La historia de Blacamán

La historia de Blacamán

Domador e hipnotizador de todo tipo de fieras. El Premio Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, se inspiró en él para escribir “Blacamán el bueno, vendedor de milagros” (1970).

Como domador de fieras e hipnotizador de leones y cocodrilos, Blacamán, también famoso por su melena, ganó tanta fama en Venezuela que, en una ocasión, tras una función privada que presentó en Maracay ante el dictador Juan Vicente Gómez, fue recompensado con noventa mil bolívares.

Como domador de fieras e hipnotizador de leones y cocodrilos, Blacamán, también famoso por su melena, ganó tanta fama en Venezuela que, en una ocasión, tras una función privada que presentó en Maracay ante el dictador Juan Vicente Gómez, fue recompensado con noventa mil bolívares.

     Uno de los entretenimientos favoritos del venezolano en las décadas de 1930 y 1940, era asistir a funciones de diversos circos que se presentaban en ciudades y pueblos.

     Entre los números que mayor impresión causaban al estaban los hipnotizadores y entre los principales personajes que se encargaban de montar esta atracción, sobresalió “Blacamán”, un italiano que se hacía pasar por faquir hindú y por mucho tiempo fue la máxima atracción de su propio circo, no solamente en Venezuela sino en Europa y otras ciudades de América Latina.

     Como domador de fieras e hipnotizador de leones y cocodrilos, Blacamán, también famoso por su melena, ganó tanta fama en Venezuela que, en una ocasión, tras una función privada que presentó en Maracay ante el dictador Juan Vicente Gómez, fue recompensado con noventa mil bolívares.

     A finales de los años cuarenta se radicó en Caracas de manera permanente. Aquí finalizó su carrera como faquir y en los años cincuenta montó un taller mecánico en Maripérez. Murió en Caracas en 1956.

     El siguiente es un interesantísimo reportaje biográfico, elaborado por Eleazar Pérez Peñuela, para la edición del 22 de junio de 1956 de la revista Venezuela Gráfica, titulado “¡A la única fiera a la que le tengo miedo es al hombre!”, en el cual se cuentan diferentes aspectos de la vida de este singular personaje nacido en Calcuta, India, en el año 1902, hijo de artistas internacionales que lo llevaron de apenas meses de nacido, a Calabria, Italia.

     “Pietro Aversa Blacamán, el mundialmente famoso domador de fieras, actor de cine y empresario de circo falleció en Caracas en su modestísima residencia de Maripérez a causa de un infarto agudo.

     En la tibia esmeralda de la tierra venezolana que él amo por encima de todas las cosas, duermen ahora el sueño perenne los despojos mortales de quien pasó por 4 Continentes en medio del estruendo de las multitudes de todas las razas que rindieron homenaje a su valor y a su destreza.

 

Una vida de leyenda

     En Calcuta, India, nació Pietro Aversa Blacamán el año de 1902. De solo pocos meses fue llevado por sus padres, quienes eran artistas internacionales, a Italia. Desde niño lo apasionaron las cuestiones circenses que habrían de ser la suprema dedicación de su vida. Muy joven descubrió sus extraordinarias cualidades como hipnotizador y las aplicó a los animales y a las gentes dentro de su actividad profesional.

     Jamás maltrató a las fieras de su circo, pues fue lema de su vida el de aquel otro domador de hombres y de bestias, el divino y humano San Francisco de Asís, que la fraternidad realiza mayores conquistas que la fuerza. Plagiando a su paisano, el Santo Blacamán designaba a las fieras de su Circo con nombres de extrema ternura: “el hermano león, la hermana hiena, el hermano cocodrilo. . .”

     Blacamán se hizo famoso en el planeta durante muchos años por sus fabulosas hazañas. Su espesa barba y su “leonina” melena   contribuyeron a ser, distintivos de su personalidad.

     Fue uno de los hombres más ricos del mundo y siempre le concedió al dinero una importancia secundaria. Las monedas –decía– han sido acuñadas en forma de rueda para que caminen. . .

Blacamán, singular personaje nacido en Calcuta, India, en el año 1902, y fallecido en Caracas, en 1956.

Blacamán, singular personaje nacido en Calcuta, India, en el año 1902, y fallecido en Caracas, en 1956.

     En las épocas de su mayor nombradía, cuando los millones rodaban por sus manos con sonoridad de áureas campanillas, Blacamán vivió una existencia fastuosa, digna de un príncipe oriental, su lujo era deslumbrador: dondequiera se presentaba con su imponente melena, con su espesa barba, vistiendo riquísimos kimonos de seda y siempre acompañado por una legión de “pajes”, atentos a su menor deseo, a su más leve capricho para satisfacerlo. Una vez en París en donde tenía su palacio, que le acababa de ser confiscado durante la guerra por ser súbdito del eje Roma- Berlín, a pesar de que jamás intervino en política, penetró a una de las más reputadas joyerías seguidos por sus fieles seguidores y por la admiración de las multitudes. Con gesto rápido señaló un hermoso reloj de oro con incrustaciones de brillantes. Al serle entregada la joya la dio a uno de sus ayudantes diciéndole: “llévala a tú mujer en recuerdo mío”. No se preocupaba del costo de las cosas y aceptaba siquiera discutir “esos menudos detalles”. Su mayordomo pagaba de inmediato y es fama que nunca le exigió rendición de cuentas.

 

Su primer viaje a Venezuela

     Blacamán fue, a través de 25 años, noticia de primera plana en todos los diarios del mundo. Vino a Venezuela por primera vez en 1930 y su primer representante fue el conocido empresario Tomás P. Cardona, quien nos declaró sobre su vida: –Blacamán fue el hombre más, noble, más generoso y más humano que yo he conocido. Fuimos amigos desde hace muchísimos años. Yo lo representé las primeras veces que vino al país. Blacamán ha dejado un capitalazo en Europa, pues los tribunales de Francia y de Italia, durante su reciente visita al viejo mundo, le reintegraron todas sus posesiones que suman en francos y en liras muchos millones. Imagínese usted que su fastuoso palacio de París, por sí solo, bastaría para hacer rico al más exigente.

     –Blacamán –agregó Cardona– estuvo en una situación económica pavorosa en Venezuela durante la guerra europea, pues todos sus fondos de Europa le fueron congelados y sus bienes confiscados. Por otra parte, a causa del conflicto no pudo movilizar su circo internacionalmente por haber sido internado por su condición de italiano, y eso lo llevó a la ruina.

