Revista Comercio, Julio – Septiembre de 1982

Revista Comercio, Julio – Septiembre de 1982

REVISTA COMERCIO

Revista Comercio, Julio – Septiembre de 1982

Sinopsis

Por: Esther Mobilia

     La edición está dedicada al Metro de Caracas y a las condiciones del sistema financiero venezolano y las condiciones de los mercados internacionales. El editorial se resume en una cita de Simón Bolívar relacionada con el grito ciudadano como señal de advertencia ante el peligro inminente. Henrik Blohm escribe sobre cómo no debe olvidarse que la iniciativa privada puede ser considerada como un motor de desarrollo económico y social de un país. Se reproduce el discurso pronunciado por Carlos Rangel en su homenaje en el hotel Tamanaco en julio de 1982. El tema de su disertación era la comprensión de cómo el estatismo puede ser considerado como un factor de atraso económico. 

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     Robert Bottome, hijo, en una ponencia presentada en el Primer Congreso Venezolano de Ejecutivos de Finanzas, explica cuáles deben ser los ajustes a aplicar para reanudar la vía del crecimiento. Ana Teresa Arismendi Melchert reflexiona sobre la importancia del transporte metropolitano y cómo el Metro de Caracas cambiará la dinámica de la capital. Raúl López Pérez, Presidente del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio), explica sobre lo inapropiado que es la gestión de la indexación salarial y cómo este proceso afecta la estabilidad del salario de los trabajadores. Álvaro Páez Pumar, presidente del Consejo Municipal del Distrito Federal, ofrece unas líneas generales sobre el proceso de transformación total de la estructura jurídica y administrativa de Caracas. Juan Jugo Santini presenta el cuadro general del proceso de integración contemplado en el Acuerdo de Cartagena, documento que fue previamente trabajado en la XXXVIII Asamblea Anual de Fedecámaras. En la sección de gráficas se reproducen fotografías de la visita de los miembros de la Cámara de Comercio a las instalaciones del Metro de Caracas.

Más revistas

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Revista Comercio, Mayo de 1981

El Estado, los empresarios y la importancia del desarrollo económico.

El ballet de las estatuas

El ballet de las estatuas

Caracas Cuatricentenaria

La primera estatua fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india.

La primera estatua fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india.

     “Cuando caía el velo que cubría la estatua y cuando el orador de orden terminaba su encendido elogio, que daba la impresión de que allí se había plantado un recuerdo para siempre. En Caracas ese “para siempre” ha sido con frecuencia pasajero.

     Nuestras estatuas podrían tomarse como expresión de dinamismo de la metrópoli. De su intenso dinamismo urbanístico, pero también de su dinamismo histórico, con todas las incidencias políticas, emocionales o simplemente caprichosas.

     La primera estatua de la que tenemos noticia –¿hubo otras acaso? – fue la escultura donada por don Juan Pérez, en 1842, para una fuente en la Plaza de San Pablo. Era de mármol blanco y representaba una india. Cuando el lugar fue transformado, pasó la india a la Plaza de la Misericordia de donde fue removida tiempo después. El descuido y la indiferencia acabaron con ella. Hoy quedan apenas unos fragmentos.

     Guzmán Blanco, en el vértigo de su propia exaltación, se hizo erigir estatuas en vida. A Caracas le tocarán dos. Una ecuestre, sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante. La otra se levantó en la colina de El Calvario. Con menos respeto fue bautizada Manganzón. Un día, las turbas las derribaron. De paso derribaron también la del padre del Ilustre, Antonio Leocadio Guzmán, que parecía perorar incansablemente en la Plaza de El Venezolano. El Venezolano, con mayúsculas, dicho sea de paso, no era Antonio Leocadio sino su periódico. Joaquín Crespo restituyó la estatua al mismo lugar, más conocido por los caraqueños como la plaza del mercado. Allí estuvo el demagogo hasta que lo llevaron a la Cota 905 para que se aireara después de tan largo vaho de recuas, verduras y ventorrillos.

