La extraña muerte del cantante Genaro Salinas

La extraña muerte del cantante Genaro Salinas

Después de sesenta y cinco años de su violenta desaparición física, el caso del cantante mexicano Genaro Salinas, quien fue hallado severamente lesionado en una calle caraqueña, la noche del 28 de abril de 1957, y murió poco después de ingresar a un centro asistencial, sigue despertando dudas, sin que se conozca lo que en realidad ocurrió.

La noche del domingo 28 de abril de 1957, Genaro Salinas fue encontrado agonizando en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con Los Chaguaramos, en Caracas.

La noche del domingo 28 de abril de 1957, Genaro Salinas fue encontrado agonizando en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con Los Chaguaramos, en Caracas.

     Salinas fue uno de los primeros intérpretes sobresalientes musicales del medio local, que pasaron de ser noticia en la fuente de entretenimiento, a ocupar espacio destacado en los titulares de sucesos, víctima, al parecer, de la violencia de aquella época de dictadura militar en Venezuela. El periodista y escritor Óscar Yanes, en su libro “Amores de última página”, hace una descripción pormenorizada del hecho:

     “El domingo 28 de abril de 1957, a las siete y cuarenta y cinco de la noche, Genaro Salinas fue encontrado agonizando, con el cráneo fracturado y en un pozo de sangre, en el pavimento del túnel que une la avenida Victoria con la Urbanización Los Chaguaramos, en Caracas. Una patrulla policial lo recogió y lo llevó al puesto de emergencia de Coche, en donde murió hora y media después, sin pronunciar palabra, pero tratando de decir algo. Varios esbirros (torturadores) de la Seguridad Nacional, al parecer, lo esperaron en lo alto del puente, por donde debía pasar a pie para ir a su alojamiento en la casa de Graciela Naranjo, lo tiraron de lo alto y le pasaron un carro por encima”.

Censura en tiempos de dictadura

     La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional, pues al cantante se le vinculaba con Zoe Ducós, con quien había mantenido un romance en Argentina. Para el momento, la actriz de televisión estaba casada con Miguel Silvio Sanz, uno de los jefes de la policía política del dictador Marcos Pérez Jiménez.

     Desde que se conoció la forma como murió Salinas, se ventiló en algunas redacciones de prensa como un posible asesinato ordenado desde las oficinas de la Seguridad Nacional.

     Como ejemplo de la censura que se practicaba en los diarios capitalinos de aquella época, es preciso señalar que tres días después de la muerte de Salinas fue que apareció la información en Últimas Noticias. “El detectivismo de Seguridad Nacional trata de establecer las causas de la muerte del conocido cantante mejicano Genaro Salinas, quien fue encontrado en estado agónico el domingo por la noche”, destacó el periódico en su edición del martes 30 de abril de 1958. Presentaba fractura abierta del cráneo y sus ropas se encontraban bañadas de sangre. En el codo izquierdo le fue apreciada otra herida de cierta consideración, aunque, de acuerdo con la experticia practicada en el cadáver, no presentaba signos de haber sostenido lucha, como para presumir un crimen. No obstante, el detectivismo se ocupa activamente del caso y durante las 24 horas del día de ayer fueron interrogadas numerosas personas que conocieron al artista en sus últimas actuaciones en Caracas, desde el mes de septiembre cuando llegó, procedente de Colombia, para trabajar en programas de radio y televisión en Radio Caracas.

La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional.

La noticia de la muerte de Salinas recibió un tratamiento sesgado en los distintos medios impresos del país debido a intrigas de carácter pasional.

     Al principio se comentó en la prensa que Salinas había sufrido un accidente al ser atropellado por un automóvil dentro del túnel, y que el conductor se dio a la fuga. Después se manejó una versión, según la cual un estudiante lo había visto deambular borracho, se sentó al borde del puente de la Avenida Victoria, desde donde cayó. Este relato fue descartado debido al hallazgo del cuerpo dentro del túnel. Una tercera especulación tuvo que ver con la posibilidad de suicidio ante los apuros económicos por los que en ese momento atravesaba el cantante.

     En Venezuela, Salinas tuvo oportunidad de reencontrarse con Zoe Ducós, con quien había mantenido un romance en 1946, mientras vivía en Buenos Aires, relación que arruinó su matrimonio con la cantante Malena de Toledo.

     Al parecer, Salinas intentó por esos días fin de año de 1956 acercarse a Ducós, quien se había casado con Sanz, principal cabecilla de los temibles programas de tortura y asesinatos a los que sometían a los opositores durante el régimen perejimenizta.

     Al entrar en conocimiento de que Salinas merodeaba los estudios de Radio Caracas TV, donde laboraba Ducós, Sanz se sintió ofendido y dio órdenes a funcionarios de la Seguridad Nacional para que lo amedrentaran.

     Al parecer, los esbirros lo interceptaron aquel domingo y le propinaron una golpiza brutal. La idea era asustarlo, pero se excedieron al lanzarlo desde el puente. Luego lo remataron al pasarle el automóvil por encima y lo dejaron agonizante en el pavimento.