     Desde 1940 se quedó definitivamente en Venezuela. Precisamente al producirse su súbito deceso estaba esperando la expedición de su carta de naturalización como venezolano.

 

El mundo de Blacamán

     El Blacamán Circus fue uno de los más grandes y conocidos del mundo. Llegó a contar con 40 leones y 100 cocodrilos y fue la primera carpa verdaderamente gigantesca que conocieron muchas gentes.

     El domador tenía en su cuerpo más de 140 cicatrices y cuando se le preguntaba por la historia de aquellos impresionantes tatuajes felinos contaba que no era que sus animales hubiesen tratado de hacerle daño, sino que se trataba de caricias de sus bestias que, por tener tanta fuerza, dejaban huella perenne de su ternura. . .

     En cierta ocasión el general Juan Vicente Gómez quiso ver en su bucólico retiro de Maracay las hazañas de Blacamán. Ordenó que se diera un espectáculo exclusivo para el tren gubernamental, el cuerpo diplomático y sus amigos personales. Al terminar la función el dictador, muy satisfecho por la destreza y la valentía del domador, ordenó entregarle 90.000 bolívares.

Blacamán se hizo famoso en el planeta durante muchos años por sus fabulosas hazañas. Su espesa barba y su “leonina” melena contribuyeron a ser, distintivos de su personalidad.

Blacamán se hizo famoso en el planeta durante muchos años por sus fabulosas hazañas. Su espesa barba y su “leonina” melena contribuyeron a ser, distintivos de su personalidad.

Las pruebas supremas

     Blacamán se hizo conocido y discutido como el primer domador del mundo a través de las pruebas espectaculares que realizaba con su limpio juego de hindú injertado con italiano.

     Uno de sus números más notables era el de subir por una escalera con los pies descalzos sobre afilados cuchillos, sin resbalar sobre la hoja de acero como lo hacen otros. Por el contrario, Blacamán en su sensacional demostración raspaba con el pie sobre el filoso acero para que éste entrara en mejor contacto con su piel.

     Pero, sin duda alguna, la prueba más escalofriante de Blancamán, desde el punto de vista de su resistencia física, fue la que debilitó su corazón y seguramente a la larga le produjo la muerte. Se colocaba a una altura de 1 metro con el pecho descubierto. Sobre éste depositaban sus ayudantes un peñasco que pesaba 120 kilos. Blacamán, con la nuca apoyada sobre un afilado cuchillo, lo mismo que las corvas, es decir, suspendido sobre la muerte, resistía impasible mientras que poderosos gañanes destrozaban a mandarriazos la pesada roca sobre su corazón formidable.

 

El único accidente en Venezuela

     No se recuerda sino un solo accidente grave que le ocurriera a Blacamán en nuestro país. Sucedió que sus ayudantes sacaron de la piscina un cocodrilo embozalado para una de las pruebas del “mago del hipnotismo múltiple”. Mientras Blacamán le quitaba el bozal para comenzar a hipnotizarlo, la mano del domador resbaló inesperadamente sobre el hocico de la bestia y ésta alcanzó a destrozarle un dedo. 

     Sin hacer caso del terrible dolor que la herida debió producirle, con la mano sangrante, Blacamán se dirigió al público y le dijo: “No se preocupen ustedes. Este cocodrilo es muy cariñoso y no puede verme sin enternecerse”. Y continuó la función hasta el final en que pudo ser curado por un cirujano.

     En cierta ocasión los incrédulos en las pruebas de Blacamán propalaron la noticia de que éste narcotizaba sus leones antes de trabajar con ellos y que, por lo mismo, no corría riesgo alguno. El domador se sintió herido en su orgullo profesional y retó a sus opositores para que 3 veterinarios escogidos por ellos examinaran sus fieras para ver si estaban narcotizados. Los médicos de las bestias realizaron un trabajo concienzudo y escogieron un león “muy vivaracho” para la demostración de Blacamán, quien, de la manera más fácil, lo hipnotizó en presencia de todos.

     Otra vez en París invitó a numerosos médicos para demostrarles que él, por medio de su voluntad, obtenía la paralización de su pulso sin que se produjera la muerte. Los científicos muy intrigados acudieron a la prueba. Blacamán se puso en trance y mostró primero su brazo izquierdo que fue examinado minuciosamente por los científicos sin hallar en él pulsaciones, lo mismo ocurrió con el derecho. Blacamán sostuvo que ese estado de pérdida total del pulso lo obtenía por medio de contracciones mediante un poderoso esfuerzo de voluntad.

 

El drama de un hombre

     Como ya dijimos, el drama de Blacamán, el triunfador, el ídolo de las multitudes, comenzó con el advenimiento de la guerra europea que lo afectó económicamente porque le imposibilitó mover libremente su circo por el mundo como consecuencia de su nacionalidad italiana, a pesar de que él nunca tuvo concomitancia con el “Duce”.

     El hombre que hacía muchos años creía tener resueltos todos sus problemas financieros, el domador que cuando sus amigos le criticaban cariñosamente el descontrol de sus gastos dignos de un Creso, les pregunta: “¿Han visto ustedes alguna vez a una vaca guardar pasto para el día siguiente?”, y se encontró de pronto en plena bancarrota. Las entradas del circo no alcanzaban para los gastos.

     Aquello fue terrible para el hombre espléndido que había en Blacamán, cuya generosidad nunca reconoció límites ni en los momentos de mayor agobio pecuniario. No tenía con qué dar de comer a sus animales, que él quería entrañablemente, como algo ligado definitivamente a su vida, Comenzó a desmantelar el circo, primero vendió las sillas, luego la capa, después sus brillantes y por último las joyas de su esposa. Pero ni esos sacrificios lograron conjurar su desventura. Por el contrario, cada día la situación era más apabullante. Con el alma transida, resolvió desprenderse de dos sus más hermosos leones, con la ingenua esperanza de salvarles la vida a los demás. Fue la única vez en que las gentes vieron llorar a Blacamán, cuando tuvo que vender sus leones que todavía se hallan en “Las Delicias”, en Maracay. Luego sus acreedores, implacables, le embargaron el resto de las fieras que murieron de pesadumbre y fueron sepultadas en el sitio en donde ahora se levanta el Mercado Libre de Petare.

El Blacamán Circus fue uno de los más grandes y conocidos del mundo. Llegó a contar con 40 leones y 100 cocodrilos y fue la primera carpa verdaderamente gigantesca que conocieron muchas gentes.

El Blacamán Circus fue uno de los más grandes y conocidos del mundo. Llegó a contar con 40 leones y 100 cocodrilos y fue la primera carpa verdaderamente gigantesca que conocieron muchas gentes.

