Servidor Público 2020

Servidor Público 2020

Servidor Público 2020

     El premio “Servidor Público” que cada año otorgamos a la persona que con su trabajo contribuye a la construcción de un mejor país, fue entregado este 2020 a Carlos Hernández Delfino, Vicepresidente de Bancaribe y miembro de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Caracas, por sus más de 40 años de una trayectoria empresarial impecable.

     La entrega de la distinción fue hecha por Haydée Cisneros de Salas, ex presidenta de La Cámara de Caracas, y por Leonardo Palacios, actual presidente de nuestra institución.

     Para Haydée Cisneros de Salas, el premio enaltece como persona y profesional a Hernández Delfino. “Una trayectoria honesta que nos llena de orgullo a todos”.  Destacó la forma en que Hernández Delfino ha sabido combinar el servicio público desde sector público como desde la empresa privada.

     Leonardo Palacios, con orgullo, emotividad y honor, aseguró que “Es imposible hablar de finanzas públicas sin hablar de Carlos Hernández Delfino… Es hablar de compromiso con Venezuela, su trayectoria impoluta sirve de modelo a las nuevas generaciones. Sin olvidar todos sus aportes a la academia, la historia y su impulso a grandes proyectos para el país y su rescate”.

     Carlos Hernández Delfino, también Presidente de la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura, agradeció el reconocimiento y aseguró que lo recibía comprometido con el país, con las instituciones con las cuales mantiene estrecha relación como La Cámara de Caracas, de la que resaltó su demostrada capacidad de adaptación, preservando los principios y valores en defensa de los derechos ciudadanos, la libre empresa y el derecho a la propiedad, teniendo siempre a Venezuela como norte. Reiteró su determinación de “seguir aportando, trabajando y desarrollando un esfuerzo que nos permita cortar la ruta que nos separa de la reconstrucción nacional”.

     Estadístico de profesión con maestrías en Econometría y Economía Matemática, Hernández Delfino ocupó diversas posiciones en el Banco Central de Venezuela. Entre 1990 y 1992 actuó como Embajador Plenipotenciario a cargo de la negociación de la deuda pública externa de Venezuela y Ministro-Presidente del Fondo de Inversiones de Venezuela. Profesor en cursos pre y post grado, tiene en su haber varias publicaciones sobre economía. Miembro de la junta directiva de Bancaribe desde 1999 y Presidente de la Fundación Bancaribe para la Ciencia y la Cultura desde su creación en 2007. Miembro de la junta directiva de la Cámara de Comercio de Caracas, del Consejo Directivo del IESA y Vicepresidente de la Junta Ejecutiva de esa institución.

50 Años Consecomercio

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     50 años de historia en 50 años de defensa de los intereses, derechos y valores del sector empresarial del comercio y los servicios.

     Todo relato histórico expresa una visión del mundo. No hay historia neutral.
Fundamentamos la creación de la línea del tiempo que cruza los 50 años del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios en la perspectiva de la libre empresa, la defensa de la iniciativa individual y de los derechos de propiedad, la libertad de mercado, y los valores inherentes a la libertad del individuo.

Pueden visualizar el documento completo en el siguiente enlace

Appun en Venezuela

Appun en Venezuela

POR AQUÍ PASARON

Appun en Venezuela

El naturalista Karl Ferdinand Appun

     Una gran porción de viajeros que alcanzaron el territorio venezolano, a lo largo del siglo XIX, eran de origen prusiano o alemán. Varios de ellos habían sido recomendados por Alejandro von Humboldt ante las autoridades gubernamentales, asimismo, tuvieron en sus escritos un modelo a seguir como naturalistas y exploradores de la naturaleza. Uno de ellos fue el alemán Karl Ferdinand Appun (1820-1872) quien estuvo por Venezuela entre 1849 y 1859, lapso durante el cual este país estuvo gobernado por los hermanos Monagas, José Tadeo y José Gregorio. De esta visita nació un texto titulado En los trópicos cuya primera edición se dio a conocer para 1871 en lengua germánica. En Venezuela se haría una edición en castellano para 1961. Entre los objetivos de su expedición, a esta comarca, era el de dar continuidad al trabajo que había comenzado otro alemán, Ferdinand Bellerman (1814-1889). Luego de 1859 marchó a su tierra natal a descansar por males de salud, contraídos en su estadía venezolana. Para 1872 regresaría con el objetivo de explorar la Guayana Inglesa, hoy Guyana, donde encontraría la muerte a manos de indígenas silvestres.