     Nueve meses después de la muerte de Salinas, tras la caída de la dictadora, a principios de 1958, la Asociación de Artistas de Venezuela exigió ante los tribunales que se investigara el asesinato de Genaro Salinas por parte de la Seguridad Nacional por motivos de intriga pasional.

La “Voz de Oro de México”

     Nacido en Tampico, Tamaulipas, México, el 19 de septiembre de 1918, Salinas tenía 38 años cuando murió. Su carrera como cantante profesional la inició muy joven, a la edad de 23 años, en 1941. Se dio a conocer desde temprano como intérprete de canciones líricas y así, después de ganar cierta fama en su propio país, empezó a viajar por el resto del Continente, llegando a equipararse con artistas de renombre como Pedro Vargas, durante los años comprendidos entre 1940 y 1945.

     Graba varios temas con la empresa RCA en la capital mexicana, acompañado de las orquestas Rafael de Paz, Miguel Ángel Pazos y Absalón Pérez, y logra buena aceptación en el mercado por la calidad de temas como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”, entre otros éxitos del género bolero ranchero.

Salinas era un famoso cantante mexicano nacido en 1918. Entre sus numerosos éxitos destacan temas del género bolero ranchero como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”.

Salinas era un famoso cantante mexicano nacido en 1918. Entre sus numerosos éxitos destacan temas del género bolero ranchero como “La número cien”, “Aquella tarde”, “Volverás”, “Callecita” y “Años Siboney”.

La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”.

La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”.

Tres visitas a Venezuela

     La primera vez que Salinas estuvo en Venezuela fue en el año 1945, contratado para trabajar en Radio Caracas en el programa de la “Caravana Camel”. Luego, en el año 1952, volvió para trabajar en Radio Continente, en un programa con Aldemaro Romero.

     Y la tercera vez vino contratado por Benito Silva, en septiembre de 1956. En esa ocasión hizo sus primeras presentaciones en Radio Caracas en el programa de la Media Jarra Caracas, con Luis Alfonso Larrain. Luego trató de obtener oportunidad de trabajo en Radio Continente, pero al parecer hubo cierto impedimento debido al contenido de las cláusulas del contrato por el que vino a Venezuela.

     Ante una situación económica difícil, pues tenía deudas con el hotel donde se encontraba alojado en Caracas y la empresa que lo contrato no cumplió lo prometido, Salinas atravesó por problemas de depresión.

     La cantante venezolana Graciela Naranjo le tendió una mano y lo llevó a vivir a su residencia en la Avenida Victoria, a escasas cuadras del lugar donde fue hallado agonizante, cuando a finales de 1956 se vio obligado a salir del Hotel Comercio. Durante los carnavales de 1957, Salinas y Naranjo emprendieron gira por emisoras radiales y locales nocturnos de Ciudad Bolívar y Puerto la Cruz.

     No hubo mejoría en la condición económica del cantante que por esos días también esperaba viajar a Puerto Rico o Santo Domingo. La última vez que Naranjo vio al cantante mexicano, según lo que reveló a Últimas Noticias fue el sábado 27 de abril, en horas del mediodía.

–Se despidió de mi–expresa la mujer entristecida–pero no me dijo para dónde iba. Él acostumbraba entretenerse con sus amigos en sitios cercanos, pero yo nunca llegué a preguntarle con quiénes se reunía.

     La residencia de Naranjo estaba ubicada a unas cuatro cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo de Salinas.

–Yo no le conocía enemigos porque él era muy pacífico y cariñoso, indicó Naranjo.

     Genaro Salinas era un hombre de 1.68 metros de estatura, de color moreno, contextura gruesa, ojos negros, pelo negro y cara redonda. Algunos de sus amigos dijeron que a veces tenía predisposición por el licor, y aun cuando se reconocía en él un carácter apacible, denotaba un comportamiento brusco en ciertas oportunidades, indicó la crónica del tabloide caraqueño.

 

Solidaridad del gremio artístico

     Sería polémica protagonizaron los sindicatos de artistas de Venezuela y México a la hora de definir cómo se haría el traslado del cadáver del cantante Genaro Salinas a Tampico, México o a Buenos Aires, Argentina, donde residían sus hijos y ex esposa.

     La Asociación de Artistas Mexicanos no prestó la colaboración que se esperaba, mientras que la representación diplomática argentina cooperó con la compra del ataúd.

     Por más de una semana permaneció en capilla ardiente el cuerpo de Salinas en la Funeraria Coromoto, en la esquina de Tienda Honda. Millares de personas desfilaron ante el féretro, ante el que montaron guardia muchos artistas.

     El 5 de mayo, durante el séptimo día de velatorio, ocurrió un hecho insólito, reseñado en diferentes medios. El artista quedó con los ojos abiertos, cosa que impresionaba. Víctor Morillo, conocido declamador, reveló que mientras hacía guardia junto al féretro, se presentó el conocido cantante puertorriqueño Daniel Santos, quien sacó de sus bolsillos un puñal, lo colocó en la frente de Salinas, y para asombro de la concurrencia se cerraron los ojos del malogrado cantante. Santos se acercó y besó la frente de Salinas, en una suerte de tributo final al amigo.

