los dependientes estaban tan acostumbrados a ver gente famosa peleando por una tostada, que no le paraban a nadie. 

̶ Dame un dominó, ¡vale! 

̶  Espérese un momento, Betancourt, porque hay cuatro por delante 

̶ Despacha rápido a Rómulo, ¡vale!  ̶  reclamaba algún adeco impaciente. 

̶ No se preocupe, compañero, que yo se esperar… ̶  asentaba el caudillo blanco. ̶  Y lo mismo ocurría con Jóvito Villalba, con Gustavo Machado, con Ignacio Luis Arcaya, con el banquero Salvatierra, con el doctor Carlos Morales, Eugenio Mendoza, Manuel Egaña, José Antonio Mayobre, José Nucete Sardi, Alfredo Tarre MurziKotepa Delgado, Alirio Ugarte Pelayo, Fabbiani Ruiz, José Agustín Catalá, José Antonio Pérez Díaz…  

     Eladio Secades afirmaba en su crónica de Carteles que si un venezolano no iba a comerse una tostada en Palo Grande «se consideraba un¡pecado mortal! Las mujeres se quedan en los automóviles y nadie se mete con ellas, mientras los hombres ante el mostrador toman parte en la contienda cívica por la arepa» 

     «Shakespeare, en Venezuela, no hubiera dicho nunca: «Mi reino por un caballo ¡Un caballo! sino «Mi reino por una arepa ¡Una arepa!» 

     «El respeto a las mujeres es total, en esa calle de San Juan, menos en carnaval   ̶ escribe Secades ̶ .   Eso sí, cuando llegan dos o tres «negritas», cualquier cosa puede pasar. Las negritas son piezas de cacería libre y nadie se puede poner bravo» 

 

     Urbina y Romagoza, mientras iban en la patrulla de Últimas Noticias, hablaban de la gran preocupación de aquellos días: el costo de la vida. 

̶ ¿Para qué sirve hoy un «fuerte»? ̶  preguntó Romagoza. 

 ̶ Para un ¡carajo!  ̶  contestó Urbina ̶  hasta hace cuatro años se podía adquirir por un «fuerte», un montón de cosas, no sólo de primera necesidad, sino de diversión y de lujo. Un sueldo de mil bolívares mensuales, era superior entonces, a uno de dos mil bolívares en la actualidad. Se podía hacer más con mil bolívares en aquella época que con dos mil ahora. 

 ̶  Yo he sacado la cuenta   ̶ dijo Romagoza ̶ : con un fuerte y tres lochas, tú podías comprar, hasta el año pasado, un kilo de papelón; un kilo de maíz; un kilo de arroz; un kilo de caraotas y un kilo de harina. El papelón costaba 1,37; el maíz 0,64 céntimos; el arroz 1,20; las caraotas 1,32 y la harina 0,83 céntimos. Suma para que veas. Te da un total de un «fuerte» con treinta y seis céntimos. Ahora, pon atención a esto,  Freddy: hoy en día para comprar los mismos productos, necesitas siete bolos con treinta y cinco céntimos. Observa los precios: papelón, 1,40; maíz, 0,85; arroz, 2,50; caraotas, 1.60 y harina, un bolívar.   

El célebre boxeador caraqueño dejó huérfanos a cinco hijos

̶ Solamente un kilo de arroz, ̶ intervino Urbina ̶  que se consume en una sola comida de una familia pequeña, representa  medio «fuerte». 

 ̶ Párate, ¡vale!  ̶ gritó de pronto Romagoza, cuando, el automóvil se acercaba a «Noche y Día». Dos tipos se estaban cayendo a golpes, a pocos metros del negocio. El más pequeño de los dos peleadores le tiró a su contendor un golpe a la cara, pero quizás no llegó a su destino, porque el otro, atacó al estómago con una navaja. 

 ̶ ¡Ay!  ̶ El hombre se dobló y el agresor huyó 

̶ Es ¡Oscar!  ̶ gritó Urbina, mientras lo agarraba. 

̶ Suéltame hermano, que estoy ¡herido! 

̶ ¿Dónde?  ̶ preguntó Urbina, pero al bajar la vista vio que tenía la camisa manchada de sangre, a la altura del estómago, y parte del pantalón. 

