Orígenes de las boticas de Caracas

Orígenes de las boticas de Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Orígenes de las boticas de Caracas

Por Próspero Navarro Sotillo

     Caracas cayó bajo el azote de enfermedades y flagelos no menos terribles, años después de su advenimiento al mundo de las ciudades en 1567. La primera (1580) fue la viruela y continuó hasta 1614 y 1617.

     Luego en 1667 se duplicaron las calamidades con la viruela (1687) y el vómito negro, de fatal complemento. Estos datos los aporta Fray Pedro Simón.

     Entre hambre y enfermedades no se pintaba un cuadro atractivo para los boticarios peninsulares, como cebo para atraerles. Los médicos brillaban por su ausencia y había que apelar a los curanderos. Los nombres de Diego Martín, licenciado Pérez de la Muela ̶ que no era “dentista” ̶ y Diego de Montes, figuran entre ellos.

     “No existía una institución docente” en el campo médico-farmacéutico. El escritor Mariano Picón Salas expresa al respecto que: “Los vecinos acuden a los extraños milagros de la flora indígena para su medicina en estado de naturaleza”. En la Venezuela colonial quien necesitara un remedio se lo preparaba sin necesidad de acudir a la botica. . .

     Y esa falta de conocimientos se acentúa más con la ausencia de instrucción o planteles docentes. El año 1591 es cuando se funda la primera escuela primaria en Caracas, según los datos aparecidos en la historia de la farmacia en Venezuela.

     Es la de Luis Cárdenas y se crea mediante “limosnas de los vecinos” que manda a pedir el Ayuntamiento. Un año después la correspondiente al “Preceptorado de Gramática” de Juan de Arteaga, que no alcanzó mucha difusión, El Seminario, comisión recibida por el Obispo de Venezuela, de Felipe II (1592), tampoco cristaliza en 1641 y solo es realidad en 1696.

     Sea como fuere la primera Botica de Caracas nace a finales de 1649, posiblemente. . . La va a “regentar” Marcos Portero de Los Santos que no era boticario titular y sí un práctico en Farmacia. Se desconoce el inventario sobre lo que expendía dicha botica.

 

Las boticas de Caracas

     Al referirnos especialmente a esa primera “Botica” caraqueña, comenzaremos por señalar el procedimiento seguido por Marcos Portero de Los Santos ante el Cabildo de Caracas. Con fecha 4 de septiembre de 1649, se conoce la petición de que “había una persona a propósito que quería abrir botica pública, y parece conveniente que la haya más en beneficio de los pobres”.

     La semilla dejada por Portero (o Porttero) abrió nuevos horizontes a profesionales de otras ramas, por ejemplo, a los médicos. Solo él y García Palomino no eran médicos ni cirujanos, allá por el siglo XVIII. La botica de Marcos Portero, tras muchas vicisitudes, su “negocio” de Botica cerró en 1651.

     El licenciado Pedro Ponce de León fundó la segunda Farmacia de Caracas, en 1652. Ponce de León Era médico, cirujano y boticario.

     De su “stock” farmacológico se desconoce descripción alguna. Se instaló “en un local perteneciente a la Catedral y pagaba por alquiler cinco pesos mensuales”. Según su testamento dejaba la botica, textos de medicina y cirugía y un “estuche de plata con toda su herramienta”.

     En 1656, Angelo Bartolome Soliaga y Pamphilio adquiere en “400 pesos macuquinos, pagaderos en tres plazos, por anualidades”, la botica de Ponce de León. Ejerció como médico contra la oposición de los existentes en Caracas, pues “no era médico diplomado” y sí protegido del Obispo Baños y Sotomayor. Así y todo lo fue en el Hospital de San Pablo.

     En 1690, Juan de Massa (o Maza) era cirujano y poseía una tienda para expendio de géneros y medicinas. Cerró sus puertas en 1694 “demente y paralítico” en el Hospital de San Pablo. En 1692, Antonio Valdés adquiere la botica que era de su colega cirujano Soliaga y Pamphilio cuando este falleció. La recibe por 620 pesos a crédito.

     Valdés era el cirujano proveedor de las medicinas al Hospital de San Pablo y allí ejercía su profesión de cirujano. Se ubicó con su botica en la calle de “Los Mercaderes” cuyo local pagaba cinco pesos mensuales de alquiler, pero se atrasó en el arrendamiento y Valdés argumentaría en su favor “para no pagar, su mucha pobreza”. Su deceso ocurrió en 1698.

     A comienzos de la década de 1690, Juan de Espinosa, quien era barbero, médico cirujano, boticario y . . . ¡curandero!, tenía en sus inicios un botiquín privado donde atendía a los clientes; luego lo trasformó en Botica Pública.

     Era nativo de Sevilla y se casó acá con Antonia Montes, “madre del también cirujano Andrés Bermúdez, discípulo de Espinosa, quien murió el 10 de abril de 1696 y las drogas de su botica fueron compradas por su pupilo Luis Cardozo, en doscientos veinticinco pesos”. La botica existió por 4 años. Dejó alguna plata, como también discípulos: en la medicina y. . . ¡la barbería!

     En 1694, Dyonisio Garcia Palomino adquiere, a la muerte de Juan Massa (o Maza), las existencias en medicamentos por 205 pesos. Se aclaraba esto: “. . . que ejerce el oficio de Boticario en esta ciudad por lo que se le decía Maestro Boticario”.

     Dos años después, en 1696, Luis Cardozo se asoció a Juan Antonio Angulo “en el negocio de Botica y Barbería” y remataría las drogas de la botica de su maestro Espinosa, cuando éste murió. Cardozo era barbero-sangrador y en 1709 lo despidieron del Convento de San Jacinto por “no hacer su oficio con cuidado”.

     Francisco Guerra Martínez, con el título de Maestro en Cirugía, llega a Caracas desde La Habana en 1694 y pide al Ayuntamiento que se le reconozca dicha credencial. Previo al examen en el Protomedicato y la reválida en Madrid, el Diploma estaba en regla y le fue autenticado por el cuerpo edilicio.

Primer boticario demandado

     Empieza él su profesión acá y tambien los problemas con los “no graduados” o “empíricos” ̶ que hoy todavía existen ̶ . Se instala con una botica, pero la corrección de una fórmula del doctor Gómez de Munar, relacionada con los “Polvos de Juan de Vigo” (en presencia de mismo cliente) señalando como “un disparate lo prescrito” creó un escándalo.

     El Alcalde Alfonso Piñango “fulminó causa criminal contra él por haber dado un medicamento diferente del que se le pidió”. Fue demandado el citado Guerra Martínez, le embargaron la farmacia y lo condenaron a 9 meses de prisión. Se registra así el primer caso de un boticario demandado por haber entregado un medicamento diferente al ordenado por el médico. 

     Es en el siglo XVII cuando se perfila el surgir de la popular Botica que se convertirá luego en la Farmacia de hoy, incluyéndose a la primera establecida en el interior del país por el medico Cristóbal Valdés Rodríguez de Espina, radicado en Trujillo en 1669.

 

Cifras desde 1800

     El censo de Caracas para los años 1800 (Humboldt) 40.000 habitantes; 1802 (Depons) 42.000 habitantes; 1812 (Palacios) 43.000 habitantes; 1825 (Sanavria) 29.843 habitantes y 1829 (Codazzi) 29.320 habitantes.

     Para 1830, la ciudad caraqueña posee unas siete boticas, cuyos dueños son los señores: José Antonio Rocha, Luis Hernández, Juan Francisco Rocha, Mariano Ascanio, Eduardo McClong, Claudio Rocha y la del médico Dr. Pedro Bárcenas.

     Queremos hacer referencia a este último (Bárcenas), quien fue soldado de nuestra independencia, luego estudiaría Medicina y Farmacia. Obtuvo esos títulos: Doctor en Medicina en 1824y el de Boticario (en el Protomedicato) el 18 de junio de 1825. “. . . prestó servicios en la Secretaría del Libertador”. Pero en la inspección a esas boticas veamos lo que ocurrió cuando “se verifico la visita de su farmacia, como no había sacado patente para botica, se le ordenó hacerlo o clausurarla”. Agrega seguidamente el texto consultado: “Por sus merecimientos, fue decretado el reposo de sus restos en el Panteón Nacional”.