     Appun fue un naturalista y explorador con ciertos rasgos de romanticismo, pero con una fuerte inclinación realista en lo que a sus planteamientos teóricos se refiere. Una de las características de su escritura es que redactaba en primera persona y que sus descripciones estuvieron marcadas por una chispeante, y por momentos, jocosidad. Se debe agregar que fue dueño de una prosa limpia y elocuente en la que combinó las descripciones alrededor del mundo natural y los actores sociales en una dinámica social que observó con admiración y rechazo, disposición muy propia de la visión del viajero, con independencia de su lugar de origen.

 

     Durante su estadía por estos parajes visitó casi en su totalidad las costas venezolanas, entre las que destacaron La Guaira y la gran extensión marítima de Puerto Cabello. Igualmente, examinó las costas y las aguas del Lago de Maracaibo. Hacia el lado sur del país hizo lo propio en las aguas del Orinoco, pasó por Guayana y recaló en Georgetown.

     La Caracas que conoció Appun se diferenciaba poco de la de los primeros años del 1800. Era la ciudad de los arrieros, recuas, vías empedradas y de la mula como medio de transporte fundamental. Los años que pasó en este país, de Suramérica, los ríos eran las arterias viales de mayor importancia para el tráfico de bienes dirigidos a la exportación, como el añil, el tabaco, el café del piedemonte andino y los cueros que iban a los puertos desde donde serían trasladados a Europa. Arteria fluvial junto, ya pasada la temporada lluviosa, con el tránsito por tierra de bienes de consumo. Éstos provenían de la parte sur del país. Constituían cargamentos cuya dirección era hacia el norte de Venezuela, adonde se ofrecía el pescado seco o salado, manteca de cerdo, cueros, tasajos de res y chimó sin procesar recogidos en los llanos venezolanos.

     La pulcra prosa de Appun describió estos procedimientos de circulación de mercaderías, así como que destacó la importancia de la región llanera, en la dinámica económica venezolana en la mitad del siglo XIX. Como quedó dicho él tuvo en Humboldt su guía teórica, así como su mentor intelectual. Fue éste quien lo recomendó ante el gobernante prusiano Federico Guillermo IV, quien ofreció el apoyo económico requerido por el naturalista alemán para su incursión en estos parajes. Si bien es cierto que su tarea era la de explorar el mundo de la naturaleza, los señalamientos relacionados con la vida de los pobladores de esta comarca fueron de destacada relevancia.

     Uno de los aspectos a los que prestó importancia, con cierta amplitud, fue el de los hábitos de consumo y costumbres alimenticias de los venezolanos. Destacó los productos de mayor consumo que se ofertaban en pulperías y en el mercado. Uno de los hábitos que llamó su atención era que los habitantes se aseaban las manos antes y después de consumir sus alimentos. Aunque, observó el alto consumo de carnes de origen animal. Escribió respecto a esta inclinación y agregó que la carne era la consigna del día en Venezuela, “como la cerveza en Baviera”. En cuanto a su presentación o lo era frita, o bien salada o sancochada, tres veces al día, describió con sorpresa, tanta fue su impresión que consignó que su ingesta parecía una especie de reglamento que se cumplía con rigor. Igualmente, recordó que un venezolano de nacimiento vería frustrada su existencia sin el diario sancocho y el plátano asado.

     Algunos cortes de carne le causaron desagradable impresión. En una ocasión apreció unas tiras, de color oscuro, guindadas de un palo que semejaban correas de cuero. Confesó que lo que experimentó, en un primer momento, fue repulsión tanto por su aspecto exterior como por el fuerte olor que de ella percibió. Lo que estimuló esta reacción fue el tasajo o tiras de carne salada que se ofertaban al consumidor. Más adelante recordó que, como no se producía trigo a gran escala se producía pan de dos tipos, de maíz, que aquí se denominaba arepa que, según su gusto, era muy agradable si se consumía caliente y de yuca que era el casabe sin precisar que le gustara.