La hemiplejia

     Pero no pararon ahí las desgracias de Blacamán. En 1943 vino la hemiplejia y su brazo derecho, lo mismo que una de sus piernas, sufrió el impacto.

 

Hogar dulce hogar

     Blacamán se sobrepuso, sin embargo, a tantos infortunios y logró recuperar parte de su salud. A su lado estaba su esposa, su amiga, su compañera, Teresa Weis de Aversa, el gran amor de su vida, la dama vienesa con la ternura de su cálido corazón, le infundió siempre ánimo para proseguir la lucha bravamente, la mujer que no ensoberbeció con el triunfo ni se abatió con la desventura. Ella, sencilla, buena, diáfana, con el alma a flor de labios, endulzó siempre la existencia del famoso empresario, domador y astro de la pantalla. Ella amaba al hombre, no su gloria. Teresa fue primero secretaria de Blacamán. Se conocieron en Génova en 1932. Ella lo acompañó como su secretaria durante muchos años. 

     Contrajeron matrimonio en Ciudad Bolívar en 1942. Como todos los matrimonios sin hijos, su ternura se concentró en ambos, con un sentido de solidaridad conmovedora.

     Ella, el día del entierro de Blacamán, rodeada de sus vecinas y amigas con un dolor hondo, pero decoroso, repasaba su vida y recordaba episodios de los 24 años que estuvo a su lado. Desde el momento mismo en que se produjo el deceso, la señora Teresa se sentó en el corredor de su casa y no quiso moverse de allí.

     No tuvo valor –lo confesó– de ver sacar de su casita a quien había sido la meta de su existencia. Por eso produjo mucha impresión entre los asistentes cuando el representante de la Funeraria “La Coromoto” importunaba a la desventurada viuda con la presentación de la cuenta de sus servicios que exigía que le fuera cubierta antes de salir el cortejo para el cementerio. Hubo que explicarle al insensible representante de la industria del dolor que la señora Teresa para penetrar en su alcoba a sacar el dinero, tenía que atravesar la sala en donde reposaba su esposo y ella no se sentía con fuerzas para verlo muerto, y ofrecerle la cancelación de la factura para inmediatamente que el cuerpo inerte de Blacamán abandonara la que fuera durante 12 años su residencia, para que el hombre cediera en sus empeños.

     –Blacamán –contó su viuda– quería entrañablemente a los animales. Acariciaba y besaba a sus perros y a sus gatos. Les compraba leche, carne molida y biftecs para alimentarlos. Recogía cuantos perros hambrientos hallaba en la calle y los traía a la casa.

     –Fue un incansable trabajador –agregó– y siempre tuvo un carácter alegre, jovial, 24 años duramos sin separarnos una hora y de este momento en adelante nos aísla la eternidad. Vivíamos como encadenados el uno al otro por el cariño. Era un hombre inmensamente humano y no lo digo por hacer una frase, sino por haber conocido las excelencias de su corazón. Jamás se acercó a él un menesteroso sin ser socorrido. Cuando era rico regalaba grandes sumas. Ahora, de pobre, tampoco dejó de hacer caridad. Siempre cargaba bolívares sueltos para regalarlos a los pobres. También quería mucho a los niños.

Blacamán se hizo famoso en el planeta durante muchos años por sus fabulosas hazañas. Su espesa barba y su “leonina” melena contribuyeron a ser, distintivos de su personalidad.

De domador a mecánico

     En los últimos años, Blacamán se retiró totalmente de las actividades circenses. Desde su fracaso causado por la guerra se decepcionó de esas actividades que recordaba con melancolía. Además, su salud no le permitía regresar a esas labores.

     Fundó un taller mecánico especializado en la reparación de motores, anexo a su pequeña residencia. Allí trabajaba hasta las 9 de la noche en que, invariablemente, salía con su esposa para ir al cine. No pedían película hasta el punto de que muchas veces tenían que repetir el espectáculo por no quedarles en las carteleras de los teatros ninguna cinta nueva. Fue a cine el miércoles 13 del presente mes, víspera de su muerte.

 

No me dejaré morir como mi primo

     Desde hace algunos días se encontraba en tratamiento atendido por 3 especialistas en afecciones cardíacas. La muerte de su primo José Tocci, quien falleció hacía poco más de una semana también a consecuencia de un infarto, lo preocupó mucho e inmediatamente fue a ver a los cardiólogos, quienes le ordenaron electrocardiogramas y tratamiento.

     Comentando el deceso de su primo José dijo: “Me voy a cuidar, pues no quiero morir de repente como mi primo”.

Los animales de Blacamán

     Titina, Dolly, Black, Lilly y Rex son los nombres de los perros que acompañaron a Blacamán hasta el último día de su vida. Dolly es la perra loba y Rex el perro-policía que cuidaba su taller. Los gatos se llaman Fritz y Johnny. Todos sus animales tienen cama individual con su colchón.

     Su ayudante en el taller, Cornelio Guerino, se hallaba inconsolable y nos dijo que su jefe era de una bondad asombrosa. Blacamán tenía un hermano, Giovani, de 48 años, quien siempre lo acompañó en todas sus actividades circenses. También es domador.

 

El sacrificio de su barba y melena

     Cuando definitivamente Blacamán resolvió hace 7 años no retornar al Circo, se trasladó a una barbería y le ordenó al “maestro”: “Córteme el cabello y rasúreme la barba”. El barbero no daba crédito a sus oídos y creyendo que se trataba de una broma le expuso: “Señor Blacamán, pero es cierto lo que usted dice o me está mamando el gallo” . . .

     Muy cierto, respondió Blacamán serio. Sobre el piso de la barbería, como un holocausto a los dioses tutelares del Circo, quedaron las montañas de pelo de la melena y la barba de Blacamán. . .Había terminado, ahora sí, su carrera artística.

 

La última visita a sus fieras

     Hace algunos años Blacamán fue a Las delicias en Maracay para ver por última vez sus leones.  Cuentan quienes presenciaron la entrevista que el domador, ya sin melena y sin barba, se acercó a las fieras y comenzó a hablarles en un lenguaje ininteligible para todo el mundo menos para ellas. Los leones se desperezaron, se quedaron mirándolo y lo reconocieron después de seis años de ausencia. Uno le tendió la pata en señal de respetuoso saludo y el otro le lamió la mano. Blacamán se retiró de Las Delicias llorando y dijo a los espectadores: “Yo sabía que mis leones n o me habían olvidado”.

