Entrevista a Laureano Vallenilla Planchart

Entrevista a Laureano Vallenilla Planchart

En su destierro de París, el ex ministro de Relaciones Interiores dijo a nuestro director que el adeco de 1945 “era un dechado de virtudes comparado con el adeco de ahora. Y afirma que Pérez Jiménez es superior a Guzmán Blanco “como realizador y como civilizador”.

Por J. A. Oropeza Cilibertoa

Laureano Vallenilla Planchart, abogado, escritor y político. Hijo de Laureano Vallenilla Lanz e importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958).

Laureano Vallenilla Planchart, abogado, escritor y político. Hijo de Laureano Vallenilla Lanz e importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958).

     “Son casi las ocho de la noche cuando aterrizamos en Orly. Al fin estoy en Francia después de una desesperada carrera desde La Haya hasta el aeropuerto de Ámsterdam para llegar justo a tiempo para tomar el avión para París. En la capital holandesa –jardines multicolores, calles enladrilladas, fina llovizna primaveral– he dejado, en el club de los periodistas de aquel hermoso país nórdico, a mis compañeros de viaje. Yo me he venido sin compañía a Francia con un solo objetivo: entrevistas al doctor Laureano Vallenilla Lanz (Planchard). Formalmente, él no ha concedido ninguna entrevista periodística desde que está en el destierro.

     ¿Me dará declaraciones el exministro de Relaciones Interiores convertido ahora en famoso escritor? ¡Quién sabe! Nueve días atrás lo he llamado por teléfono desde Londres. Conversamos animadamente, como si fuéramos viejos amigos. De repente le digo:

–Doctor, iré a París la próxima semana a hablar con usted.

–¡Magnífico, Oropeza! –me contesta la voz de Vallenilla al otro lado del hilo telefónico.

     Pienso en todo eso mientras el taxi que me conduce al Hotel Bristol rueda veloz por la autopista húmeda. Estas vías modernas son iguales en todas partes: en Londres, en Ámsterdam, aquí. . .

     París aparece veinte minutos después: amplias avenidas, protegidas por una arboleda primaveral, verde tierno, viejos edificios de fascinante arquitectura. Es un paisaje que he visto muchas veces en los cines y desfila ahora, a través del vidrio del automóvil, como una película.

     Reconozco la Plaza de la Concordia y los imponentes edificios de Gabriel, hoy blancos gracias a una iniciativa de André Malraux, quien dispuso limpiar el rostro de la Ciudad Luz.París aparece veinte minutos después: amplias avenidas, protegidas por una arboleda primaveral, verde tierno, viejos edificios de fascinante arquitectura. Es un paisaje que he visto muchas veces en los cines y desfila ahora, a través del vidrio del automóvil, como una película. Reconozco la Plaza de la Concordia y los imponentes edificios de Gabriel, hoy blancos gracias a una iniciativa de André Malraux, quien dispuso limpiar el rostro de la Ciudad Luz.

     El hotel. Me identifico ante un empleado ceremonioso, de paltó levita como cualquier ministro nuestro en los festejos del 5 de julio o del 19 de abril. Apenas subo a mi habitación telefoneo al doctor Laureano Vallenilla Lanz.

–¿Es usted Oropeza? ¡Lo estaba esperando! –me dice. Y añade: –Dentro de media hora estaré allá. ¡Espéreme en el hall, para ganar tiempo!

     Bajo unos minutos más tarde. Apenas me he tomado el tiempo estrictamente necesario para reafeitarme, lavarme, ajustarme el nudo de la corbata y recoger el abrigo. Encuentro pocas personas en el amplio y silencioso vestíbulo cubierto por una sobria alfombra. Una dama vestida de la Courréges, falda corta y botines blancos, pasea a un perrito lanudo. No es atractiva la mujer. Su edad es indefinible y lleva en el rostro pintado el tedio. Más allá, arrellanados en cómodos sillones, dos caballeros obesos hablan en italiano. Compro cigarrillos y cuando estoy encendiendo uno aparece el doctor Vallenilla y me tiende la mano con efusión. No ha cambiado mucho desde que nos vimos una vez, hace bastante tiempo, en la isla de Margarita, presentados por el entonces gobernador Heraclio Narváez Alfonzo. El exministro viste traje azul y usa anteojos de montura clara de carey. En la solapa advierto que lleva el distintivo rojo de Gran Oficial de la Legión de Honor.

–¡Nos vamos, Oropeza! Estoy mal parado.

     Se refiere al coche deportivo que maneja., Es un “Mercedes Benz 190 S.L.!”, con tres o cuatro años de edad. Rápidamente subimos al auto. Atravesamos, velozmente, calles desconocidas para mí. Vallenilla es un buen conductor. Y un cicerone extraordinario.

–Ese es el Palacio del Elíseo –informa el exministro, señalando con el dedo un edificio de líneas elegantes, a cuyas puertas montan guardia, impasibles, dos soldados de gala.
–Perteneció a la Pompadour y a la Reina Hortensia. Luego se transformó en residencia presidencial. Allí vive el General De Gaulle. . .

     Seguimos. De nuevo aparece la Plaza de la Concordia y sus mil faroles que semejan dorados ramos de flores. La avenida de los Campos Elíseos, con sus tiendas y sus cafés llenos de luces, es subyugante. Más allá descubro el Arco de Triunfo, envuelto en una bruma tenue. Pienso en el Generalísimo Miranda. Cruzamos a la izquierda y surge el Bosque de Bolonia. Vallenilla acelera y explica:

–Estamos cerca de casa. Nuestro barrio es tranquilo, sin ruidos. Es ideal para caminar y meditar.

     Vallenilla me pide noticias de Heraclio Narváez Alfonzo, de Ciro Sánchez Pacheco, de José Domingo Colmenares Vivas, sus amigos de siempre. También de Nelson Luis Martínez, a quien conoció muy joven en Los Teques. Me informa que entonces Nelson Luis publicaba un periodiquito quincenal, en sociedad con un muchacho de apellido Morejón, con el objeto preciso de atacar al gobierno regional de turno. Su actitud enfurecía a Antonio Mujica, Fiscal del Ministerio Público, que los acusaba de comunistas. Refiero al exministro que José Domingo sufrió un duro golpe con el fallecimiento de su madre. Ahora ha reaccionado un poco.

     Sus Amigos íntimos lo llaman “El Samurai” desde la publicación de “Razones de Proscrito”. Reímos.

–Dígame sinceramente cómo fue recibido en Venezuela mi último libro –me exige Vallenilla.

–¡Fue un exitazo ¡–le respondo. Su publicación por entregas en “El Mundo” constituyó un verdadero acontecimiento periodístico. En esos días nadie hablaba de otra cosa. Usted debe sentirse satisfecho y orgulloso de la excepcional acogida que el público ha dado a ésa y a sus obras anteriores.

     Él se queda en silencio. Enciende un cigarrillo y me brinda otro.

Sí –expresa–. Ya me lo habían dicho, pero no quería creerlo, Le confieso que me emociona, me conmueve, que la opinión pública de mi país haya recibido tan generosamente a mi último libro.

Vallenilla Planchart aseguró que la obra de Pérez Jiménez fue superior a la de Antonio Guzmán Blanco.

Vallenilla Planchart aseguró que la obra de Pérez Jiménez fue superior a la de Antonio Guzmán Blanco.

     Nos detenemos en una calle estrecha. Detrás de una reja negra se halla la residencia de la familia Vallenilla, reducida a tres personas desde que casaron las sobrinas de doña Elena. Exteriormente, es una casa fea, gris, en medio de un jardincillo. Pertenece a una dama de sus relaciones que convino en arrendarla por un precio módico. Entramos y subimos a un cuarto de la buhardilla. Allí estudia y escribe mi entrevistado. Los estantes están repletos de libros sin empastar. Otros ocupan el suelo, por falta de espacio. Un pequeño escritorio y una máquina de escribir eléctrica. Sobre la alfombra, abierto, un diccionario de la Real Academia Española. Por las ventanas estrechas se asoman las hojas de dos imponentes castaños.

–En la primavera, esos árboles oscurecen la habitación –observa el autor de “Escrito de Memoria”–, pero me ofrecen un hermoso espectáculo. Además, se perecen a los higuerones que adornaban la plaza de Antímano, en mi adolescencia. Recuerdo sus enormes raíces que rompían el pavimento en busca de sol. . .

     Vallenilla está nostálgico. Sin duda, añora con fuerza a Caracas. Tengo temor a que el tiempo lo consuma hablándome solo de Caracas. Y resuelvo interrumpirlo. Para ello, conviene retornar al tema de “Razones de Proscrito”.

–Le decía yo, doctor, que su último libro ha tenido mucho éxito. . .

–Sí, y le reitero que me ha sorprendido la buena acogida de mis compatriotas.

     No esperaba tanto después de ocho años de ausencia. Además, me consideraba repudiado por unos y olvidado por los demás. Luego de un largo período de persecuciones y de sinsabores, reconozco que es grato recibir centenares de cartas de toda la República, de amigos y desconocidos, con palabras de aliento o solicitando la obra. Me había habituado a la desgracia y a leer calumnias e improperios.

     Interiormente, me alegro de haber conseguido llevar a Vallenilla al terreno que to quería. Al terreno de la política. Y lo animo diciéndole:

–Es que usted es un hombre polémico.

     Creo que he sido –responde– el más atacado de los venezolanos de todos los tiempos. Sospecho, sin embargo, que se inicia la reivindicación de los servidores de la difamada dictadura, quizás porque la gestión de nuestros detractores ha sido desastrosa, sin precedente histórico. El adeco de 1945 era un dechado de virtudes al lado del adeco de ahora. Nuestros sucesores –cuento desde enero de 1958– apenas han sido capaces de acentuar los aspectos negativos del régimen derrocado en aquellos días. No hubo, en cambio, en ningún momento, preocupación por superar los positivos.

     El exministro se ha lanzado a fondo al ataque. Habla pausadamente, pero con firmeza, con énfasis, con calor. Me mira largamente, mientras yo guardo silencio, y añade:

–El prestigio del quinquenio perezjimenista crece cada hora, sin necesidad de defensores.

     La obra cumplida escribe la apología del régimen. El Gobierno presidido por el General Marcos Pérez Jiménez fue el más importante, por sus resultados, que ha conocido la República desde 1830. Pérez Jiménez supera a Guzmán Blanco como realizador, como civilizador. No quiero llamarlo progresista –subraya Vallenilla y se sonríe– porque algunos comerciantes e industriales, que colaboran entusiasmados con la actual democracia han desacreditado el término. Progresista significa hoy traficante, aprovechador, monopolizador, farsante. Puede decirse que en los tiempos que corren la ignorancia y el cretinismo oficiales se han puesto al servicio de la codicia y de la falta de escrúpulos. Si determinados representantes de las fuerzas vivas no vuelven por los fueros de la discreción, nadie querrá, en un futuro próximo, que lo denominen industrial. Pasará como con el título de general, después de la Federación.

     Vallenilla sirve whisky y prosigue:

–Este trecho de historia venezolana se caracteriza por la preponderancia del sigüí, a quien Rómulo Gallegos bautizó Mujiquita en novela inmortal. Ese tipo humano forma parte del Ejecutivo, del Congreso, desempeña Embajadas, dirige empresas del Estado, nos representa en conferencias internacionales, escribe en la prensa y obtiene y concede premios literarios. Lógicamente, el resultado es triste, lamentable. El país no tardara en reaccionar contra los responsables de una situación que sienten profundo desdén por las jerarquías intelectuales. Personalmente, creo en la superioridad de la inteligencia y de la educación. Nadie puede fundar su orgullo en nacer andino u oriental, capitalino o descendiente de próceres. Me enorgullezco de mi padre porque solía decirme que cada generación debía formar al ancestro. Únicamente los hombres de talento son de sangre azul. Los demás pertenecen a la chusma, por la mediocridad y la incultura, así lleven apellido conocido.

     Una pausa. Alguien llama por teléfono a Vallenilla. Es Raymond Cartier, el famoso periodista, muy amigo de mi entrevistado. La conversación es breve. Cuando cuelga el teléfono, Vallenilla continúa:

El ministro de Relaciones Interiores de la dictadura perezjimenista, Laureano Vallenilla Planchart, y el director de la temible Seguridad Nacional, Pedro Estrada.

El ministro de Relaciones Interiores de la dictadura perezjimenista, Laureano Vallenilla Planchart, y el director de la temible Seguridad Nacional, Pedro Estrada.

–Hay que desplazar al sigüí para que la patria sobreviva. En verdad, ya el hombre ha hecho bastante daño. Nos transformó en una nación de empleados públicos, nos dividió, sembró rencores y sangre en lugar de caraotas y arroz, devaluó el bolívar y actualmente lucha con denuedo para que nuestro petróleo pierda mercados. ¡Es inaudito! Por cierto, un periodista francés, especializado en la materia, me dijo ayer que Arabia Saudita y otros productores del mundo árabe preparaban una manifestación de gratitud, un homenaje masivo, a los doctores Pérez Alfonzo y Pérez Guerrero, por sus patrióticos empeños en desmantelar la industria aceitera de Venezuela. Cuenta también que el Foreign Office está muy agradecido de la manega hábil y sútil como nuestra Cancillería defendió los intereses brit´panicos en el caso de la Guayana Esequiba. . .

Río y le pregunto:

–Desde aquí, doctor, sin pasión, ¿cómo ve usted el panorama político venezolano? ¿Cree que los adecos perderán las próximas elecciones?

–¡Claro que lo creo! El pueblo de Venezuela no votará para mantener los privilegios de cuatro o cinco familias de oligarcas que la opinión señala con el dedo, y el peculado y el caos administrativo y social. ¿Qué ventajas ha derivado el trabajador venezolano de la democracia adeca? ¿Es el señor Betancourt un héroe para la juventud? Créame, serán derrotados, porque la capacidad y la fuerza están del lado de la oposición. Cuenta con los hombres mejor preparados del país. Yo no tengo alma de profeta, amigo Oropeza, pero estoy de que el sistema imperante está condenado a muerte. Es imposible gobernar contra el voto unánime de la nación. Los venezolanos quieren paz, seguridad social y justicia, prosperidad y eficiencia administrativa. Urge extinguir los odios y recuperar con trabajo diez años perdidos en el estancamiento y la vociferación. La historia burocrática es un crimen de lesa patria. Trescientos mil burócratas se oponen al desarrollo cabal de la República, a nuestra redención, a liquidar, de una vez por todas, el atraso y la miseria. Se impone gobernar ara los más con el menor número. Un setenta por ciento del Presupuesto debe destinarse a cumplir obra redentora. Ojalá no sea demasiado tarde para enderezar entuertos. Nuestra riqueza petrolera, que permitiría hacer milagros, está siendo destruida por los incapaces y los demagogos. La mentalidad adeca está reñida con el progreso, con el éxito, con la felicidad, con la cultura. Entiende solamente de bahareque, de alpargatas rotas y de bollo de pan en el bolsillo de la chaqueta raída. Pretende condenarnos a ser siempre, mayoritariamente, como el hombrecillo que figura en sus tarjetas electorales; es decir, un pueblo de pobres diablos, sin esperanzas, apenas útil para garantizar el voto rural a la mediocridad ensoberbecida.