La casa de Humboldt en Caracas

La casa de Humboldt en Caracas

Ubicada frente al Panteón Nacional, en la calle oeste 9, avenida Norte, número 91, en ella vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800. El historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño, Arístides Rojas (1826-1894), publicó a finales del siglo XIX un interesante trabajo sobre esta histórica casa, el cual transcribimos a continuación.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

En esta casa, ubicada frente al Panteón Nacional, vivió durante su estadía en Caracas, el conocido naturalista alemán Alexander Humboldt, entre noviembre de 1799 y febrero de 1800.

     “¡HUMBOLDT, siempre Humboldt! . . . He aquí el tema espontáneo, fecundo, inagotable que inspira nuestra pluma por una vez más. ¿Qué tiene este nombre siempre propicio, siempre elocuente en toda ocasión en que la memoria lo evoca para dedicarle algunas líneas? Para nosotros, venezolanos, Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Hay algo más todavía que os hace fraternal su memoria: es la historia de la familia, porque cuando ésta ha vivido aislada, sin contacto con el mundo social, con el arte, con la ciencia; cuando ella no ha tenido por compañeros sino su cielo, sus montañas y sus ríos, su naturaleza virgen, ansiosa de encontrar el hombre que descifrara sus grandes enigmas o del artista que interpretara sus variados panoramas, entonces es cuando la visita del primer huésped ilustre deja en la atmósfera del hogar un recuerdo inefable que se transmite de padres a hijos.

     Un día, en aquellos en que el comercio del mundo estaba cerrado a nuestras costas, en que la presencia del hombre europeo era un acontecimiento para nuestros pueblos, en aquellos en que vivíamos sin prensa, sin comunicaciones que nos enseñaran el progreso del mundo, aislados, silenciosos, viviendo como una caravana del desierto, sin más testigos que la naturaleza, pisó Humboldt nuestras playas. Llegaba vestido de pasaportes reales y armado, no con la espada del mandarín, espíritu pasivo, en cuya conciencia obraban, en aquella época, más las órdenes escritas que las necesidades de los pueblos, sino con los instrumentos de la ciencia, de la benevolencia del sabio, de la justicia del espíritu cultivado, del amor a la humanidad. Llegaba como el legítimo intérprete de una naturaleza fecunda que hasta entonces ningún viajero había explorado.

     A su encuentro le salió el rústico labriego y presentóle, bajo la techumbre de sus cocales de oriente, leche de su rebaños, que el viajero bebió en jícaras indianas; y el misionero, patriarca de las selvas, les ofreció, en seguida, bajo las verdes enramadas del monasterio, la fruta sabrosa de la fértil zona; en tanto que el viejo hidalgo, con la caballerosidad de sus progenitores, espontánea, franca, dadivosa, sin desmentir la nobleza de su raza, descubierta la cabeza, tendióle la mano amiga y le introdujo en el salón de la familia venezolana, en la cual la gracia sobrepuja la cultura del espíritu, e impera el corazón sobre la inteligencia. Humboldt quedó, desde entonces, instalado. Todo le pertenecía; el cariño de la familia, la admiración de los pueblos, el agasajo de las autoridades españolas: le pertenecían también la naturaleza, cielo y tierra que le habían aguardado durante siglos. Desde entonces, data la veneración que se conserva como un talismán en la historia de nuestro hogar. Fue su voz, voz de aliento; en sus obras nos dejó enseñanza provechosa; con su amistad, honra; gratitud en sus recuerdos, siempre rejuvenecidos, aun en sus días de ocaso. Ni la infidelidad ni la inconstancia, ni el olvido en toda ocasión en que se ocupó de Venezuela, porque al estampar en sus inmortales cuadros el nombre de ésta, fue siempre para honrarla, pagando así tributo de justicia y de admiración al primer pueblo que visitó y cuya imagen fue inseparable de su memoria. He aquí porqué le amamos.

     Hace ya setenta y siete años que Humboldt visitó a Caracas. Esta ciudad era la segunda del continente que conocía, pues antes había estado en la de Cumaná. En otro escrito (Recuerdos de Humboldt) hemos dicho que el corazón del joven explorador se llenó de sombría tristeza al atravesar las calles silenciosas de la Caracas de 1800; pero que aquella impresión se desvaneció cuando dejando la casa del conde de Tovar, donde estuvo por algunos instantes, se instaló en la que le había conseguido el capitán general Vasconcelos, en la plaza de la Trinidad.