̶ ¡Se nos va el hombre!  ̶ gritó Romagoza, viendo la sombra del fugitivo, que ya cruzaba por debajo del puente de la línea férrea. El tipo corría hacia el cerro del Guarataro. 

̶ ¡Párate o disparo!  ̶ ordenó el detective. 

̶ ¡Hirieron a Oscar Calles!  ̶ gritaron en el negocio. 

Todos querían ayudar al boxeador herido, al ídolo indiscutible de Caracas, nacido y formado en la parroquia San Juan. 

     Urbina y Romagoza dejaron a Calles en manos de los curiosos y corrieron detrás del agresor. El hombre no presentó resistencia. 

̶ No disparen que estoy herido ̶ . El reportero y el policía vieron que tenía la mano derecha cerrada.    

̶  Suelta la navaja. 

     Abrió el puño y apareció el arma: una navajita de ocho centímetros. El policía sacó la hoja ensangrentada de las cachas. La cuchilla tenía unos cinco centímetros de largo. 

̶  Me partió la cara  ̶ dijo el hombre ̶  . 

     Era un tipo alto, catire, de bigote pequeño, con pantalón claro y guayabera amarilla ̶ . 

̶ Yo no puedo pelear, vale, con Oscar Calles, coño es un ¡campeón! ¡Me mata! Tenía que defenderme. Me ofendió, vale, ¡me ofendió! 

     A  Calles se lo llevaron para el Puesto de Socorro y Romagoza y Urbina se fueron con el hombre para la Brigada de Homicidios. 

̶ ¿Cómo te llamas?  ̶ le preguntó Freddy en el auto. 

̶ Camilo Rosas, vale, y vivo aquí mismo en San Juan. Es que Oscar es boxeador y se siente  «muñeca gruesa». ¿Cómo es posible que me haya partido la cara? Chico, yo me enfurecí cuando me vi la sangre. ¡Fíjate como tengo la ceja! 

     Oscar Calles ingresó al Puesto de Socorro, en la esquina de Salas, a la una de la madrugada. Una hora después llegó la esposa, Leonor Andrade de Calles, acompañada por el boxeador J.J. Fernández y por otros amigos del pugilista. 

     Calles estaba en una camilla, aparentemente en pleno uso de todas sus facultades. 

̶ ¿Para qué viniste?  ̶ le preguntó a Leonor ̶ . No te preocupes, que no me ha pasado nada grave. Apenas una cortadita que me arreglarán con tres puntos de sutura y me voy para la casa. Me parece que lo mejor que puedes hacer, mi amor  ̶ le pidió agarrándole la mano derecha ̶  es regresar. Aprovecha para llevarte la ropa que está ensangrentada y la plata que yo cargo. Acuérdate de los muchachos. Y mañana, por favor, no digas nada en el trabajo, de que yo no voy a ir. Esta es una tontería, mañana estoy temprano en la compañía.

̶ No, mijo, yo no me voy, ̶   contestó Leonor llorando.

̶ Si esto no es nada, chica. Quédate tranquila y para probártelo, te voy a mostrar la herida. 

     Calles, levantó la sábana y le enseñó a su mujer la cortada, en la parte baja del abdomen. 

̶ Te fijas, que no es nada. Dame un cigarrillo. 

      Le dio dos fumadas y se lo devolvió a la esposa. 

̶ Yo espero que dentro de un rato me pueda ir. Acuérdate de los muchachos. ¡Vete! 

     En la policía, Camilo Rosas decía que cuando  fue a salir de «Noche y Día», después de comprar una «reina pepiada», Oscar le cerró el paso. 

 ̶ Le reclamé y me llamó «lambucio». Me tiró un golpe a la cara y entonces tuve que defenderme…

Intento de magnicidio contra Rómulo Betancourt – Parte II

Intento de magnicidio contra Rómulo Betancourt – Parte II

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Intento de magnicidio contra Rómulo Betancourt – Parte II

“Chapita” condenado por el mundo

 

     La autoría intelectual del atentado terrorista contra el presidente de Venezuela se atribuyó desde el principio al dictador dominicano Rafael “Chapita” Trujillo, cuyo nombre también  se asoció con otros intentos de asesinato que sufrió el político guatireño en La Habana (1952) y en San José de Costa Rica (1953).