–¿Querrá el exministro que yo publique todo esto? Se lo pregunto. Y él contesta:

–Aunque nunca me han gustado las entrevistas para la prensa, porque lo que yo tengo que decir lo digo en mis libros, accedo a que usted anote mis declaraciones y las publique, pero con una condición-

–¿Cuál?

–La de que sean reproducidas sin enmiendas ni raspaduras, como advertía la boleta de los jesuitas, en los lejanos días de mi infancia.

–Se lo prometo, doctor. Haré con usted lo mismo que hice cuando entrevisté al General Pérez Jiménez en la Cárcel Modelo. A propósito, ¿leyó usted esa entrevista?
-Sí, Oropeza, y me gustó mucho. Fue un gran trabajo periodístico. El expresidente dijo la verdad. En mi concepto, no debe inquietarse. Ha sido juzgado favorablemente por sus contemporáneos, caso raro en la historia. En esas condiciones, poco importa la decisión de la Corte Suprema de Justicia. Tengo la seguridad de que mañana mi ilustre amigo paseará tranquilamente por las calles de Caracas, que él transformó en ciudad moderna, Betancourt no podría hacer lo mismo, ni siquiera hoy. Ese señor gobernó mal, pero se defendió bien. Quizás demasiado bien, porque el saldo de muertos y de lágrimas es impresionante. Me han referido que, a su salida para el extranjero, hubo en el país una sensación de alivio, inclusive entre los propios adecos.

     Pasamos a otro tema. Hablamos de los periódicos de Caracas.

–Están menos bien escritos que antes –opina Vallenilla–. A fines del siglo pasado y hasta buena parte del actual, los diarios contaban con colaboradores de primera clase, brillantes, eruditos. Atribuye la deficiencia del presente a fallas en la educación primaria y secundaria. Ahora no se estudia ni latín ni griego. Para escribir bien se requiere una formación clásica. Tenemos dos lenguas madres, el latín y el Castellano y lo olvidamos, con gravísimas consecuencias para el estilo y el buen gusto literario. Nuestros padres conocían a Tácito y a Tito Livio. Por ejemplo, pocas personas saben en Venezuela que el Mariscal Falcón era un excelente traductor de Horacio. En cuanto al Libertador, llevaba siempre consigo las obras completas de Virgilio. Por eso fue un gran escritor. ¿No cree usted que el señor Betancourt mejoraría literariamente, si frecuentara a Cicerón? Hoy, entre nosotros, abundan los egresados de la Universidad que cometen errores de ortografía y esto es doloroso.
Sobre el escritorio del exministro está un cuaderno de apuntes. Pregunto si se trata de notas para otro libro.

–Efectivamente en días pasados releía las copias de las cartas que en los últimos dos años he dirigido a un consecuente colega de Caracas. De pronto, surgió la idea de publicarlas en un volumen.

–¿Cuál será el título, doctor?

–No sé todavía. Quizás “Cartas a J.F. C.” Ya veremos

–¿Se trata de una obra combativa, polémica, como “Escrito de Memoria” y “Razones de Proscrito”?

     Vallenilla sonríe y guarda silencio. Agrego que los venezolanos nos hemos acostumbrado a apreciarlo como panfletista.

–Mañana escribirá usted una magnífica novela, sin la pimienta política habitual, y es probable que pase desapercibida –le comento.

–No lo dudo, Oropeza, pero recuerde que nunca he pretendido ser escritor. Lleno cuartillas para defenderme y distraerme. Carezco de las condiciones que caracterizan al hombre de letras. ¿Seré acaso un polemista? Quizás las circunstancias me han llevado a explotar ese género literario, transitoriamente. Sin embargo, reconozco que me gusta. Tácito porque era un panfletista como Paul-Louis Courier o Henri Rochefort. Pero no olvido, querido amigo, que el final de un panfletista es siempre triste, dramático. Trataré de retirarme a tiempo. . .

–Hábleme de su vida de exiliado, doctor.

-Al comienzo, como todos los desterrados, busca diariamente en los periódicos el cable que anunciara la caída de mis adversarios. En la etapa inicial, los proscritos somos como aquella loca de Saint-Agathe a quien se refiere Alan Fournier: a cada rato miraba del lado de la estación del ferrocarril para presenciar la llegada de su hijo muerto. Luego vinieron la calma y la preocupación por el estudio. Los años de aislamiento en Versalles me fueron muy provechosos, desde todo punto de vista. ¡La compañía de los autores clásicos es invalorable, Oropeza! Tanto, que casi agradezco a mis adversarios el haberme proporcionado la ocasión de mejorar mis conocimientos. Ahora paso horas y horas tecleando en la máquina. Para la redacción de mis libros cuento con la colaboración espontánea del gobierno de Venezuela, de los líderes y de los jerarcas. Sin fuera hombre vanidoso diría que esos señores se empeñaron en cometer errores y disparates para que yo los comente. Llevo aquí una vida disciplinada. Diariamente lucho por el triunfo de la verdad. No es difícil. Ella existe. Un filósofo, cuyo nombre olvidé, observó que solamente la mentira requería ser inventada. En esta materia, los adecos son consumados maestros Gastan millones en propaganda extranjera y mienten con el mayor descaro. Betancourt, por ejemplo, presentaba las obras de Pérez Jiménez como realizadas de su Gobierno. Tengo las pruebas.

     Vallenilla me sirve otro whisky y, fumando sin cesar, continúa:

–La reacción contra los servidores de la dictadura no me sorprendió. Los venezolanos son como los griegos de la Antigüedad, que detestaban a todos los gobiernos, principalmente a los buenos. Pero ya se nota un cambio. Supe que nuestro amigo Heraclio fue recibido triunfalmente en Margarita, hace poco. Es justicia. Nuestros procónsules fueron, en su mayoría, como los funcionarios y oficiales británicos de Kipling: letrados, correctos, trabajadores. Créame, Oropeza, deseo para mi patria un régimen en el que el Derecho sea más fuerte que la pasión. En 1958, los venezolanos cambiaron unas garantías por otras menos efectivas, menos útiles. Siguiendo el razonamiento de William James, debemos preguntarnos si la democracia representativa, como se practica en Venezuela, constituye un beneficio para el país. En caso afirmativo, es indispensable protegerla por todos los medios a nuestro alcance y considerarla verídica. La verdad está del lado del éxito.

–Deme una impresión de sus últimas lecturas venezolanas.

–Recibo pocos libros. He leído con placer los tomos de “Candideces”, de Luis Beltrán Guerrero, unas impresiones de viaje de César Lizardo y un magnífico y bien documentado trabajo de Armando Tamayo Suárez sobre la educación como factor de productividad. Leí también con provecho el “Bolívar” de Augusto Mijares.

     Son más de las dos de la madrugada. Me incorporo. Muy temprano debo tomar un avión para Madrid. El Exministro me conduce al hotel en su auto deportivo. Hace frío. A la derecha, corren tranquilas, serenas, las aguas del Sena, bajo el puente Alejandro III, iluminado, majestuoso.

–El aire es fresco, como el de una madrugada de enero en Caracas –suspira Vallenilla.
Los proscritos tienen sus razones, sus secretos, sus anhelos. . .

     El coche frena frente al Bristol. Nos despedimos. Mi entrevistado me toma por el brazo:

–Ruégole declarar de mi parte, amigo Oropeza, que poco a poco he renunciado a muchas cosas, entre ellas, al odio y a los propósitos revanchistas. Soy, pues, totalmente anti adeco.

     Y el coche se pierde veloz, en las calles habitadas por la bruma”.

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, 18 de junio de 1966

    El general prato revela cómo se escapó de la cárcel

    El general prato revela cómo se escapó de la cárcel

    La fuga del exgobernador del estado Zulia, exjefe del Estado Mayor y exministro de Educación en el régimen de Marcos Pérez Jiménez, Néstor Prato Chacón*, causó sensación en el país. Durante casi 5 años (1959-1964) fue un misterio el lugar donde residió el alto oficial. La revista Élite es la primera publicación del continente que descubre el refugio del General y obtiene de él la revelación del secreto de la espectacular evasión.

    Por Valentín Lara

    General Néstor Prato Chacón, importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue gobernador del estado Zulia, jefe del Estado Mayor y ministro de Educación.

    General Néstor Prato Chacón, importante figura del gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue gobernador del estado Zulia, jefe del Estado Mayor y ministro de Educación.

         “He llegado de vacaciones a Madrid cuando los demás regresan de las suyas. Y he ido por calles y cafés que vi al vuelo en otra oportunidad, cuando estuve en el vuelo inaugural de la línea aérea. Me gusta Madrid con su calle de Alcalá, la Gran Vía, la Puerta del Sol, la Carrera de San Jerónimo. También he visitado la Calle de la Ballesta, donde están las boites. Pero el otoño de Madrid me ha resfriado. He regresado al hotel y he solicitado un médico. Así he conocido al doctor Enrique B. “Tengo una numerosa clientela venezolana” –me ha dicho como para darme confianza –. Luego me dice que hay unos 6 mil venezolanos aquí, la mayoría exiliados políticos. Me pregunta si soy otro exiliado. Le digo que no. Y antes de que sigamos hablando ya se me ha ocurrido que me puede relacionar con algún personaje interesante. Le nombro a César y Curro Girón, a Maritza Caballero y Adilia Castillo. No s eme ocurre el nombre de ningún político. Él no los conoce. De repente dice “¿Sabe? Conozco a un militar interesantísimo. Es un desterrado a quien atiendo hace unos 3 años. Sé que llegó en situación precaria, hasta sin pasaporte. Es un perseguido, aquí se ha dedicado a trabajar y a estudiar. Soy, si puedo decirlo, su amigo. Todo le interesa”. Y sigue hablando sin darme su nombre. He tenido que interrumpirlo:

    –Doctor, pero dígame de una vez de qué joya venezolana está hablando.

    –Es el general Néstor Prato.

         Me sorprendo. La idea que tengo del general Prato es la de un oficial enemigo de hablar. Recuerdo 1959 en Venezuela. Primero en mayo llegando a Maracaibo, para presentarse ante la Asamblea Legislativa que lo había citado. Y la mitad de Maracaibo, con carteles contra él, vociferando. Entonces estuve entre los enviados especiales que acudieron a cubrir el juicio que la Asamblea Legislativa le tenía al ex-Gobernador del Zulia. Recuerdo que el general Prato, a quien el ejército lo había retirado del servicio para que cumpliera con esa cita, estuvo sereno sólo al comienzo. Los diputados de la Asamblea querían preguntarle por todas las cosas oscuras de Maracaibo de toda una década. Recuerdo que el presidente de esa Asamblea era el doctor Gabriel Quintero Luzardo y que los defensores del general Prato eran los doctores Luis Ovidio Quiroz y Augusto Esteban Agudo Freites. Lo recuerdo muy bien porque permanecí dos semanas asándome en la capital del Zulia y el primer día del interrogatorio oí los gritos contra Prato, mientras él, pálido, con 12 kilos menos, espera a que se cansaran para poder salir.

     

    El interrogatorio en Maracaibo

         Mientras el médico me preguntaba si me han operado de las amígdalas, yo he olvidado mi resfrío y estoy pesando en entrevistar a Prato: cómo huyó Prato al extranjero. Porque todas las preguntas que tenían los diputados zulianos, quedaron sin respuesta. Prato dijo al comienzo que no iba a poder contestar con precisión, porque no tenía documentos consigo, pero después se atuvo al precepto constitucional. Como sus abogados no podían sino asesorarlo, el general Prato, cuando habló, fue para protestar. Se sentía humillado. Las preguntas eran demasiado claras. Y a veces, ¿por qué no decirlo?, insultantes. El ambiente, aunque hacía 5 meses que Pérez Jiménez había huido del país, estaba muy lejos de la serenidad. Mientras Prato, aunque nervioso, trataba de guardar compostura, por los pasillos de la Asamblea Legislativa, donde se realizaban los actos, la viuda de Zuleta Muñoz, una de las últimas víctimas de la dictadura en el Zulia, se desmayaba.

         El médico, sin salir de su mundo, me pregunta si conozco al general Prato. Le digo que de vista y que me gustaría entrevistarlo. Cuando tuve la oportunidad de conversar con él en Maracaibo, me pareció decaído de verdad. Después mandó certificados médicos. Fue a unas citaciones y a otras no. Dijo que los dineros para el plebiscito no los había manejado él, sino el secretario de Gobierno, doctor Gastón Montiel Villasmil. Ni le cuento la historia al doctor, porque me imagino que me preguntará muchas otras cosas y la garganta me duele un poco. Pero estoy recordando a Prato, vestido de civil, con los brazos cruzados, frente a un micrófono y una hilera de diputados al otro lado de la mesa. Vuelvo a oír sus protestas, mientras sus interrogadores sacan informes tras informes. Son declaraciones de oficiales y civiles que aseguran que Prato los mandó a tomar presos y en los interrogatorios se les había querido obligar a que declararan que Quintero Luzardo, que era presidente de los interrogadores, les había dado dinero a los oficiales, unos 4 meses antes de que cayera Pérez Jiménez, para que éstos se alzaran. El mismo médico que certificaba la enfermedad de Prato se refirió a la muerte de Marcial Morales, otro preso político que murió estando preso. Y, si no recuerdo mal, en su intervención también estaba la opinión del doctor Paz Galarraga.

    El 2 de octubre de 1959, el general se fugó de la Cárcel Modelo de Maracaibo.

    El 2 de octubre de 1959, el general se fugó de la Cárcel Modelo de Maracaibo.

    La fuga del general Prato

         Cuando el médico se marcha, le hago prometer que hablará al general Prato, para que me reciba. Su historia tiene ciertas particularidades. Mientras todos los altos oficiales del régimen depuesto se iban lo más silenciosamente posible, el general Prato, que había sido gobernador del Zulia, jefe del Estado Mayor y hasta ministro de Educación, se había quedado en Caracas y sólo había intentado asilarse en la Embajada Argentina, cuando la Comisión permanente del Zulia lo citó a declarar en forma perentoria. De ese interrogatorio, como todos los venezolanos recuerdan, poco se sacó en limpio. El general retirado fue metido en la misma cárcel que había ayudado a construir en Maracaibo y permaneció allí casi cinco meses. Pero el 12 de octubre desapareció. Al lado de su celda estaba su excolaborador, el doctor Montiel Villasmil.

         A las 6 de la mañana, cuando le fue a llevar café con leche, como lo hacía todos los días, encontró la celda abierta. La Guardia Nacional, avisada inmediatamente, no pudo encontrar nada, sino una carta de un recluso que le pedía 20 bolívares prestados, una biografía de Cleopatra, una ley de presupuesto y una decena de revistas de crucigramas.