     La historia de este hombre formidable es un ejemplo de la “pequeñez de la grandeza humana” de la que habló Gaspar Núñez de Arce. Pese a su exótico atuendo y a su fama de domador de fieras, Blacamán ocultaba detrás de su físico impresionante, un corazón sencillo y cándido, un alma generosa y nobilísima que palpitaba con la desventura ajena y que, a pesar de sus sufrimientos, no logró ser envenenada por el dolor.

     La tarde del entierro todos los amigos de Blacamán, que se dieron cita para acompañar sus despojos, recordaban el slogan de su propaganda circense: “Tarzán una fantasía. . .  Blacamán una realidad. . .”

     Silenciosamente se apagó la vida de Blacamán, el hombre que por su contextura de bronce parecía hecho para durar siglos y quien en cierta ocasión comentó con su cordial filosofía circense: “Las únicas fieras que yo conozco y a las que temo realmente, son los hombres”.

Lo afirmativo del venezolano

Lo afirmativo del venezolano

Este es el título de una de las obras más importantes del escritor y educador Augusto Mijares (1897-1979). Publicado por primera vez en 1963. Es un libro que recopila un conjunto de ensayos a través de los cuales se examina la historia de Venezuela a partir de las virtudes, considerando dónde se está, qué se ha hecho, y cuáles son las directrices que hay que tomar en los días por venir en la vida de la República. La obra va en búsqueda de las raíces optimistas, positivas, «afirmativas», en el pasado del país. A continuación, uno de los agudos ensayos de Mijares que le dio el título a la extraordinaria obra señalada. 

Por Augusto Mijares*

Augusto Mijares, asumió con empeño la búsqueda de lo afirmativo venezolano como guía para la construcción del porvenir del país.

Augusto Mijares, asumió con empeño la búsqueda de lo afirmativo venezolano como guía para la construcción del porvenir del país.

     “Desde hace muchos años, quizás desde la adolescencia, pensaba en un libro que pudiera llevar por título «Lo afirmativo venezolano»; y en 1940, en un pequeño ensayo sobre «Los sembradores de cenizas», indicaba por qué era necesario aquel libro, como antítesis a los que se empeñan en regar esterilidad sobre el suelo de la patria.

     Los sembradores de cenizas son, en la vida privada, esos padres que maltratan de palabra a sus hijos con juicios despreciativos sobre su carácter: «este chico es muy voluntarioso», «este chico es cobarde»; o bien: «es malvado», «es torpe», «es incorregible». A veces eso se hace simplemente por impaciencia y necedad, a menudo por mal entendido cariño y creyendo corregir a los niños; a veces con verdadera sevicia y por deseo de ostentar superioridad y dominio. Se nos encoge el corazón al presenciar que al niño se le señala así una falsa y humillante personalidad, y que se le condena a luchar contra ese fantasma durante toda la vida. Aquellas afirmaciones irreflexivas son como un espejo deformante que el chico encuentra ante sí en todo momento, durante el período más delicado de su integración psicológica, y esa imagen obsesionante de sí mismo tiene que producirle —hasta que se liberte de ella, si es que algún día lo logra— innumerables conflictos de rencor, vergüenza, frustración, timidez y desesperación.

     Quizá una lucha que durará toda su vida no llegue a separarlo de esa falsa personalidad. Y así como bajo la luz cenital del mediodía nuestra sombra se incorpora a nosotros mismos, quizás para ese niño su madurez de hombre no será la madurez de sí mismo, sino la de esa mala sombra, que le amarraron a los pies desde sus primeros pasos por la vida1. Pero los sembradores de cenizas también existen para alardear ante su propio país, como los padres ante los niños, y sentirse superiores y dominantes con el fácil recurso de deprimir a los otros. En el caso concreto que quiero señalar: a Venezuela, al pueblo venezolano.

      No es difícil observar que cuando uno de estos Narcisos —Narcisos por la autocomplicación egoísta— aparenta lamentar que Venezuela hizo tal o cual cosa contra Bolívar, Miranda o Bello, es porque él mismo quiere señalarse como un Bolívar, un Miranda o un Bello, incomprendido. Y cuando habla de que todos los venezolanos somos ingratos o corrompidos o frívolos, sólo le interesa ponerse a sí mismo como paradigma de las virtudes opuestas.

     Otras causas han concurrido también, desde luego, a crear ese funesto hábito de blasfemar contra la patria o cubrirnos de cenizas y de lamentaciones. La más evidente de esas causas es el contraste que debió afrontar la conciencia nacional cuando nuestros infortunios políticos —guerras, desorientación, personalismo— y la miseria del país produjeron a mediados del siglo pasado la caída vertiginosa de la República en relación con las aspiraciones colectivas de regularidad legal, probidad administrativa, libertad y cultura, que hasta entonces se habían mantenido intactas. Desde el propio siglo XVIII venían aquellos ideales, y el deseo de realizarlos fue el núcleo espiritual que dio nacimiento a la patria; durante la guerra emancipadora se afirmaron como justificación moral de la Revolución y de los sacrificios que esta imponía; en los primeros años de la República de 1830 presidieron la reconstrucción moral y política que Venezuela logró. Y de pronto, todo comenzó a derrumbarse: la anarquía y el despotismo, crueldades, mentiras y prevaricaciones ocuparon el primer plano de nuestra vida pública. Aquel contraste y esta realidad alucinante fueron para nuestros padres sufrimiento de todos los días; no es extraño, pues, que se los tomara como la realidad única y fundamental de la patria.

El Venezolano, ni en los peores momentos de crisis políticas, ha perdido aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar para la patria.

El Venezolano, ni en los peores momentos de crisis políticas, ha perdido aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar para la patria.

     Pero la verdad es que, aun en los peores momentos de nuestras crisis políticas, no se perdieron totalmente aquellos propósitos de honradez, abnegación, decoro ciudadano y sincero anhelo de trabajar para la patria. Aun en las épocas más funestas puede observarse cómo en el fondo del negro cuadro aparecen, bien en forma de rebeldía, bien convertidas en silencioso y empecinado trabajo, aquellas virtudes. Figuras siniestras o grotescas se agitan ante las candilejas y acaparan la atención pública; pero siempre un mártir, un héroe o un pensador iluminan el fondo y dejan para la posteridad su testimonio de bondad, de desinterés y de justicia.