     Betancourt fue un acérrimo crítico de la dictadura de Trujillo (1930-1961). En septiembre de 1948 emprendió una campaña en una Cumbre de la Organización de Estados Americanos (OEA) celebrada en Washington para procurar una condena internacional contra el régimen dictatorial del dictador, quien desde entonces juró que lo apartaría de su camino.

     La acción terrorista de 1960 se promovió en suelo quisqueyano. Trujillo encargó a Johnny Abbes García, temible coronel que estaba a cargo del Servicio de Inteligencia Militar dominicano, para reclutar y dotar de insumos y finanzas a los autores del repudiable hecho.

     Días antes del atentado llegaron a Venezuela con un cargamento de explosivos (nitrato de amonio y nitroglicerina en forma de dinamita compacta) y un lote significativo de armas introdujo aérea al país y ocultaron en una finca cercana a San Juan de Los Morros.

     Mientras los encargados de las investigaciones técnicas y policiales del atentado trataban de completar la captura de cada uno de los implicados, el gobierno rompió relaciones diplomáticas con República Dominicana al tiempo que inició una campaña para conseguir el repudio de los diferentes países contra la dictadura de Trujillo.

El presidente de la República sufrió quemaduras de primer grado en manos y cabeza

     El miércoles 6 de julio de 1960, en Washington, ante la comisión investigadora del caso en la OEA, integrada por representantes de cinco países, el embajador Marcos Falcón Briceño consignó cintas magnetofónicas grabadas de segmentos de la emisora “La Voz Dominicana”, conocida también como “Radio Chapita”, en las que se anunció, exactamente seis minutos después de la explosión que Betancourt estaba muerto y en Caracas celebraban la asunción de un nuevo gobierno en Venezuela.

     Muy tensa se tornó la situación entre ambas naciones antes de la ruptura de relaciones. Hubo serias acusaciones por ambos lados y hasta amenazas de llegar a declararse la guerra. Desde Miraflores se argumentó que “Chapita” Trujillo financiaba el entrenamiento de grupos para derrocar a Betancourt y respaldaba el regreso al poder del tirano Marcos Pérez Jiménez. Gracias a la intervención de la Comisión Interamericana para la Paz, el asunto no pasó el terreno de las acusaciones.

     El viernes 8 de julio, con el voto unánime de 19 países, la OEA aprobó el nombramiento de una comisión que tuvo a cargo investigar la intervención y agresión del gobierno dominicano contra Venezuela y su presidente.

     Dicha comisión llegó a Caracas la tarde del lunes 18 de julio y al día siguiente se entrevistó con el presidente Betancourt. El grupo estuvo integrado por Vicente Sánchez Gavito (México), Erasmo de la Guardia (Panamá), Enrique Dardo Cuneo (Argentina), Pablo Oscar Guffante (Uruguay) y Henry Clinton Reed (Estados Unidos).

     Del 16 al 20 de agosto de 1960 se celebró en San José de Costa Rica la sexta cumbre de cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA), a la cual asistieron representantes de 21 naciones. Allí se acordó por unanimidad condenar al régimen dominicano de Trujillo por haber promovido el atentado contra Rómulo Betancourt.

     Setenta y siete días después del intento de asesinato a Betancourt, el 9 de septiembre de 1960, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, emitió la resolución número 156. Tras aprobar el reporte presentado por la secretaría de la OEA, se acordó la aplicación de medidas económicas contra República Dominicana, según las cuales se prohibió comerciar con la isla, entre otras cosas, derivados de petróleo y repuestos para vehículos y maquinaria. Dicha resolución fue aprobada con nueve votos, ninguno en contra y dos abstenciones de la República Popular de Polonia y la Unión Soviética.

Termina la “Era Trujillo”

     No había pasado un año del atentado a Betancourt cuando, el pueblo dominicano alcanzó la liberación de treinta años de dictadura. La noche del 30 de mayo de 1961, mientras transitaba la carretera que conduce de Santo Domingo a San Cristóbal, fue asesinado Rafael Leonidas Trujillo Molina.

     En la emboscada participaron más de diez hombres que ametrallaron con más de sesenta impactos de bala el carro en el que viajaba el sanguinario dictador, acusado de promover más de 50 mil asesinatos contra opositores a lo largo de las tres décadas que duró su régimen.