         ¿Cómo había huido Prato? Tal vez por el hueco de la rejilla de 3 milímetros de espesor que estaba abierta unos 50 centímetros. ¿Y los guardias qué hacían a esa hora? ¿Y quién lo había recogido? Venezuela entera se llenó de hipótesis entonces. Se dijo que Prato había salido vestido de militar y en un Cadillac negro, como en sus mejores tiempos. Se dijo que se había ido a Grano de Oro, donde lo esperaba una avioneta particular que lo había sacado hasta Maicao, el punto fronterizo de Colombia, en la frontera zuliana. Los funcionarios de la cárcel, como siempre sucede cuando huye un preso importante, fueron a ocupar la celda que había dejado el evadido. La fuga quedó siempre sin precisar. Se rumoró que Prato, gracias a la ascendencia que tenía sobre la gente del Zulia, se daba el lujo de salir de su celda 3 veces por semana. Eso es, indudablemente exagerado, porque hubiera aprovechado esa oportunidad para escaparse. Lo que cualquiera podía certificar era que tenía bastante libertad para recibir a sus familiares y abogados en la Cárcel de Maracaibo.

         Y ahora Prato está en Madrid. Se me ocurre una sola cosa: entrevistarlo. Ahora soy yo el que pregunto por algún perezjimenista. Pronto tropiezo con uno: “Supongo que se te puede saludar” – me ha dicho. Nos conocíamos. He levantado los hombros. Él ha dicho: “Si. El miedo es libre. Madrid está lleno de espías. Recientemente no más estuvo por aquí un antiguo jefe de la Seguridad Nacional. Contrató a otros para que lo tengan al tanto de las conspiraciones”. Es un perezjimenista como pocos. Todavía defiende al hombre ahora encerrado en San Juan de los Morros.

         Le pregunto por Prato. Le pido que me lleve a él. Me dice: “Si consigo convencerlo, te veré en el Valle de los Caídos”. Me extraña. Me explica: Tú lo conoces. Es el café Puerto Rico. Le decimos así porque antes lo llenaban los adecos y ahora lo llenan los perezjimenistas.

     

    ¿Cómo salió de Venezuela?

         Pasan un par de días. Recibo un telefonazo. Es la persona que me citó al café. Me anuncia que pasará recogiéndome a las 9 y 45. Es puntual. Lo acompaña Pedro Guzmán Parés. Vamos a la calle Viriato N° 54. Es un edificio y subimos hasta el cuarto piso. Espero unos minutos en un saloncito, Prato aparece, por fin.

         –Está en su casa, mi amigo –dice–. Mi médico me habló de usted. Nada decidí. ¿Usted cree que soy noticia?

         Está delgado el general retirado Néstor Prato Chacón. Viste un sweater negro y una camisa deportiva, pero sigue caminando marcialmente. Unas canas incipientes acentúan ese aspecto de seriedad y reserva que ya había observado en Maracaibo.

         Quiere ir al grano.

         Pienso en Grano de Oro. Le digo:

         –Quiero hablar de todo con Ud., pero, principalmente, de su salida del país. En Venezuela se dieron muchas versiones. Ud. podría darme la verdadera.

         Prato comienza negándose, y luego toma por las generalidades.

         –Me gustaría no hablar de eso. No es un buen recuerdo –mueve la cabeza, como convenciéndose, para comenzar algo más parecido a un monólogo que una entrevista:

         –Pero, bueno –agrega–. Si Ud. me lo permite, por su intermedio agradezco públicamente, por primera vez, a los generosos compatriotas que me ayudaron en esos días difíciles. Sin ellos, no sé hasta dónde habría llegado el escarnio. Ud. lo vio. Maracaibo estaba lleno de resentidos. Se me atacaba implacablemente. La verdad, no esperaba que se me presentase alguien a correr tantos riesgos por mí.

         –Se ha dicho que a Ud. lo sacaron de allí los militares –le digo.

         Parece no escucharme:

         –Así frustré el show que los adecos y los camaradas querían dar a mi costa. Yo era militar con largos años de servicio. Había ganado mis grados uno a uno y creía en la jerarquía y en la solidaridad del ejército. No tenía por qué salir corriendo. Eso no me ha gustado nunca. Mi administración del Zulia me había hecho acreedor al reconocimiento de la gente. Tengo testimonios recientes, sobre todo, ahora que no hay allí ni orden ni trabajo. El Zulia ha sido declarada en situación de emergencia.

         –No ha contestado mi pregunta, General.

         –Eso no es lo más importante para mí.

         Quiero decirle que mientras caía el régimen, no quise pasarme al nuevo orden. Me aparté voluntariamente. Nada temía. No me había enriquecido. Desde que comencé mi carrera militar, por vocación, no buscaba eso. Observé un modesto plan de vida; por eso pude levantar decorosamente a mi familia. Sólo quería educar a mis hijos y llegar a una situación de retiro gozando del respeto de compañeros y ciudadanos. Nunca fui golpista ni alenté propósitos subversivos. Siempre luché por el respeto a la jerarquía y la unidad entre las Fuerzas Armadas.

    Inmediatamente después de su fuga, el general Prato Chacón viajó a México y luego a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes.

    Inmediatamente después de su fuga, el general Prato Chacón viajó a México y luego a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes.

    Desencantado del Ejército

         –¿Puede decirme dónde se hallaba el 18 de octubre de 1945?

         Bien. Me hallaba en Fort Sill, Estados Unidos, siguiendo un curso. Comprendí que el atentado que se cometió ese día con la Institución Armada, sería fatal. Los agentes de la corrupción y el aniquilamiento de las Fuerzas Armadas, pusieron su primera piedra entonces. Y continúan la obra. Por esa actitud, es por la cual he sido perseguido.

         No comprendo bien: ¿Prato está culpando al Ejército?

         Prato continúa:

         –Vea: yo estaba frente al agrupamiento militar con sede en Maracaibo cuando descubrí los hilos de una conspiración que debía estallar en distintos sitios del país y culminar en Caracas con el asesinato del Presidente. El golpe era para el 12 de octubre y también iban a ser asesinados los ministros. Develada esa cionspiración, varios líderes como Paz Galarraga y Párraga Villamarín, fueron detenidos. Algunos fueron condenados, y otros absueltos. Pero esos señores, después del 23 de enero decidieron perseguirme por dos motivos: para vengarse y desacreditar a las Fuerzas Armadas en una persona de alta graduación. Yo supe todo eso en Caracas y no le di mayor importancia. Tenía fe en la rectitud de mis actuaciones y en la solidaridad de los compañeros, a quienes contribuí a elevar a la nueva Junta de Gobierno.

         Toma un poco de aliento y prosigue:

         – No se me ocurrió pensar, como tampoco lo pensaron otros oficiales que están hoy en el exilio, en que estábamos encumbrando a unos señores que sólo pensaban pescar en río revuelto. Tampoco nos dimos cuenta de su incapacidad. A quienes escogimos para Presidente, por su mayor graduación, puesto que no tenía otro título, el cargo de presidir la Junta le vino grande, y prefirió dedicarse a la canción popular. Pero eso no es raro que me abandonaran, olvidando todo sentido de camaradería. Fue en esas circunstancias en que viajé a Maracaibo por mi propia iniciativa, como antes había ido a la llamada Comisión de Investigación contra el Enriquecimiento Ilícito. Si, mi amigo, fui y pedí que abriesen la investigaciónn que desearan con respecto a mí. De nada deshonesto se me podía acusar. Los hechos posteriores han demostrado hasta qué punto fue conveniente mi actitud.

    Relato de la fuga

         –General– le digo, cuando hace una pausa– he anotado cuanto ha dicho, pero aun no me ha dicho cómo salió de Venezuela.

         –Diga Ud. más bien, mi fuga –recomienza en tono altivo. Después sigue hablando en un tono más bajo, más de acuerdo con su serenidad: – Ya vamos llegando a eso. Antes tengo que decirle que yo llegué a Maracaibo persuadido de que no se me había llamado para hacerme justicia sino para montar un show al estilo de los de Cuba después del triunfo de Fidel Castro. por eso preparé la salida de la cárcel y del país con modestos y leales amigos. Sabía que no podía recurrir a los personajes de importancia, que hasta hace poco se reunían conmigo. No quería recibir negativas ni despertar sospechas, pues muchos de ellos estaban vigilados. Cuando llegó el momento, me evadí. Y se acabó.

         Quedo un poco en las mismas. No dice por dónde se evadió:

         –¿Se fue por la puerta principal?

         –Usted sabe que no. Nadie iba a abrir las rejas para despistar. Si quiere que le de nombres, no voy a poder. Pero salí. Y no por Grano de Oro, como han dicho. Primero estuve en un alojamiento que tenía preparado a poca distancia de la cárcel. Después pasé unos días en los alrededores de Maracaibo, hasta que dispuse de una embarcación lo suficientemente veloz y resistente para lanzarme al exterior. Ni mi familia sabía una palabra de todo esto. La oportunidad de salir se me presentó el día de la llegada de Rómulo Betancourt a Maracaibo. Toda la gente y la policía estaba movilizada para protegerle. Pude atravesar calles y llegar al mismo muelle si ser reconocido. Y salí con destino a Colombia.

         –¿Y dónde tomó una avioneta?

         –Allí fleté una avioneta y continué hacia otros países donde oficiales amigos me tendieron la mano. Tras no pocas vicisitudes, eludiendo la persecución que ordenó contra mí el propio presidente Betancourt, llegué a España, que sigue siendo para nosotros la Madre Patria.

          –¡Nunca podré pagar la deuda de gratitud contraída con quienes me han brindado asilo y consideración! –dice después– Las autoridades venezolanas contra todo derecho y una saña increíble, me han negado hasta el pasaporte. En vez de resolver los graves problemas que han resicitado con su ineptitud, prefieren seguir cobrándose supuestos agravios, hostigando a sus adversarios en el exilio, cada día, con más espías.

     

    Otras opiniones sobre AD

         –Qué ha pensado a propósito de la extradición de Pérez Jiménez?

         –Pienso que es otra parte del mismo programa de venganzas. Betancourt y sus adláteres no pueden perdonarle la obra realizada en Venezuela. Los abruma. Nada pueden achacarle que ellos no hayan cometido en exceso. Los adecos se quedaron en otro tiempo. En los mítines de la última elección han tenido que hablar de los grillos del general Juan Vicente Gómez, de sus heroicidades de estudiantes –muchos no graduados– y de los versos de Andrés Eloy Blanco o de “Doña Bárbara”, que ellos han demostrado seguir llevando dentro. No cuentan los muertos del 45 al 48. Ni los miles de este último período. Siguen invocando a Ruiz Pineda y a Pinto Salinas y a Carnevali. Esa es una manera de ser heroicos mientras usufructúan el gobierno. No apuntan una idea nueva, de un nuevo orden, de una nueva técnica de administración. ¡Son tan viejos como el gomecismo! Irremediablemente, están atados a la época de Eustoquio Gómez. Oropeza Castillo y Montilla, que hicieron carrera criticando a Velasco y a Santos Matute, hacen lo que hacían aquéllos, que no se las echaban de demócratas. ¡Las nuevas generaciones quieren ser conducidas de un modo diferente! Lo lamentable, en cuanto a la extradición de Pérez Jiménez, es que no se ha puesto de manifiesto la solidaridad que muchos debían a su amigo y protector, no sólo para defenderlo a él sino para defenderse a sí mismos, pus muchos otros son tan responsables como él.

         No tengo tiempo de meter una frase:

         –¿Qué cree Ud. que pasará en Venezuela?

         –¡Caramba! –exclama–. Esa es una pregunta para una gitana. Sin embargo, si se analiza con cuidado lo que viene sucediendo en América, donde la lucha se está planteando entre el comunismo armado y las fuerzas armadas nacionalistas que en todos los países le hacen frente, – descartando los gobiernos complacientes e ineptos– no es difícil que en Venezuela se reproduzca la solución que tanto temen Betancourt y sus compañeros de viaje. Siempre hay gente dispuesta a no perecer sin combatir. Ante el hundimiento del país no habrá doctrina Betancourt que valga.

          –Me han dicho que Ud. estudia mucho en Madrid.

         –No vale la pena hablar de eso. Cada quien emplea su tiempo como mejor le parece. Yo he decidido no perder el mío. Europa es un buen campo para adquirir conocimientos y experiencia. Se aprende a ver las cosas desde otros ángulos, con un sentido más universal. Esto hace que muchos detalles, por parroquiales, se desdibujen. Todo el que pase una temporada en el Viejo Mundo, si no es adeco, puede regresar a su patria con una visión más amplia y cierta de sus problemas. Y lo que es más importante, en capacidad de aportar ideas para una solución, tanto en la esfera pública como en la privada.

         Trato de saber de su familia, que no he sentido en el apartamento. Él dice que no hay que mezclarla en sus problemas. Mientras hago unas fotos con una máquina de bolsillo, el general retirado dice:

         –No sé qué más decirle. Sólo me resta desear que los venezolanos tengamos la cordura necesaria para armonizar lo armonizable en bien de nuestra tierra. Todos debemos caber en ella y desterrar la violencia y los odios. Constituimos una nación muy rica y estamos perdiendo el tiempo en dirimir mezquinas cuestiones. No podemos darnos ese lujo. Nuestra patria es digna de un porvenir y antes que comunistas y militaristas debiéramos ser venezolanos y mirar por su grandeza.

         Le pregunto su opinión sobre la organización clandestina que tanta noticia ha hecho el último tiempo. Contesta:

         –Ya se la di. Soy enemigo de la violencia.

         Cuando nos despedimos, me dice que puedo volver cuando guste. Pero para un periodista pobre, es demasiado lujo pasar una larga temporada en Madrid”.

    *  Néstor Prato Chacón, importante figura del perejimenismo, fue arbitrariamente sometido a juicio por «peculado», por la asamblea legislativa del Estado Zulia, violando la Constitución Nacional vigente. Es enviado a prisión y, el 2 de octubre de 1959, se fuga de la Cárcel Modelo de Maracaibo. Viajó entonces rumbo a México, donde el presidente Adolfo López Mateos ordenó su salida a otro país, por lo que se trasladó a España. Diez años después retornó a Venezuela e intentó juicio para recuperar sus bienes. En 1971, publicó «Memorias de un Hombre, 1929-1971», donde narra su vida pública.  Falleció en Maracaibo, el 10 de mayo de 1983. Había nacido en San Antonio del Táchira, el 14 de marzo de 1907.

    FUENTES CONSULTADAS

    Élite. Caracas, 8 de febrero de 1964

      “El Mocho” Hernandez

      “El Mocho” Hernandez

      Sin avión ni automóvil hizo la más intensa y novedosa campaña electoral

      Por Ana Mercedes Pérez*

      José Manuel “El Mocho” Hernández realizó la primera campaña electoral moderna en el país.