     En 1935 las turbas echaron por tierra, en la Plaza de Catia, el busto de Juan C. Gómez, don Juancho, quien para su corta inmortalidad no contó con más méritos que haber tenido un hermano llamado Juan Vicente y haber muerto acuchillado Dios sabe por quién.

     Los hermanos Monagas, próceres de la Independencia, presidentes, tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, emancipador de esclavos, contempló por muchos años el vaivén de la sociedad caraqueña que acudía a las funciones del teatro Municipal y el del populacho que se agolpaba a sus pies en los bailes de carnaval. La de José Gregorio, en la Plaza de La Candelaria, mostraba al héroe en un esguince de cadera impropio del guerrero que reclamaba para sí el título de primera lanza de la República.

     Igualmente, efímera resultó la estatua de Ezequiel Zamora que, desde la Plaza de Capuchinos, sable en la diestra, amenaza con gesto feroz al barrio de El Guarataro.

     El Descubridor, el Fundador, el Precursor, el Libertador, el Gran Mariscal no han pasado, pero han sido andariegos. Al norte de la Plaza López, simbólica pero incómodamente asentado en un remedo de carabela, Cristóbal Colón, cara al oeste, señalaba con la mano hacia el plus ultra. A sus pies, en la triangular Plaza España, estuvo el busto de Cervantes. Colón, desplazado por un cuartel de bomberos, fue instalado en Los Caobos. La avenida Urdaneta empujó a don Miguel hasta El Calvario.

Una escultura ecuestre, de Antonio Guzmán Blanco, con sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante.

Una escultura ecuestre, de Antonio Guzmán Blanco, con sombrero en mano, fue instalada entre el Capitolio y la Universidad. Por el gesto del sombrero le llamaban Saludante.

Durante algunos años, los hermanos Monagas tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, frente al teatro Municipal y la de José Gregorio, en la Plaza La Candelaria.

Durante algunos años, los hermanos Monagas tuvieron sendas estatuas. La de José Tadeo, frente al teatro Municipal y la de José Gregorio, en la Plaza La Candelaria.

El busto de Miguel de Cervantes estuvo originalmente en la Plaza España antes de ser trasladado al Calvario.

El busto de Miguel de Cervantes estuvo originalmente en la Plaza España antes de ser trasladado al Calvario.

     A Diego de Losada le erigieron un busto cerca de Pagüita. Desapareció por muchos años. Ahora, al iniciarse el año cuatricentenario, lo replantaron al norte de la ciudad.

     A la sombra del Panteón descansó por largo tiempo, sobre su pedestal del cal y canto, Francisco de Miranda. Hace poco bajó hasta la Plaza Miranda, antes Plaza Bermúdez y mucho antes Mercado de San Pablo. Lo pusieron en un audaz andamio de vigas de hierro. Como era de esperar, chocaron en seguida lo tradicional y la osadía innovadora. Hoy está el Precursor sobre un pedestal de mármol.

     Donada a Caracas por la Colonia Siria, una estatua del Libertador recibía y decía adiós, al final de Caño Amarillo, a los ajetreados pasajeros del Ferrocarril de La Guaira y del Gran Ferrocarril Alemán. Hoy sustituye a Manganzón en lo alto de la redoma de El Calvario. El Ilustre Americano, que en una medalla hizo anteponer su efigie a la de Bolívar, dirá, –si las ánimas inmortales practican la resignación–: ¡A mucha honra!

     En las escalinatas que daban acceso por el sur a la vieja Universidad, hubo otra estatua del Libertador, junto a la cual solían hacerse retratar los recién graduados. Hoy está al oreo de las brisas en Porlamar.

     De la colina de El Calvario descendió una estatua de Antonio José de Sucre para trasladarse a Maracay. La capital enmendó casi enseguida el error a un extremo del entonces puente 19 de Diciembre. El magnánimo y ponderado vencedor de Ayacucho apareció allí, cabeza baja y espada en alto, embistiendo con furia de coracero. Todo este ímpetu fue llevado luego a Catia.

