Orígenes del Caracas Country Club

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Orígenes del Caracas Country Club

Del Golf Club de las Barrancas al Country de Blandin

Caracas Country Club, sede Blandin

     El “Caracas Golf Club”, como se llamó al principio el actual “Caracas Country Club”, fue fundado en 1918 por un selecto grupo de personas de la sociedad caraqueña, las cuales acogieron con entusiasmo la iniciativa de los señores William Phelps, Robert Wesselhoeft y A. Mustard, quienes habían ya ejecutado varios juegos de este sport entre nosotros. El sitio escogido entonces para tales ensayos fue la sabana de uno de nuestros burgos capitalinos, la cual por su amplitud servía por lo pronto de “links” a los fervorosos jugadores.

     La primera reunión celebrada con el objeto de fundar dicho Centro se efectuó en el local del actual Club Paraíso, presidiéndola el caballeroso general Alejandro Ibarra, de grata memoria.

     Ciento treinta y cuatro personas, entre damas y caballeros, suscribieron entonces el acta que se levantó en aquel día y en la que quedaba constancia de la fundación del Centro del que venimos hablando, quedando, desde luego, los suscribientes como miembros de él y comprometidos a aportar la suma de ciento cincuenta bolívares como cuota señalada a los fundadores.

     Durante sus primeros días de existencia, el club no contó, en verdad, mayores triunfos, y un poco de indolencia e incuria por parte de algunos de sus miembros, determinó cierto estado de crisis amenazadora para su desarrollo, el que fue, afortunadamente, contrarrestado de manera vigorosa por los esfuerzos de los señores Wesselhoeft, Phelps y Carlos Behrens.

     Estos caballeros asumieron su administración y a los auspicios de ella, el organismo que parecía pronto a desaparecer bajo la negligencia, se irguió de nuevo vigoroso, después de las vicisitudes que toda obra de esta índole trae consigo, en medio que, como el nuestro, no tiene la tesonera voluntad que requieren las cosas en formación, lograron los decididos y esforzados salvadores levantar el edificio.

     El entusiasmo renació. Enmarcado en el bellísimo panorama que lo circunda, y provisto de las comodidades requeridas, el edificio comenzó a bullir de júbilos cordiales; la juventud pobló los atractivos rincones de la casa del Club y llovieron proyectos a granel para celebrar las justas más esforzadas en aquel estadio aristocrático.

     La primera Junta Directiva fue constituida por los señores Andrés Ibarra, como Presidente; G. W. Murray, Vicepresidente; R. Wesselhoeft, Secretario, y W. Phelps, Tesorero. Como Vocales fueron nombrados los señores L. J. Proctor, A. Mustard y Luis Vaamonde Santana.

     Sucedió al señor Andrés Ybarra en la Presidencia el señor John Boulton, quien a su vez fue reemplazado en turno por el actual presidente, señor Robert Wesselhoeft.

     Fueron sus primeros campeones los señores R. Wesselhoeft, A. Mustard y C. W. Curtis; y luego el señor John Cambell White.

     Figuraron también en la mesa directiva con las funciones de Vicepresidente, Tesorero y Secretario, los señores Rafael Vaamonde, Carlos Behrens y J. S. Binnie, respectivamente; y como Vocales, J. Herrera Uslar, W. H. Phelps y L. Vaamonde Santana.

     El 15 de julio de 1923 se inauguró el edificio del Club  y fue servido un lunch seguido de baile. Luego se llevó a efecto un torneo al cual se le dio el nombre de “Inauguration Handicap”, cuyo premio consistió en una copa de plata. Salió vencedor en dicha justa el señor Guillermo Zuloaga, obteniendo el segundo puesto el señor Albert T. Phelps.

El Caracas Golf Club, fue la cuna de este deporte en Venezuela

     La construcción del edificio, que es de un sencillo pero elegante aspecto rústico, cónsono en todas sus partes con el deporte que practican los miembros del “Caracas Country Club”, le fue confiada al joven y talentoso ingeniero Alejandro Jahn Jr., quien con el entusiasmo de su juventud y la cultura de su claro talento, hizo un edificio cuya belleza salta a la vista, y en donde se advierte la perfecta seguridad de quien tiene una precisión absoluta de lo que ejecuta.

     Y no puede ni debe ser de otra manera, pues el ingeniero Jahn Jr., que fue en las aulas universitarias y especialmente en arquitectura, un afortunado cultivador de la belleza, se trasladó a Francia y Alemania, en cuyos centros siguió cursos bajo la dirección de los más conocidos profesores. 

     Cordialmente nos congratulamos con el doctor Jahn Jr. por este nuevo éxito de su carrera profesional.

     La fecha de origen del juego de Golf, según la enciclopedia británica, es muy dudosa, pero se cree sea de origen holandés; tampoco hay ninguna seguridad de la fecha en que fue introducido en Escocia; pero lo que sí es cierto es,  que en el 1457 ya el juego se había hecho tan popular, que el Parlamento, en vista de que tal “sport” era una rémora para la vida económica del país, dictó medidas limitando las horas de juego, medidas que fueron ampliadas y aplicadas con mayor severidad en el año 1471, hasta que, finalmente, en 1491 el rey Jaime IV de Escocia lanzó un real decreto prohibiendo  dicho “sport”, amenazando con severas penas a los infractores. 

El primer campo de golf que existió en Venezuela fue el del Caracas Golf Club, en 1918

     Más o menos un siglo después este juego reaparece en los anales de la historia de Escocia, haciéndose otra vez tan popular que, en el año 1592, de nuevo el Parlamento tiene que intervenir y reglamentar las horas de jugada.

     Un año más tarde el decreto fue modificado, suspendiendo dicho juego solamente durante las horas de sermones.

     Por estos datos vemos que, aunque el Golf es de origen holandés, donde adquirió mayor popularidad fue en Escocia; a tal punto que en la historia de dicho país es conocido por el nombre de “The Royal and ancient game of Golf”. Mary Stuart fue jugadora de Golf.

     No tardaron muchos años sin que Inglaterra se contagiara con el entusiasmo del Golf, luego el frenesí pasó al continente de Europa, más tarde a Norte América y luego a la América del Sur; y a juzgar por el actual entusiasmo que existe en Caracas para este sport, vemos que aquí también se hará tan popular como en los otros países del mundo.

Fiesta inaugural del Caracas Golf Club, 1918
Fuente: Revista Gente Nuestra. Caracas, número 5, septiembre de 1954; Págs. 10-12

La Quinta Anauco

La Quinta Anauco

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La Quinta Anauco

Casa de Los Erasos

La Quinta Anauco fue donada al Estado venezolano en 1958

     La Quinta de Anauco sirve hoy de espacio físico para el Museo de Arte Colonial de Caracas, exhibe objetos y artículos de la época colonial.