      José Manuel “El Mocho” Hernández realizó la primera campaña electoral moderna en el país.

           “De Miguelacho a Misericordia, hundida en la pátina del tiempo, hay una pequeña casa con alero de tejas rojas y una sola ventana, que es símbolo de orgullosa pobreza entre tantas modernas construcciones. Por allí pasan hoy venezolanos indiferentes al palpitar de nuestra historia, tan ubicada en ese humilde refugio. Por allí desfiló ayer todo el boato heterogéneo de nuestra política de fin de siglo: lanceros, periodistas, caudillos, escritores y generales, a tributarle honores a uno de los personajes más populares que ha tenido este país: José Manuel Hernández, “El Mocho”.

           Hernández nació en Caracas en 1853, en la democrática parroquia de San Juan. Nació niño normal, es decir, con los cinco dedos completos de su mano derecha, que luego perdió en una revuelta contra Antonio Guzmán Blanco, jugándose a machete limpio la vida en el sitio denominado Los Lirios. Fue su bautizo político. Allí fue dado por muerto; recogiéndolo unos campesinos que lo curaron y lo escondieron. Cuando se despertó, notó que le faltaban el anular y el meñique y que sus otros dedos estaban anquilosados. Desde entonces su prestigio se regiría por el apodo de “El Mocho” Hernández.

           No aconteció así con su espíritu: libre, independiente, rebelde, demostrado en muchas peligrosas ocasiones. Venezuela entera vio pasar su figura de Quijote, líder y guerrero, o desempeñando el oficio de carpintero, herencia de sus padres, canarios que se vinieron a Venezuela a probar fortuna. Guayana era por entonces la suprema aventura de los ambiciosos. Allá va “El Mocho” a inaugurarse también de minero en el Yuruari, donde llega a desempeñar el delicado cargo de Correo del Oro. 

           Pero los tiempos eras zozobrantres de política. Aquellos oficios a campo limpio no constituyen sino la oportunidad para engarzar el engranaje de la conspiración que ya se prepara por losm acontecimientos patrios.

           ¿Quién será el valiente que habría de enfrentarse al continuismo ya proclamado por Andueza? En Guayana los hombres dialogan sobre leyes mientras explotan tierras y están dispuestos a abandonar la búsqueda del oro por armarse de un viejo fusil. José Manuel Hernández está en la efervescencia de la juventud. Tiene treinta y ocho años. Pinta de jefe, con su cuerpo flexible y su dialéctica, aprendida en sus largas lecturas nocturnas. Es un autodidacta. En sus manos de hombre fuerte se encomiendan los “voluntarios” que aspiran a derrotar las fuerzas del Gobierno guayanés. Escogen como campo de lucha la isla de Orocopiche, en el Orinoco, abierta a toda iniciativa. Y logran vencer las bien amunicionadas tropas anduecistas, ganando allí “El Mocho” el título de General.

           La Revolución Legalista ya está entrando a Caracas y su fama de patriota civilista llega a oídos de Crespo. “El Mocho” Hernández es llamado a la capital de la República para formar parte de la Asamblea Constituyente.

       

      El general diputado

           De Parlamentario, andando entre leyes, es cuando resplandecen mejor sus ideales. Acomete desde un principio la campaña de la honestidad política, atacando duramente al Peculado, en los “Juicios de Responsabilidad” que se instalan para acusar a ex- gobernantes y sus acólitos. Le salen enemigos, pidiendo manto de clemencia para Andueza, Villegas, Pulido y Sebastián Casañas. El Diputado-General no transige. Uno de sus colegas, del bando opuesto, pide la palabra para decir en lenguaje bíblico que “todos son culpables y que no hay allí hombres tan limpios como para lanzar la primera piedra”.

           Indognado “El Mocho” Hernández tiene suficiente entereza para contestarle: “pues yo sí puedon tirar la primera piedra porque me siento limpio”.

           Sus enemigos llegan a señalarlo en venganza: “hidra feroz de la oligarquía”. Pues José Manuel Hernández, dentro de su asombrosa popularidad, reprsenta a los godos reunidos en el Partido Liberal Nacionalista que comandaba el Doctor Alejandro Urbaneja.

       

      La campaña electoral

           Terminado el Congreso retorna a la Guayana a refrescar las amistades de su gloriosa campaña. De allí pasa a Estados Unidos. Va a presenciar el democrático ejercicio de las elecciones entrre William McKinley y el famoso orador Bryan. El general no pierde una sílaba ni un detalle. Los líderes hablan al pueblo en lenguaje sencillo y él aprenderá ese lenguaje patrio para desgranarlo entre los campesinos de los cuatro horizontes de su tierra. Ya no irá en actitud de guerrero sino de líder candidato a la presidencia de la República por su partido.

           A su regreso engrosará un quinteto con los otros candidatos que ya se perfilan: Ignacio Andrade, Juan Pablo Rojas Paul, Tosta García, Juan Francisco Castillo. “El Mocho” sin duda ganara –es lo que se decía– arrastrando con su imán de simpatía a todo el mundo. Lo han propuesto importantes personajes como Urbaneja, David Lobo, Miguel Páez Pumar, Cristóbal Soublette.

           Ha llegado pues el momento de iniciar lo que ha visto en la República del Norte, hombres que dominan a las masas por el don de la palabra. A lomo de caballo, por los caminos polvorientos de Venezuela, que están muy lejos de conocer el macadam, “El Mocho” inicia una manera nueva de ganarse la Presidencia de la República, contraria al rutinario golpe militar. De pueblo en pueblo va hablando de la autonomía de la provincia, del voto para los mayores de 18 años, de la libertad de navegación, de la liquidación de las Comandancias de Armas en los Estados, de implantar para siempre un régimen de respeto.

           Mientras tanto su partido le hace propaganda en 42 periódicos; 195 tenía el gobierno para Andrade.

           Su campaña electoral, iniciada sin un solo centavo, pero con una gran dosis de patriotismo, ha sido un éxito. No se habla de otra cosa como no sea de hacerlo presidente a través del voto democrático. A su regreso toda Caracas se vuelca hacia Caño Amarillo a tributarle admiración al prestigioso candidato. Lo llevan entre Bandas de Música a la placita de la Misericordia, donde será el mitin decisivo. Hasta Crespo asiste de incógnito para poder desmentir más tarde a sus Ministros que le dicen para adularlo que allí han ido apenas cuatro gatos. “Es mentira –replícales– porque yo también asistí”. Así lo consigna en una crónica nuestro historiador Ramón J. Velásquez.

      “El Mocho” Hernández (Caracas, 1844 - Nueva York, 1921) fue un caudillo, militar y político de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

      “El Mocho” Hernández (Caracas, 1844 – Nueva York, 1921) fue un caudillo, militar y político de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

      La burla elecctoral

           Llega el ansiado día de las elecciones. Desde la madrugada la placita de Candelaria está colmada de campesinos armados de ruana y machetes. ¿Por quién votarán? Se rumoraba que hasta allí los habían traído “mecateados” y mal entrenados por los jefes civiles en ocasiones habían gritado: “Viva el mocho Andrade”, en vez de: “Viva el general Andrade”. 

           La sorpresa no se hizo esperar. Andrade sacó inesperadamente 406.610 votos; “El Mocho” Hernández solo 2.203. La vena humorística popular comentaba que Andrade se quedó con las mesas, Rojas Paúl con las misas, Tosta García con las con las mozas, Arismendi Brito (candidato independiente) con las musas y “El Mocho” Hernández con las masas. El presidente del partido Nacionalista, visiblemente descontento, ordena en una circular a cada localidad que envíen los documentos de lo sucedido el día de las elecciones. Por su parte, Hernández protesta en un Manifiesto ante la Corte Federal, y aún más se atreve a ir hasta Santa Inés a enrostrarle a Crespo el fraude electoral. 

           Gran cantidad de nacionalistas fueron presos por conspiración. “El Mocho” tiene que esconderse en casa de una familia Sosa, contigua a su morada, desde donde saltara por el corral para ir a la guerra. Eso cuenta su sobrino, nuestro entrevistado, Antonio Hernández, mientras Don Vicente Lecuna, apasionado Mochista, lo sitúa disfrazado con anteojos oscuros y sombrero de copa, pasando entre los despreocupados guardianes que no logran conocerlo, por el zaguán de su casa de la Misericordia.

           Pero de una manera u otra, salvado siempre por los nacionalistas, “El Mocho” Hernández será esta vez polizón del tren de Caño Amarillo, después de haber sido su héroe. Oculto entre un cajón de piano, desde donde puede divisar a su enemigo Crespo, paseándose tranquilamente por Santa Inés, saldrá “El Mocho” para Carabobo, ayudado por sus innumerables amigos que lo animan a ir a la guerra a luchar por una administración más limpia, más honesta.

       

      El grito de Queipa

           Queipa era una hacienda pequeña situada en Carabobo, perteneciente al decidido “mochista”, Don Evaristo Lima. Desde el 2 de marzo de 1898, cuando “El Mocho” organiza allí su Cuartel General, tendrá un sitio en la historia de Venezuela. Lanzo por entonces su célebre Manifiesto contra Crespo, llamado popularmente el “grito de Queipa”, donde le increpa la burla de las elecciones: “El general Crespo”, con felonía sin igual en los anales cómicos de nuestras libertades públicas, después de signar cien veces el juramento no pedido de amparar el derecho de los pueblos, de acatar su voluntad soberana, consumó bajo las sombras de la noche del 31 de agosto, el más trascendental de los crímenes políticos. No es pues un presidente Constitucional el señor general Ignacio Andrade.

           Luego de dirige a la juventud y a sus inolvidables soldados de Guayana para que tomen el pabellón nacional y lo “claven en la cima del Capitolio”.

           La sorpresa en Caracas fue grande cuando se supo que Hernández estaba en Carabobo. Con 45 hombres se declara alzado, entre quienes se cuentan Don Evaristo Lima y sus cuatro hijos. A los pocos días ya suman 200. Venezuela entera es un hervidero de “mochistas” diseminados en diversos lugares. A diez leguas del sur de Tinaco se ha alzado el prestigioso jefe llanero general Luis Loreto Lima con 200 jinetes; en el Oriente el general Zoilo Vidal, “Caribe Vidal”, quien lo secunda. Sucesivamente se alzan Pedro Conde en Bejuma, Eustaquio Rodríguez en Sedeño; Antonio Quintero en Cerro Azul; Manuel Vicente Dorta, en Montalbán; Francisco Lucena, en Nirgua; Bernabé Mora, en Tucuragua; el general Leopoldo Ortega, Jesús María Guerra y muchos otros. Ya Hernández tiene por su parte 500 voluntarios. Van armados de viejos fusiles cubanos, parte del pertrecho está fabricado en casas de familia, pero la consigna es quitar las armas al enemigo en el primer encuentro.

       

      Muerte de Crespo

           Desde Caracas, Andrade ha enviado al general Joaquín Crespo a combatir a “El Mocho”. Viene con cuatro batallones a cargo de Wideman, Donato Rivero, Martín Muguerza y Miguel Hernández. Sumaban 2.500 hombres.

           Hacia Tinaquillo es el camino, abriendo brecha por la sierra de Tiramuto. Serán escaramuzas que van surgiendo al paso de los hatos, donde las tropas, vengan de donde vinieren, obtienen alimento y descanso. Las de Crespo están mejor amunicionadas, pero las de Hernández son más listas. Tienen la experiencia del peligro buscado.

           Varias son las batallas que se libran antes de llegar al Hato del Carmelero: la de Tinaquillo y Pañalito. En ambas, los soldados del Mucho se aprovisionan de buenos fusiles y cápsulas. Pero las campañas se hacen por deducciones. Las tropas de Crespo, que van en persecución de Hernández, pueden desviarse en un momento dado para mitigar su sed a orillas del río Tinaco y espías diseminados a lo largo de las serranías, se avisan mutuamente la táctica enemiga.

           En el hato del Carmelero el primero que escoge sitio para esperar al enemigo es “El Mocho” Hernández. Samuel Acosta a la derecha, a su izquierda Sedeño. Loreto Lima avanza con su caballería a la diestra de Hernández. Pronto se ve venir a Crespo con sus batallones y corre a avisarles a los demás, a sus compañeros de batalla, que ya han mudado de sitio, y han decidido agruparse a la sombra de la trinchera profunda de la mata del Carmelero.

           Decide Crespo avanzar con sus tres batallones, cada uno en tres líneas de tiradores. Fuego cruzado recibían de los nacionalistas, adiestrados por Loreto Lima. Después de una hora de continuo combate se hace un silencio temible. Crespo anda nervioso, mirando inquieto la profundidad del bosque y sobre todo aquella Mata, donde posiblemente se abrigan sus invisibles enemigos. De pronto concibe una idea audaz, que en táctica guerrera es como un suicidio: cruzar solo el misterio de la Mata para desbandar a los contrarios. Deja su mula de campaña para cambiarla por su caballo blanco, el de las grandes ocasiones. Y cuando ya se dispone a acometer su hazaña, una bala nacionalista le atraviesa la clavícula y lo hace caer al suelo.

           Los soldados de “El Mocho” no se dan inmediatamente cuenta de lo que ha pasado, solo observan que los de Crespo se baten en retirada. Hasta creen que se trata de una emboscada, cuando por el camino que han abandonado iban recogiendo fusiles y cápsulas del enemigo. Pero a medida que avanzaban se decía que había muerto un jefe de los Batallones del Gobierno, sin saberse quién era.

           Más tarde se supo que era Crespo y que Andrade había enviado para reemplazarlo a su ministro de guerra Antonio Fernández y al general Ramón Guerra con 4.000 hombres. (Guerra había sido uno de los hombres que le había prometido ayuda meses antes a “El Mocho”).

           “El Mocho” Hernández es hecho preso y enviado a La Rotunda

      “El Mocho” fue un eterno alzado.

      “El Mocho” fue un eterno alzado.

      Reveses de la política

           Desde su calabozo, “El Mocho” seguía con interés la marcha de la política. Ahora es Cipriano Castro marchando con los “sesenta” hacia Caracas. También como él en sus campañas va ganándose adictos a su paso, sólo que el Cabito va de regreso a tomarse la presidencia. A “El Mocho” le llegan noticias maravillosas como de que se le han unido gran número de nacionalistas: Luis Loreto Lima, Salvador Gordil, Jorge Samuel Acosta. Y hasta su celda de prisionero llegan felicitaciones por haber pactado Castro con los nacionalistas con quienes seguramente compartirá si es gobierno.

           Pero pronto la política falaz y acomodaticia muestra sus reveses. Después de la batalla de Tocuyito, Castro cambia de táctica. Ha conferenciado con Manuel Antonio Matos, representante de los “amarillos”, quien le ha hecho ver como un peligro el entregarse a los brazos de los “mochistas”.

