Teresa Carreño en Caracas
La venezolana es considerada por muchos expertos como la pianista más prolífica de América Latina durante los siglos XIX y XX. En 1885, con motivo de su retorno al país, después de una ausencia de veintitrés años (Se había ido a los ocho años, en 1862), regresaba para ofrecer su primer concierto en Venezuela, donde estrenaría, además, el Himno a Bolívar, cuya composición musical realizó, inspirada en la letra de un hermoso texto del escritor e historiador Felipe Tejera. Con motivo de la presencia de la insigne pianista en Caracas, el diario La Opinión Nacional, del 9 de octubre de 1885, dio a conocer una interesante y hasta entonces desconocida biografía de Teresita Carreño. La nota no estaba firmada y el mencionado periódico sólo lo identificó como “Un amigo nos ha favorecido con el artículo que nos es grato publicar”.
El primer concierto lo ofreció la artista en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal), el 27 de octubre de 1885. Allí interpretó: Mi menor, de Chopin, con acompañamiento de segundo piano y quinteto de instrumentos. Allegro, Romanza, Rondó; «Himno a Bolívar»; Saludo a Caracas, Danza dedicada a Caracas; Trémolo de Gottschalk; y Rapsodia húngara N° 6, Liszt.
Tras 23 años de ausencia, Teresa Carreño regresa a Caracas en 1885, para ofrecer su primer concierto en Venezuela.
“Teresa Carreño, ó Teresita, como se complacen en llamarla sus compatriotas y amigos, nació en Caracas, capital de la República de Venezuela el 22 de diciembre de 1853. Sus padres fueron don Manuel Antonio Carreño, antiguo ministro de Hacienda de la República y la señora Clorinda García de Sena, sobrina del antiguo Marqués del Toro y del Gran Bolívar.
Muy temprano comenzó la joven artista a dar muestras del talento de que estaba dotada. Un día, en que apenas contaba tres años, estaba su hermana mayor estudiando la Varsoviana, famosa danza de aquella época. La niña había sido puesta en cuna, y la aya, creyéndola dormida, se había retirado. Pero Teresita no dormía; apenas se vio sola, se levantó y se dirigió hacia el piano que su hermana había dejado, y se puso a buscar con sus pequeños dedos las notas que había oído. Con asombrosa facilidad las halló y tocó bastante bien hasta que llegó á un pasaje algo difícil. Por fin, después de mucho tantear lo halló, pero no antes de que su padre hubiera entrado en la pieza; éste que había oído las notas vacilantes, creyó que era su hija mayor la que tocaba y había venido a enseñarle la manera correcta de tocarlas.
Cuando vio a Teresita de pie delante del piano tratando de alcanzar el teclado, al cual apenas llegaba su cabeza, la tomó en sus brazos, con el rostro bañado de lágrimas al ver el talento que demostraba este simple incidente. A partir de aquel día empezó a darle lecciones.
Muy temprano comenzó la joven artista a dar muestras del talento de que estaba dotada. Un día, en que apenas contaba tres años, estaba su hermana mayor estudiando la Varsoviana, famosa danza de aquella época. La niña había sido puesta en cuna, y la aya, creyéndola dormida, se había retirado. Pero Teresita no dormía; apenas se vio sola, se levantó y se dirigió hacia el piano que su hermana había dejado, y se puso a buscar con sus pequeños dedos las notas que había oído. Con asombrosa facilidad las halló y tocó bastante bien hasta que llegó á un pasaje algo difícil. Por fin, después de mucho tantear lo halló, pero no antes de que su padre hubiera entrado en la pieza; éste que había oído las notas vacilantes, creyó que era su hija mayor la que tocaba y había venido a enseñarle la manera correcta de tocarlas. Cuando vio a Teresita de pie delante del piano tratando de alcanzar el teclado, al cual apenas llegaba su cabeza, la tomó en sus brazos, con el rostro bañado de lágrimas al ver el talento que demostraba este simple incidente. A partir de aquel día empezó a darle lecciones.