     Este libro que hoy presento intenta recoger esta presencia, esta tradición, que es la otra realidad de la patria. Desde luego, apenas es un anticipo de lo que podría ser la verdadera obra sobre lo afirmativo venezolano. Pero, aun así —apenas como esbozo y guía— puede iniciar una revisión histórica fecunda. Mucho se ha insistido en sistematizar lo que de ingrato y deprimente tienen nuestros anales; me he propuesto luchar con igual insistencia contra la imagen caricaturesca que así se ha hecho del carácter nacional.

     El empeño de humillarnos y ofendernos —decía en mi ensayo ya citado— se ha convertido en un alarde de buen tono; es un signo de distinción y permite levantar cátedra magistral; aceptamos ingenuamente que el venezolano que reniega de los venezolanos está por encima de todos, como un paradigma de capacidad y honradez. Más grave aún: compatriotas sinceros, capaces e indudablemente bien intencionados, se han dejado contagiar por el hábito funesto. Y no admiten siquiera que, así como ellos mismos son un mentís a esa concepción pesimista del carácter nacional, falta quizás por descubrir centenares y millares de iguales venezolanos que —aun cuando desconfiásemos de todos los otros— podrían servir como un núcleo renovador de influencia incalculable.

     Si, por su propósito de reanimar la moral colectiva, este libro provocara sonrisas escépticas o desdeñosas, eso no sería sino una prueba más de cuán necesario es, para salvar a los venezolanos que aún conservan alguna tonicidad espiritual de ese entreguismo que los otros consideran tan cómodo. Sólo los pedantes y los que ya no esperan remedio para su esterilidad íntima confunden la moral con la gazmoñería y el sentimentalismo. Todo problema humano es en el fondo un problema de conducta; por consiguiente, un problema moral. Moral individual o moral colectiva. Cómo deseamos vivir, cuál es la forma de vida que consideramos superior, cómo nos proponemos vivir, son las interrogantes que mantienen en actividad el forcejeo recóndito que es lo mejor del ser humano. Por eso los conflictos morales forman el núcleo de las más apasionantes tragedias, reales o ficticias, que conmueven al hombre; los héroes y los mártires, los santos y los libertadores, por una parte, y del otro lado los pícaros y los tontos, los cobardes y los embusteros —todo lo que es elevado y admirable y lo que es despreciable u odioso—, adquieren fisonomía a la luz de un juicio moral.

En el Almacén Americano se podía conseguir desde un automóvil Ford hasta máquinas registradoras, pianolas, cajas fuertes, bicicletas, máquinas de escribir, cajas de hielo, bocinas y cornetas, acumuladores y bujías para autos, entre muchas otras cosas más.

     La humanidad ha dado siempre el título de heroísmo no al combatir vulgar, sino a una íntima condición ética, que es lo que pone al hombre por encima de sus semejantes: héroe es el que resiste cuando los otros ceden; el que cree cuando los otros dudan; el que se rebela contra la rutina y el conformismo; el que se conserva puro cuando los otros se prostituyen. Un libro de moral cívica puede ser también una epopeya.

     Y ese aspecto de la patria, que deseo se ilumine, puede darnos también bellezas insospechadas: hombres que quisieron ser simplemente honestos fueron por eso mismo grandes y valerosos; a veces el que sólo pensó en defender su decoro adquiere por su sacrificio señorío de héroe; un trabajador intelectual, que aisladamente parece una desdibujada figura, tiene sin embargo, dentro de aquella valorización moral, la categoría de un paladín; el anciano que, después de haber sido zarandeado por desengaños y perfidias, se aferra a sus convicciones es un Áyax desafiante sobre el peñasco marino que siente abrirse bajo sus pies. La bondad también puede usar penacho y la honradez es muy a menudo un reto contra la mediocridad.

     En Venezuela los aprovechadores suelen llamar «líricos», por escarnio, a los hombres sinceros, entusiastas y desinteresados. Contestamos: es verdad, son líricos y grandes; si ponemos sus vidas en un libro, por una parte, será una obra de moral, en otro aspecto será un canto a la grandeza y a la poesía de ese vivir.

     En ese sentido Lo afirmativo venezolano podría ser otro canto al heroísmo venezolano. Si todavía los subtítulos estuvieran de moda, le correspondería llevar este: «Del heroísmo que no figura en Venezuela Heroica».

     Y puede ser también un ideario venezolano. Porque otro aspecto de nuestra tradición pesimista es afirmar que siempre hemos ido a la deriva, sin propósitos fijos, a merced del capricho de los poderosos y de la improvisación de sus favoritos. En parte es verdad, pero no es toda la verdad de nuestra historia. Como fruto del patriotismo, de la perseverancia y del desinterés de muchos trabajadores, a veces anónimos, podemos reconstruir una tradición intelectual que debe adquirir para la juventud tanta realidad como la que nos hemos empeñado en darles a las vergüenzas, latrocinios y perjurios de nuestra vida política. Desdeñados, perseguidos o escarnecidos, siempre han existido esos venezolanos que, de generación en generación, a través de la muerte, se han pasado la señal de lo que estaba por hacerse y han mantenido la continuidad de la conciencia nacional.

     Se atribuye a Guzmán Blanco haberse valido con jactancia de lo que él llamaba «el cementerio de los vivos», o sea, la reclusión en el silencio y en la inactividad de todos los que no aceptaron el unipersonalismo del caudillo. Ese cementerio cubre toda la historia de Venezuela, pero de él podemos rescatar, todavía viviente, lo mejor de nuestra realidad moral. Y explorar, valorizar y defender esa dimensión espiritual de Venezuela es tan importante como cuidar de su integridad material. O más”.

* Educador, historiador y escritor, nacido en Villa de Cura, estado Aragua, en 1897, y fallecido en Caracas, en 1979. Graduado de profesor en el Instituto Pedagógico de Caracas, en 1938, fue ministro de Educación en 1949. Autor de numerosos trabajos sobre la historia de Venezuela. Se le considera como uno de los mejores ensayistas venezolanos del siglo XX. Su libro El Libertador (1964) es considerado una de las mejores biografías sobre Simón Bolívar. Publicó también importantes estudios sobre Simón Rodríguez, Fermín Toro, Rafael María Baralt y José Rafael Revenga. Fue Individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, de la Academia Nacional de Ciencias Políticas y de la Academia Venezolana de la Lengua.

Fiestas, mujeres y café en la Caracas de 1800

Fiestas, mujeres y café en la Caracas de 1800

William Duane, periodista norteamericano, ferviente partidario de la libertad de América del Sur, que ayudó a los patriotas de Hispanoamérica.

William Duane, periodista norteamericano, ferviente partidario de la libertad de América del Sur, que ayudó a los patriotas de Hispanoamérica.