           Y cuando la gente de “El Mocho” observa la traición, no siguen con él. Loreto Lima decide quedarse en su hacienda y Gordil en Turmero. El único que decide continuar la marcha es el general Samuel Acosta, para hacer cumplir a Castro su promesa de libertad a “El Mocho”.

           Castro entra a Caracas el día 2 de octubre de 1899 con 3.500 liberales amarillos. A su llegada quiere ganarse la simpatía y manda a decir pomposamente a los presos, en especial a “El Mocho”: “tened un poco de paciencia que yo mismo os pondré en libertad”.

      El eterno alzado

           De nuevo su humilde casita de la Misericordia será el escenario a donde concurren sus amigos y admiradores cuando sale de la prisión. Viejos nacionalistas y caudillos que han ido a la guerra por el triunfo de la justicia y que ahora aspiran a ver a su héroe encumbrado en el gobierno.

           A los pocos días, Castro nombra su gabinete: Juan Francisco Castillo, en Interiores; José Ignacio Pulido, en Guerra; Andueza Palacio, en Exteriores; Víctor Rodríguez, en Obras Públicas; Manuel Clemente Urbaneja, en Instrucción; Tello, en Hacienda y “El Mocho” Hernández, en Fomento.

           El partido no está contento. Se dividen en bandos: unos para decirle que no acepte esa miseria de ministerio, el más insignificante galardón de aquellos tiempos que ha podido dársele. Otros para que lo acepte, a fin de que Castro no tome fuerza. Pero “El Mocho” ya tiene trazado su camino. Otra vez la guerra. Lo importante era no dejar dormir a Castro tranquilo, significar el descontento en alguna forma. Cuando el presidente se encuentra en el Teatro Municipal, presenciando una función en su honor, recibe la noticia del alzamiento de su ministro de Fomento, en compañía de su “jefe del día” Samuel Acosta.

           Pero nadie vendrá a hacer preso al presidente en su palco ni, circundado por bayonetas, le impulsarán a la fuga. El que se va es el alzado, hacia la libertad, por el camino de El Valle, hacia los llanos, buscando el rumbo de los eternos rebeldes como el general Loreto Lima. Siempre lo seguirá un grupo de idealistas que sueñan con la justicia.

           Seis meses después caerá prisionero de las fuerzas del general Dávila.

           Cuando el bloqueo, en 1902, Castro lo pone de nuevo en libertad. Lo invita a deponer las armas en beneficio de la patria. Y “El Mocho” dará órdenes a sus tropas de que se retiren porque “no era natural en momentos de conflictos internacionales”.

           El presidente Castro lo envía a una misión en New York. Allí hace valiosas amistadas y sostiene con Castro una interesante correspondencia donde le dice: “Ojalá llegue pronto el día en que los magistrados de la República, convenciéndose de que son simples comisarios del pueblo, oigan la voz de los hombres honrados y dignos patriotas, manifestada en la opinión pública, y acatando la augusta majestad de la ley, encarrilen la nave política de la administración pública por bonancible vía”.

       

      Honestidad a prueba

           En 1908, cuando Juan Vicente Gómez llama a colaborar a viejos caudillos, uno de ellos es “El Mocho”. Entra a formar parte del Consejo de Gobierno con los generales José Ignacio Pulido, Gregorio Segundo Riera. Nicolás Rolando, Juan Pablo Peñaloza. Son los hombres que aparente mente aconsejan al presidente, por el sueldo inédito de Bs. 600.

           Pero ya Gómez piensa ganar adictos y voluntades con dinero. Empieza por repartir entre su Consejo acciones de la Compañía Cigarrera de Castro, que está muy lejos para protestar. “El Mocho” se indigna, rechaza la oferta. ¿Cómo se atreven a semejante desacato con él, que ha luchado toda su vida por implantar la honestidad?

           Vigilado por los espías gomecistas, tiene que salir a escondidas del país.

       

      Exilio y muerte

           Doce años pasa en el destierro. Su hijo, Nicolás Hernández, alto comerciante en Puerto Rico, lo sostendrá todo ese tiempo. Será el fiel testigo de sus recuerdos de la patria lejana, soñando siempre con “invasiones” para implantar en su país la democracia. La que soñó a través de su limpia campaña electoral de 1897.

           Su sobrino –alto empleado de la Petroquímica– lo visitó en diversas ocasiones, aclarándonos algunos hechos. Nos referimos a su último alzamiento, cuando pudiendo hacer preso a Castro, prefirió huir.

           El general Hernández, interrogado sobre el particular, le respondió que lo había hecho por “no ensangrentar a su amada Caracas, su tierra nativa”, en aquellos días terribles y convulsos con una muerte en cada esquina, que hicieron exclamar a Castro: “Ni cobro andinos, ni pago caraqueños”.

           “El Mocho” Hernández murió en New York el 25 de agosto 1921. En sus bolsillos no se encontró ni un dólar. Su hermano Antonio tuvo que enviar desde Venezuela el dinero para su entierro. El cementerio de Woodland recibió en su seno a uno de nuestros luchadores más puros. Han pasa do treinta y nueve años y aún los venezolanos, tenidos por demócratas, no se han acordado de hacer repatriar sus restos”.

      * Nativa de Puerto Cabello, estado Carabobo (1910-1994), Ana Mercedes Pérez fue una acuciosa periodista, diplomática y poeta, conocida también por su seudónimo Claribel. Su poesía estuvo caracterizada por ser muy femenina

      FUENTES CONSULTADAS

      Elite. Caracas, 27 de febrero de 1960

        Esto no debe olvidarse

        Esto no debe olvidarse

        Los métodos de tortura que aplicó Pedro Estrada durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez

        Por Juan Vené*

        Una de las torturas más terribles de la Seguridad Nacional era montar a los prisioneros sobre un ring por cinco días con sus noches, sin comer ni beber agua.

        Una de las torturas más terribles de la Seguridad Nacional era montar a los prisioneros sobre un ring por cinco días con sus noches, sin comer ni beber agua.

             “Martín Rangel y Luis Antonio Malavé Zerpa, por casualidad coterráneos de Tucupita, son dos de los cuatro estudiantes que el diez de octubre de 1949 fueron apresados y enviados a las Colonias Móviles de El Dorado; junto con diecinueve hombres más acusados de conspirar contra el Gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Los otros dos fueron Carlos Guerrero y J. J. Parra.

             Y es que, desde finales de 1948, hasta el veintitrés de enero de este año de la liberación, Rangel y Malavé Zerpa estuvieron paseando de cárcel en cárcel, en el exilio o escondidos.

             La historia de estos dos valientes de la oposición es contada por ellos señalando siempre que “no tiene importancia” e insistiendo en que solamente hemos puesto un “puntito de cuanto hizo Venezuela por bajar de sus sitios” al presidente de Michelena, al ministro del Interior con delirio de grandeza y al taciturno Pedro Estrada.

             Recuerdan ellos ahora cuando estuvieron montados sobre el ring de Seguridad Nacional por cinco días con sus noches, sin comer ni beber y sienten escalofrío aún al relatar el tiempo que permanecieron acostados en panelas de hielo y amarrados en un solo grupo de nudos en mecate, con manos y pies unidos.

        Cuatro años sin ver sol

             Para Martín Rangel, quien a los veinte años ya estudiaba segundo año de medicina en la Universidad Central, la lucha contra el gobierno de Pérez Jiménez fue preparada indirectamente por los cuatro mil hombres que se movían como autómatas bajo las órdenes de Pedro Estrada. Desde enero de 1949, cuando abandonó sus estudios al ser apresado por primera vez en Dabajuro, Estado Falcón, Rangel observó cómo los llamados “detectives” de Seguridad Nacional llevaron a las cárceles de todo el país a millares de víctimas que no trabajaban absolutamente en actividades de conspiración.

             –La última vez que me secuestraron –relata Martín– fue en julio de 1954. Dos hombres armados de pistolas empujaron sus armas contra mis costillares en la esquina del Cují y me golpearon para llevarme a la Seguridad Nacional, que aún estaba en El Paraíso. Después de torturarme en todas formas me enviaron a la cárcel del Obispo. Allí estuve hasta el veintitrés de enero en la madrugada, cuando la manifestación de miles de personas nos sacó de entre las rejas.

             Entonces Martín Rangel recuerda su trabajo de observación dentro de la cárcel. El mismo proceso de estudios y de conversaciones que había seguido en Guasina, en Sacupana, en todas las cárceles a donde fue conducido.

             –En el Obispo –observa el estudiante– conocí algo más de tres mil presos de los llamados “políticos”. Era la gente que la Brigada de Miguel Sanz enviaba a la sección “A” de ese penal. Habitualmente había unos cien o más hombres allí, muchos de los cuales eran expulsados, enviados a Guasina, a la cárcel Modelo, a la cárcel de Ciudad Bolívar o puestos en libertad. Yo llegué a ser muy pronto el más veterano del penal, por tiempo en prisión.
        Solamente unas doscientas trabajaban en realidad contra el régimen.

        Otra espantosa tortura consistía en acostar al prisionero sobre panelas de hielo y amarrarle manos y pies con un mecate.

        Otra espantosa tortura consistía en acostar al prisionero sobre panelas de hielo y amarrarle manos y pies con un mecate.

             Martín Rangel, aun conservando su barba negra, mantenida durante los cuarenta y tantos meses de aislamiento, acarició los cabellos de su cara y entonces sentenció a la Seguridad Nacional:

             –Pero el resto de dos mil ochocientos se convertía en enemigos del Gobierno al reunirse con los otros presos y comentar las injusticias, las arbitrariedades y las torturas del servicio de Pedro Estrada. Quienes teníamos convicciones, escuela y experiencia política señalábamos cada punto importante de la situación. Los libros que subrepticiamente y por la absoluta ignorancia de los policías podíamos penetrar en las celdas, eran una llama viva de ambiente revolucionario. A la larga, como fueron pocas las personas no lesionadas por la dureza y las injusticias, todo Venezuela conocía a fondo la inminente necesidad de despertar. El nuevo año trajo la resurrección de la bravura nacional.

             No cabe duda que las mismas observaciones de Martín Rangel, en cuanto a su vida de presidiario, la haría cualquier otro secuestrado de Seguridad Nacional. El preso inexperto, llevado a los calabozos porque vio o dijo algo, o, simplemente porque era “sospechoso”, se convertía fácil y rápidamente en un combativo venezolano, al lado de los torturados, los perseguidos y en general de todas las víctimas físicas o morales de la dictadura. 

             –Me he sorprendido –indicó Rangel– al salir del Obispo y descubrir dentro de la gente que trabajó abiertamente contra el Gobierno pasado en sus últimos meses, a muchos hombres que no eran políticos, que pudieron permanecer separados de la maquinaria  antiperezjimenista, pero que algunos meses o algunas semanas al calor de otros reclusos de Guasina, Bolívar, el mismo Obispo, o cualquier otro penal de Pedro Estrada, bastaron para instruirle sobre lo que son sus derechos y sobre lo que estaba ocurriendo entre las salas de torturas de la Seguridad Nacional en todo el país.

        Del ring y el hielo a manos de un médico

             La Escuela de Maestros del Miguel Antonio Caro recibió la primera visita de los hombres de Seguridad Nacional el quince de diciembre de 1948 y ese día debutó como preso político el estudiante normalista Luis Antonio Malavé Zerpa, quien entonces apenas contaba diecinueve años de edad. Desde aquellos días, dentro del edificio de la Avenida Sucre, hoy convertido en el Liceo Militar Gran Mariscal de Ayacucho, el movimiento contra lo que se perfilaba como una dictadura definitiva, estaba planteado y definido. Y Malavé Zerpa, con una consistencia que iba haciéndose más potente con cada prisión, trabajó al lado de los suyos, como voz principal entre el alumnado.

             Por eso cuando el veinticinco de agosto de 1949 caía preso por tercera vez, estaba decidido en Seguridad Nacional que iría a las Colonias Móviles de El Dorado. Pero como a los 100 días la protesta general hizo sacar del penal de Bolívar a los cuatro estudiantes, pronto estaba viajando hacia Costa Rica como exilado político.

        Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Seguridad Nacional fue una temible institución represiva que estuvo bajo las órdenes de Pedro Estrada.

        Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Seguridad Nacional fue una temible institución represiva que estuvo bajo las órdenes de Pedro Estrada.

             A su regreso al país con visa autorizada, el siete de diciembre de 1950, fue esperado en La Guaira y detenido a bordo del barco, por el célebre “mocho” Delgado y otros seis hombres de Seguridad Nacional. Relata entonces Malavé Zerpa el juego de los hombres de Pedro Estrada, dándole libertad por algunos días y prisión por semanas, en la desesperación por descubrir sus actividades.

             –El 25 de noviembre de 1951 –recuerda Malavé Zerpa– me torturaron, Esa noche fui apresado en Blandín, donde me había escondido. Al llegar a Seguridad Nacional recibí tal golpiza que casi perdí el conocimiento. Me preguntaban si conocía dónde estaban escondidas las bombas que preparábamos los maestros y alumnos de la Miguel Antonio Caro. En la madrugada me acostaron boca arriba sorbe panelas de hielo, con las manos esposadas a la espalda y completamente desnudo.

             Los torturadores estaban interesados en que el estudiante les informara el paradero del poeta José Rafael Muñoz.

        –Nunca lo revelé y ¡claro que lo conocía! . . . sí era el director de nuestro movimiento. “Cuatro horas permanecí sobre el hielo. Ya a la hora uno no siente mayor sufrimiento, porque el cuerpo se duerme. Lo malo estuvo en que me llevaron entonces al ring. Me hicieron montar a golpes y estaba sangrando mucho. Sobre el ring es, al contrario, uno soporta hasta dos horas, pero entonces el dolor en la planta de los pies es intenso y se doblan las rodillas. No valía la pena caer, porque ellos “revivían” entonces a uno a planazos.

             Malavé Zerpa estuvo sobre el ring dos días y dos noches y lo enviaron a la Cárcel Modelo, para ser visto por un médico, quien dijo que no tenía “nada grave”. El diez de enero de 1952 fue conducido nuevamente al salón de torturas y montado sobre el ring.

        –Todavía no me explico –expresa el estudiante– cómo soporté cinco días y cinco noches allí con los pies hinchados y el cuerpo destrozado. Pero hay otros que estuvieron hasta diez días. Es terrible porque no eran solamente los golpes, los planazos y el dolor en los pies, sino la falta de comida y agua. Recuerdo que el quince de enero, estando aún sobre el ring, vomité sangre y creo que ellos r2emieron que me muriera allí. Me llevaron a Blandín, donde me habían apresado y quedé en libertad. Pero otra vez caí preso a los tres días.

             Luis Antonio Malavé Zerpa es veterano de Guasina también, a donde más tarde, de allí pasó a Sacupana y, por último, a Ciudad Bolívar, de donde salí el día de la liberación.

        Tortura con bolsa de plástico.

        Tortura con bolsa de plástico.