     En el ángulo donde la calle Oeste 9 corta la avenida Norte, frente al Panteón Nacional, hay unos escombros que sirven de azotea a la vecina casa número 91 de la avenida Norte. La antigua puerta, que hoy es el número 1 de la calle Oeste 9, está tapiada hasta la mitad, pero se conserva el friso de vetusta arquitectura. Las ventanas han desaparecido en ambos lados de las ruinas, y solo muros de piedras, ennegrecidos por el tiempo y cubiertos de paja, indican las antiguas paredes de un edificio. Las salas están al aire libre, y en el suelo de ellas se levantan bosquecillos libres de arbustos conocidos que se han desarrollado al acaso, o sembrados quizá por mano amiga. Algodoneros cubiertos de rosas de oro, granados con flores color de escarlata, papayos y cañas de bello porte levantan sus copas y se mezclan con otros arbustos, mientras que, en la parte terrosa de los muros, gramíneas y tillandsias crecen entre las grietas abiertas por la acción del tiempo. Todo ese conjunto forma un gracioso paisaje cuyos únicos habitantes son, el pájaro viajero, que todas las mañanas desciende de la vecina montaña, el insecto nómade que liba la miel de las flores, el lagarto que fabrica su cueva al pie de los muros. ¡Sabia naturaleza! se desarrolla, espontánea, sobre las ruinas de las ciudades, sobre los despojos humanos, sin cuidarse de la historia, que es obra de un día; pero que le deja osarios, abono preparado por el arte para nutrición de los nuevos seres que aquella tiene en ciernes.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

Humboldt, es, no solo la gran figura científica del siglo XIX, sino también, el amigo, el maestro, el pintor de nuestra naturaleza, el corazón generoso que supo compadecerse de nuestras desgracias, compartir nuestras glorias y elogiar nuestros triunfos.

     Lo que ella necesita es un terrón de tierra donde depositar el germen fructífero, una rama donde pueda el ave fabricar su nido, una grieta segura donde el ofidiano guarde sus huevos, una hoja donde pueda la crisálida aguardar la hora de la emancipación.

     Para el viandante que pasa todos los días por estos escombros ellos no tienen significación alguna: son una de las tantas casas en ruinas, recuerdos de la catástrofe de 1812. Pero para el hombre que conoce los pormenores de la estadía de Humboldt en Caracas, aquellos representan una época, un nombre preclaro, porque hace setenta y siete años que en esta casa hubo una constante recepción, porque en ella moró durante dos meses, el hombre más extraordinario del siglo, Alejandro de Humboldt.

     ¡Cuántos sucesos verificados en Caracas, después que la visitó Humboldt en 1800! A los seis años bajó al sepulcro Vasconcelos, el amigo oficial del sabio, el cual honró a España honrando al recomendado por el monarca castellano. Dos años más tarde, comienza a prender la chispa revolucionaria que produjo el incendio de 1810. En 1812, viene al suelo la ciudad de Losada, y un montón de ruinas la convierte en osario. Cayeron los principales templos, entre estos, el que estaba frente a la casa de Humboldt, no quedando sino las paredes, la columna que sostebía las armas de España y también la horca que estaba en la plaza. Todo fue desolación en torno a la casa del sabio: sepultadas quedaropn las tropas en el cuartel de San Carlos, en la calle Oeste 9, y las que estaban al sur de la misma casa en el parque de artillería. La ciudad de 1800 había desaparecido casi en su totalidad.

     Sesenta y cinco años han corrido, y ya Caracas esta otra vez en pie; pero la casa de Humboldt permanece aun en ruinas. Estas recuerdan no solo días de llanto y de tribulación, sino también la historia de nuestras guerras, la acción del tiempo sobre la naturaleza, el cambio de nuestra civilización, el renacimiento de la antigua ciudad, la mano benefactora del hombre. No es la Caracas de 1877 la Caracas de 1800. Todo ha cambiado. 

     El Ávila ha visto desaparecer sus bosques y agotar sus aguas. Talado fue el bosquecillo que a espaldas de la casa de Humboldt , sirvió a éste en sus horas de meditación, y de los viejos árboles del Catuche, solo se conserva el Samán del Buen Pastor. La famosa calle de cinco leguas que, desde la casa de Humboldt, unía a Caracas con el mar, según el parte del gobernador Osorio al monarca de España en 1595, esta destruída, conservando aun sus desagües y algunos pedazos. Obra admirable fue esta calle sólidamente empedrada, que conducida al través de una cordillera, ha resistido a la acción del tiempo. El Castillejo de la Cruz, al comenzar la subida a La Guaira, está aun en ruinas y en ruinas las fortalezas del camino que dejaron pasar, en su retirada, a los filibusteros de Preston en 1595. La antigua torre de 1800, fue rebajada en 1812. El Convento de San Francisco, donde reposan los restos de Vasconcelos fue convertido en universidad y museo, y en mercado público, el de San Jacinto.

     Desaparecieron los antiguos monasterios de monjas y fueron substituidos por edificios modernos, ornato de la ciudad. El Templo de la Trinidad se ha transformado en Panteón Nacional, y al osario de 1812, descubierto durante muchos años, sucedió el osario histórico, oculto bajo el pavimento.

