Perfil de Caracas

Perfil de Caracas

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Perfil de Caracas

Por Aquiles Nazoa

     Aun quedan en la Caracas de 1945 algunos caraqueños ingeniosos y bien educados: don Pedro Emilio Coll, el Dr. Santiago Key Ayala, Eduardo Michelena, caraqueñísimo gerente de nuestra “Lotería de Beneficencia” que escriben y hablan un castigado e incisivo idioma y sienten horror físico y moral cuando leen en un periódico venezolano de estos días frases como la siguiente: “La culturización masiva del conglomerado promete ser exitosa”. El área geográfica de estos caraqueños, últimos depositarios del estilo, se extendía en dirección oeste-este, desde el guzmancista “Paseo del Calvario” con sus ninfas y estatuas de bronce a la moda de 1870 y su romántico jardín criollo, hasta el parque de la Misericordia, deteniéndose ―es claro― en sitios tan característicos como la Ceiba de San Francisco, el patio de la Academia de la Historia, la esquina de Las Gradillas, la plaza Bolívar con sus viejos guerrilleros que cuentan anécdotas de la  revolución de 1903 del “Mocho” y del “Caribe Vidal” y la antigua “Cervecería de la Torre”, y que hasta 1925 ofrecía a los trasnochadores unas deliciosas tostadas de queso amarillo y un casi sólido chocolate español. Todavía en 1936, Luis Correa era un insuperable “cicerone” de Caracas. Luis representaba como pocos caraqueños esa curiosa mezcla de costumbres francesa y española que se superpuso al misterio y azar de nuestra visa criolla y marcó el tono social de la pequeña metrópoli entre los últimos años del siglo XIX y los primeros cinco lustros del presente: la Caracas de la época que puede llamarse con una palabra antipática, “pre-petrolera”. Era la Caracas donde las mujeres se vestían con los modelos de la “Compañía Francesa” que parecían reproducir las figuras de Toulouse Lautrec y de Renoir, aunque el exceso de plumas, de cabellera y de punzones en el sombrero no estuviera de acuerdo con la circunstancia climática. Del “Colegio San José de Tarbes”, donde aprendieron la angulosa caligrafía francesa con sus letras enormes y un tanto afectadas, las muchachas de la buena sociedad o de la clase media pudiente salían para casarse con tanta ostentación que durante una semana la crónica de los periódicos publicaba la heteróclita lista de los regalos. Estos comprendían desde los más caros aderezos de la casa Gathman hasta unas horribles estatuillas de terracota italiana con escenas pastoriles, cazadores de Tirol o muy sonrosadas aldeanas del lago de Como, de aquellas que describió Manuel Díaz Rodríguez en sus “Sensaciones de viaje” (1896). El desecho de esa Caracas que se fue, las últimas formas retorcidas del 1900 se pueden observar todavía en algunas casas de San José o San Agustín o en las “chiveras” como la del antioqueño Restrepo, quien con su cultura y formalidad colombiana ha actuado como un verdadero Proust del comercio siempre a la busca del tiempo perdido.

     El francecismo caraqueño de entonces predominaba en trajes y perfumes, en el exceso de Champagne Cliquot en los matrimonios y grados académicos, en la Literatura de la generación de “El Cojo Ilustrado”, que escribió cuentos a lo Maupassant, “manchas de color” y “análisis de almas. Prevalecía, además, en algunos restoranes ya desaparecidos como el “Louvre”, cuyos menús organizaban de modo insuperable los últimos “gourmets” que he conocido: Luis Correa o el Dr. Francisco Izquierdo, Gustavo Manrique Pacanins, ahora Procurador General de la Nación y adepto, por mandato médico, al Agua de Vichy o al “Evian”, quien fue hasta pocos años un excelente anfitrión. Las nuevas generaciones ―hay que decirlo― han pedido el sentido del gusto y hasta cometen el sacrilegio de beber whisky durante la comida. Pero aquel francesismo no chocaba, de ningún modo, con el españolismo más popular de viejos cafés, hoteles y botillerías como el difunto “Barcelonés”, el antiguo “Hotel Continental”, de grandes balcones gaditanos, cierto “Hotel Familias”, última Thulé de los cómicos y banderilleros sin contrata, ni con el entusiasmo por las corridas de toros, las inmensas apoteosis tributadas a Belmonte y al “Gallo” y la paciencia para escuchar recitales de Villaespesa, de Eduardo Marquina o de Juan José Llovet. Todavía en 1942 en alguna casa de la calle de Candelaria, en medio de una reunión con música y canto, la señorita recitadora que cultivaba como una orquídea su tuberculosos incipiente, disparaba ante el pequeño público os verso aprendidos en la “Academia de Declamación” de Fernández de Arcila:

En tierra lejana

Tengo yo una hermana

…………………………

() de manera más cálida

…Iba muerto de sed. Tú voz tenía

un trémulo frescor de agua corriente

     Era tan grande la separación de los sexos (aunque el fox y el one step representaron una verdadera revuelta moral frente al vals y la mazurca) que a través de los versos, muchachas y muchachos en plena combustión afectiva se decían lo que hubieran preferido decirse en el más elemental y eterno lenguaje de las manos.


