Tres visiones de Caracas

Tres visiones de Caracas

Karl Ferdinand Appun (1820-1872), naturalista, explorador, escritor, dibujante y pintor alemán que visitó Venezuela a mediados del siglo XIX, por recomendación de su compatriota Alejandro de Humboldt.

Karl Ferdinand Appun (1820-1872), naturalista, explorador, escritor, dibujante y pintor alemán que visitó Venezuela a mediados del siglo XIX, por recomendación de su compatriota Alejandro de Humboldt.

     Entre el centenar de viajeros que visitaron la capital de Venezuela, a lo largo del 1800, algunos eran de origen prusiano o alemán. Varios de ellos habían sido recomendados por Alejandro von Humboldt ante las autoridades gubernamentales, asimismo, tuvieron en sus escritos un modelo a seguir como naturalistas y exploradores de la naturaleza. Uno de ellos fue el alemán Karl Ferdinand Appun (1820-1872) quien estuvo por Venezuela entre 1849 y 1859, lapso durante el cual este país estuvo gobernado por los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio. De esta visita nació un texto titulado En los trópicos cuya primera edición se dio a conocer para 1871 en lengua germánica. En Venezuela se haría una edición en castellano para 1961. Entre los objetivos de su expedición, a esta comarca, era el de dar continuidad al trabajo que había comenzado otro alemán, Ferdinand Bellerman (1814-1889). Luego de 1859 marchó a su tierra natal a descansar por males de salud, contraídos en su estadía venezolana. Para 1872 regresaría con el objetivo de explorar la Guayana Inglesa, hoy Guyana, donde encontraría la muerte a manos de indígenas silvestres.

     Durante la estadía por estos parajes visitó casi en su totalidad las costas venezolanas, entre las que destacaron La Guaira y la gran extensión marítima de Puerto Cabello. Igualmente, examinó las costas y las aguas del Lago de Maracaibo. Hacia el lado sur del país hizo lo propio en las aguas del Orinoco, pasó por Guayana y recaló en Georgetown. La Caracas que conoció Appun se diferenciaba poco de la de los primeros años del 1800. Era la ciudad de los arrieros, recuas, vías empedradas y de la mula como medio de transporte fundamental.

     Uno de los aspectos a los que prestó importancia, con cierta amplitud, fue el de los hábitos de consumo y costumbres alimenticias de los venezolanos. Destacó los productos de mayor consumo que se ofertaban en pulperías y en el mercado. 

     Puso a la vista de sus lectores el alto consumo de carnes de origen animal entre los habitantes del país. Escribió respecto a esta inclinación y agregó que la carne era la consigna del día en Venezuela. En cuanto a su presentación podría ser frita, o bien salada o sancochada, tres veces al día. Describió con sorpresa que su ingesta parecía una especie de reglamento que se cumplía con rigor. Igualmente, recordó que un venezolano de nacimiento vería frustrada su existencia sin el diario sancocho y el plátano asado.

     Por otro lado, un amante y practicante de los deportes, la fotografía, estudioso de la botánica, las ciencias y la música, admirador de las interpretaciones de Beethoven y Wagner, originario de Hungría y amigo de Alejandro de Humboldt, cuyas recomendaciones le abrieron las puertas de América, partió de los Estados Unidos de Norteamérica en enero de 1857 hacia La Habana, donde estuvo durante dos meses antes de su arribo a Venezuela adonde permaneció alrededor de cinco meses. Pal Rosti (1830-1874) formó parte de los reformistas húngaros que pugnaron por el despliegue de reformas capitalistas en contra del orden feudal, a la luz de las revoluciones de 1848 y 1849 en Europa. Uno de sus intereses intelectuales que atrajo su atención fue el relacionado con la indagación acerca de la naturaleza. Durante una estadía en París comenzó a interesarse por la fotografía, de la que dejó una gran colección al fallecer, también perfeccionó allí los métodos de trabajo de la geología y la etnología. Partió de Francia un 4 de agosto de 1856 hacia América y regresó a Hungría el 26 de febrero de 1859. Luego de publicado Memorias de un viaje por América (1861) fue galardonado con la incorporación a la Academia de Ciencias de su país.

El húngaro Pal Rosti, vino a Venezuela en 1857, inspirado por los escritos de Humboldt. Realizó las primeras fotografías paisajísticas del país.

El húngaro Pal Rosti, vino a Venezuela en 1857, inspirado por los escritos de Humboldt. Realizó las primeras fotografías paisajísticas del país.

     Rosti cultivó una fructífera amistad con Humboldt a quien citó de modo reiterado, como autoridad reconocida en el canon académico, a lo largo de sus Memorias… Interesado en estudiar la exuberante naturaleza, tal como en Europa se le denominaba a la zona natural de estos espacios territoriales, desde tiempos de la Ilustración, no dejó de mostrar quizás mucho más que lo expuesto por su admirado maestro, una fuerte inclinación por observar el carácter general de los lugares que visitó en el continente americano. Por eso será común para el lector de hoy toparse con consideraciones respecto a los alimentos que se consumían, las bebidas de mayor preferencia, los tratos sociales y las prácticas políticas generalizadas.

     Como todo visitante que alcanza espacios territoriales distintos a su lugar de origen, el viajero, ya fuese con fines científicos o lo fuera por invitación de autoridades establecidas, desplegó elucubraciones de lo observado y experimentado en tierras lejanas. Con sus relatos se muestran como cronistas en la medida que pretenden delinear paisajes naturales y sociales que más llamaron su atención y que exponen un aprendizaje, uno de los motivos principales del viaje. Si en tiempos de la Antigüedad el viajante se asumía como parte de un designio y regido por el requerimiento del destino de los dioses, es decir, prueba, aventura, sufrimiento, o el peligro propio de la experiencia humana, en los tiempos modernos fue convertido en una porción del capital cultural, de aprendizaje, de pasión y de placer.