        El cuerpo destrozado y el alma fortificada

             Martín Rangel, quien hace nueve años era un saludable muchacho, ahora apenas a los veintinueve años siente que la vista se le acaba y una úlcera, todo producto de las prisiones, atormenta su existencia. Malavé Zerpa teme sufrir de los pulmones, perdió sus dientes en una de las agresiones y sufre de crisis nerviosas. Pero los dos, aun cuando físicamente se sienten destrozados, enarbolan, como tantos otros que fueron víctimas del perezjimenismo y del tren de persecución de Pedro Estrada, el pabellón indomable de la lucha continua que ahora caminará sobre las normas que estos nueve años ayudaron a establecer dentro del pueblo.

        Rangel y Malavé Zerpa contaron sus historias a grandes rasgos sin minuciosidades, pero con la sustancia de la vida corriendo delante del chaleco protector de acero de Pedro Estrada. Insistieron en que solamente son un par de casos de los miles que hubo en el país. Y pidieron exponer que no fueron de los más torturados, puesto que no les falta ningún miembro, ni quedaron inútiles, ni perdieron la vida”.

        * Nacido en Caracas, en 1929, Juan Vené, cuyo nombre verdadero es José Rafael Machado Yánez, ha trabajado en todas las fuentes del periodismo y en todos los medios posibles, además de escribir y publicar más de 20 libros. Desde de 1960 se dedicó especialmente al beisbol de Grandes Ligas

        FUENTES CONSULTADAS

        Élite. Caracas, 1° de febrero de 1958

          Isla del Burro

          Isla del Burro

          Historia, geografía y leyenda de la isla en la cual 300 hombres acumulan más de 3 mil años con las penas a que han sido condenados. El único que ha podido escapar de esta prisión fue el hampón “Petróleo Crudo”, que lo hizo poco antes del derrocamiento del presidente Isaías Medina Angarita.

          Por Cirilo Montes Zúñiga

          La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia

          La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia.

               “La Isla del Burro tiene dos historias y dos etapas. La etapa en la que se convirtió en la “isla de la salvación”, frente al tirano Lope de Aguirre, hace ya más de 4 siglos; y la otra, la que va del tirano Juan Vicente Gómez al mandato del presidente Rómulo Betancourt, cuando la más grande isla del Lago de Valencia se convierte en Colonia para Homosexuales, primero; en Cárcel para hampones, después; luego en Correccional para Menores y, finalmente, en Campo para “condenados a penas de presidio y prisión” por delitos militares. Más de 300 hombres, entre civiles y militares, purgan sentencias en estos momentos en la referida isla (1966).

               Queremos advertir que, a lo largo de este reportaje, no nos interesa el acierto o desacierto de las penas impuestas a los que hoy sufren presidio en la Isla del Burro. Carrara dijo que el “delito político no es delito”; y la historia de los pueblos latinoamericanos demuestra que en una u otra forma todos, o casi todos los militares, en este o en pasados siglos, han conspirado contra los gobiernos legal o ilegalmente constituidos. 

               Y la Historia es Maestra cuyas enseñanzas caen inexorables sobre los que mandan hoy, y mañana pueden caer en desgracia y los que hoy están en desgracia y pueden mandar mañana. El refrán del abuelo, de que los hombres somos como las gallinas, sigue vigente.

               Precisa aclarar, como mandato de honestidad, que durante la dictadura del gereral Marcos Pérez Jiménez, la Isla del Burro fue clausurada como lugar de castigos; y que ni el tirano Gómez ni el general Eleazar López Contreras la usaron como presidio para reos políticos o condenados por delitos militares. El presidente Isaías Medina Angarita la utilizó para la reclusión de hampones sin esperanzas de redención, y fue durante su mandato cuando se produjo la hazaña de Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, el único hombre que a nado se haya fugado de la Isla del Burro, ubicada en el corazón del Lago de Valencia, o Laguna de Tacarigua, tal es el nombre que le daban los naturales der la región.

               La otra fuga de prisioneros de la Isla del Burro se produjo el 24 de diciembre de 1963; pero hay rumores insistentes de que los reos no lograron su evasión en calidad de grandes nadadores como lo hiciera el terrible “Petróleo Crudo”. Pero este detalle tampoco importa para el objetivo de este reportaje, siendo la justicia o la injusticia de los hombres lo que se ocupe de aclarar las circunstancias en que abandonaron la Isla del Burro los evadidos de la Noche Buena de 1963.

          Leyendas en torno a la isla

               Así como la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror. Aquella cuenta que para 1700, los nativos de la región cuando iban a emprender una caminata, tomaban antes agua de la isla del Burro, con la cual se aseguraban una infatigable resistencia para sus jornadas. Agrega la olvidada y casi desconocida leyenda que las mujeres nativas prolongaban su juventud bañándose en el Lago en noches de Luna Plena, pero permaneciendo de pie con el agua hasta la altura de los senos y las manos hacia el cielo, mientras un burro hacía oír su rebuzno de la media noche. Pereciera que, con aquel acto, se le diese al tiempo una orden de detenerse para que la mujer volviese a comenzar su vida.

               La leyenda del terror arranca en los tiempos de Juan Vicente Gómez y degenera en chismorroteo callejero. En la Isla del Burro, por la noche, se escuchan disparos de fusil, luego lamentos de prisioneros a quienes se está ejecutando. Los Viernes Santos, tristes y arrepentidos, ancianos caimanes salen del lago y ya en tierra se tienden panza arriba implorando perdones al cielo por los prisioneros que devoraron, al lanzarse al agua para recuperar su libertad. A estos “díceres y decires”, se mezcla la especie de que el gobierno actual ha depositado en las aguas del Lago de Valencia más de 100 caimanes con el objeto de que devoren a quienes intenten reconquistar su libertad. Pero esto, estamos seguros, no pasa de ser una truculencia de los enemigos del gobierno.

          Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, fue el único hombre que, a nado, se fugó de la Isla del Burro

          Cruz Crescencio Mejías, el incorregible “Petróleo Crudo”, fue el único hombre que, a nado, se fugó de la Isla del Burro.

          Las dos etapas históricas

               La auténtica realidad histórica es que la Isla del Burro fue refugio de salvación y tierra de esperanza. Frente a la isla, hundidas las botas en las aguas fangosas del Lago de Valencia, estático en la orilla, miedoso de seguir adelante, el tirano Lope de Aguirre tuvo que frenar sus instintos criminales, impotente para dar alcance a las naves en las cuales huían de sus garras las autoridades y la población de la recién fundada Ciudad de Valencia. El cargamento humano se refugió en la Isla del Burro y en otras islas, mientras el tirano saqueaba y sembraba la desolación en la ciudad valenciana.

               Escritores como Oviedo Zea, Baralt y Codazzi, consignan en sus obras este éxodo hacia la Isla del Burro. Apenas habían transcurrido –dicen– 6 años de su fundación, cuando la ciudad de Valencia fue invadida en 1561 por Lope de  Aguirre, tristemente célebre por sus inauditos crímenes, quien después de navegar once meses por el rio Amazonas descendió del Perú y tras haber cometido horrores de todo linaje en la Isla de Margarita, pasó a Borburata y luego a Valencia, cuyos habitantes abandonaron el poblado, refugiándose en las islas del lago de Tacarigua, especialmente en la Isla del Burro, sin dejar al tirano y sus hordas ninguna embarcación a la orilla del lago. Este hecho histórico que eleva a la Isla del Burro a la categoría de Isla de la Vida y la Libertad, está registrado en “Apuntes Estadísticos del Estado Carabobo, formados de orden del ilustre americano general Antonio Guzmán Blanco, presidente de la República”, edición oficial de 1875.

               La otra etapa de la Isla del Burro se inicia con Juan Vicente Gómez. Es la etapa del bochorno, la que por una jugada caprichosa le arranca a la Isla del Burro su sitial de gloria. Pero Gómez no la convierte en penal propiamente dicho, sino en Colonia, a la cual envía, en sus primeros años, a los hampones extremadamente peligrosos, ya que al final de su mandato no quedan ni ladrones, ni hampones, ni oposición política activa. El país se ha sumido en una calma que parece eterna, mientras la Isla del Burro, aparentemente, se ha quedado sin delincuentes. A la muerte de Juan Vicente, la isla es objeto de algunos trabajos y reparaciones. El nuevo gobierno intenta convertirla en un penal político, pero los amigos del Presidente lo convencen de que la medida podría resultar negativa.

          La fuga de Petróleo Crudo

               Al asumir el mando el general Isaías Medina Angarita, la Isla del Burro sigue con su status de Colonia para delincuentes Incorregibles. Es bajo este gobierno que se produce la sensacional fuga de Cruz Crescencio Mejías, alias “Petróleo Crudo”, posiblemente el más peligroso, incorregible e inteligente hampón que haya producido el bajo mundo venezolano. 

               La fuga de “Petróleo Crudo” fue recogida por los reporteros de aquellos años y llevada a los diarios con caracteres extraordinarios. Desde el presidente de la República hasta el peón del Aseo Urbano, leían y comentaban la hazaña del delincuente, quien aprovechó el impacto de su evasión para conmover a las autoridades y a la opinión pública con una promesa de redención, siempre y cuando las autoridades y la sociedad después de perdonarlo, le permitieran su antiguo puesto de ciudadano honesto en la colmena humana caraqueña.

               El llamado al perdón lanzado por “Petróleo Crudo”, causó efectos en el propio general Medina Angarita. El perdón fue concedido. “Petróleo Crudo” salió de su escondite para reincorporarse a la vida del ciudadano normal. Como despedida y epílogo a su vida, los reporteros agregaron nuevos detalles a la forma en que el ahora redimido hampón se había fugado de la Isla del Burro. Fue el acto de un hombre macho, sempiterno amigo de lo ajeno e irredento amante de la libertad. Una mañana dijo a los guardias que desearía tener alas para volar y retornar a Caracas. Un Sargento en tono burlón le dijo: “Mira, “Petróleo Crudo”, ni tienes alas ni puedes volar”. Apenas el Sargento pronunció la última palabra, el delincuente le saltó a la cabeza y de dos golpes lo dejó tendido. Dos guardias se abalanzaron, pero la fiera que “Petróleo Crudo” escondía asomó toda su ferocidad y malicia. Los desarmó y los golpeó hasta dejarlos inconscientes y se echó al agua. De la Isla del Burro pudo llegar a la Cabrera, luego a la otra isla que lleva el nombre de Pan de Azúcar. Finalmente, siempre nadando, “Petróleo Crudo” ganó tierra firme y se refugió en Caracas.

               Pero Cruz Crescencio Mejías, el que en un momento de íntima religiosidad o de fatal acto de simulación, clamó perdón para sus pecados, había muerto hacía muchos años. “Petróleo Crudo”, su encarnación aberrada, no pudo resistir las tentaciones de la vida fácil y peligrosa. Sin embargo, prevalido de la generosidad de las autoridades, consiguió un puesto en el Ministerio de Obras Públicas con 14 bolívares diarios, un gran sueldo para su escala en 1942; luego se enamoró locamente de una hermosa muchacha, con quien contrajo matrimonio, a cuya boda enviaron regalos distinguidas personalidades, incluyendo el propio presidente de la República. Seguidamente le nació un hijo y para colmo de alegrías, el hogar recibió un segundo varón. Y con toda su felicidad, Cruz Crescencio Mejías no pudo redimirse. Por las noches, al apagarse las luces, el antiguo “Petróleo Crudo” volvió a sus caminos de robo y de crímenes.

               Una noche acompañado de otros dos ladrones, “Petróleo Crudo” se introdujo en el establecimiento de Roberto Levy, llevándose varios fajos de billetes nacionales y extranjeros. Una hora después del robo se hizo presente en un baile de familia, en el cual permaneció hasta el amanecer. La coartada no podía ser más inteligente. Pero la policía, que ya había vuelto sobre sus rastros, vio la marca del fugitivo de la Isla del Burro en el delito cometido. Fue condenado a cuatro años de prisión el 13 de diciembre de 1944 por el Juez Segundo de primera Instancia, doctor Hugo Ardila Bustamante. El 1° de diciembre de 1945, a las 8 de la mañana, “Petróleo Crudo” cayó herido de 2 balazos que a quema ropa le hiciera con un revólver calibre 38 el guardia Manuel Cadenas Lobos, agente con chapa número 350, de servicio en la Cárcel Modelo.

               Antes de caer, “Petróleo Crudo” manoteó con sus largos brazos en el aire, como nadando, en un intento de coger a su matador. Murió recordando, posiblemente, su hazaña de la isla del Burro y que nadie ha repetido. La mañana de su muerte, como aquella mañana memorable de su fuga, “Petróleo Crudo” amaneció sediento de libertad. Manuel Cadenas Lobos le ordenó que entrase a la celda, pero antes que obedecer Petróleo Crudo se le fue encima, como una fiera. El guardia le hizo 4 disparos, 2 de los cuales lo condujeron a la Isla de la muerte, en el Lago de la Nada.

               Uno de los hijos de “Petróleo Crudo”, al parecer honesto trabajador, viajaba en días pasados hacia Valencia, para luego visitar por primera vez la Isla del Burro, a la cual está unido el nombre de su padre, y en donde actualmente cumplen penas largas unos 300 hombres entre civiles y militares.

          Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, la Isla del Burro se convirtió en un penal para los reos condenados por sublevación contra el gobierno nacional

          Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, la Isla del Burro se convirtió en un penal para los reos condenados por sublevación contra el gobierno nacional.

          Después de la muerte de Medina

               El presidente Medina Angarita fue derrocado 17 días después de la muerte de “Petróleo Crudo”. Bajo el mandato del general Medina, la Isla del Burro se convirtió, principalmente, en Colonia para homosexuales. En una época hubo más de 200 reclusos de esta especie de hombres, cuyas vidas transcurrían en un devenir de hechos muy pintorescos. Por ejemplo, los domingos, los homosexuales organizaban partidos de beisbol. Una de las novenas se llamaba “Las Nenas de Caracas” y la otra “Las Malucas Maracuchas”. Una dama que en aquellos tiempos visitó la Isla del Burro, atendiendo la invitación que le hiciera un cuñado suyo, que a la sazón era el director de la Colonia, nos cuenta que ella presenció uno de aquellos partidos de pelota, los cuales se realizaban después que las novenas contendoras, debidamente uniformadas, realizaban un desfile que iba presidido por la “Reina”, un homosexual que con una guirnalda de flores en la cabeza y debidamente maquillado, era llevado por 4 de sus  compañeros en una especie de litera.