     En la minúscula y desaparecida Plaza de San Lázaro, hermanados en el sacrificio supremo, los neogranadinos Girardot y Ricaurte coronaban un pedestal de mármol blanco. La transformación de la ciudad llevó al grupo a un lugar más adecuado, al centro de la Avenida Nueva Granada. Pero fueron tantos los topetazos de los vehículos trasnochadores, que los héroes de Bárbula y San Mateo se apartaron discretamente a un lado.

     La mujer desnuda, erguida en lo alto de un macizo de chaguaramos, ha sido, es y será “la india de El Paraíso”. La figura, de perfil clásico, antorcha de la libertad en una mano, olivo de paz en la otra y en la cabeza el gorro frigio, resulta cosa extraña al mundo de los indios. Parece simbolizar, más bien, a la República triunfante. Todo esto, con bajos relieves, cóndores y las tres matronas que representan a la Gran Colombia, en estos mismos días retrocedió cerca de dos kilómetros, hasta un extremo de la Avenida La Paz.

     Jorge Washington, el brazo extendido, la mirada hacia la cumbre del Ávila, fue testigo imposible de la mudanza. El ya se había mudado de la vecindad del Teatro Nacional hasta casi el confín de El Paraíso.

     A ambos lados de la “india” montaban guardia el patricio colombiano Camilo Torres y el haitiano, amigo de Bolívar, Petión. Camilo Torres pasó a hacer compañía a Girardot y Ricaurte. Petión fue colocado en el parque El Pinar.

     Hasta el ángel que remataba la Avenida de El Paraíso dio un corto vuelo para posarse en un extremo de la Plaza 19 de Abril. Allí, con las alas extendidas y con su trompeta, parece dispuesto a lanzarse de nuevo al espacio para recordarnos que el “para siempre” de las estatuas es cosa movediza en Caracas.

FUENTE CONSULTADA

  • Revista Líneas. Caracas, N°115, noviembre de 1966.

Boletín – Volumen 115

Boletín – Volumen 115

BOLETINES

Boletín – Volumen 115

Sinopsis

Por: Dr. Jorge Bracho

     Al inicio de esta edición se lee “La crisis ganadera y la circular del General J. V. Gómez” en la que se comentó una misiva enviada a los presidentes de los estados para liberar de tasas impositivas al transporte y cría de ganado en Venezuela (Pp. 1981-1982).

     En “Situación mercantil” se lee, en su primer párrafo: “El mercado se resintió en mayo de la baja del café y sin embargo hubo compradores en la plaza, el movimiento mercantil fue de algún valor y hubo regularidad en los precios” (Pp. 1982-1987).

     Más adelante, “Despedida al señor Gustavo Knoop” en la que se anuncia la partida de este alemán hacia su país de origen (P. 1987).

     En “El caucho y el banano en Venezuela” en el que se informó sobre la visita de un estadounidense para explorar la posibilidad de cultivar caucho en este país suramericano, así como la extensión del cultivo del banano (Pp. 1987-1988). En “Primer Congreso Nacional del Comercio español en ultramar” en el que se dio a conocer un balance presentado en la Asociación General de Expansión Económica (P. 1988).

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     A continuación, “La industria pecuaria en Venezuela” en que se pone a la vista del lector las posibilidades de esta actividad a lo largo y ancho del país, así como algunas dificultades que pudieran entorpecerlo (Pp. 1989-1999).

     En lo atinente a las posibilidades de créditos para la producción desde la banca nacional se expuso “Crédito hipotecario” (Pp. 1999-2000).

     En otro artículo se dio a conocer algunos hallazgos en ruinas de los Mayas en el interior de la selva: “El Egipto de la antigüedad americana” (Pp. 2000-2001).

     Acerca de la Barra en Maracaibo y la posibilidad de ser abierta por consorcios estadounidenses “El petróleo y la Barra” que contiene cortos textos sobre este tema (Pp. 2001-2003).

     Algunas consideraciones sobre la potencialidad de las aguas en el país en “Caídas de agua en Venezuela” (Pp. 2003-2004). El Zulia como uno de los estados con mayor potencialidad y producción de maderas en: “Industrias de maderas en el Estado Zulia” (P. 2005).
En “El Callao” se hizo alusión a algunas características de esta población (Pp. 2005-2006).

