El carácter del pueblo caraqueño

El carácter del pueblo caraqueño

     El primer embajador de Brasil en Venezuela, Miguel María Lisboa (1809-1881), mejor conocido como el Consejero Lisboa, se le encomendó la misión diplomática de viajar y estudiar a profundidad las características de las repúblicas fronterizas con Brasil (1843-1853). A partir de ese recorrido, Lisboa escribe un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde, entre muchas otras informaciones, relata su vivencia en Caracas y las costumbres de sus habitantes

Retrato de Miguel María Lisboa, el Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela y autor de un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde relata su vivencia en Caracas (1843-1853)
Retrato de Miguel María Lisboa, el Consejero Lisboa, primer embajador de Brasil en Venezuela y autor de un libro titulado Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, donde relata su vivencia en Caracas (1843-1853)

     El concepto de carácter nacional fue de amplio uso, entre letrados del 1800 y una porción del 1900, para hacer referencia a hábitos, costumbres, disposiciones o formas de ser en los distintos espacios territoriales denominados pueblos, países o naciones. El concepto de carácter nacional sirvió de sustento para mostrar lo asumido como cualidades, atributos y especificidades de los pueblos. Éstas se asociaron con una raíz de origen cultural y a partir de la cual mostrar una manera de ser. Resultó un concepto que se fue desplazando con el uso de identidad de los pueblos el cual se desplegó durante el 1900. Sin embargo, ambos conceptos conservan rasgos comunes porque las situaciones que señalan se han asumido como expresión inmutable y sustantiva de las comunidades humanas.

     Las líneas que siguen las he ordenado según lo que el Consejero Lisboa, de quien, en este mismo espacio, he hecho referencia respecto de otros asuntos tratados en su texto Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, redactado en 1853 y editado en 1865. En esta ocasión vale la pena una aproximación a las consideraciones vertidas por este brasileño acerca del carácter de los habitantes de Caracas y las costumbres sociales que estampó en el escrito mencionado con anterioridad.

     De los pobladores de Caracas expresó que ellos se mostraban ufanos y orgullosos de su pasado reciente como repúblicas independientes. Lisboa les dio la razón al mencionar a Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre como artífices de la victoria de Venezuela y otros espacios territoriales de la América meridional frente a la monarquía española. Por otro lado, dejó escrito la dificultad existente para determinar la cantidad de pobladores de esta comarca. Dificultad que adjudicó a la resistencia de algunos grupos de la sociedad para colaborar con censos porque los asociaban con incremento de impuestos. 

     Sin embargo, señaló que convivían en ella cerca de cincuenta mil almas. De acuerdo con sus observaciones la población estaba constituida, al igual que en Brasil, por blancos, descendientes de africanos puros y de mestizos de sangre europea, africana e indígena. Puso a la vista del lector que los primeros eran minoría, siendo la de africanos puros menores aún, “de modo que predomina, como es fácil comprobar con sólo pasear por las calles y plazas de la ciudad, la raza mestiza”. Para dar fuerza a esta información recurrió a la Memoria del ministerio de interiores, fechada en 1845, a partir de la cual se detuvo para presentar unas breves consideraciones acerca de los esclavos y de la esclavitud. De éstos expresó que su número era mayor en el campo que en las ciudades. Recordó que por ley de 1821 se estableció la manumisión y que también un esclavo antes de cumplir 31 años podía comprar su libertad.  

     Antes de iniciar la redacción de “algo sobre la índole de los habitantes de esta capital” añadió que lo haría con recelo, “porque, así como la misión más interesante y útil del viajero es observar las variedades del corazón humano, así es esta tarea la más difícil de todas y la más delicada”.

     Bajo este marcó anotó que las sociedades americanas se diferenciaban de las sociedades progenitoras porque en aquéllas aparecieron circunstancias diferentes que les daban otro matiz. En primer lugar, señaló que la esclavitud había dividido las sociedades americanas desde los primeros años de la conquista. Para él los hábitos de dominación, por un lado, y de dependencia, por otro, dividieron e influyeron sobre el carácter de estos dos grupos en las sociedades, “los vicios y virtudes a tan distintas condiciones, aún hoy se pueden descubrir, modificados por cruzamientos entre ellos y por la confusión de jerarquías que la guerra de la Independencia produjo”.

En la década de 1840, los caraqueños se ufanaban y se sentían orgullosos de su pasado reciente como república independiente y de los artífices de ese logro, entre ellos, Simón Bolívar. Retrato al óleo, José Gil de Castro. c.1825
En la década de 1840, los caraqueños se ufanaban y se sentían orgullosos de su pasado reciente como república independiente y de los artífices de ese logro, entre ellos, Simón Bolívar. Retrato al óleo, José Gil de Castro. c.1825

     Líneas antes de esta consideración expresó que los dueños de esclavos no podían ser considerados unos desalmados y que abandonaban a su suerte a los manumitidos, lo subrayó por haber constatado casos de amos que se habían visto en la obligación de recoger a antiguos esclavos por las penalidades que sufrían luego de haber logrado superar la condición de esclavizado. A esta acotación agregó que la condición de esclavo para un ser humano lo condenaba a la sumisión y al despotismo, “que no la preparan para la abnegación que la forma de gobierno representativo exige, cuya base fundamental es la voluntaria sumisión del menor número al mayor”. Desde esta perspectiva aseguró que la lucha por la emancipación americana les granjeó a sus protagonistas gloria militar, pero “les sujetó a un nuevo despotismo no menos violento que el antiguo, y que también ha influido en lo que hoy se puede llamar carácter nacional”.