     Luego viene Francisco Agustín Laperriere, de Finisterre (Francia), aprobado por la Facultad el 1° de octubre de 1832 y quien se establece en la calle de las Leyes Patrias. Ya en 1831 ̶ a modo de información ̶ la citada Facultad había convocado a los boticarios por cierto “mal estado existente en las boticas y situación de abandono en que se hallaban y convocó a los boticarios a resolver lo conducente”.

     Otros establecimientos de nuestra capital fueron instalados por los señores: Juan Bautista Cabrera, Gerardo Vigo Wadasquier y Carlos Alcántara. En 1837, en la antigua calle de las Leyes Patrias (en la esquina de Las Palmas o de “La Palma”) es don Jorge Braun ̶ de origen alemán ̶ quien convierte el “Almacén de Medicinas y Colores” en la Botica Principal.

     En 1840 abre sus puertas en la esquina de Pajaritos la Botica Central, cuyo fundador fue Don Guillermo Sturup, En la práctica dichas farmacias, situadas en la misma cuadra, serían luego lo que hoy conocemos como un mayor de Medicinas y de Drogas. Las únicas en Caracas en dicho comercio.

     Coincidencialmente, con la fundación de la Botica Central, la Facultad promulgó un acta el 29 de febrero, pues “las boticas de Caracas presentaron algunas irregularidades y se constató que despachaban recetas de intrusos lo que, a su juicio, ameritaba ya que se promulgara una reglamentación”.

     Y efectivamente ocurrió así, pues con la finalidad de oponerse a esos empíricos de la época, el 23 de mayo de 1840 el director de la Facultad, doctor José Joaquín González, ofició a Dr. Ángel Quintero, Secretario de Estado del Departamento del Interior y de Justicia. Y le remitió el Reglamento para la Organización de Boticas y Droguerías, rogándole que “si se consideraba por el Gobierno en armonía con las Leyes de la República pueda la Facultad hacerlo circular en quienes corresponda. El Gobierno con oficio N°594 del 24 de agosto, recomendó su inmediata circulación”.

     Aunque se atribuye, ya no el origen de las Ciencias Farmacológicas en Venezuela, aunque si la iniciación a alemanes y daneses, es importante ver aquí lo relacionado con nuestro Libertador Simón Bolívar. “Tal reglamento es la primera ordenación jurídica de la Venezuela Republicana, en materia de legislación farmacéutica”. Y rezaba así: “La Facultad Médica de Caracas hallándose investida con las atribuciones de que gozaban los antiguos protomedicatos, y siendo parte de ellas (como expresa el artículo 8° del Decreto del Libertador del 25 de junio de 1827) cuidar del exacto desempeño de los deberes profesionales de los individuos de los tres ramos (medicina, cirugía y farmacia), los censura y castiga con multas, suspensión, ha acordado en sesión del presente mes dar principio a la organización de los tres ramos dichos, tomando por ahora las medidas de mayor importancia: y siendo de los despachos de medicamentos del que depende en gran parte la salud pública, y del que abusa con escándalo y exceso por los charlatanes y aventureros, juzga por primera medida, dar a los farmacéuticos y drogueros este reglamento que les sirva de norma para evitar los daños expresados”.

 

Fuentes consultadas: Historia de la Farmacia Venezolana, del Dr. Néstor Oropeza

La india de El Paraíso cumple 110 años

La india de El Paraíso cumple 110 años

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La india de El Paraíso cumple 110 años

     La famosa estatua de La India en la urbanización caraqueña de El Paraíso fue colocada hace 110 años.

     La obra diseñada por el escultor Eloy Palacios se programó originalmente para ser inaugurada por Juan Vicente Gómez el 5 de julio de 1911, con ocasión del centenario de la Independencia, pero de acuerdo a un comentario publicado en la revista El Cojo Ilustrado, el dictador se empeñó en que debía llevar el lema de su gobierno (Unión, Paz y Trabajo), lo cual demoró la instalación. Finalmente, la inauguración de la escultura se efectuó el 21 de agosto.

     Gómez también se negó a que el monumento fuese erigido en el Campo de Carabobo, donde se libró la batalla decisiva de la independencia venezolana, debido a que consideró que la desnudez de la india era un irrespeto a la majestad de los próceres que participaron en la Batalla de Carabobo.

     A lo largo de estas once décadas la estatua de la India ha tenido dos ubicaciones en la caraqueñísima urbanización del suroeste de la ciudad.

     Primero estuvo frente al Hipódromo Nacional, a la altura del Instituto Pedagógico, en la avenida La Vega o 19 de diciembre (hoy José Antonio Páez). Luego, en 1966, fue trasladada al lugar donde se encuentra actualmente, al final de la misma avenida, en la entrada de La Vega, para darle paso a la construcción del ramal del Distribuidor La Araña que da acceso a los túneles que comunican con la autopista sur que conduce al Cementerio, a El Valle y Coche.

     Raúl S. Esteves escribió en la revista Líneas, en la edición de junio de 1972, un amplio reportaje con minuciosos detalles acerca del concepto de la obra, incluidos costos y escogencia de los candidatos a diseñar el monumento concebido para perpetuar la victoria obtenida frente España, que selló la independencia de Venezuela, el cual presentamos a continuación:

EL PRIMER MONUMENTO A LA BATALLA DE CARABOBO QUEDÓ EN CARACAS, ES LA POPULAR “INDIA DEL PARAÍSO”, SU ESCULTOR FUE ELOY PALACIOS Y COSTÓ 189.900 BOLÍVARES

     Antes de que en la llanura de Carabobo, donde en 1821 fueron libradas gloriosas acciones por el Ejército Libertador, quedara instalado el monumento alegórico hecho por el escultor español Rodríguez del Villar ̶ fallecido hace años en Valencia̶ ̶ fue decretada la erección de otros conjuntos escultóricos, para dar cumplimiento a un Decreto del Parlamento de Colombia fechado el 23 de julio de 1821.

Boceto del Monumento a Carabobo, elaborado por el escultor Eloy Palacios (Maturín, estado Monagas, 1847 - La Habana, 1919)

     El 21 de septiembre de 1887, cuando ejercía funciones de Presidente Provisional de la República el general Hermógenes López, hubo una disposición presidencial mediante la cual se ordenaba colocar en la Plaza Bolívar de Valencia una columna de mármol de diez metros de altura ̶ es la que ahora se conoce como El Monolito ̶ “destinada a perpetuar la última gran victoria obtenida por los ilustres Próceres de la Independencia en territorio de Venezuela”, como se manifestaba en el único Considerando del decreto mencionado.

Otro monumento conmemorativo

     En la Memoria del Ministerio de Obras Pública correspondiente al año de la inauguración, se informa que por Decreto de fecha 5 de julio de 1904, se ordenó la creación de un Monumento en la llanura de Carabobo, y para llevar a cabo su ejecución, fue promovido por ese Ministerio un concurso entre los ingenieros y escultores venezolanos. Escogido el proyecto que resultó ser el mejor entre los que fueron presentados, se confió al escultor Eloy Palacios su realización.

     Palacios ̶ autor también del conjunto escultórico erigido en La Victoria para rendir tributo al reconocimiento a la heroica batalla que fue librada en esa población aragüeña por las fuerzas patrióticas al mando de José Félix Ribas ̶ quiso dar a su obra un estilo original y para ello ideó un nuevo proyecto que fue aprobado por los representantes del Gobierno Nacional. El escultor dijo ante un grupo de amigos que había logrado inspiración en el medio tropical, fundamentalmente en una expresión de la llanura venezolana: la palma real, tres de cuyos troncos unidos sustituyeron la columna clásica que era tradicional en ese tipo de esculturas. Expresó también que había recordado una bella leyenda indígena que pone en el penacho de las palmeras la habitación de los dioses y para lograr tal simbolismo, hizo surgir del mismo capullo de la enorme palmera al genio de la independencia, con la bandera de la libertad en su diestra, y una antorcha en su mano izquierda.

     Los ciudadanos que fueron comisionados por el gobierno nacional para diligenciar todo lo relacionado con el Monumento resolvieron hacer algunas modificaciones al respecto y con fecha 10 de diciembre de 1909 hubo un decreto mediante el cual eran reformadas las inscripciones que debía llevar el grupo escultórico y se ordenaba hacer la erección del conjunto en el Paseo Independencia de Caracas.

