Calles y ríos de la Caracas de 1820
Las calles de Caracas no tenían más de siete metros de ancho. Las fachadas de las casas estaban marcadas con líneas horizontales con los colores azul, rojo y amarillo.
A pocos días de haber llegado a Caracas, el periodista estadounidense William Duane tuvo oportunidad de escuchar una ejecución musical por parte de un componente militar de cuya descripción se aprecia haber quedado satisfecho. En uno de los párrafos delineados en su obra “Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823”, Duane escribió que un indicador de disciplina militar era la ejecución musical castrense. Contó haber tenido la oportunidad de observar a soldados de la ciudad ejecutando instrumentos de viento tan buenos como los tambores que exhibían en su marcha.
Escribió que, gracias a la mediación de un grupo de militares conoció al general Carlos Soublette a quien, de inmediato, le pidió una audiencia. De contiguo pasó a describir el papel del intendente en la República recién instaurada. En este sentido indicó que las funciones que cumplía Soublette eran muy distintas a las que en tiempos de la colonia se ejercían dentro de la Intendencia. De Soublette reseñó que era de ascendencia francesa y que se había incorporado al ejército cuando apenas contaba con dieciséis años.
Por sus cualidades y dedicación, Simón Bolívar le otorgó su confianza para alcanzar el Estado Mayor en la corporación militar. De igual modo, tuvo encuentros con la familia de Lino Clemente y Martín Tovar.
Descrito lo anterior se dedicó a reseñar algunos aspectos de la ciudad de Caracas. Sin embargo, advirtió que no le era posible ofrecer una descripción detallada de todo lo que se presentaba a su mirada. A su entrada en Caracas vio que las calles no tenían más de siete metros de ancho. Las fachadas de las casas estaban marcadas con líneas horizontales con los colores azul, rojo y amarillo. De igual manera, por la calle que ingresó se denominaba Carabobo en honor a la batalla librada tiempo antes por los patriotas venezolanos. Otras calles llevaban denominaciones alegóricas de batallas ganadas por ellos en el conflicto contra la monarquía española. También anotó que los frentes de varias casas tenían escritos: Viva Bolívar, Viva Colombia y otras pintas del mismo estilo.
Agregó que había imaginado la ciudad con grandes pendientes, cosa que constató no era del todo cierta. Invitó a los lectores que imaginaran un tablero de ajedrez para calcular la forma de damero que mostraba Caracas. Indicó que el lado oeste de la ciudad no era tan alto, pero a vista lejana se notaba una elevación gradual y no abrupta. El espacio territorial que ocupaba Chacao lo describió como un lugar casi llano. Desde el área que hacía observaciones apreció, hacia los lados ocupado por Petare, una construcción de color blanco y elevada que, de acuerdo con su mirada, parecía un obelisco o monumento.
De las corrientes de agua que cruzaban la ciudad notó la presencia de tres, así como que cada una de las cuales llevaba el nombre del río que las surtía. Sus afluentes provenían de la montaña, pero no presentaban gran caudal y no se secaban en tiempos de verano. De la parte occidental sumó que la presencia del Caroata evidenciaba que sus márgenes eran arcillosos y empinados. Desembocaba en El Guaire y servía de separación de una localidad denominada San Juan. En uno de sus puntos se estableció un puente espacioso “y bien construido, de antiguo estilo, pero que representa una buena obra de ingeniería, con contrafuertes y macizos muros, suficientes para contener un torrente de magnitud diez veces mayor”.
Tres corrientes de agua cruzaban la ciudad, cada una de las cuales llevaba el nombre del río que las surtía. Sus afluentes provenían de la montaña, no tenían gran caudal y no se secaban en tiempos de verano.
Indicó que este puente guardaba recuerdos de los tiempos de revolución. Hizo una referencia asociada con el “río Catuche” a partir de la cual señaló que antes del terremoto servía de manantial a todas las fuentes públicas y de las casas particulares. El motivo de esta interrupción, aunque no fue total porque algunas casas recibían el vital líquido, fue la destrucción de los ductos que conducían el agua los cuales habían sido construidos con barro cocido. Las fuentes en uso para el servicio público estaban hechas de piedras bien trabajadas “y no he oído que ninguna hubiese resultado entonces con deterioro”. La corriente de agua que por ellas corría era constante y el líquido era cristalino.
A propósito de estas elaboraciones, rememoró que para el traspaso del agua “figuran entre las pocas cosas buenas que en Colombia se deben a los españoles, y en las principales poblaciones y ciudades desde La Guaira a Bogotá cumplen, a un mismo tiempo, fines de utilidad y ornato”. De ellas añadió que poseían un estilo muy parecido unas con otras y que los materiales utilizados eran similares. La diferencia estribaba en el tamaño y el acabado. Pasó, de inmediato, a describir una de ellas.
La escogida se presentaba en un pedestal de piedra trabajada de forma octogonal. La misma se alzaba sobre una base a la que se subía por dos o tres escalones. Contaba además con una suerte de pilón sobre el cual se vertía el agua que, al desbordarse, corría hacia las calles y con la cual se mantenían limpias las vías, por una parte, y, por otra, las tuberías que habían sido colocadas para que los habitantes de la comarca recogieran el agua.
Le pareció entretenido ver la aglomeración de las personas alrededor de las fuentes para surtirse de agua. Indicó que, por lo general, la mayoría de estas personas eran mujeres. También había hombres que se ganaban la vida como aguadores. Para recoger el líquido utilizaban cántaros con una capacidad cercana a los cuatro galones. Para no ser desplazados por otros, en vez de sólo utilizar totumas para llenar el envase, utilizaban una caña de bambú que conectaban al caño de la fuente y así llenaban sus cántaros de una sola vez. “Algunas de estas fuentes tienen un muro adosado a la plataforma, bellamente trabajado, con imitación de paneles y adornos, una jarrón, frisos y cornisas cubiertas, que responde a propósitos ornamentales y evita que se produzcan aglomeraciones excesivas”.
