El reloj de la catedral de Caracas

El reloj de la catedral de Caracas

En 1944, casi todos los habitantes de Caracas escuchaban diariamente la voz sonora del reloj de la Santa Iglesia Catedral, pero son muy contados los que han oído palpitar su corazón. Es el mismo caso del amigo que vemos y con el cual hablamos a menudo y cuya intimidad, sin embargo, desconocemos. Este reportaje fue escrito desde las entrañas de la torre guiados por uno de los mejores relojeros de Caracas, encargado desde 1937 de velar por el buen funcionamiento de los relojes públicos.

El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732.

El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732.

     “Nosotros hemos oído y hemos visto de cerca el corazón metálico del viejo reloj. Tiene el sonido seco de la gota de agua que horada la piedra: tac. . . tac. . . tac. . . Son los pases del tiempo avanzando implacable y silencioso de una eternidad a otra eternidad, por encima de los hombres y de las cosas.

     Encerrado en una gran caja de madera barnizada, suspendido a unos treinta metros dentro de la vetusta torre, sobre un polvoriento entarimado, se mueve incesantemente desde hace 56 años [1888], dando vida a las agujas y a las campanas que anuncian a los caraqueños la marcha de las horas.

     Ascender hasta el corazón del reloj catedralicio es una “excursión” por demás interesante. A nosotros nos sirvió de guía un hombre familiarizado con la vida íntima del viejo reloj. Un hombre que lo admira y lo cuida con cariño. Este es Simeón Pérez Yanes, uno de los mejores relojeros de Caracas, encargado desde 1937 de velar por el buen funcionamiento de los relojes públicos. Se entra en la torre por una pequeña puerta. Una rampa de madera y ladrillo se eleva en torno a una enorme mole maciza de ladrillo y argamasa, cuya altura aproximada es de treinta metros. Estamos en todo el centro de la Caracas bullanguera y, sin embargo, al subir por aquel oscuro túnel en espiral construido hace cientos de años, creemos hallarnos alejados de todo ser viviente, y por extraña sensación nos parece que en vez de subir bajamos a las entrañas de la tierra. Las angostas ventanillas que se abren en los gruesos muros de la torre, nos vuelven a la realidad al mirar a través de ellos retazos del abigarrado tráfico urbano y las verdes copas de los árboles de la Plaza Bolívar.

     Pérez Yanes se detiene repentinamente y nos muestra a la luz de una ventanilla varios pequeños agujeros en la robusta mole central.

–Son tiros –nos dice. –Aquí se hicieron fuertes unos piratas ingleses que saquearon a Caracas allá por el 1500 y pico.

     Pero dudamos de la exactitud del dato. Cierto que cuando la Catedral no había sido elevada a tal categoría y era todavía la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, unos corsarios ingleses se atrincheraron en ella. Esto sucedía en la última década el siglo XVI. Se cuenta también que cuando la guerra de los “Azules”, algunas fuerzas se encerraron en la torre y desde allí disparaban. ¿Cuál, pues, fue el origen de aquellos pequeños agujeros? ¿Habrán sido abiertos por los arcabuces de S. M. el Rey de España o por los viejos fusiles de los soldados de una de nuestras tantas guerras civiles?

     A medida que vamos ascendiendo nos asaltan multitud de recuerdos históricos relativos a la S. I. Metropolitana de Caracas que en sus 300 años de ida ha sido sacudida por cuatro terremotos. La Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol fue elevada a la categoría catedralicia en 1637. Apenas terminada de reconstruir en 1641, un terremoto la destruyó casi por completo. Refiérese que, al producirse el sismo, el Obispo Tovar, quien se encontraba en su habitación, pudo escapar a través de una grieta, entró en la Catedral y fuese hasta el Sagrario, lo abrió y tomó en sus manos a la Divina Majestad y salió a la calle pidiendo misericordia. Cuentan las crónicas que una anciana llamada María Pérez (dueña de los terrenos situados al Este de Caracas que han conservado su nombre en la contracción “Maripérez”), mujer rica y muy religiosa se hallaba en la Iglesia al ocurrir el terremoto y al ver al Obispo Tovar sacar el Santísimo Sacramento lo acompañó por las calles con una vela encendida.

El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl.

El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl.

     En 1665 se comenzó la construcción de una nueva iglesia y en 1674 otro terremoto le causó daños de consideración. Ampliada en 1709, vuelve a ser conmovida por un sismo en 1766. Reparada una vez más llegó el año 1812 en el cual se produjo el histórico terremoto que los curas realistas trataron de aprovechar políticamente atribuyéndolo a un castigo de Dios por la declaración de la Independencia, provocando la célebre respuesta de Bolívar: “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. El terremoto del año 12 causó tales estragos en la Catedral que hubo necesidad de hacerla de nuevo en su mayor parte. Después de esa última reconstrucción su fachada se ha conservado hasta la fecha actual sin grandes alteraciones.

     La Iglesia Catedral de Caracas carece por completo de valor arquitectónico. Y en nuestro concepto no valdría la pena conservarla. Ya en 1762 se la consideraba inapropiada para su categoría. Y en 1804, Francisco Depons se expresaba de esta guisa: “Causa asombro no hallar en una ciudad tan popular como Caracas y donde se venera tanto la religión cristiana, una Catedral que corresponda en realidad a la importancia del Arzobispado y de la ciudad misma”, añadiendo que la arquitectura y la construcción no tenía nada de majestuosa ni imponente. Después de las reparaciones que en su interior hizo el arzobispo Silvestre Guevara y Lira, en el año 1868, últimamente hicieronse en ella trabajos con el objeto de mejorar la construcción. Pero se ha seguido pensando en levantar una nueva y moderna catedral

Los relojes de la Catedral

     Ya estamos al fin de la rampa que trepa hasta un poco más arriba de la mitad de la torre. Ahora hay que subir por unas estrechas escaleras. Pasamos junto a las grandes campanas que llaman a misa y repican alegremente en las festividades religiosas. También doblan a muertos. Otra escalerilla más; Pérez Yanes levanta una tapa de madera encima de nuestras cabezas. Ascendemos a través del negro boquete. En la oscuridad llega hasta nosotros el seco palpitar del viejo reloj tac. . . tac. . . tac. . .

     El primer reloj que tuvo la Catedral fue colocado en 1732. Lo trajo de España el Obispo José Félix Valverde al venir a encargarse de la diócesis. Por esa fecha se creó la plaza de relojero con un sueldo de 50 pesos anuales y se nombró para desempeñarla a Juan Sánchez, clérigo tonsurado. Inutilizado este reloj, en 1778 se instaló el que debía marcar las horas históricas del nacimiento del Libertador, la Revolución de Abril y la declaración de Independencia.

     En 1856 el reloj que vio nacer la República fue sustituido por otro cuyo costo fue de 3.000 pesos. Este es el que actualmente se halla en la Iglesia de San José.

     El reloj cuyos secos latidos estamos oyendo ahora fue colocado en la torre en el año de 1889 durante la Administración de Juan Pablo Rojas Paúl. Lo construyó en Londres un famoso relojero español, J. R. Lossada, por encargo de Antonio Guzmán Blanco, a la sazón ministro de Venezuela en París, quien en su último gobierno había pensado en adquirir en Europa un buen reloj para la Iglesia Metropolitana de Caracas. Lossada fue también el constructor del actual reloj de la Abadía de Westminster. El precio de la obra se ajustó en 1.881 libras esterlinas. En setiembre de 1888 comenzó los trabajos el operario James Gossling, bajo la dirección de Lossada y en diciembre del mismo año el reloj estaba listo. Su peso es de 7.217 kilos. Tiene 11 magníficas campanas y un cilindro que adaptado a un mecanismo especial deja oír los acordes del Himno Nacional. Según parece, este cilindro funcionó hasta los años 1902 y 3.

     Da lástima que, por abandono de los anteriores Gobiernos, el mecanismo que hacía funcionar el cilindro no se hubiera reparado a tiempo. En la actualidad tiene varias piezas rotas y está cubierto de orín, pero es posible arreglarlo. Hay otro cilindro para siete piezas musicales religiosas cuyos nombres que aparecen grabados en una placa de cobre adherida a una de las paredes de la caja que encierra la maquinaria del reloj, son las siguientes: “Repique de Campanas, El Corazón del Niño Jesús, El Misericordioso Jesucristo, Canción de la Virgen, letanía de Santa Brígida, Adeste Fidelis y O Santísima”.

El reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente.

El reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente.

     Este cilindro parece que nunca fue tocado. Cubierto de polvo y oxidado, hallase dentro de una caja de madera.

     Nos acercamos al corazón del viejo reloj a la luz de una vela que sostiene en sus manos Pérez Yanes. Ruedas dentadas, volantes, cadenas, se mueven pausadamente. La maquinaria mide aproximadamente un metro 50 de longitud, por uno de alto y uno de ancho. En la base hay una inscripción: “J.R. Lossada, Londres 1888. –A.D.”

–El material es finísimo – dice Pérez Yanes. – fíjate en los “levees” del áncora–añade empleando frases técnicas, –están en perfecto estado, no se nota ningún desgaste, pese a que tienen más de 50 años.

–¿Cuánto crees tú que durara este reloj?