El francecismo caraqueno de entonces predominaba en trajes y perfumes

     Mucha gente ―y es la diferencia con los presentes días― estaba entonces, como fuera de la circunstancia histórica. Apenas se podía afirmar que vivían. No era solo el horror de la dictadura gomecista que impuso casi a cada familia el tributo de un preso político, sino la mezquindad y pobreza de una clase media ―que aún no se atrevía a llamarse de ese modo― y el silencio y abandono del pueblo. Las pensiones de estudiantes por donde el 1922, 1923 los que teníamos veinte años entonces padecimos hambre e incomodidad, eran frecuentemente comandadas por señoras de muchas campanillas, aspirantes a conseguir una protección fija del Estado como descendientes de próceres o de los veinte mil generales que a través de las guerras civiles se sacrificaron por el país, y mientras la patria las premiaba, parecían cobrarse un anticipo de nosotros. Se puede hacer una novela triste y barojiana de aquellas pensiones de estudiantes. Están en la novela todos los elementos: el culto del pasado con la anciana señora que de su preterido esplendor efímero conserva zarcillos con que fue a un baile guzmancista cuando el centenario del Libertador; la tragedia de los “punta de raza” que interpretaron en algunos cuentos Pocaterra y Urbaneja Achelpohl; la del estudiante cuyo romanticismo contradictorio quiere conciliar el platónico amor, a base de versos, flores y cartas y la “enfermedad de trascendencia social” de que está padeciendo, y la inesperada presencia en la casa de dos policías de “la secreta” que vinieron a buscar a uno de los jóvenes “porque se había expresado mal del gobierno”. Y ya se sabía demasiado en los días de Gómez, cuál era el itinerario de quienes no trataban al Gobierno con irreprochable cortesía.

     Una Caracas plutocrática reemplazó ya, muy definidamente, hacia 1925 a la Caracas afrancesada y andaluza de los comienzos de siglo. La antigua economía agrario-pastoril era sustituida por la vertiginosa e imperialista Economía del petróleo. Naturalmehte que los grandes jefes petroleros de aquellos años, los ingenieros de Texas que vinieron a perforar nuestro subsuelo y los “advisers” políticos que toda compañía americana paga para entenderse con la mañosa gente criolla, visitaban al General Gómez y en las concesiones que el Gobierno hacía a las empresas, se reservaban algunas “royalties” de privilegiados del regimen. Así os últimos años de la dictadura constituyeron una invitación al enriquecimiento. Entre que nio siquiera se habían capacitado para ser ricos, saltando todas las etapas sociales y culturales, se veían de pronto con una ingente masda de millones. Si los venezolanos del 1900 bebían en las botillerías españolas de grandfwesw espejos y mesas de mármol o en los “Clubs” de “La Concordia”,  “La Alianza”,  ”La Unión”, ”La Amistad” y ”El Comercio” que existían en las capitales de provincia su cognac “Hennesy” o sus capitosos vinos andaluces y tarareaban cuando estaban borerachos, el dúo de “Los Paraguas” o la romanza del “Caballeo de Gracia”, desde 1925  el “whisky and soda” sustituyó a los licores mediterráneos y una borrachera ―cuando había norteamericanos― podía concluir con el idiota estribillo de una de las primeras películas habladas de entonces:

If I had a talking picture

of you…

     Las tertulias familiares con valses románticos, sangría preparada en la casa y poemas de Andrés Mata, fueron reemplazadas por los “parties” a la yanqui, en los “Country Clubs”. La muchacha nadadora o tennista tuvo más validez social que la recitadora. Entre 1925 y 1936, Caracas edificó para el exclusivo disfrute de una plutocracia satisfecha algunos de los más bellos clubs campestres de la América del Sur: el “Country” con sus grandes avenidas de Chaguaramos y mangos y el estupendo atersonado de su comedor; los “Palos Grandes” con sus terrazas que se recuestan junto al Ávila y proyectan el mejor balcón para dominar todos los verdes del valle; el  “Club Florida” con sus acacios rojos y su gran piscina de azulejos; el “Club Paraíso”. También ―y como la otra cara de la medalla― un infeccioso mal gusto de gentes que necesitaban mostrar su dinero, se divertía en algunas quintas de las urbanizaciones, quintas de doscientos a trescientos mil bolívares. 

     En Maracaibo, ciudad más afectada aun que Caracas por esta riqueza sin estilo ni raíces, el General Pérez Soto hacía erigir el complicado y costosísimom merengue, revestido den chocolate, fresa y sapote, de la “Basílica de Chiquinquirá”. El pueblo venezolano asistía mudo y desengañado a esta bacanal de los ricos; apenas los domingos en las pulperías del barrio de Catia mientras vaya su canción mexicana o su tango argentino la última victrola o radio estrepitosa perifonea las carreras consumían su “berrito” y su “caña” mala que daban a los hpspitales su cuota de desnutridos, tuberculosos o cirrósicos. Para la “consunción”, el “pasmo”, la“bola de fuego en el estómago”, el “quebranto de huesos” o la “lombriz de cuatro cabezas”, el viejo brujo criollo ofrecía sus pócimas, sus parches, yerbas y bejucos. Y hasta el Dictador Gómez, que nunca perdió el alma de labriego supersticioso y soprendido, consultaba al yerbatero Negrín. Desconfiado de todo ―hasta de su policía― había hecho traer de la montaña a una legión de mocetones sanos y analfabetos (a quienes se les hacía creer  que los “caraqueños” podían “madrugárselos”) para constituir la feroz banda de chácharos. En alguna oculta casa y por misterioso sistema de “células”estudiantes y chicos con deseo de emancipación se reunían para disvutior las bases del “materialismo dialéctico”. La censura intelectual la ejercitaban, a veces, en las librerías los “chácharos” que alcanzaron a aprender el “Libro Segundo” y que tenían órdenes de incautyarse de cuanto papel pareciera sospechoso. Pero se cuenta que una roja edición de “El Capital” de Marx pudo mostrarse impunemente durante largo tiempo en una librería porque su título parecía a los censores coincidente con el pensamiento del general Gómez. ¿No era el “Benemérito”, como decían los periódicos, “defensor del Capital y de los hombres de trabajo?”