     Pero, considerándose que la obra había sido concebida para ser levantada en una llanura ̶ la de Carabobo ̶ y que aquel sitio había sido desechado por inconvenientes surgidos después de la fecha del primer Decreto, se escogió la para aquella época llamada Avenida de La Vega, en Caracas, como sitio adecuado donde podía destacarse el hermoso grupo de Palmeras.

     En cuanto a las inscripciones, éstas quedaron dedicadas a inmortalizar el 24 de junio de 1821 y a los héroes que surgieron de la Batalla de Carabobo, y finalizaba así: “El gobierno de la República, bajo la Presidencia Constitucional del General Juan Vicente Gómez, erige este monumento – 1911”.

     Bajo relieves representativos de acciones épicas, y en el sitio donde nace la palmera tridimensional destacan tres figuras femeninas tocadas con gorros frigios en representación de Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, en una trinidad que sería eterna para el Escudo de Armas de la Gran Colombia, decretado por el Congreso de Cúcuta el 4 de octubre de 1821.

La inauguración

     Para la inauguración del Monumento había sido fijado el 24 de junio, pero tal acto no pudo realizarse sino el 21 de agosto de 1911, y en aquella oportunidad pronunció un discurso el doctor José Gil Fortoul, Ministro de Instrucción Pública, quien señaló que con esa ceremonia se ofrecía una prolongación de las festividades del Centenario y se daba cumplimiento a un Decreto del año 21, que ordenaba tributar en Caracas los honores del triunfo al Ejército de la Independencia. Emocionado el doctor Gil Fortoul expresó “. . . en el centro del paisaje de incomparable belleza, armoniosamente cercado por montañas que, al amanecer, se visten de cálidas nieblas que ve luego el sol a acariciar con matices de nácar y rosa, en este valle de El Paraíso, donde verdea la inmortal caña dulce y agita amorosamente su verde penacho el chaguaramo, aquí, en este paseo donde por las tardes de oro y púrpura, viene a derramarse, bulliciosa la ciudad. . .” 

Otras características del monumento

     De conformidad con lo establecido en un Decreto Ejecutivo de fecha 30 de junio de 1905, el Gobierno Nacional asumió la responsabilidad de realizar el Monumento y fue nombrada ̶ por resolución de ese mismo día ̶ un Jurado que formaron los doctores Jesús Muñoz Tébar, Alejandro Chataing y Emilio J. Maury, el cual debía conocer del mérito artístico de los proyectos que fueron presentados. Estos señores hicieron público el Veredicto correspondiente el día 15 de julio.

     Hubo seis proyectos y se declaró mejor el que fue ejecutado por el ingeniero Manuel Cipriano Pérez, ya que tanto en su aspecto monumental como en el artístico, reunía las condiciones exigidas en el Decreto Ejecutivo de 1904. A este proyecto, según declaración de los miembros del Jurado, siguieron en mérito los que fueron enviados por los ciudadanos Andrés Pérez Mujica y Lorenzo González, quienes estudiaban con notorio provecho el arte de la escultura en París, pensionados por el Gobierno Nacional.

     El día 6 de julio fue escogido el presupuesto para la realización de la obra y resultó favorecido el de Eloy G. Palacios, cuyo monto fue de 189.900 bolívares.

     En justa medida de retribución por el mérito concedido a los trabajos de Pérez Mujica y de González, se resolvió que estos escultores realizaran dos de las estatuas que figuran en el basamento del conjunto. El primero haría la de Colombia y el segundo, la de Ecuador.

     El documento fue firmado el 20 de julio de 1905, y Palacios se obligaba a entregar ̶ montado de un todo ̶ el Monumento el 24 de julio de 1907, pero no pudo cumplir tal compromiso y solicitó un año de plazo.

     Adujo Palacios que no le era posible dar por terminada su obra sino en 1908, por haberse visto obligado a recomenzar varias veces el trabajo, para mejorar algunos detalles, y porque buscaba la más apropiada armonía del conjunto en su deseo de hacer algo que resultara digno de su objeto y con la mayor perfección artística.

     El Monumento a la India, o simplemente “La India de El Paraíso”, como se le conoce popularmente, estuvo frente al Instituto Pedagógico hasta el año 1966, cuando fue trasladado hasta la redoma que está en la entrada de La Vega, su ubicación actual, para dar paso a las obras de construcción de la autopista que enlaza el sur de la ciudad con la vía que lleva al litoral guaireño.

     El original grupo escultórico, exponente del refinado simbolismo artístico que era característico en aquel tiempo, con sus relieves alegóricos custodiados por cóndores, con la hermosa mujer india que conserva el gorro frigio y una antorcha en su mano izquierda, pero que no tiene la bandera originalmente señalada por el autor para que la llevara en su mano derecha, no fue nunca a Carabobo, aunque sí representó el primer monumento concebido para inmortalizar en bronce y piedra esculpidos, la acción gloriosa de quienes participaron con las armas de la República en la batalla libertadora de 1821.

La India en la redoma de La Vega, 2020
Eloy Palacios, escultor y pintor, autor del Monumento a la Batalla de Carabobo, conocido popularmente como “La India del Paraíso”
Traslado de la India del Paraiso, del Pedagógico a la redoma de La Vega, 1966

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Urbanización Los Chorros

     De nuevo Don Eugenio Mendoza, un ciudadano al que mucho le deben los caraqueños en realizaciones urbanas, busca lo pintoresco del paisaje. Los Chorros son el norte. Hacia allá van los caraqueños a bañarse en sus pozos La Llovizna y ño Leandro. Don Eugenio, con ideas pero sin capital, logra interesar a su amigo Don Salvador Álvarez Michaud, hombre dinámico en la empresa de urbanización. Fundan la “Compañía El Ávila” y comprometen al doctor Alfredo Jahn para los planos y el presupuesto.

     Alvarez Michaud compra otras haciendas adyacentes para sumarla a “Los Castaños” y ampliar la urbanización. Los terrenos son ofrecidos a locha y a medio el metro cuadrado. No obstante, la gente todavía reticente a moverse de su casa de Caracas, no se decide a vivir en Los Chorros. Se tropezaba con la lejanía y la falta de comunicación. El Dr. Santos Dominicci a quien Don Eugenio le ha apartado un terreno lo rechaza con estas palabras: “necesitaría levantarme a las cinco de la mañana para transportarme a mi Clínica en Coche, pues gastaría dos horas para ir y dos para venir”.

     Míster Cherry, gerente inglés del tren de Petare, tenía la solución: llevar una línea desde Agua de Maíz hasta los Chorros. Don Eugenio, Gerente venezolano de los tranvías Caracas, por fin lo convenció vendiéndole además un lote de diez mil metros. El doctor Alfredo Jahn hizo tender un puente desde la casa de Louis Schlageter hasta la urbanización, Don Louis, que tenía una casa de temporadistas desde antes de construirse la urbanización de Los Chorros, no se cansaba de alabar su agua. La ofrecía a sus visitantes como si fuera un refresco.

     Las primeras casas que surgieron allí fueron las de Alfredo Pardo, Silvestre Tovar, Lorenzo Herrera Mendoza, Bartolomé López de Ceballos, Andrés Pietri, Manuel Felipe Núñez, José Loreto Arismendi, Pedro Mendoza, Carlos Siso, Helena Sanabria de Vegas, Soledad Braun, Felicia de Guzmán. La mayoría de estas personas estaban animadas de un gran amor por la naturaleza; empezaron por plantar grandes árboles para robustecer la flora y detener las crecientes de la quebrada de Tócome. La Compañía El Ávila en aquel tiempo no tuvo ayuda alguna del Gobierno, hizo cloacas y carreteras. La urbanización nunca se inundó.

     Mister Cherry, totalmente enamorado del paisaje, fabricó allí una magnífica casa que amobló a todo lujo. Solía decirle a Don Eugenio en su español enredado: ̶ Oiga colega, yo me conozco toda Europa, África, Asia y Oceanía y me parecen mejor Los Chorros. Conozco los Llanos y los Andes de Venezuela, las playas del Orinoco y del Caribe y me parecen mejor los Chorros. De modo que si los Chorros son mejor que todo lo que conozco no hay un sitio mejor en el mundo.