–Bien cuidado puede durar cien años más

–¿Qué clase de mecanismo mueve la maquinaria?

–Este reloj se mueve por un mecanismo de escape de áncora o péndola, mediante una pesa de gravedad de cien kilos atada a una guaya que se va desarrollando lentamente. Darle cuerda a este reloj consiste sencillamente en enrollar de nuevo la guaya con esa manilla que está ahí –nos dice– señalándonos una manilla más grande que las que se usan algunas veces para poner en marcha motores de explosión.

–¿Cada cuánto tiempo hay que “darle cuerda”?

–Cada tres días y tardo media hora en el trabajito. Es un poco pesado.

–¿Y el mecanismo de sonido?

 –También funciona por el sistema de pesas. El mecanismo de los cuartos tiene una pesa de 300 kilos y el mecanismo de la hora una de 150 kilos. Las campanas de este reloj –agrega– suenan exactamente como las de Westminster, por eso a esta combinación de notas musicales se llama “Sonido de Westminster”, que aquí conocemos por “Catedral”.

     En la parte superior de la maquinaria observamos dos hélices de más o menos 50 centímetros de longitud. Le preguntamos a Pérez Yanes, ¿qué papel desempeñan?

–Son frenos de aire –responde– para regular el mecanismo del sonido. Si no existieran, al desprenderse la pesa se oiría un ruido loco de campanas. Gracias a esas “mariposas” se distancia una nota de otra, según la inclinación que se les dé.

–¿Nunca se ha detenido este reloj?

–En el tiempo que ha estado a mi cuidado, jamás ha dejado de marcar las horas. El mecanismo de sonido sí estuvo detenido por una semana, pues tuve que reparar algunas piezas. Posiblemente en 1945 tendré que limpiarlo y entonces estará parado por varios días.

     El corazón del viejo reloj no se altera porque algunos intrusos nos hallamos inmiscuidos en su vida privada. Sigue golpeando quedamente: tac. . . tac. . . tac. . . mientras hablamos. De repente oímos un sonido extraño en la maquinaria, se mueven más velozmente que se costumbre algunas ruedas.

–Ya van a sonar las campanas –exclama Pérez Yanes.

     En efecto. Encima de nuestra cabeza recias campanadas anuncian las cuatro y tres cuartos de la tarde. Una de las hélices da vuelta con rapidez, gira el cilindro donde se arrolla la guaya que sostiene la pesa de los “cuartos” y ésta desciende unos metros. De nuevo, silencio. Solo escucha el golpe seco de la maquinaria.

     Unos metros más arriba, directamente bajo la cúpula que corona la torre, están las 11 lenguas sonoras del reloj. Son unas campanas finísimas sobre la cual golpean 27 martillos, de los cuales solo cinco funcionan en la actualidad. Un ligero toque de la yema de los dedos sobre las enormes campanas, arranca un suavísimo sonido de cristal, tal es la calidad del material con el cual están construidas.

     Desde esta parte de la torre, a unos 30 metros de altura –debe tener 35 en total– se divisa íntegra la ciudad de Caracas, a excepción de la barriada de Catia. Por el Este se alcanza a ver casi hasta Petare. El viejo Ávila aparece imponente ante nuestros ojos, cual un gigantesco monstruo de piel verdiazul que se hubiese tendido a descansar. La ciudad nos parece ahora más pequeña. Casi en nuestras manos tenemos las cúpulas amarillentas de la Iglesia de La Pastora. El Nuevo Circo está ahí mismo, detrás de las lomas de zinc del mercado público; ´podríamos tocar si quisiéramos la fachada desteñida del Hotel Ávila; ¿y ese anillo dorado al suroeste? Es el Hipódromo Nacional. A nuestros pies la gente se aplasta contra el asfalto y en la brisa fresca de la tarde asciende hacia nosotros el bullicio callejero. Por entre los matices verdes de la arboleda emerge la cabeza de bronce del Libertador. Avilán Jr. se harta de abrir y cerrar el obturador de su maquinilla.

     Al golpe de las cinco de la tarde comenzamos a descender por las escalerillas. De nuevo oímos el seco palpitar del corazón del reloj. Pasamos cerca de las esferas de vidrio lechoso, 150 centímetros de diámetro tienen cada una. En los gruesos muros de la torre hay varias firmas de personas que han subido hasta allí y han querido dejar constancia de su presencia, en la seguridad de que serán muy pocos los que ascenderán por la vieja torre catedralicia. Leemos: Tito Salas, 1919; Luis Correa, 1919, Francisco José Simonpietri, 1912. No resistimos la tentación de estampar también la nuestra.

     Dando vuelta en torno a la mole de ladrillo y argamasa llegamos de nuevo a tierra firme. Ha terminado nuestra “excursión” por la histórica torre. Arriba queda palpitando el corazón del viejo reloj”.

FUENTES CONSULTADAS

Élite. Caracas, núm. 957, 5 de febrero de 1944.

    Caracas crece hacia arriba

    Caracas crece hacia arriba

    A finales de los años 30, comienzos de los 40, la capital comenzó un proceso acelerado de modernización urbana. Las costumbres de los caraqueños de vivir en amplios caserones fueron sustituidas por las de habitar en apartamentos construidos en altos edificios. Fueron años en los que Caracas comenzó a crecer hacia arriba.

    En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

    En los inicios fue difícil para los caraqueños adaptarse a las viviendas en edificios. “Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja”, indicó una dama que vivía en una amplia casona colonial.

         “Casas de apartamentos que son casas verticales. –Magníficas inversiones para los capitales. – Se necesitan apartamentos baratos. –Es el momento de rebajar el 20 por ciento a los alquileres

         Para 1943, en Caracas, cerca de 26.000 familias en estos momentos están pasando las de Dios es Cristo por causa de la escasez de cauchos. Para ellas es urgente ubicarse en el centro de la ciudad. En casas de apartamentos, de cinco pisos, cada una de las cuales es una calle vertical, podrían alojarse doscientas mil personas en cuarenta y tres manzanas, en vez de las ciento veintidós que exigen las viviendas actuales de un solo piso, con ventanas enrejadas a la calle, patios corrales y piezas oscuras e inútiles.

         La agrupación de las viviendas en bloques abarata la distribución de los alimentos, acortando las distancias, economiza transportes, facilita los servicios y va educando al público en el sentido de guardar solamente lo necesario en la casa. El caraqueño es poco amigo de andar a pie, hasta el punto de tomar un vehículo para trasladarse cuatro cuadras. Cuando había facilidad de transportes, lo ideal era la Urbanización campestre; pero existe un sector importante de masa esencialmente urbana, para la cual la vida es una urbanización es muy costosa en tiempo y dinero.

         La crisis actual de los transportes afecta de manera directa la parte más vulnerable de la economía familiar: la comida. En ¿qué forma? Veamos; un alto porcentaje de las familias envía a la criada a efectuar diariamente la compra en el mercado, porque allí se obtienen los víveres con una economía del veinticinco por ciento. En la actualidad las paradas de autobuses son muy lejanas al mercado. Solamente los tranvías llegan cerca, pero su capacidad es limitadísima. Total, que a la criada “se le fue el día” en hacer la compra, los alimentos se retrasaron con el consiguiente trastorno para las personas que trabajan. El sistema del horario corrido puede ser una solución para los transportes, pero grava al empleado con un lunch extra, pues los gastos de su casa siguen siendo los mismos.

         Vamos a dar dos opiniones completamente diferentes sobre los apartamentos: Una dama que vive en su amplia casona colonial, nos dice:

    –Yo no podría vivir en esos palomares, como un pajarito, metida en una caja. Me hacen falta mis flores, mis palmas, el oratorio, porque no puedo rezar encima de la cama, el cuarto para coser, el saloncito azul, el cuarto para lavar, el cuarto para planchar, el escritorio, el recibo, la ventana para comprar la lotería, la sala, el departamento para el servicio, el corral para las gallinas en donde está el mono que me regalaron y una venadita.

    –. . . Además, prosiguió, ¿en dónde se guardan las sillas rotas, los zapatos viejos, las tazas desportilladas, los trajes fuera de uso y la ropa sucia? A propósito, hace poco fui con mi marido a visitar una pareja de recién casados a uno de esos apartamentos. Cuando llegamos nos sorprendió verlos en la puerta, pero como advertimos movimiento de corotos en el interior, preguntamos: –¿Ya están de mudanza? –No, replicó mi amiga con gran ingenuidad. Sé que el apartamento es tan chico que tenemos que salirnos para que los muebles quepan. Y nos recibieron la visita de pie, allí mismo.

    En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

    En los años 40 comenzaron a desaparecer las casas caraqueñas de El Tartagal (El Silencio), en pleno centro de la ciudad.

    La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

    La modernidad se llevó por delante a una Caracas bucólica serena.

         En cambio, una señora que habita un apartamento con su esposo, está encantada de su nueva vida. Dice que no necesita servicio para la limpieza y la cocina, pues todo lo hace ella personalmente y le sobra tiempo para bordar, leer, recibir una visita o ir al cine. La vida caraqueña tiene que transformarse, y está en plena transformación, dice ella. Los ojos tienen que ver cosas nuevas. Agrega que el apartamento es mucho más tranquilo, ya que los ruidos de la calle no llegan allí. Ni autobuses, ni los destemplados gritos de los pregoneros de lotería, ni la voz de las personas que a la media noche se eternizan hablando en la puerta. Además, está cerca del mercado, la botica, las tiendas, los teatros y el correo. El aislamiento es mayor que en las casas, pues los vecinos rara vez se ven unos a otros.