     A lo largo de su narración exhibió sus dotes de buen prosista. Uno de ellos se refiere a uno de los momentos cuando le provocó darse un baño en las aguas de un río. No obstante, el escogido para ello estaba ocupado, en algunos puntos de su orilla por negras que lavaban en él. Ante tal circunstancia recurrió a encontrar un espacio menos concurrido. Al fin logró su objetivo y en los momentos que disfrutaba de las cálidas aguas de riachuelo percibió que, a un lado, de donde el disfrutaba su sumersión, entró al agua un largo ejemplar de largo hocico que, ante tal eventualidad, hizo que él saliera presuroso del río. Reconoció que era un caimán, por estos predios lo “llamaban baba”, anotó. Confesó que luego se enteraría que era una “especie inofensiva para el hombre”. Agregó al final de este evento que debió salir, cual vestiduras adánicas, a la vista de quienes en un principio el buscó eludir.

     Contó que, en una oportunidad le atrajo una “música horrible y voces ruidosas”. Se trataba de una fiesta a la que se acercó y describió así: las parejas no se movían alrededor una de la otra, sino que practicaban “raros” movimientos en un mismo sitio a lo que agregaban saltos y brincos. Dijo, a este respecto, que sólo observó dos de estas “danzas”, la “baduca y el zapatero”. Resaltó que no describiría de manera pormenorizada lo que vio en el salón de baile, porque, aunque eran ejecutados con gracia, “no pueden contarse entre las decentes”. Por si fuera poca su aversión, ante movimientos poco ortodoxos para él, sumó a su descripción que no era posible continuar exponiendo sus órganos olfativos al “picante” aroma que impregnaba el lugar, “estuve contento al encontrarme de nuevo en la calle”.

Portada del libro del alemán Karl Ferdinand Appun

     En su relato se aprecia la intención de precisar con detalles sus vivencias y de mostrar de modo espléndido tanto los momentos afines con sus costumbres como aquellos que le produjeron sensación de vergüenza, en especial, por desconocimiento no premeditado. Así, recordó uno de estos últimos cuando confundió un ají con un tomate. A este último lo tenía como un fruto de excelente textura y sabor. La forma cómo corroboró la diferencia entre uno y otro lo contó cómo sigue. En una oportunidad, al elegir lo que por su color rojo creyó era un tomate lo colocó en su plato de comida, ante la sorprendida mirada de otros comensales, luego llevó a su boca “una de las frutas de tan lindo color”. Recordó que, a la primera dentellada evidenció la equivocación en la que había incurrido. Aunque, de inmediato, escupió lo que creyó era un tomate al experimentar una sensación de quemazón en labios y boca, junto con una especie de dolor en la misma. Relató que sintió vergüenza y no encontró manera de contener el lagrimeo que acompañó el efecto del picantoso fruto. Contó que a pesar del tiempo transcurrido recordaba aquella escena con espanto.

     Quien se dedique a leer lo que Appun presentó como apuntes de viaje, podrá corroborar su fina mirada y la claridad de su exposición cuando describe, con la intención clara de no dejar escapar detalles, asuntos relacionados con las prácticas humanas. De igual manera, lo que presentó en su obra no se restringió a Caracas, sino que tuvo la disposición de mostrar la mayor cantidad de aspectos relacionados con la Venezuela de los Monagas. Esta disposición se puede constatar en su descripción del llanero venezolano a quien representó como hombres que cabalgaban semidesnudos, por las llanuras del territorio venezolano. En lo atinente a su vestimenta indicó que avanzaban por las llanuras venezolanas “semidesnudos”. Sus investiduras constaban de pantalones cortos y llevaban en su cabeza el “fuerte sombrero de palma”. Portaban en su mano una lanza y la soga utilizada para enlazar al toro colgaba al lado derecho de la maciza silla de madera cubierta de cuero. Relató que no temían a su “principal” enemigo, el tigre, al que cruzaban con su lanza. Agregó que de ellos no se debía pensar como hombres de letras o de gran cultura. “Su naturaleza, generalmente de origen indio, no desmiente su ascendencia”.