     Un caso contrario a lo que se hizo tradicional en las naciones hispanoamericanas, como lo ha sido el despotismo, sería Chile, “donde la esclavitud y el despotismo militar existieron comparativamente en grado menor”. Para Lisboa en el país austral se habían notado menos los defectos que él atribuyó a los otros países del orbe latinoamericano. En relación con el segmento de la población de Caracas que reconoció como “pueblo bajo” le sirvió para mostrar su tesis respecto a la esclavitud y su impacto en los hábitos de sumisión arraigados a lo largo de la historia. La característica de mayor prominencia que expuso ante sus lectores fue la de unos individuos que llevaban una existencia de ambivalencia entre sumisión y altivez, desconfianza y presunción, de extremo afecto y esquivez, ergo, “cierta falta de fijeza de carácter, que es la consecuencia natural de su origen servil, modificado por la influencia de la revolución y de la subsecuente emancipación que es incapaz de obrar por sí en ningún caso, y constituye una mera máquina que sólo se mueve a impulso de los ambiciosos que la emplean en provecho propio”.

     En cuanto a las denominadas “clases elevadas” reseñó que no era difícil diferenciar rastros del carácter tan pronunciado de sus parientes progenitores españoles, “modificados por las circunstancias de climas y de política moderna”. Expresó que el patriotismo y orgullo de nacionalidad de los caraqueños era muy parecido al de sus progenitores españoles. Aunque, “no lo son menos los hábitos de inacción y de indiferencia política, debidos quizá en gran parte al régimen militar y a la influencia de las oligarquías que esterilizan los esfuerzos de la inteligencia y de la dedicación, y descorazona a los hombres pacíficos y moderados, anulando muchas veces valores de primera clase”. Para él, la consecuencia de esta actitud daba como resultado la escasa participación de los actores sociales en la vida pública, con los que se deja en manos de “unos pocos atrevidos ambiciosos” los destinos de la vida de los noveles estados.

     No tuvo remilgos para catalogar al “pueblo bajo de las ciudades” como dócil y fácil de manipular. “Excitado, engañado o seducido, mete bulla, vocifera y comete excesos; mas, naturalmente, no tiene aquella ferocidad que le atribuyen observadores apasionados”. Para reafirmar esta percepción expuso cómo en ocasiones se había azuzado al pueblo bajo con la entrega de armas a favor de una parcialidad política con lo que concluyó que quienes dirigían las acciones políticas de Venezuela, deberían aprovechar la mansedumbre del pueblo para consolidar la paz y desarrollar los recursos de la república.

En su obra, el Consejero Lisboa pondera de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación
En su obra, el Consejero Lisboa pondera de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación

     De las “clases altas” refirió el haber observado, entre sus integrantes, mucho del arrojo y del decoro heredado de los españoles, con una gran independencia de carácter, pero con “una susceptibilidad extrema, nacida, tal vez, de la conciencia que tienen del atraso de su país y del temor que los extraños les critiquen y se mofen”. Con clara intención de equilibrar sus consideraciones expresó que había logrado precisar en este sector social una fuerte disposición de bonhomía e indulgencia de carácter, tal como sucedía en otros países colonizados por los españoles. Refirió que en situaciones de apuro la solidaridad estaba muy presente, lejos de un ceremonial fingido. Agregó que para la preparación de alguna fiesta la colaboración desinteresada se hacía presente. Contó que, cuando en 1847 estuvo por primera vez en Caracas al momento de marcharse para atender otros asuntos, no encontraba como vender artículos que no podía llevar consigo para el lugar que se iba. La solución la encontraron los amigos que tuvo a bien conquistar en esta primera oportunidad, quienes entre ellos le compraron lo que no podía trasladar con él.

     Ponderó de manera positiva el papel de las mujeres en la edificación republicana y en la lucha por la emancipación. De igual modo, lo hizo con los herederos de los mantuanos y hábitos que aún mantenían vivos, pero que con la nueva realidad política tendían a diluirse con los nuevos tiempos. Expuso que existía una rivalidad entre los descendientes de familias mantuanas, como el caso de los Toro y los Tovar, quienes no se unían los unos con los otros. Comentó el caso de dos representantes diplomáticos en Venezuela, que tuvieron problemas con representantes de algunas familias influyentes de la sociedad caraqueña y que como respuesta fueron excluidos de todo acto social con lo que dejó asentado el menosprecio por haber expresado algunas consideraciones acerca de los habitantes de la ciudad.

     En lo que respecta a algunas costumbres de los caraqueños le llamó la atención, “el aseo de las clases bajas del pueblo caraqueño, en especial de las mujeres, por lo que toca al traje”. Refirió que era un placer llegar al mercado de la ciudad, a las seis de la mañana, “y contemplar la gran concurrencia de vendedoras y compradoras, brillando con sus alegres trajes bajo los rayos del naciente y vivificador sol”. Similar situación observó los domingos en las iglesias y los días de procesión por las calles. “Los hombres no van tan cuidadosamente aseados; usan como la gente del campo y los esclavos del Brasil, calzoncillos de algodón americano, camisa de los mismos, sobrepuesta a guisa de blusa, y sombrero de paja ordinario”. El poncho, llamado en Venezuela cobijo, era de uso común entre las distintas clases sociales. “la gente rica del campo vístese, en general, como en el Brasil, y usa frecuentemente el sombrero que nosotros llamamos de Chile, y en Venezuela de Panamá, y que no viene de Chile ni de Panamá, sino de Guayaquil o de Jipijapa”.

     En cuanto a las sillas de montar las calificó como de buena calidad e idóneas para cabalgar. “Esa comodidad es debida a que su núcleo, que está formado entre nosotros por varias piezas, unidas por tiras de hierro, es allí de una sola pieza, de madera tallada, en forma curva, de manera que deja entre ella y la parte alta del lomo de la bestia una separación de tres pulgadas”. Los trajes de los “elegantes” era similar a los utilizados en Londres y París. Los estilos de moda provenientes de estas capitales europeas los obtenían de quienes debieron abandonar el país en circunstancias desfavorables para sus intereses sociales.

     En este orden de ideas, relató que a partir de 1848 la diatriba política se incrementó y el descontento de quienes vivían en el exilio, había “extinguido casi completamente la vida de sociedad de los caraqueños y disminuido las ocasiones en que pueden lucirse con gusto las toilettes”. En los pocos ágapes que ahora se presentaban en la ciudad resaltó la distinción de las mujeres de las clases pudientes.