     Allá, al noreste están las ruinas de San Lázaro, donde Humboldt fue obsequiado en repetidas ocasiones. Con el pretexto de fundar un lazareto, levantaron los españoles un palacio, que a veces fue lugar de orgías; pero el tiempo que es el reparador de todas las faltas, ha dejado en escombros al Lazareto del deleite, mientras Antonio Guzmán Blanco ha levantado al pie de las ennegrecidas ruinas el Lazareto de los desamparados. La escabrosa colina del Calvario, lugar histórico donde defendieron con heroico valor su nacionalidad Terepaima, Caricuao, Conocoima y demás tenientes de Guaicaipuro, contra el invasor castellano, se ha convertido en jardines, con juegos de agua surtidos por el río Macarao, nombre de aquel cacique que en este mismo lugar detuvo las huestes de Losada; y sobre la roca solitaria donde Paramaconi desafió al jefe de sus contrarios a un combate personal, se levanta hoy la estatua de Guzmán Blanco. Ya todos los templos derribados por el terremoto de 1812 están reconstruidos, salvadas las antiguas zanjas de la ciudad por nuevos puentes, reedificadas las casas, abiertos los caminos. Talado fue el cedro de Fajardo, a orilla del Guaire, visitado por Humboldt; pero aun existen los cipreses seculares de la vecina Basilica de Santa Teresa. Refieren que cuando Humboldt salía de Caracas, le preguntaron sus amigos, cuándo regresaría: y que el gran sabio contestó, con calma: “Cuando esté cocluido el templo de San Felipe”. Hace pocos meses que fue concluida esta obra y ya Humboldt tiene diez y siete años en el sepulcro. Así pasa el tiempo, que resuelve todos los enigmas.

     Al pie del Pavila yacen los huesos de dos generaciones, y donde sucumbieron los patriotas al hacha sanguinaria en las noches pavorosas de 1814 a 1817, se levantan cruces y obeliscos circundados de árboles. De los amigos de Humboldt, todos desaparecieon unos en el campo de batalla, otros en el ostracismo, otros en la miseria, y solo uno se ha conservado en la historia: Bolívar y que está de pie en el Panteón, y a caballo en la plaza donde fue levantada sobre una picota la ensangrentada cabeza del vencedor de Niquitao.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

Aspecto que tenía a principios del siglo XX la casa del Conde de Tovar, en la esquina de Carmelitas, donde se hospedaron Humboldt y Bonpland para descansar la tarde de su llegada a Caracas, en 1800.

     Como hemos dicho, desde la plaza del Panteón hasta La Guaira construyeron los castellanos en 1595 una calle de cinco leguas. Esta entrada a la ciudad fue la única que quedó después del terremoto de 1812, por hallarse toda la parte alta de la población reducida a escombros hacinados. Las ruindas de la casa de Humboldt fueron por lo tanto testigos de cuanto por ella pasó y ha pasado durante setenta y cinco años. Por esos escombros pasó Bolívar después de su derrota en 1812; y por ellos pasaron también Miranda y Bolívar, cuando en la misma época salieron fugitivos. Por esos escombros pasó Morillo en 1815 y pasaron Morales, Moxó, Cagigal. Por esas ruinas pasó Bolívar en 1821, cuando llevaba en mientes la libertad del continente, y por esas ruinas salía en 1827, después de haber realizado su obra inmortal. Le aguardaban los sucesos de 1828 y 1829 y el ostracismo de 1830. Pero le estaba reservada que por las mismas ruinas pasarían sus restos doce años más tarde, conducidos en hombros de sus compañeros y veteranos de qjuince años de infortunio y de gloria.

     Fue una tarde, 16 de diciembre de 1842. Los últimos rayos del sol en occidente se reflejaban sobre la Silla del Ávila cuando el tañido de todas las campañas anunció a la ciudad que los restos del Grande Hombre entraban al suelo natal. 

     Miles de almas llenaban las avenidas Sur y Norte, la plaza del Panteón y la prolongada calle que se extiende hasta el Templo de La Pastora. Banderas, oriflamas, pendones enlutados, trofeos de guerra, pebeteros, se levantaban en toda la carrera por donde debía pasar el fúnebre cortejo. Aquella población flotante iba y venía como dominada por un sentimiento extraño: pero cuando el cañón anunció a la población que los despojos del Libertador habían pasado la antigua puerta de la ciudad, lágrimas silenciosas brotaron de todos los ojos, y en actitud imponente todas las cabezas se inclinaron a proporción que pasaban los restos mortales del mártir de Santa Marta.

     Un arco colosal, frente a las ruinas de Humbodt, teniendo los nombres de cien batallas y de los compañeros de Bolívar, dominaba la carrera de la procesión que iba a efectuarse en el siguiente día. Más atrás del arco se destacaban las ruinas del Templo de la Trinidad, que para aquel entonces estaban pobladas de arbustos y de huesos, restos de las víctimas de 1812. Bolívar debía esta noche reposar enfrente de la casa de Humboldt, en una modesta ermita que servía de templo hacía algunos años. Cuando desapareció el sol ya el libertador estaba en su capilla ardiente, acompañado de sus veteranos. ¿Quién podría describir las impresiones de aquella noche transitoria, precursora de un gran día, y ese estado del alma, en que el sueño huye, porque el corazón presiente?. . . Al amanecer del 17, los primeros rayos del sol fueron saludados por el toque de los clarines, por la música marcial y la población en las calles, en las ventanas, en los escombros, en las azoteas, vio desfilar y acompañó a Bolívar muerto.