Paseo Los Caobos

     Caracas era una ciudad rodeada de haciendas. Hacia abril de 1920 la Compañía El Ávila, que después se denominó “Compañía de urbanización del Este”, adquiere para urbanizar las haciendas La Guía y La Industria de José Antonio Mosquera, hoy el hermoso paseo de Los Caobos. Al frente de dicha compañía están de nuevo Don Salvador Álvarez Michaud y Don Eugenio Mendoza.

     La Hacienda constaba de 563.000 metros cuadrados vendidos en un millón cuatrocientos mil bolívares. Una fortuna crecida para la época. Don Eugenio logra reunirla en noventa días. Vale la pena copiar párrafos del documento: “Cuánto dinero no han ganado personas que han adquirido terrenos en El Paraíso, El Ávila y después los han vendido. Esta pregunta sería contestada por quienes han triplicado sus inversiones en poco tiempo con esta clase de operaciones”.

     El primero que contestó fue el General Gómez, suscribiéndose con Br. 100.000. Lo siguió Don Juancho Gómez con cincuenta mil, Rafael Requena, Félix Galavis, Gertrudis López de Ceballos, y su hijo, Bartolomé, Juan Manuel Díaz y otros compraron acciones. La venta de los terrenos fue de Bs. 8, 7, 4, 3, el metro cuadrado. La Municipalidad prestó su apoyo tendiendo un puente sobre el río Anauco.

     Pero luego la operación se estancó porque Gómez trató de que le cedieran gratuitamente el lote del Museo de Bellas Artes y la Compañía se opuso. Los Caobos fueron conservados contra viento y marea por Don Eugenio Mendoza que rechazó jugosos negocios para explotar allí madera.

     Las primeras casas que allí surgieron fueron las de los doctores Tomás Bueno, Ricardo Razetti, la Clínica de Salvador Córdoba, la del doctor Carlos Acedo Toro y la de Don Eugenio. Por mucho tiempo estuvo allí instalado el Jai-Alai y el Restaurant La Suiza.

San Agustín y El Conde

     En 1925 ya se está enseñoreando la fiebre de oro de Venezuela, valorizando los terrenos. No pueden hacerse ya grandes mansiones sin desembolsar grandes cantidades de dinero. Por aquel tiempo surge una clase de urbanización nueva, al alcance de la clase media y la clase obrera, simbolizados en San Agustín del Norte y del Sur. Nace el “Sindicato prolongación Caracas”, dirigido por Don Luis Roche y Juan M. Benzo. Los acompañan para iniciar la equitativa urbanización: Alfonso Rivas, Tomás Sarmiento y Juan Bernardo Arismendi.

     Sobre los terrenos de La Yerbera, de la sucesión Guzmán Blanco, se levantaron hileras de casas pequeñas, uniformes, donde se ha aprovechado minuciosamente el espacio. Algunas tienen las ventanas cambiadas por balcones. Cada quien puede tener su casa por las facilidades que se donan.

     Ya la casa de ventanas españolas, amplia y acogedora, es un recuerdo del pasado. La primera guerra mundial ha traído como consecuencia que la casa se visite de noche cuando se regresa del trabajo. La casa se transforma en dormitorio. El amor sale a dialogar a los parques, a los clubs, a los bailes.

     Hacia 1927, en los terrenos de la antigua hacienda del Conde San Xavier, nace la urbanización El Conde para la clase media. Con cierta amplitud sobre las casas de San Agustín, intercalándose algunas hermosas quintas, según la fortuna del comprador, el Conde viene a ser una prolongación de San Agustín. La construyeron los hermanos Machado Hernández.

Urbanización la Florida y otras

     Por 1928 Don Luis Roche y Arismendi compran una hacienda de frutos menores del doctor Tomás Bueno para construir La Florida. La nueva urbanización fue la primera en Caracas con 22 metros de ancho y es la que abre el camino hacia el Este.

     También por aquel tiempo Don Eugenio Mendoza construye a Sebucán, haciendo los planos Hermán Steling, Edgard Pardo y Henrique Sibletz. Cincuenta bolívares se pagaba como cuota inicial del terreno. Fue una urbanización para ricos y pobres. Sebucán nació el 15 de junio de 1928.

     Caracas crece, se mete en la hacienda, la hacienda se mete en la ciudad. La Hacienda Blandín, donde se tomó la primera taza de café en Caracas, fue transformada en el Country Club. Sus propietarios compraron aquellos terrenos a Bs. 5 el metro cuadrado.

     Nacen los Claveles en 1932, entre Puente Hierro y la Roca Tarpeya, urbanización también de Don Luis Roche, después de haber construido Don Bosco, al lado de la Florida. Se urbaniza el peaje, propiedad de Don Eugenio Mendoza que casi regala a la gente pobre aquellos terrenos. Su consigna fue que “ningún rico podía hacer allí inversiones”

     Fue la urbanización para la gente de escasos medios. Nombres de trabajadores hoy bendicen su nombre, como sus primeros pobladores: Valerio Piña, Jacinto Arias, Martín Herrera.

     Las haciendas siguen parcelándose. En la de San Felipe nace La Castellana. La hacienda de Andrés Ibarra se convierte en Bello Monte. Su trapiche es hoy la Ciudad Universitaria. Los campos de nardos, cercanos a Petare, alabados por Arístides Rojas, son hoy La California, La Carlota. Mariperez es la hacienda de Chacao, de María Pérez. Las haciendas de melojo, de Don Cruz Orta, forman parte de la segunda etapa de Los Caobos. San Bernardino se levanta sobre las frescas campiñas de Gamboa, pobladas de durazno y de flores.

     Luego viene Altamira, iniciada igualmente por Roche, más o menos en 1942. Esta urbanización ostentará la mayor plaza de la capital, de 28 mil metros cuadrados. Será el centro del Este, una población nueva que crece apresurada, hermosa y moderna.

El Silencio

     En 1942, día aniversario de la Fundación de Caracas, el presidente Medina Angarita iniciaba el primer paso para construir sobre un barrio miserable la Caracas magnificente del porvenir. Trescientas treinta y una casas ocupadas por 3.100 personas cayeron bajo la pica demoledora para levantar allí las airosas y pesadas torres de la Avenida Bolívar. Sería ya la arquitectura recia, el bloque de cemento entronizado, el vuelo vertiginoso de una ciudad que se incorporaba para siempre al progreso avanzado del mundo.

     Lo interesante sería saber si Caracas está construída con arte, técnica y belleza, para que en ella viva feliz una humanidad que supo encontrar antaño en la paz sus mejores goces. Una ciudad que fue esencialmente romántica. Una ciudad donde la casa era lugar de armonía y recogimiento.

     Solo podrían contestarlo los señores arquitectos que hoy se reúnen a su sombra a dialogar.

     Guinand, por ejemplo, no se ha acostumbrado nunca al maquinismo de la época y prefiere el crecimiento limitado de la ciudad, para que no desaparezca la vieja fachada con su rezumo de magnolias y jazmines. El arquitecto Rafael Seijas Cook, constructor de aquel original Teatro Pimentel y viajero del mundo, desde su despacho de la torre sur de la Av. Bolívar, compara la técnica en el tiempo con otros países y emite el juicio alentador de que estos rascacielos son buenos en cualquier parte del mundo. Pero para la mayoría de las personas la Avenida Bolívar no fue construida con toda la técnica armoniosa. Sus avenidas señalan al viajante casas a la mitad o superficies de aleros que roban la generosidad del paisaje.

     Para nosotros la ciudad no es la misma que añoramos con depósitos de tradición. Quedan por ahí plazas antiguas, viejas estatuas que la gente no conoce. Todo está simplificado, duro geométrico. El árbol airoso de la hacienda ha muerto en la ciudad. El Ávila refulgía como una esmeralda. Para encontrarlo hemos tenido que tomar un ascensor.

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte II

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte I

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Evolución del desarrollo urbano caraqueño – Parte I

     A tres lochas (37 céntimos y medio) compraron el terreno para construir quintas en El Paraíso los primeros inversionistas que se animaron, en 1891, a comenzar a poblar la entonces aristocrática urbanización al suroeste de Caracas. Ya a principios del siglo XX, hacia el lejano este de la ciudad, podía conseguirse un buen espacio en las faldas del cerro Ávila, en Los Chorros, por alrededor de una locha o medio (0,25 céntimos) el metro cuadrado. En un reportaje publicado en el diario La Esfera, el 9 de diciembre de 1959, bajo el título de “Medio siglo de arquitectura urbana”, Ana Mercedes Pérez ofrece interesantísimos detalles en torno a cómo se levantaron las primeras urbanizaciones en Caracas para las diferentes clases sociales.