    –Cuando yo vivía en una casa de un piso, dice la señora, la cocina distaba de la puerta por lo menos treinta metros. Tenía yo una persona que se encargaba únicamente de regar las matas del patio y atenderá la puerta. Una vez se marchó la cocinera y se enfermó de gripe el muchachito que atendía la puerta. ¡El desastre! Me tocó hacerlo todo. Treinta veces tocaron la puerta: que si el lechero, que si el carbonero, “que si compran mandarinas”, que si compran caramelos, que si quieren hallaquitas, que le vendo una alfombra, que si necesitan una cocinera sin certificado de salud, un cuotero ofrece perfumes, que si aquí vice don Fulano, etc. Por fin recibí una criada nueva y una chica muy lista para atender la puerta. A los tres días, la muchachita, cuando llegó el empleado de la luz eléctrica, a controlar el medidor, le dijo: – ¡No se moleste caballero, que el amo de la casa le puso ayer un bichito para que no corriera!

    –“Un día me trajeron de regalo una lora, prosiguió la dama, La pusimos en el patio, La lora escuchaba con atención. Como invariablemente la chica contestaba en voz alta: ¿Quién?

    La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

    La primera vivienda de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood.

         ¡Los amos no están! ¡No compramos nada!, pronto aprendió y mi esposo reía de la ocurrencia. Pero un día llegó un amigo con un negocio urgente. Repetía la lora la cantaleta y se perdió el negocio. Entonces la lora fue colocada en una pieza desde cuya ventana se oía la tertulia de unos choferes, que se reunían a pasar el tiempo en una oficina de automóviles que se hallaba frente a la casa. La lora se enteró demasiado pronto de la vida rodante, por lo cual la regalé a un musiú cuotero, pocos días antes de mudarnos al apartamento. ¡El nuevo inquilino me telefoneó hoy diciéndome que el musiú quería que yo le explicara algunas cosas que decía el animalito!”

         Los apartamentos en la actualidad varían entre ciento veinte y trescientos bolívares. Son más caros que una casa muchos de ellos. El clamor es general para que la Junta Reguladora fije unos precios menos altos. Ya hay una población de clase media muy grande en Caracas que ocupará rápidamente todas las casas de apartamentos que se vayan haciendo, las cuales, hoy por hoy, constituyen la mejor inversión urbana, de acuerdo con las informaciones de peritos en la materia.

         La primera casa de apartamentos que se construyó en Caracas fue la del Teatro Hollywood, pero las primeras que se hicieron en el Distrito Federal fueron en Bellavista. Después vinieron otras en el centro de Caracas, en El Paraíso, en La Florida, etc. Hay en construcción en la actualidad cerca de diez casas de esa clase y si hubiera mayor facilidad de obtener materiales, el número sería mucho mayor.

         Cuando los bloques de apartamentos del Silencio estén terminados, la transformación de esta Caracas que crece hacia arriba, será completa, porque determinará un importante movimiento de otros sectores de la ciudad hacia los edificios de varios pisos, a los cuales hasta hace poco había una aversión grande por temor a los temblores, que en Caracas se han registrado cada cien años”.

    FUENTES CONSULTADAS

    Brown, Dick. Caracas crece hacia arriba. Élite. Caracas, Núm. 915, 17 de abril de 1943.

      Miraflores: Testigo silencioso. . .

      Miraflores: Testigo silencioso. . .

      Eleazar López Contreras tenía un vicio: fumar tabaco negro; Isaías Medina Angarita trabajaba hasta 24 horas seguidas; Rómulo Gallegos “escribía a mano”; Marcos Pérez Jiménez le temía más a la huelga que a los aviones

      Por Aurora Martínez*

      El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

      El Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas, es el despacho oficial del presidente de la República de Venezuela. Comenzó a construirse durante el mandato del presidente Joaquín Crespo, fue a partir de 1900 cuando comenzó a utilizarse como Palacio Presidencial.

           “Acariciado por la brisa que sopla del abra de Catia, el Palacio de Miraflores, desde lo alto que ocupara una antigua Trilla, pareciera mirar imperturbable el paso de más de cincuenta años de historia contemporánea, muchos de cuyos episodios principales se han producido justamente en sus vetustos corredores y ornados aposentos.

           El proyecto de construirlo fue concebido por el general Joaquín Crespo años antes de ocupar la presidencia. Para el caso canceló la cantidad de treinta y siete mil bolívares a los antiguos dueños de los terrenos –entre Camino Nuevo y la subida de Moreno– debiéndose desalojar de allí las instalaciones de la Trilla donde se descerezaba el café proveniente de Galipán, una vieja vaquera y hasta un puesto de la diligencia de Antonio Delfino, cuyos coches realizaban el tránsito de pasajeros y equipaje entre La Guaira y Caracas.

           Un arquitecto catalán, Juan Soler, fue el autor de la obra que se comenzó a construir en 1884, bajo la dirección del ingeniero venezolano J. Manrique, muy al gusto del general y de su esposa doña Jacinta.

           Recuerda el cronista Lucas Manzano, por haberlo oído de un hijo del general, de nombre Estacio, que los tesoros del palacio se guardaban en una caja de caudales, a la que se tenía acceso tan sólo mediante el uso de un resorte secreto escondido bajo el grifo de una de las fuentes de agua que exornaban uno de los patios interiores. Accionando el resorte mágico, las puertas, hasta entonces muy bien disimuladas, procedían a abrirse para dejar al descubierto los tesoros de manera tan celosamente guardados.

           Por cierto, que estos tesoros debieron ir a parar a manos del propio arquitecto Soler y varios de sus ayudantes, a quienes se les vio muy activos en el palacio la noche posterior al conocimiento de la noticia de la muerte infausta del Caudillo en la “Mata Carmelera”, en ocasión de haber salido en campaña contra las fuerzas del general José Manuel Hernández, “El Mocho”.

           Poco, pues, fue lo que disfrutó su original propietario, el famoso hijo de San Francisco de Cara, de las delicias de su Palacio, construido en un todo a semejanza de otro visto en Barcelona de España, cuando anduvo de gira por el Viejo Continente. Mucho menos iba a gozarlo su viuda, la desde entonces melancólica doña Jacinta, quien, a más de la ausencia de su amoroso esposo, iba a sufrir desde entonces los asaltos rapiñosos de una verdadera nube de acreedores.

      Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

      Cuenta Víctor Abad, empleado del Palacio desde 1936, que el presidente Eleazar López Contreras llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Fumaba cigarrillo negro y tomaba café negro.

           Doña Jacinta y sus hijos casados permanecieron poco en Miraflores. En 1900 iba a cederlo en alquiler, por una exigua renta de dos mil bolívares mensuales al presidente Cipriano Castro, que conmovido en sus nervios por el terremoto de aquel año recordó la existencia en el Palacio de un cuarto –maravilla del nuevo siglo – levantado por Crespo a prueba de temblores.

           Castro – de quien el general Crespo había dicho una vez que era “un indio que no cabía en su cuarto” – jamás canceló a los dueños de Miraflores ni una sola de las cantidades mensuales que se había convenido su arrendamiento, y doña Jacinta hubo de soportar además el embargo de su Palacio decretado por un tribunal mediante la triquiñuela legal de un tal Vicente S. Mestre, quien cobraba a los herederos del general honorarios por la redacción de un supuesto Código Militar que había realizado por encargo de aquél.

           A tal estado llegaron las tribulaciones de la viuda de Crespo y su Palacio que aceptó el consejo de sus amigos y concluyó por venderle al general Félix Galavís por medio millón de bolívares. En 1911 y por igual cantidad el general Galavís decidió cederlo a la Nación en operación verificada por ante el procurador Villegas Pulido y desde entonces el aposentamiento de la antigua Trilla pasó a ser residencia oficial del presidente de la República.

      Allí mataron a don Juancho

           Miraflores vivió uno de sus momentos más emocionantes cuando la madrugada del 30 de junio de 1923 apareció muerto en su alcoba el gobernador de Caracas, general Juan C. Gómez, hermano del “Benemérito” y candidato a sucederle en el mando.

           Decenas de personas que alcanzaron a pasar ese día por las calles vecinas al Palacio se vieron apresadas y muchas de ellas remitidas a La Rotunda, donde algunas fallecieron y otras, con más suerte, volvieron a ver la luz de la ciudad en 1936 a raíz de la muerte providencial del Dictador.

           Desde entonces, los caraqueños se acostumbraron a mirar con recelo hacia el viejo Palacio, por cuyos corredores, aseguraban viejas consejas, solía pasearse el célebre muerto de la “Carmelera”.

           Juan Vicente Gómez gustaba poco del Palacio y de Caracas en general. Prefería Maracay y allí fijó su residencia por largos años. Miraflores se destinaba entonces a asiento de oficinas. El doctor José Gil Fortoul, Victorino Márquez Bustillo, el doctor Juan Bautista Pérez, el doctor Arminio Borjas y el doctor Pedro Itriago Chacín, que ocuparon el sillón presidencial por diversas circunstancias durante el mandato del señor de “La Mulera”, despacharon en aquel.