     Así como describió los elementos naturales del país, intentó una caracterización de los actores sociales que lo componían. Así, no debe entrar a duda que su percepción del “hombre venezolano” no fue sujeto a generalización. Ofreció las representaciones de lo que para él era ajeno, repulsivo o repugnante junto con el reconocimiento de virtudes en el otro. Es lo que se puede colegir de su percepción del llanero, si bien inculto, de acuerdo con su mapa mental y experiencia de vida, resaltó que el mismo mostraba una honradez, poco generalizada en la comarca. Anotó que el llanero iracundo, vengativo, aficionado al juego y endurecido por lo feraz de su ambiente natural, y por su modo de vida, contaba con una innegable disposición hacia la honradez y la sinceridad, “en lo que se diferencia favorablemente de todas las otras clases incultas del pueblo venezolano”.

APPUN

     Lo que parecería ser una regla, entre los viajeros que pisaron esta comarca en el 1800, se refería a los encantos y belleza de la mayoría de las venezolanas. Dejó asentado que, para cualquier hombre era difícil no percibir el primor y beldad de las damas del país. Subrayó que, las indígenas, las trigueñas, negras y las criollas poseían una tez “rara”, lo que no desmerecía sus encantos. Por otro lado, hizo referencia a los habitantes primigenios u originarios de estos espacios territoriales de quienes ofreció, en contraste con elucubraciones de los criollos venezolanos, una imagen en la que ensalzó el grado de organización social, las técnicas para defenderse de los enemigos y el conocimiento que mostraban de la flora y fauna silvestre. Bajo similar perspectiva, agregó sus alabanzas por la aplicación de remedios tomados de plantas medicinales, lo que lo llevó a reconocerles sus conocimientos de botánica.

     Sus opiniones políticas no fueron muy destacadas, aunque si mostró ser un agudo observador al apreciar los signos de cambio generalizados, en las postrimerías de la década del cincuenta. Contó que en una oportunidad a él y sus acompañantes los habían confundido con espías del gobierno de los Monagas. Quienes así lo hicieron los interrogaron acerca de la figura de Páez y quienes estaban al mando de las fuerzas oligárquicas. En virtud de esta circunstancia contó que él y sus acompañantes se dirigieron a una pulpería en la que escucharon improperios contra el gobierno imperante. Esto lo llevó a pensar que se estaba preparando una rebelión contra el presidente Monagas. Para hacer frente a diversas preguntas, provenientes de caballeros que mostraban inquina contra representantes del gobierno, decidió, en conjunto con sus acompañantes, contestar que eran oligarcas y, además, amigos de Páez.

Magnicidio en el Palacio

Magnicidio en el Palacio

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Magnicidio en el Palacio

     De los millares de asesinatos que se cometieron durante la dictadura del general Juan Vicente Gómez (1908-1935), uno de los más sonados afectó directamente al presidente venezolano.

     En la madrugada del 30 de junio de 1923, hallaron muerto de 27 puñaladas a un hermano suyo, el general Juan Crisóstomo Gómez, de 63 años, en su habitación del Palacio de Miraflores.

     “Juancho” o “Juanchito” Gómez, como se le conocía, ocupaba el segundo cargo más importante en la línea de mando de aquella Venezuela de hace casi un siglo.

     Un año antes, gracias a una enmienda a la constitución, aprobada por el Congreso Nacional, había sido designado como primer vicepresidente de la nación para el período 1922-29, al tiempo que conservaba el cargo de gobernador del Distrito Federal, en tanto que el general José Vicente Gómez, hijo mayor del opresor, fue designado como segundo vicepresidente y se mantuvo como inspector general del ejército.

Palacio de Miraflores

     El escándalo por el magnicidio de Juancho Gómez en la mansión presidencial fue silenciado en los medios impresos que existían en la época. El Nuevo Diario, periódico oficial, apenas reseñó el suceso que calificó de “cobarde asesinato” y se desbordó en elogios con un amplio perfil de la víctima, describiéndolo como un honorable ciudadano tachirense que había nacido en 1860, en una aldea conocida como “La Mulera”, muy cerca de la población de San Antonio del Táchira, y que inició su brillante trayectoria política una vez que su hermano desplazó del poder al también general tachirense, Cipriano Castro, el 19 de diciembre de 1908”. Entonces, Juancho, de 49 años, ocupó su primer alto cargo de su trayectoria política, como gobernador del estado Miranda. Más adelante, en 1915, fue nombrado gobernador de Caracas.