     Treinta y cuatro años han pasado, y Bolívar, después de haber permanecido durante este lapso de tiempo en la tumba de sus antepasa, ha vuelto de nuevo, 28 de octubre de 1876, al sitio donde reposó en la noche del 16 de diciembre de 1842. Ha vuelto, no a la capilla mortuoria que ha desaparecido, sino al Panteón Nacional que ha substituido al antiguo Templo de La Trinidad. En este recinto todos los muertos están ocultos, solo Bolívar está visible presidiendo este osario histórico donde reposan sus compañeros de gloria.

     En tanto la casa de Humboldt permanece en escombros, y las especias vegetales y animales se suceden, cambiándose el paisaje.

     Esas ruinas ¿qué aguardan?. . .  ¿Quién abrirá esa puerta por donde entró Alejandro de Humboldt? ¿Quién renovará la tierra de esas paredes, tostadas por el tiempo? ¿Quién techará esas salas donde estuvo la generación de 1800? ¿Cuántos sucesos importantes se sucederán antes que ellas vuelvan a lo que fueron? Aguardemos; entre tanto el pájaro viajero continúa sus visitas matutinas buscando los granados floridos, el lagarto está en sus grietas calentando sus huevecillos y la crisálida, en su hoja, aguardando la hora de la emancipación.

Carlos Hernández Delfino: “Tenemos que entender los hechos históricos para construir futuro”

Carlos Hernández Delfino: “Tenemos que entender los hechos históricos para construir futuro”

     Por partida doble, Carlos Hernández Delfino* ha contribuido a esclarecer el papel de la deuda pública en la historia de Venezuela. Es un tema que ha despertado su interés desde hace muchos años. Lo mueven razones académicas, profesionales y personales. Lo demostró en su discurso, a propósito de su incorporación como Miembro Honorario de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Y, por si fuera poco, ha escrito una extensa y rigurosa investigación de un personaje histórico, Gregor MacGregor, quien logró colocar títulos de deuda de una república que solo existía en su imaginación. 

     En términos institucionales, como presidente de la Fundación Bancaribe, Hernández Delfino lleva adelante tres programas que tiene un impacto directo en la sociedad venezolana. Todos vinculados a la promoción de la Historia, cuya importancia, en pocas palabras, sintetiza el título de esta entrega. 

     Lo invitamos a leer el presente documento para conocer más acerca de este tema. 

Mayo 2022

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     La  Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas, La Cámara de Caracas, pone a disposición de los interesados su boletín: Cámara Activa del mes de mayo, donde podrán encontrar información acerca de las actividades realizadas durante ese mes y los documentos de interés historiográficos, así como noticias y comunicados emitidos por este gremio

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Caracas y La Guaira vista por un viajero alemán

Caracas y La Guaira vista por un viajero alemán

El escritor alemán Friedrich Gerstäecker (1816-1872) estuvo en Venezuela en 1867, tras lo cual publicó una estupenda crónica de viaje en la que describe con lujo de detalles su recorrido por La Guiara y Caracas.

El escritor alemán Friedrich Gerstäecker (1816-1872) estuvo en Venezuela en 1867, tras lo cual publicó una estupenda crónica de viaje en la que describe con lujo de detalles su recorrido por La Guiara y Caracas.

     Friedrich Gerstäecker nació en Hamburgo, en 1816. Se le conoce como escritor y buen prosista. En 1837 había viajado a los Estados Unidos donde se dedicó a distintos oficios para mantenerse. Estuvo en el norte de América hasta 1843. La experiencia que acumuló en este período la vertió en escritos de textura literaria. Sus obras más conocidas son Los reguladores en Arkansas y Los piratas en el río Mississipi. Se convertiría así en un escritor reconocido y con lo que consiguió un sustento. Fue hijo de dos cantantes de ópera.

     En 1849, cuatro años después de haber contraído matrimonio, volvió a América, esta vez a la parte sur. Luego pasaría por Australia y regresaría a Europa en 1852. De nuevo regresaría a Suramérica entre 1860 y 1861. Su último viaje a este continente lo llevó a cabo en 1867 y estuvo en Venezuela en 1868. Murió en Braunschweig en 1872, justo cuando se preparaba para un viaje a Asia y la India. Dejó escrita una vasta obra relacionada con diarios de viaje, cuentos y novelas.

     Las primeras líneas que redactó sobre Venezuela las dedicó a La Guaira de la que expresó su agrado, en especial el paisaje que evidenció desde el pequeño puerto o rada abierta, tal cual lo calificó, “en medio de sus cocoteros y dominado por las poderosas laderas de los cerros cubiertos de verdes bosques, de una belleza encantadora”. Consideró una verdadera lástima que no se aprovecharan las condiciones naturales para construir un buen puerto, así como la extensión de una vía férrea en declive y sin locomotora. “Es más, con el terreno que se ganaría, estaría prácticamente pagado el trabajo. Pero los descendientes de los españoles son indolentes y no explotan ni siquiera lo que ya los españoles dejaron hecho, mucho menos crearían algo nuevo”.