     El Museo de Arte Colonial, institución que cobija una de las colecciones de arte colonial más valiosa y mejor conservada de Venezuela, fue fundado el 16 de diciembre de 1942, por Alfredo Machado Hernández, en la casa de la esquina de Llaguno. Luego de que el edificio fuera demolido en 1953, el museo cerró por espacio de ocho años, hasta que, en 1961, fue trasladado a la Quinta Anauco, donde aún funciona. En 1958, fue donada por la familia Eraso al Estado venezolano.

     Fue concebida como una casa de campo, de una planta, con varios niveles y pasillo exterior, con más de 700 metros de construcción, con dos patios internos y las habitaciones en hileras, las cuales se comunican interiormente.

     En 1827, se hospedó en ella el Libertador Simón Bolívar entre el 2 y el 6 de julio, fecha en que partió rumbo a Colombia para no regresar jamás a la Patria.

     Antes de que la casa pasara a manos del Estado venezolano, la revista Gente Nuestra realizó una visita a la familia Eraso, propietaria entonces de la hermosa casa colonial y, en su edición del mes de diciembre de 1954, publicó un reportaje en el que “recorre los corredores y jardines de la casona, vieja de siglos, remanso de paz sosiego y belleza que parece imposible de lograrse apenas a unos minutos del agitado centro de Caracas.

     Gracias a la gentileza de doña Dolores Aguerrevere de Eraso y de Cecilia Eraso de Ceballos Botín, que habitan hoy la casona de Anauco, propiedad de la familia Eraso hace más de cien años, podemos invitar a los lectores de la revista Gente Nuestra a compartir con nosotros el placer de conocer parte de la historia de esta emblemática casa caraqueña.

     Comprendemos muy bien a Cecilia Eraso cuando nos dice: ‘Salimos muy poco, casi no vamos nunca a Caracas’. Esta deliciosa casa colonial, con sus corredores y ventanas de otra época, sus amplios jardines llenos de frondosos árboles, invitan verdaderamente a no abandonarla nunca, como han hecho los Eraso a través de los años, en los cuales Anauco ha representado el lazo de unión de la familia.

     Anauco, ligado íntimamente a la historia de nuestra ciudad, evoca con su nombre reminiscencias de varios siglos de vida caraqueña. Primero el río Anauco, que cuando la fundación de Caracas corría limpio y caudaloso a través del fértil valle, marcando el lindero Este de la ciudad. Luego en la Colonia fue la casa de Anauco plaza fuerte, con su garita orientada a la montaña para prevenir el peligro de posibles atacantes que bajaban por ella, generalmente piratas que asaltaban nuestras costas.

     Más tarde, en el estilizado siglo dieciocho, morada de la aristocracia criolla, personificada en el Marqués del Toro. Y surge entonces la figura leyendaria de la linda Marquesa, la cual en recuerdo y fidelidad a un gran amor, divino o humano, manifiesta a Don Francisco, en el día de sus bodas, su inquebrantable decisión de ser su esposa tan sólo en nombre. Y se hace construir sus habitaciones en la parte alta de la casa, y allí vive recluida, bajando únicamente dos o tres veces al año, para atender dignamente al señor Obispo, cuando viene a celebrar festividades religiosas en el Oratorio de la casa, mientras Don Francisco se consuela dando alegres y elegantes recepciones en sus amplios salones, alumbrados con las bellísimas arañas de cristal y plata, que había encargado su padre al virreinato de Méjico, y habían llegado poco antes de su boda.

     Y cuando el vendaval de la Independencia estremeció hasta sus cimientos el andamiaje de la vida colonial, el Marqués del Toro, siguiendo a su amigo Simón Bolívar, cuyos ideales compartía, corrió a ponerse al frente de su batallón de las Milicias de Aragua.

     Y luego, en la agitada época que siguió, y en sus breves visitas a su ciudad natal, el libertador visitaba Anauco con frecuencia, saboreando como goce raro para él, el ambiente reposado y apacible de la casona. Y en su última visita, el año 27, decepcionado y triste, pudo decir a su amigo de siempre: “Dos cosas no han cambiado en Caracas, Marqués, Ud. y el Ávila”.

     Después de la muerte del Marqués de Toro, Anauco decayó, empobrecido por las guerras civiles. A mediados del siglo diecinueve fue ocupado por un Ministro inglés, míster Boggan, que fue comprando poco a poco todos los bellísimos muebles. Se llevó a Londres todas las maravillosas arañas de cristal y plata encargadas con todo detalle al virreinato de Méjico, las que quizá alumbraron en un baile la belleza de las Aristeiguieta, en las postrimerías del siglo XVIII caraqueño, y la cama señorial de enormes pilares de plata bruñidos, provenientes también de las minas de Taxco, que cobijara los insomnios del Marqués en las peligrosas noches que precedieron la revolución de la Independencia.

La Quinta de Anauco es en un portal a la Caracas colonial de indudable valor histórico y cultural

     Mr. Boggan estaba animado de un espíritu destructivo. Las flores y los árboles de los jardines de Anauco no podía llevárselos a su país, pero se entretenía en cortar los troncos de los árboles de canela que rodeaban la casa para alimentar el fuego con que asaba los pollos que llevaban a su mesa, a los que la perfumada corteza tropical daba sabor exquisito.

     Se cuenta también de él que era poco hospitalario. Cuando llegaba a la casa un visitante del que deseaba deshacerse pronto, le preguntaba con toda cortesía: ¿Quiere usted fumar, amigo? Y ante la respuesta afirmativa del incauto, llamaba en voz alta: Muchacho Tabaco y Candela e inmediatamente se presentaban amenazadores tres enormes mastines que atendían a estos originales nombres, haciendo marchar al visitante más que de prisa.

     Do Domingo Eraso, atraído por la belleza del histórico sitio, adquirió Anauco en los alrededores de 1860, y lo restauró completamente. Gran parte de los árboles que hoy dan sombra a los jardines, fueron plantados por él en esa época. Don Domingo pasaba seis meses del año en su finca de Anauco, y los otros seis en Europa, especialmente en Inglaterra, donde educaba a sus hijos.

     A fines del siglo pasado en los primeros años del novecientos, Anauco se convirtió en el “salón” de la sociedad de la época, cuando vivían en él Luis Eraso, hijo de Don Domingo y su señora Helena Bunch, hija de un diplomático inglés acreditado en Caracas. Helena transformó los alrededores de la casa en bellísimos jardines, creados por jardineros profesionales. Hizo construir una cancha de tennis, y fue en Anauco donde se jugó tennis por primera vez en Venezuela. Se reunía allí, unas veces a jugar tennis, y otras a tomar té (dos enormes novedades para el momento), la juventud caraqueña de entonces, que también aprovechaba la oportunidad para enredar noviazgos, muchos de los cuales se convirtieron en matrimonios felices.
Allí iban Amelia, Mercedes, Josefina y Panchita Eraso Larráin, Isabel Sturupp, Berta Braun, Guadalupe y Carmelita López de Ceballos, Aquiles Pecchio, Lorenzo Marturet Rivas, Miguel Castillo Rivas, Bartolomé y Juan Antonio López de Ceballos, los Yánez, Totón Olavarría y sus hermanas Mimita y Lucía, Roberto Todd, Antonio Martínez Sánchez, entonces edecán del General Crespo, Eduardo Eraso, Bernardino, José Antonio, Carlos Vicente y Alfredo Mosquera y para dar el acento inglés, Mister Wallis, Mister Cherry y otros.