     En las narraciones vertidas por el viajero devenido visitante aparecen expresadas un aprendizaje acumulado en combinación con la atracción de lo que le es afín, familiar, y el distanciamiento de todo aquello que, por enseñanza, hábito y costumbre experimenta como ajeno. Una de las interrogantes que Rosti se planteó de manera personal, fue la relacionada con la aversión a los negros presente en los Estados Unidos, disposición que lo llevó a comparar el trato del negro con el esclavismo aún existente en Cuba para el momento de su visita. Cuando hizo referencia a este mismo tópico, para el caso venezolano, comentó de modo fastuoso la abolición de la esclavitud, en tiempos de los Monagas, hacia 1854. Lo que no debe sorprender en cuanto a la forma de gobierno personalista propia del monaguismo que, para un hombre instruido y simpatizante del liberalismo reinante en el sistema mundo moderno, resultaba contrario al libre albedrío y las acciones humanas amparadas en la libertad para el disfrute de los bienes provenientes del trabajo.

     En su visita al mercado de la ciudad contrastó los precios con los de su país y los de Estados Unidos de Norteamérica, con lo que intentó demostrar el alto costo de los bienes que aquí se ofertaban, a excepción de la carne de vaca. Por ejemplo, un saco de papas 5 dólares, un pavo 5 dólares y un pollo 1 dólar. En cuanto al precio de los huevos mostró gran impresión al verificar que el mismo no variara y que se utilizara como referente para fijar el precio de otros bienes de consumo. En su examen del mercado y lo que en él se ofertaba trajo a colación que la carne de cabra se vendiera como carne de carnero. Además de dulces como el de membrillo y el de guayaba que, para su paladar eran exquisitos y de extraordinaria textura. También se conseguía pan de maíz, es decir, arepas que no eran muy de su agrado, en especial, cuando las servían frías, al igual que las caraotas negras y las carnes cocidas en forma de guisos le causaban repulsión. Junto a la arepa se encontraba el pan de trigo y el casabe que, a su parecer, parecía preparado con virutas desmembradas. El papelón lo describió como de muy baja calidad frente al azúcar. En este sentido, le causó curiosidad que los habitantes de Venezuela lo consumieran junto con el queso.

Jenny de Tellenay, joven francesa que vivió en Caracas entre 1878 y 1881. En 1884, publicó en París un libro sobre su estadía en Venezuela.

Jenny de Tellenay, joven francesa que vivió en Caracas entre 1878 y 1881. En 1884, publicó en París un libro sobre su estadía en Venezuela.

     El viaje como experiencia etnológica y aprendizaje no fue potestad de naturalistas, científicos o diplomáticos, también fueron extendidos por personas de espíritu indagador o de curiosidad exótica. Jenny de Tellenay llegó a Venezuela durante el gobierno de Francisco Linares Alcántara. Entre 1878 y 1881 no dejó de admirar la singularidad de los espacios naturales de Venezuela que conoció y que en Europa concitaban la curiosidad acerca de una naturaleza exuberante y pródiga. Llegó con su madre Olga y el encargado de negocios y cónsul general de Francia el 26 de agosto de aquel año. La marquesita como se le reconocería provenía de un ambiente familiar que le permitió adquirir un capital cultural en un contexto de costumbres europeas refinadas, lujo y comodidades.

     Por lo escrito en Memorias de Venezuela (1884) fue una joven de carácter acucioso y plagado de curiosidad. Dejó plasmado en este texto sus exploraciones por una parte del litoral, Puerto Cabello, las minas de Aroa y de su regreso a Caracas por Valencia y Maracay. En lo referente a la política doméstica se inclinó a favor de Antonio Guzmán Blanco. Sus razonamientos en este orden, así como algunos relacionados con algunos personajes y acontecimientos de la historia de Venezuela fueron errados, aunque quedaron sin enmienda en sus Memorias… Aunque en su trabajo citó con fruición estudios de Humboldt, ello no la libera de los yerros expuestos en su relato.

     Su escrito lo inició con el encuentro de las Antillas y la descripción de lo que su visión ambivalente de viajera escolarizada le orientó. Al alcanzar el puerto de La Guaira detalló la afanosa actividad en la oficina de la aduana y quienes aquí laboraban. Dejó escrito que blancos, negros, indios y mulatos se combinaban con las diversas tareas que desplegaban. Anotó que la gente de “color era sucia” y que no mostraban la fisonomía alegre y abierta de los negros de Martinica.

     De acuerdo con su mirada muchos parecían embrutecidos por el consumo frecuente de aguardiente. Llamó su atención que el comercio al por mayor estuviese en manos de extranjeros, mientras otros de menor poder luchaban por lucrarse y regresar a sus lugares de origen. Sin embargo, llegó a la conclusión de que todos eran agentes de progreso del país.

     A pesar de que, a la luz de la contemporaneidad, sus comentarios puedan herir sensibilidades no deja de ser importante leer lo que ella relató porque mucho de lo descrito se asemeja con configuraciones de otros viajeros de la realidad observada en Venezuela. Desde el mismo momento de su arribo ejercitó una suerte de actividad etnológica en combinación con lo que le interesaba destacar acerca de la flora y la fauna de los lugares que transitó. En especial la que fue percibiendo por el camino de La Guaira a Caracas.

     Resaltó la riqueza de la flora, bastante rica en: leguminosas, crucíferas, umbelíferas y geraniáceas. La fauna: deslumbrada por el Turpial y la Paraulata. Próxima a llegar a la capital describió los ranchitos al borde de ambos lados del camino y de sus habitadores resaltó las negras que llevaban sus hijos a horcajadas, las indias con una pañoleta roja en la cabeza y un tabaco en la boca. Por lo que hasta ese momento había constatado, en el trayecto, expresó que, en cuanto a demostración de desarrollo técnico y tecnológico en América era más espontáneo que cultivado por acción humana. Como ejemplo refirió el hecho de no existir represas y que el agua bajara de los montes de manera directa.

     Si se puede hablar de una constante, entre quienes configuraron sus relatos de paso por Venezuela, fue el lugar relevante que ocupó la exuberancia de su relieve natural. Sin embargo, debe ser tomada en consideración lo que destacaron sobre las costumbres y forma de ser de los caraqueños. Con seguridad el lector de sus narraciones podrá constatar cómo el capital acumulado por el viajero lo llevó a destacar contrastes que pueden resultar para el momento actual algo odiosos.

La imprenta caraqueña en tiempos de emancipación

La imprenta caraqueña en tiempos de emancipación

El lunes 24 de octubre de 1808, circuló la Gazeta de Caracas, primer periódico que se imprimió en Venezuela.

El lunes 24 de octubre de 1808, circuló la Gazeta de Caracas, primer periódico que se imprimió en Venezuela.