     En referencia a lo observado en La Guaira escribió que el “verdadero puerto” estuvo situado al lado oeste, al igual que las ruinas dejadas por el terremoto de 1812, “que arrasó también Caracas”. Describió haber presenciado los restos de una antigua iglesia y que entre sus escombros crecía la vegetación constituida por árboles y arbustos. “Bien porque a la gente le pareciera demasiado laborioso tumbar la vieja mampostería y volver a fabricar en el mismo lugar, o porque temieran nuevos movimientos sísmicos, el caso es que se mudaron más hacia el este, para construir allá la nueva ciudad, y, sin embargo, en el nuevo sitio están más estrechados por las rocas de lo que lo estaban en el sitio antiguo y ciertamente están expuestos al mismo peligro”.

     Al observar esta situación no desaprovechó la oportunidad para plantear comparaciones de lo que estaba presenciando y lo precisado en los Estados Unidos, así como en su país de nacimiento. Del país del norte señaló el aprovechamiento productivo que se hacía de cada palmo de terreno, consideración a la que sumó “es un espectáculo verdaderamente extraordinario ver aquí un puerto que, en su calidad de portal de un país inmensamente rico, deja amontonada en su inmediata vecindad un cúmulo de ruinas y no sabe siquiera qué hacer del espacio inutilizado – pues ni aun espectros hay allí, con los que nosotros al menos de inmediato hubiéramos poblado una ciudad derruida en nuestro país”.

     Al inicio de su descripción de la ciudad de Caracas lo primero que anotó era que la había imaginado de calles anchas y casas de baja altura y rodeadas de espléndida vegetación. Reconoció que había errado con su figuración, excepto por la vegetación que se presentaba de modo dadivoso. La inicial sorpresa tuvo que ver con la iluminación artificial la cual era a base de gas. En cuanto a las casas si eran chatas, sin azoteas o planas como en las ciudades españolas, pero de techos oblicuos cubiertos de tejas, mientras las calles eran estrechas.

Las primeras líneas que redactó Gerstäecker sobre Venezuela las dedicó a La Guaira de la que expresó su agrado, en especial, el paisaje que evidenció desde el pequeño puerto.

Las primeras líneas que redactó Gerstäecker sobre Venezuela las dedicó a La Guaira de la que expresó su agrado, en especial, el paisaje que evidenció desde el pequeño puerto.

     Una de las cosas que atrajo su atención, en Caracas, fue la cantidad de alemanes que hacían vida en ella como comerciantes. Ya en La Guaira se había topado con algunos oriundos de su país y que, al hacer referencia a sus esposas, señaló que las mujeres eran “realmente hermosas”. Añadió que en esta capital los alemanes habían contraído matrimonio con damas criollas y descendientes de españoles. De los niños que conoció de estas coyundas indicó “Es verdad que no he encontrado en ningún país tantos muchachos bonitos como en Venezuela”.

     Acerca de quienes calificó como “familias cultas” expresó que estaban más cerca de Europa, más “que, en ninguna otra parte del continente sudamericano, como de hecho ya están más próximos por su situación geográfica”. Apreció en ellos el dominio de la lengua francesa, inglesa y alemana. De los descendientes de estas coyundas expresó que se comunicaban en español y que se preocupaban por mantener la lengua de sus progenitores.

     De los alemanes residentes en Caracas, así como en La Guaira y Puerto Cabello, indicó que se dedicaban al comercio. Aunque también se topó con artesanos. 

     Mostró sorpresa al no ver médicos de nacionalidad alemana, contó haber conocido uno en La Guaira pero que no tenía trato con sus paisanos. De los alrededores de Caracas expresó que eran “maravillosos”. Esto lo evidenció al observar la producción de café, caña de azúcar y cambures. Lamentó, en cambio, haber visitado la ciudad en tiempos de sequía por lo que no pudo apreciar el fresco y abundante verdor de la temporada lluviosa. Escribió haber disfrutado los paseos a caballo, acompañado de paisanos alemanes y ver paisajes hermosos. Anotó que al remontar el Guaire era notorio la fertilidad de la tierra.

     Cerca de este lugar se había encontrado al “general negro Colina” quien, según escribió, era el azote del lugar y que la gente lo llamaba “El Cólera”. Éste se encontraba en compañía de sus subalternos, todos integrantes de una tropa gubernamental. A propósito de este fortuito encuentro y de observar las consecuencias de sus acciones para con los pobladores que habían huido de la zona por temor o porque les habían arrancado lo poco que poseían, escribió “hasta a uno mismo había de sangrarle el corazón de ver cómo una administración deplorable e inconsciente maltrataba, chupaba y pisoteaba este bello país… al borde de las carreteras todo era desolación, como si una plaga de langostas hubiera pasado sobre los campos de maíz, y es que estos señores habían procedido a semejanza de estos terribles insectos”.