     Más adelante, “Reseña sobre productos agrícolas naturales y minerales de la Península de Paria” donde se puso de relieve los aspectos positivos de esta localidad oriental (Pp. 2006-2007). Cuadros y cifras en “Exportación del Reino Unido antes y después de la Guerra” (P. 2007).

     Le siguen unas cortas notas: “Noticias de Colombia”, “Noticias del Ecuador”, “El puerto de Amberes”, “Un nuevo artículo del señor René Chayet, y erratas del titulado “Industria automovilera de 1913ª 1923”, “Alcance a los artículos “La crisis ganadera y la circular del General J. V. Gómez y Situación mercantil” y “Sección de correspondencia” (Pp. 2007-2011).

     Cierran la edición los cuadros “Comercio de café en Maracaibo en abril de 1923”, “Café y cacao exportados por La Guaira en abril de 1923”, “Valores de las bolsas de Caracas y Maracaibo en mayo de 1923”, “Precios de productos en diversos lugares de Venezuela en abril de 1923” y “Tipos de cambio en Caracas en mayo de 1923” (Pp. 2011-2016).

Más boletines

Boletín – Volumen 140

Una sostenida paralización ha caracterizado este mes.

Boletín – Volumen 146

Esta edición de enero de 1926 comienza con una salutación por el nuevo año que comienza.

Boletín – Volumen 114

Inicialmente, “Situación mercantil”. En sus primeras líneas se lee: “En abril los negocios en general estuvieron más animados.

La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

La fidelidad de los caraqueños a Fernando VII, en 1808

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

Fernando VII (1784-1833) fue rey de España entre 1808 y 1833.

     A propósito de los sucesos que se suscitaron en el seno de la monarquía española, durante 1808, con las denominadas abdicaciones de Bayona, se rompió con una tradición en lo que se refiere a la investidura de un nuevo monarca. Varios de los habitantes de Caracas recibieron, en el curso de este año, la información según la cual se llevó a cabo la proclamación de un nuevo rey, el hasta entonces Príncipe de Asturias, quien fue proclamado como Fernando VII. Durante el mismo año no cesarían de llegar noticias alrededor de los acontecimientos políticos de los que la península ibérica era el escenario. A partir del 18 de marzo de este año, se presentaron una serie de manifestaciones políticas, propiciadas por el conde de Montijo, contra el “Favorito”, Manuel Godoy y acusaciones contra los que encabezaban la monarquía frente a las acciones de este último durante el reinado de Carlos IV.

     Desde 1807, un grupo de aristócratas españoles comenzaron a fraguar un movimiento político para desbancar a Godoy y su protector, el rey Carlos, para lo que utilizaron a su hijo en aras de una sustitución. Lo que se conoce como el Motín de Aranjuez fue el episodio que derivó en la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando, en marzo de 1808. Quienes idearon el golpe contra Godoy lo hicieron también para apartar de la corona al rey de turno. Hacía un tiempo que alrededor de la persona de “El Deseado”, Fernando de Asturias, se habían tejido toda una red de reales seguidores para lograr la regeneración del poder político español. Luego del motín El Deseado logró la cesión de la corona de manos de su padre. No obstante, mientras esto sucedía Napoleón Bonaparte había obtenido, por la firma del tratado de Fontainebleau, autorización para cruzar España con rumbo a Portugal, el motivo: obligar a la corte portuguesa a cumplir con el bloqueo comercial contra Inglaterra.

     Las Abdicaciones de Bayona, por otro lado, tuvieron lugar entre el 5 y 6 de mayo de 1808 en la ciudad francesa de Bayona. Es el nombre por el que se conocen las sucesivas renuncias al trono por parte de Fernando VII, que devuelve a su padre la corona obtenida con el motín de Aranjuez, y de Carlos IV, que en la víspera había cedido estos derechos en favor del emperador francés Napoleón Bonaparte. Un mes más tarde, Napoleón designó como rey de España e Indias a su hermano, que reinó con el nombre de José Napoleón I.