     Mister Cherry vivió más de cincuenta años en Venezuela y llegó a ser una institución que representaba al ferrocarril inglés.
En momentos en que la compañía que había contratado el ferrocarril para el Tuy quebró, Mister Cherry, que había venido como administrador o contable, y no tenía nada de ingeniero, decidió comprarlo e instalar el ferrocarril por su cuenta. Esta decisión fue la responsable del modo sui-géneris y pintoresco como se condujo el ferrocarril inglés entre nosotros, que al decir de los contemporáneos, cuando el tren se atascaba en medio del camino, bajaban los funcionarios a la vía y ordenaban drásticamente: “los de segunda a empujar”. Y también decían los chiquillos, cuando la máquina llegaba cansada y dando resoplidos a la estación pueblerina, imitando el ruido de la locomotora: “Poco a poco, Mister Cherry, que se acaban los carbones”.
En esa época hizo Joaquín Crespo un Hipódromo en Sabana Grande. Era una sola recta, y allí llegaban los elegantes coches. Luis y Elena Eraso causaban sensación cuando aparecían montados en briosos caballos, ella trajeada de amazona, y recorrían la pista después de las carreras.

     Otro de los asistentes era el conde italiano Mestiati, que había venido a parar a Venezuela gracias a una historia tragicómica, casi de opereta. Parece que el conde, hombre simpático, alto y pelirrojo, primo del Rey de Italia o casi, le gustaba el vino, las mujeres y las cartas un poquito más de lo que le era permitido a un oficial del Ejército. Y su familia, para evitar mayores males, decidió casarlo. Le escogió novia entre la aristocracia italiana y fijó la fecha de la boda. Los amigos el conde quisieron darle una inolvidable despedida de soltero la noche antes, ya que después iba a entrar al buen camino. Y la despedida fue tan completa, los regocijos fueron tales, que en vez de una noche duró dos días, uno de los cuales era el de su boda. Y cuando se presentó a su casa, su padre desesperado por el escándalo dado y el desaire infligido a la novia, que pertenecía a la más alta aristocracia, todo lo cual había acabado con su carrera, lo puso a escoger entre pegarse un tiro o irse a América, y él optó por lo último. Años después. Ya viejo, vivía en una hacienda por Los Chorros, convertido en una figura leyendaria y popular, con sus ojos azules y una gran barba blanca que le llegaba al pecho. Y entre los temporadistas de Los Chorros (cuando se temperaba allí) era un programa hacer una excursión a “Mestiati”, como llamaban a la pequeña hacienda enclavada en una loma.

     Otro era Míster Middleton, que fue Ministro inglés en Caracas, y le gustó tanto esta tierra que cuando le llegó su jubilación, resolvió quedarse a vivir aquí. Todas las tardes salía vestido de levita gris, a pasear por los barrios pobres, donde conversaba con las gentes y se enteraba de sus necesidades. Cuando veían que en una casa faltaba verdaderamente algo, al día siguiente enviaba dinero o víveres, y muchas veces, cuando ya conocía a la familia, metía por la ventana los billetes y seguía su paseo. Ya la gente sabía que eso era ‘cosas del inglés’.

     Pero volvamos a Anauco. Años después lo habitó Don Guillermo Eraso, hijo también de Don Domingo, y a su muerte, su hermano Don Enrique y su familia lo vivieron por mucho tiempo.

     Don Enrique Eraso, prototipo del terrateniente criollo, dio un gran impulso a nuestra agricultura, ocupándose personalmente de sus haciendas en el valle de Caracas y en los valles del Tuy. Sus hijos fundaron hogares que son ornato de nuestra sociedad. Hoy viven en Anauco, bajo recuerdos centenarios, depositarias de la mejor tradición caraqueña, Doña Dolores Aguerrevere, viuda de Don Enrique Eraso, y su hija Doña Cecilia Eraso, viuda de Ceballos, con su hijo Pablo Ceballos Botín Eraso, a quienes repetimos las gracias por su amabilidad y gentileza al habernos permitido presentar este reportaje.

     La Quinta de Anauco es en un portal a la Caracas colonial de indudable valor histórico y cultural”.

Biografía del Club Paraíso

Biografía del Club Paraíso

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Biografía del Club Paraíso

De la Quinta Monte Elena, del barrio El Paraíso a los Samanes-Las crónicas sociales de antes de las dos guerras-Cuando los automóviles “hacían ruido”

El club Paraíso fue fundado en 1908 por el general Alejandro Ibarra, pariente cercano del edecán del Libertador, Diego Ibarra

     El Club Paraíso, fundado en 1908, es el más antiguo de los Clubs caraqueños, ya que el que le sigue, el Venezuela, sólo data de 1910.

     Fue fundado por el general Alejandro Ibarra, pariente cercano del Edecán más querido del Libertador, Diego Ibarra. Tuvo por objeto agrupar y proporcionar sitio de reunión y esparcimiento a la gente de la época en un sitio tranquilo, bello y elegante, como lo era el naciente barrio (no se decía “urbanización”) de El Paraíso. Su primera sede fue una pequeña casa, al lado de la quinta Monte Elena, residencia de la familia Ibarra, con una linda y espaciosa terraza que daba a la Plaza de la República. Al principio la avenida era de tierra, sombreada de grandes árboles, y por allí pasaba, cada media hora un tranvía tirado por dos caballos y conducido por Norberto, teniendo por colector a Fuentes. Tanto Norberto como Fuentes eran personajes muy útiles para todas las dueñas de casa de El Paraíso que pedían por teléfono a “La Mejor” y casa de Vicente Turco lo que necesitaban para su mesa y desde allá les avisaban que su pedido les iba por el tranvía de tal hora, y entonces los muchachos de la casa (Los Álamo, los Ybarra, los Zuloaga) iban a recibirlo.
En retorno de tal servicio, también ellos ayudaban a Norberto, cuando el tranvía se salía de sus rieles o los caballos se les resbalaban.

     Los domingos en la tarde y en las tempranas horas de la noche, se reunían grupos, a veces formados por el general Ibarra, Don Juan Casanova, Don Pedro Paúl y los doctores Ángel Álamo Herrera. Elías Rodríguez, Nicomédes Zuloaga, Emilio Ochoa, José Gil Fortoul… a comentar tópicos políticos y sociales.