               A la caída del general Medina, la Junta Revolucionaria de Gobierno, cedió la Isla del Burro para un Correccional de Menores, al parecer a cargo del Consejo Venezolano del Niño, establecimiento que luego fue abandonado por razones que no hemos podido aclarar. Bajo la dictadura de Pérez Jiménez, como ya hemos dicho, la Isla del Burro fue olvidada. No se la utilizó ni como Correccional, ni como Colonia ni como Prisión. Se sabe que estuvo vigilada por la Seguridad Nacional, y hay quienes aseguran que Pedro Estrada hacia preparativos para rehabilitarla y convertirla en una prisión para reos enemigos del régimen, cuando se produjo la caída de la dictadura. Durante el mandato de Pérez Jiménez se realizaron serios estudios en relación con la geografía, aspectos fluviales y geólogos del Lago de Valencia y de sus 22 islas, incluida la Isla del Burro.

           

          Conversión en penal militar

               Bajo el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, después de haber sido refaccionada, mediante trabajos realizados por el Ministerio de Obras Públicas, la Isla del Burro se convierte en Penal para los reos condenados por sublevación contra el Gobierno Nacional.

               El acuerdo que declara su apertura está publicado en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela, número 27.263, de fecha viernes 4 de octubre de 1963, y textualmente dice: “República de Venezuela, Ministerio de Justicia, Dirección de prisiones, Número 647, Caracas 4 de octubre de 1963, 154° y 105°. Resuelto: Por disposición del ciudadano Presidente de la República y de conformidad con los artículos 1° y 3° de la Ley de Régimen Penitenciario y 29, atribución 5° del Estatuto Orgánico de Ministerios, considerando que las instalaciones de la Isla de Tacarigua, luego de refaccionadas, disponen de capacidad y servicios para recluir en ella a los condenados a penas de presidio y prisión, se habilita dicho establecimiento a los efectos previstos en los artículos 12 y 14 del Código Penal y 408 del Código de Justicia Militar. Comuníquese y publíquese, el Ministro de Justicia, Ezequiel Monsalve Casado”.

               La resolución está errada, pues crea un penal en una Isla de Tacarigua que no existe ni ha existido nunca, que no mencionan ni los geógrafos de la Colonia ni los modernos. El geógrafo Agustín Codazzi –y todos los que en Venezuela se han ocupado de la geografía–, dice al iniciar su descripción de la región, lo siguiente: “El Lago de Valencia, llamado antiguamente por los indígenas Tacarigua, está a 432 metros sobre el nivel del mar y la parte más baja a 333”. Luego señalan las otras características del lago, mencionando sus 22 riachuelos y 22 islas, incluyendo la Isla del Burro, pero sin que aparezca entre las mismas una que se denomine Isla de Tacarigua. ¿De dónde sacó el gobierno esa llamada Isla de Tacarigua a que alude la resolución? Hay que corregir, en bien de la realidad geográfica e histórica, ese error. No hay tal Isla de Tacarigua, sino un Lago de Valencia que los indios llamaban Lago o Laguna de Tacarigua. La isla a que quiso referirse la resolución, es la propia Isla del Burro.

          la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror

          la Isla del Burro tiene dos etapas y dos historias, también tiene dos leyendas: la leyenda de los encantamientos y los romances y la leyenda del mal, de la política y del terror.

          Geografía de la isla

               La Isla del Burro es la más grande de las 22 islas que tiene el Lago de Valencia. Le siguen la de La Culebra, que tiene media legua de extensión; las de Caiquire y Otama, de una milla cada una; Chambergue, más pequeña que las anteriores, pero notable por su altura, pues forma un peñasco con dos cimas que se levantan 63 metros y medio sobre la superficie del agua. Menos de media milla tienen las islas de Brujita, Cura, Horno y Zorro; y algunos centenares de metros tiene Cabo Blanco, Vagre, Araguato, Pan de Azúcar, Frayle, Cucaracha, Hormiga y Cotúa y, por último, la peña que queda frente a La Cabrera. Mencionaremos, por su singularidad, la hermosa laja que se levanta sobre un fondo de granito, entre el Morro de Guacara y el Islote de Cabo Blanco, cerca de 2 varas sobre la superficie de agua, casi perpendicular, en forma de una gran masa cuadrada, perfectamente lisa y de un espesor de más de 2 pies, pudiendo considerársele como un Nilómetro natural, al cual sólo falta marcar los pies y pulgadas para que indique exactamente el aumento, o más bien la disminución anual del lago.

               Otros datos muy interesantes que encontramos en los archivos oficiales sobre el lago de Valencia y la Isla del Burro, son los siguientes: “Como el terreno que rodea al lago es sumamente plano y liso, resulta que la disminución de algunas pulgadas en el nivel del agua deja en seco un vasto trecho del suelo cubierto de limo fértil y de despojos orgánicos. A medida que el lago se retira, los labradores adelantan hacia el nuevo borde, y a la retirada progresiva de las aguas se deben las hermosas y ricas campiñas de San Joaquín, Guacara, los Guayos, Valencia, Güigüe, Magdaleno, Santa Cruz, Cagua y Maracay, plantadas de tabaco, caña dulce, café, cacao, algodón, maíz, plátanos y toda especie de verduras y frutas. La profundidad media es de 13 brazas y los sitios más profundos de 37 brazas”. El lector debe tener presente que los detalles que le hemos suministrado entrecomillas, corresponden a una realidad que vieron los geógrafos y que fueron compilados por Guzmán Blanco en 1875.

           

          Enfermedades de la isla

               Aun cuando el paisaje y ciertos elementos de la naturaleza brinden a la Isla del Burro todas las apariencias de un sitio normal y agradable, la verdad parece ser lo contrario. Se quejan los presos de sufrir de diarrea permanente, mientras por otro lado hay quejas de que una comezón desesperante ataca a los recluidos. Lo primero sería explicable por el agua, la cual parece que es llevada de Valencia, ya que la del lago no resultaría propicia para el consumo de bebida y ni para uso exterior del cuerpo humano en partes delicadas. Lo señores Boussault y Rivero, examinaron el agua del Lago de Valencia y encontraron que tenía Uno por Dos mil (1 x 2.000), de carbonato de sosa y de magnesia, de muriato de sosa y de sulfato y carbonato de cal. Este resultado de laboratorio dice la verdad sobre la calidad del agua.

               La picazón desesperante la atribuyeron los estudiosos del Lago de Valencia y de la isla del Burro, al polvillo que despiden los millones de caracoles al faltarles la humedad del agua y los cuales quedan expuestos a los abrasadores rayos solares, así que las tierras quedan sin agua. Para un conocimiento más directo de este problema, transcribimos lo que al respecto dice un geógrafo: “los terrenos de los contornos del Lago que han ido desocupando las aguas, están llenos de caracoles blancos, que casi no dejan ver otra especie de tierra que sus despojos, cuyo polvo pica tan fuertemente que hace el efecto de los pelitos de la picapica, y hay fundados motivos para opinar que no provenga de la concha de los caracoles, sino más bien del insecto que habita en dichas conchas, el cual, una vez que le falta la humedad del agua del Lago en el que ha vivido, debe morir y reducido a polvo imperceptible puede ser la causa de la gran picazón cuando las infinitas partículas llegan a la piel del hombre. Este polvillo, con el viento, llega hasta las islas, incluyendo la Isla del Diablo”.

           

          Cómo es la isla

               De Caracas a la orilla del Lago de Valencia, se toman en automóvil tres horas aproximadamente. Luego hay que tomar una chalana que mide unos 50 metros por 25. La nave se desliza por las aguas del lago y en unos 15 minutos pisamos tierra de la Isla del Burro. Aquí huele a tristeza. La libertad del hombre, aun cuando se la embalsame, se descompone y su olor penetrante e indescriptible cae al corazón y no al olfato. Aquí está el primer contingente armado: militares, marinos, hombres de la aviación y de la FAC, civiles en servicio, paracaidistas, etc., todos armados, los más con metralletas. Sigue una caminata de unos 1.200 metros, para luego los hombres visitantes entrar a un cuarto y a otro las mujeres. La requisa es una requisa de verdad. Seguidamente el encuentro con los detenidos.

               Los militares presos están en unas celdas y los civiles en unos galpones. El calor es sofocante, no obstante que la Isla del Burro es rica en vegetación. La vigilancia ha aumentad después de la fuga del grupo que se escapó la Noche Buena, entre quienes se encuentra el Mayor Manuel Azuaje Ortega y el Capitán de Fragata Pedro Medina Silva, este último cabecilla de la rebelión de Puerto Cabello, cuyo saldo trágico se eleva, según cálculos, a unos mil muertos. En realidad, la Isla del Burro, con toda su electrificación moderna, es un cautiverio triste.

               El costo de sus instalaciones llega a los 29 millones de bolívares y los hombres presos, condenados todos a penas que fluctúan entre 5 y 25 años, acumulan más de 3 mil años de “vida muerta”, pues los cautivos pasan de los 300, entre militares, universitarios, periodistas, parlamentarios y trabajadores.

               Las instalaciones de seguridad de la isla del Burro incluyen alambrado de púa, galpones con servicios sanitarios y a cada 50 metros hay garitas con dos militares armados de metralletas. En cada puesto de vigilancia hay 3 reflectores de alta potencia para iluminar una distancia de 100 metros. La mayor inversión que aquí se ha hecho es la instalación de foto-electrificación de las cercas que rodean el penal. Esta instalación es carísima y curiosa y consiste en unas campanitas colocadas a 10 metros de distancia la una de la otra. A las 5 de la tarde, tras los silbatos que ordenan que cada preso entre en su cárcel para no volver a salir, la corriente eléctrica del sistema entra en funcionamiento. Ello quiere decir que, si una persona se aproxima a las campanitas, el sistema de alarma comienza a funcionar y la cerca toda mantiene una corriente capaz de carbonizar y reducir a cenizas a todo ser viviente que la toque”.

          De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

          De Páez a Pérez Jiménez: Todos fueron adulados

          En 138 años de vida republicana, desde 1830 hasta 1958, se ha entablado un campeonato de frases laudatorias para los mandatarios. Desde Bolívar hasta pasar por Páez, Guzmán Blanco, Castro, Gómez y Pérez Jiménez, los más adulados.

               “La miel no le amarga a nadie. Frase vieja, pero real. Sobre todo, en Venezuela ha tenido su vigencia en todas las épocas desde Simón Bolívar, hasta pasar por José Antonio Páez, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Raimundo Andueza Palacio, Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, los más adulados. Cuando menos se pensaba los presidentes, tal vez con buenos propósitos, se inflaban como globos por el “abaniqueo”, como lo llamara alguien.

               Es un microbio que se mete por los oídos. En todas las épocas siempre ha estado presente en una u otra forma. Se ha rendido incienso de palabra a los Dictadores y Soberanos, pero también a los demás, a los democráticos. Vi besar la orla de un gabán a uno de estos últimos personajes. El corazón me dio un vuelco, adulación rastrera.

               Pero cuando ésta no existe los mismos gobernantes la fabrican. Uno de estos ministros democráticos le quitó el saludo a un amigo, sin decir por qué. Después lo supo: “porque no me has ido a ver”.

               La señora del general Falcón (muy adulado) dijo en una ocasión que Caracas era “una ciudad muy zalamera y adulante y que por lo tanto no vivía en ella”. Ha sido la primera dama más digna en nuestra historia. Despreciaba la vanidad.

               Creo que el escándalo de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) sobre el caso de la adulación de los periodistas venezolanos estuvo exagerado. Si ellos no hacen una sesión nadie se acuerda de lo que aquellos dijeron. Son frases de almanaque. Peores eran los costosos regalos que algunos intelectuales, o no intelectuales, hacían en Navidad para los de arriba. La casa de Marcos Pérez Jiménez, de Laureano Vallenilla Planchart, de Silvio Gutiérrez, etc., parecían quincallas. Dicen que había costosas vajillas hasta debajo de las camas. Ramos de flores encima de los techos. Arbolitos de Navidad multiplicados en los parques.

               La adulación tan, peligrosa se da en todos los órdenes. He visto caballeros entrecruzarse cestas de Navidad con champaña y bombones. ¡Qué horror! ¿Y dónde está la varonía de este país? Pues era de un simple empleado a un empresario para que le sostuviera el cargo. Se adula a los millonarios, a los directores, pero ¡claro! especialmente a los políticos.

          Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

          Bolívar fue el primer gran adulado: “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

          Simón Bolívar

               “El Padre de la Patria, el Semidios de América, el Sol del Perú, el Pacificador, el Genio, el Hombre-Sol, el Libertador”.

               El pueblo endiosa hoy lo que ha de condenar mañana. Y viceversa. Hasta Bolívar fue su víctima más distinguida. Se quejó de ingratitud hasta su muerte.

               Cuando se le dio el título de Libertador todo Caracas lo tuvo a sus pies. Senda de rosas, vítores, alabanzas. La gente no cabía en el Templo de San Francisco. Para entonces era un real templo, con su bella fachada, estilo renacimiento, hoy desaparecida.

          –Eres nuestro libertador. ¡Viva!

               Un año después se endiosaba al terrible Boves. Y como no era oportuno que se le llevara también a San Francisco, se prefirió la Catedral, templo con más tradición y más bombo. Los mismos de ayer gritaban: ¡Oh, Boves, eres nuestro Salvador! ¡Viva!

               Con nuestro Libertador parece haberse agotado el vocabulario de los bonitos epítetos. El los analizaba rechazando en tiempos de “guerra a muerte” el de Pacificador. Una vez en un pueblo de Colombia un orador no encontraba como elogiarlo y lo llamó con estas grandes palabras: ¡Santísima Trinidad!

          A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

          A Guzmán Blanco le adulaban llamándolo “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. Le decían: “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

          Antonio Guzmán Blanco

               “El Regenerador, el Caudillo, el Pacificador, el Ilustre Americano. . . etc., etc.”. Su progenitor, Antonio Leocadio, al verle llegar a la Presidencia le aduló, aplicándole aquella frase del padre Eterno: “He aquí a mi amado hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias”.

               Al inaugurar la línea telegráfica de Caracas a Petare, lo saludaron con estas inscripciones en forma de arcos: “Eres más grande que Napoleón Bonaparte, porque Napoleón fue vencido en Waterloo y tú no has sido vencido nunca”.

               “Eres superior a Moisés porque Moisés hizo manar agua de una roca y tú la has hecho brotar de todas partes”.

               “Tú obra es más excelsa que la de Jesús porque Jesús llamaba a los niños sólo para acariciarlos y tú los llamas para educarlos y alimentarlos”.

               Cuando inauguró el acueducto de Valencia, los arcos decían lo siguiente: “Habló Guzmán Blanco y las aguas cambiando su curso secular vinieron a calmar la sed de nuestros labios”.

               “Las aguas de Guataparo al llegar a Valencia murmuraron en su corriente el nombre de Guzmán Blanco”.

               “El rico, el pobre, el poderoso, el desvalido al llevar a sus labios la copa de la salud bendicen el nombre de Guzmán Blanco”. Ciertos periodistas que habían sido invitados al acto de inauguración exclamaron: “Y ahora ¿qué podemos decir nosotros? ¡Esta gente nos ganó!”