Sir Robert Ker Porter*

Sir Robert Ker Porter*

Por Juan Vicente González**

“La Meseniana de Juan Vicente González (1810-1866) a la memoria de Robert Ker Porter, publicada en “La Prensa” de 2 de enero de 1847, fue una respuesta a Robert Bedford Wilson, encargado de Negocios y cónsul general de Su Majestad Británica. En nota del 17 de agosto del año anterior al secretario de Relaciones Exteriores, hacía historia de los agravios y campañas de prensa contra el buen nombre de su país y los intereses británicos, y de paso llamaba “monomaníaco” a González, para entonces editor del “Diario de la Tarde”. Wilson se quejó de nuevo por la Meseniana, en nota del 6 de enero, y de paso repetía lo de “monomaníaco”. “Manifiestamente considerado como un monomaníaco, excepto por los que pagan su pluma para vilipendiar y calumniar a sus enemigos personales y opositores políticos. Las relaciones con sir Robert Wilson se hicieron cada día más tensas. Se le acusaba de favorecer al “partido faccioso”, y el Gobierno llegó a pedir su retiro, a lo cual accedió Palmerston. El encargado de Negocios de Gran Bretaña se embarcó para su país “con licencia” en mayo de 1847 y regresó en los comienzos del año 49, ya consolidado el gobierno de José Tadeo Monagas. Wilson fue también protagonista de un incidente con un cadete de la Escuela Militar que se hallaba de centinela en el parque de artillería. Bajaba el diplomático por la calle de la “Margarita”, “en coche abierto”, cuando el cadete detuvo el coche y dirigió la bayoneta a la cabeza de uno de los caballos, a fin de “obligarlo a marchar al paso”. De la averiguación practicada resultó que el centinela, “después relevado y reducido a prisión”, obedeció a órdenes recibidas para ejecutarlas en horas de la noche, en vista de la difícil situación en que se hallaba el país. Wilson permaneció en su puesto hasta noviembre de 1852, cuando renunció y fue reemplazado por Richard Bingham.

 

En 1842, el periodista venezolano Juan Vicente González escribió un artículo en memoria del diplomático inglés Robert Ker Porter, que generó una agria polémica con el encargado de Negocios de Negocios y cónsul general de Inglaterra en Venezuela, Robert Bedford Wilson
En 1842, el periodista venezolano Juan Vicente González escribió un artículo en memoria del diplomático inglés Robert Ker Porter, que generó una agria polémica con el encargado de Negocios de Negocios y cónsul general de Inglaterra en Venezuela, Robert Bedford Wilson

“El elogio a los muertos es la sátira de los vivos

     Como el relámpago han huido los hermosos días de mi juventud. Mis cabellos, crespos a poco, marchitados hoy por el fuego de mi frente, la cubren como la ceniza que vuela fácil, a discreción del viento que la toca. ¿Con qué han volado aquellas horas, aquellos días felices, en que, ignorando las condiciones penosas de la vida, solo conmigo mismo, ese valle pacífico que el Guaire riega, con sus cascadas, sus flores y misteriosos ruidos, era toda mi delicia?.

     En ese tiempo en que yo buscaba en mi frente algo que me parecía existir allí, para reír luego de mi loca presunción, bullicioso o abatido, bajo la sombra de los naranjos o a la orilla del río entregando mi anzuelo sin cuidado ni objeto a las aguas que veía desaparecer, tú, extranjero querido a mi memoria, amigo mío; tú detenías tu caballo, que diariamente llevabas a aquellos lugares, y sonriendo dabas espuela a mi imaginación que tomaba vuelo y se perdía en el torbellino de su delirio: una breve sonrisa iluminaba de pronto tu rostro tan serio y ya te arrebataba a veces el sauce a mis miradas, cuando escuchaba los signos de tu extraña alegría.

     En la ciudad, ¡oh! ¡qué bueno fuiste conmigo! Amigo de las artes y las letras, noblemente sencillo, ante aquella imagen tan digna, imponente y severa, yo concebí lo ideal del hombre. ¿Quién en Venezuela recordará sin lágrimas su memoria? Ningún género de dolor, ninguna miseria hubo que no hallase en él un consolador generoso, un protector delicado y circunspecto. Los pobres lloraron a las puertas de su casa el día de su dolorosa ausencia.

     ¡Cuánta modestia adornaba aquel pecho hidalgo y generoso! Largos años le poseímos, breves para el amor de Venezuela, y nunca oímos de su labio la gloriosa historia de su vida: su pincel había representado la batalla de Azincourt, de tanta gloria para Inglaterra, de tan triste recuerdo para Francia; su mano, que había decorado el palacio de San Petersburgo, había empuñado la espada contra el sultán de Myzore a las órdenes del vencedor de Waterloo; viajero, sus notas habían servido para la historia poética de esa Persia, patria de otros hijos del Sol. Yo bien adivinaba al grande hombre entre la noble sencillez, la elegante afabilidad, las exquisitas maneras llenas de dignidad y buen gusto que distinguían a aquel brillante caballero.

     Él puso, él, la fuente de los más puros placeres en mi corazón: el acostumbró mi oído al nombre de los poetas de Albión, a cuyo estudio me excitaba incesantemente. Sin él acaso aun no habría escuchado la dulce voz, tan triste, de la hija de Capuleto, las querellas suavísimas de la sencilla Desdémona, ni los apasionados acentos de la ideal Ofelia. ¡Hermoso Edén del parnaso inglés! Sir Robert Porter me hizo amar tus bosques perfumados de sentimiento y armonía.

     ¡Albión! Este respeto a tu poder, esta admiración por tu historia, esta ansia de tu dicha, un hijo tuyo me la inspiró; de él supe tu gloria tan superior a la de Cartago, tu noble influjo de valor y civilización, los grandes ejemplos de tus héroes, los sublimes combates de tu tribuna, a Chatam expirando por creer desgraciado a su país, a Nelson pereciendo en Trafalgar.