     Se hablaba de las bravatas del Kaiser Guillermo II, de la presencia de la cañonera “Panther” en aguas de Agadir, de la visita del Zar Nicolás a Inglaterra, de la semana trágica de Barcelona, del asesinato de la Reina Draga y del rey Milano de Serbia, de las crónicas que escribía la reina rumana que firmaba Carmen Sylvia, de las tandas de Leicibabaza en el teatro Caracas, y de las óperas de Antón en el Municipal.

     El grupo juvenil de entonces estaba formado por unas muchachas muy lindas, de las cuales recordamos a Leonor Ibarra, las Guevarita, María Teresa y Mercedes, que llamaban las “Pichú”, Lola Méndez, Sofía Valentiner, Elisa Paúl, Albertina Lugo, Isabelina Álamo, Ana Teresa Ybarra, Josefina Casanova, Isabel y Mercedes Palacios, Belén Borges Uztáriz, Mercedes y Corina Tello, Emilia Núñez, Auristela Herrera, Carolina Herrera Uslar, María Velutini, y por los jóvenes: Alejandrito Ybarra, Luis Felipe Guevara, Oscar y Nicomédes Zuloaga, Henrique Tejera (que entonces no tenía chiva), Gustavito Sanabria, Robertico Ybarra, los Vollmer, Federico, Alfredo. Albert y Leopoldo, que jugaban mucho tenis, lo mismo que Ángel y Vicente Álamo Ybarra, los Castro Cárdenas, los Guzmán, Bernardo, Roberto y Diego, los Olavarría, José Antonio y Luis, Manuel Rodríguez Llamozas… Era campeón de tenis el diplomático mejicano Guzmán, entonces Secretario de Embajada y después Ministro de su país entre nosotros. Años después se casó con una muchacha venezolana, Elena Jiménez.

     Todo el mundo salía a pasear los domingos por la tarde en coche descubierto tirado por briosas parejas americanas, y desfilaban delante de la terraza del Club Paraíso. Muchos se apeaban allí y entraban las señoras recogiéndose la cola del traje, y luciendo sus boas de plumas necesarias para defenderse del relente al caer de la tarde.

     Más tarde comenzaron a desfilar por la avenida los primeros automóviles, artefactos ruidosos y peligrosos (cosa que siguen siendo), que no tenían la elegancia de los coches.

     Diez y seis años estuvo el Club Paraíso en la Terraza frente a la Plaza de la República. Y llegó el momento que tuvo que pensar en ocupar un local que le permitiera desarrollar mejor sus actividades, que habían cambiado y aumentado con el transcurso de los años.

     Escogió para su nueva sede el bellísimo parque de Los Samanes, propiedad de la familia Zuloaga, recordado con cariño por toda la chiquillería de la época que iba todas las mañanas allí.

     El edificio fue proyectado y construido por el recordado arquitecto Ricardo Razetti y fue inaugurado en los primeros días de enero de 1924, bajo la Presidencia de José Antonio Olavarría Matos, con un suntuoso baile, el que, según los cronistas, “constituyó el máximo acontecimiento social de estos últimos años”.

     Bajo la presidencia de “Totón” Olavarria, la segunda, pues ya la había ejercido anteriormente, el Club conoció una de sus mejores épocas. Música todas las tardes de los domingos después de las carreras, cuando bailaban las “pollas” y “pollos” de las “cuerditas de Reducto y Socarrás”. Bailes para conmemorar todos los eventos sociales de importancia, entre los que descuella el celebrado en honor de Lindbergh cuando el Águila Solitaria visitó Venezuela y llegó retrasado a Caracas por haber perdido el rumbo, mirando interesado las montañas y llanos de nuestro país. Fue también una época dorada para el tenis cuando los campeones eran Chicharra Machado, el gordo Ibarra, Guillermo Zuloaga.

     Vamos a insertar una pequeña crónica deportiva, reseñando uno de los eventos:

Copa Henríquez

     Invitado galantemente por la Junta Directiva del Club Paraíso a los matchs de tenis entre este importante Centro de Sport Club de Curazao, me encaminé el domingo en la tarde a presenciar el primer juego del Campeonato, un single entre Dick Capriles y Guillermo Zuloaga.

     A las 4 p.m., hora señalada para la iniciación del match, había alrededor del court un numeroso grupo de la más selecta sociedad caraqueña. A una señal dada por el juez E. Peñaloza, Guillermo da comienzo a la lucha esgrimiendo su raqueta, pálido el rostro, firme en la diestra su arma inofensiva, y satisfecho por haber sido elegido para iniciar el torneo.

     Desde el comienzo note que Dick estaba muy nervioso, y que sus formidables drives iban a incrustarse en las alambradas que cercan el court. A medida que avanzó el juego aumentó el predominio de Zuloaga, y tanto fue el desconcierto de Capriles que llegó al extremo de dar dos doubles en un mismo game.
Sin embargo, el servicio de Capriles es inmejorable y el score final, 6-1, 6-4, 6-2, no revela con exactitud la calidad y destreza de los competidores, aunque a decir verdad, Zuloaga tuvo el domingo una de sus mejores actuaciones.

 

Segundo single

     Deseoso de saber si era fácil cortarle un pelito a mi “gordo” (pueda de que Eloy me conceda otro) llegué al Paraíso cuando ya el segundo single había comenzado. Carlos Ibara y Donald Capriles luchaban muy desigualmente, a pesar de que éste tiene una defensa formidable, pero su servicio es muy deficiente, suave y sin seguridad.

     En Carlitos todo va en razón directa con su volumen: servicio desconcertante, drives imparables, maestro en el “cortado” y en las “colocaciones” incontestables, serenidad absoluta, y el buen gusto de aplaudir risueñamente con la raqueta al brazo las acertadas jugadas de su contendor. El score 6-1, 6-2, 6-4, prueba que Donald mejoró mucho, sobre todo en el último set, en el que, con bastante habilidad, pudo contrarrestar el ataque tenaz y continuado de Ybarra y colocarle varias pelotas con gran estilo.

     Al entregar estas notas al linotipista (el Carnaval lo perturba todo) no he sabido el resultado del doublé, pero según lo dicho por los singles, el triunfo será, sin duda, favorable a nuestros sportmen.

     El Club estuvo en el local de los Samanes hasta los primeros años de la década del 30, cuando se trasladó al moderno local que hoy ocupa, construido especialmente, y donde ha seguido manteniendo su categoría de club social. Tradicionales son, en Caracas, el gran baile de Año Nuevo y el baile de Carnaval del Club Paraíso, por la animación, belleza y señorío que los caracterizan, como también la Fiesta de reyes, el 6 de enero, para los niños.