     Para reposar y seguir mirando sus prados, los grandes bueyes zebú traidos de la India, los camellos de dos jorobas que eran ornato de su jardín zoológico y escuchar de madrugada las coplas del ordeñador, el General Gómez había construído para sí y para los suyos que fueran muriendo una alta tumba en forma de mirarete islámico, en la verde y jugosa campiña de Maracay. Allí duerme hasta ahora inalterable sueño, a partir de un trajinado mediodía de diciembre de 1935. Murió confortado por los auxilios humanos y divinos y hasta asistente al Solio Pontificio, porque Su Santidad lo hizo Conde romano, Caballero en grado máximo de la Orden Piana y lo emparentó con los Chigi y los Torlonia, los príncipes que desde hace siglos montan guardia junto al primer trono de la Cristiandad. 

     Sin embargo, se parecía, más bien, a los califas de las Mil y Una Noches en cuanto era profundamente desconfiado, hablaba en apólogos que se hacía necesario traducir al lenguaje lógico de Occidente y practicó casi que por obligación ritual ―porque era ascético más que voluptuoso― la más seria poligamia. Aunque parezca extraño, hay muchas gentes que todavía lo recuerdan y le rinden invisible culto porque, entre otras cosas, la Venezuela surgida después de 1935 les impone mayor esfuerzo mental. Por enero de 1936 los viejos parques de Caracas y hasta los dos circos taurinos (el “Metropolitano” y el “Nuevo Circo”) se convirtieron en foros ideológicos. Los emigrados que volvían de los más antípodas sitios del mudo, que vieron la “Plaza roja”, los mitines parisienses del “Vel d’hiver” o la huelga de los mineros asturianos, abrieron ante los ojos de la ávida multitud su caja de sorpresas políticas. Se arengaba y se discutía: había liberales, socialdemócratas, socialistas de la II Internacional, comunistas, troskistas y aun numerosos inconformes que aspiran a establecer su propia teoría sobre el Estado y la Sociedad. El lenguaje criollo que se estancara en la simpleza aldeana y la continua represión exigida por la dictadura o en la formas ya convencionales de los “dicursos de orden” y del pseudo-clasicismo académico, recibía un continuo aporte de barbarismos o de nuevas nomenclaturas para revestir las cosas. Surgieron palabras pedantes y difíciles como “culturización”, “conglomerado”, “estructuración social”. Una manifestación como la que en febrero de 1936 fue a pedir al General López Contreras que “ampliara el radio de libertades públicas”, (para hablar en lenguaje de aquellos días), se llamaba un “desfile masivo”. Pero, a través de las nuevas palabras, y aun contra el rechazo d els académicos, penetraba en la vida venezolana mayor emoción social y sentido de justicia. Hasta la mujeres prefirieron a su antiguo “Nocturno” en el piano, junto al novio pálido y el ramo de rosas, la organización de centros culturales y filantrópicos, de casas-cunas, casas hogares, y aun pronunciar arengas de lucha en la “Federación de Estudiantes” o en los incipientes partidos «democráticos”. El gobierno no podía menos que empezar a descubrir algunas palabras que como “Sindicato” habían sido proscritas del vocabulario oficial. En los periódocos podía decirse que en el llano habíam paludismo; que en el Estado Yaracuy la única forma de propiedad agraria es el latifundio y que los maestros primarios ganaban sueldos de hambre. Y aun contra todos los prejuicios (de los ricos contra los pobres, de una plutocracia irresponsable y satisfecha contra los intelectuales, de la mediocridad titulada contra el hombre inteligente, de los viejos contra los jóvenes, del venezolano que no salió nunca y se siente depositario e intérprete de cierta misteriosa realidad autóctona que no podrán comprender quienes vivieron en el extranjero), mucho se empezó a hacer. Surgieron nuevos hospitales, unidades sanitarias, escuelas, comedores escolares, institutos y servicio público de toda índole.

     Al pueblo y la clase media se le dieron facilidades para adquirir vivienda propia sin tener que pagar a los bancos el honorable interés del 12 por ciento y gravar todo lo mueble e inmueble con la más sólida hipoteca,. Junto a las urbanizaciones de los ricos aparecieron las de los trabajadores y modestos empleados como “Bella Vista”, “Pro Patria”, “Lídice”. En los grandes bloques del actual “Silencio” en que han trabajado arquitectos de fina sensibilidad como Villanueva y Bergamín no se escatiman el aire, la luz, los prados verdes para que corran los niños. Son como la maqueta y prefiguración de una nueva Caracas más aséptica, justiciera y luminosa que la que desapareció con la dictadura. En la Caracas de hoy ―como lo puede afirmar en Dr. Baldó― la tuberculosis ya no es una enfermedad de moda. Y la caraqueña prefiere su rostro y su espalda “arrosquetada” por el sol del deporte a la “palidez lilial” de otros días.

     Hay, naturalmente, grandes problemas por resolver. La vida es cara y economistas y sociólogos analizan los efectos que nos produce la racha petrolera. Se ha hecho bastante por la educación del pueblo, pero nos falta todavía un claro y preciso plan de alta cultura. A los veinte años los muchachos quieren ser ricos, miembros de los Clubs más plutocráticos, irresistibles dominadores de la Sociedad, pero carecen de calma para prepararse.

     Quieren realixar, a veces, la Revolución o el Capitalismo sin cumplir las etapas previas que las dos metas antagónmicas necesitan. El temprano discurso de mitin ahoga en algunos chicos que tienen talento, todo serio trabajo de estudio y documentación. Ya repetirán con una voz que de armoniosa se hará gastada, las mismas consignas que fueron nuevas y que se van descolorando. Las damas, en lugar de conversar, con su nativa gracia de pájaros, prefieren juntarse a jugar “bridge” o “rummy” . Lo que la vida social pierde en ingenio, buenas maneras y espiritualidad, se sustituye por inagotables rondas de whiskey y de cocktails. Lo más necesario para el éxito caraqueño no es la imaginación diabólica o el racionamiento calculador de los personajes balzacianos, sino el hígado a prueba de “bombas”y de trasnochos. Junto a los dorados “high balls” se hacen negocios.