     El coronel William Duane (1760-1835), proveniente de los Estados Unidos de Norteamérica, redactó un libro titulado, en español, Viaje a la Gran Colombia en los años 1822-1823, de proporciones poco usuales dentro de la literatura de viajeros y que visitaron Venezuela durante la centuria del 1800. Libro dentro del cual hizo referencia a una serie de aspectos y situaciones de un país que recién había roto las cadenas del coloniaje ibérico. También visitó Bogotá para constatar con su propia mirada lo que se desarrollaba en la República de Colombia, creada el 17 de diciembre de 1919.

     William Duane fue un periodista, editor y militar estadounidense de gran influencia durante el período de la República temprana de los Estados Unidos. Duane fue editor del periódico Aurora, donde luchó con éxito contra las infames Leyes de Extranjería y Sedición que estuvieron vigentes entre 1798 y 1801. Thomas Jefferson citó a Duane como un factor importante en su ascenso a la presidencia en 1801.

     Como militar, Duane sirvió como coronel en el Ejército de los Estados Unidos y como oficial de la Milicia de Pensilvania. También se desempeñó como Adjunto General en la defensa de Filadelfia durante la Guerra de 1812. Además, fue autor de varios libros sobre tácticas militares para las fuerzas armadas de los Estados Unidos.

     Es recordado como un gran defensor de Suramérica. El periódico Aurora de Duane defendió la lucha por la independencia de Suramérica y fue la principal fuente de información en los Estados Unidos sobre el conflicto, desde 1811 hasta 1822, entre españoles americanos y españoles europeos. Por tal circunstancia, Duane viajó a Colombia y Venezuela, donde fue recibido como un héroe.

     El mencionado libro resulta ser un escrito con descripciones muy equilibradas, con pocos juicios de valor, quizá por la simpatía que experimentaba con quienes hicieron posible la Independencia y estaban en búsqueda por sentar las bases republicanas. Es un libro particular por el despliegue de explicaciones que ofreció Duane y, en especial, por la gran cantidad de digresiones que desplegó en cada uno de los capítulos de su obra. A pesar de ser un simpatizante con los repúblicos suramericanos, tal como se hacía referencia, en este tiempo, a los espacios territoriales al sur de los Estados Unidos, no dejó de reconocer las dificultades existentes para la consolidación de formas de gobierno republicanas.

     De Duane no se puede decir que fue un escritor lleno de animadversiones y que se dejase llevar por estereotipos. Por el estilo de su narración se puede precisar el intento de un acercamiento a un punto medio, con el cual muestra el intento de expresar sus observaciones de manera mesurada, incluso las religiosas, siendo él un anglicano.

     Por otro lado, trató de ser equilibrado al momento cuando hizo referencia a los amerindios y el trato que ahora recibían en el período republicano. De ellos expresó que no se les trataba como esclavos con el pretexto de ofrecerles protección por medio de las encomiendas, tal como había sucedido en tiempos coloniales. Puso a la vista de sus potenciales lectores que ya no vivían confinados en pueblos de Misión o de Indios. Según sus palabras ya no estaban obligados a vivir sólo con sus “compatriotas”, “tan infortunados como él, para cultivar en común una parcela de terreno, y pagar a sus tiranos un canon anual, sólo porque sus antepasados habían sido sometidos a la esclavitud por invasores extranjeros, y porque tal servidumbre se transmitía de padres a hijos”.

A comienzos de la década de 1820, Duane visitó la residencia que poseía la familia Blandín en el Valle de Chacao, donde había una plantación de café rodeada de flores. “Casona de la Hacienda de Blandín; óleo sobre tela. Miguel Cabré.

A comienzos de la década de 1820, Duane visitó la residencia que poseía la familia Blandín en el Valle de Chacao, donde había una plantación de café rodeada de flores. “Casona de la Hacienda de Blandín; óleo sobre tela. Miguel Cabré.

     Ante esto escribió sentirse complacido porque era una manifestación de “regeneración racional” y, además, de haber experimentado una mayor complacencia y admiración, durante un ágape al que fue convidado, al observar un grupo de damas “… tan hermosas y elegantes, fui informado de que no todas las beldades de Caracas se encontraban presentes…” La persona que le servía de guía le dijo que muchas damas hermosas estaban ausentes porque pertenecían a familias que abrazaron la causa realista. Por tal situación no solían asistir a saraos como al que Duane había sido invitado.

     En la misma celebración contó haber visto a Lino de Clemente, acompañado de sus lindas esposa e hija y “… quienes habían salvado la vida milagrosamente huyendo hacia el destierro, y que ahora figuraban entre las familias más distinguidas del país…” Al observar escenas como esta contó haber experimentado gran regocijo, porque apreció una celebración en libertad, así como un encuentro alejado de la venganza sobre las mujeres tal como sucedió con ellas y las acciones de los realistas en su contra.

     De seguida reprodujo algunas palabras que un “venerable patriota” le había comunicado respecto al alejamiento de algunas familias frente a las celebraciones que los patriotas llevaban a cabo en la ciudad. Su interlocutor le comunicó que era muy cierto que estas damas, cuya filiación con familias realistas, se habían establecido como norma no asistir a estos encuentros organizados por los patriotas. Además, agregó que por “ser mujeres” sus progenitores las habían criado bajo principios diferentes y que no se les podía enjuiciar por esto y menos intentar cambiar esta actitud frente a la vida. También le había expresado que eran personas inocentes y que muchas de ellas merecían respeto y admiración.

     En este sentido, vale la pena traer a colación una reflexión que hizo el “venerable patriota”, quien se había interrogado que perjuicio había de provocar esta actitud de las mujeres a los hombres que habían abrazado la causa independentista. “… Mujeres no nos faltan que sean dignas esposas de nuestros hijos; y si no quieren casarse con republicanos, no les será fácil encontrar marido en esta tierra. No es posible que se mantengan solteras durante los próximos cincuenta años, y si al fin llegan a casarse, tendrán que hacerlo con hombres patriotas, y entonces sus hijos – a quienes tanto habrán de amar – serán ciudadanos de Colombia y no de España…”

     Escribió que se había marchado de esta celebración a una hora bastante avanzada de la noche. De esta fiesta expuso que no recordaba haber asistido a un encuentro similar donde haya habido tanta profusión de obsequios. Menos haber estado en un encuentro donde la “… espontánea felicidad y regocijo como el que allí prevalecía” y del cual él formó parte.