     Una vez enterado del asesinato de su hermano, el general Gómez ordenó que ese mismo día se celebraran las exequias, sin cumplir el protocolo forense de rigor, de practicarle la autopsia a la víctima. Tras una breve ceremonia religiosa en el salón Sol del Perú, muy cerca de la habitación en la que fue masacrado, el cuerpo de “Juancho” Gómez fue conducido en cortejo fúnebre desde Miraflores hasta el Cementerio General del Sur.

Juan Crisóstomo Gómez (Juancho Gómez)

     Se comentó entonces, que fue alguien de la absoluta confianza de Juancho Gómez, pues, de otra manera no se explica cómo pudo llegar un extraño hasta las habitaciones del Palacio. Sin embargo, ese mismo día, el presidente Gómez acusó a los líderes opositores en el exilio como autores intelectuales del crimen, y dio instrucciones para que se iniciara una ola de persecución contra quienes él consideraba como enemigos del gobierno. Entre los primeros arrestados figuraron el poeta Francisco Pimentel (Job Pim) y caricaturista Leoncio Martínez (Leo). Durante mucho tiempo se vivió en Caracas bajo el terror producido por las consecuencias de esa misteriosa muerte.

     Pese a todas las medidas represivas y al férreo control y censura de prensa, ante la importancia del personaje asesinado, en muchos sectores de la sociedad caraqueña se ventilaron rumores en torno a las causas del asesinato de “Juancho” Gómez.

     Desde finales de 1921, comenzó a hablarse de posibles sucesores del general Juan Vicente Gómez, cuando la salud del dictador se deterioró debido a molestias en la próstata y un probable contagio de fiebre tifoidea.

     Una versión sostuvo que el “muerto de Miraflores” fue un crimen familiar relacionado con los aspirantes a la sucesión de la dinastía Gómez. Entonces, el ambiente político del régimen estaba dividido entre los “juanchistas” que apoyaban a Juan Crisóstomo, y “vicentistas”, cuyo respaldo se orientaba hacia José Vicente.

     Otro elemento que se manejó fue el de la intervención de la madre de José Vicente, Dionisia Bello, primera concubina del general Gómez. Al parecer “Juancho” se opuso a que su primo, Santos Matute Gómez, se casara Margarita Torres Bello, hija mayor de Dionisia. Poco después de conocerse la decisión de Matute de romper el compromiso, Margarita se suicidó y la madre juró vengarse.

     Lo cierto del caso es que después de algunas investigaciones, de las cuales nunca se revelaron los resultados, fue acusado el capitán Isidro Barrientos, miembro de la guardia de Miraflores, como autor del asesinato. Aquí entró en juego una tercera versión, relacionada con rumores acerca de las preferencias sexuales de la víctima. También fue acusado del asesinato como colaborador, Encarnación Mujica, primo de Barrientos. Ambos fueron condenados a 20 años de prisión, pero pocas semanas después de anunciarse la sentencia, salieron inexplicablemente de la cárcel de La Rotunda y fueron asesinados por la policía.

     A finales de abril de 1924, casi un año después del asesinato, y de la desaparición física de varios de los acusados de cometer el crimen, en su mensaje anual al Congreso Nacional, el general Gómez se refirió al homicidio de su hermano y expuso su particular verdad, en palabras que reprodujo el periodista Simón Alberto Consalvi, en la biografía que escribió del dictador, editada por El Nacional en 2014:

“La luz de la verdad y la justicia ha venido disipando las sombras del misterio para destacar en toda su fealdad los caracteres de delitos conexos de asesinato y de calumnia, llevados a cabo con fines políticos siniestros, de que rara vez da muestra la perversidad humana aguijoneada por el ansia de lucro y de mando; de modo que puedo anunciaros hoy que el agente inmediato de que se valieron para la ejecución del torpe crimen fue Isidro Barrientos, quien lo llevó a cabo por orden de Rafael Andara, Juan Araguainano, Custodio Prieto y Encarnación Mujica, todos los cuales se encuentran detenidos a la disposición de los tribunales de justicia que harán caer sobre ellos y sobre sus investigadores y cómplices todo el peso de las Leyes”.