     Y algún inmigrante audaz que llegó hace poco tiempo, aprendió pronto las mañas de los criollos y sobre esas mañas edificó su alta especulación, nos mira con piedad a los que en esta tierra tan próspera seguimos escribiendo o leyendo libros. Sin embargo, contra todos y contra la misma prosperidad, hay que seguir en nuestro duro oficio de ser venezolanos. La virtud nativa, por excelencia, es esta estoica y casi intemporal virtud del “aguante”. Ella le pone a la ilusión y esperanza con que es necesario seguir combatiendo y soñando por el país, un revestimiento duro y viril como el de la “pitahaya” que bajo su corteza espinoza acendra tan tónica frescura.

     Compréndame bien. Yo so caraqueño. Yo amo a Caracas. Por eso me duele ver mi ciudad convertida en la misma ciudad standard que vemos en todas partes. Asómese al balcón. A Caracas la quieren convertir en una ciudad de colmenas. Carlos Manuel Moller

 Infomación tomada de la revista Elite. Caracas, N°1.398, 19 de julio de 1952; Páginas 8-11

Navidad

Navidad

CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Navidad

Por Aquiles Nazoa

     Tal vez el atributo que le confiere a la Navidad tan conmovedora significación humana sea el trasfondo melancólico que matiza su bulliciosa alegría. Un resplandor de inefable tristeza convoca en Navidad el corazón de los hombres hacia la memoria de cosas muy lejanas y un tiempo amadas. Pero es también esa la fiesta de la esperanza, de la fraternidad y del amor. El alma del niño que una vez fuimos divaga entre los olores caseros del turrón y las ropas de estreno; la sonrisa de nuestra primera novia tiene la boca llena de uvas. La Navidad nos pone a vivir en dos tiempos. Nos bastaría subirnos en el trineo de esta hermosa tarjeta, para viajar con el sueño hasta el país de los cocuyos; pero una rápida mirada por la ventana, hacia el radiante cielo nocturno de diciembre, nos restituye a la fe en que este instante del mundo es también hermoso, puesto que aún podemos de un solo trago celeste, llenarnos los párpados de estrellas.

Navidad caraqueña

     En todos los países se asocia la Navidad a la idea de niñez; lo que permite definirla como la fiesta más bella que se haya inventado, es precisamente el hecho de ser unas efemérides cuyo personaje central es un niño. Es igualmente la Navidad entre las fechas del cristianismo, la más popular y extendida en el mundo, pues merced a los atributos de ternura que reviste, es la que más hondo llega al corazón de los hombres en todas las latitudes. Tórnense en esos jubilosos días los ojos espirituales de la humanidad hacia el resplandor de la esperanza en que envuelve a la tierra, desde los cielos más azules del año, la Estrella de Belén, anunciadora de paz y buen tiempo para los habitantes del mundo. Ya en las gélidas tundras que entristecen el mundo blanco de los trineos, ya en las grandes ciudades septentrionales que en estos tiempos se recogen en su sueño melancólico y sereno, algodonados los días por el perezoso descenso de los copos ya en las comarcas cálidas de América, donde la tierra se exorna con el azul infantil de las flores de pascua, animados todos los seres de un misterioso impulso de regreso en el tiempo, diríase que para esa época jubilar del corazón, los pueblos se hacen niños y en el culto inocente, casi pueril, que dedican por entonces a la figura encantadora del Niño Jesús, realizan idealmente el anhelo, que a todos nos asiste en lo más secreto de nuestra intimidad, de retornar alguna vez por siquiera un instante, al mundo iluminado de nuestros siete años.

     Es por eso la Navidad la fiesta de los juguetes y de las golosinas, la que trasciende el sentimiento religioso para asumir el acento de los cuentos y de las fábulas: centrada en la figura de un niño, la ternura del símbolo auspicia su maravillosa atmósfera de infancia. Trineos, pastorcillos, nieve, menudos corderitos, reyes mágicos: todo ese elenco humano, todo ese decorado y fabulosa utilería que adornan tantos siglos de tradición navideña, parecen más que los componentes de una conmemoración religiosa, los del más lindo de los cuentos.


San Nicolas, símbolo de alegría navidena

     Lo que es hoy la Navidad remonta sus orígenes a tiempos remotísimos de la historia. Como la conocemos hace 19 siglos consagrada en ese tiempo a festejar el nacimiento de Cristo, ya la celebraban mucho antes del cristianismo los romanos y se la consagraban a la primavera, en la figura de Ceres, deidad pagana de las cosechas, y también en la de Venus, diosa del amor. Siempre se la relacionaba con la idea del nacimiento, pues se refería precisamente a la estación en que la tierra se despoja de las nieves que durante el invierno la mantuvieron como muerta bajo su melancólico sudario, y resurge a la vida, cubierta de hojas nuevas y coronada de flores, mientras los ríos reinician la música de su viaje, derretidos ya los hielos del invierno por el padre sol, que aparece victorioso en el limpísimo cielo de primavera.

      La gente entonces se contagiaba de la alegría del mundo que reasumía el júbilo y la belleza del vivir. Las fiestas se ilustraban con actos hermosos de fraternidad y amistad. Como hoy todavía, los ciudadanos se prodigaban en sonantes abrazos, se hacían regalos y se congregaban en imponentes comilonas. Los dignatarios comparecían fastuosamente vestidos, en compañía de su familia, a la puerta de sus palacios, para recibir las felicitaciones de sus súbditos, criados y amigos. Estos traían la felicitación finamente caligrafiada en una tablilla, y antes de entregársela al anfitrión se la leían de viva voz. Así nacieron las que hoy son nuestras tarjetas de Navidad. Las redactaban y caligrafiaban unos escribanos públicos llamados tabeliones, que eran a la vez poetas y artesanos, y para aquellas ocasiones se instalaban con su equipo en las plazas públicas. Los tabeliones romanos son los precursores más antiguos de las imprenticas que con idéntica finalidad de imprimir tarjetas de felicitación, se establecen por el tiempo de las Pascuas en los mercados de Caracas.