Sir Robert Ker Porter, autor del “Diario de un Diplomático Británico en Venezuela 1825 a 1842”.
Sir Robert Ker Porter, autor del “Diario de un Diplomático Británico en Venezuela 1825 a 1842”.
Robert Ker Porter dejó para la posteridad algunos retratos de ilustres venezolanos, tres de ellos del Libertador Simón Bolívar
Robert Ker Porter dejó para la posteridad algunos retratos de ilustres venezolanos, tres de ellos del Libertador Simón Bolívar
El retrato que elaboró Ker Porter de José Antonio Páez, se encuentra en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (Casa Amarilla)
El retrato que elaboró Ker Porter de José Antonio Páez, se encuentra en la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (Casa Amarilla)

     Sí, yo amo la bandera inglesa: los hijos del valeroso Ricardo tremolaron nuestros pendones y mezclaron su noble sangre con la de nuestros héroes en los campos de Carabobo. Los mares orgullosos sacuden su cabellera de espumas al conducir tus naves, y a sus riberas los pueblos atónitos asoman la cabeza para admirar tus ciudades, tus castillos, tus armadas flotando sobre la espalda del Océano.

     ¡Sir Robert Porter, amigo! ¡Qué grato es tu recuerdo a mí corazón! Por la tarde a veces, pensando en ti, me encamino lentamente al campo de los muertos consagrado por tu piedad a los difuntos de tu religión. Una ilusión me hace soñar tu tumba en medio del fúnebre cementerio: parece que todo hace silencio a tu augusto sueño… ¡ay!, tu sepulcro reposa allá lejos entre las nieves de Rusia: una hija tuya la riega con su llanto. ¡Dure allí consagrado por el respeto y cubierto de olorosas flores a la sombra de la piedad filial!

     Bien pudiera Inglaterra, que es tan pródiga de ilustres ciudadanos, para estrechar relaciones tan dulces, enviar a este país que la admira, hombres que la representaran dignamente.

     Yo lo sé, con cuidado tendría que buscar un intrigante de protervo corazón, de maneras toscas, cómplice con todos los malvados por su intención, ignorante e indigno. ¿A qué iría a buscar un MONOMANIACO en sus plazas, o entre los que gritan y arrojan todo alrededor de un pilorí? ¡Inglaterra! Cualquier hijo tuyo educado en tu seno es digno de representarte.

     ¡Quién me llevará a las orillas del Támesis, ante la augusta Soberana, en cuyas manos de Venus sienta tan bien el tridente de los mares! Yo quisiera ver esos lores, esos ministros, que gobiernan el mundo, ese poder cuya sombra cubre los Estados, cuyas colonias satisfarían la ambición de Alejandro y cuyo gobierno sabio, fuerte, misterioso, por una excepción inexplicable y para enseñarnos que hay también fragilidad en las naciones, se hace representar a veces por indignos hijos”.

EL RETRATO DE SIR ROBERT KERR PORTYER, K. C. H.

PROPOSICIONES PARA PUBLICAR POR SUSCRIPCIÓN

E L R E T R A T O DE NUESTRO MALOGRADO COMPATRIOTA, EMINENTEMENTE DISTINGUIDO EN LAS ARTES, DIPLOMACIA Y LITERATURA DE SU NACIÓN; QUE FALLECIÓ, AUN SIRVIÉNDOLA, EN SAN PETERSBURGO

El retrato será grabado en Mezzotinto,

POR W. Q. BURGESS,

Según uno perteneciente a Miss JANE PORTER, tomado del natural.

Por el finado

GEORGE HARLOWE

Tamaño de la lámina: 17 pulgadas de largo y 12 de ancho

Primeras copias (Proofs)…………………………………2 Guineas

Copias comunes (Prints)…………………………………1      ”

PUNTOS DE SUSCRIPCIÓN

En Londres: Los Sres. P. y D. Colnaghi y Ca. 14 Pall Mall East; el Sr Churchill, librero, 16, Princess Street, Soho; y los Sres Longman & Ca., Pater-noster-row

En Caracas: el Sr. J. M. de Rojas, calle del Comercio, núm. 40

(El Liberal, 2 de octubre de 1842, Caracas)

* Sir Robert Ker Porter (1777-1942), fue ministro Plenipotenciario de la Gran Bretaña en Venezuela, entre 1825 y 1842. Durante esos años, y de manera sistemática, el diplomático ingles escribió un diario en el que plasma, con una visión muy personal, el acontecer de aquel período de postguerra de la independencia de la Gran Colombia y su posterior separación. Ese diario fue publicado posteriormente bajo el título de Diario de un Diplomático Británico en Venezuela 1825 a 1842. Porter también dejó para la posteridad algunos retratos de ilustres venezolanos, con los cuales tuvo amistad, entre ellos, Simón Bolívar y José Antonio Páez

** Periodista, escritor, político y educador caraqueño (1810-1866), graduado en filosofía, fue autor de numerosas obras de carácter histórico y literario. Polémico periodista que adversó a los presidentes José Tadeo Monagas y José Antonio Páez. Fue fundador del colegio El Salvador del Mundo, donde impartió clases gramática y filosofía. Su producción escrita en el campo de la política, donde se destacan sus célebres «Mesenianas», lo sitúan como uno de los más destacados prosistas venezolanos del siglo XIX. 

FUENTES CONSULTADAS

  • Crónica de Caracas. Caracas, Nos. 37-38, jul-dic. 1958; Págs. 162-165

La Caracas de comienzos del siglo XIX

La Caracas de comienzos del siglo XIX

     Entre 1822 y 1823, Richard Bache (1784-1848), teniente de artillería del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, recorrió Venezuela y Colombia, tras lo cual publicó sus impresiones de viaje en un libro titulado “Notas de Colombia en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados.