El vicepresidente José Vicente Gómez Bello y su esposa Josefina Revenga Sosa

     Cuando se acababan de celebrar dos años de la muerte de “Juancho” Gómez, el 24 de junio de 1925, el dictador pidió al Congreso eliminar el cargo de primer vicepresidente que había tenido su hermano y al poco tiempo también “despachó” a su hijo de la segunda vicepresidencia, al nombrarlo agregado militar en la embajada de Venezuela en Francia.

     En Europa, José Vicente se unió a su madre, Dionisia Bello, quien se había sido obligada a salir del país poco después del asesinato, radicándose en un castillo muy cerca de la capital francesa, donde pasó el resto de su vida. El hijo mayor de Gómez falleció de tuberculosis en Leysin, Suiza, el 3 de febrero de 1930.

     Casi cien años después de aquel horrendo crimen, todavía no se sabe a ciencia cierta la verdad. Hoy las hipótesis son numerosas: intrigas palaciegas, ambiciones, desordenadas pasiones carnales, corrupción, celos, venganza, traición y muerte.

Tumba Juancho Gómez
Caracas en 1891

Caracas en 1891

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

     El historiador caraqueño José Antonio de Armas Chitty (1908-1995) se incorporó al Instituto de Antropología e Historia de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en 1949. A partir de ese momento, inició un arduo trabajo de investigación sobre personajes, pueblos y ciudades de Venezuela. Entre los numerosos hallazgos que logró, tanto en archivos nacionales como extranjeros, se encuentra una interesante y detallada crónica sobre la Caracas de hace ciento treinta años atrás: 1891.

     El escrito no está firmado, pero tiene gran importancia por la magnitud de datos que proporciona, debido a ello, de Armas Chitty, en su afán de divulgar nuestra historia, lo transcribió y publicó en el diario El Nacional, en su edición del viernes 11 de mayo de 1956. Muchos años después, en mayo de 2020, el trabajo fue reproducido en el acucioso blog de la profesora María Filomena Sigillo, denominado “Caracas en Retrospectiva”.

     He aquí la valiosa crónica:

Caracas en 1891

Por José Antonio de Armas Chitty

Mariano Picón Salas

     “La Caracas de 1891 tenía algo más de setenta mil habitantes y cerca de noventa mil incluyendo las parroquias foráneas. También alrededor de diez mil casas. Las parroquias foráneas eran Antímano y Macarao, La Vega, El Valle, El Recreo y Macuto. Era un pueblo grande cuyos límites urbanos no pasaban de las esquinas de San Roque, Palo Grande y Alcabala.

     Aunque hacía El Paraíso ya se prolongaba el ansia de romper aquella figura irregular que venía desde la Colonia, Caracas vivía entre El Ávila, el Guaire, los pastizales de las Haciendas El Conde y el bosque occidental que llegaba hasta La Quebradita. La visión de esta Caracas nos la ofrece una «Descripción» de autor desconocido que publica el «Boletín de la Riqueza Pública de los Estados Unidos de Venezuela», en su número, 16 correspondiente al 28 de octubre de 1891. Quizás escribiese la «Descripción» algún redactor del «Boletín» o su director Carlos M. Rosales, aunque lo escueto de los datos y lo desaliñado del estilo hace pensar que no fuese Rosales.

     La ciudad, según el ilustre anónimo, tenía un área de 4.272.000 metros cuadrados. Alude a las partes más altas de Caracas, la Alcabala de La Pastora, a 1.043 metros sobre el nivel del mar, y la de Puente Hierro, a 880. Para esta época había pues una alcabala llamada de Puente Hierro y es lógico pensar que estaba ya un puente de hierro.