     La más conmovedora manera de celebrar la Navidad es quizá la que se practica en algunas regiones de Alemania. El acto con que las fiestas comienzan es aquel en que los niños de la ciudad van en procesión hasta el cementerio para ponerles en sus tumbas regalos a los niños allí enterrados. En la Unión Soviética la fiesta no es religiosa, pero es igualmente bella. En esa época, todos los escolares y estudiantes se van a los campos para prepararles sus cuevas y nidos o guaridas a los animalitos, a fin de que las conserven dispuestas, accesibles y tibias durante las terribles nevadas que azotan en esa época a la tierra rusa. En Inglaterra es tradición que, los niños, de los dulces y panes que se sirven en Navidad, reserven unas migajas para ponérselas ellos mismos en las ventanas a los gorriones, que durante el invierno se quedan sin alimentación. En Venezuela la tradición navideña no ha conservado su genuidad sino en los Estados Andinos. Allí para estos días se usa todavía el adornar las casas con ramas de la planta aromática llamada Albricias, palabra que designa el regalo que se hace como recompensa al que nos trae una buena noticia. Ese es el sentido simbólico de las albricias andinas: es la recompensa que el pueblo le ofrenda al Niño Jesús por la buena nueva que trae, de que el hombre se salvará. Es muy estrecha en todas las expresiones de la tradición, la relación entre las plantas y la fiesta de Pascuas, por lo mismo que más o menos visiblemente, la celebración sigue fiel a su origen pagano, que la refería al renacer de la Naturaleza. Esa simbología vegetal se conserva vivísima en la figura del arbolito. El arbolito de Navidad es siempre un pino, árbol que desde antiguo emblematizó en los países nórdicos la vitalidad invencible de la naturaleza, pues el pino es el único árbol que, en el invierno crudo del Norte, permanece indemne a la acción del frío, además de ser en aquellas comarcas un proveedor insustituible de calor para la casa.

Estrella de Belen anunciadora de paz y buen tiempo para los habitantes del mundo

     Los niños en muchos países de Europa bailan alrededor de un pino que ellos mismos trajeron del bosque y lo han colocado en su casa graciosamente paramentado. Al dar las doce la Nochebuena, apagan las luces y todos se sientan en silencio a cierta distancia del arbolito, por creer que a esa hora aparecerán debajo de sus ramas elfos y gnomos. En otras partes, Austria y Alemania, los emblemas de Navidad se conservan hereditariamente a lo largo de siglos a veces, en una misma familia. Cada año se enciende a media noche un rato y luego se vuelve a apagar. Su simbología es aún más antigua: se relaciona con los cultos prehistóricos relativos a la conservación del fuego por el hombre.

     Los regalos de Navidad tienen desde los tiempos del paganismo una significación supersticiosa: se creía que lo obsequiado en aquel momento alboral del nuevo año, se multiplicaría luego, lo mismo para el obsequiado que para el donante. Se llamaban augurios, palabra que define en su origen latino, adivinación del porvenir por el vuelo de las aves. Los aguinaldos –en su sentido de regalo navideño– son de origen celta. Au gui L’anne neuf designaban en la Francia antigua a una planta de hoja muy decorativa que parasita de la encina. Tiene como el pino esa planta la facultad de resistir el invierno; por eso adquirió la significación simbólica de sobrevivencia, que le otorgaron los druidas. La cortaban en los tiempos de Navidad, en medio de magníficas ceremonias y fiestas, utilizando una hoz de oro. Esa tradición ha sobrevivido en casi toda Europa, y se continúa en los Estados Unidos. La hoja tal no es otra que el muérdago, cuyas coronas u otras formas de arreglo son por estos tiempos industrias de consumo. La figura de Santa Claus participa con todos estos atributos del gran elenco navideño que entre nosotros se embellece con la imagen más tierna de la hagiografía cristiana, el Niño Jesús. San Nicolás, castellanización de Santa Claus, es santo perteneciente a la rama ortodoxa del catolicismo. Griego de origen, fue adoptado como personaje Simbólico del espíritu navideño por los holandeses. Los colonos que partieron de Holanda para fundar la ciudad de Nueva York adornaron con su efigie el célebre barco «May Fair» en que hicieron el viaje. Se lo aplicaron a la nave como mascarón de proa. Así como Santiago es el patrón de nuestra Caracas, el de la ciudad de Nueva York es ese anciano rozagante, el simpático Santa Claus, circunstancia que hace de aquella gran urbe una especie de capital espiritual o Santa Sede de la tradición Navideña.

     Los aires finísimos de diciembre se ocupan ahora de colorear con sus acuarelas de alegría las mejillas de la ciudad, para la fiesta que ya enciende sus primeras estrellas de juguete sobre el cielo venezolano. A toda prisa prepara el Ávila su magnífica escenografía, compuesta para esta ocasión, de nubes a lo Botticelli, y suntuosa tapicería de esmeraldas y crepúsculos. De un momento a otro se abrirán los antiguos balcones de la montaña tutelar, para que a ellos se asome, como una reina modelada en fulgores de oro, la Estrella de Belén, cuya significación como emblema de paz y de amor para todos los seres, traduce la emoción venezolana en palabras tan perfumadas de tradición y animadas de fraterno impulso como «¡Felices Pascuas!».