     Las renuncias han sido consideradas forzadas por algunos historiadores, pero otros han señalado que ni Carlos IV ni Fernando VII estuvieron a la altura para hacer frente a las presiones y a las amenazas de Napoleón. Las abdicaciones no fueron reconocidas ni en España ni en la América española por los españoles americanos y la explosión de rechazo al nuevo rey José I y de lealtad al cautivo Fernando VII fueron “generales en todos los lugares de la monarquía”, según François-Xavier Guerra. Los españoles “patriotas” llamaron a José I “el rey intruso”.

     El 15 de julio de 1808 los caraqueños conocieron la información de la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo. Los fieles vasallos y las autoridades reales de Caracas se encontraban a la espera de la Real Cédula, que ordenara el desarrollo de las pertinentes conmemoraciones ante tan importante evento: la proclamación de un nuevo monarca.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

El pueblo caraqueño salió a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII.

     En medio de la espera oficial para llevar a cabo una nueva proclamación, en menos de veinte años de la anterior correspondiente a la de Carlos IV, tocaron evidenciar otras noticias provenientes del Viejo Continente. Esta vez llegó una comitiva francesa, el 14 de julio, al Puerto de La Guaira en el bergantín Serpent, cuyo propósito era reunirse con el gobernador y capitán general, Juan de Casas, y entregarle unos pliegos procedentes de la metrópoli. Al ser recibidas las buenas nuevas, el 15 de julio, la algarada en la ciudad capital se generalizó

     Esta situación obligó a las autoridades a sostener una serie de encuentros para tomar las decisiones que consideraron de mayor pertinencia, en el marco legal y jurídico, dentro del Reino. Por supuesto, la inquietud fue uno de los aspectos de mayor presencia ante el temor de un nuevo sometimiento colonial o, por otra parte, enfrentar a quienes venían coqueteando con ideas afrancesadas y republicanas.

     Tanto la información de los emisarios franceses como la propia de la proclamación y jura del nuevo monarca se mezclaron con las ceremonias respectivas. Estas debieron regirse tal cual lo ordenaba la Real Cédula del 10 de abril de 1808. Estas noticias se generalizaron por toda la Provincia. Ante tal situación un grupo de avecindados, de modo espontáneo, salieron a las calles para exigir a las autoridades competentes la rápida proclamación de Fernando VII. Fue por esto que quienes representaban el Ayuntamiento debieron responder de manera presurosa a las peticiones de los integrantes del pueblo.

     La intempestiva medida que los miembros del Ayuntamiento se vieron en la obligación de cumplir, de manera inmediata, no lograron apaciguar los ánimos de aquellos que pedían medidas rápidas y presurosas. Después de sostener dos reuniones, el Ayuntamiento decidió colocar un retrato de Fernando VII en la sala capitular. Con esta maniobra sus miembros intentaban mostrar su adhesión al proclamado monarca. Sin embargo, la decisión respecto al destino de la Provincia no se había discutido aún. El 16 de julio se realizó otra reunión en la que las autoridades decidieron esperar los distintos pliegos en los que se comunicaban las preocupantes noticias que informaban de la renuncia de Fernando VII a favor de su padre, Carlos IV, y la dimisión de este último a favor de su Majestad Imperial y Real, el Emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte.

     En otro pliego, refrendado por el secretario del Consejo y Cámara de Indias, Silvestre Collar, se ofreció la información acerca de la formación de una Junta de Gobierno en Sevilla. Collar, como representante de la Junta de Sevilla, la que se reconocía como Suprema de España y de las Indias, reafirmó la noticia sobre el Real Despacho con el que se llevó a cabo la renuncia de Carlos IV a la corona de España. Como se puede apreciar fueron cuatro informaciones que debieron ser asimiladas por las autoridades de la Provincia. La dimisión a través de la cual Fernando fue nombrado Rey de España y las Indias, la Real Cédula que establecía su proclamación, la cesión del trono a Napoleón Bonaparte y la ordenanza que exigía reconocer a su hermano como rey, así como el mandato de conformar una Junta de Gobierno protectora de los derechos del monarca despojado de la corona. Estas cuatro noticias, que se mezclaron durante el año de 1808 en la Provincia de Caracas, derivaron en decisiones apresuradas, así como que se combinaron con la suspicacia provocada por la injerencia de los franceses en los asuntos políticos del Reino.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

Los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo.