     El club cuenta hoy con una magnífica piscina, canchas de tenis y de bowling, también salones de masaje, de gimnasia y baños de vapor atendidos por una experta. Se celebran quincenalmente juegos de canasta, bridge, rummy y panquinge, torneos internos de tenis, natación y bowling, y hay música varias veces por mes. También se celebran en sus salones actos como banquetes, tés y bailes benéficos, exposiciones, certámenes, cocktails diplomáticos y oficiales, etc. Tal vez dentro de unos años, cuando se quiera saber la trayectoria social de Caracas, habrá que recurrir a los archivos del Club Paraíso.

     Y como es un club con suerte, siempre está lleno de muchachas bonitas, como Leonor Vallenilla, Bibpi Miranda Benedetti, Morella Álamo, Evelyn Branger, Consuelito y Alicia Azpúrua, Ismenioa y Lía Márquez, Luisa Guardia Machado, Jennie Sucre, Hilda y Sonia Santaella, Beatríz DEerlón Baidó, Antonieta y Mariucha Pérez Quequeta Lauría, Marinpes y Aura Lesseur, Lucía Cristina Gómez, Cocó y Chichita Benedetti, Belén Guzmán, Ileana Camejo Arreaza, Luisa Elena Valery,inpes Margarita y María de los Ángeles Osío, Mercedes Aguilera, Mariela Mellior Díaz, Cecilia de La Cova.

 

Fuente: Revista Gente Nuestra. Caracas, número 4, agosto de 1954; Págs. 9-11

El Helicoide de la Roca Tarpeya

El Helicoide de la Roca Tarpeya

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El Helicoide de la Roca Tarpeya

Moderno centro comercial al servicio de Caracas Se levantó alrededor de una roca, con una superficie de construcción de 60.000 m2, iba a tener un helipuerto, un hotel, un gran domo en la parte superior, tecnología de punta, 300 tiendas, estacionamiento y ascensores fabricados en Viena. La complejidad y la escala del edificio, concebido por el arquitecto venezolano Jorge Romero Gutiérrez, fue plasmada en 12.000 planos.
El centro comercial nunca abrió sus puertas

El Helicoide se construyó sobre una inmensa roca

     En el transcurso del año 1957, el cerro conocido con el nombre de Roca Tarpeya comenzó a experimentar una profunda transformación. Ante el empuje de los tractores, la roca, aparentemente inaprovechada, se fue convirtiendo en sólida base sobre la cual comenzó a erigirse una de las obras arquitectónicas más audaz y novedosa que se haya concebido en país alguno: El Helicoide de la Roca Tarpeya.

     En 1952 fue fundada la firma Inversiones Planificadas C. A., con el objeto de construir el Centro Profesional del Este, obra que se llevó a feliz término tres años más tarde, en 1955. Dicha firma es la propietaria de Helicoide C. A., empresa que asumió el extraordinario reto de construir el más moderno centro comercial de América Latina.

     En 1956 se comenzaron los estudios del Helicoide, para plasmar en la realidad la idea concebida por el arquitecto Jorge Romero Gutiérrez, de dotar a Caracas de un centro integral de comercio y exposiciones de industrias, de acuerdo con la entonces moderna tendencia de zonificar o agrupar, mediante conjuntos arquitectónicos funcionales las distintas actividades económicas, culturales y recreativas que se desarrollan en los grandes centros urbanos.

     La idea era que el Helicoide funcionara como un gran centro mercantil de departamentos cooperativos, integrados por 300 locales comerciales, un palacio de ferias y exposiciones, un multicinema, un centro automotriz y comodidades complementarias tales como un estacionamiento para más de dos mil vehículos, un bien dotado preescolar, abundantes zonas verdes, etc.

     Tanto los locales comerciales como los espacios destinados a otras actividades, serían vendidos mediante el régimen de propiedad horizontal. La comercialización inicial permitió que más de 170 importantes firmas adquirieran locales en el Helicoide, lo cual le dio mayor impulso al audaz proyecto.

     Las pautas arquitectónicas del Helicoide, así como la acertada concepción de dar aprovechamiento útil, a la par que monumental, a un terreno que, por sus características topográficas, parecía destinado a un uso marginal, provocaron miles de comentarios favorables en más de seis mil periódicos y revistas especializadas, publicadas en la mayoría de los países de América y Europa. El Helicoide, en definitiva, tenía también el objetivo que constituirse en un importante y atractivo lugar turístico que simbolizara a Caracas, como la torre Eiffel lo es para París o el Rockefeller Center para Nueva York. 

Maqueta del Helicoide

     En sentido económico, la concepción del Helicoide permitió asimilar las enormes ventajas que la moderna sistematización en conjuntos arquitectónicos (urbanizaciones, centros profesionales, etc.) aporta a la comunidad: vías y estacionamientos adecuados al desarrollo de los medios de transporte, proximidad espacial de actividades similares con el consiguiente ahorro de tiempo, facilidades de conservación, mantenimiento, operación y disfrute de los espacios privados y comunes, posibilidades de planificación funcional y estética, etc.

El Helicoide fue concebido como un moderno centro comercial, con 300 locales comerciales, estacionamiento, hotel, helipuerto, etc. Nunca abrió sus puertas.

     En el Helicoide, el público puede seleccionar sus compras, rodeado de atractivos complementarios y sin dificultades de acceso o de estacionamiento, y el comercio podrá, a la vez, desplegar sus actividades en un medio altamente propicio para el éxito de sus operaciones.

     La contribución del Helicoide al mantenimiento o desarrollo de los niveles de la actividad económica en el país, presenta dos aspectos, igualmente positivos, aunque orden diferente.

     En primer lugar, los trabajos de construcción requieren, por su volumen, una inversión total cercana a los cien millones de bolívares. La intensidad de esta inversión ha de tener directamente y por la vía del multiplicador económico, una repercusión sumamente favorable en los niveles de actividad de un sector de nuestra económica que, como el de la construcción, es una de las mayores fuentes de ocupación del país. Se estimó que durante el tiempo de ejecución de la obra, directamente o indirectamente, se generaran empleos para unos 100 técnicos (ingenieros, arquitectos, administradores, etc.) y unos mil obreros.

     En segundo término, la realización por iniciativa privada de una obra del volumen y característica del Helicoide, constituyó un importante estímulo a la economía de la ciudad.

     El derrocamiento de la dictadura no provocó, en un principio, que se interrumpieran los trabajos de tan representativa obra, por lo que, la primera etapa de construcción del Helicoide concluyó sin mayores sobresaltos en 1961, año en que la situación económica del país requirió de una serie de medidas por parte del Estado, que impidieron la continuidad de la obra. La construcción del Helicoide se paralizó hasta 1965, cuando se intentan retomar los trabajos para concluirlos en 1967, pero no fue posible porque no hubo flujo de capitales. En consecuencia, la obra se paralizó por completo y su estructura se convirtió en un gigantesco “elefante blanco”.