 

Cómo nacieron las urbanizaciones de Caracas

      La ciudad no es la misma de la historia, aquella de nuestros antepasados, ya ni siquiera la dueña singular de nuestros recuerdos en amados sitios de la juventud. No es la que nos vio nacer ni la que nos dio las aguas del bautismo. Pareciera que lleva un antifaz. A lo largo de los años la hemos visto crecer, expandirse, desarticularse, enervarse o recogerse más en la intimidad de un recodo para darle paso a la avalancha de un mundo exterior que quiso conocerla y hacerla suya. La luz esplendorosa, el paisaje azulino, el patio y su turpial, la gota silente del tinajero han sido encerrados en un bloque de cemento. Era la casa de ladrillos, levantada con amor por la mano del hombre.

     Quedan exteriores que hemos visto siempre. Ya para fines de siglo enarbolaba un soberbio Capitolio construido en noventa días, que no ha perdido la heroicidad de su belleza. La Plaza Mayor está en el mismo sitio, dirigiendo el norte de las remembranzas de una vieja Caracas de gustos simples. 

Parque Los Caobos, urbanización El Paraíso, 1928

     El Teatro Municipal refulge para los caraqueños plenos de remembranzas, de murmullos musicales, de arte, de poderío. Allí se han dado los mejores espectáculos y Guzmán Blanco se dio el gusto de perpetuar su memoria cerca de un siglo. Había soñado con hacer de esta capital un pequeño París, haciendo construir una capilla semejante a la de la Ciudad-Luz, con vitrales tan hábilmente dispuestos por el arquitecto Hurtado Manrique, que no se semejaran a ninguno.

     Su obra en conjunto tiene el elogio de unos y el anatema de otros, de arquitectos serios como Carlos Guinand, que nunca le perdonará el haber derribado el templo de San Pablo ̶̶ una joya colonial de tres siglos ̶̶ para colocar en su lugar un teatro para la Ópera, que ha podido construirse en otro sitio.

     Pero. . . ¡si en verdad Guzmán hubiese hecho de Caracas su pequeño París! No hay que olvidar que París es recordado y encontrado en toda época inalterable y único y que los venezolanos siguen perdiéndose en su propia ciudad.

Capilla San Jose de Tarbes

Terremotos

     Caracas ha sido una ciudad sacudida en diversos siglos. En 1641 y 1766 -según cronistas-, dos fuertes terremotos hacen caer algunas casas y agrietan algunos templos. Los templos de los españoles fueron nuestra mejor herencia. Aunque si le preguntamos de nuevo a algunos románticos nos responderán que dónde hemos dejado las casas solariegas con sus patios olorosos a magnolia, a jazmín real, a estefanón, aromas naturales que se percibían desde el zaguán. Las plantas surgían de la misma tierra, en caprichosos círculos. Verdadera arquitectura para el trópico. En Coro y Valencia aún existen algunas de esas mansiones, desglosando su frescor entre rosales.

     El terremoto de 1900 con la revolución de pánico que despertó, volvió timoratos a algunos en la construcción, aunque personas adineradas se hacen construir fuertes casas contra temblores en la urbanización del Paraíso, iniciada nueve años atrás. Alberto Smith trajo casas prefabricadas y Roberto García, arquitecto notable cuando Guzmán Blanco, constructor de la parte norte del Capitolio, se construyó una casa de metal que los caraqueños apodan “casa de latón”. Era un contrasentido, para quien hubiera podido construirse la casa más bella de Caracas. Surgen otras casas de hierro, recubiertas de cemento en dicha urbanización. 

Primer impacto destructivo

     La traída del ferrocarril alemán a fines del siglo  ̶ ̶ informa Guinand ̶ abrió el primer impacto de destrucción. Vinieron ingenieros alemanes a construir estaciones de cemento a lo largo del país. Desde ese momento la gente novelera, que siempre la ha habido en Caracas, cambió el piso de ladrillo y su frescor por la cálida materia consistente. Surgirán entonces las industrias del cemento, la de Chellini y la de González Velásquez y se parecerán la mayoría de las casas a estaciones de ferrocarril.

     Todo comienza por vaciarse en cemento, embarandados y tejas, las primeras prensas de cemento y su fabuloso beneficio empieza por aniquilar lo nuestro. Desaparecen las primeras casas con techos rojos. El ladrillo y la cal, donde el hombre deja un poco de su espíritu, es reemplazado por la dura superficie. Lo lamentable es que grandes y serios arquitectos de la época, como Alejandro Chataign, no advirtieron el peligro de tan deplorable mal gusto a los caraqueños. La diferencia se observa cuando visitamos y encontramos en el Perú y Argentina hermosas mansiones con repulidos pisos de ladrillos.

San Jose de Tarbes El Paraiso
Casas en las urbanizaciones de Los Caobos y El Conde, 1932

Urbanización de El Paraíso

     En los terrenos que pertenecían al trapiche de los Echezuría, se empezó a construir El Paraíso en 1891. La primera casa fue la del gerente Don Felix Ribas. Creemos, aunque no lo damos por seguro, que fue Monte Helena ya próxima a desaparecer; la pica demoledora ha caído sobre sus puertas de más de medio siglo. Las guerras civiles y revoluciones detuvieron el progreso del Paraíso en sus primeros años. Crespo en 1895 decide continuarlo. El terremoto de 1900 lo estanca. Fue cinco años más tarde cuando el viejo Don Eugenio Mendoza (padre de los Mendoza Goiticoa) logra convencer a su compañero de labores en el tranvía Don Félix Ribas, para que le venda a su gran amigo Don Carlos Zuloaga, los terrenos que partían desde la Plaza Madariaga hasta la India. El 11 de diciembre de 1905, Don Eugenio, a nombre de los Tranvías de Caracas, traspasaba a su amigo Carlos Zuloaga, la propiedad con excepción de los lotes ya vencidos y vendidos.

     Don Eugenio vendió terrenos Bs. 0,37 el metro cuadrado. Despertó entre sus clientes la inquietud por construir. Las hermanas de Don Félix cambiaron sus acciones en el tranvía por terrenos en el Paraíso. Las primeras casas que surgieron fueron la quinta Mignon, donde se fundó después el Club Paraíso, la de José Loreto Arismendi, la de Don Carlos Zuluoaga, de Doña Catalina Ibarra de Delfino y de Raimundo Fonseca.

     El Paraíso permaneció por muchos años como una de las urbanizaciones aristocráticas. Allí nació nuestro hipódromo,  en 1908,  sobre un terreno que donó Don Carlos Zuloaga a la Municipalidad para un parque. Hoy, en el nuevo proyecto de la Gobernación, se realiza su sueño cincuenta años después. 

     El Colegio San José de Tarbes aumentó el prestigio de El Paraíso. Don Carlos también les regaló un terreno para que construyeran la capilla. La Municipalidad construyó la Plaza Madariaga comprando a tres reales la vara cuadrada.

Segundo impacto: La pianola

     Hacia 1915 llega a Caracas un raro artefacto que podía tocar mecánicamente desde la sublime serenata de Chopin hasta el cuplé de moda. Entra su voluminosa arquitectura en algunas mansiones y con ella la fiebre del one step y el two step.

     Ya se inicia tentador el mosaico hidraúlico y aunque para bailar no hay como el discreto piso de madera encerada, ésta también se desecha por el multicolor y novedoso cuadrante. Segundo impacto de destrucción.

     La pianola termina por aniquilar la belleza de ciertos patios caraqueños, aún poblados de enredaderas y pajareras. Caen las “bellísimas” al suelo y con ellas el aroma penetrante de una noche de luna. Surgen los potes de cemento con matas de palma. Pero, naturalmente, los caraqueños ya pueden deslizar los pies musicalmente sobre el mosaico que ya empieza a entronizarse. Algunos propietarios, de mal gusto, lo incrustan hasta en las paredes de su casa. Se dan bailes en los patios, los que antes eran solo en el salón y el paraqué. La línea de la casa se alarga en su entrada y se recorta en la cocina. La gente empieza por guardar la apariencia.