En 1827, el militar norteamericano Richard Bache (1784-1848), publicó un libro con sus impresiones de viaje por Colombia y Venezuela, en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados en Caracas
En 1827, el militar norteamericano Richard Bache (1784-1848), publicó un libro con sus impresiones de viaje por Colombia y Venezuela, en los años 1822-23”, donde destaca con precisión los acontecimientos observados en Caracas

     Escribió que la extensión de la ciudad era mayor que el ancho que ocupaba de terreno. Los ríos Anauco y Caroata se encontraban del lado este y del lado sur estaba el Guaire, cruzados por “excelentes puentes de piedra”. El agua que consumían sus habitantes provenía del río Catuche que atravesaba a toda la ciudad. “Tiene cinco puentes, pero como sus ribazos se encuentran en la misma forma en que los diseñó la naturaleza – escarpados, irregulares y cubiertos de matorrales – este riachuelo, aunque presta útiles servicios, afea notablemente el aspecto de la ciudad”.

     Hizo notar que las calles estaban “bien pavimentadas con lajas”. Aunque por muchas de ellas corría un “agua clara”. Las aceras estaban en el mismo nivel que la calle, lo que las hacía de difícil circulación para las personas en vista del empedrado y varias protuberancias y “del posible encuentro con acémilas (mulas) que pasan rozando con las paredes”. Un mejor empedrado lo pudo constatar frente a edificios públicos y de algunas viviendas.

     Puso de relieve la colocación de guijarros blancos y negros que se mostraban de forma tal que servían para la colocación de un nombre, un escudo o un signo patriótico. “En el atrio de algunas iglesias frecuentemente nos da la bienvenida un fúnebre recordatorio, formado por un cráneo y huesos teñidos de sangre”. Puso de relieve que se usaban con frecuencia tibias de animales que se colocaban de forma vertical para que destacaran, “en la cavidad bajo la rótula, las piedras y conchas allí incrustadas, de varias formas y colores”.

     Consideró que las calles presentaban un ancho disminuido debido a la proyección de las ventanas lo que obligaba a las personas a lanzarse a la vía para seguir su camino. “En la noche los forasteros deberán proceder con cierta cautela para sacarles el cuerpo, por carecer las calles de alumbrado”. También identificó ocho plazas públicas en Caracas. Describió que la Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. 

     A un costado de ella se encontraba la Catedral de la que describió que el coro ocupaba la mitad de la gran nave, “obstruyéndola en forma bastante incómoda”, además escribió que el aspecto exterior de esta edificación se notaba poco favorable “por enormes estribos de piedra, que refuerzan la fachada, a fin de preservarlo del efecto de los terremotos”.

     Respecto al mercado, que funcionaba en la Plaza Mayor, era muy concurrido en horas tempranas de la mañana porque así los concurrentes podían evitar “los calores del día”. El espacio ocupado carecía de casillas, puertos o cobertizos lo que obligaba a los vendedores a colocarse a lo largo de improvisados pasadizos donde ofertaban la mercancía. “En su mayor parte, las ventas están a cargo de mujeres de color, en cuya piel se combinan todos los tintes intermedios de la sangre europea, africana e indígena, y que son sirvientas o esclavas de los dueños de las grandes plantaciones vecinas; o también de pequeños agricultores, que cultivan parcelas por su cuenta”.

     De estas vendedoras puso en evidencia que solían esperar a su clientela en cuclillas. De ellas anotó que mostraban gran ingenio, gracia, cortesía y afabilidad de modales en la actividad comercial que practicaban, “muy distinto del rústico descaro que caracteriza a la mayoría de las mujeres de su clase en otros países”. En la comarca caraqueña destacó que no mostraban los sonidos “marimachos” de Billingsgate, “aquí se oye el lánguido, ceceoso y melódico acento de féminas llenas de amabilidad”. Su vestimenta la comparó con aquella propia de los lugares calurosos. El mismo consistía en una blusa que dejaba al descubierto ambos hombros y con faldas, por lo general andaban descalzas y con un sombrero igual al usado por los hombres. Los hombres vestían con pantalones hasta las rodillas, camisa y un sombrero de cogollo. Éstos portaban un machete en uno de sus muslos.

Bache hizo notar que las calles de Caracas estaban “bien pavimentadas con lajas”
Bache hizo notar que las calles de Caracas estaban “bien pavimentadas con lajas”

     Corroboró haber observado algunos artículos que se ofertaban al público como naranjas, limones, plátanos, bananos, guanábanas, aguacates, granadas, chirimoyas, uvas, higos, manzanas, melocotones, ciruelas, albaricoques, melones, tamarindos, guayabas, piñas, papas, remolachas, zanahorias, repollos, coliflores, lechugas, calabazas, ñames, alcachofas, nabos, batatas, “y una raíz amarillenta llamada apio”. De este último agregó que la parte superior se parecía mucho, en olor y sabor, al celery que se consumía en su país.

     En cuanto a los derivados alimenticios provenientes de animales describió la carne seca que se ofrecía cortada en lajas ahumada, “resultando muy poco apetecible”. Precisó que se conseguía carne de cordero y pescado, pero no carne de ternera. Se expendía manteca de cerdo envuelta en hojas de plátano que para Bache se utilizaba de manera exagerada en la preparación de los alimentos y que también se la utilizaba para aliviar los dolores de cabeza, untándola sobre un pedazo de seda negra y que las personas se la colocaban en las sienes. Del cazabe expresó que no gustaba a los estadounidenses así como la arepa a los europeos.

De una planta denominada cocuiza, agregó Bache, se podían elaborar sandalias y también cables, cuerdas y tejidos diversos. 

     El calzado que con ella se elaboraba era muy utilizado, especialmente en zonas fuera de Caracas. Acá la llevaban  artesanos, personas del servicio doméstico y arrieros. En los parajes interioranos las alpargatas la utilizaban “desde el alcalde y su esposa (y por lo común sin medias) hasta los individuos de ínfima condición social. Un par cuesta unos veinticinco centavos”. La pulpa de esta planta, redactó, servía para hacer jabones y la madera porosa del tallo, al secarse “es un excelente asentador para instrumentos cortantes, a causa del buen asperón que contiene”.