La Navidad es la fiesta de los juguetes centrada en al figura de un nino

Tomado de Las cosas más sencillas. Caracas: Oficina Central de Información (OCI), 1972

Toda Caracas quería ver a Lindbergh

Toda Caracas quería ver a Lindbergh

POR AQUÍ PASARON

Toda Caracas quería ver a Lindbergh

     A comienzos de 2021 se cumplirán 93 años de la visita a Venezuela del coronel estadounidense Charles Lindbergh, el primer aviador que voló sin escalas y solitario entre las ciudades de Nueva York y Paris, en travesía de 33 horas y media, del 21 al 22 de mayo de 1927.

      Tras cumplir la notable hazaña en el monoplano modelo Ryan NYP de un asiento, llamado Spirit of St. Louis, con lo que se abrieron las puertas al desarrollo de la aviación comercial intercontinental, Lindbergh, también conocido como el “Águila solitaria”, se convirtió en una celebridad universal. Recorrió centenares de ciudades del mundo en visitas de buena voluntad y para promover la naciente industria aeronáutica civil.

      Ocho meses y siete días después de cubrir el histórico recorrido a través del Atlántico, arriba Lindbergh a Venezuela a bordo del Spirit of St. Louis, el domingo 29 de enero de 1929.

Lindbergh y su esposa en el segundo viaje a Venezuela 1929.

     Mientras la luz vespertina comenzaba a desvanecerse en el cielo aragüeño, centenares de personas emocionadas que acudieron a la pista maracayera de la escuela de aviación, fundada en 1920, comenzaban a dar muestras de extrema ansiedad. La multitud, incluido el presidente Juan Vicente Gómez y varios miembros de su gabinete, esperaba la llegada con retraso del piloto más famoso del mundo, quien entonces estaba muy cerca de cumplir 26 años, pues había nacido en Detroit, Michigan, el 4 de febrero de 1902.

     Procedente de campo Madrid, Bogotá, Colombia, Lindbergh inició vuelo hacia Maracay la mañana del 29 de enero de 1928. La travesía le tomó 10 horas y 15 minutos.

     Ingresa a cielos venezolanos pasado el mediodía. Vía telegráfica se da a conocer que a las 12:30 pm está sobrevolando el Arauca. Desde la población barinesa de Nutrias, al norte del río Apure, reportan su paso a la 1:15 pm, mientras que pasa sobre La Guaira faltando veinte minutos para que el reloj marque las seis de la tarde. A las 5:42 pm es avistado en el cielo caraqueño por los últimos fanáticos beisboleros que abandonan el estadio San Agustín, inaugurado ese domingo con el encuentro entre el club estadounidense Cangrejeros de Crisfield y Santa Marta de La Guaira.

     Por la población de los Teques pasa a las 5:55 pm y, finalmente, aterriza en la pista aérea de la capital aragüeña a las 6 y 10 de la tarde bajo el aplauso y asombro de una multitud que calcularon en cuatro mil personas.

     El dictador Gómez lo recibió con honores y le impuso la condecoración orden del Libertador. Tras la ceremonia, una de las hijas de Gómez se acercó a Lindbergh para entregarle un precioso arreglo floral que provocó una anécdota repetida en innumerables ocasiones. Asombrado por la hermosura de los capullos, el aviador preguntó:

  – ¿Son naturales?

 A lo que Gómez respondió:

 -Sí, míster Lindbergh. Son hijas naturales, pero reconocidas y de buena familia.

     En horas de la noche el ilustre visitante, declarado huésped de honor de la nación, fue agasajado en la residencia del presidente del estado Aragua, Ignacio Andrade.

 

Intensa actividad en Caracas

 

      El lunes 30 de enero de 1928 se trasladó en automóvil desde Maracay hasta Caracas a través de la carretera Panamericana, en recorrido que le tomó poco más de un par de horas.

     Al llegar a la capital, se dirigió al Panteón Nacional, donde rindió tributo a Simón Bolívar y, junto con miembros de la embajada estadounidense, colocó una preciosa corona de flores, adornada con las banderas de Estados Unidos y Venezuela, ante el sarcófago que guarda los restos del Libertador.

     También visitó la casa natal de Simón Bolívar, el Museo Bolivariano y el Palacio Federal Legislativo, antes de hospedarse en la Casa España, hermoso palacete destinado por el gobierno para alojar a sus huéspedes de honor, en las cercanías de lo que hoy es la Avenida Urdaneta, más o menos a la altura del actual puente de la avenida Fuerzas Armadas. Allí se dieron cita centenares de caraqueños para saludar al célebre aviador.

Apoteosico recibimiento de Lindbergh en Caracas.

     Dicen que Caracas se paralizó con la visita de Lindbergh, el comercio del centro de la ciudad cerró sus puertas, todo el mundo quería verlo. Se vio obligado a asomarse en uno de los balcones de la Casa España, en un gesto de cortesía, en respuesta al gentío que lo recibió con lluvia de flores y una sonora ovación. 

     Tras un breve descanso, Lindbergh asistió a un almuerzo en el Caracas Golf Club, ubicado al oeste de la ciudad, en las barrancas de la hacienda La Vega, un sector conocido como La Quebradita, un poco más atrás de lo que actualmente es el Centro Comercial Los Molinos, en la avenida San Martín. El menú del almuerzo fue elaborado por Pierre René Deloffre, antiguo prófugo de Cayena, quien para entonces era propietario del famoso restaurante caraqueño de comida francesa La Suisse.

Miles de caraquenos esperaron a Lindbergh frente a la Casa España

     De allí asistió como invitado especial al encuentro de beisbol entre Cangrejeros de Crisfield y Tigres del Santa Marta, en el recién inaugurado estadio de San Agustín. Allí fue ovacionado por los espectadores.

     En la noche estuvo brevemente en el baile que se ofreció en su honor en las instalaciones del Club Paraíso. Antes de la media noche partió de vuelta a Maracay para preparar el vuelo de regreso.