     La «Descripción», como es natural, dice que la ciudad ha sido cuna de egregios varones y enumera los principales héroes del partido civil y militar; viajeros ilustres que visitaron a Santiago de León durante la Colonia y época posterior; hombres de ciencia que gozaron de la calma de aquellas saudosas y lentas cuando nuestros antepasados iban graves de negro, sombrero alto, ceremoniosos, por las calles angostas y empedradas.

     La narración está acorde a la arquitectura de la ciudad. 

Raimundo Andueza Palacios por Antonio Herrera Toro

     Dice en efecto: «Vista por el lado físico, la ciudad de Caracas presenta hoy un aspecto encantador. A las estrechas calles han sucedido elegantes avenidas y a las sombrías y lisas paredes de los conventos y edificios públicos, las fachadas de arquitectura moderna. El alumbrado de gas ha sustituido al petróleo y el encanutado de hierro a las antiguas cañerías para el reparto de aguas. El sistema de fabricación ha cambiado radicalmente sin que pueda decirse que haya casa de las nuevamente construidas en que la elegancia del frente no corresponda a la belleza y comodidad del interior».

Niños caraqueños

     Sin duda que es admirable el entusiasmo del cronista, pues las flamantes avenidas a que se refiere debieron ser las calles aledañas al Capitolio, obra de Guzmán Blanco, después que el Ilustre echó abajo el convento y el Capitolio alzó sus columnas griegas, quedó en las calles que lo rodean espacio suficiente para avenidas futuras. Este espacio es lo que anima y hasta deslumbra al desconocido cronista.

     Pero viajemos: «Tiene Caracas espaciosas y empedradas calles tiradas a cordel con acera de cimento romano; (así cimento, como se dijo hasta hace más o menos treinta años); doce plazas con preciosas alamedas y jardines y decoradas con estatuas de nuestros libertadores y hombres preeminentes; un viaducto de 141 metros que una el paseo de «El Calvario» con la capilla del mismo nombre y 40 puentes que facilitan el tránsito; entre éstos, sobresalen el de la «Regeneración» y el llamado 9 de febrero que son de hierro y de atrevida construcción.

     Más adelante al referirse a los edificios oficiales habla de «la Casa Amarilla residencia particular del presidente de la República». Para demostrar que el movimiento urde es inmenso, el cronista es injusto con las carretas pues a ellas es a las que debe aludir cuando al final del siguiente párrafo dice: «Sus calles están cruzadas por varias líneas de tranvías y por innumerables coches y otros vehículos».

Hotel Humboldt

     Al indicar las líneas férreas que partían desde Caracas hacia el interior, después de citar que iba a La Guaira «obra de audacia incontenible»; la que llegaba hasta Petare, Antímano, Los Teques, habla de «la última que une con el Pueblo del Valle». Ignorábamos que hasta El Valle hubiese existido ferrocarril.

La Caracas de los techos rojos

     Era pues, nuestra Caracas estrecha «vista por el lado físico de su aspecto verdaderamente encantador». Ofrecía también la ciudad- según el cronista- «todos los elementos de comodidad y distracción que puede tener la vida civilizada; teatros, hoteles, fondas, clubs, cafés, etc. y para alimento del espíritu y estimulo del hombre estudioso una famosa biblioteca de 31.125 volúmenes». Igualmente alude al Museo Nacional donde había colecciones valiosas de «objetos de mérito y documentos».

     Esta Caracas de «tan amplias avenidas» tenía 168 médicos cirujanos, 182 abogados, 165 ingenieros y 70 agrimensores. La «Descripción» promete una parte en la cual estudia y aborda la instrucción pública que no hemos podido localizar. 

     Así era Caracas de 1891, la de Andueza Palacios, capital de un país que vivía del café, del oro, de las reses (entiéndase vacuno); un país que exportaba hasta buches de pescado. Un año después, por octubre, entraba a la misma Caracas bajo un aguacero que hizo desbordar considerablemente El Guaire, a la cabeza de millares de hombres desnudos sobre caballos borrosos de greda y los trabucos en las cañoneras de las sillas, el general Joaquín Crespo, caudillo de carácter bonachón que todavía llaman liberal; caudillo que salvó a Venezuela de los horrores continuistas de Andueza para instalar el paraíso continuista de Crespo”. 

La Caracas de finales de siglo XIX

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