     En su narración expuso ante los potenciales lectores haber encontrado en el camino grupos integrados por tres o cuatros hombres armados que arreaban pequeños rebaños de ganado, a lo que agregó “robadas, por supuesto”. Según constató las obtenían de algunas familias, “sin importarles un comino si la familia poseía solo aquella vaca y vivía de ella. Había, desde luego, una constitución en el país, pero no había ley: el general negro Colina mandaba en el lugar donde se encontraba de momento con sus pandillas, y donde él estaba no había apelación ante una instancia más alta”.

     Más triste le parecieron los lugares por donde pasaban y al observar cuatro casas edificadas, tres estaban deshabitadas porque sus ocupantes habían tenido que huir a otro lugar. Adjudicó esta situación a la forma como actuaban la soldadesca al estilo de Colina y los suyos. A esta aseveración agregó: “¡Quién hubiera aceptado vivir entre esa chusma pudiendo irse de alguna manera! Pero en las restantes viviendas se habían instalado los propios soldados, que acampaban delante de las puertas con los fusiles recostados a su lado o se entretenían jugando barajas, pero también se nos acercaban pordioseando concienzudamente dondequiera que encontraban la ocasión”.

Una de las cosas que atrajo su atención Gerstäecker, en Caracas, fue la cantidad de alemanes que hacían vida en ella. La ciudad contaba, además, con un cementerio exclusivo para alemanes.

Una de las cosas que atrajo su atención Gerstäecker, en Caracas, fue la cantidad de alemanes que hacían vida en ella. La ciudad contaba, además, con un cementerio exclusivo para alemanes.

     Escribió que en el camino se habían topado con el general Colina y sus acompañantes, un “pardo y otro amarillo”. Se le notaba muy enojado. Venía de la ciudad. “Probablemente había querido conseguir dinero para sus oficiales – porque a los soldados no se les daba nada – y obtenido, en cambio, como de costumbre, un vale para la aduana”.

     De acuerdo con Gerstaecker situaciones como la descrita por él era una de las peculiaridades de las actuaciones del presidente Juan Crisóstomo Falcón. Quien conseguía recursos para mantenerse a sí mismo, porque los soldados, que lo mantenían en el poder, no podían conseguir lo necesario para vivir, y para su sustento se veían constreñidos a robar. “El presidente no robaba sino para sí”.

     Lo que vio en el campo también lo presenció en la ciudad capital, es decir, “un bochinche espantoso”. Según narró, algunas acciones que presenció le parecieron cómicas. Dijo que cuando un gabinete dimitía llegaban otros con un “nuevo enjambre de funcionarios”. 

     Para dar mayor vigor a este argumento expuso ante los lectores que cuando se despedía a los secretarios de un ministerio, “se llevaban no solamente todo el papel, sobres y plumas, comprados después de todo por cuenta y crédito del Estado”. Al llegar los nuevos funcionarios debían, agregó, por cuenta propia, proveerse de los materiales necesarios para el funcionamiento del ministerio. “Esto suena, de hecho, inverosímil, pero es, no obstante, verdad y puede ofrecer una visión del estado de cosas que reina en todas estas repúblicas con sus constantes cambios de gobierno”.

     Sin embargo, el paisaje natural le parecía deslumbrante y exuberante. Los paseos más hermosos, contó, los realizó montado a caballo. Por los linderos de Caracas observó plantaciones de café. De éstas señaló que en esta comarca se cultivaban cobijados por árboles de sombra, “lo que da a tales plantaciones algo de europeo”. Según se había informado por la vía que transitó se había programado una línea de ferrocarril. Esto lo llevó a escribir “Tiempos tranquilos en Venezuela” y con ello ratificar la falta de compromiso para cumplir con lo dispuesto.

     En referencia con este plan ferrocarrilero, que no llegó a cristalizar, escribió que había experimentado gran asombro al ver algunos vagones de pasajeros en un andén abandonado. Se acercaron a él y “descubrí algo que nunca hubiera creído posible: un vagón de pasajeros techado con ladrillos rojos”. En este orden de ideas, narró haber reído al ver en Arkansas vagones cubiertos con tejas, “en verdad, bien divertido de ver y con toda probabilidad este vagón era un ejemplar único en el mundo entero”.

     Del que estaba cubierto con ladrillos fue asociado por él con un establo o un lavadero. Por la información que obtuvo, sólo eran utilizados por algunos serenos para dormir. El ferrocarril había funcionado en algún momento, pero por razones económicas no había continuado en funciones. Quedó para un futuro la culminación del mismo, “reservada a las futuras generaciones para que no les faltara que hacer”.

     Escribió que al pisar La Guaira, sus paisanos le habían recomendado que se quedara en Caracas para presenciar los actos de Semana Santa que en ella se desarrollaban. Así lo hizo, “y no tuve más tarde motivo de arrepentimiento”. Sin embargo, se le había comunicado que justo el año de su visita las celebraciones de la Semana Mayor no estarían tan esplendorosas como las de años anteriores. Esto debido a la situación política reinante, caracterizada por sus acciones opresivas. Para él era una situación única porque nunca había presenciado en América una festividad como esta.

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