     Tras una minuciosa revisión y equipamiento de su aeronave, Lindbergh continuó la ruta para completar el itinerario de la gira de buena voluntad. En la madrugada del martes 31 de enero viajó desde Maracay a las islas de St. Thomas y luego a Puerto Rico, Santo Domingo, Puerto Príncipe y La Habana, Desde la capital cubana emprendió el regreso a Estados Unidos, vía St. Louis, Missouri.

En 1929 regresó a Venezuela

 

     Por una segunda ocasión, Lindbergh estuvo de visita en la capital venezolana. Esta vez lo hizo en calidad de consejero de la empresa Pan American Airways. Vino piloteando un hidroavión Sikorsky, modelo S-38.

     El 26 de septiembre de 1929 llega a Caracas junto con su esposa y directivos de la línea aérea fundada en el año 1927. Se reúnen con representantes del gobierno para solicitar permisos que les autoricen a iniciar operaciones comerciales en Venezuela.

     Luego de escoger terrenos en Maiquetía, PanAm inicia operaciones en Venezuela el 6 de mayo de 1930 con un vuelo entre Caracas y Miami. Los terrenos de Maiquetía se los arrendaron a la familia Luy y allí acondicionaron el llamado campo de aviación que posteriormente, a mediados de los años cuarenta, se convirtió en el aeropuerto internacional Simón Bolívar de Maiquetía, puerta de entrada a América del Sur, que da servicio a la ciudad de Caracas.

El Águila Solitaria

Más perdido que el hijo de Lindbergh

 

     La conocida frase que antecede a este párrafo tiene su origen en la lamentable tragedia familiar que sufrió el célebre aviador y su esposa, la escritora Anne Morrow, tres años después de su segunda visita a Venezuela.

Charles Lindbergh

     A la edad de un año y ocho meses, el hijo del mismo nombre del famoso aviador fue secuestrado del hogar familiar, el 1°de marzo de 1932, en Anwell, Nueva Jersey, por Bruno Richard Hauptmann Giugni, ciudadano alemán, quien pidió recompensa de 50 mil dólares y luego de cobrar el dinero, no devolvió al niño.

     El cadáver del bebé fue hallado 72 días después, el 12 de mayo de 1932, muy cerca de la vivienda de sus padres.

     Hauptmann fue atrapado y enjuiciado por el crimen que cometió. Lo condenaron a la pena capital y fue ejecutado en la silla eléctrica el 3 de abril de 1936.

     Charles Lindbergh falleció a la edad de 72 años, en Maui, Hawai, el 26 de agosto de 1974.

Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

POR AQUÍ PASARON

Nixon respondió con béisbol a las agresiones sufridas en Caracas

El vicepresidente Nixon y el presidente Larrazabal se reunieron en el Circulo Militar de Caracas

     Unas dieciséis semanas después que el general Marcos Pérez Jiménez fuera depuesto del cargo de presidente de la República de Venezuela, por sus propios compañeros militares, llegó a Caracas Richard Nixon, vicepresidente de Estados Unidos.

     La visita de Nixon fue promovida por el presidente Dwight D. Eisenhower y el Departamento de Estado como una gira de buena voluntad por varias ciudades de América del Sur.

     La administración de Eisenhower quería demostrar su compromiso con la región, en aquellos momentos afectada por las tensiones de la Guerra Fría.

     Nixon, acompañado por una comitiva bastante numerosa que incluía a su esposa Pat Nixon y al edecán militar Vernon Walters como traductor, visitó Buenos Aires, Quito, Lima, La Paz, Asunción, Montevideo, Bogotá y Caracas. Tuvo tuvo alrededor de 15 días de gira por esos países.

     Venezuela fue el último punto del tour que encontró en Argentina, Bolivia, Perú y nuestro país violentas protestas, por el apoyo que le ofrecía entonces el gobierno del norte a las dictaduras militares de la región. Cinco meses después de la amarga experiencia que vivió en Caracas, el alto funcionario que luego sería presidente de su país entre 1969 y 1974, se reivindicó con el pueblo venezolano a través de la actividad deportiva.

     Desde que aterrizó en Maiquetía, antes del mediodía del martes 13 de mayo de 1958, Nixon y su comitiva fueron hostigados con violencia: insultos, huevos y pedradas. La gente expresaba rechazo porque sabía que el gobierno de Eisenhower había apoyado al dictador tachirense, condecorándolo en el año 1954 con la orden Legion of Merit. Tras huir de Venezuela a República Dominicana, Pérez Jiménez inició trámites para que Estados Unidos le garantizara asilo político.

     Poco después de finalizar el recorrido de la autopista de La Guaira a Caracas, a la altura de la avenida Sucre, la caravana de vehículos que llevaba a Nixon con rumbo al Panteón Nacional, para visitar la tumba del Libertador Simón Bolívar, fue agredida de una manera muy violenta por grupos de manifestantes. Fracturaron los vidrios del vehículo en el que iba el alto funcionario con su señora esposa. Los miembros del equipo de seguridad estuvieron a punto de emplear sus armas. Como pudieron lograron llevar al vicepresidente hasta la fortificada sede diplomática estadounidense ubicada entonces en la urbanización San Bernardino, al norte de Caracas.

     La amplia agenda que se había preparado para la visita de Nixon durante tres días a la capital venezolana, tuvo que ser modificada casi en su totalidad. No pudo asistir al almuerzo en la Cámara de Comercio de Caracas ni visitar el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) para observar el reactor nuclear. Se limitó a reunirse con altos funcionarios gubernamentales y conversó con corresponsales de prensa locales e internacionales. La reunión con el presidente Larrazábal se llevó a cabo en la fastuosa sede del Círculo Militar, situada a un costado del Paseo de Los Próceres.