     De acuerdo con la información proporcionada por el Diccionario de Historia de Venezuela, publicado por la Fundación Polar, una de las últimas porciones territoriales del imperio español que recibió, en 1808, los beneficios de la imprenta fue la Capitanía General de Venezuela. De igual manera se debe descartar que la obra de José Luís Cisneros, Descripción exacta de la Provincia de Venezuela, con pie de imprenta de Valencia, 1764, se hubiese impreso en Venezuela.

     Sin embargo, en tiempos de Independencia, entre 1820 y 1821, se produjeron en Caracas polémicas entre constitucionalistas y monarquistas. Las mismas se ventilaron en impresos caraqueños, gracias a imprentas instaladas en la capital, como los periódicos La Araña, La Aurora de Venezuela, El Celador de la Constitución, El Fanal de Venezuela, La Mariposa Negra, De Todo y Algo Más, La Mosca Libre, La Segunda Aurora y La Lotería Tipográfica, entre otros.

     Fue a propósito de la ocupación francesa en la península ibérica y el conflicto bélico que se derivaría desde 1808, entre España y Francia, que el capitán general Juan de Casas solicitó el envío de una imprenta al gobierno de Trinidad en agosto de este año. El equipo llegó a la provincia de Caracas en septiembre de 1808 junto con los impresores británicos Mateo Gallagher y James Lamb. Ella sirvió para la publicación de la Gazeta de Caracas, primer periódico de Venezuela, cuyo primer número vio la luz el 24 de octubre de aquel año. Su redactor principal fue Andrés Bello (1781-1865) hasta el año de 1810, cuando emprendió su viaje para Inglaterra como miembro de la secretaría de relaciones exteriores de la provincia.

     Es necesario indicar que, la Gazeta de Caracas surgió bajo circunstancias críticas en el seno del imperio español. En mayo de 1808 había estallado la disputa alrededor del trono entre Carlos IV y su hijo Fernando de Borbón, conocido luego como Fernando VII. En mayo de 1808 Napoleón obligó a este último devolver la corona a su padre. Con estas abdicaciones constriñó a Carlos IV que le cediera el trono a él, quien luego lo entregaría a su hermano José Bonaparte. Las primeras informaciones de estos acontecimientos se conocieron en los iniciales días de julio de 1808, gracias a dos ejemplares del Times de Londres. Éstos fueron enviados por funcionarios gubernamentales de Cumaná al capitán general Juan de Casas, que los puso a la orden de Bello para que los tradujera. Bello hizo lo propio y extrajo noticias que con premura comunicó a Casas, quien incrédulo no dio crédito a la información. Sin embargo, Casas llamó a consulta a personas influyentes de la provincia, pero excluyó a los españoles americanos. Allí se discutió la gravedad del asunto y se tomó la decisión de no divulgar la información sobre los eventos en la provincia.

     Como indicamos, fue el 24 de octubre de 1808 que apareció el primer número de la Gazeta de Caracas, en el que se ponderó la importancia y la excelencia del nuevo arte y su valor para la provincia. En la Capitanía General de Venezuela se instaló otra imprenta en la ciudad de Cumaná. El licenciado Miguel José Sanz recomendó que se instalara otra imprenta en Caracas. Para octubre de 1810 inició sus actividades de impresión la de Baillío y Delpech. Esta sociedad sólo duró un año y prosiguió sólo con Juan Baillío. Simón Bolívar y José Tovar habían traído una imprenta que se instaló en Caracas. Para febrero de 1812 se colocó un taller de impresión en Valencia, a cargo de Juan Gutiérrez Díaz.

Entre 1808 y 1810, el redactor principal de la Gazeta de Caracas fue Andrés Bello (1781-1865).

Entre 1808 y 1810, el redactor principal de la Gazeta de Caracas fue Andrés Bello (1781-1865).

     No obstante, fueron muy pocos los talleres de impresión que se instalaron en territorio venezolano. La mayoría de impresos fueron de talante político. De estos talleres salieron periódicos, semanarios, hojas sueltas, folletos y libros de interés para la historia política de Venezuela. Los temas variaron en la puja por el control de la provincia de Caracas entre patriotas y realistas. También en ellos se encuentran las argumentaciones y reflexiones alrededor de la Independencia frente a las pretensiones de la corona española.

     Para la edición del 6 de agosto de 1811, la Gazeta de Caracas incluyó el texto de la Ley de Imprenta, sancionada por la Sección Legislativa de Caracas, en la que se subrayó que la imprenta era el instrumento más fiable para comunicar las luces del conocimiento, y la facultad individual de los ciudadanos para hacer públicas sus ideas políticas y reflexiones.

     Con esta aseveración se refrendaba uno de los propósitos del liberalismo político como lo era la libertad de opinión, y con la que se podría hacer frente a todo tipo de arbitrariedad de los gobernantes. Se agregó, además, que el producto de la imprenta era imprescindible para ilustrar a los pueblos en sus derechos y el único camino para alcanzar el conocimiento de la verdadera opinión pública.

     Entre los que dirigieron los asuntos relacionados con la Primera República participaron de modo entusiasta en todo lo que se produjo en los talleres de Caracas, Cumaná y Valencia. Fueron varias las publicaciones en forma de libro o folleto, una iniciativa propiciada por ellos. Quizá, fueron los periódicos donde aparecieron la mayor cantidad de argumentaciones políticas que sirvieron de base para las realizaciones políticas. La hoja suelta sirvió para dar a conocer información que debía circular de manera presurosa y superar demoras que con equipos de técnica deficiente retrasaban la impresión de los periódicos.

     El único medio impreso que existía en el mes de abril de 1810 en la Capitanía era la Gazeta de Caracas, en cuya página principal aparecía un lema escrito en latín y que rezaba: “la salud del pueblo es la suprema ley”. La edición del 25 de abril corrió a cargo de quienes desconocieron la regencia como gestora de la política en Venezuela. Un fragmento de los razonamientos esgrimidos fue que la Gazeta de Caracas había estado destinada a propósitos que ya no estaban de acuerdo con el espíritu público de los habitantes de Caracas. Ello sirvió para indicar que el espíritu que se iba a restituir era el carácter de franqueza y sinceridad que debía tener, para que el pueblo y el gobierno lograra con ella los benéficos designios que han “producido nuestra pacífica transformación”.