     Entre los días correspondientes al 17 y 18 de julio se efectuaron sendas reuniones, en que se deliberó y consideró lo concerniente a la acefalía del poder monárquico. En la primera se aprobó las represalias contra los franceses y sus haberes en la Provincia de Caracas. En la segunda se alcanzó el acuerdo según el cual debían darse a conocer, por bando y pregón, los acuerdos a que se llegarán a presentar desde el Ayuntamiento. De igual forma, se presentó una sinopsis de lo establecido en la Real Cédula del 10 de abril en cuyo contenido se hizo público el ascenso al trono de Fernando VII y el requerimiento de una nueva proclamación en tan inusuales circunstancias. Se dio a conocer, por la misma vía, el modo cómo las noticias acerca de las abdicaciones habían llegado hasta la Provincia. Ante la presentación de la comitiva francesa, portadora de las inéditas noticias, los habitantes de la Provincia se negaron a plegarse a un “nuevo amo”, así como que Carlos IV no tenía derecho al trono y menos a cederlo a un representante de una potencia extranjera.

     Sin duda, es dable pensar en decisiones tomadas de manera emotiva y enmarcadas en el temor a un nuevo sometimiento colonial. La jura a favor de Fernando VII estuvo cargada de expresiones cuya sensibilidad fue evidente ante el poderío francés y las pretensiones del emperador de los franceses. Días después, el 27 de julio, a continuación de largas y repetidas sesiones el Ayuntamiento dio a conocer una resolución final. En ésta se desconoció la propuesta de Cuellar, acerca de la adhesión a una Junta Suprema, porque según la legislación vigente ello contradecía la justa y debida obediencia a su “Augusto Soberano Don Fernando VII”. De este modo, solo se intentaba demostrar la soberanía representada en su figura regia y de los legítimos sucesores de la Casa de Borbón.

     Sin embargo, en los órganos competentes se establecieron los lineamientos que debían regir la conformación de Juntas para garantizar la “paz y seguridad general”. En medio de tanta confusión los representantes del mantuanaje caraqueño prepararon un documento que hicieron llegar al gobernador el 29 de julio. En él cerca de 45 personas abogaban por la necesidad de establecer una Junta Suprema en la ciudad de Caracas. Entre otras propuestas estaba la conformación de una Junta que tratara directamente con el gobernador y capitán general, cuya justificación se hizo al apelar a la soberanía del pueblo. Según la propuesta ella debía estar compuesta por letrados, militares, eclesiásticos, comerciantes y vecinos particulares. No obstante, esta propuesta provocó el procesamiento de los firmantes como desleales. El proceso judicial se extendería hasta el mes de abril de 1809, cuando los fiscales encargados del caso decidieron que no existían elementos de juicio para castigar delito alguno.

     En términos generales, los eventos de 1808 despertaron una serie de respuestas entre los habitantes caraqueños en la que la jura y fidelidad a Fernando VII pareció marcar el rumbo. Las respuestas expresadas en otros lugares de ultramar permiten pensar en un tipo de unidad alrededor de actos relacionados con el ejercicio del poder regio. Esa unidad se reafirmaba, como se puso de relieve en este año, en lo que tradicionalmente la hacía posible: la jura y proclamación del monarca. Los razonamientos que se conocen de este período no son una expresión de disquisiciones filosóficas o teorizaciones acerca de principios políticos. La emotividad se impuso a partir de las acciones napoleónicas que llevaron al encierro de las autoridades españolas en Bayona. La sustitución de Fernando VII por José Bonaparte condujo a pensar en el derrumbe de la monarquía que, en trescientos años, no había experimentado un trance como el vivido este año.