      El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

      El general Medina Angarita y su esposa Irma Felizola vivieron un tiempo en Palacio. Durante su mandato se efectuaban frecuentes ceremonias en la Capilla. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran.

      López Contreras fumaba tabaco negro y Medina Angarita prefería “La Quebradita”

           Don Víctor Abad es empleado del Palacio desde 1936. Él ha sido testigo silencioso a partir de aquel año de cuantos acontecimientos mayores y menores han ocurrido en Miraflores. De su boca, con palabra sencilla y precisa, la reportera escuchó por más de dos horas el relato minucioso de las costumbres impuestas a la vida de Palacio por sus sucesivos ocupantes.

           El general Eleazar López Contreras, por ejemplo, vestía siempre traje civil. Muy raramente de uniforme. Prefería colores oscuros. Recibía a los Embajadores de levita y pantalones de fantasía; cuello alto de “pajarita” y, por todo adorno, una perla, muy grande y hermosa, en la corbata de seda.

           Llegaba a Palacio a las seis y media de la mañana. Almorzaba en su comedor, con muy pocas personas, casi siempre. Y tan sólo se marchaba cuando las sombras comenzaban a caer. Vivió con su familia por mucho tiempo en “Los Teques” y luego en “La Quebradita”.

      –¿Descansaba el general?

      –Si, naturalmente. Entre audiencias se tomaba media y hasta una hora a veces. Creo que vi echarle un “sueñito”, sentado en su silla, en la propia oficina donde acostumbraba despachar –nos dice.

           Y, luego agrega:

      –Fumaba cigarrillo negro. Nunca le vi beber alcohol. Muy sobrio en las comidas. Tomaba café negro.

      –¿Y el presidente Medina?

      –Ah, ese era otra cosa. . . Muy cordial, ¿sabe? Dispuso comidas colectivas para el personal. Él y su esposa vivieron un tiempo en Palacio. En la capilla se efectuaban frecuentes ceremonias. Mucha gente traía sus hijos para que el presidente y doña Irma se los bautizaran. Luego se mudaron para la casa que construyeron en “La Quebradita”. Yo fui llevado allá como empleado. Allá nos cogió la revolución de octubre, pero la gente no se metió con nosotros.

      –El general Medina trabajaba mucho. Los empleados nos íbamos a las casas en horas de la noche y cuando regresábamos por la mañana, muchas veces nos encontrábamos conque “el presidente continuaba despachando asuntos”.

           Rómulo Gallegos paseaba por los corredores y Pérez Jiménez le temía a las “huelgas”. Don Víctor, que ahora acaba de cumplir sesenta años, recuerda al presidente Gallegos con especial distinción.

      –Don Rómulo era muy correcto y gustaba de charlar con los empleados. Paseaba frecuentemente por los corredores. Para hacer “ejercicio”, creo yo. No gustaba del atuendo y parecía incómodo con los jefes de protocolo. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina. Parecía quererlo hacer todo él solo.

      Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

      Don Rómulo Gallegos paseaba frecuentemente por los corredores del Palacio. Escribía mucho “a mano” y luego ordenaba pasar lo escrito en máquina.

           Dejamos que don Víctor hable sin interrumpirlo. Mirándonos de frente como si dudáramos de que creyéramos lo que iba a decir, comenta:

      –Don Rómulo prefería estar solo o con pocas personas. Los rebullicios no eran de su agrado; no obstante, al principio hubo algunas fiestas. Luego, cuando lo tumbaron, esto se llenó de mucha gente armada. Igual que en la revolución en que tumbaron al presidente Medina. A mí no me gusta ver a gente civil exhibiendo revólveres. Creo que a don Rómulo Gallegos tampoco.

      –¿Gallegos usaba revólver?

      –Bueno, yo no recuerdo haberle visto portar nunca ningún arma. Creo que le bastaba con las que llevaban sus edecanes

      –¿Y Pérez Jiménez?

      –Bueno. . . eso era otra cosa.

            La reportera ha hallado un filón noticioso y no espera soltar su presa.

      –¿Cómo era Pérez Jiménez? Cuéntenos.

      –Un poco mujeriego, ¿sabe? Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo. El presidente Betancourt los mandó a derribar. –Ahora están allí unas oficinas.

           Luego dice que Pérez Jiménez al principio “trabajaba”. A las siete llegaba al Palacio. En los libros de visita figura por mucho tiempo Pedro Estrada como primer visitante a diario.

      –¿Le gustaban las fiestas?

      –Si, mucho. Pero no aquí en Miraflores. . . A veces se ausentaba por muchos días. Se iba de jira. Siempre estaba rodeado de gente y en la cocinase gastaba mucho. La comida se botaba.

      Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

      Pérez Jiménez era un poco mujeriego. Mandó a construir un sitio de “reposo” y un comedor íntimo en el Palacio.

      –¿Cómo anduvo la cosa en Palacio durante los días de la revolución de enero?

      –Bueno. El día primero yo vine a Palacio a visitar a los amigos para darles el abrazo de “año nuevo” y me encontré con que la cosa estaba prendida. Desde la esquina de Bolero hasta el Palacio estaban apostados los cañones antiaéreos y los aviones pasaban cerquita. Aquí todo estaba revuelto. Pérez Jiménez, en su despacho y los ministros en él. Los ministros se marcharon a las doce y solo Vallenilla se quedó todo el día.

           “A las tres de la tarde. Pérez Jiménez salió de su despacho y se fue al Palacio Blanco. Luego, cuando regresó, preguntó en la puerta si había llegado el general Fernández, le dijeron que no, y entonces vi que estaba contrariado.

           Cuando llegó Fernández, Pérez Jiménez dijo, como para que todo el mundo oyera, que iban a bombardear Miraflores y que él se iba de nuevo al Cuartel Blanco. Como a las cinco y cuarto, dos aviones aparecieron y ametrallaron el Palacio. Murió el portero José Pérez. El general durmió en el Cuartel Blanco.

           “Al otro día, muy temprano se apareció en Miraflores. Estaba pálido y me parecía que no había dormido.

           “Le oí claramente cuando dijo: –Los ataques de aviones no deben preocuparnos; a lo que temo es a la huelga. . .

           “Luego se metió con algunos ministros y militares en su despacho. El 23 de enero en la madrugada, se fue para Santo Domingo en la “vaca sagrada”, y creo que ya no vuelva”.

      FUENTES CONSULTADAS

      Venezuela Gráfica. Caracas, 5 de febrero de 1960


      * Periodista de televisión y radio, realizadora del destacado programa “La tierra y su Gente con Aurora”. Autora de diversos reportajes en revistas y periódicos venezolanos y extranjeros. Primera esposa del político Teodoro Petkoff.

        La conspiración Savelli Maldonado

        La conspiración Savelli Maldonado

        Relato fiel de una aventura que comenzó en el “Kilómetro 133” (estado Guárico) y terminó en “Villa Augusta” (Caracas). El general José María Castro León títere del perejimenizmo. Rafael Leonidas Trujillo “el gran acusado”. Un hermano de Carlos Savelli Maldonado, Emiliano, fue un conocido piloto de Viasa que falleció trágicamente en el accidente aéreo de Grano de Oro, en Maracaibo, en 1969.

        Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

        Carlos Maldonado Savelli conspiró contra el gobierno del Rómulo Betancourt. Estuvo al frente de diversos actos de terrorismo a comienzos de la década de 1960.

             Agazapado en el fondo de un closet que iba a resultar su último refugio, el impetuoso Carlos Savelli Maldonado (1929-2021), tuvo escasos minutos para reflexionar. Allí, acosado por sus pensamientos, debió revivir los momentos culminantes de su cruel aventura, mientras en sus oídos retumba el eco de los últimos disparos. Con cada ruido acechado, con cada pisada, debió escuchar el latido isócrono de su corazón apresurado. Y en espera de la mano férrea del policía que se le echaría dentro de poco encima para arrancarlo del fondo de su improvisado escondite, vería desfilar por su mente afiebrada las imágenes de escarnio y espanto que se propusiera con la realización de su tenebroso plan. Dos ojos, cuatro, mil, diez mil pares de ojos les estarían entonces mirando fijamente. Brazos, cabezas rotas, despojos sangrantes de inocentes víctimas de su furia implacable, se revelarían en las sombras de la oquedad donde creyó encontrar ilusorio refugio.

             La pequeña historia suya tuvo como todas, un comienzo.

             Hijo de una familia caraqueña, ex-alumno de una Academia Militar, creyó encontrar cauce al fuego que le anima en el estudio de una disciplina universitaria; terrateniente, reaccionario, ambicioso, su espíritu conformado por una ideología de tipo corte anárquico y fascistoide, entró en rebelión con el ascenso al poder de las fuerzas democráticas y vino a hacer crisis con el anuncio de una reforma agraria profunda, capaz de desquiciar a su clase rezagada y feudal, de su fundamento económico. Escribió uno, dos, tres y hasta diez artículos contra el propósito que comenzara a alentar en los grupos progresistas del país. Y decidió pasar a la acción desde el parapeto de la Cámara Agrícola donde encontró tribuna, recursos y respaldo para poner en marcha sus intentos de sabotaje. Utilizó el arma de la demagogia y sembró la discordia en algunos sectores campesinos.