 

Retozos caraqueños

Retozos caraqueños

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Retozos caraqueños

     Bajo este título Arístides Rojas intentó proporcionar una aproximación acerca del espíritu, forma de ser o disposición que, según su visión, eran atributo o característica del venezolano. Así, difundió la idea de acuerdo con la cual la inquietud y veleidad venezolanas habían dado origen a situaciones memorables y necesarias de recordación. En las primeras líneas hizo referencia a un texto compuesto por un historiador español, Mariano Torrente, cuyo título fue: Historia de la revolución hispanoamericana, publicado en Madrid durante 1829. De este autor recordó la idea según la cual Caracas, capital de provincia, había sido el escenario principal de la insurrección americana. Rojas compartió la tesis con la que sustentó que el “clima vivificador ha producido los hombres más políticos y osados, los más viciosos e intrigantes, y los más distinguidos por el precoz desarrollo de sus facultades intelectuales”. A estas ideaciones agregó, según lo había establecido Torrente, “La viveza de estos naturales compite con su voluptuosidad, el genio con la travesura, el disimulo con la astucia, el vigor de su pluma con la precisión de sus conceptos, los estímulos de gloria con la ambición de mando, y la sagacidad con la malicia”.

     Rojas se extendió en aquiescencias para con el historiador ibérico a quien agradeció las palabras de elogio dirigidas a los patricios criollos, “algo bueno, en medio de tanto malo”. 

El venezolano Arístides Rojas es considerado uno de los más notorios divulgadores de nuestra historia

     Para dar fuerza a sus ideas contrastó lo indicado por Torrente con la cantidad de improperios y epítetos que se idearon en contra de Bolívar a quien se había asociado con una personalidad ambiciosa, aturdida, bárbaro, cobarde, déspota, feroz, ignorante, imprudente, insensato, impío, inepto, malvado, monstruo, miserable, perjuro, pérfido, presumido, sedicioso, sacrílego, usurpador y otras del mismo talante. Caracterizaciones muy del momento que abarcó los años de 1810 a 1825, cuando el conflicto bélico mostró la textura de mayor encono y ferocidad entre los bandos en pugna.

     Fueron estas ideaciones en las que se basó para mostrar una percepción que de sí mismo se tenía, entre letrados, publicistas y polígrafos de las particularidades y especificidades de carácter o psicología racial del pueblo venezolano. Rojas aseveró que por “naturaleza” era cierto el hábito y la inclinación retozona, especialmente, “en asuntos democráticos, en cositas de partidos, en percances de intereses políticos, y por éstos hemos podido pasar de una esclavitud tranquila a los contratiempos de una libertad peligrosa”. Esa histórica actitud pícara, traviesa e inquieta la intentó demostrar con ejemplos alrededor de la actitud mostrada por integrantes de los Cabildos o Ayuntamientos ante las autoridades reales en tiempos de la Capitanía General de Venezuela. 

     Hizo referencia a que “nuestros retozos” no correspondieron sólo al año de 1810, porque “los caraqueños se metían en el bolsillo a los gobernadores que de España nos enviaban”, con lo que ratificó un tipo de relación que se estableció entre los reyes y sus súbditos. Esta disposición se convirtió en una práctica común, en la que no fue usual transitar por los ceremoniales establecidos en la legislación de Indias. Reseñó que, en las exaltadas disputas entre los cabildos eclesiástico y político habían sido los caraqueños quienes las habían producido. A este respecto rememoró el tiempo cuando Caracas pasó a depender, en lo civil, del virreinato de Bogotá. En dos momentos de la historia de Venezuela Caracas estuvo adscrita a los mandatos administrativos de Bogotá. En una ocasión cuando fue creado el virreinato en 1717. En otra oportunidad, para 1819, cuando fue fundada la República de Colombia. 

     Rojas se dedicó a narrar lo que “trajeron los retozos caraqueños de 1720 a 1726”. De acuerdo con su exposición, en 1716 se encargó de la gobernación de Caracas Marcos Francisco de Betancourt y Castro, aunque duró poco tiempo en el cargo. Dejó asentado que por “caprichos” mostrados por los reyes españoles desde 1717, Caracas y las secciones de la colonia venezolana, Guayana y Maracaibo, habían sido anexadas al virreinato de Bogotá en lo atinente al plano político, mientras en el religioso pasó a depender del obispado de Puerto Rico. Amén de esta disposición Caracas quedó en orfandad como capital y además con un gobernador con “incoloras” funciones debido a la dependencia creada hacia Bogotá. Según Rojas, “los notables de Caracas no vieron con buenos ojos tal cambio”, sin embargo, continuaron mostrando fidelidad y obedecimiento al monarca de turno. “Una medida tan inesperada respecto de una capital que estaba más cerca de las costas de España que de la ciudad de Bogotá, debía causar disgustos, fomentar intrigas y hasta desacatos”.

     En este orden de ideas, justificó su desconocimiento e ignorancia en lo que respecta a las pretensiones del virrey de Bogotá, don Jorge de Villalonga, acerca de la intención que lo movió a destituir al gobernador Betancourt de su cargo. Bajo este propósito llegó a Caracas con la designación de interino a inicios de 1720, don Antonio de Abreu. No obstante, Betancourt se negó al aducir que el ejercicio del cargo estaba próximo a terminar. Los lugareños que ocupaban el Ayuntamiento buscaron la manera de desconocer al que vieron como un usurpador y nombraron a los alcaldes Alejandro Blanco y Manuel Ignacio Gedler en 1720, y para 1721 hicieron lo propio con el nombramiento de Alejandro Blanco Villegas y Juan Bolívar Villegas, designaciones que fueron comunicadas al rey. Al poco tiempo llegó a Caracas el sustituto de Betancourt, Diego Portales y Meneses, quien se encargó de la gobernación.

     Para 1723, de acuerdo con lo redactado por Rojas, se presentaron en Caracas dos personas comisionadas por el virrey de Bogotá, Pedro Beato y Pedro Olavarriaga quienes con su sola presencia despertaron la inquietud y la desconfianza entre los habitantes de la comarca, en especial porque tenían vinculación con quienes querían instalar una compañía de comercialización en la provincia. Entre las acciones que comenzaron a llevar a cabo fue la de captar la atención de los comerciantes y productores más ricos de la gobernación, acerca de la creación de una compañía de comerciantes de Guipúzcoa y los beneficios que traería para la actividad comercial de la provincia. Según Rojas estas personas acudieron a la exageración de los beneficios que provocaría la instalación de tal empresa en la Capitanía. Las “seductoras noticias” contenían información acerca de las utilidades que se producirían con la Guipuzcoana. Entre la de mayor relieve estaba el incremento de protección prometida por el monarca, un mejor aprovechamiento de la incipiente riqueza del territorio venezolano, llamada para grandes cosas tal como se ha creído a lo largo de la historia nacional, y la eliminación del comercio intérlope fueron algunas de las promisorias y promovidas virtudes que se desplegarían con la instalación de esta asociación económica. 

     Continuó su redacción al poner bajo discusión que las autoridades locales se vieron en la obligación de buscar la forma de impedir que los emisarios del virrey Villalonga continuaran ofertando un destino difícil de llevarse a efecto. Asuntos como el reseñado abrieron nuevas fisuras a la relación dependiente de Caracas con Bogotá. Adjudicó Rojas que asuntos como este y otros de talante administrativo, estimularon “el choque entre dos gobiernos que no tenían por apelación sino la persona del monarca”. Si bien es cierto, Rojas practicó la crítica histórica, como revisión constante de lo considerado y asumido como “una verdad”, no resulta de menor importancia el que sus ideaciones se caracterizaran más por destacar situaciones del presente o lo que sucedería luego, de todo aquello por él examinado, con lo que difundió nuevas creencias, en su momento, basadas en lo que pudiera ubicarse en la percepción de un futuro del pasado. Es decir, la revisión de versiones del pasado para ratificar lo previsto como futuro evidente. O mejor, lo que, para el momento, se había ratificado con testimonios y evidencias convertidas en datos fidedignos.