     Miles de personas desfilaron ante el cuerpo de Trujillo en las ceremonias fúnebres, celebradas el 2 de junio de 1961 en el Palacio Nacional. Posteriormente, ante la presión del pueblo, la familia se vio obligada a huir del país con el cadáver de “Chapita”, quien está enterrado en un cementerio de la ciudad de Paris.

A tribunales autores del atentado

     Pocas horas después de ocurrir la acción terrorista, antes de culminar el mes de junio de 1960, se conoció que el hombre que accionó el control remoto que provocó la explosión fue Luis Cabrera Sifontes, radio técnico venezolano que recibió una seña (levantarse el sombrero) de Manuel Vicente Yánez Bustamante desde un sitio cercano al lugar en el que se encontraba el carro-bomba.

     También se ventilaron en los medios al principio los nombres de militares conspiradores, aun fieles a Pérez Jiménez, como el general Carlos Sanoja Rodríguez el capitán Eduardo Morales Luengo.

     Los primeros diez sospechosos detenidos por participar en la acción terrorista fueron trasladados desde la sede de la Digepol, en Los Chaguaramos, a la Cárcel Modelo, en Catia, el viernes 1 de julio de 1960. Entre otros integrantes del grupo figuraron Manuel Yánez, quien estuvo en el sitio de la explosión, Eduardo Morales Luengo, quien trasladó los explosivos desde Santo Domingo y el sindicalista Hernán Escarrá.

     En la edición del diario Últimas Noticias del 2 de julio de 1960, el doctor Pedro Luis Gutiérrez, sub director de la Policía Técnica Judicial (PTJ), informó que, como consecuencia de las investigaciones sobre el atentado y en colaboración con la Dirección General de Policía (Digepol), se han practicado unas 32 detenciones.

     Por esos días también se publicó en la prensa nacional un aviso de requisitoria, solicitándole al pueblo colaboración para capturar a Cabrera Sifontes, quien finalmente el 4 de julio fue aprehendido en Cabudare, estado Lara, disfrazado de campesino y montado en un burro.

     Casi dos años después de abrirse el proceso judicial, en febrero de 1962, se inició la formulación de cargos contra los indiciados en el intento de magnicidio contra el presidente Rómulo Betancourt, el asesinato del coronel Ramón Armas Pérez y el estudiante Luis Elpidio Rodríguez, en el Juzgado I de Primera Instancia en lo Penal, en los antiguos tribunales de Caracas, ubicados cerca de la esquina de la Bolsa, en el edificio “University”.

     La lista de indiciados que fueron condenados o absueltos en el caso es la siguiente: Salvador Alfonzo Acero, Luis Álvarez Veitía, teniente coronel Antonio de Jesús Bolívar, Luis Cabrera Sifontes, Carlos Chávez, Yolanda Chávez de Morales, Ramón Díaz Borges, capitán de fragata Mario DiGuilio, Hernán Escarrá, Clara Gamero de Trompiz, Carlos González Rincones, Manuel Guzmán Parés, Beltrán Lares Escalona, Lorenzo Mercado, Maximiliano Mora, Addia Morales Luengo, Ángel Morales Luengo, José Morales Hernández, Mayor Ramón Ovidio Moreti Arellano, Mayor Alberto Padilla, Ernesto Rhan, Carlos Russian Requena, Manuel Sanoja Rodríguez, Manuel Vicente Yánez Bustamante y Juvenal Zabala.

     Cabrera Sifontes y Yánez Bustamante fueron sentenciados a treinta años por su carácter de ejecutores. En 1971, Cabrera Sifontes fue beneficiado con indulto del entonces presidente de la República, Rafael Caldera, por encontrarse muy delicado de salud, con un cáncer terminal, al poco tiempo falleció.

Intento de magnicidio contra Rómulo Betancourt – Parte I

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El presidente Betancourt fue atendido en el Hospital Universitario de Caracas

     Poco más de un año llevaba Rómulo Betancourt como el 34° presidente de la República de Venezuela cuando fue objeto de un intento de magnicidio en Caracas, ordenado por el dictador dominicano Rafael Leonidas “Chapita” Trujillo y sectores vinculados al tirano Marcos Pérez Jiménez, derrocado del poder en Venezuela en enero de 1958.