Describió cinco puentes de los que adujo contaban con méritos variables, aunque muy útiles para cruzar el río Catuche. Algunos de ellos mostraban aún los efectos del conflicto bélico recientemente escenificado en este territorio. El río denominado Anauco surtía de agua a la parte este de la ciudad. Aunque los devotos le habían dado el nombre de La Candelaria. Antes de ser derrumbada la edificación que servía de espacio para la devoción llevó este nombre, de ahí que al riachuelo se le denominara así.
Además del uso doméstico que se hacía del agua, los afluentes servían para el riego de las plantaciones adyacentes, “conducidas por terraplenes y bancales dispuestos con gran industria y habilidad.” Le llamó mucho la atención el modo como se aprovechaban las aguas, en especial, por la limpieza que proporcionaba a la localidad.
Puso a la vista de sus lectores las condiciones de los caminos que, desde el cerro El Ávila, tanto de ida como de vuelta, “es excelente”. Agregó que, en los sitios más planos o con escaso declive se utilizó un sistema a partir del cual no se adoquinaban el ancho total de las vías, “tal como se hace en nuestro país”. Lo usual era empedrar por compartimientos, en figuras de triangulo irregular. Esto evitaba que, por si el terreno estuviera “desnudo”, el camino se convertiría en un barranco en tiempos de lluvia lo que lo haría intransitable. A medida que se ascendía por la montaña fue observando canales cuyo propósito era el de permitir la circulación del agua hacia la parte baja de la sierra.
Los empedrados triangulares servían de contención de las corrientes de agua y a esparcir el agua hacia los canales dispuestos a lo largo del camino. De igual modo, se habían dispuesto piedras para equilibrar la fuerza del agua y que ella no se desbordara a lo largo del camino.
El río Catuche sirvió en una época de manantial a todas las fuentes públicas y casas particulares. Pintura de Arturo Michelena.
Los canales construidos con piedras estaban colocados de una forma que el agua excedente se orientara hacia las zanjas. Lamentó que Caracas no contara con aceras construidas con piedras o ladrillos para el paso de los transeúntes. Como justificación añadió que no existían medios de transporte que pusieran la vida de las personas en peligro y que el agua fluía por el centro de la calle. El piso había sido construido de pedruscos redondos. “Sin embargo, es una ciudad donde son tan numerosas las mujeres, no parece propio de la galantería española que las calles sean de tanta aspereza como si hubiera el propósito de impedirles que luzcan en ellas las chinelas de raso o de tafetán de su lindo pie, o mostrar sus elegantes tobillos a través de medias de seda, tradicionalmente muy lindas”.
Escribió que los edificios que observó daban la impresión de vivir en una sociedad oriental. En su incursión por los lados de Chacao recordó que el camino transitado presentaba irregularidades como barrancos pedregosos y enormes, cuyos lados eran muy resbaladizos. De igual manera, tampoco contaban con puente alguno. No obstante, como sustituto había “artificios”, sin mayores dotes arquitectónicas y de alto costo, pero permitían la fluidez de las personas y la comunicación. Las partes de los lados que bordeaban la quebrada habían sido perforadas. Además, presentaba un firme y macizo muro de mampostería que atravesaba todo el barranco.
Fue insistente en el parecido de las edificaciones vistas en Caracas y La Guaira, frente a las que llegara conocer de algunos espacios territoriales de Asia. Describió las semejanzas respecto a solares amplios, gruesas paredes, altas puertas de dos hojas, zaguán empedrado y, a veces, otra puerta con mirilla dentro del portón. En el interior de algunas casas vio un patio descubierto al aire libre, corredores a cada lado del patio, adoquinado con ladrillos desnudos, escaleras que conducían al piso de arriba, elevados techos, amplios aposentos, ventanas sin cristales, pero protegidas con romanilla, y sin chimeneas. Una cuestión de excepción fue la presencia de imágenes de la Virgen que en cada casa observó. “A veces he llegado a sospechar en forma un tanto heterodoxa la influencia femenina en este particular, y como las mujeres son realmente bellas y su dominio sobre el otro sexo es proverbial, han logrado que prevalezca este culto general por orgullo de sexo”.
En este orden de ideas, escribió que le habían comunicado que San José era muy venerado en varios hogares, “pero no he tenido la suerte de verle; tal vez esté guardado en algún cuarto trastero o en un rincón”.
De la herencia española dejó escrito que en muchas casas se notaba su influencia. A la vista de los lectores expuso el caso de Antonia Bolívar, quien fuera la persona a la primera en visitar a su llegada a Caracas. Del hogar habitado por ella y los suyos recordó que, según le informaron, había sido habitado con anterioridad por el último Capitán General de la Capitanía General de Venezuela. La casa mostraba una habitación principal decorada de una manera que pareciera una galería con balaustrada o baranda, “frente a un seto vivo de flores, todo ello pintado al fresco. La ejecución está bien trabajada, pero las flores son monstruosas”.
Dijo estar sorprendido que el estilo asiático estuviese muy presente entre las edificaciones por él observadas. Una de ellas tenía que ver con la carencia de azoteas. Extraño para él en un país donde abundaban la cal, maderas y ladrillos. Según sus palabras el clima era ideal para construir terrazas y disfrutar de la agradable brisa de las tardes. Cosa que pudiera ser disfrutada en una cómoda terraza.
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