En 1862 decidió la familia Carreño irse á Nueva York, donde el día que Teresita cumplió nueve años se dio un concierto en la Academia de Música en “beneficio” suyo. El Teatro estaba lleno; se vendieron cerca de cinco mil billetes, pero el “beneficio” no resultó ser un beneficio para Teresa, pues el empresario se guardó todos los fondos. Pero éste fue el principio de su carrera en los Estados Unidos. Tocó en varios puntos del Este. En Boston solicitada por el Alcalde Corregidor de la ciudad, dio un concierto á los niños de las escuelas públicas. Teresita tiene dos medallas de oro que le fueron dadas en aquella época en dicha ciudad. A la sazón [Louis Moreau] Gottschalk había hecho una gran sensación en Nueva York, y algunos amigos suyos arreglaron una entrevista entre él y Teresita; ésta tocó delante de él y Gottschalk exclamó abrazándola: “hija mía, serás una de nosotros”. Inmediatamente se interesó en sus estudios, y le indicó lo que debía hacer y en qué orden; le enseñó él mismo a tocar sus composiciones, nota por nota. Su manera de tocar fue una revelación para la niña. Gottschalk fue un artista que vivió demasiado pronto. Él mismo decía: “Yo debo vivir por el piano: ¿De qué sirve que yo me presente delante del público a tocarle piezas que o le gustan? Dentro de veinte años cuando el público esté más adelantado hallará que Gottschalk también está mejor educado” Gottschalk era un artista consumado en sus efectos. No había nada de mecánico en su tocar, parecía como que el piano cantaba por sí mismo. Hasta este día Teresita tiene dos grandes ideales de los pianistas: Gottschalk y [Arthur] Rubinstein –tan distintos el uno del otro, pero ambos iluminados por la centella divina del genio. “Me hablan de la técnica de [Rafael] Jossefy”– dice ella “y esto es un grande artista, pero nunca ha habido un pianísimo como el de Gottschalk en las últimas notas de su “Última Esperanza”. Era como el sonido distante de campanas de plata–tan suave, tan dulce, y con todo tan claro. Se oía y se miraba á ver quién la tocaba, pero no había ningún signo. Era como el céfiro suspirando a través de las cuerdas de oro de la lira del poeta”. Teresa conserva aún su afición a las composiciones de Gottschalk porque contienen el ritmo fascinador de las danzas de su país natal. Tiene en su poder una balada manuscrita de Gottschalk que ella estima más que cualquier otra de las composiciones de este artista. Nunca ha sido publicada.
La célebre pianista venezolana estrenó en el Teatro Guzmán Blanco (hoy Teatro Municipal) el Himno a Bolívar, cuya composición musical realizó, inspirada en la letra de un hermoso texto del escritor e historiador Felipe Tejera.
A la edad de doce años la llevaron sus padres a Europa, yendo primero a París. En esta ciudad se presentó inmediatamente delante del público causando como de costumbre el mayor asombro. Su tocar era tan fresco y tan espontáneo que encantaba a todo el que la oía. [Franz] Liszt se hallaba entonces en París; algunos de sus amigos le hablaron de Teresita y se arregló una matinée en el almacén de pianos de Erard.
Liszt vino con otros tres caballeros; eran éstos [Camille] Saint-Saenz, [Alfred] Jaëll y [Francis] Planté, éste último poco conocido fuera de Francia. Liszt dijo a Teresa que le tocara algo nuevo, algo que él nunca hubiese oído. Ella pensó en su querido maestro y nombró a Gottschalk. “Gottschalk– dijo Liszt– he oído hablar mucho de él; tóqueme usted algo suyo”. Teresa le tocó “La Última Esperanza”.
Cuando comenzó a tocar, Liszt se hallaba sentado a veinte pies de distancia del piano entre Jaëll y Planté. . . de fisonomía que parecía decir: “Cómo voy a fastidiarme”. Pero á medida que tocaba Teresa fue él acercando su silla más y más del piano hasta que se halló a su lado. Cuando hubo terminado le puso la mano sobre la cabeza y dijo: “Hija mía, Con el tiempo serás uno de nosotros”.