     Por lo general, los viajeros que estuvieron en Venezuela destacaron, entre otros atributos de los caraqueños y venezolanos, el trato amable y cordial que éstos dispensaban a las personas que visitaban y pernoctaban en la ciudad. Destacó el caso de un estadounidense que residía en la capital de la república de nombre Franklin Litchfield y quien, además, había contraído nupcias con una dama de la ciudad. Destacó, asimismo, que la hospitalidad de esta pareja para con quienes provenían de los Estados Unidos de Norteamérica era excepcional.

     Más adelante hizo referencia a una excursión, organizada por damas y caballeros de Caracas, para realizar una visita a la residencia que poseía la familia Blandín en el Valle de Chacao, ubicada al este de la ciudad y muy cerca de la falda sur de La Silla. En su descripción destacó que la casa estaba situada a más de mil seiscientos metros del camino que llevaba a la localidad de Petare. Vía que se extendía a lo largo del cauce por el cual corría un río que servía para regar la plantación de café que allí existía. Sus linderos estaban demarcados por árboles cargados de limas de gran vistosidad, “… a pesar de que las plantas no se veían muy bien cuidadas… El lugar dentro del cual se cultivaba el café estaba rodeado de flores.… La senda que nos condujo hasta ella pasaba por entre avenidas de cafetos, hermosos, lujuriantes y cargados de fruto…”

En los ágapes caraqueños de comienzos del siglo XIX, a los que asistió Duane, solo estaban las damas que abrazaron las causas republicanas. No así, las que pertenecían a familias partidarias de la monarquía española.

En los ágapes caraqueños de comienzos del siglo XIX, a los que asistió Duane, solo estaban las damas que abrazaron las causas republicanas. No así, las que pertenecían a familias partidarias de la monarquía española.

     En sus instalaciones pudo observar a mujeres jóvenes que eran las encargadas de recoger las bayas de color pardo que crecían en largos racimos, los cuales eran depositados en cestas que llevaban colgando en el brazo izquierdo. Ingresaron, él y sus acompañantes, por el lado este de la casa y en la que se topó con un hermoso arroyuelo del cual se desprendían sonidos placenteros para el oído. Había otros pequeños arroyos, uno de ellos que derivaba en una gran pila de forma circular elaborada con mampostería, “… construida a un nivel inferior en dos o tres pies a la superficie del suelo”.

     Contó que el señor Blandín les había recibido de manera muy cordial. Luego pasaron a un gran salón donde les ofrecieron y degustaron bebidas de frutas. Aprovechó la oportunidad para explorar un poco el lugar al cual calificó como un espacio espléndido y cuyas instalaciones eran perfectas. No perdió la oportunidad para la comparación con lugares por él conocidos en la India. Sin embargo, agregó que el dueño de la hacienda, para evitar los daños ocasionados por el terremoto de 1812, en casas elaboradas con paredes de tapia, prefirió edificar la residencia con bambú. Contaba con un techo que cubría toda la casa y que “… tenía varias habitaciones de muy buen aspecto dentro del verandah, como lo llamarían en el Indostán”.

     Al frente de la vivienda pudo apreciar la existencia de los molinos, pilones y lugares destinados para la limpieza del grano, los almacenes ocupaban un terreno extenso, de acuerdo con sus propias palabras. Puso a la vista de sus potenciales lectores que había un arroyo, cuya fuente provenía de La Silla y el cual funcionaba por medio de “… ingeniosos artificios para que impulsara una enorme rueda de molino, la cual realizaba las funciones que desempeña la mano de obra en otras plantaciones, como las diversas operaciones relacionadas con la limpieza y descerezo del grano…” También logró ver una herrería, una carpintería y otros talleres cuyo funcionamiento era en tiempos y períodos estacionales. Aunque muy necesarios cuando escaseaba la mano de obra calificada debido a las dimensiones y magnitud de este asentamiento cafetero y residencial.

     Expuso que el número de árboles ascendía a una cantidad aproximada de diez mil y cuyo producto promedio individual estaba estimado en un peso al año. Más adelante contó que al estar el suelo escardado, se dedicó a analizarlo de manera cuidadosa y detenida. Del mismo expresó que el humus era de composición y textura liviana, muy similar a la ceniza, mezclado con esquisto o pizarra pulverizada, en la que se advertían chispas de un brillo borroso, muy similares al cuarzo, pero no tan grandes ni relucientes. Llegó a la conclusión de que se trataba de un humus delgado y de poca consistencia.

     Refutó a quienes expresaron que el cafeto no se prestaba para ser cultivado cerca de los mares o costas, Depons uno de ellos. Sin embargo, expuso que en Maiquetía presenció el cultivo de cafetos que florecían con la misma belleza y profusión que en la hacienda del señor Blandín.
Aprovechó esta ocasión para expresar que el padre de éste había sido “… el primero en introducir el cultivo del café en 1784, había sido propietario de una plantación en las colonias francesas…”

Boletín – Volumen 137

Boletín – Volumen 137

BOLETINES

Boletín – Volumen 137

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     La edición del Boletín 137 inicia con “Situación mercantil” en el que se puede leer “Durante el mes de marzo se sostuvo un movimiento de ventas apreciable a pesar de las dificultades para la colocación de los frutos de exportación. La situación de Europa es una causa poderosa que resta mercados a la exportación y mantiene la limitación del consumo” (Pp. 2796-2799).

     De inmediato, “Del Informe del Banco Central de Venezuela” que consiste en un estudio presentado en la Asamblea General Ordinaria del día 12 de marzo de 1925 (Pp. 2799-2801).

     Entre las carillas 2801 y la 2802 unas pequeñas crónicas informativas: “Las enfermedades del algodón”, “Dos obras del Dr. Núñez Tovar”, “Tacna y Arica”, “Chocano”, “La feria de París de 1925” y “Convención Mundial de Anunciadores de Houston”.

     En “Perspectiva comercial de 1925” donde se señaló que la situación económica tendía a mejorar de acuerdo con el crecimiento de las economías de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania (Pp. 2803-2804).

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     Un artículo firmado por Ernesto Boggiano aborda “La evolución de la hacienda pública del Perú” (Pp. 2804-2814). Se incluyó una reseña de un libro cuyo título es “El crimen de Berruecos” relacionado con la muerte de José Antonio Sucre y preparada por el venezolano César Zumeta (Pp. 2814-2817).

     Más adelante se puede leer “La gran carretera Trasandina” redactado por el ingeniero Alfredo Jahn en el que se indica los adelantos en Venezuela para una vía de automotores y que facilitara la comunicación entre países hermanos (Pp. 2817-2818).