     El circulante general estaba conformado por cuartos, octavos, dieciseisavos y treintaidosavos de peso, eran piezas cortadas de manera irregular, por su forma y tamaño distintos. El nombre era de Macuquinas. Según consignó era aceptada sin inconvenientes en las transacciones que la requerían. Para intercambios de mayores sumas se utilizaban pesos y doblones. Citó a Humboldt para reseñar algunos aspectos de la sociedad caraqueña. Ésta no ofrecía mayores lugares variados, pero la calidez y sentimiento de bienestar se experimentaba con la jovialidad, cordialidad y cortesía de modales de los lugareños, según su experiencia. Escribió que entre los caraqueños existían dos clases de personas o generaciones muy distintas, propias de sociedades en que se estaban gestando cambios en sus ideas. Agregó que las consideraciones del naturalista alemán resultaban muy pertinentes, tal cual el mismo Bache lo había corroborado al conocer a varios caraqueños.

La Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. Era muy concurrida en horas tempranas de la mañana, porque así los asistentes podían evitar “los calores del día”
La Plaza Mayor servía para el mercado de víveres. Era muy concurrida en horas tempranas de la mañana, porque así los asistentes podían evitar “los calores del día”

     Agregó a estas consideraciones que luego de 1804 habían estallado conflictos en esta comarca y que habían dejado en desolación varios lugares de ella. Pero su fuerza ya había disminuido para el momento cuando Bache conoció la ciudad. “La paz que pronto habrá de sobrevenir será doblemente apreciada al compararla con los horrores acarreados por el conflicto”. En este orden de ideas, se mostró con gran optimismo al subrayar que se estaba labrando un camino hacia la libertad más duradera, valorada y defendida. “No puede negarse, sin embargo – por mucho que lo deploren los partidarios del orden social y de las libertades civiles – que tienen excesiva figuración muchos de aquellos individuos que forman los grupos menos dignos de la clase que Humboldt designa como ‘la segunda generación’”.

     A este respecto indicó que esta era una realidad ineludible y que no debía sorprender a nadie. Porque era difícil no tropezar con el daño mientras se buscaba con afán el beneficio. Escribió que el bien estaba representado con el establecimiento de un gobierno libre, fundado en los derechos ciudadanos, y con la posibilidad de extender el pleno desarrollo de las facultades de los gobernados, en su vertiente física y moral.

     Las nuevas autoridades se habían constituido frente a las que negaban estas posibilidades y derechos. Por tal motivo, anotó con convencimiento que, el país había sido objeto de un cambio al instituir una forma de gobierno que favorecía la libertad y no la sumisión del individuo al Estado dominante. Convencimiento a partir del cual no temía que se le tildara de fariseo republicano.

     Puso a la vista del lector un mal que él percibió frente a lo que denominó el efímero encumbramiento de “ciertos hombres” de quienes no era posible esperar que contribuyeran al ornato y al perfeccionamiento de la vida en común de un país nuevo. 

Las monedas que circulaban en la época eran piezas de plata cortadas de manera irregular, llamadas Macuquinas
Las monedas que circulaban en la época eran piezas de plata cortadas de manera irregular, llamadas Macuquinas

     Muchos eran propensos, de acuerdo con su percepción, a perjudicarla gracias al lugar de poder que habían obtenido. “No obstante, semejante mal – como ya fue apuntado – es sólo pasajero, mientras que los beneficios obtenidos serán permanentes. Los méritos de un soldado intrépido, pronto para ejecutar o morir, no van siempre unidos a los que convienen a un ciudadano ejemplar y pacífico”. Para un soldado, tal como el bien lo conocía puesto que su oficio así le daba licencia para opinar a este respecto, en la batalla y la guerra lo requerido eran individuos valientes de disposición y con brazos bien dispuestos. En la paz, en cambio, los requisitos eran otros.

     Su visión plagada de optimismo la mostró con cierto afán apasionado e ingenuo. Pensó que una disposición positiva llevaría a los dirigentes a adecuarse a las nuevas condiciones de libertad y de justicia. “Después que hayan transcurrido algunos años de paz, el mílite rústico e iletrado tendrá que ceder su puesto al ciudadano culto e inteligente. En consecuencia, aquellos novi homines que sólo se recomiendan por su inclinación a contiendas y a situaciones irregulares, perderán prontamente su influjo; y a medida que se vaya apaciguando la tormenta que en otro tiempo desataron, se hundirán en el olvido y la desestimación”.

     A pesar de haber presenciado la existencia de admiradores de la monarquía el nuevo orden se desplegaba con los nuevos derechos adquiridos con la república. Escribió que para el momento de su visita no se daba a nadie el título de Don en la República de Colombia. “Lo corriente, para dirigirse a los criados, es utilizar el de ´usted’, abreviatura de su ´merced´”.

     Llamó la atención respecto a la vestimenta utilizada por los caballeros en Caracas quienes mostraban una indumentaria muy al estilo europeo, con preferencia el género europeo. “La única modificación consiste en el aditamento casi constante de una capa, sin mangas ni capuchón” cuya finalidad era la de encubrir cualquier falta de limpieza en su ropaje, “si tienen que aparecer repentinamente en público”. Los miembros de las iglesias y congregaciones religiosas lucían un hábito propio de sus congregaciones cuya diferencia estaba en la forma y los colores que usaban. Consistía en una sotana de seda negra, “aunque los Carmelitas la llevan blanca o un tanto amarillenta”, mientras los franciscanos la llevaban de color gris. El sombrero que llevaban consigo lo encontró semejante al utilizado por los cuáqueros anglosajones. En cuanto a las características físicas y fenotípicas de los hombres de Caracas señaló que eran de “estatura menor que la corriente”, de piel cetrina, entre amarillenta y oscura, con cabello y ojos negros, y “bien conformada contextura”.