     En combinación con este escrito apareció el primer artículo de talante doctrinal cuyo título fue: “Sin virtud no hay felicidad pública, ni individual”. En un número anterior Vicente Emparan y Orbe publicó un “Manifiesto”, con fecha 7 de abril, donde intentó calmar los ánimos de los habitantes de la comarca, en virtud de los fracasos de las tropas españolas contra los franceses, y con la exhortación de continuar bajo los auspicios de la legislación colonial. Ya en números precedentes se incluyeron los donativos que, a instancias del marqués Casa – León, debían recabarse para ayudar a la península en su lucha contra el “usurpador universal”, tal como se calificó a Napoleón por estas tierras.

De la imprenta de Juan Baillío saldrán periódicos fundamentales para el país como: El Publicista de Venezuela, que circuló en 1811 y donde se publicó ese año el Acta de la Independencia.

De la imprenta de Juan Baillío saldrán periódicos fundamentales para el país como: El Publicista de Venezuela, que circuló en 1811 y donde se publicó ese año el Acta de la Independencia.

     De igual manera, aparecieron las “Instrucciones para elegir diputados a las cortes de España”. También se mezclaban noticias de triunfos de españoles en batallas contra las huestes napoleónicas. Sin embargo, se intercalaban con escritos de ingleses que veían con preocupación el escaso avance de los españoles contra las iniciativas de Napoleón y los suyos. También, aparecían noticias locales relacionadas con el nombramiento de autoridades, resúmenes de gacetas inglesas, avisos mercantiles, ventas de artículos, huidas de esclavos y proyectos para la edición de otros impresos. El tono de la Gazeta de Caracas cambiaría con la edición número noventa y cinco y en la que anunció un tiempo otro a raíz de la declaración del 19 de abril del diez.

     En consecuencia, un conjunto de argumentaciones se tramó respecto al consejo de regencia y sus implicancias. Así, se puede leer una proclama, firmada por José de las Llamozas y Martín Tovar Ponte, en que se informaba acerca de la penosa situación de España en los primeros meses de 1810, luego de dos años de enfrentamiento con los franceses. En ella se indicó que la guerra, iniciada en 1808, la venían desarrollando los españoles en defensa de su libertad e independencia para escapar del “yugo tiránico de sus conquistadores”.

     Con el arrollador avance de las tropas de Napoleón por el territorio español, “los honrados y valerosos Patriotas Españoles” libraban batallas para preservar la “soberanía nacional”, pero se vieron obligados a buscar refugio en Cádiz. Al lado de esta acción, la Junta Central Gubernativa del Reino, en la que se había depositado la soberanía en disputa, debió disolverse. Junto con esta disolución se difuminó una soberanía constituida legalmente para la conservación general del Estado.

     Por esta razón, indicaron los redactores, hubo la necesidad de constituir un nuevo sistema de gobierno con el título de regencia que, no podía tener otro propósito que el de preservar la vida de los pocos españoles que habían escapado del yugo francés. La regencia no representaba los intereses de la nación porque no se constituyó con el voto general de quienes tenían la potestad de justificarla. A lo largo de 1810 en las páginas de la Gazeta de Caracas aparecieron un compuesto de argumentaciones alrededor de la ilegitimidad de la regencia, la reclusión de Fernando VII y en manos de quienes estaba la representación de la soberanía.

     La cantidad de razonamientos vertidos en sus páginas, después de la edición 95, fueron afinando la necesidad de romper el nexo colonial. Unos catorce meses después, en la edición del 9 de julio de 1811, apareció en la primera página el titular: “Independencia de Venezuela”. Si se observa con atención los distintos escritos que se dieron a conocer luego del 19 de abril, se puede constatar que lo asumido en 1810 ya anunciaba la ruptura con la sociedad progenitora. Otros impresos, de corte doctrinario, en especial, conformaron argumentos a favor de la emancipación. El Semanario de Caracas, El Patriota de Venezuela, El Mercurio Venezolano y El Publicista de Venezuela confirman la actitud que se fraguó desde 1810 entre algunos caraqueños. En sus páginas, al igual que en la Gazeta de Caracas, se publicaban textos del irlandés William Burke que defendía airadamente el derecho de la América española a independizarse.

     Si la intención de las autoridades coloniales fue la de establecer una imprenta en la Capitanía General de Venezuela, para contrarrestar la información de sus enemigos, como efecto no deseado ella sirvió de espacio para el convencimiento de un grupo de venezolanos a favor de la Independencia. En el mundo moderno la imprenta se convirtió en un agente de cambio y no un cambio por sí misma. Aunque se debe tomar en cuenta que no todos los individuos de este período sabían leer. La lectura colectiva fue una opción, además en tabernas, posadas, plazas, iglesias se transmitían informaciones por vía oral. Uno de los aspectos de gran relevancia en el mundo y que ayudó a la generalización de impresos fue gracias al uso del papel y la paulatina sustitución del pergamino, más bien de uso para ediciones lujosas. Es necesario dejar claro que las iniciativas de emancipación surgieron entre habitantes de la provincia de Caracas, a las que se agregarían otras provincias y que la Gazeta… se tiene como pionera en la divulgación de las informaciones a su alrededor. Lo que la convierte un testimonio fundamental para aproximarnos a los razonamientos y acciones que se desplegaron para lograr la Emancipación.

San Pablo y la sanpablera

San Pablo y la sanpablera

La iglesia de San Pablo surgió en la recién fundada Santiago de León como un voto a raíz de la tremenda epidemia de viruela de 1580.

La iglesia de San Pablo surgió en la recién fundada Santiago de León como un voto a raíz de la tremenda epidemia de viruela de 1580.

     “La iglesia de San Pablo surge en la recién fundada Santiago de León como un voto a raíz de la tremenda epidemia de viruela de 1580. La calle que lleva al templo aún no tiene nombre. Arranca de “la esquina de María Zavala y Francisco Infante” y es una de las tres calles largas que corren de norte a sur. Se mandó empedrarla en 1603. Junto a la iglesia fue establecido un hospital.

     Al frente se extendía una plaza en cuyo centro había una fuente. De la iglesia de San Pablo era sacada en procesión Nuestra Señora de la Copacabana – en muy ricas andas de plata a fines del siglo XVIII – para impetrar lluvias al cielo. Por haberse deteriorado la fuente, en 1771 se ordenó suplantarla por otra que había estado en la Plaza Mayor. Cuando el viajero Francisco Depons visitó la ciudad a comienzos del siglo XIX, la plaza no le causó buena impresión: “su única regularidad consiste en su forma cuadrada, y su único adorno es la fuente colocada en el centro. No está embaldosada ni allanada”. Más tarde tendrá pavimento de lajas.