        Se alza el telón: Jaramillo hace resistencia armada

             En el Kilómetro 133, donde se cruzan los caminos del estado Guárico y Anzoátegui, se levantó el telón que iba a revelar a las autoridades la magnitud del peligro que se había cuidadosamente incubado. Rafael Jaramillo, mayordomo de hacienda, al frente de una turba ebria de alcohol, hizo frente a una comisión de la Digepol. Incendió el vehículo en que se transportaba y puso en fuga a los agentes, internándose de inmediato él mismo en la intrincada y vecina selva de Tamanaco.

             Con las noticias de la descabellada acción de Jaramillo vinieron a la prensa los primeros informes sobre éste. Varias cartas suyas provenientes de los archivos oficiales pusieron de relieve que se trataba de un simple soplón de la dictadura perezjimenista. El prófugo, con la complicidad de sus amigotes, pudo evadir la acción combinada de la Guardia Nacional y de la policía que activó su búsqueda desde el mes de septiembre del año pasado.

        Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

        Quinta “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, donde fue capturado, tras intenso tiroteo, Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello, entre otros terroristas.

        Terrorismo en Caracas

             Octubre trajo a Caracas una novedad en los métodos golpistas: el terrorismo. En diversos sitios de la ciudad estallaron numerosos petardos y la alarma cundió prontamente.

             La activa acción policial, animada por el apoyo popular, iba a dar prontamente con los autores intelectuales de la conspiración que se fraguaba. Fue entonces cuando cayó por primera vez Carlos Savelli Maldonado, quien, al sobornar a un agente encargado de custodiarlo en el retén de la “Casa Gris”, llenó de titulares y por primera vez las planas rojas de los periódicos. A su fuga siguió un espectacular asalto y robo de los archivos de la Cámara Agrícola, trinchera de lucha de Savelli.

             Con exilio dorado para algunos cuantos instigadores intelectuales, la autoridad creyó resuelto el dilema. Pero he aquí que, una nueva y audaz acción del golpismo iba nuevamente a despertar a la policía de un presunto nirvana: en noviembre el general (r) Néstor Prato, exgobernador del Zulia y enjuiciado entonces por la Asamblea Legislativa de aquella entidad, escapó de la Cárcel Pública de Maracaibo en connivencia con agentes exteriores. Volvió a reinar el desconcierto y las fuerzas populares comenzaron por señalar ineficacia en las autoridades policiales.

        Castro León se mueve como un péndulo

             Fue para entonces cuando el general (r) Jesús María Castro León se decidió a dar un nuevo rugido escribiendo su insolente carta al presidente de la República, que concluía invitando a sus compañeros de armas a seguirle en sus planes aventureros. Un consejo de guerra le expulsó del Ejército, pero Castro León ya había decidido jugarse su carta.

             Dos aviadores cubanos mercenarios sobrevolaron Curazao y arrojaron panfletos con la carta de Castro León. La trama estaba inspirada y convenientemente pagada por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo. Holanda, en evidente gesto hostil, no retuvo a los aviadores y uno de estos viajó a Santo Domingo. El otro se fue a Miami.

             Desde entonces el eje Miami–Santo Domingo–Nueva York se puso al descubierto. Castro León, tras entrevistarse en Europa con Vallenilla Lanz y Pedro Estrada, viajó a los Estados Unidos con el fin de radicarse allí. En Miami se entrevistó por dos ocasiones con Pérez Jiménez y en Nueva York se estableció la cabeza intelectual de la gran conspiración, un fondo común, cercano al millón de dólares estaba puesto a la disposición de ella.

             A comienzos de diciembre otra espectacular noticia iba a conmover a los venezolanos: un grupo de siete militares venezolanos exilados, a cuya cabeza se hallaba el exministro de guerra del dictador, Oscar Mazzei Carta, fue atrapado infraganti por la policía mexicana, momentos en que se disponía a tomar un barco rumbo a Venezuela.

        El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

        El coronel y conspirador Rafael María Zambrano, propietario de la quinta “Villa Augusta”, comenzó su carrera militar en tiempos de Juan Vicente Gómez.

        El drama de la “Villa Augusta”

             Concluían los festejos tradicionales para recibir el nuevo año, cuando hizo su reaparición el fantasma del terrorismo. Petardos de relativo poder explosivo estallaron nuevamente en todo el ámbito de la ciudad. Todos ellos parecían colados con un propósito definido: crear alarma a fin de provocar el natural ablandamiento de la población civil. Las fuerzas populares respondieron inmediatamente poniendose en pie de guerra: los partidos y la prensa pidieron enérgica acción al gobierno. Los organismos económicos y de la producción reiteraron su apoyo al gobierno y una noticia feliz vino a poner una nota de optimismo en el agitado panorama: Rafael Enrique Jaramillo finalmente había caído en poder de la policía.

             Los diarios anunciaron que el prófugo había cantado como un canario y ello pareció desesperar a los terroristas que pasaron entonces a realizar acciones de mayor alcance y riesgo. Allí parece que estribó un gran error. Una bomba de especial poder explosivo reventó la tubería mayor que surte a la urbanización Las Mercedes. Otra estalló en una estación eléctrica de Bello Monte. Cargas explosivas estallaron sucesivamente en las casas de habitación del diputado Luis Miquilena y el senador Alberto Ravell.

             Pero ya para entonces las pesquisas habían dado con la “Villa Augusta”, en Los Palos Grandes, suerte de fortaleza de dos pisos, de estilo antiguo y aparentemente dotada de instalaciones especiales para su defensa. Allí, tras un intenso tiroteo donde iba a caer abaleado el funcionario de la Digepol, Héctor Rivero, sería finalmente capturado Carlos Savelli Maldonado en compañía de Rafael María Zambrano, dueño de la residencia, su hijo Raúl Zambrano Muratti, Fernando Luis Muro, Pedro Mendoza Gámez y José Coello. Otros complicados habían sido apresados anteriormente: dos españoles, Manuel Malaguer y Domingo Vásquez, Pedro Aponte, César Augusto Lorenzo, Ramón Antonio Pérez Muñoz, Flor Pérez Muñoz, José del Carmen Crávez, Juan Pares, Nicomedes Febres Moretti, Jesús María Cardona, Carlos Bianchi Ferrero, Otto Pereda Pernía y Manuel Antonio Bogan. La Embajada de Nicaragua dio asilo a un prófugo: Luis Rivodó, mientras otro detenido José Eloy Durán conduciría a pistas seguras.

        ¿Cuántos han conspirado en la “Augusta”?

             La “Villa Augusta” donde Savelli y sus compinches soñaron encontrar perfecto refugio, tiene una larga historia de conspiraciones. Rafael María Zambrano, su propietario, capataz de presos en las carreteras de Gómez y llamado por sus íntimos el “Coronel”, vio acrecentar con largueza sus bienes económicos al amparo de la dictadura perezjimenista. En su casa se reunieron para fraguar acechanzas contra el régimen entre los años 1945 y 1948, Julio César Vargas, Rafael Simón Urbina, Carlos Pulido Barreto y otros personajes. Allí retumbo con odio el nombre del coronel Carlos Delgado Chalbaud y no f alta quien afirme que en sus pasillos se realizó la conjura del asesinato contra éste.

             La policía ocupó en “Villa Augusta” valiosa documentación. Cartas de Pérez Jiménez para Zambrano desde Miami, ofreciéndole consejos y señalándole la ruta a seguir para coronar con éxito la aventura golpista: “Al principio, no pongan partidarios míos en el nuevo Gobierno”, le escribía Tarugo.

        Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

        Héctor Rivero, funcionario de la Dirección General de Policía (Digepol), muerto a balazos por los conspiradores en Villa Augusta.

        Savelli llevaba un “Diario”

             Pero otros documentos fueron a dar a manos de las autoridades: Un “diario” valiosísimo y minucioso de Carlos Savelli Maldonado iba a poner al descubierto todos los detalles de la conspiración. Su sola lectura debió llenar de estupor a los generalmente fríos técnicos de la policía.

             Los planes comprendían atentados contra dirigentes del Gobierno; contra periódicos, muerte violenta a numerosos periodistas, contra estaciones de radio, instalaciones industriales y puntos vitales de la ciudad, como las vías principales de acceso a la capital, el Túnel de la Avenida Bolívar, los puentes de la autopista Caracas-La Guaira; bloqueo y masacre de estudiantes en la Universidad Central, actos de sabotaje y terror. Los dirigentes de los partidos y sindicatos, de la industria, comercio y actividades agrícolas que han respaldado al gobierno serían llevados al Velódromo de “La Vega”, donde serían rápidamente asesinados.

         

        Con las flores, la dinamita

             Simultáneo con la caída de Savelli Maldonado, la policía ocupó una fábrica de bombas en la última calle de la urbanización Bello Monte, paralela con la autopista del Este. Allí cayó el fabricante Asdrúbal Araujo, ex-sargento técnico, y se reveló entonces que Luis Nouel, dueño de la floristería “Bello Monte” – espía dominicano, introducido al país por Trujillo – se encargaba de distribuir los explosivos de dinamita en vehículos del establecimiento y convenientemente escondidos, bajo los ramos de flores.