La Caracas del primer lustro de 1830

La Caracas del primer lustro de 1830

El ingeniero inglés, John Hawkshaw, estuvo trabajando en Venezuela entre 1832 y 1834, tras lo cual publicó, en 1838, un libro titulado Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, donde describe sus impresiones sobre este país
El ingeniero inglés, John Hawkshaw, estuvo trabajando en Venezuela entre 1832 y 1834, tras lo cual publicó, en 1838, un libro titulado Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, donde describe sus impresiones sobre este país

     Sir John Hawkshaw (1811-1891) nació en Leeds, Inglaterra, y estuvo en Venezuela entre 1832 y 1834, trabajando en las famosas minas de cobre que habían pertenecido al Libertador, Simón Bolívar, bajo un contrato firmado con la Asociación Minera de Aroa. Se destacó como un importante ingeniero civil en Inglaterra donde fue uno de los especialistas en la construcción del ferrocarril de Manchester y Leeds. Durante 1845 y 1850 fue ingeniero consultor en Londres. En 1863 expresó sus favorables opiniones para la construcción del Canal de Suez. Respecto de un canal interoceánico en América propuso su construcción en tierras nicaragüenses. En el año de 1855 fue incorporado como miembro de la Royal Society y fue hecho caballero en 1873.

     Hawkshaw inició su escrito haciendo referencia a la poca literatura existente sobre Venezuela. Confesó que al enterarse del trabajo que se le encomendó, en esta tierra americana, se dedicó a buscar literatura referente a un país nuevo, pero solo había encontrado lo redactado por Alexander von Humboldt quien había hecho referencia a este país cuando era una colonia española y cuando la población del territorio era el doble de la de 1838, año este en el que Hawkshaw publicó su libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela. Expuso que, si lo escrito en este texto le servía a cualquier persona que pretendiera visitar Venezuela, estaría satisfecho. “Pero me satisfará aún más si sirven para inducir a algunas de las Sociedades Misioneras a enviar la luz del Evangelio a un país cubierto por una densa nube negra”.

     Luego de transitar por cuatro horas el camino que iba de La Guaira a Caracas al estar cerca de ésta, contó “Todo cuanto nos rodeaba era hermoso. Los brillantes tintes de las flores y el oscuro matiz de las hojas distinguían este paisaje del paisaje inglés, casi tan definitivamente como las oscuras y bronceadas pieles de sus habitantes los distinguen de los ingleses”. 

     Desde la cima de la montaña, a unos 5.000 pies de altura, observó la ciudad de Caracas de la que escribió “Nada puede ser más estupendo que la situación de esta ciudad”. De ella expresó que estaba edificada en una especie de anfiteatro o hemiciclo, “un hermoso valle, rodeado por todos lados por altas y fragosas montañas”.

     No dejó de expresar la admiración que le provocaba el promontorio denominado La Silla. De la que admiró su presencia frente a las obras realizadas por los hombres en la ciudad construida. Recordó que Alexander von Humboldt había escrito que La Silla algún día pudiera llegar a convertirse en un volcán. Por tal noticia refirió que Caracas podía tener el mismo destino que Pompeya. Concluyó que lo expresado por el naturalista alemán pudiera suceder. Pero para él tenían mayor posibilidad de alcanzar el nivel de volcán Las Cocuizas y Naiguatá.

     Luego de cuatro horas de camino alcanzó su destino. Ya en la ciudad contó haberse alojado con un caballero con quien tenía relaciones de negocios. De él expresó que residía en una isla de Las Antillas desde muy temprana edad y que “mantenía suficiente nacionalidad de carácter para constituirse en un genuino espécimen de la hospitalidad y la rectitud inglesas”.

     Según lo escrito por Hawkshaw, Caracas había adquirido fama debido al terremoto de 1812. De acuerdo con las cifras que obtuvo habrían muerto cerca de 12.000 personas, también hubo pérdidas de vida en La Guaira y en poblaciones cercanas a la cordillera. Comparó el número de pobladores de Caracas existentes antes del terremoto y de la guerra contra España. De acuerdo con sus cálculos la cantidad de habitantes era el doble de la que existía al momento de escribir su libro. Lo que observó de los restos que aún estaban presentes de ambos cataclismos, el natural y el bélico, despertaron en él la desilusión que dejan la devastación y la destrucción. “Vivir en un país donde el demonio de la destrucción se ha desatado, y donde tan furiosamente ha actuado por tanto tiempo y tan universalmente como en esta infeliz tierra”, llegó a escribir que tal escenario llevaba a tristes y deprimentes reflexiones, en especial por ser las guerras uno de los males que las producía.

Portada del libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, versión en español, 1975
Portada del libro Reminiscencias de Sudamérica. Dos años y medio de Residencia en Venezuela, versión en español, 1975

     Pasó de inmediato a reflexionar sobre la carga infrahumana representada en los conflictos bélicos y escribió que la forma como se desarrolló la guerra en Sudamérica merecía la reprobación de la humanidad en general. Recordó que le habían narrado cómo en La Guaira se lanzaron prisioneros aún vivos en candela viva con la justificación de ser enemigos de la república. Anotó que Inglaterra debía haber intervenido para obligar a los contrincantes a que libraran una guerra con la “mayor humanidad posible”.

     En su relato destacó que la disminución del número de pobladores en Venezuela era notable en cualquier lugar de ella. “Fincas y haciendas cultivadas han sido abandonadas para que recaigan en su estado natural; y rastrojos y vegetación exuberante están cubriendo lo que una vez fueron escenas de productividad y prosperidad”. A esta visión pesarosa agregó que en la fecha que visitó el país éste mostraba recuperación y que con trabajo tesonero se podría recuperar. Valoró la cercanía con la proximidad de los Estados Unidos, un país con el que se podrían establecer alianzas comerciales. Las largas costas y ríos navegables de Venezuela guardaban un valioso potencial de progreso. “Tiene un suelo que en muchos de sus valles es maravillosamente productivo; y tiene tesoros minerales que, al ser plenamente explorados, pueden volverse más valiosos aún que el oro y la plata del Perú”.