     Subrayó que el monarca había emitido una real cédula con la intención de proteger al gobernador Portales frente a las pretensiones de Villalonga. Agregó un juicio con el que criticó la actitud del monarca español, porque si la “Gobernación de Caracas estaba subordinada a la de Bogotá, el rey no debía intervenir en hechos que no se habían consumado”. Esta situación le sirvió de base para establecer que tales formas de administrar los asuntos públicos respondían a conveniencias coyunturales y no a una política coherente sustentada en la ley. Sin embargo, Villalonga emitió una orden para que apresaran a Portales a quien el primero acusó de faltar el respeto a sus superiores y por desdeñar los mandatos emitidos desde Bogotá. Por supuesto, al haberse enterado de la decisión del virrey, Portales contestó que no acataría la orden interpuesta, porque el virrey no tenía nada que hacer en los actos ni jurisdicción del gobierno de Caracas.

     La disputa, entre ambas autoridades, tomó cuerpo cuando el ayuntamiento asumió el papel asignado en casos como el descrito por Rojas. El Rey había encomendado la tarea de proteger al gobernador del virrey, en la persona del obispo Escalona y Calatayud. A pesar de este apadrinamiento y el apoyo recibido de algunos notables caraqueños, Portales fue sometido y llevado a prisión. El 25 de mayo de 1724, Portales se fugó de la cárcel y encontró refugio en el templo de San Mauricio. Gracias a la Real Cédula del 5 de mayo de 1724, el obispo debió cumplir el papel de protector del gobernador. De nuevo el rey intervino para exigir al cabildo que debía obedecer las órdenes de Portales. Aunque de nuevo éste fue sometido. Luego logró escapar, por tercera ocasión, para dirigirse fuera de la jurisdicción caraqueña y lejos del virrey que le seguía los pasos. 

     En julio de 1725 llegó otro mandato del rey para que se restituyera al gobernador en su cargo. Pero, ahora en la Real Cédula se exigía la destitución de los alcaldes quienes fueron las verdaderas víctimas de esta disputa y al poco tiempo después de instalada la Guipuzcoana. Rojas llegó a la conclusión de que estos “retozos políticos”, como el señalado líneas antes, provocaron la pérdida de gracia que los caraqueños habían obtenido de monarcas españoles, como aquella en la que dos alcaldes de la capital pudiesen reemplazar la autoridad del gobernador al morir éste o en caso de haber sido destituido, según las leyes en uso. Sin embargo, diez años después, el gobierno español anuló una política heredada de los Habsburgo, como la indicada por Rojas. Años más tarde, “por retozos más o menos apremiantes”, se estableció que de los dos alcaldes sustitutos sólo uno podía ser venezolano, con lo que el “retozo” fue más bien perjudicial.

     En las últimas líneas de su escrito estableció que, todos los retozos de las capitales de ambos mundos, son “inherentes a los pueblos de la raza latina”. Según su percepción formaron parte de las condiciones sociales, “de la lucha constante que trae casi siempre resultados armónicos en el desarrollo general”. Para él, los pueblos que habían transitado largo tiempo a la sombra de la tiranía, “patrocinan estos retozos como expresiones necesarias de la libertad necesaria reconquistada”. Los gobiernos, continuó en su relato, basados en el respeto de la soberanía individual, base de la libertad, “no los persiguen ni los protegen”. La tolerancia política, de un lado, y, del otro, el despliegue de la libertad de opinión y de pensamiento, debían contribuir a disipar inquietudes políticas, religiosas y sociales, que no traspasaran una cierta efervescencia transitoria, “obra del entusiasmo, de la juventud y de las tendencias civilizadoras de cada época”. 

     En términos generales, los retozos, como una actuación plagada de inquietud y de picardías, y que le sirvieron de justificación para su relato lo fueron con el propósito de demostrar que de todo conflicto surgía una solución magnánima. No comulgó con la idea de contradicciones insolubles o antagonismos sin posible solución. Las oposiciones a las que apeló fueron para manifestar que el venezolano era una suerte de síntesis inteligente, si se asume la inteligencia como solución de problemas de variada índole.

Autopista Caracas-La Guaira, maravilla de la ingeniería

Autopista Caracas-La Guaira, maravilla de la ingeniería

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Autopista Caracas-La Guaira, maravilla de la ingeniería

     La industria de la construcción, entendiéndose esta como una actividad económica de gran importancia, surgió en Venezuela a partir de la tercera década del siglo XX, cuando el Estado venezolano comenzó a desarrollar grandes obras viales, habitacionales y de servicios en general.

     Uno de los proyectos de mayor envergadura que se desarrolló en esa época fue la autopista Caracas-La Guaira, cuyos estudios se iniciaron en 1946; dos años más tarde, en 1948, fue decretada su construcción, la cual se vio demorada por los acontecimientos políticos ocurridos en el país tras el derrocamiento del presidente constitucional Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de ese año.

     No fue sino en 1950, cuando se dio inicio a la construcción de esta importantísima vía que comunicaría a la capital con el principal puerto del país.

En tres años se construyó la más moderna autopista de América Latina 

     Según un interesante reportaje publicado en noviembre de 1953 en la revista Construcción, “…la excavación y perforación total de los dos túneles con sistema especial de ventilación, se llevó escasos 16 meses (de marzo de 1951 a julio de 1952, avanzando a razón de seis metros por día); en los tres viaductos se emplearon materiales de primerísima calidad; para realizar todo el movimiento de tierra se emplearon los equipos de construcción más modernos que existían en el mercado hace setenta años, y el costo de la obra fue de 180 millones de bolívares (menos de 60 millones de dólares, según el cambio de la época), una inversión que se estimó recuperar en veinte años gracias al sistema de cobro de peaje”.

Inaugurada la Autopista Caracas-La Guaira

     “Los trabajos de construcción de la autopista Caracas-La Guaira se iniciaron en el año 1950. El primer tramo, de 4 kilómetros, denominado Avenida Central de Maiquetía, fue construido primeramente y puesto en servicio, enlazando con la carretera existente en el Puente Curucutí, en Pariata.

     Desde este punto comienza a ascender la autopista; cruza la avenida que va al Aeropuerto Internacional de Maiquetía y la carretera a Catia la Mar mediante un trébol de distribución de tráfico que se ha proyectado con paso a dos niveles para facilitar el tráfico rápido sin interferencias. Continúa ascendiendo hacia Caracas, y el perfil general tiene pendientes que varían entre el 6 y el 4% a cielo abierto y el 3 y medio en los túneles. Atraviesa terrenos muy quebrados que obligaron a construir dos túneles, uno de ellos en la abrupta región de Boquerón, y tres viaductos sobre la quebrada de Tacagua; cortes y rellenos de gran magnitud, que alcanzan hasta 95 y 45 metros de altura, respectivamente. Bajo los rellenos, y con la finalidad de dar paso a las aguas de las quebradas, se han construido inmensas bóvedas de hormigón.

     En el terminal de la vía, en Catia, Caracas, hay un paso a dos niveles bajo la Avenida Sucre, por donde se proyecta que continúe la autopista en el futuro, yendo a enlazar la Avenida San Martín, pasando por un túnel debajo del Cerro La Planicie, en Caracas, y siguiendo los márgenes del Guaire, con la Autopista del Este.

Aspectos de la obra

     La longitud de la Autopista Caracas-La Guaira es de 17 Km, contados desde Catia hasta el Trébol de Distribución de Pariata; tiene dos calzadas de doble vía de 7,30 m. cada una, separadas por una isla central; a ambos lados hay hombrillos pavimentados. Todas las curvas son espiralizadas y el radio menor de ellos es de 280 m., y están peraltadas de acuerdo con la práctica moderna

Túneles

     En marzo de 1951 se comenzó a trabajar en los túneles que son: el número 1, con 1.800 metros de longitud, y el número 2, de 460 m. Son túneles dobles, independientes y destinados uno para subir y otro para bajar, con dos vías de tráfico para cada uno, separados por una pared natural de 11 m. que se dejó en la roca. Ambos túneles fueron excavados completamente en roca; la sección es del tipo herradura, con una placa horizontal que forma un conducto en la parte superior para la ventilación. Están revestidos de hormigón armado y el pavimento es de este mismo material y lleva una carpeta asfáltica como capa de rodadura. Están provistos de un equipo de iluminación continua con lámparas fluorescentes lineales, dispuestas en la placa de ventilación. Ambos túneles tienen ventilación artificial. El aire fresco llega al interior por el conducto formado entre la placa de ventilación y la parte superior del arco de la herradura o la clave de revestimiento de hormigón.