     La mañana del viernes 24 de junio de 1960, un año, cuatro meses y once días después de asumir el cargo como primer mandatario de la era democrática venezolana, se produjo el frustrado atentado contra la vida de Betancourt, el cual causó conmoción en toda la nación. Hubo dos muertos: el jefe de la Casa Militar, coronel Ramón Armas Pérez, y Luis Elpidio Rodríguez, un estudiante que transitaba por el lugar al momento de la repudiada acción terrorista.

     Habían pasado las nueve de la mañana cuando el presidente y su comitiva se dirigían hacia la explanada de la Academia Militar, para asistir al desfile militar en conmemoración del 139° aniversario de la Batalla de Carabobo y Día del Ejército. Cuando la caravana oficial formada por tres vehículos Cadillac transitaba metros después del cruce del puente La Nacionalidad, en el paseo de Los Próceres, hizo explosión el material colocado dentro de un vehículo Oldsmobile color verde, estacionado en la vía.

     Dicha bomba fue accionada a control remoto, en el preciso instante en que pasaba el carro que llevaba a Betancourt, al ministro de la Defensa, general Josué López Henríquez y a su señora esposa, Dora de López, y al jefe de la Casa Militar.

     En enero de 2021, a la edad de 93 años, don Manuel Pichardo, quien conducía uno de los vehículos de la caravana presidencial, rememoró interesantes detalles del atentado al primer mandatario.

     “Desde principios de junio el señor presidente guardaba reposo por recomendación médica, por lo que por esos días el equipo de seguridad y escoltas teníamos poca actividad. Para ese día estaba en agenda la parada y desfile militar, pero no se sabía si el presidente asistiría a ese acto”, afirma Pichardo en su anecdotario familiar, facilitado por su sobrino, Rafael García Pichardo, denominado Remembranzas de una vivencia.

     “A eso de las ocho y media de la mañana ordenaron que preparáramos los carros, que el presidente iba a salir y como a las nueve partimos desde la quinta Los Núñez, residencia presidencial situada en la parte alta de la urbanización Altamira. Tomamos ruta hacia el Country Club, luego bajamos por Chacaíto y de allí hacia Las Mercedes. A la altura del puente de Las Mercedes cruzamos a la derecha, bordeando el río Guaire por Bello Monte, hasta que llegamos a la tienda Sears y de allí seguimos hasta el final de la avenida principal de Santa Mónica, donde cruzamos a la derecha para conectar con la avenida Los Próceres y girar hacia la izquierda antes del puente de La Nacionalidad. Como a media cuadra después de hacer ese cruce, ocurrió la explosión de un vehículo que estaba estacionado a la derecha, exactamente cuando nosotros pasábamos”.

     “El carro que yo manejaba era un Cadillac con placas de la Casa Militar, asignado a los edecanes, que siempre iba detrás del carro presidencial. Recuerdo que la guardia de ese día correspondía al capitán Porras, de la Marina, y el capitán Alí Araque Angulo, de la Aviación, que también era uno de los pilotos del presidente. A mi lado iba el doctor Francisco Pinto Salinas, médico del presidente. La escolta estaba conformada por dos motorizados, una camioneta donde iba el comandante de patrulla con cuatro efectivos de la Guardia de Honor, detrás iba el carro presidencial. Luego venía el vehículo de los edecanes que yo conducía. Seguían dos patrullas con ocho efectivos militares y una última camioneta con cinco escoltas civiles, comandada por un hombre de confianza del presidente que se llamaba Héctor del Moral. Todos estos vehículos se comunicaban entre sí por radio transmisores”, evocó Manuel Pichardo pasado un poco más de sesenta años del atentado al presidente Betancourt.

     “Tanto el presidente como los esposos López Henríquez resultaron lesionados, así como el conductor del auto, Azael Valero, el médico personal del presidente, doctor Pinto Salinas, quien viajaba en otro vehículo, y Félix Acosta, motorizado de la comitiva”, reseñó el diario El Nacional.

     El periódico Últimas Noticias publicó en la edición del sábado 25 de junio de 1960, la versión oficial del suceso, revelada por la Oficina de Prensa de la Presidencia:

     “Hoy, a las 9:20 de la mañana, a la altura de la avenida Los Ilustres, cuando el señor Presidente de la República, don Rómulo Betancourt, acompañado del Ministro de la Defensa, General Josué López Henríquez y su esposa, y del Jefe de la Casa Militar, Coronel Ramón Armas Pérez, se dirigía al acto que se celebraba con motivo del día del Ejército, un vehículo que se hallaba estacionado a la parte derecha de la vía estalló por explosión de una carga de gran poder.