     Luego de esta digresión retomó la descripción de Caracas. De ella señaló que tenía mucho parecido con otras ciudades de la América española, con largas calles que se cruzaban en ángulos rectos y constituidos por plazas. En la capital de Venezuela la principal plaza era donde funcionaba el mercado donde se expendían diversidad de frutos y bienes. “Las calles están toscamente pavimentadas, y algunas tienen aceras muy estrechas, formadas por piedras más anchas y más planas, que difícilmente podrían llamarse losas”.

     De las casas destacó que las mejor construidas contaban con un gran salón y que uno de sus lados daba hacia un patio de forma rectangular. Los tres lados restantes del patio lindaban con dormitorios y los otros dos daban a los cuartos de servicio y al comedor. Por lo general observó que en algunas casas la cocina estaba en la parte de atrás y contaba con un pequeño jardín. “Una galería, formada por columnas y arcos ligeros, rodea el patio principal, sin lo cual, los cuartos, que dan todos al patio, serían inaccesibles en la estación lluviosa”. Puso en evidencia que había varias iglesias “algunas de buen exterior”. El estilo de su arquitectura lo calificó como moro – español. En cuanto a los edificios observó que se habían edificado con piedras, adobe y cubiertos de una mezcla de tierra y paja, “son generalmente blancos y nunca más de dos pisos”. Comparó su apariencia exterior con un edificio enyesado o enlucido de Inglaterra.

     En lo atinente al clima expresó que lo había disfrutado con agrado. “A una persona recién llegada de Inglaterra le parece una eterna primavera”. De la brisa que se experimentaba en el espacio territorial caraqueño no era especialmente fría, pero para quien estaba acostumbrado a otro clima le causaba temor. Hizo notar que los estudios de Derecho eran muy apetecidos por las personas que estaban en edad escolar, similar a preferencias en otros lugares de Suramérica.

A su llegada a Caracas, en 1832, los restos dejados por el terremoto de 1812 y la guerra emancipadora, despertaron en John Hawkshaw la desilusión que dejan la devastación y la destrucción
A su llegada a Caracas, en 1832, los restos dejados por el terremoto de 1812 y la guerra emancipadora, despertaron en John Hawkshaw la desilusión que dejan la devastación y la destrucción

     La parte interna de las iglesias le pareció “pobre”. Expresó que como acostumbraban los católicos, “los altares tienen muchos adornos; pero es pura basura mezclada con malas pinturas”. Según escribió, las piezas de mayor valor que en ellas estaban expuestas habían sido sustraídas con la revolución. Puso en evidencia que a las misas de los domingos asistían unas pocas mujeres, “pero en general el catolicismo está en estado de decadencia”. Esto lo evidenció a raíz de haber sido sometidas las iglesias a un nuevo rol en las repúblicas recién instauradas, debido a que muchas de ellas habían sido despojadas de bienes y era el Estado el encargado de la manutención de las principales figuras eclesiásticas. “Es evidente que el país está rápidamente virando hacia una situación que lo hará adecuado para recibir un más puro evangelio, o lo dejará sin religión alguna”. 

     Las procesiones que presenció las describió como aglomeraciones en que una “inmensa muñeca” representaba a la Virgen. 

     Ésta, a su vez, era llevada en hombros por algunos hombres, precedida y seguida por sacerdotes. Iban niños que entonaban canciones junto a otros que sólo llevaban cirios, “pero esto excita muy poco respeto; creo que hubo una época cuando una persona que no se quitara el sombrero al paso de una procesión corría el riesgo de recibir un bayonetazo en el sitio, en vez de un más prolongado acto de fe”.

     Observó que los estudiantes de derecho utilizaban una capa parecida a las usadas entre los ingleses de la misma condición universitaria. Hizo notar que la presencia de mendigos no era tan pronunciada “como debieron haberlo sido en una época anterior. Los que vi eran individuos enfermos, a menudo de elefantiasis”. Justificó esta situación a la prodigalidad de recursos alimentarios proveídos de manera natural por una tierra pródiga. Subrayó que cuando los españoles gobernaban el caso de los mendigos y su presencia en las calles era notorio.

     De su vuelta de una excursión por el centro del país regresó a Caracas en 1833. En su trayecto de regreso expuso ante el lector sus impresiones acerca de las pulperías que había conocido en los distintos parajes que visitó. De la pulpería destacó que eran especie de casas de posta al estilo sudamericano, un lugar en que se combinaba un almacén y una taberna. Describió que ellas consistían en una casa de estilo alargado y con dos salones, ambos en la parte baja de una edificación. Contaban con un techo que se extendía por ambos lados de la casa y que formaba una especie de corredor. Uno de los salones era el lugar donde se alojaba la familia y el otro era el espacio dedicado al almacén como tal, “en que todas las cosas están aglomeradas”. Puso de relieve que la mayoría de las pulperías que visitó, dentro y fuera de Caracas, contaban con una ventana cuadrada, por medio de la cual las personas demandaban y recibían sus pedidos, puesto que “no había sitio adentro para estar de pie o sentarse, si tal cosa fuera deseable en un país donde no se desea otro techo que el cielo, a no ser como protección contra el sol”.

     De las mismas pulperías expuso que en ellas, por lo general, se alcanzaba a satisfacer sólo una parte de lo que requería cualquier comprador. “No hay, señor. Son las palabras más comunes en boca del dueño de una pulpería, y las pronuncia con la mayor indiferencia; a veces como si le fastidiara el esfuerzo que tiene que hacer para decirlas”. Igual daba si alcanzaba encontrar un guarapo para saciar la sed o lo fuera otro bien porque no había regularidad en las provisiones o las reposiciones dentro de cada uno de estos establecimientos. Cerró este tema aduciendo que si el dueño de alguno de estos establecimientos había recién surtido su negocio, ya fuera en Puerto Cabello, Valencia o La Guaira, el cliente podría con suerte conseguir la mayor parte de lo exigido. En fin, podía tener la suerte de encontrar variedad para satisfacer una demanda, “o puede no haber nada, como no sea ratas y carne cruda, tabaco y papelón”. 

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