     En tres de los cuatro portales se han previsto edificios donde se instalarán los equipos de ventilación eléctrica. Cerca del portal sur (más próximo a Caracas) del túnel N° 1 hay un edificio de control con espacio para garage y grúa de despeje de vehículos accidentados. En este edificio están instalados los aparatos de control del monóxido de carbono y los ventiladores correspondientes a todos los túneles. Estos controles están accionados mecánicamente, también hay comunicación telefónica con todos los edificios de ventilación.

     En el túnel más largo, de 1.800 metros, y en el tercio, más o menos, de su longitud, hay dos galerías perpendiculares al eje, de la misma sección del túnel, que salen a la superficie de la montaña y en las cuales se instalaron ventiladores para suministrar aire fresco y descargar el aire viciado generado por los gases de la combustión de los vehículos. En total habrá 24 unidades capaces de producir 3.328.000 pies cúbicos de aire por minuto (94.261 m3 por minuto). La pendiente de los túneles es de tres y medio por ciento y su perforación se llevó a efecto en un “jumbo” acondicionado con martillos horizontales que perforaban el frente de la roca. Una vez efectuados los disparos con dinamita, la roca movida por las explosiones era retirada con un cargador eléctrico (“Joy loader”) que, mediante una banda transportadora, cargaba los “Koering drumpsters”, o camiones especiales que transportaban a roca al exterior.

     El movimiento promedio diario de la excavación, en tres turnos fue de 6 m. por día aproximadamente, y la perforación total de los túneles concluyó el 26 de julio de 1952. Tres años (1950-53) demoró la construcción y puesta en servicio de la autopista Caracas-La Guaira durante el gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez.

Imponente vista de la construcción del viaducto 1 de la autopista Caracas-La Guaira

     Según el interesante reportaje de la revista “Construcción”, la excavación y perforación total de los dos túneles con sistema especial de ventilación, se llevó escasos 16 meses (de marzo de 1951 a julio de 1952, avanzando a razón de seis metros por día); en los tres viaductos se emplearon materiales de primerísima calidad; para realizar todo el movimiento de tierra se emplearon los equipos de construcción más modernos que existían en el mercado hace setenta años, y el costo de la obra fue de 180 millones de bolívares (menos de 60 millones de dólares, según el cambio de la época), una inversión que se estimó recuperar en veinte años gracias al sistema de cobro de peaje.

Viaductos

     Los tres viaductos se proyectaron en hormigón precomprimido y constan de un arco central de sección rectangular hueca de dos articulaciones a nivel de los arranques, con tableros sobre montantes verticales huecos de 14 m. de separación, con vigas precomprimidas de 1.80 m. de altura. La sección transversal es para cuatro vías de tráfico, separadas por una isla central, y el ancho total es de 20.80 m. entre barandas.

     Los materiales utilizados en estas estructuras son de primera calidad y los cables de acero empleados en el pretensado de los elementos son especiales y de alta resistencia. El hormigón fue proyectado para una carga de rotura de 400 Kg por cm2. Los montantes que soportan el tablero son de sección rectangular doble T y están articulados en un extremo. Las pilas principales son de sección rectangular hueca con un espesor de 12 cm. En las paredes. Estos viaductos fueron proyectados para la carga máxima establecida en Venezuela, la cual se define como tren de carga H20.

     El Viaducto N°1, ubicado en el kilómetro 4, de 302 m. de longitud, tiene un arco de 152 m. de luz y es uno de los más grandes de América en hormigón y el quinto en extensión del mundo. La calzada está a una elevación de 70 m. aproximadamente sobre la quebrada Tacagua. Las fundaciones, en especial las del lado de Caracas, fueron sumamente complicadas, ya que la constitución de la roca obligó a hacer pozos verticales y galerías inclinadas de 19 y 27 m., respectivamente, hasta alcanzar una firmeza permanente.

En tres años se construyó la más moderna autopista de América Latina

      El arco del Viaducto N° 2, de 250 m. de largo, ubicado en el kilómetro 8, tiene una luz de 146 m., y el del número 3, ubicado en el kilómetro 9, con 200 m. de longitud, tiene 130 metros.

     La estructura de los Viaductos 2 y 3 es similar a la del número uno, ya descrito. 

Peaje

     A las entradas de la autopista, tanto en Catia como en Maiquetía, se han instalado aparatos de control operados por agentes, que cobrarán el importe fijado previamente para poder traficar por la vía. El tráfico está regulado y solo podrán utilizar la vía aquellos vehículos que se adapten a las especificaciones de anchura, altura y tonelaje indicados para el pavimento diseñado y la altura de los túneles. Se estima que en veinte años, con el cobro del peaje, se cubrirán las inversiones hechas para la construcción de la vía, las cuales pueden ascender a la cantidad de 180.000.000 de bolívares.

Iluminación

     La autopista tiene, desde Caracas hasta Maiquetía, iluminación central convenientemente dispuesta de acuerdo con la técnica moderna establecida en este sentido. En el tramo de Maiquetía a La Guaira, la iluminación está dispuesta por postes laterales en las aceras, y se ha previsto dejar conductos subterráneos con la finalidad de que la compañía de teléfonos pueda tender, en su oportunidad, una nueva red que conecte la capital con el Puerto de La Guaira.

Movimiento de tierra

     El movimiento de tierra se ejecutó simultáneamente desde Caracas hacia Maiquetía y viceversa. Es impresionante la magnitud de los cortes y rellenos que se observan a todo lo largo del recorrido. Hay cortes en trincheras de 95 m. y los menores pasan de 30 m. Se han hecho con inclinaciones variables, de acuerdo con la calidad de la roca, entre ½ y ¾ a 1. En todos los cortes grandes, cuando la altura pasa de 15 m., y de acuerdo con los estudios geológicos que se han efectuado, se han levantado terrazas convenientemente dispuestas, de 6 m. de ancho, protegidas superiormente con desagües y una imprimación de asfalto, a fin de evitar la acción corrosiva de las aguas. Hay rellenos de 45, 30 y 25 m. de altura y se han hecho, y se han hecho con pendientes de uno y medio a uno.

Equipo

     En este movimiento de tierra se utilizó el equipo más moderno en materia de maquinariaspara construcción de carreteras; además de 115 unidades entre tractores, traíllas, palas mecánicas, tornapules y patroles, se emplearon más de 100 camiones grandes, 12 camiones mezcladores de hormigón, apisonadores neumáticos, palas de cabra, camiones con taladros rotativos y equipo de perforación de roca para efectuar las voladuras.

Reforestación y estabilización de taludes

     Se ha procedido a la estabilización de taludes de relleno por el método “contour watting” o enfaginado en contorno; la vegetación perenne se ha obtenido por medio de la siembra de semilla al voleo y en surco de las especies capín melao, rabo de zorro, rabo de gavilán, terciopelo y bermuda, y por la siembra de estolones de las especies suelda y caimán. Los taludes se han estabilizado con reforestación, y las especies empleadas son: casuarinas (casuarina esquisi-tifolia), cañafístola (cassia espectavilla), acacia roja (delonis regia), caros (pthe-colopiumm polyce-phalus), retamas (carleta nicholsonil), araguaney bobo (tecoma chrysantha) y acacia de Siam (casia siamesa).

     Para realizar todos estos trabajos se han formado viveros: unos en la parte baja, Maiquetía, y otros en la parte alta, Tacagua, convenientemente dispuestos, los cuales, al estar en plena capacidad, podrán producir alrededor de 670.000 arbolitos al año. Se han hecho importantes obras de corrección de las torrenteras, construyéndose bancales y muros de contención y se han protegido las alcantarillas y otras vías de desagüe, todo ello con el fin de evitar la fuerte erosión predominante en los terrenos que atraviesan la autopista.

Puesta en funcionamiento de la autopista Caracas-La Guaira

Derecho de vía

     Con el fin de evitar posibles construcciones a la orilla de la carretera, acceso sobre ella y tráfico de animales, se ha adquirido una faja de 150 m. de ancho, o sea de 75 m. a cada lado de la vía.

     Para dar una idea de la importancia de la vía construida, se dan a continuación datos comparativos entre ella y la antigua carretera Caracas-La Guaira.

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