             La prensa señaló por su parte que un grupo de militares, entre ellos el Capitán de Navío Eduardo Morales. Luego, había sido detenido y enviado en un barco de guerra rumbo a “La Orchila”, donde actualmente funciona una instalación de las fuerzas navales.

        ¿Ha caído el telón?

             En su discurso del día 21 en la noche, el presidente de la República reveló que las autoridades habían debelado el golpe y que sus autores serían enjuiciados a fin de que los tribunales impusieran el castigo que corresponde a sus graves delitos. Al mismo tiempo indicaba que el grupo de militares era pequeño y de escasa relevancia en cuanto atañe a posiciones de mando.

             Así parece haber caído el telón sobre “la conspiración de Savelli”.

             Pero, ¿realmente “la comedia es finita”?

             Numerosos cabos, al parecer, quedan aun danzando. ¿Volverá, pues, a levantarse el telón para un nuevo acto? Los días futuros habrán de decir ciertamente si hemos de contemplar un epílogo.

        FUENTES CONSULTADAS

        Venezuela Gráfica. Caracas, 29 de enero de 1960.

          Guzmán Blanco y el Congreso de Panamá

          Guzmán Blanco y el Congreso de Panamá

          Con motivo de haberse cumplido 150 años del Congreso anfictiónico, convocado con gran visión por el Libertador en Panamá, por ser ese lugar el centro geográfico del hemisferio, el historiador yaracuyano Nicolás Perazzo (1902-1987) escribió para la revista Élite el relato de un pasaje a menudo ignorado: las contingencias que sufrió la iniciativa de Antonio Guzmán Blanco para erigir precisamente en Panamá el monumento “a Bolívar” y a la redención de América.

          En 1896, el expresidente de Venezuela, general Antonio Guzmán Blanco, propuso erigir, mediante el concurso de los gobiernos de las Repúblicas emancipadas por Bolívar, un monumento destinado a perpetuar la gloria del Libertador, en la ciudad de Panamá.
          En 1896, el expresidente de Venezuela, general Antonio Guzmán Blanco, propuso erigir, mediante el concurso de los gobiernos de las Repúblicas emancipadas por Bolívar, un monumento destinado a perpetuar la gloria del Libertador, en la ciudad de Panamá.

               “Para el año de 1896, encontrábase gobernando en Colombia el discutido hombre público Don Rafael Núñez, a quien consideró López de Mesa como “una de las mentalidades más vigorosas de la América Española. Había logrado vencer un movimiento insurreccional que conmovió gran parte del país. Y auspició la reunión de un Consejo de Delegatorios, integrado por prominentes políticos nacionales del momento, entre quienes destacaban Don Miguel Antonio Caro, Don José Domingo Ospina Camacho, Don Carlos Calderón Reyes, Don Felipe Paúl, Don Guillermo Calderón Reyes, Don Jesús Casas Rojas y Don Guillermo Quintero Calderón. Entonces la Nación tuvo una nueva Constitución, de inspiración centralista.

               En Venezuela, de regreso de una de sus temporadas de alejamiento en Europa, especialmente en Francia, tierra de su predilección y definitivo retiro, el general Antonio Guzmán Blanco había asumido la presidencia de la República, recibiéndola, esta vez, de manos del general Joaquín Crespo.

               Entre las iniciativas concebidas en su plácido refugio parisino se contaba el proyecto de erigir mediante el concurso de los gobiernos de las Repúblicas emancipadas por Bolívar y la autorización previa de las autoridades de Bogotá, un grandioso monumento, destinado a perpetuar la gloria del Libertador, en la ciudad de Panamá.

               La región del Istmo, integrante aun del territorio colombiano era en aquellos precisos momentos centro de universal interés. Se estaban llevando a cabo en su jurisdicción los trabajos del Canal Interoceánico, de acuerdo con los estudios realizados al efecto por el ilustre ingeniero Ferdinand de Lesseps, cuyo nombre confundiáse en los elogiosos comentarios de la época sobre la reciente y apoteósica apertura del Canal de Suez.

               Por Ley del Congreso de Colombia de 1876, habíase ofrecido el privilegio de la construcción de la vía interoceánica, con halagadores estímulos y prolongada duración a contratistas franceses, facilitando así la conclusión de las negociaciones que condujeron al Contrato suscrito en el mes de mayo de ese año entre el secretario de Relaciones Exteriores, Don Manuel Ancízar, con el General Etienne Turr. Este Contrato sería, dos años más tarde, sustituido por otro que firmaron por Colombia, el Dr. Salgar y por los empresarios franceses, de la misma Compañía del General Turr, el sobrino-nieto de Napoleón I, Mr. Luciano Napoleón Bonaparte Wyse.

               Era el propósito de abrir la comunicación directa entre los dos Océanos por el sitio historiado del descubrimiento de Balboa, constante preocupación de estudiosos de la ingeniería, de grandes negociaciones internacionales y de políticos colombianos de tiempo atrás. Sus estudios se remontaban en el pasado, contándose entre ellos los que emprendiera Agustín Codazzi, fascinado con la idea del Canal desde su primera incursión en aquellas regiones, allá por el año de 1819, cuando le tocó llevar desde la isleña base de operaciones de Luis Aury, misión especial ante el Libertador, en los días de su entrada triunfal en Bogotá, luego de la victoria fulgurante de Boyacá.

               Amparado por el Contrato de 1878, Bonaparte Wyse organizó la nueva Compañía francesa del Canal de Panamá y, con el señor Lesseps como Presidente, cuya gloria iba a aumentarse con la Presidencia del Congreso de París de 1879, se dio por entero a la empresa de excavaciones y otras obras del proyecto de la vía. Fueron surgiendo, luego, inconvenientes graves en la prosecución de esos trabajos, especialmente de orden financiero. Y se produjo el famoso mensaje al Congreso de Estados Unidos de 1880 del presidente Hayes. Era, por lo tanto, el Istmo de Panamá, para el año de 1886, centro de interés universal, como ya lo hemos dicho.

          En 1926, se colocó en la plaza Bolívar, ubicada en el casco antiguo de Panamá, el monumento al Libertador que recuerda los 100 años de celebración del Congreso Anfictiónico.
          En 1926, se colocó en la plaza Bolívar, ubicada en el casco antiguo de Panamá, el monumento al Libertador que recuerda los 100 años de celebración del Congreso Anfictiónico.

               Esta circunstancia, sumada al hecho continental de cumplirse sesenta años de haberse reunido en la capital del Istmo el famoso Congreso Anfictiónico, convocado por Bolívar desde Lima, en vísperas del triunfo definitivo de Ayacucho, dábanle singular oportunidad a la iniciativa de Guzmán Blanco.

               Cultivador asiduo de la Historia, el “Ilustre Americano”, como gustábale que se le llamase, evocaba para llevar adelante este propósito, las siguientes palabras del Libertador: “El día que nuestros Plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia de la diplomacia de América una época inmortal. Cuando después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrará con respeto los protocolos del Istmo. En él encontrarán el plan de nuestras primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo.

          ¿Qué será entonces el Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?”

               Con miras de llevar adelante el proyecto, durante su estada en París, Guzmán había mandado ejecutar una maqueta del monumento. Tan luego como volvió a Caracas se dio a crearle ambiente a su realización, en conversaciones con sus allegados y en correspondencia para sus amigos de las otras capitales bolivarianas. Pero no pudo, por causas diversas, darle concreción sino al año siguiente, en decir, en 1887. Una de las razones de esta demora, se debió a rectificaciones en el proyecto original. Fue entonces cuando se ocupó directamente el Ministro de Relaciones Exteriores de la República, Dr. Raimundo Andueza Palacio, de escoger los Enviados en Misión Especial que habrían de llevar el proyecto a la consideración de los respectivos gobiernos y de discutir con ellos, en caso afirmativo, la forma de atender a sus gastos de ejecución. Previamente, como era lógico, se obtuvo el asentimiento de las autoridades colombianas, en cuyo territorio se emplazaría el monumento.

               Para esos fines fueron designados el Dr. Pedro Hermoso Tellería ante el gobierno de Colombia, el Dr. Leandro Fortique, ante el del Ecuador y el Dr. Francisco de Paula Reyes, ante los de Perú y Bolivia. Cada uno iba provisto de copia de la maqueta definitiva del monumento. Se estimaba que su ejecución e instalación, que se creyó más conveniente fuera a la entrada del Atlántico, representaría una inversión no menor de 400.000 pesos, ni mayor de 500.000. Venezuela ofrecía, de antemano, costear totalmente esa suma, pasando luego a las demás Naciones la cuota correspondiente, si así lo estimaban de su conveniencia.

          Acto celebrados en el Panteón Nacional, en Caracas, con motivo de haberse cumplido 150 años del Congreso anfictiónico (1826-1976).
          Acto celebrados en el Panteón Nacional, en Caracas, con motivo de haberse cumplido 150 años del Congreso anfictiónico (1826-1976).