Entonces le ofreció hacerse cargo de su educación, pero este honor era demasiado grande; la aceptación del ofrecimiento de Liszt hubiera acarreado grandes gastos que su padre no estaba entonces en posición de hacer. Liszt le dio numerosos consejos, le dijo lo que debía estudiar, á donde debía ir, y todo, en fin, lo que un artista viejo podía decir á uno más joven en quien tenía muchas esperanzas. Teresa tocó después delante del Conservatorio de París; aquí también tuvo un éxito completo; tiene un diploma y varias cartas como recuerdo de este suceso.
De París pasó a Inglaterra donde continuaron sus triunfos; tocó en Londres en la “Monday Popo” (conciertos populares del lunes) con [Joseph] Joachim y Mme. [Clara] Schuman. Esta última le dio lecciones durante algún tiempo, y le hizo estudiar muchas de sus composiciones. Teresa tocó en varias ciudades de Inglaterra, pero con más preferencia en Londres.
En 1874 regresó a los Estados Unidos, donde pensaba permanecer siete meses, los siete meses se han hecho once años pues no ha hallado tiempo para volver a Europa.
No es necesario decir que Teresita es compositora; con su activa vida musical no podía ser de otro modo. Comenzó muy temprano y muchas de sus piezas han sido publicadas en Francia, en Inglaterra y algunas en Nueva York, pero la mayor parte de sus piezas están en manuscrito. Tiene un Scherzo que dedicó a [Charles] Gounod, que la había tratado con la mayor bondad y se había interesado mucho por élla. En una carta, que conserva cuidadosamente, le dice al autor de “Fausto” que Beethoven mismo habría podido firmar este Scherzo. Tiene una gran cantidad de piezas de toda clase, baladas, danzas, y otras por el estilo, pero casi todas son para su uso personal, ni las imprime, ni las toca en público. Pero no admite que una mujer no puede componer; en este respecto es una firme defensora de los derechos de la mujer. A propósito de ello cuenta ella una buena anécdota. En 1883 viajaba con el doctor [Frank] Damrosch: hablando con él entre otras cosas sobre esto, declaró positivamente Damrosch que las mujeres no podían componer. “Ha habido mujeres”, –dijo– que han sido buenas escritoras, poetas, pintoras, escultoras; pero compositoras ninguna; ¿por qué es esto si las mujeres tienen el talento que usted dice? “Porque –contestó el artista– la mujer se enamora de un hombre, se casa con él y el hombre la domina. Cuando hay dos niños, un varón y una hembra, y los dos se ponen a componer, todo el mundo se anima al muchacho y desanima a la muchacha. A ésta se le dice que se ponga a bordar ó á hacer otra cosa propia de su sexo”. Algún tiempo después se hallaban en Denver, en Colorado, donde tiene el doctor Damrosch un hijo que tiene un almacén de pianos. Fueron a hacer una visita a éste, y Teresita se sentó al piano. Si pretexto de tocar a Damrosch una composición sudamericana, le tocó un himno que, le dijo, había sido compuesto por un venezolano para el Centenario de Bolívar que se celebraba en aquel año. El doctor quedó encantado. “¡Eso no es suramericano!” –exclamó– “eso podría haber sido escrito por uno de los mejores compositores alemanes, es una inspiración. ¿Quién lo compuso?”– “Yo” –contestó Teresa, mirándole fijamente. Por algunos instantes quedó mudo Damrosch, después dijo: “Pues no retiro una sola palabra de lo que he dicho”.
Teresita Carreño es hoy la esposa de Tagliapietra, el bien conocido barítono. Teresita es también cantatriz; ha cantado en la ópera italiana con la [Thérèse] Tietjens en Londres y también en Nueva York, donde tuvo un grande éxito en el papel de Zelina en “Don Giovanni”.
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