               De pronto le asqueaban las adulaciones y al recibir una de Mariano Aldrey, director de La Opinión Nacional, la tiró al suelo diciendo: “¡Hasta cuándo tantas adulancias, ¡qué tiene que hacer la América con nuestros títulos para que me llamen Ilustre Americano! ¿Regenerador, donde existe la regeneración? ¿Pacificador, qué vale eso cuando así llaman a Morillo?!”

               Los que supieron esto le hicieron la guerra a los de la “adoración perpetua”. “Viles adulantes” –los llamaban. Meses después ellos mismos entraban a formar parte del “desagravio nacional” a Guzmán, por el derrocamiento de las estatuas.

               Al empezar el año de 1887, Guzmán quiso pulsar la opinión de la prensa contraria. Aparecieron “El Yunque” y “El Fígaro”, periódicos combativos. Como empezaron a insultar de manera alarmante, Guzmán le decía al Gobernador de Carabobo: “No haga usted caso de esta prensa ni de sus escritores, ni de los que con ellos nos maldicen. Son momias de aquel odio antediluviano, fósiles del rencor de aquellos tiempos enterrados por los sangrientos triunfos de la guerra larga y sepultados con apoteosis tan gloriosa para la causa liberal como son la Regeneración, la Reivindicación, el último bienio y la Aclamación”.

               José María Vargas Vila, el escritor colombiano, fue uno de los que más le aduló. Llamó a su despotismo “el más fecundo de América”. Decía que oprimía, “pero no como una losa de sepulcro sino como un jinete oprime los lomos de un corcel indómito, al aire libre, el horizonte abierto, andando siempre, avanzando cada día y sorprendiendo con progreso el brillo de la aurora”. Y añadía esta loca frase: “impuso sobre la paz la tumba de la libertad e incapaz de romper el yugo de un pueblo se conformó con hacerlo de oro y rutilante gema”.

               Y como casi siempre pasa, con la adulación quebró la voluntad del Déspota. Cuando el poeta Rafael Arvelo estuvo caído sus amigos le instaban a rehabilitarse. E hizo una apuesta. Ya verían que con dos palabras bonitas “de adulación” él volvería a estar arriba. A los pocos días se presentó ante Guzmán a saludarlo. El Dictador lo miró despectivamente, como siempre. Y el poeta exclamó esta halagadora frase: “¡Hasta en lo malcriado se parece al Libertador!”.

               A los pocos días era Senador. La adulación, esa arma tan peligrosa, había dejado su huella.

          Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

          Cipriano Castro era “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc.

          Cipriano Castro

               “El Invicto. El Héroe Andino. El Restaurador de Venezuela. El Aclamado de los Pueblos. El paladín. El Glorioso Caudillo. El Caudillo del Sur. El Fundador de la Paz”, etc., etc., etc. El gran escritor Vicente Blanco Ibáñez dijo de él: “el aguilucho voló de los Andes y llegó al mar para hacer más heroica su tierra que ya era heroica de por sí”.

               El rebelde Rufino Blanco Fombona se rindió a sus pies. Cierta vez en que Castro se quejó de que el pantalón le quedaba estrecho, díjole Rufino: “¡Cómo puede usted caber en su pantalón si no cabe en la América!”. Salcedo Ochoa, uno de los panegiristas, escribió: “¿Quién es ese hombre que así ha vencido en su patria y en el exterior por la alteza de su carácter?, me decía un americano distinguido, el cual tenía una idea triste de la América del Sur. 

               Ese hombre, señor, es un esfuerzo de mi pueblo, ese hombre es el más modesto de mi patria siendo el más fuerte –. Pero entonces, yo estaba engañado con su país. Me habían dicho que Venezuela tuvo un gran hombre: Simón Bolívar y nadie más. – Si, le contesté, pero Cipriano castro es el heredero de Bolívar”.

               Pedro María Cárdenas escribió un telegrama: “Con Castro y por Castro todo resulta bien, pues él es el bien mismo. Con castro se puede ir hasta el Averno, porque con él hasta en el mismo antro fatídico soplan resplandores de gloria”. De Carnevali Monreal: “Bolívar ambicionó la corona y no la merecía. Castro la merece por mil títulos y no la codicia”.

               El Padre Borges le dijo en una carta: “sin la gran luz de su inteligencia irradiando en las alturas del Capitolio se obscurecen todos los horizontes de la patria. El sol no crece en la noche”.

               Su ministro de Relaciones Interiores, Zoilo Bello Rodríguez, adulaba a Doña Zoila Bello de Castro en estos términos: “somos tocayos por lo de Zoila y por lo de Bello”. (Luego un escritor venezolano descubrió que ella se llamaba Zoila Martínez).

               De Alberto Fombona Palacio: “Castro como Caudillo se impuso a los Generales; como Dictador se impuso a la República; como defensor de la honra nacional se impuso al mundo; como Restaurador de la Patria cautivó la voluntad de todas las clases sociales. Sus glorias más que de él, son glorias de Venezuela. EL OPUS MAGNUN va en su diestra formidable. ¡Bátanle palmas los pueblos agradecidos!”.

          Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

          Las lisonjas a Gómez eran proverbiales: “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Caudillo de Hierro, El Jefe Supremo…

           Juan Vicente Gómez

           

               “El Benemérito, El Rehabilitador, El Benefactor, El Pacificador, El Caudillo de Diciembre, El Gendarme Necesario, El Reconstructor de Venezuela, El Hombre Fuerte y Bueno, El Cóndor Andino, El Caudillo de Hierro, El héroe de 1908, El Cincinato de Venezuela, El Hábil Estadista, El Jefe Supremo, El Jefe de la orden del Busto del Libertador, etc., etc., etc.”.

               Grandes poetas le cantaron como el más insigne de los trovadores, Villaespesa: “porque si tú, Bolívar, nos distes las glorias de la fuera. Tú, Juan Vicente, nos distes las glorias de la paz”.

                El hombre fuerte le premió su clase con medio millón de bolívares, valía la pena. Nuestro gran poeta Arvelo Larriva glosando una expresión de Santos Chocano, le dijo una vez: “porque tú tienes de Cristo y de Mahoma”.

               Un célebre francés le escribió un artículo diciendo que las carreteras construidas por Gómez “eran las mejores del mundo”. Cuando se construyó el Acueducto del Guárico se le dijo esta frase en un discurso: “el pueblo está cerca de él y él es como Bolívar: una luz en el pueblo”.

               De El Nuevo Diario entresacamos esta frase en su loa: “hombre que se ha levantado con la aurora y baña su patria con el sudor de su frente”. De Sociales: “Actualmente se encuentra en el Hotel Alemania y le rinden homenaje más de doscientas personas que se queman ante él como el incienso. También se están quemando fuegos artificiales en su honor”.

               El general Gómez era ajeno a las adulaciones y cuando la Misión Francesa le vino a condecorar con la Legión de Honor, la recibió en el potrero de una de sus haciendas a las doce del día. Al irse le dijo el Dr. Itriago Chacín: “Pero General, ¿no cree usted que ha debido observarse un poquito más de protocolo?”. A lo que contestó el General Gómez: “lo hice expreso, para que no hubiera discursos”. De esas infinitas genuflexiones de la sociedad ante Gómez está llena la historia. No ha habido hombre más tenido ni más respetado. Un día pregunta a alguien la hora y ese otro le contesta: “¡las que usted diga, mi General!”

               Se le comparó a Bolívar y se elogió su paz: “Y mientras Juan Vicente viva, habrá paz en Venezuela a cualquier precio”. Hombre con suerte hasta merecer elogios de su hombría de muchos de los que vejó y torturó. Gómez fue el hombre que recibió más honores. Tiene un busto en Hamburgo por su “neutralidad” cuando la primera guerra europea, aunque esto no puede considerarse como adulancia.

               Gómez llegó al extremo de echarle bendiciones a los curas, antes de que los curas se las echaran a él. Cuando salía del Te Deum en Maracay repartía bendiciones a diestra y siniestra y nadie contestaba. Le gustaba que lo dejaran solo y le desagradaban las continuas genuflexiones. Una vez le dio un cargo a un conocido poeta y como éste siguiera detrás de él adulándolo, exclamó: –A este hay que quitarlo porque pasa más tiempo detrás de mí que en su cargo.

               Cuando algún caballero se presentaba en Las Delicias luciendo gabán nuevo murmuraba: ¡este es uno que anda buscando que lo nombren ministro! Y como siempre en El Nuevo Diario la frase tantas veces repetida de Gobierno en Gobierno: “los cambios que se han operado en Venezuela han sido tan extraordinarios que no tienen paralelo en nuestra historia”.

          Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

          Las exaltaciones a Pérez Jiménez eran repugnantes: “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General.

          Marcos Pérez Jiménez

           

               “El Dictador. El Estadista, El segundo Gómez. El Nacionalista Práctico. El Gran Presidente. El Arquitecto Sabio. El Gran Urbanizador. El Coronel del Pueblo. El General. El Nuevo Ideal”, etc., etc., etc.

               Se dice que imitaba a Gómez en muchas cosas, hasta en su preferencia de tomar agua del Castaño. Un día alguien le dijo que en todo se parecía al viejo General. El soberbio le contestó: –¡Si, pero yo soy Pérez Jiménez!

               La mayoría de sus aduladores fueron mediocres. No hay frases sonoras de talento, que queden sonando en los oídos por los fueros de la adulación. Creo que buena parte de los periodistas execrados y expulsados pudieran ser reemplazados por los que le adularon con regalos costosos y le decían a toda hora que “no había hombre más grande que él”. Son los Vallenilla, los Spinetti, los Silvio Gutiérrez, los Pinzón.

               Sin embargo, el húngaro Tarnoy le escribió el mamotreto de una biografía que le valió la administración del Hotel Jardín, en Maracay. El Dictador se ablandó.

               “El Coronel del pueblo siente la pulsación de los obreros y campesinos, su horizonte no se cierra dentro de los valles de Caracas. Pérez Jiménez sabe bien que las luces de neón que brillan en multicolor de mil maravillas sobre la capital nocturna, son solamente una decoración local. Su mirada vuela sin ondas de televisión sobre las aldeas tristes de la tierra venezolana, atraviesa los llanos, sube las montañas andinas, visita los ranchos de los pobres y quizás se encuentre alguna vez con San Agathon, que le preguntará: ¿has salvado hoy algún pobre enfermo más? Salva otro, Venezuela necesita hombres fuertes”.

               José Boada Alvins dijo en El Heraldo: “Durante los cinco años del régimen que preside el General Pérez Jiménez, la República ha vivido su época más fructífera, más venturosa. Contraponiendo a la anarquía del pasado la realización de una política administrativa, constructiva y bienhechora, el Gobierno del Nuevo Ideal Nacional ha traducido sus gestiones en un conjunto de obras de tal magnitud que como dilatada y repetidamente se ha conocido en todo el mundo, se le considera como la entidad estatal que más positivas y eficaces iniciativas ha desarrollado en beneficio de una nación”.

               Novellino y Juan Uslar Pietri lo compararon con Bolívar. Sus frases sin talento no quedaron resonando en el ambiente. Olivares Figueroa dijo: “Marcos Pérez Jiménez garantiza cuanto representa un verdadero avance, porque las iniciativas para madurar exigen comprensión y un medio propicio”. Manuel García Hernández escribió sobre las inauguraciones: “cuando las tijeras cortan las cintas para inaugurar las obras, es que se sabe de su existencia real. Desde luego que no es esto común en el mundo y menos en el suramericano e imposible en los países encuadrados en el trópico, pues aprovechan algunos gobernantes cualquier colocación de ladrillos, cualquier detalle de una construcción para exaltar sus nombres y sus jerarquías a cumbres a las cuales no pudieron llegar ni sus mismos héroes nacionales. Eso es vivir en un estado de simple mediocridad de la cual huye el presidente de la República”.

               De Humberto Spinetti: “Quienes consideran que Pérez Jiménez debe continuar dirigiendo los destinos de Venezuela entienden qué significan las autopistas, las carreteras, los edificios, la canalización de ríos y lagos. Es por eso por lo que millones de venezolanos, desde el hombre de ciencia y el hombre que cumple merecedora labor con el tractor, quieren que Pérez Jiménez continúe siendo el presidente de los venezolanos”.

               Santiago Hernández Yépez dijo que “Pérez Jiménez es un jefe de Estado ejemplar”. Cova García añade que “la disciplina, el orden, el respeto, la consideración, el mérito han logrado su puesto en esta nueva Venezuela que ha surgido al compás del tambor de la Semana de la Patria”.

               Vitelio Reyes lo llamó “el gran varón” y le dedicó dos días antes de caer el Gobierno su Biografía sobre Páez. Críspulo González Puccini habla de “la preciosa doctrina del régimen: el nuevo, Ideal Nacional. Realidad solemne en la transformación del medio físico. Dentro de esos principios actúa Pérez Jiménez”.

               Y así, tanto “El Heraldo” como “La Calle” traían cada día el elogio para sus obras públicas. Miguel Ángel García lo llamó “el hombre insustituible”. Pero para Pérez Jiménez, el hombre ansioso de oro, aquellas frases no decían mucho. Podría asegurarse que despreciaba a los intelectuales. Al principio quiso atraérselos, después los olvidó. Para él valía más una acción en una poderosa compañía o portentosos cheques de dólares que la repulida frase de un escritor. Ordenaba, eso sí, grandes ediciones informativas de su obra. A Amelita Góngora se le pagó “Trescientos mil bolívares, viajes a Europa, a cien dólares diarios con pasajes, por hacer unas pesadas y voluminosas ediciones de puras fotografías de paisajes venezolanos. ¿Es Amelita una intelectual? No, sencillamente era una cara bonita”.

               El intelectual con toda su vida de sacrificios y su talento no estaba en el programa del dictador Pérez Jiménez. Por eso algunos de sus más constantes panegiristas, como García Hernández, quedó pobre. Mientras la AVP lo execraba, el hilvanador de grandes adjetivos no tenía qué comer. Nadie lo creyó. Alguien dijo: ¿por qué venderse tan barato? He aquí el problema y el peligro de la adulancia. No hay que venderse tampoco por altos precios, porque los que aparentemente no adulaban tenían todos los contratos y todas las prebendas.

               Pero las adulaciones de los señores ministros y los “intermediarios” de jugosos negocios se contaban como arena. Se adulaba con hermosos y costosísimos regalos. A la señora de Pérez Jiménez se le envió en esta última Navidad un arbolito diminuto que costaba medio millón de bolívares. –No es posible, podría argüir alguien. –Pero sí lo es. El tal arbolito: no mayor de medio metro, estaba dotado de especialísimas bombillas y adornos. Cada uno era una cara gema: un brillante, una perla, una aguamarina, una esmeralda, un rubí. La boca se hacía agua. Pues bien, era el árbol de la adulación para la señora del hombre poderoso y uno de los tantos regalos que le enviaba el gabinete”.

          FUENTES CONSULTADAS

          Elite. Caracas, 29 de marzo de 1958

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