     En 1982, el gobierno rescató de los depósitos de la aduna de La Guaira la cúpula geodésica de aluminio, la cual fue instalada en la parte superior del Helicoide. Ese año, comienzan a instalarse algunas dependencias oficiales, entre ellas, la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP, hoy SEBIN). En esa década, parte de las instalaciones del Helicoide sirvieron de refugio para damnificados de inundaciones y deslizamientos de tierra ocurridos en sectores populares. 

El Helicoide, un elefante blanco en Caracas

     Desde entonces, la historia del Helicoide ha estado ligada a los gobiernos de turno y a la fluctuante situación económica del país. Han existido varios intentos por regenerarlo y convertirlo en un centro cultural. En una época se habló de mudar allí a la Biblioteca Nacional, pero esa propuesta no pasó de ser una promesa.

 

 

FUENTE CONSULTADA
  • Armiñana, Miguel. El Helicoide de la Roca Tarpeya. El Mes Económico. Caracas, número 5, noviembre-diciembre, 1958
  • El Helicoide. Elite. Caracas, número 1984, octubre de 1963

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

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Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte II

Pedro Estrada, máximo exponente del cinismo que caracterizó al regimen dictatorial de Pérez Jiménez

“El cuarto de las bicicletas”

     Entre desmayos, golpes y ring, desnudos y sin probar comida, transcurrieron tres días. A Consalvi y a Castro los pasaron primero a los calabozos, mientras yo, incomunicado y maniatado, permanecía tendido en el suelo, en el tenebroso “cuarto de las bicicletas”, en el sótano del edificio. En la mañana del 12 de junio se presentó de nuevo al cuarto de torturas el “Bachiller” Castro y arrojándose sobre la cara un periódico me dijo: “Mira gran c…, igual suerte correrán todos ustedes” Era “Últimas Noticias”. En su portada aparecía una foto de Pinto Salinas, una gráfica con una camioneta de la Seguridad Nacional baleada y el siguiente truculento comunicado: “La Dirección de Seguridad Nacional cumple con informar al público que en horas de la mañana de hoy (11 de junio de 1953), en las cercanías de San Juan de los Morros, individuos que viajaban en un automóvil hicieron fuego contra una camioneta perteneciente a esta Dirección. Los agentes respondieron de inmediato, resultando herido uno de ellos y muerto uno de los ocupantes del vehículo de los agresores, quien resultó ser el Licenciado Antonio Pinto Salinas, solicitado desde hace tiempo por las Autoridades, como organizador de numerosos atentados terroristas. Los acompañantes de Pinto Salinas fueron detenidos”.

     Pocas veces he sentido mayor angustia y mayor dolor. Confieso con orgullosa hombría que lloré silenciosamente la muerte de quien había sido, desde la adolescencia, no solo un compañero de luchas e inquietudes, sino un hermano entrañable. No se merecía Antonio una muerte semejante. Él, el más humano y tierno de nuestra generación, poeta y alma noble, incapaz de proporcionar mal alguno a sus semejantes. 

     Quienes le conocimos en su exacta dimensión de hombre y combatiente, jamás habremos de comprender cómo la diabólica violencia de unos seres desnaturalizados pudieron descargar la metralla asesina sobre su magra figura con rostro de niño. En aquellos momentos de dolor ̶ más espiritual que físico ̶ olvidé mis propias torturas y me hice el propósito de honrar de por vida, sin mancilla y sin flaquezas, las banderas de redención que con tanta firmeza revolucionaria habían enarbolado las manos del poeta.

Un crimen horrendo

     Pero he aquí los hechos en su descarnada realidad, completamente diferentes a como los presentó la farsa el cinismo oficial.

     Revelada por Mascareño la ruta que llevaba Pinto Salinas, todas las alcabalas de la vía estaban ya en actitud de alerta. Fue así como resultó fácil apresarlo a la salida de la población de Pariaguán en horas del mediodía del 10 de junio. Inmediatamente fue conducido a las Oficinas de la Seguridad en la vecina población de El Tigre, donde los alcanzó la comisión despachada desde Caracas. El mismo día, en horas de la tarde, emprenden con el detenido el aparente viaje de retorno a la capital. Esperan la llegada de la noche en Valle de la Pascua, donde se le separa de sus dos restantes compañeros (Contreras Marín y el conductor Eulogio Acosta) y la caravana, hasta perder de vista a los demás. Sería la 1 y 30 de la madrugada. Detienen el auto en una curva del camino. A empujones sacan al detenido y lo conducen a un lugar próximo a la carretera. En la obscuridad de la noche se escucha una voz imperativa: “Prepárate porque te llegó tu hora”. . . Y una respuesta con acento firme: “Estoy preparado desde ayer”. . . Luego la brutal descarga de fusilería, confundida en un mismo hecho trágico con la apagada voz del poeta que caía acribillado cobardemente por sus perseguidores políticos. Quedaba sembrado allí, en aquella madrugada del 11 de junio de 1953, como testimonio de una vida heroica truncada por la violencia dictatorial.

     Contaba apenas 38 años. Había nacido el 6 de enero de 1915, frente al paisaje maravilloso de la cordillera andina en la población de Santa Cruz de Mora del Estado Mérida.

     Veamos ahora, a título de curiosidad histórica, cómo narra el Juez de Primera Instancia en lo Penal de San Juan de Los Morros, la forma como fue encontrado su cadáver: “A las cuatro horas y cincuenta minutos del día de hoy (11 de junio de 1953) la Seguridad Nacional ha informado a este Tribunal que aproximadamente en el kilómetro seis de la carretera de los llanos, en el punto denominado “Cueva del Tigre”, entre esta ciudad y el vecindario “Los Flores”, se ha hallado una persona muerta, disponiéndose abrir la averiguación sumaria correspondiente”

     Más adelante agrega: “Al margen derecho de la carretera el Tribunal constató la presencia de una persona aparentemente muerta: de las siguientes características: persona de regular estatura, de mediana contextura; camisa de color kaki, pantalón de casimir a rayas gris”. Y sigue describiendo los objetos que portaba, entre ellos “una estampita de la virgen de Coromoto, una cadenita de oro, pendiente del cuello, con dos medallitas, una con la efigie de Nuestra Señora del Carmen y la otra con la efigie de Nuestra Señora de Coromoto. . .”

     “Presente el médico forense de esta Circunscripción Judicial ̶ prosigue el expediente ̶ examinó en el mismo acto el cadáver, el cual presentó las siguientes heridas producidas por arma de fuego: herida en la sien derecha; herida en la región malar derecha; orificio en la región deltoidea derecha; orificio de herida axilar derecha; orificio en la región pectoral derecha y otro en la misma zona, separados uno de otro por una distancia de cerca de dos centímetros. . . ”.