     Cuando en 1844 se instaló en la plaza una fuente de mármol, donación de Juan Pérez, la vieja fuente de la Plaza Mayor fue trasladada a San Jacinto, luego a Antímano y finalmente a La Vega. Hoy se cree que sus restos están en una casa particular. La nueva fuente de Juan Pérez representaba una india, armada de arco y de carcaj. De entre el adorno de plumas que tenía en la cabeza surtía el agua. Esta india había de pasar a una gruta artificial sembrada de animales de metal, de figurillas humanas, de casas, molinos y cascadas, todo a manera de enorme nacimiento que atrajo a varias generaciones de niños a la Plaza de la Misericordia.

     Años después de ser remodelada aquella plaza, un entusiasta por nuestras cosas del pasado rescató de una pedrera en El Calvario trozos de la estatua. La cabeza con su penacho había desaparecido.

     San Pablo tuvo árboles un tiempo. Cierta mañana amanecieron cortados por manos criminales. En el lugar de la fuente se erigió una estatua al general José Tadeo Monagas. También el militar y expresidente hubo de ser removido.

     La plazuela –a ella daban las casas de los Salías y de los Monagas– fue en 1814 lugar de ejecución de los patriotas condenados por Boves. Luego volverá a ensangrentarse en las rudas contiendas civiles. Tabernas, garitos y casas de lenocinio se multiplicarán por las cercanías, lo que habrá de provocar otra clase de turbulencias. Así nace, entre batallas y trifulcas, y se fija para siempre la caraqueñísima palabra sanpablera, sinónimo de zipizape. San Pablo Ermitaño, en cuyo honor fue creado el templo, seguramente esperaba mejor recordación.

     El presidente Guzmán Blanco, por si fueran pocos los encontronazos que había provocado con la Iglesia, ordenó el derribo del templo de San Pablo para levantar un teatro en su lugar. A pesar de que el caudillo ironizaba, asegurando que no era profanación, “pues el arte dramático estuvo exclusivamente, y por mucho tiempo, en poder de los clérigos”, en desagravio hizo construir la basílica de Santa Teresa. Allá fue la venerada imagen del Nazareno de San Pablo a la cual atribuye la devoción popular, entre otros prodigios, el de haber hablado al artífice que la esculpió.

El presidente Antonio Guzmán Blanco ordenó el derribo del templo de San Pablo para levantar un teatro en su lugar, el cual se conoció inicialmente como Teatro Guzmán Blanco, luego denominada Teatro Municipal.

El presidente Antonio Guzmán Blanco ordenó el derribo del templo de San Pablo para levantar un teatro en su lugar, el cual se conoció inicialmente como Teatro Guzmán Blanco, luego denominada Teatro Municipal.

     Los trabajos para el teatro, conforme al proyecto de Esteban Ricard, se iniciaron en 1876 y en medio de contratiempos, abandono y modificaciones hubo de prolongarse hasta fines de 1880. El Teatro Guzmán Blanco, “que con su magnificencia está a la altura de los mejores que existen en América”, y cuyo costó se elevó casi al millón de bolívares, fue entregado oficialmente el 1° de enero de 1881.

     Para el estreno había sido contratada una compañía lírica italiana que, en realidad, no resultó muy brillante. La obra elegida para la solemne ocasión era tal vez Hernani, y la fecha, el 3 de enero. Pero San Pablo fue siempre lugar de tropiezos. Hubo retardo “por indisposición de la nonna”, y al fin, según dice el anuncio del Diario de Avisos, “el inmortal Trovador del maestro Verdi es la partitura con que se abrirá la presente temporada”, el día 4 por la noche.

     Desde aquel momento, el Teatro Municipal, llamado así cuando Guzmán pasó a la historia, había de ser el mayor centro musical, dramático y coreográfico de Caracas. Por no citar sino lo que también pasó a la historia después de un brillo deslumbrante, allí deleitaron a la concurrencia el piano de Teresita Carreño, las danzas de Ana Pavlova, el patetismo de María Guerrero, la voz de Tita Rufo.

En 1859, durante la Guerra Federal, hubo en la plaza San Pablo un enfrentamiento militar entre liberales y conservadores. Ese hecho sería denominado luego como La Sampablera.

En 1859, durante la Guerra Federal, hubo en la plaza San Pablo un enfrentamiento militar entre liberales y conservadores. Ese hecho sería denominado luego como La Sampablera.

     San Pablo, reducto caraqueño al fin, unía y mezclaba en forma despreocupada lo selecto y lo popular. Frente al ilustre coliseo, en la plazuela, se apiñaba la multitud cada año en alegres danzas de carnaval. A espaldas del teatro, en la actual Plaza Miranda, hubo un mercado. Su edificio de metal cobijaría más tarde a El Molino Rojo, lugar de bailes y de sanpableras. Frente a esa misma plaza se instaló la primera planta eléctrica de Caracas, que el 24 de julio de 1883, centenario del natalicio de Simón Bolívar, había de iluminar con arcos voltaicos el teatro guzmancista y los alrededores del Capitolio.

     En 1897, bajo el gobierno de Crespo, se colocaron varios hermosos relojes en la ciudad. Uno de ellos fue instalado en la esquina de San Pablo. Entre esa esquina y la de Mercaderes, casi a la sombra del Municipal, funcionó el Salón Apolo donde eran ofrecidas las primicias del cinematógrafo y se exhibieron figuras de cera. Una muy impresionante representaba al Libertador en la agonía. 

     Frente al teatro fue construido mucho más tarde el Hotel Majestic, de fea arquitectura. No duró mucho. Contra él y otros edificios cercanos se estrenó una moderna versión del ariete, la enorme y pesada bola para demoliciones. La muerte del Majestic a fuerza de porrazos fue un espectáculo. Nacía la Caracas moderna.

     Cuando progresan las obras del centro Simón Bolívar, desaparece la Plaza de San Pablo. El reloj de Crespo se trasladará a El Peaje, en El Valle. La fachada del Municipal es mutilada. El teatro, remendado anacronismo sumido entre nuevas construcciones y ya insuficiente, abre sus puertas de tarde en tarde. Lo único que parece recobrar verdadera vida el Miércoles Santo es la devoción por El Nazareno, pero desde hace mucho tiempo se le llama el Nazareno de Santa Teresa.