               Cuenta el historiador Dr. Francisco González Guinán, amigo y colaborador de Guzmán Blanco que, entusiasmado el presidente durante el acto de presentación oficial de la maqueta en Caracas, exclamó ante sus numerosos invitados: “Lo que vamos a perpetuar aquí no es únicamente a Bolívar, es la redención y la independencia de nuestra América. Homero no hubiera podido pintar esa epopeya, porque el asunto de su Ilíada y los rasgos con que delineó a sus héroes eran pálidos al lado de la titánica lucha que presidió Bolívar.

               ¿Qué puede haber de semejante en lo antiguo? ¡Absolutamente nada!”

               Pero no todos los Delegados obtuvieron en el cumplimiento de su encargo el éxito concreto e inmediato deseado por Guzmán Blanco. Fue, acaso, el Dr. Hermoso Tellería el más afortunado. Se vio acogido con singular entusiasmo en Bogotá. Y el Gobierno colombiano, una vez enterado del proyecto, se apresuró a manifestarle, en forma oficial, que aquel país aceptaba de manera espontánea, en la parte que le correspondía, la proposición sobre el monumento al Libertador en Panamá y que al efecto suscribía la cuota de doscientos mil pesos para sus gastos de adquisición y erección.

               Aunque acogidos también con manifestaciones de simpatía por los respectivos gobiernos del Ecuador, del Perú y de Bolivia, los Delegados señores Fortique y Reyes sólo alcanzaron a traer consigo promesas de someter el caso a las próximas reuniones de las cámaras legislativas, por ser esos cuerpos quienes tenían en sus manos decisiones de esa índole.

               Vinieron después contingencias políticas diversas, tanto en Venezuela como en las otras repúblicas bolivarianas y el monumento al Libertador en Panamá, ideado por Guzmán Blanco, debió quedarse en la dimensión limitada de maqueta que le dieran los artistas de París y en la buena voluntad manifiesta de los hombres de gobierno de los respectivos países americanos”.

          FUENTES CONSULTADAS

          Élite. Caracas, 2 de julio de 1976.

            Sensacional fuga de la Isla del Burro

            Sensacional fuga de la Isla del Burro

            En los días navideños de 1963, la nación fue sacudida con la noticia sobre la espectacular fuga de un grupo de procesados militares recluidos en el penal de Tacarigua, más conocido como la Isla del Burro. El presidente Rómulo Betancourt ordenó a tres Ministerios una investigación exhaustiva del caso para determinar cómo se fugaron los presos. Anotándose su primera gran exclusiva del año, la revista Élite publica este reportaje, escrito por uno de los cabecillas de la fuga –quien emplea un seudónimo para ocultar su verdadera identidad– en el cual se relata minuciosamente todo el plan de la sensacional fuga.

            Por Dámaso Rojas

            En los días navideños de 1963, un grupo de procesados militares logró huir del penal de Tacarigua, más conocido como la Isla del Burro, una de las cárceles más seguras del país.

            En los días navideños de 1963, un grupo de procesados militares logró huir del penal de Tacarigua, más conocido como la Isla del Burro, una de las cárceles más seguras del país.

                 “La Penitenciaría de la isla de Tacarigua parecía la más segura de todas las cárceles del país. Cuando se reacondicionaron sus instalaciones, nadie se preocupó en reducir el presupuesto ni en ninguna economía con tal de que fuese un presidio a prueba de fugas. El Ministerio de la Defensa ya había planteado la necesidad de un penal especial para algunos procesados militares. Las antiguas fortalezas de El Vigía, en La Guaira, y Libertador, en Puerto Cabello, ni el Cuartel San Carlos de Caracas, y menos aún las cárceles nuevas, tenían capacidad y todos los elementos de seguridad necesarios para garantizar la prisión de unos 200 civiles y militares tenidos como “peligrosos” y condenados a doce o treinta años.

                 Atendiendo a tales exigencias se destinaron 14 millones de bolívares, de los cuales, trece fueron invertidos en las instalaciones de alarma y seguridad, para reacondicionar la famosa Isla del Burro. El MOP, bajo la dirección técnica de especialistas alemanes, con el asesoramiento del mayor Ernesto Pulido Tamayo, estimado en Miraflores como el más capaz de sus jefes de prisiones, construyó su obra. Era un penal modelo, con todos los adelantos modernos en materia de seguridad, especial para ´procesados militares.

                 En Miraflores podían dormir tranquilos. La inversión hecha convirtió la isla del Burro en un penal seguro, a prueba de fugas. No se repetirían casos como el de la Cárcel de Trujillo, de donde se evadieron el 15 de septiembre nueve condenados civiles y militares, entre quienes figuran el capitán de corbeta Molina Villegas, el mayor Vegas Castejón, Fabricio Ojeda, Luben Petkoff y otros cinco más. De todas las otras prisiones importantes –incluido el Cuartel San Carlos– se han fugado presos políticos o militares. Pero al fin había una con el máximo de seguridad.

                 La Isla del Burro tiene una doble cerca de alambres, de las cuales la interna está dotada de un sistema electrónico de alarma que permite señalar en un tablero cualquier corte o el más insignificante contacto. Sería suficiente con que uno de los detenidos tocara con sus dedos uno solo de los alambres, para que entrara en funcionamiento el sistema. Se enciende el tablero, suenan timbres, se prenden los reflectores. En el supuesto de que fallara el sistema electrónico, y algún preso traspasara esa primera cerca, tendría que atravesar un campo minado, imposible de transitar sin el riesgo de perecer. Si alguien atravesara ese campo, y lograra traspasar la cerca exterior, estaría todavía en la Isla del Burro. Muchos recordarán que “Petróleo Crudo” alcanzó una orilla a nado. Hoy es imposible. Alrededor de la isla todo está sembrado de minas. Ni se puede atravesar a nado, ni podría llegar una embarcación sin ser vista o sin chocar con una mina. La navegación es obligatoria por un canal señalado mediante bollas, por donde diariamente y a toda hora una lancha patrullera.

                 Independientemente del sistema electrónico, existen 40 garitas, cada una de ellas con dos centinelas armados de automáticas, y con potentes reflectores –cada garita– cuya luz alcanza hasta las orillas más distantes.

                 La vigilancia está a cargo de un Destacamento militar mixto, con 300 hombres escogidos, dotados de morteros, ametralladoras antiaéreas y armas ligeras. Además, hay 100 guardias civiles con carabinas FN y revólveres, y un sistema de comunicación permanente con los Ministerios de Justicia y Defensa y con la Base Aérea de Palo Negro, que es la instalación militar más cercana a la isla. Resultaba invulnerable.

            Dos de los evadidos, el mayor Manuel Azuaje Ortega (izq.) y el doctor Germán Lairet, quien luego sería ministro del Trabajo durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez

            Dos de los evadidos, el mayor Manuel Azuaje Ortega (izq.) y el doctor Germán Lairet, quien luego sería ministro del Trabajo durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez

            Los procesados y condenados

                 En tales condiciones, después de probar varias veces los sistemas de seguridad, se resolvió el traslado de los primeros presos, hasta completar unos 160.

                 En primer término, todos los procesados por su participación en el movimiento conocido como “El Porteñazo”, el 2 de junio del 63: un Capitán de Fragata (equivalente a teniente coronel) Pedro Medina Silva; tres Capitanes de Corbeta (Mayores) Víctor Hugo Morales, Miguel Henríquez y Luis Avilán Montiel; cuatro tenientes de Fragata (tenientes) Carlos Fermín C., Wallis Medina Rojas, Antonio Picardo y Florencio Ramos y otros oficiales y suboficiales hasta completar unos 25.

                 También están los civiles procesados por la misma causa: Dr. Germán Lairet, Dr. Manuel Quijada (Secretario del Consejo Supremo Electoral en 1958), Gastón Carvallo, Alberto Caricote, Julio Conde Alcalá, Oscar “Loco” Carreño y otras decenas; jóvenes acusados por sus actividades guerrilleras, detenidos en vari as regiones del país, y quienes habían estado en La Orchila, El Vigía y el Castillo de Puerto Cabello, como Eduardo Ortiz Bucarán, Rufo Antonio Meneses, Clodosvaldo Russián, Julio Valero Roa, Rafael Rondón Rivas, Ángel Suzzarini, el sindicalista Luis Felipe Ojeda, etc.; el exdiputado Eloy Torres, trasladado desde la Cárcel de Ciudad Bolívar, y otros oficiales, casi todos considerados de ideas radicales, como el mayor Manuel Azuaje Ortega, los capitanes Américo Serritiello, Julio Bonet Salas, Raúl Hernández W.; los tenientes Nicolás Hurtado Barrios (preso desde 1958) y Exio Saldivia, jefe del movimiento conocido como el “Saldiviazo”.

                 Hoy casi llegan a trescientos, distribuidos en galpones que hace años utilizó el Consejo Venezolano del Niño para un retén que funcionó allí, y el cual clausuró por razones de salubridad.

            Descartados 9 planes de fuga

                 Ahora comienza el relato de uno de los evadidos el 25 de diciembre:

            –A medida que íbamos llegando, nos dábamos cuenta de lo difícil que resultaría una evasión. Allí estábamos “veteranos” de varias prisiones, y todos coincidíamos en que esta Isla del Burro parecía imposible de burlar. Sólo un cambio en la situación política nos daría la libertad. ¡Y pensar que algunos están condenados a años! Pero no perdíamos la esperanza, estábamos seguros de encontrar algún medio de evasión. Nos organizamos para exigir mejor trato, para luchar por reivindicaciones que hicieran más llevadera nuestra vida en ese inhóspito lugar, sin dejar de pensar en que la única reivindicación que realmente tiene valor para un preso es la libertad.