     Como puede observarse en esta patética descripción del juez que ordenó el, levantamiento del cadáver, Pinto Salinas fue acribillado de la manera más salvaje e inhumana; sin embargo, los esbirros quisieron aparentar que el cadáver se encontraba abandonado y sin identificación, por lo que el mismo Juez asienta en el acta que el Tribunal hubo de trasladarse a las oficinas de la Seguridad en San Juan de los Morros, “a fin de identificar, por los medios necesarios, el cadáver de la persona fallecida”. . . Y mientras en el lugar del suceso la Seguridad montaba la farsa descrita, en Caracas Pedro Estrada, con ese cinismo que caracterizaba al régimen dictatorial, publicaba en la prensa diaria el breve comunicado aludido anteriormente, desvirtuando completamente los hechos y pretendiendo hacer ver que había ocurrido en un encuentro armado entre Pinto Salinas y una brigada del mencionado cuerpo represivo. En forma tan burda la Seguridad pretendía ocultar la verdad de tan monstruoso crimen.

Última morada

     Pinto Salinas fue sepultado en el cementerio de San Juan de Los Morros, en la misma fosa que la dictadura había reservado para Alberto Carnevali, fallecido 22 días antes en un camastro carcelario de la Penitenciaría General de Venezuela, y trasladado finalmente su cadáver a la ciudad de Mérida al día siguiente de su muerte. Durante seis años permanecieron los restos de Pinto Salinas en tierras de Guárico, hasta que fueron trasladados al Cementerio General del Sur, en la fecha aniversaria del 11 de junio de 1959, en la cual también sus compañeros de partido le erigieron un monumento a su memoria, en el propio sitio de su asesinato. Allí, la lápida de mármol recoge unas palabras mías: “Antonio Pinto Salinas, poeta de la ternura infinita, habría de escribir con su propia sangre, en la hora suprema de su sacrificio, el poema perenne de la rebeldía”.

     Hemos querido recoger este relato como un testimonio de uno de los crímenes más sombríos que pesan sobre la conciencia de los hombres que escarnecieron el gentilicio venezolano durante una década de oprobio y dictadura. El asesinato de Pinto Salinas, como el de muchos otros venezolanos sacrificados cobardemente por la tiranía, debe tener para las generaciones del presente y del porvenir ̶ ya lo hemos dicho otras veces ̶ el categórico acento de una irrenunciable determinación cívica de impedir por siempre el ominoso retorno a nuestra tierra, de regímenes signados por la barbarie y la opresión.

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

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Pinto Salinas murió acribillado a la edad de 38 años – Parte I

     En junio 2023 se conmemorarán 70 años de la desaparición física de Antonio Pinto Salinas, uno de los dirigentes políticos más importantes del país durante la primera mitad del siglo XX, asesinado por el gobierno dictatorial del general Marcos Pérez Jiménez, el 10 de junio de 1953. 

     Economista de profesión y poeta de vocación, Pinto Salinas entregó la vida a favor de la democracia en momentos en que se desempeñaba desde la clandestinidad como secretario general del partido Acción Democrática. Cuando intentaba salir de Venezuela para asilarse en Trinidad, fue apresado en el estado Anzoátegui por una comisión de la Seguridad Nacional. De vuelta a Caracas fue acribillado de manera cobarde en una carretera guariqueña, mientras voceros del régimen trataron de imponer en los medios la versión del enfrentamiento.

     Rigoberto Henríquez Vera, miembro del Comando Nacional de AD en la clandestinidad, cuenta en extensa crónica publicada en el diario caraqueño La República, el 11 de junio de 1964, con ocasión de los once años del crimen de su compañero, interesantísimos detalles de la captura y del vil, asesinato cometido por los esbirros de la dictadura.

Antonio Pinto Salinas, dirigente politico de Acción Democrática, asesinado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez

Así asesinaron a Pinto Salinas

     Apresarlo vivo o muerto. Nos encontrábamos en nuestro último refugio clandestino de los Palos Grandes, Antonio Pinto Salinas, Simón Alberto Consalvi, Gustavo Mascareño y yo. Comenzaba el mes de junio de 1953 y la persecución política nos tenía prácticamente acorralados. Las “conchas” escaseaban y cada día se hacía más precaria nuestra situación de dirigentes de la resistencia contra la dictadura. 

     Centenares de presos políticos eran torturados bárbaramente en la Seguridad Nacional y a todos se les preguntaba por nuestro paradero. Particularmente a Pinto Salinas se le buscaba con furia, con la orden de Pedro Estrada de “apresarlo vivo o muerto”. Fue entonces cuando el comando clandestino nacional de Acción Democrática, del cual era yo su Secretario General, decidió que Pinto Salinas se refugiara en una embajada y saliera fuera del país por algún tiempo.

     Antonio se negó a solicitar asilo diplomático. Nos argumentó y convenció de que, pese a los riesgos que se corrían, su refugio en una embajada produciría una repercusión negativa y desmoralizadora en la base del partido, por lo que prefería en todo caso, salir al exterior por la vía clandestina. Por intermedio de nuestro “piloto”, aparato de radio operado por Pedro Fonseca desde un extramuro capitalino, nos comunicamos con el Comando Exterior con asiento en Costa Rica y le hicimos conocer en breve mensaje cifrado, nuestra decisión de que Pinto Salinas, Secretario de Organización para el momento, realizara un viaje por algún tiempo. La respuesta no se hizo esperar y dos días después recibimos mensaje de Luis Beltrán Prieto Figueroa, donde se nos decía que compartían nuestro criterio y de que a toda costa deberíamos salvar la vida del valiente y abnegado compañero, quien iba a cumplir tres años de intensa actividad clandestina.

Por la ruta de oriente

     Se preparó entonces la salida por la ruta de oriente, hacia Trinidad. Se llamó a Hernán Contreras Marín, destacado por el Partido en Monagas, para que lo trasladara a Güiria, donde nuestro eficaz aparato de “Belandeo” lo recibiría para llevarlo sin pérdida de tiempo, en una pequeña lancha a la vecina Antilla. Se recomendó a Gustavo Mascareño la misión de buscar un chofer con auto propio, el compañero Eulogio Acosta, para realizar la primera etapa. Cuando ya todo estaba cuidadosamente preparado y estudiado, se fijó la noche del 9 de junio como fecha de partida. Mascareño y Eulogio esperarían a Pinto Salinas (su seudónimo era Luzardo) a las siete en punto en la Avenida del Country Club, donde lo llevaría en su auto Consalvi. De allí partirían esa noche por la ruta de “La Mariposa” ̶ vía Charallave ̶  a pernoctar al amanecer en Puerto La Cruz. 