     San Pablo y todo lo que allí surgió o por allí ha pasado son apenas sombras, prontas a desvanecerse”.

 

 

FUENTES CONSULTADAS

Revista Líneas. Caracas, Núm. 113, septiembre de 1966

El ballet de las estatuas

El ballet de las estatuas

Caracas Cuatricentenaria

La primera estatua fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india.

La primera estatua fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india.

     “Cuando caía el velo que cubría la estatua y cuando el orador de orden terminaba su encendido elogio, que daba la impresión de que allí se había plantado un recuerdo para siempre. En Caracas ese “para siempre” ha sido con frecuencia pasajero.

     Nuestras estatuas podrían tomarse como expresión de dinamismo de la metrópoli. De su intenso dinamismo urbanístico, pero también de su dinamismo histórico, con todas las incidencias políticas, emocionales o simplemente caprichosas.

     La primera estatua de la que tenemos noticia –¿hubo otras acaso? – fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india. Cuando el lugar fue transformado, pasó la india a la Plaza de la Misericordia de donde fue removida tiempo después. El descuido y la indiferencia acabaron con ella. Hoy quedan apenas unos fragmentos.

     Guzmán Blanco, en el vértigo de su propia exaltación, se hizo erigir estatuas en vida. A Caracas le tocarán dos. Una ecuestre, sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante. La otra se levantó en la colina de El Calvario. Con menos respeto fue bautizada Manganzón. Un día, las turbas las derribaron. De paso derribaron también la del padre del Ilustre, Antonio Leocadio Guzmán, que parecía perorar incansablemente en la Plaza de El Venezolano. El Venezolano, con mayúsculas, dicho sea de paso, no era Antonio Leocadio sino su periódico. Joaquín Crespo restituyó la estatua al mismo lugar, más conocido por los caraqueños como la plaza del mercado. Allí estuvo el demagogo hasta que lo llevaron a la Cota 905 para que se aireara después de tan largo vaho de recuas, verduras y ventorrillos.

     En 1935 las turbas echaron por tierra, en la Plaza de Catia, el busto de Juan C. Gómez, don Juancho, quien para su corta inmortalidad no contó con más méritos que haber tenido un hermano llamado Juan Vicente y haber muerto acuchillado Dios sabe por quién.

     Los hermanos Monagas, próceres de la Independencia, presidentes, tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, emancipador de esclavos, contempló por muchos años el vaivén de la sociedad caraqueña que acudía a las funciones del teatro Municipal y el del populacho que se agolpaba a sus pies en los bailes de carnaval. La de José Gregorio, en la Plaza de La Candelaria, mostraba al héroe en un esguince de cadera impropio del guerrero que reclamaba para sí el título de primera lanza de la República.

     Igualmente, efímera resultó la estatua de Ezequiel Zamora que, desde la Plaza de Capuchinos, sable en la diestra, amenaza con gesto feroz al barrio de El Guarataro.

     El Descubridor, el Fundador, el Precursor, el Libertador, el Gran Mariscal no han pasado, pero han sido andariegos. Al norte de la Plaza López, simbólica pero incómodamente asentado en un remedo de carabela, Cristóbal Colón, cara al oeste, señalaba con la mano hacia el plus ultra. A sus pies, en la triangular Plaza España, estuvo el busto de Cervantes. Colón, desplazado por un cuartel de bomberos, fue instalado en Los Caobos. La avenida Urdaneta empujó a don Miguel hasta El Calvario.

Una escultura ecuestre, de Antonio Guzmán Blanco, con sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante.

Una escultura ecuestre, de Antonio Guzmán Blanco, con sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante.

Durante algunos años, los hermanos Monagas tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, frente al teatro Municipal y la de José Gregorio, en la Plaza La Candelaria.

Durante algunos años, los hermanos Monagas tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, frente al teatro Municipal y la de José Gregorio, en la Plaza La Candelaria.

El busto de Miguel de Cervantes estuvo originalmente en la Plaza España antes de ser trasladado al Calvario.

El busto de Miguel de Cervantes estuvo originalmente en la Plaza España antes de ser trasladado al Calvario.

     A Diego de Losada le erigieron un busto cerca de Pagüita. Desapareció por muchos años. Ahora, al iniciarse el año cuatricentenario, lo replantaron al norte de la ciudad.

     A la sombra del Panteón descansó por largo tiempo, sobre su pedestal del cal y canto, Francisco de Miranda. Hace poco bajó hasta la Plaza Miranda, antes Plaza Bermúdez y mucho antes Mercado de San Pablo. Lo pusieron en un audaz andamio de vigas de hierro. Como era de esperar, chocaron en seguida lo tradicional y la osadía innovadora. Hoy está el Precursor sobre un pedestal de mármol.

     Donada a Caracas por la Colonia Siria, una estatua del Libertador recibía y decía adiós, al final de Caño Amarillo, a los ajetreados pasajeros del Ferrocarril de La Guaira y del Gran Ferrocarril Alemán. Hoy sustituye a Manganzón en lo alto de la redoma de El Calvario. El Ilustre Americano, que en una medalla hizo anteponer su efigie a la de Bolívar, dirá, –si las ánimas inmortales practican la resignación–: ¡A mucha honra!

     En las escalinatas que daban acceso por el sur a la vieja Universidad, hubo otra estatua del Libertador, junto a la cual solían hacerse retratar los recién graduados. Hoy está al oreo de las brisas en Porlamar.

     De la colina de El Calvario descendió una estatua de Antonio José de Sucre para trasladarse a Maracay. La capital enmendó casi enseguida el error a un extremo del entonces puente 19 de Diciembre. El magnánimo y ponderado vencedor de Ayacucho apareció allí, cabeza baja y espada en alto, embistiendo con furia de coracero. Todo este ímpetu fue llevado luego a Catia.

     En la minúscula y desaparecida Plaza de San Lázaro, hermanados en el sacrificio supremo, los neogranadinos Girardot y Ricaurte coronaban un pedestal de mármol blanco. La transformación de la ciudad llevó al grupo a un lugar más adecuado, al centro de la Avenida Nueva Granada. Pero fueron tantos los topetazos de los vehículos trasnochadores, que los héroes de Bárbula y San Mateo se apartaron discretamente a un lado.