     Tan grave consideraron en Estados Unidos el episodio de agresión que ocurrió el día que arribó a Caracas, que agentes del servicio secreto contactaron al almirante Arleigh Burke, jefe de la armada de ese país, quien de inmediato activó el plan de seguridad denominado Operation Poor Richard, consistente en el envío del portaviones  USS Tarawa y un millar de  infantes de marina a bases militares del Caribe, cercanas a las costas de Venezuela, con la idea de defenderse de los ataques y proteger al vice presidente, sí era estrictamente necesario.

     El gobierno venezolano, por intermedio de su presidente, Wolfgang Larrazábal, condenó el ataque, pero señaló que había que ser comprensivo con la reacción juvenil contra los Estados Unidos por la solidaridad que este mostró con el dictador Pérez Jiménez. Larrazábal buscaba también congraciarse con los sectores de izquierda habida cuenta de las proximidades de las elecciones presidenciales (diciembre 1958), en las que participaría como candidato.

Grandes Ligas en visita de buena voluntad scaled

     Dos semanas después de la visita de Nixon a Caracas, revista Life, en su edición del 26 de mayo de 1958, publicó en portada una foto en la cual dos jóvenes patean el vehículo Cadillac que trasladaba al vicepresidente. Un mes más tarde, el 16 de junio, como parte del proceso de investigación, fue apresado Antonio José Barreto, de 25 años, fiscal de la línea de autobuses de Monte Piedad, quien fue recluido en la cárcel del Obispo, y a finales de año lo trasladaron a las colonias móviles de El Dorado. Fue el único detenido por los sucesos.

Invasión de bates, guantes y pelotas

 

     A la medianoche del 15 de mayo de 1958, Nixon y su comitiva salieron de Caracas fuertemente custodiados por un importante grupo de efectivos de las Fuerzas Armas con destino al aeropuerto de Maiquetía, para de allí viajar hacia la ciudad de Washington.

Tom Runnels Red Sox y otros de los peloteros que dictaron clinicas en Caracas y otras ciudades en noviembre de 1958.

     Una de las primeras tareas que emprendió el alto funcionario tras ser recibido por Eisenhower, fue comunicarse con el comisionado de Grandes Ligas, Ford Frick, para participarle que, por instrucciones expresas del Departamento de Estado, organizara una campaña para llevar jugadores de ligas mayores a Venezuela para dictar clínicas y promover las relaciones entre los dos países.

     El beisbol fue un estupendo vehículo para promocionar la política exterior del gobierno norteamericano, al tiempo de desempeñar un papel positivo para aliviar fricciones, como las que existían entre EE. UU. y Venezuela, por el respaldo que le habían ofrecido a Pérez Jiménez.

     En sus memorias, Frick, periodista deportivo que fue presidente de la Liga Nacional entre 1934 y 1951 y comisionado de Major League Baseball desde 1951 hasta 1965, expresó el valor que tenía el beisbol estadounidense en asuntos internacionales.

     Frick se presentó en Caracas  a principios de noviembre de 1958 junto con Frankie Frisch, miembro del Salón de la Fama, distinguido con el trofeo de Jugador Más Valioso en 1931 y mánager-jugador campeón de la Serie Mundial de 1934, con los Cardenales de San Luis, además  del umpire retirado Cal Hubbard, otro inmortal de Cooperstown, como parte del grupo de personalidades y peloteros que entre el 7 y el 14 de noviembre de 1958 visitaron estadios en Caracas, Los Teques, Maracay, Valencia; Barquisimeto, Maracaibo, Cumaná y Porlamar, para dictar clínicas a niños y jóvenes.

     En la lista de jugadores figuraron  Richie Ashburn, campeón bate de la Liga Nacional en 1958 y jardinero central de los Filis de Filadelfia; Elston Howard, catcher suplente de los Yankees de Nueva York; Gus Triandos, receptor de los Orioles de Baltimore; Pete Runnels, camarero de los Medias Rojas de Boston; Dick Groat, shortstop de los Piratas de Pittsburgh y su compañero de equipo, el lanzador Bob Friend, quien ese año compartió con Warren Spahn el liderato de triunfos de las Grandes Ligas al ganar 22 juegos. Al grupo también se sumó Al Schacht, un ex lanzador que se hizo famoso gracias a su trabajo como payaso en los diferentes estadios de las Grandes Ligas en las décadas de 1940, 1950 y 1960.

Nixon se traslado a Maiquetia acompanado por Larrazabal y bajo una importante custodia militar scaled

     Era la primera vez que el público venezolano podía disfrutar en casa de un espectáculo relacionado con las Grandes Ligas desde marzo de 1947, cuando los clubes Yankees de Nueva York y Dodgers de Brooklyn participaron en varios juegos de exhibición, en el antiguo estadio Cerveza Caracas de San Agustín.

El conocido receptor de los Yankees de Nueva York Elston Howard en el estadio Universitario noviembre 1958 scaled

     Frick aseguró que al llegar a Venezuela los jugadores estaban preocupados por la reacción que podía tener el público, luego de lo que sucedió con Nixon. Pero aquella impresión cambió por completo desde que se presentaron en el estadio Universitario, visitaron hospitales, estuvieron en el centro YMCA de Catia y asistieron al Teatro Municipal de Caracas, invitados al programa de la Sociedad Anticancerosa, así como las diversas presentaciones que cumplieron en los diamantes de ciudades del interior.

    El Departamento de Estado daba inicio así al desarrollo de una política exterior basada en una alianza para el progreso, que tendría su mayor impulso dos años más tarde, en 1961, con la visita a Venezuela del presidente John F. Kennedy, quien, al contrario de Nixon, fue recibido con afecto y admiración por el pueblo venezolano. El beisbol contribuyó en parte, a limar las asperezas entre ambos países.

Mensaje Navideño 2020

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En esta navidad, deseamos que puedan fortalecer los valores y principios que permiten que sean empresas productivas, resilientes, innovadoras empeñadas junto a su talento humano, en seguir aportando bienestar a Venezuela.

¡Feliz e Innovador 2021!

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