     La idea acerca de un imperio imperecedero, divino y eterno se resquebrajó y con ellos los temores de pérdida de privilegios y prerrogativas obtenidas con el tiempo. Se debe tener presente que uno de los elementos fundamentales de adhesión a la autoridad establecida se demostraba con actos, conmemoraciones, celebraciones, proclamaciones que, a su vez, representaban la idea de comunidad de los integrantes del Reino. Esto quedó demostrado con la celebración del cumpleaños del “desdichado”, así como las misas, Te Deum, salvas de cañones que, de manera espontánea, se llevaron a cabo alrededor de la figura de Fernando VII y su proclamación. Como conclusión se pudiera argüir que aún no se había definido claramente lo que sucedería posteriormente. Lo cierto del caso, es que entre 1808 y 1809 la América española comenzó a transitar por otros derroteros a la luz de los conflictos entre los imperios trasatlánticos. Además, parece estar claro las debilidades que España ya venía arrastrando desde los tiempos de Utrecht y la Guerra de Sucesión. Quienes empujaron la conformación de una nueva realidad política y administrativa se vieron impelidos por pugnas entre potencias del momento, lo que no desdice los anhelos de experimentar lo que la idea de soberanía y la de representación comenzó a significar desde el lapso del 1700.

Revista Comercio, Julio – Septiembre de 1982

Revista Comercio, Enero – Marzo de 1982

REVISTA COMERCIO

Revista Comercio, Enero – Marzo de 1982

Sinopsis

Por: Esther Mobilia

     La edición está dedicada a la gestión y capacitación del cuerpo de Policía Metropolitana y al proyecto de la Ley Reglamentaria de la Libertad Económica y de la Protección al Consumidor. En el editorial se reflexiona acerca de la crisis venezolana, especialmente por las consecuencias que ha tenido el aumento del gasto público y la falta de controles para su regulación, condiciones que se han mantenido desde la década anterior. Con respecto al proyecto de Ley Reglamentaria de la Libertad Económica y de la Protección al Consumidor, la Cámara de Comercio expresa su opinión al respecto, destacando la importancia de la libertad económica y la democracia como los pilares en los que debe sostenerse el Estado.

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     Luego de ello, Ricardo Sillery, consultor de la Cámara de Comercio de Caracas, expresa su parecer, aduciendo que el proyecto en cuestión no se apoya en los principios de la libertad económica y aquellos preceptos expresados no tienen el respaldo teórico suficiente. Con respecto a la Policía Metropolitana, Rómulo Castro explica en un artículo la evolución del cuerpo a lo largo de la historia, deteniéndose en la importancia de la formación de sus miembros para el logro de los objetivos. Frank de Armas hace un balance de los aspectos más significativos discutidos en el Primer Congreso de Productividad, promovido por la Comisión Venezolana de Productividad (COVEP). En el artículo se analizan tanto los factores internos como externos que afectan la productividad y se hace una exhortación sobre la importancia de la libertad para el incremento de la productividad. Adalberto Cassani analiza la introducción por parte de Consecomercio de la demanda de nulidad de la Resolución 3303 del Ministerio de Fomento ante la Corte Suprema de Justicia. Desde el punto de vista del ámbito de la administración de empresas, Fred C. Hoebel y Aldo Lubrano se preguntan sobre la viabilidad de apoyarse en la psicología para resolver problemas en las empresas: por un lado, se explican cuáles son los problemas más comunes presentes en las empresas, mientras que posteriormente se plantea la posibilidad de incorporar a estos profesionales y se evalúan las etapas de intervención. A propósito del homenaje realizado al Dr. Carlos Lander en el IESA, los editores reproducen el discurso de orden pronunciado por el Dr. Enrique Sánchez. Se reproducen algunas fotos de la Asamblea General Ordinaria de la Cámara de Comercio y de la elección de la Cámara Activa. Culmina la edición con una sátira fabulada sobre las condiciones de la sociedad venezolana y las limitaciones a la libertad económica.

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