            –¿Cuándo comenzaron a planear la fuga?

            –Desde el mismo día de nuestra llegada, a fines de octubre. Distribuimos decenas de hombres para labores de observación. Pacientemente, pues teníamos tiempo suficiente, nos fijábamos y tomábamos datos sobre todas las medidas de seguridad, cambios de guardia, distancias, los relevos, funcionamiento del sistema electrónico, rutina del personal, materiales de construcción, sistema de visitas, etc. No descuidábamos un solo detalle. Más de cuarenta de nosotros trabajábamos en esa etapa de observación.

                 Con esos datos en la mano comenzaron a estudiar posibles planes. En menos de un mes descartaron nueve porque todos tenían uno o más puntos débiles que los hacían imposible de ejecutar o eran demasiado riesgosos. No se podía burlar las alambradas, ni las garitas, ni sobornar a los guardias porque no tenían contacto directo con ellos; era imposible la evasión nocturna que significara atravesar a nado la laguna. Tampoco era factible una acción de comando desde el exterior, pues ni siquiera contando con helicópteros o lanchas rápidas hubiese tenido éxito.

            –De la misma manera como cada uno de esos nueve planes tenía un punto débil, sabíamos que el penal también tendría el suyo. Y lo encontramos: en la propia rutina del penal, el único lugar viable era el embarcadero que sirve para llegar a la isla.

            Los días de visitas

            –Teníamos que escoger el mejor momento, y cuando hubiese mayor cantidad de ´personas circulando. Tenía que ser un día de visita. Entonces procedimos a estudiar con el mayor cuidado, sin olvidar detalles, el procedimiento empleado para aceptar las visitas.

                 Dos veces cada semana, los miércoles y los domingos, desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde, los familiares de los civiles y militares presos los visitaban. Existe un riguroso control a cada visitante, a quien se le retiene la Cédula de Identidad, y a quienes se contaba, una a uno, después de concluir el período de visita.

            –Teníamos que encontrar el “punto flaco” del sistema de control. Un día, uno de nosotros, observador agudo, dio con la fórmula de burlar la guardia. A partir de ese momento todos intensificamos nuestro trabajo, y nos fijamos, como meta, intentar la evasión antes del último día del año.

            –¿Qué fecha era entonces?

            –Faltaban pocos días. Estábamos contra el reloj, y cualquier atraso podría echar por tierra nuestro plan; así que no podíamos perder tiempo.

            Aspecto de unos de los dormitorios del penal de la isla del Burro.

            Aspecto de unos de los dormitorios del penal de la isla del Burro.

            Escogen la fecha

                 Se reúnen y resuelven intentar la fuga el domingo 22 de diciembre. Un día después, la cambian para el 25, pues pensaron que por ser día de Navidad las visitas serían más numerosas, como en efecto ocurrió.

            –Nuestros enemigos eran los guardias civiles, agentes todos del SIFA y de la DIGEPOL, en contacto directo con nosotros, pues una de sus tareas era grabar bien nuestros rostros. Solo ellos, ¡y eran cien!, podían reconocernos, pues el personal militar no tenía contacto.

                 Los siguientes fueron días de gran tensión, como es de suponer. Repasaban cada detalle para perfeccionar el plan. Los cuatro comprometidos aparentaban, no obstante, la mayor tranquilidad, y con los otros presos, hacían planes de Año Nuevo, cursos de estudios, torneos deportivos. Resolvieron que no debían tener contactos entre sí más de dos de ellos, y cada noche no hacían sino pensar en la fuga.

                 El mayor Azuaje Ortega y Gastón Carvallo eran los más preocupados: el primero, por su estatura, y el otro, por la calva. El capitán Medina Silva y Germán Lairet también tenían un factor adverso: ambos eran delegados de los presos ante las autoridades del penal, y podían ser reconocidos.

            –¿Y por qué no escogieron otros?

                 No hubo ninguna respuesta. Lo cierto es que se mantuvo el secreto. Ni los familiares ni los otros presos estaban enterados de los pormenores, fecha y otros detalles de la fuga. Así al menos lo asegura nuestro entrevistado.

             

            Hora “0” del día “d”

                 Se acercaba el día “D”. Celebraron la Noche Buena, cenaron juntos, cantaron y charlaron. Lairet amaneció enfermo y tuvo necesidad de inyectarse hasta cinco veces para combatir una angina que pudo trastornar su “salida”. El 25, después del desayuno, los presos esperaban con entusiasmo a sus familiares. Un equipo especial había preparado un almuerzo, en el que participarían los visitantes; adornaron las instalaciones; abrían los paquetes de regalos. Entre casi 300 presos, había cuatro que no podían tener un comportamiento igual, a pesar de todos los esfuerzos que hacían.

                 Se ponían más nerviosos cuando llegaba la hora “0”. Por la tarde, cada uno de ellos hizo lo previsto para cambiar de fisonomía y evitar la eventual identificación. Pelucas, bigotes rasurados, tinte para el pelo, cambio de tr5ajes, caminar distinto, cambio de voz. Termina la visita.

            –Comenzamos a caminar con los otros visitantes Yo estaba nervioso, y trataba de no mirar a mis compañeros de aventura. La visita había terminado, y andábamos por los pasillos. Ni siquiera los otros compañeros nos reconocían. Sin embargo, no me despedí de nadie. Eran las seis de la tarde, porque la visita se había prolongado dos horas por tratarse de 25 de diciembre. Esa semioscuridad nos favorecía. Pudimos llegar sin inconvenientes al punto crítico de nuestro plan. . .

            Entre los prófugos también se encontraba el ex diputado Eloy Torres (de boina).

            Entre los prófugos también se encontraba el ex diputado Eloy Torres (de boina).

            El embarcadero

            –Allí, aprovechando la afluencia de visitantes, la oscuridad y el natural cansancio de la guardia, pusimos en práctica una treta.

            –¿De qué se trataba?

            –No pudo explicarla, por razones obvias.

                 Uno a uno subió a la gabarra apretujada de gente. Gastón Carvallo fue el último en hacerlo, Hubiera sido suficiente que por cualquier circunstancia se le cayese la peluca, y todo el plan se hubiera venido abajo. Cuando Carvallo subió, buscó con la vista a sus compañeros. Estaban los cuatro. Pero la gabarra no se ponía en movimiento.

            –Todos templamos cuando vimos que, a buen paso, se acercaban dos guardias. ¿Estábamos descubiertos, Medina Silva me miraba preguntándome qué pasaba? Transmitieron un breve e insignificante mensaje, y a las 6.20 minutos partimos. Un reflector mostraba la zona marcada con bollas.

            –¿Usted debe ser familiar de Lairet? –preguntó una señora a uno de los evadidos.

            –No, no, señora, ni lo conozco.

            –Pero se le parece mucho.

                 Quería seguir hablando cuando a las 6.40, la gabarra tocó la orilla. Cada uno constató que sus otros compañeros estaban en tierra. Seguros, después de esa primera etapa.

            En libertad

                 Todavía no estábamos a salvo. Si se daban cuenta de nuestra ausencia, hubiéramos sido detenidos nuevamente. Pensamos que antes de una hora sería imposible que se percataran de la fuga, y en ese tiempo, cada uno por su lado, pudimos trasladarnos a lugares más o menos seguros. Nuestros compañeros fueron discretos, y solo en la mañana del 27 de diciembre, las autoridades pudieron cerciorarse de la evasión. Nunca penamos que íbamos a tener tanto tiempo para completar nuestra fuga.

            –¿Quién los ayudó?

            –Nadie. El plan tenía esa ventaja, que podía ejecutarse sin colaboración.

            –Al menos hubo complicidad. . .

            -No podía haber ayuda de la custodia porque el personal civil es de la DIGEPOL y el SIFA, y los efectivos del Destacamento militar no tienen contacto con los presos y, en consecuencia, no podían identificarnos.

                 Por la puerta grande, como tituló “El Mundo”, pudieron fugarse el capitán de Fragata Pedro Medina Silva, condenado a 30 años de presidio por ser uno de los tres cabecillas –Ponte Rodríguez y Víctor Hugo Morales fueron los otros– del “Porteñazo”; el mayor Manuel Azuaje Ortega, quien se fugó desde un avión cuando lo trasladaban desde Puerto Cabello; posteriormente del Hospital Militar, y había sido detenido después de gran actividad clandestina, el pasado 9 de julio en Maracay; el Dr. Germán Lairet, antiguo dirigente de la FCU, miembro del Comité Central del PCV, exdiputado, y condenado a 16 años y medio, por su participación en el “Porteñazo”; y Gastón Carvallo, también condenado a 16 años y medio por participar en el “Porteñazo”, y quien fuera torturado, según denuncias públicas hechas entonces.

                 Esa es la historia contada por uno de ellos. Verdad o mentira, lo cierto es que están en libertad, aunque perseguidos por todas las policías”.

            FUENTES CONSULTADAS

            Élite. Caracas, 1° de febrero de 1964.

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