     La mujer desnuda, erguida en lo alto de un macizo de chaguaramos, ha sido, es y será “la india de El Paraíso”. La figura, de perfil clásico, antorcha de la libertad en una mano, olivo de paz en la otra y en la cabeza el gorro frigio, resulta cosa extraña al mundo de los indios. Parece simbolizar, más bien, a la República triunfante. Todo esto, con bajos relieves, cóndores y las tres matronas que representan a la Gran Colombia, en estos mismos días retrocedió cerca de dos kilómetros, hasta un extremo de la Avenida La Paz.

     Jorge Washington, el brazo extendido, la mirada hacia la cumbre del Ávila, fue testigo imposible de la mudanza. El ya se había mudado de la vecindad del Teatro Nacional hasta casi el confín de El Paraíso.

     A ambos lados de la “india” montaban guardia el patricio colombiano Camilo Torres y el haitiano, amigo de Bolívar, Petión. Camilo Torres pasó a hacer compañía a Girardot y Ricaurte. Petión fue colocado en el parque El Pinar.

     Hasta el ángel que remataba la Avenida de El Paraíso dio un corto vuelo para posarse en un extremo de la Plaza 19 de Abril. Allí, con las alas extendidas y con su trompeta, parece dispuesto a lanzarse de nuevo al espacio para recordarnos que el “para siempre” de las estatuas es cosa movediza en Caracas.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Líneas. Caracas, N°115, noviembre de 1966.

La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

     A propósito de los sucesos que se suscitaron en el seno de la monarquía española, durante 1808, con las denominadas abdicaciones de Bayona, se rompió con una tradición en lo que se refiere a la investidura de un nuevo monarca. Varios de los habitantes de Caracas recibieron, en el curso de este año, la información según la cual se llevó a cabo la proclamación de un nuevo rey, el hasta entonces Príncipe de Asturias, quien fue proclamado como Fernando VII. Durante el mismo año no cesarían de llegar noticias alrededor de los acontecimientos políticos de los que la península ibérica era el escenario. A partir del 18 de marzo de este año, se presentaron una serie de manifestaciones políticas, propiciadas por el conde de Montijo, contra el “Favorito”, Manuel Godoy y acusaciones contra los que encabezaban la monarquía frente a las acciones de este último durante el reinado de Carlos IV.

     Desde 1807, un grupo de aristócratas españoles comenzaron a fraguar un movimiento político para desbancar a Godoy y su protector, el rey Carlos, para lo que utilizaron a su hijo en aras de una sustitución. Lo que se conoce como el Motín de Aranjuez fue el episodio que derivó en la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando, en marzo de 1808. Quienes idearon el golpe contra Godoy lo hicieron también para apartar de la corona al rey de turno. Hacía un tiempo que alrededor de la persona de “El Deseado”, Fernando de Asturias, se habían tejido toda una red de reales seguidores para lograr la regeneración del poder político español. Luego del motín El Deseado logró la cesión de la corona de manos de su padre. No obstante, mientras esto sucedía Napoleón Bonaparte había obtenido, por la firma del tratado de Fontainebleau, autorización para cruzar España con rumbo a Portugal, el motivo: obligar a la corte portuguesa a cumplir con el bloqueo comercial contra Inglaterra.

     Las Abdicaciones de Bayona, por otro lado, tuvieron lugar entre el 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad francesa de Bayona. Es el nombre por el que se conocen las sucesivas renuncias al trono por parte de Fernando VII, que devuelve a su padre la corona obtenida con el motín de Aranjuez, y de Carlos IV, que en la víspera había cedido estos derechos en favor del emperador francés Napoleón Bonaparte. Un mes más tarde, Napoleón designó como rey de España e Indias a su hermano, que reinó con el nombre de José Napoleón I.

     Las renuncias han sido consideradas forzadas por algunos historiadores, pero otros han señalado que ni Carlos IV ni Fernando VII estuvieron a la altura para hacer frente a las presiones y a las amenazas de Napoleón. Las abdicaciones no fueron reconocidas ni en España ni en la América española por los españoles americanos y la explosión de rechazo al nuevo rey José I y de lealtad al cautivo Fernando VII fueron “generales en todos los lugares de la monarquía”, según François-Xavier Guerra. Los españoles “patriotas” llamaron a José I “el rey intruso”.

     El 15 de julio de 1808 los caraqueños conocieron la información de la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo. Los fieles vasallos y las autoridades reales de Caracas se encontraban a la espera de la Real Cédula, que ordenara el desarrollo de las pertinentes conmemoraciones ante tan importante evento: la proclamación de un nuevo monarca.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

     En medio de la espera oficial para llevar a cabo una nueva proclamación, en menos de veinte años de la anterior correspondiente a la de Carlos IV, tocaron evidenciar otras noticias provenientes del Viejo Continente. Esta vez llegó una comitiva francesa, el 14 de julio, al Puerto de La Guaira en el bergantín Serpent, cuyo propósito era reunirse con el gobernador y capitán general, Juan de Casas, y entregarle unos pliegos procedentes de la metrópoli. Al ser recibidas las buenas nuevas, el 15 de julio, la algarada en la ciudad capital se generalizó

     Esta situación obligó a las autoridades a sostener una serie de encuentros para tomar las decisiones que consideraron de mayor pertinencia, en el marco legal y jurídico, dentro del Reino. Por supuesto, la inquietud fue uno de los aspectos de mayor presencia ante el temor de un nuevo sometimiento colonial o, por otra parte, enfrentar a quienes venían coqueteando con ideas afrancesadas y republicanas.

     Tanto la información de los emisarios franceses como la propia de la proclamación y jura del nuevo monarca se mezclaron con las ceremonias respectivas. Estas debieron regirse tal cual lo ordenaba la Real Cédula del 10 de abril de 1808. Estas noticias se generalizaron por toda la Provincia. Ante tal situación un grupo de avecindados, de modo espontáneo, salieron a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII. Fue por esto que quienes representaban el Ayuntamiento debieron responder de manera presurosa a las peticiones de los integrantes del pueblo.