     Tremendamente dolorosa fue la despedida. Nos abrazamos sin pronunciar palabra. Nos dolía la separación del hermano y compañero, sin presentir el horrendo drama que sobrevendría después. Había llegado la hora cero y Antonio abandonaba nuestro común lugar de los Palos Grandes. Media hora después Consalvi y Mascareño regresaban para dar cuenta de la misión cumplida.

Nos asalta la seguridad

     Mascareño era nuestro contacto con la calle. El hombre de confianza absoluta. Le dijimos que se quedara esa noche en la casa para no despertar sospechas entre los vecinos, con el entrar y salir de personas a nuestra “concha”. Las horas trascurrieron luego pesadamente. Nuestros ánimos estaban deprimidos. Yo tomé un libro me tendí a leer en mi lecho. Otro tanto hizo Consalvi en la habitación vecina, donde también se encontraba Mascareño. Eran las doce de la noche las estaciones de radio despedían sus programas con las notas del “gloria al bravo pueblo”.

     En efecto, los esbirros de Pedro Estrada rodearon nuestra morada y penetraron violentamente sin darnos tiempo ni siquiera de incorporarnos. A mi habitación, la más próxima al patio de atrás, entraron en tropel los asaltantes armados de ametralladora. Eran cuarenta en total. “¡Ese no es Pinto Salinas! . . . ¡Es el doctor Henríquez Vera!. . . ”, gritó el “Loco Hernández”, jefe de la comisión. Su grito oportuno me salvó la vida, pues la barbarie oficializada iba allí precisamente a matar a Pinto Salinas. Sin embargo, los esbirros apuntaban sus armas contra mi cuerpo inerme. Así tendido, boca arriba sobre el lecho, se me mantuvo un buen rato. De la habitación vecina traían ya maniatados a Consalvi y Mascareño. Nos preguntaban por Pinto. Dijimos que no lo veíamos desde hacía cinco días y que ignorábamos su paradero en Caracas. Mascareño dijo entonces: “yo los llevaré al lugar donde se encuentra. . . ” y salió seguido de unos cuantos agentes. Consalvi y yo pensamos de qué se trataba de una salida hábil de nuestro “contacto” para salir de aquella apremiante situación, que los llevaría a algún supuesto lugar de la capital. Esposados se nos condujo de inmediato a la Seguridad. Con nosotros venía también el señor Manilo Castro, encargado de la casa, de nacionalidad española, apresado también allí.

Luis Rafael Castro, mejor conocido como El Bachiller Castro, uno de los grandes esbirros de la Seguridad Nacional

Nos asalta la seguridad

     Mascareño era nuestro contacto con la calle. El hombre de confianza absoluta. Le dijimos que se quedara esa noche en la casa para no despertar sospechas entre los vecinos, con el entrar y salir de personas a nuestra “concha”. Las horas trascurrieron luego pesadamente. Nuestros ánimos estaban deprimidos. Yo tomé un libro me tendí a leer en mi lecho. Otro tanto hizo Consalvi en la habitación vecina, donde también se encontraba Mascareño. Eran las doce de la noche las estaciones de radio despedían sus programas con las notas del “gloria al bravo pueblo”.

     En efecto, los esbirros de Pedro Estrada rodearon nuestra morada y penetraron violentamente sin darnos tiempo ni siquiera de incorporarnos.

Diario El Nacional, edición del día siguiente del crimen cometido contra Pinto Salinas

     A mi habitación, la más próxima al patio de atrás, entraron en tropel los asaltantes armados de ametralladora. Eran cuarenta en total. “¡Ese no es Pinto Salinas! . . . ¡Es el doctor Henríquez Vera!. . . ”, gritó el “Loco Hernández”, jefe de la comisión. Su grito oportuno me salvó la vida, pues la barbarie oficializada iba allí precisamente a matar a Pinto Salinas. Sin embargo, los esbirros apuntaban sus armas contra mi cuerpo inerme. Así tendido, boca arriba sobre el lecho, se me mantuvo un buen rato. De la habitación vecina traían ya maniatados a Consalvi y Mascareño. Nos preguntaban por Pinto. Dijimos que no lo veíamos desde hacía cinco días y que ignorábamos su paradero en Caracas. Mascareño dijo entonces: “yo los llevaré al lugar donde se encuentra. . . ” y salió seguido de unos cuantos agentes. Consalvi y yo pensamos de qué se trataba de una salida hábil de nuestro “contacto” para salir de aquella apremiante situación, que los llevaría a algún supuesto lugar de la capital. Esposados se nos condujo de inmediato a la Seguridad. Con nosotros venía también el señor Manilo Castro, encargado de la casa, de nacionalidad española, apresado también allí.

Delación y torturas

     En las puertas del siniestro edificio nos encontramos de nuevo con Mascareño. Sigilosamente pude apenas decirle: “Luzardo está aquí en Caracas, no lo vemos desde el viernes…” Pasaron primero a Mascareño a la sala de interrogatorios y a los tres restantes se los colocó de espaldas en la oficina vecina, separada de la anterior por una división de vidrio esmerilado, de poca altura, de donde podíamos oír perfectamente todo. “Tú eres un traidor que nos has dicho que sabes dónde está Pinto: nos has engañado y confesarás su paradero, por las buenas o por las malas”, le dijo un espía a Mascareño. Consalvi, el español y yo agudizamos el oído. El miserable nos traicionaba y comenzó cobardemente, sin que lo torturaran, a confesar lo que sabía. Suministró todos los datos. Dio la ruta y hora de salida, el número, color y marca del vehículo, y los nombres de los acompañantes de Pinto Salinas.

     De inmediato salieron varias comisiones en su persecución. Eran las dos de la madrugada del 10 de junio. Vimos salir a Mascareño con rumbo desconocido, seguido de varios agentes, mientras que a nosotros se nos sometía a los mayores vejámenes y torturas. Desnudos y atados a la espalda fuimos colocados en “el ring”. A Consalvi y al español Castro se les golpeaba bárbaramente, hasta dejarles inconscientes en la habitación vecina. Se nos preguntaba de todo. Por nombres y direcciones, documentos cifrados, actividad clandestina y programaciones insurreccionales. Particularmente a mi se me preguntaba cómo había entrado por segunda vez clandestinamente al país y se me responsabilizaba de los últimos acontecimientos subversivos. Todos respondíamos no saber nada y dábamos explicaciones que no convencían a los esbirros enfurecidos, quienes una y otra vez nos insultaban y golpeaban. El más agresivo era el “Mocho” Delgado y el “Bachiller” Castro. El “Loco Hernández” fue más comprensivo y se complacía de repetirme: “No te matamos de vaina! Tienes una suerte de espanto! Yo te conocí en México, donde me hice pasar por estudiante y conocí a mucho exilado. Eso te salvó porque anoche buscábamos era a Pinto”.

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