     En “Las bases esenciales del Panamericanismo” en que se puede leer la necesidad de la unión hispanoamericana y el alejamiento del panamericanismo, en boga para este tiempo (Pp. 2817-2820).

     A continuación “Los bucaneros de la Indias Occidentales en el siglo XVII” de C. H. Haring (Pp. 2820-2824). Cierran la edición “Sección de correspondencia”, así como los cuadros: “Exportación de Puerto Cabello en enero de 1925”, “Cacao y café exportados por La Guaira en febrero de 1925”, “Comercio de café en Maracaibo en febrero de 1925”, “Valores de las bolsas de Caracas y Maracaibo en marzo de 1925”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en febrero de 1925” y “Tipos de cambio en Caracas en marzo de 1925”.

Más boletines

Boletín – Volumen 101

Número correspondiente al primer día de abril de 1922 que proporciona información relacionada con “Situación mercantil”.

Boletín – Volumen 132

“La primera quincena de octubre presentó alguna animación que fue decayendo al fin del mes, sobre todo en lo que se refiere a la circulación de numerario.

Boletín – Volumen 155

Inicia con la página 3431 y “Nuevos miembros de la Cámara”.

Astronautas famosos de visita en Caracas

Astronautas famosos de visita en Caracas

Casi tres años antes de dar la primera caminata sobre la superficie lunar en 1969, Neil Arsmtrong y Richard Gordon estuvieron en la residencia presidencial venezolana.

Casi tres años antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó suelo venezolano.

Casi tres años antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, el astronauta estadounidense Neil Armstrong pisó suelo venezolano.

     Dos años, nueve meses y trece días antes de convertirse en el primer ser humano que caminó sobre la luna, Neil Armstrong pisó suelo venezolano como parte del inicio de una gira de buena voluntad que integrantes del Programa Espacial de Estados Unidos realizaron por países de América Latina a finales del año 1966, por iniciativa del entonces presidente de esa nación, Lindo B. Johnson.

     Armstrong, quien ganó fama universal en julio de 1969 al descender del Apolo 11 y caminar sobre la luna, estuvo en Caracas del 7 al 9 de octubre de 1966, acompañado de su colega cosmonauta Richard Gordon, luego de dirigir en marzo de ese mismo año, como comandante de la nave Géminis 8, una complicada misión de maniobra de acoplamiento en el espacio. En la edición del sábado 8 de octubre de 1966 del diario Últimas Noticias, ambos astronautas expresaron satisfacción por su visita a Venezuela, para compartir sus experiencias sobre los viajes y rendir homenaje al pueblo latinoamericano por su colaboración con la gran aventura de la exploración espacial.

     Armstrong y Gordon vinieron acompañados de sus esposas y por dos altos funcionarios de la Agencia de Administración Nacional de Aeronáutica y Espacio (NASA, por sus siglas en inglés): George Michael Low, director adjunto del Centro de Vuelos Espaciales, responsable de la administración global y desarrollo de los programas Géminis y Apolo, y el doctor George G. Armstrong Jr., experto en estudios de medicina espacial y jefe de Fisiología del Centro de Vuelos Espaciales Tripulados.

     El sábado 8 de octubre, en visita a la residencia presidencial de La Casona, los ilustres visitantes fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

     “Venezuela se siente complacida por la distinción de esta visita que nos hacen dos héroes de la conquista espacial quienes han demostrado que el valor y la disciplina son elementos indispensables para el éxito de toda gran empresa y espera que un destello del Genio del Libertador, Padre de la Patria, os acompañe cuando obtengáis el éxito de llegar a la luna”, expresó en emotivas palabras el entonces mandatario nacional.

     Armstrong tomó luego la palabra para expresar: “Es para mí un alto honor el aceptar esta honrosa condecoración en nombre de todos los astronautas del Programa Espacial. No estaba en nuestro programa y estimo particularmente significativo el hecho de que esta condecoración lleve el nombre de Simón Bolívar, quien en vuestro país como en Estados Unidos, es símbolo de libertad”.

En la residencia presidencial de La Casona, los astronautas Armstrong y Richard Gordon fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

En la residencia presidencial de La Casona, los astronautas Armstrong y Richard Gordon fueron condecorados por el presidente de la República, Dr. Raúl Leoni, con la Orden del Libertador en grado de Comendador.

Gordon estuvo 13 días en órbita, sin llegar a pisar la luna, junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

Gordon estuvo 13 días en órbita, sin llegar a pisar la luna, junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

     Tanto Armstrong como Gordon expresaron a la revista Élite que quedaron encantados por la oportunidad de conocer este otro aspecto del planeta tierra, en este caso la región de Venezuela, tan diferente a la que divisaron desde sus naves espaciales.

     En su visita a la residencia presidencial de La Casona compartieron con varios jóvenes estudiantes venezolanos, compañeros de los hijos del presidente Leoni, a quienes obsequiaron sensacionales fotografías tomadas desde la mayor distancia jamás lograda hasta ahora. Indicaron que las gráficas fueron captadas por Charles Conrad y Richard Gordon, durante la misión “Géminis 11”, que ha alcanzado una serie de récords, pero que también ha llegado a la desconcertante demostración de que “algo todavía no marcha” en la presencia de criaturas humanas en el espacio, fuera de sus naves y en la total ausencia de peso. Cuando la cápsula, que disfrutaba del poderoso motor del cohete “Agena” al que estaba ligado, realizó un ascenso, adentrándose en las misteriosas regiones radioactivas que circundan nuestro planeta, el comandante Conrad pronunció por radio estas sencilla y humanas palabras: “Estamos en el techo del mundo. Bajo nosotros se encuentra Australia completa”. Luego, un dato técnico: “La visibilidad se extiende por 150 grados”. Y finalmente: “Dios mío. . . qué bella es la Tierra”. La altura era de 1372 kilómetros, y las cámaras tomaban todas estas vistas.

     Armstrong formó parte de la tripulación de la nave Apolo 11, que junto a Edwin Aldrin y Michael Collins, se posó en la superficie lunar, a las 10:56 PM (hora del este de Estados Unidos) el 20 de julio de 1969 y regresó a la Tierra al día siguiente, tras misión que duró 21 horas y 36 minutos.

     Gordon estuvo 13 días en órbita lunar junto con Charles Conrad y Alan Bean, en la misión Apolo 12 del 24 de noviembre de 1969.

     Armstrong falleció a los 82 años, en Cincinnati, Ohio, el 25 de agosto de 2012. Mientras que Gordon murió a la edad de 88 años, en San Marcos, California, el 6 de noviembre de 2017.

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