     La explosión ocurrida en el automóvil que allí se hallaba abandonado, alcanzó al vehículo donde se encontraba el señor Presidente de la República y sus acompañantes. Así mismo, los de la escolta militar del presidente y el vehículo de la Casa a Militar.

     El estallido produjo un incendio en el auto del señor Presidente, y fragmentos de granada alcanzaron al vigilante motorizado que guiaba los vehículos, y a los autos de la escolta militar y de la Casa Militar.

     La explosión y el incendio provocaron el cierre de las puertas delanteras del automóvil donde viajaba el señor Presidente, impidiendo que los que viajaban en esta parte del vehículo, Coronel Ramón Armas Pérez, Jefe de la Casa Militar, y el chofer del auto, pudieran escapar del incendio.

     Entretanto, el señor Presidente y el Ministro de la defensa y su esposa, pudieron abandonar el auto después de gran esfuerzo, debido a que también las puertas traseras habían sufrido con el impacto”.

     El presidente de la República sufrió leves quemaduras en las manos y su estado de salud se señala en el presente boletín emitido por los médicos que le atienden en el Hospital de la Ciudad Universitaria, donde se encuentra:

     “El señor Presidente de la República se encuentra hospitalizado bajo cuidados médicos por haber sufrido en la mañana de hoy quemaduras de primer grado en manos y cabeza. Sus lesiones no son de gravedad. Su estado general es satisfactorio. Caracas, 24 de junio de 1960.- Víctor Brito, Joel Valencia Parpacén, Carlos Gil Yépez, José Ochoa, Álvaro Benzecry”.

El Cadillac presidencial que transportaba al presidente Rómulo Betancourt

     En cuanto al señor Ministro de la Defensa y su esposa, sufrieron quemaduras leves y se encuentran también hospitalizados en el Hospital de la Ciudad Universitaria.

     Es de lamentar que en el atentado pereciera el coronel Ramón Armas Pérez, quien sufrió gravísimas quemaduras en todo el cuerpo, al producirse el incendio del automóvil del señor Presidente por explosión de la carga que se encontraba dentro del vehículo que estaba estacionado en la vía.

     Desde las once de esta mañana hasta las doce y cuarenta y cinco minutos del mediodía se celebró una reunión del Gabinete Ejecutivo con el Jefe del Estado Mayor Conjunto, general Régulo Pacheco Vivas; el Comandante general del Ejército, General Pedro José Quevedo, y el Contralmirante Ricardo Sosa Ríos, en representación de la Marina. No estuvieron en la reunión el general Antonio Briceño Linares, quien se encuentra en la base aérea de Maracay y el coronel Carlos Luis Araque, quien se encuentra al frente de su comando en las Fuerzas Armadas de Cooperación.

      Estuvieron además en la reunión el Procurador General de la Nación, doctor Pablo Ruggeri Parra, y el Contralor General de la Nación, doctor Luis A. Pietri; los dirigentes políticos doctor Raúl Leoni, presidente del Congreso Nacional y presidente del partido Acción Democrática; doctor Rafael Caldera, vicepresidente del Congreso Nacional y secretario general del partido Social Cristiano Copei; el doctor Jóvito Villalba, secretario general del partido Unión Republicana Democrática, y el señor José González Navarro, presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela.

     Fueron discutidos aspectos generales de la situación y se acordó que una comisión integrada por los doctores Juan Pablo Pérez Alfonso, Ministro de Minas e Hidrocarburos; Lorenzo Fernández, Ministro de Fomento e Ignacio Luis Arcaya, Ministro de Relaciones Exteriores, sostuvieran una entrevista con el señor Presidente de la República en el Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria, para someterle a su consideración las medidas acordadas en principio en esta reunión.

     La mencionada comisión se encuentra reunida con el señor Presidente en el Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria y dentro de poco tiempo se informará al país sobre dichas medidas.