     La intempestiva medida que los miembros del Ayuntamiento se vieron en la obligación de cumplir, de manera inmediata, no lograron apaciguar los ánimos de aquellos que pedían medidas rápidas y presurosas. Después de sostener dos reuniones, el Ayuntamiento decidió colocar un retrato de Fernando VII en la sala capitular. Con esta maniobra sus miembros intentaban mostrar su adhesión al proclamado monarca. Sin embargo, la decisión respecto al destino de la Provincia no se había discutido aún. El 16 de julio se realizó otra reunión en la que las autoridades decidieron esperar los distintos pliegos en los que se comunicaban las preocupantes noticias que informaban de la renuncia de Fernando VII a favor de su padre, Carlos IV, y la dimisión de este último a favor de su Majestad Imperial y Real, el Emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte.

     En otro pliego, refrendado por el secretario del Consejo y Cámara de Indias, Silvestre Collar, se ofreció la información acerca de la formación de una Junta de Gobierno en Sevilla. Collar, como representante de la Junta de Sevilla, la que se reconocía como Suprema de España y de las Indias, reafirmó la noticia sobre el Real Despacho con el que se llevó a cabo la renuncia de Carlos IV a la corona de España. Como se puede apreciar fueron cuatro informaciones que debieron ser asimiladas por las autoridades de la Provincia. La dimisión a través de la cual Fernando fue nombrado Rey de España y las Indias, la Real Cédula que establecía su proclamación, la cesión del trono a Napoleón Bonaparte y la ordenanza que exigía reconocer a su hermano como rey, así como el mandato de conformar una Junta de Gobierno protectora de los derechos del monarca despojado de la corona. Estas cuatro noticias, que se mezclaron durante el año de 1808 en la Provincia de Caracas, derivaron en decisiones apresuradas, así como que se combinaron con la suspicacia provocada por la injerencia de los franceses en los asuntos políticos del Reino.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

     Entre los días correspondientes al 17 y 18 de julio se efectuaron sendas reuniones, en que se deliberó y consideró lo concerniente a la acefalía del poder monárquico. En la primera se aprobó las represalias contra los franceses y sus haberes en la Provincia de Caracas. En la segunda se alcanzó el acuerdo según el cual debían darse a conocer, por bando y pregón, los acuerdos a que se llegarán a presentar desde el Ayuntamiento. De igual forma, se presentó una sinopsis de lo establecido en la Real Cédula del 10 de abril en cuyo contenido se hizo público el ascenso al trono de Fernando VII y el requerimiento de una nueva proclamación en tan inusuales circunstancias. Se dio a conocer, por la misma vía, el modo cómo las noticias acerca de las abdicaciones habían llegado hasta la Provincia. Ante la presentación de la comitiva francesa, portadora de las inéditas noticias, los habitantes de la Provincia se negaron a plegarse a un “nuevo amo”, así como que Carlos IV no tenía derecho al trono y menos a cederlo a un representante de una potencia extranjera.

     Sin duda, es dable pensar en decisiones tomadas de manera emotiva y enmarcadas en el temor a un nuevo sometimiento colonial. La jura a favor de Fernando VII estuvo cargada de expresiones cuya sensibilidad fue evidente ante el poderío francés y las pretensiones del emperador de los franceses. Días después, el 27 de julio, a continuación de largas y repetidas sesiones el Ayuntamiento dio a conocer una resolución final. En ésta se desconoció la propuesta de Cuellar, acerca de la adhesión a una Junta Suprema, porque según la legislación vigente ello contradecía la justa y debida obediencia a su “Augusto Soberano Don Fernando VII”. De este modo, solo se intentaba demostrar la soberanía representada en su figura regia y de los legítimos sucesores de la Casa de Borbón.

     Sin embargo, en los órganos competentes se establecieron los lineamientos que debían regir la conformación de Juntas para garantizar la “paz y seguridad general”. En medio de tanta confusión los representantes del mantuanaje caraqueño prepararon un documento que hicieron llegar al gobernador el 29 de julio. En él cerca de 45 personas abogaban por la necesidad de establecer una Junta Suprema en la ciudad de Caracas. Entre otras propuestas estaba la conformación de una Junta que tratara directamente con el gobernador y capitán general, cuya justificación se hizo al apelar a la soberanía del pueblo. Según la propuesta ella debía estar compuesta por letrados, militares, eclesiásticos, comerciantes y vecinos particulares. No obstante, esta propuesta provocó el procesamiento de los firmantes como desleales. El proceso judicial se extendería hasta el mes de abril de 1809, cuando los fiscales encargados del caso decidieron que no existían elementos de juicio para castigar delito alguno.

     En términos generales, los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo. Las respuestas expresadas en otros lugares de ultramar permiten pensar en un tipo de unidad alrededor de actos relacionados con el ejercicio del poder regio. Esa unidad se reafirmaba, como se puso de relieve en este año, en lo que tradicionalmente la hacía posible: la jura y proclamación del monarca. Los razonamientos que se conocen de este período no son una expresión de disquisiciones filosóficas o teorizaciones acerca de principios políticos. La emotividad se impuso a partir de las acciones napoleónicas que llevaron al encierro de las autoridades españolas en Bayona. La sustitución de Fernando VII por José Bonaparte condujo a pensar en el derrumbe de la monarquía que, en trescientos años, no había experimentado un trance como el vivido este año.

     La idea acerca de un imperio imperecedero, divino y eterno se resquebrajó y con ellos los temores de pérdida de privilegios y prerrogativas obtenidas con el tiempo. Se debe tener presente que uno de los elementos fundamentales de adhesión a la autoridad establecida se demostraba con actos, conmemoraciones, celebraciones, proclamaciones que, a su vez, representaban la idea de comunidad de los integrantes del Reino. Esto quedó demostrado con la celebración del cumpleaños del “desdichado”, así como las misas, Te Deum, salvas de cañones que, de manera espontánea, se llevaron a cabo alrededor de la figura de Fernando VII y su proclamación. Como conclusión se pudiera argüir que aún no se había definido claramente lo que sucedería posteriormente. Lo cierto del caso, es que entre 1808 y 1809 la América española comenzó a transitar por otros derroteros a la luz de los conflictos entre los imperios trasatlánticos. Además, parece estar claro las debilidades que España ya venía arrastrando desde los tiempos de Utrecht y la Guerra de Sucesión. Quienes empujaron la conformación de una nueva realidad política y administrativa se vieron impelidos por pugnas entre potencias del momento, lo que no desdice los anhelos de experimentar lo que la idea de soberanía y la de representación comenzó a significar desde el lapso del 1700.

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