Caracas en automóvil
Paseo en automóvil por la Caracas de principios de siglo XX, a través de una deliciosa crónica escrita por el periodista Carlos Benito Figueredo (Serapio Padilla) y publicada en el diario caraqueño El Porvenir, el 29 de noviembre de 1905.
Paseo en automóvil por la Caracas de 1905
“Soy aficionadísimo a todo lo que vuela, menos a los aparatos encallados para este objeto, los cuales han proporcionado más de una fractura, como ustedes saben mis lectores.
Me encanta todo lo rápido por lo cual bendigo a diario el invento de la locomotora, que nos ha proporcionado el ferrocarril, y con él la ventaja de transportarnos rapidísimamente a cualquier parte, menos a El Valle de Caracas, aunque me dé pena decirlo.
Conociendo mi buen amigo Antonio, el delirio que experimento por todo lo veloz, como es veloz el pensamiento de su tocayo Francisco Antonio Delpino y Lamas, invitóme para un paseo en automóvil, vehículo que, según la evolución de Razetti, desciende del pato, por el estentóreo cuá, cuá, cuá con que anuncia su presencia.
Inmediatamente después de esta invitación me traslade a Caracas, y he me aquí ya sentado sobre un blando y cómodo cojín; a mi noble y buen amigo Antonio, volante en mano, dispuesto al movimiento y …. sale el bicho, como diría el Bachiller Munguía haciendo una revista taurina.
Oiga compinche- le dije a mi amigo Antonio, ¿no hay peligro que se desboque este coroto?
Que va don Serapio, que va; el automóvil cede más que un diputado bien pago y se detiene al tocar yo este manubrio.
Pero compinche, haga por ir más despacio porque acabo de desayunarme y no voy hacer la digestión.
Ni se preocupe usted, don Serapio; en cuanto lleguemos alguna farmacia se toma usted una copita de Elixir de Vargas y con esto digerirá hasta un adoquín que se haya comido.
Compinche, pero que transformado encuentro el Puente de Hierro; le aseguro que no venía aquí desde aquel tiempo inmemorial en que era costumbre entre nosotros traer a las damas a comer el sabroso pan de horno caliente que nos ofreciera Nicanor.
Ya lo creo, don Serapio; esto es una maravilla que alegrará su espíritu; ahora emprendemos la vía que nos conduce al Paraíso, en el cual abundaban antes las serpientes y hoy, en cambio, las flores lozanas que perfuman el ambiente.
! Olé por su mare compinche ¡¿usted cómo que es poeta?
Yo poeta. Tan sólo he escrito en mi vida dos cuartetos que dediqué a Consuelo mi esposa, el día de su santo, y los cuales me han proporcionado tantos sinsabores que no quisiera ni acordarme de ellos. Pues mire, compinche, yo amo la literatura con ardor, y no me tache de majadero si le suplico que me recite esa composición mientras atravesamos la larga vía que nos conduce al Paraíso.
Emocionante paso por el Puente de Hierro
Yo no puedo negarle nada hoy, don Serapio; lo he hecho mover de su tierruca, dejando tras de sí las delicias que pudiera haberle proporcionado su querido hogar. La composición a que me refiero dice así:
Hoy que es día de tu santo
y que cuentas primaveras,
quisiera amarte de veras
con cariño y amor santo.
De tu cariño hechicero
guardo un recuerdo precioso:
un mechón lindo y frondoso
de tu adorado cabello.
No siga, compinche, pare, pare, que se me ha volado el cabello, …. digo el sombrero.
Comprendido, compinche; creí que me decía que parara la recitación porque no le agradaban los versos.
No lo crea, don Antonio; al mismo tiempo que usted decía: un mechón lindo y frondoso, lo cual compinche, no me cuela, lo mismo que aquello de que cuantas primaveras que tampoco me entra, vino un mechón de viento y me llevó el sombrero con que cubro mi adorado cabello: pero no fue nada el Stetson quedó en el mismo locomóvil.
Perdone, don Serapio, no es locomóvil sino automóvil.
Tiene razón, don Antonio, no olvidare el nombre en lo adelante.
Y escuche usted, don Serapio, ¿cree usted que esos cuartetos merezcan la crítica que les hizo un periódico de esta capital?
Le voy a ser franco, camará, no la merecen por ser dos nada más; pero el periodista gustó de esa composición y diría para sí: “la idea es bonita y nueva; puede que cambiando el autor eso del mechón frondoso y aquello de que cuentas primaveras merezca entonces un aplauso.”
Las concurridas calles de El Paraíso
Yo voy a darle un consejo compañero; cuando usted quiera que un periódico aplauda calurosamente alguna concepción suya, aun cuando haya sido concebida con mancha y con pecado, llévele junto con el original un avisito de cuatro o cinco pesos y espere al día siguiente grandes y prolongados aplausos.
Y si uno no tiene nada que avisar, don Serapio.
Siempre hay, don Antonio, siempre hay. Y si no encuentra usted a la mano cualquier cosa que avisar, confecciona un embuste cualquiera, por ejemplo: que se le ha perdido la suegra, ofrece una gratificación a quien dé informes sobre su paradero.
Mire, don Serapio, si el informe que le dieran sobre mi suegra fuese: “que se desbarrancó por el puente del Guanábano,” por ejemplo, crea usted que sería capaz de darle al informante hasta 5.000 pesos. Esto, por supuesto, acá entre nosotros. Pero crea usted, amigo Serapio, que acepto el consejo y no lo echaré en saco roto.
Pero, camará ya estamos en El Paraíso.
Me parece bien apearnos del coroto este para poder apreciar mejor las maravillas del sitio y gozar un rato aspirando, como bien dijo usted, “el perfume de las flores lozanas que embalsaman el ambiente.”
No me parece mal. Daremos un paseito por estos contornos admirando la primorosa decoración de estas famosas quintas y luego iremos a San Bernardino, donde vera usted rostros seductores y cuerpecitos que han hecho volver locos a más de cuatro.
Convenido, compinche.
Mire usted, camarón, éste es un delicioso lugar convertido hoy en un verdadero paraíso, destinado por los ricos para pasar en él temporadas de recreo. El arte y la naturaleza se han asociado para presentar al visitante la maravilla de sus magnificencias.
¡Ah! compinche, y si usted viera alguno de los rostros habitadores de este paraíso. Los hay más preciosos que las rosas sembradas en sus jardines y de tallos más seductores que las palmeras que engalanan este bosque.
Pues mire, camarón, si hay tanto bueno por aquí, sáqueme in continenti de este sitio antes que esas flores abran su cáliz al despuntar el sol.
Bueno, iremos a San Bernardino, pero le advierto que si usted, por ser casado, huye del contacto de las muchachas bonitas, encontrará en aquel lugar un centenar de bellezas, capaces de sacar de quicios a más de un mortal.
No, camará, condúzcame a Caracas y dejemos el paseo a San Bernardino para el próximo domingo, pues me suscribo desde ahora para un paseo dominical, mientras no se descomponga el automedonte”.
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