El presidente habló con los medios de comunicación

     El presidente Betancourt fue atendido en el Hospital Universitario de Caracas y allí mismo cumplió el proceso de observación por varias horas. Antes de recibir autorización médica al final de la tarde, atendió varios periodistas, destacó El Nacional en su portada del 25 de junio.

     “Tras las curas de rigor, manifestó deseos de hablar con los periodistas. Virginia Betancourt, su hija, llamó a Miraflores y acompañados por Ramón J. Velásquez, Secretario General de la Presidencia y por el Jefe de Prensa señor Carcavale, más de veinte reporteros pasaron en dos grupos hasta la habitación ocupada por el Jefe de Estado. El presidente había recibido primero la visita de dos periodistas y sonriendo dijo:

      ̶  Así no vale. Yo quiero ver a todos los periodistas.

     El presidente tiene algo hinchada la cara y más pronunciada la hinchazón en el labio superior. Una herida cicatrizada en la mejilla derecha aparece al descubierto. En la sien derecha el pelo que fue quemado aparece cortado. Las dos manos con vendajes que le cubren hasta las muñecas. Está acostado en su cama y una sábana blanca cubre el cuerpo. A su lado permanece constantemente su esposa doña Carmen y su hija Virginia. Fuera, en el pasillo, docenas de personas, guardianes y personal del hospital.

     ̶  ¿Cómo están ustedes?, saludó el presidente antes de que los periodistas hablaran. Ya ven que yo estoy relativamente bien. No tengo afortunadamente lesión orgánica alguna y por mis propios pies salí del carro.

     Hizo una pausa y los periodistas aprovecharon para expresarle sus mejores sentimientos. Henríquez Alvarenga, en nombre de la AVP y del Sindicato de Prensa, dijo al presidente que todos los profesionales de la prensa hacían votos por su pronto restablecimiento y pidió al presidente que creyera en la sinceridad de su apoyo decidido.

     ̶  Gracias, muchas gracias. Yo sé que son sinceros y espero que pronto estaré bien. Si no hubiera sido por esto, el lunes habría vuelto a Miraflores. Pero aun después de lo sucedido pronto me recuperaré.

     El presidente había hablado tres veces con los periodistas y en las tres ocasiones manifestó que sentía mucho las lesiones sufridas por el Ministro de la Defensa y su esposa, algo más delicadas que las suyas sin ser de gravedad.

     ̶  El más grave los heridos es el jefe de mi Casa Militar, coronel Armas Pérez, pero afortunadamente y según me informan los médicos, se está recuperando satisfactoriamente.

     Todos sabían que no debía mostrarse sorpresa ante esta afirmación del presidente. Por prescripción facultativa se ha ocultado al presidente la muerte del coronel Armas Pérez. No se desea en modo alguno que pueda subirle la tensión una noticia de tal naturaleza.

     El presidente llamó por sus nombres a la mayoría de los periodistas. Tenía diferentes anteojos a los que usa normalmente y se supo que habían sido encargados dos pares mientras dormía, por haber quedado mal los que llevaba en la mañana.

     Tremendamente afectada aparecía la primera dama doña Carmen de Betancourt y con ánimo resuelto su hija Virginia.

     El presidente mueve los brazos fuera de la sábana y acciona pausadamente por efecto de los vendajes. Habla pausado, Quizás habló más de lo que habían previsto los médicos quienes esperaban que la visita de los periodistas se limitara a constatar la realidad del estado del Primer Magistrado.

     En resumen el presidente estaba anoche a las diez y cuarto, al recibir a los periodistas, bajo los efectos de la tremenda explosión, pero denotaba toda la entereza de su carácter.

     Según determinaron las experticias practicadas por la Policía Técnica Judicial (PTJ) con asesoría del famoso cuerpo de investigaciones británico Scotland Yard, en el Oldsmobile color verde con matrícula HK-6-ARI, fueron colocados poco más de sesenta kilogramos de dinamita, una mortal carga que fue accionada a control remoto, vía microonda, por Luis Cabrera Sifontes, una vez que Manuel Vicente Yánez Bustamante le transmitiera la señal para detonar, al quitarse el sombrero al momento que pasara la caravana presidencial.

     Cuatro días después del atentado el diario Últimas Noticias publicó que técnicos de PTJ y de la policía inglesa se trasladaron al lugar de los hechos la madrugada del 27 de junio y realizaron la reconstrucción del atentado.

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